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Irritar lo público: odio político y disputas de subjetividad
en San Carlos de Bariloche

Mercedes Barros[1], Viviana Diez[2], María Marta Quintana[3] y María Agostina Silvestri[4]

Entre los meses de octubre y diciembre de 2020, en un contexto de distanciamiento social preventivo y obligatorio (DISPO) vinculado con la pandemia de la covid-19, tuvieron lugar en Bariloche/Furilofche un conjunto de manifestaciones de malestares sociales. Entre ellos, una protesta de vecinos del lago Mascardi, que se movilizaron en defensa de las costas, playas, pero, por sobre todo, de la propiedad privada; una convocatoria en contra de la reforma judicial anunciada por el gobierno de Alberto Fernández, que, en el caso de Bariloche, implicó además una performance anti-vacunas alusiva al Ku Klux Klan; una pegatina en las paredes del Instituto de Formación Docente Continua (IFDC), en la que se denunciaba adoctrinamiento kirchnerista en universidades e institutos; y una vandalización de los pañuelos blancos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y de los kultrunes en el Centro Cívico de la ciudad durante una marcha anti-derechos.

Si bien a priori no hay una vinculación necesaria entre dichas escenas, porque no son llevadas a cabo por los mismos protagonistas ni obedecen a causas políticas similares, es posible establecer una trama que las contiene más allá de su posicionamiento opositor al gobierno nacional. En otras palabras, esas manifestaciones se pueden leer como episodios de una serie —discursiva y performática— cuya tonalidad primordial está dada por el odio y sus modulaciones: la bronca, el hartazgo, la cólera, la indignación y por una vocación restauradora de límites sobrepasados, desajustados, y reclamos que ponderan ciertos cuerpos en detrimento de “otros”. En este sentido, dichas escenas exhiben procesos políticos contenciosos que las trascienden y que condicionan su propio acontecer. Son en sí mismas réplicas y representaciones de desacuerdos, malentendidos, y disputas por “lo común” de la comunidad. Por lo tanto, entender algo de su aparición —y repetición— requiere echar luz sobre un meollo político singular y situado, para reflexionar, mediante su elucidación, sobre la centralidad que el odio como afecto ha adquirido en las democracias contemporáneas.

Ese protagonismo del odio y sus efectos erosivos sobre las democracias realmente existentes ha sido advertido desde distintas latitudes y desde marcos de intelección heterogéneos. No obstante, la pregunta que propone Gabriel Giorgi en Las vueltas del odio se torna más que acertada: cómo pensar la centralidad del odio, su contagio y su ambivalencia, evitando el equívoco de considerar al sujeto democrático como libre de odio, capaz de sublimar sus pasiones, sus afectos. El odio, como señala este autor, es una pasión política universal. Pero mientras hay escrituras/textos/discursos que buscan modelar, educar, este afecto y sus modulaciones, hay otros que buscan movilizarlo, intensificarlo. Ahora bien, ¿cómo opera el odio cuando es movilizado? ¿Cuáles son sus temporalidades? ¿Qué le hace al habla democrática y sus consensos? ¿Cómo opera sobre lo común? ¿Cuáles son sus (pretendidos) efectos sobre el espacio público y su configuración?

En lo que sigue, entonces, considerando –con Sara Ahmed– que el odio es una economía afectiva, en el sentido de que no reside positivamente en los signos sino que circula entre significantes en relación de diferencia y desplazamiento, y que se desliza por y entre cuerpos y figuras, buscaremos dar cuenta de las relaciones de contigüidad que dichas escenas trazan entre grupos marcados por la raza, el género o la clase en el contexto particular de San Carlos de Bariloche; puesto que estas no solo alinean unos determinados cuerpos con unos determinados afectos sino que también construyen series de sujetxs/subjetividades. En este punto, interesa atender además a cómo el odio –que no solo se desliza hacia los lados entre las figuras– se vuelve pegajoso, se mueve hacia atrás y reabre historias y asociaciones pasadas que permiten leer a algunos cuerpos (más que a otros) como la causa de “nuestro odio” (Ahmed, 2015: 81). Así, en diálogo con elaboraciones de Giorgi y de Ahmed nos proponemos analizar cómo las escenas seleccionadas performan disputas en torno de las fronteras de “lo legítimo” –y del espacio público como esfera de aparición de cuerpos– y sacuden la gramática democrática y los límites de lo decible.

