Nicolás Welschinger [1]
La cultura como variable independiente, esa es la metáfora que –no sin ironía– empleó Jeffrey Alexander para afirmar la no determinación de la dimensión cultural de la economía, la política, la geografía. Los textos de esta sección, marcados por un interés sobre lo literario, diversos en relación a los objetos que exploran, los enfoques metodológicos y en sus referencias disciplinarias, comparten esta misma sensibilidad por el abordaje de la dimensión cultural como dimensión ubicua e irreductible a variable dependiente. La negativa de Alexander de buscar la explicación a la dinámica de la dimensión cultural en el punto de vista económico o psicológico no lo conduce a postular la necesidad de una crítica inmanente de la cultura, sino, a postular una sociología cultural. Su argumento, en gran medida deudor de Gramsci quien planteaba esto mismo explícitamente en las notas sobre el concepto de hegemonía, es que la mirada cultural sobre toda acción social es posible porque toda acción está socialmente significada. Es decir, sobre la base de esta constatación, propone una mirada sobre la dimensión cultural de lo económico, de lo político, de lo social. Lo que Alexander llamó el pasaje de una sociología de la cultura a una sociología cultural.
Como el lector podrá apreciar, los tres textos de esta sección emplazan esa mirada cultural sobre sus objetos de indagación. Y lo hacen en varios planos de los que aquí quisiera señalar dos: en su no reduccionismo (economicista) interpretativo y en los modos de plantear en acto la relación ciencias sociales y literatura.
En relación al primer punto, el texto de Camila de Oro analiza las representaciones sobre la mujer en las producciones de Claridad, una editorial que durante las primeras décadas del pasado siglo se propuso ser “una especie de universidad popular” para educar al público lector. Su texto muestra cómo se introdujo la temática de la sexualidad dentro de la concepción del proyecto político pedagógico de la editorial identificada con el ideario de izquierda. Y encuentra una fuerte persistencia de las representaciones sobre la mujer en Cultura sexual y física (la publicación específica que analiza), que la conducen a afirmar que “no distó demasiado de los discursos tradicionalistas instaurados en la sociedad”. En su análisis la cultura como dimensión simbólica se demuestra variable independiente, en esta ocasión, de la inscripción política ideológica del proyecto editorial identificado con, como señala la autora, el ideario de izquierda y las vanguardias artísticas de los años veinte.
Por su parte, el texto de Rodolfo Iuliano analiza la reciente expansión de los talleres de escritura creativa en Argentina. El cuidado tratamiento analítico del taller como dispositivo y la conceptualización de sus miembros como escritores amateurs, le permite brindar una explicación de la aparente paradoja de que en los últimos años a pesar de la crisis económica que se traduce en una crisis de venta de libros, caída en los números de ediciones, asistimos a un crecimiento sostenido de la demanda de participantes de talleres de escritura literaria.
Así también, el artículo de Patrick Eser examina lo que llama “la estetización de la marginalidad” a través de explorar las narrativas del milieu social de la ‘villa miseria’ producidas en la última década, sin ver en ellas, la consecuencia o una reacción mecánica a la crisis, la fragmentación social, o la pobreza en Argentina.
En relación al segundo punto, cómo vincular ciencias sociales y literatura, los artículos dejan leer una transformación en las concepciones sobre “lo literario”: en los modos de abordarlo conceptualmente tanto como en el registro de configuraciones literarias emergentes. Y lo hacen a través de descentramientos (cada texto en relación a su campo de interlocutores) de las miradas normativas que se proyectan sobre sus objetos.
En el caso de Oro, si bien el artículo identifica una recurrencia persistente en las configuraciones del mundo letrado y los proyectos editoriales entendidos como proyectos políticos-pegagógicos, la introducción de la perspectiva de género le permite una iluminadora relectura crítica de la producción de la editorial Claridad, mostrando la reproducción de concepciones disciplinarias sobre la mujer no problematizadas en los estudios de la bibliografía previa.
En el caso del artículo de Iuliano, los descentramientos son claves y permiten describir con densidad analítica la actividad de los escritores amateurs y las nuevas mediaciones del campo habilitadas por las tecnologías digitales. Mediaciones que, como su análisis invita a reflexionar, contribuyen a dar impulso a las disputas actuales por ampliar las nociones legitimas de lo que se entiende por literatura y creatividad artística.
Por último, el texto de Eser, a través de descentramientos de las miradas legitimistas y miserabilistas sobre las culturas populares, describe cómo la narrativa villera construye un nuevo mapa socio-espacial de fronteras urbanas y a partir de ello introduce una muy sugerente vía de exploración sobre qué sucede cuando los actores de distintas clases y grupos sociales atraviesan esas fronteras. El texto de Eser no sólo muestra la (ya conocida) inversión narrativa de la lógica centro-periferia, sino, cómo estas ficciones urbanas elaboran una tematización de las desigualdades y de los conflictos sociales que distintas clases sociales vivencian en su experiencia urbana definida por estas fronteras y umbrales.
Así, los capítulos de esta sección, empíricos y audaces, constituyen aportes al interior de las líneas de investigación en las que cada uno se inscribe, pero también, pueden leerse –y está es una invitación a ello– como una prueba más de que una crítica cultural reveladora es posible sin ir contra los actores que estudia.
- IdIHCS, UNLP, CONICET.↵