En defensa de una misma patria

Con anterioridad problematizamos la reiterada apelación al ‘amor’ por parte del gobierno de la Alianza Cambiemos al interior de una retórica elogiosa de la violencia. Más precisamente, señalamos cierta reconfiguración de las condiciones –diferenciales– de viabilidad de sujetos marcados por la clase, la raza, la sexualidad y la configuración de una lógica política excluyente, que encontraba en la “doctrina Chocobar” su máxima expresión. En este sentido, observamos cómo se habían habilitado en nombre del “amor” no solo discursos abiertamente racistas, clasistas, xenófobos, sino también el pasaje a la violencia frente a vidas consideradas indignas y, por lo tanto, desechables (Barros y Quintana, 2020a). En una nueva torsión de esa lectura, podríamos afirmar que en nombre del amor a la República (acechada por la desmesura democrática) se propiciaron imaginarios predominantemente segregativos que sacudían el habla democrática y sus más sensibles consensos post-dictatoriales y que encontraban en el odio el envés constitutivo del amor. Un odio que produce su objeto como una estrategia defensiva ante lo incierto de la vulnerabilidad y las lesiones posibles a un sujeto imaginado, producido, a su vez, por ese mismo odio. Desde este punto, entonces, nos interesa analizar dos de las escenas mencionadas, esto es: la movilización de los vecinos del Mascardi y la pegatina en las paredes del IFDC.

En el primer caso, se trató de una convocatoria para el día 3 de octubre de 2020, realizada por la “Mesa Coordinadora por Mascardi”, para marchar en autos y reclamar por el tránsito libre y seguro en la zona, y en defensa de la propiedad privada.

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Fuente: Flyer difundido por lxs convocantes.

Cabe destacar que esta convocatoria tiene como marco un conflicto por la recuperación de tierras de la comunidad Lafken Winkul Mapu (emplazada, precisamente, frente al Lago Mascardi). En el año 2017, este conflicto escaló con el desembarco de las fuerzas de seguridad bajo órdenes del gobierno nacional de ese entonces, y tuvo como momento trágico el asesinato de Rafael Nahuel por parte de la Prefectura Argentina (Rey, 2019). Si bien la tensión en la zona nunca disminuyó, a fines del año pasado se (re)activó la movilización de vecinos para desalojar a la comunidad, acusándola de cometer “diversos actos vandálicos”.

En las coberturas periodísticas de dicho evento, los manifestantes se refieren a sí mismos como “ciudadanos de bien” o “argentinos de bien” y, por lo tanto, civilizados en su reclamo. Ello se aprecia en la siguiente intervención:

Es una pueblada pacífica, la gente de Bariloche entiende el problema que tenemos, y bueno, se va a manifestar. Vamos a hacer un acto cívico, hablarán algunos damnificados, este… hablará algún otro representante de la Mesa Coordinadora de esta convocatoria, cantaremos el himno, y bueno, leeremos notas de adhesión a esta convocatoria, y será un encuentro ciudadano en defensa de Mascardi, en defensa del Parque Nacional, en defensa de la integridad de las personas que circulan por la zona. Bueno, y en definitiva en defensa de nuestro territorio […] (Diego Breide, Mesa Coordinadora, la cursiva es nuestra).[5]

En efecto, hay un énfasis puesto en la construcción de un ethos de civilidad, de patriotismo y de ciudadanía pacífica, que se verá reforzado frente a un antagonista que­ –como se ve en el fragmento que sigue– es resultado de una lectura emocional de los “otros”. Pues estos últimos, no son ni más ni menos que violentos, usurpadores, incendiarios, delincuentes, que no solo amenazan la vida y la propiedad privada sino también “la naturaleza”.

El vecino Diego Frutos, recordó que su casa fue incendiada, por lo que “la nueva lucha es tratar de cuidar los bosques nativos. Esta gente ya comenzó a talar nuestros árboles. A la noche se escuchan las motosierras. Ya han tirado varios cipreses y coihues. La situación que vivimos los vecinos de Mascardi es de un continuo temor. Quiero decirle al gobierno nacional que estamos desesperados”. Continuó diciendo que “a partir del comienzo de la pandemia nos dejaron solos en Mascardi y eso fue lo que le dio fuerzas a esta gente. Al estar sin control empezaron a avanzar en su cruzada de saquear, robar e incendiar. Actúan con antorchas y bombas molotov. Siempre buscan que el fuego sea contundente y saben que los bomberos de Bariloche tardan más o menos una hora para llegar. El Estado nos ha recibido pero no nos da respuestas concretas. Están jugando con nuestro tiempo”.[6]

Resulta de interés la operación de contigüidad que realiza este último enunciado entre “esta gente” y la amenaza a una naturaleza idealizada, que no solo retoma una discursividad del presente, vinculada con el cuidado de los bosques nativos, sino que reabre historias de larga duración sobre una presencia ilegítima en el territorio. Así, en nombre de un amor que se desplaza metonímicamente entre playas, bosques, senderos, propiedades, territorio, y que se torna solidario de una posición de enunciación victimista, cobra espesor un odio que se alinea con un malestar comunitario (y una defensa de la Nación), que (se) articula (en) temporalidades más recientes y más remotas, y atribuye a unos otros la causa de ese malestar dada su condición instigadora.

Pero además, en ese juego de desplazamientos hacia atrás se les atribuye a esos otros una violencia en continuum con la violencia política de los años setenta, que explicaría su acontecer y su linaje. En varias coberturas mediáticas, los protagonistas denuncian la ayuda de reconocidos exmiembros de la agrupación Montoneros: “Esta gente está respaldada por Eduardo Soares, de la gremial de abogados, que trabaja en varias tomas. También está Fernando Vaca Narvaja”.[7] De este modo, en esos desplazamientos se traen al presente nombres propios y de organizaciones armadas inactivas desde hace mucho tiempo. Así, lo viejo y lo nuevo se entrecruzan de manera ambigua, pero buscando el mismo efecto: exculparse del odio propio para depositarlo en los “verdaderos” odiadores.

Ese trabajo (des)memorioso del odio, nos lleva al segundo episodio que interesa abordar aquí: una pegatina de panfletos —que tuvo lugar el día 3 de diciembre de 2020— en las paredes del IFDC, en defensa de la “pluralidad” partidaria de la Argentina. Allí, en una suerte de manifiesto, en algunos pasajes se afirmaba lo siguiente:

Tomando lo dicho por los medios de comunicación y por las nuevas herramientas que nos ofrece la virtualidad, las redes sociales nos hacemos eco de una problemática, que está aconteciendo en varias universidades e institutos de formación docente, el adoctrinamiento kirchnerista y por ende la prohibición de cualquier otra expresión o pensamiento político que no sea el oficial (kirchnerista)… Exacerbados por estar en el gobierno y manejar el aparato del estado, el gobierno hace una bajada directa en las universidades e institutos afines a su ideología, vulnerando en el camino el derecho al libre pensamiento, y por ende, a la libre expresión de cualquier pensamiento político partidario, ya que estamos en democracia y así debe ser. […]
Es el sometimiento del sujeto a una idea o ideología, suponiendo siempre un desequilibrio de poder, donde el profesor impone una idea política partidaria al estudiante, imponiendo con la amenaza constante de la desaprobación de la cursada, o pasar a engrosar sus listas negras. Porque digamos la verdad, hay listas negras, los profesores las tienen, los directivos las tienen, y las instituciones las tienen.
[…] Que te quieran imponer una idea está mal, que te quieran adoctrinar es un error. Pensá de manera libre, sin temor a represalias.

Resulta evidente que la “lista negra” es en sí misma una figura del odio, pues condensa memorias de épocas de represión y persecución política durante la dictadura militar. En consecuencia, la sola mención de “listas negras” en manos de docentes e instituciones es fuente de crispación/irritación, a la vez que recrea un posicionamiento subjetivo instanciado en la figura de la víctima. Tal posicionamiento victimista puede distinguirse, además, en las expresiones finales: “(ellos = los otros) te quieren imponer, te quieren adoctrinar (a vos, estudiante librepensador)”.

Además, en el margen de ese mensaje (aparentemente) principal, como si se tratara de un texto ad-hoc, se agrega:

“Próximo Boletín: Cómo los grupos neomapuches son adoctrinados en institutos y universidades para tomar tierras. Ideología fascista de la liberación”.

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Fuente: Foto gentileza IFDC Bariloche.

Esta añadidura marginal, podría sugerirse, completa una operación retórica deliberada, a modo de captatio beneuolentiae, a través de la cual se intenta atraer la atención del lector y su buena predisposición para luego invertir la jerarquía aparente entre los dos textos y concretar su vocación odiosa. De este modo, cabe observar cómo a través del texto del margen –que oficia de soporte de una incitación–, se introduce otro significante disponible en las gramáticas segregativas en/de la región patagónica: el Neo-Mapuche. La figura del “neo mapuche” viene a suplir, en su función compensadora, la operación odiosa que se despliega por medio del efecto de solapamiento de ambos textos. Por cierto, esa nominación, puesta en serie con la figura del “falso mapuche”, denuncia la aparente inviabilidad mapuche en el presente. En este marco, la mapuchidad deberá situarse en un pasado premoderno, aborigen, como condición para adquirir reconocimiento político. Caso contrario, su existencia es leída como amenazante y/o engañosa, pues irrumpe en un presente de “argentinos de bien” que se proclaman propietarios legítimos de territorios. A través de un esfuerzo retórico evidente, el “adoctrinamiento político kirchnerista” se vincula con esa irrupción amenazante, y se identifica con el origen mismo del artificio del falso indígena y de sus reclamos fascistas.

Por consiguiente, en su efecto performativo, el texto desdoblado produce una serie de ambivalencias significativas que, siguiendo a Giorgi, son propias de toda operación odiosa, y plantean varias incertezas respecto de su motivación, objeto e implicancias. En este caso, podríamos preguntarnos: ¿es acaso el adoctrinamiento político lo que indigna y moviliza? ¿O es la lucha indígena en la recuperación de sus territorios el origen del malestar?

Como vimos hasta aquí, ambos episodios escenifican la recreación de un imaginario alimentado por una memoria remota, que proyecta en el presente una Argentina del siglo pasado, exaltando el valor de la Nación y de sus símbolos, y reescribe una aritmética precisa en el reparto de sus territorios y modos de habitarlos. También, ponen de manifiesto las disputas que otros y otras han interpuesto sobre ese imaginario, sobre la cuenta de sus partes, sus saberes y repertorios de acción, y, fundamentalmente, sobre los posicionamientos subjetivos que ese imaginario permite (Quintana et al., 2020). De esta manera, es posible rastrear en esos episodios el trazado (arbitrario) entre cuerpos “otros” que se equiparan como mapuches (= chilenos = usurpadores = violentos = politizados), vis-à-vis la suma de un “nosotros” cuasi universal amparado en su condición ciudadana que, sin embargo, se encuentra arrinconado —retraído, temeroso—, aun cuando atesora el fundamento último de lo común.

De ese modo, bajo un artilugio odioso, que entrecruza temporalidades distintas y repone figuras del odio pasadas y presentes, las demandas mapuche por los territorios, así como las actividades docentes de instituciones educativas públicas, son entrelazadas con los sentidos dictatoriales. Paradójicamente, son las narrativas y memorias post-dictatoriales las que denuncian el genocidio que dio origen al Estado Nación, a la vez que proveen un marco de audibilidad para las voces, experiencias y saberes silenciados durante la represión y persecución política.

En contra de los derechos humanos, la irritación de lo social

Las escenas analizadas más arriba ponen de manifiesto, por un lado, la convivencia de retóricas de “amor” —por la Patria, por los valores de la República, de la Naturaleza, etc.— y de rechazo, repudio, por aquellxs que exhiben su falta de parecido con un “nosotros” y, más fundamentalmente, amenazan la unidad (el ser uno indivisible) de la comunidad imaginaria. Por otro lado, aunque en estrecha relación con esto, exhiben el desplazamiento del malestar hacia el odio; pero no solo en términos de una política del odio, es decir, de la segregación y la exclusión, sino de un odio político en tanto intensificación afectiva que moviliza subjetividades y evidencia disputas por la escena democrática misma. Esto es, sus formas, contenidos, consensos, pactos –sociales, políticos, culturales–, que, en el caso de Argentina, resultan contiguos con “una gramática de derechos anti-discriminatorios –raciales, de género, de migración, etc. — en la que se modulan las hablas de la democracia” y la inclusión (Giorgi, 2020: 54). Precisamente, los dos episodios que siguen inscriben y radicalizan procesos políticos contenciosos en torno de la experiencia democrática y del lenguaje que, por antonomasia, ha nutrido y dado forma a dicho devenir: el de los derechos humanos.

El primero de ellos en el orden del análisis, a primera vista más literal si se quiere, se relaciona con la vandalización de los pañuelos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo –que tuvo lugar el 28 de diciembre de 2020— durante una marcha en contra de la legalización del aborto en las vísperas de la sanción de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). La Plaza de los Pañuelos, que disputa desde hace al menos dos décadas la nominación (original) de Plaza de los Expedicionarios del Desierto,[8] y en la que se (re)pintan año a año los símbolos del pañuelo blanco y más recientemente del kultrun mapuce, circundando de esa manera el monumento de Roca, fue intervenida de forma anónima. Más concretamente, se tacharon con aerosol negro los pañuelos (y kultrunes) con signos “$” y con leyendas que decían “Mentiras”, “Corrupción”, “CFK chorra”, “Zurdos”, entre otras.[9]

La tachadura del símbolo opera como un intento de borramiento de la lucha de los derechos humanos del espacio cívico, es decir, del lugar donde se escenifica lo común de la comunidad. En esa operación se niega una tradición de lucha de los organismos históricos, de los grupos indígenas, y de otros activismos que inscriben sus reclamos en el lenguaje político de los derechos (Barros y Quintana, 2020b). La agresión que implica la tachadura se complementa con otros significantes –como los signos pesos o las palabras “chorra”— que articulan un cuadro más amplio asociado a la mentira y a la corrupción, que vienen a deslegitimar las reivindicaciones, “contaminándolas” y permitiendo así su erosión o puesta en jaque como pacto social fundante de la convivencia democrática.

El segundo de los episodios tuvo lugar el 6 de noviembre de 2020, también en el Centro Cívico de la ciudad, durante una convocatoria lanzada a nivel nacional por la dirigente de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, en contra de la reforma judicial anunciada por el presidente Alberto Fernández. En ese marco, se llevó a cabo a su vez una teatralización “anti-vacunas” con manifestantes disfrazados del Ku Klux Klan (KKK).[10] Además de los atuendos característicos de la organización supremacista, se leían carteles –pegados a los vestidos y a una enorme jeringa que emulaba la vacuna– con mensajes entre los que sobresalía el significante “Tóxico”. Según las coberturas periodísticas, los manifestantes también cargaban un feto –podríamos decir– “abortado” a causa de la toxicidad de la vacuna.[11]

En el marco de una serie de oposiciones, que de tan proliferantes se vuelven vagas –contra el gobierno, contra su reforma judicial, contra su política sanitaria, contra los atropellos populares, contra la irrupción de lo feminista/plebeyo/negro—, sobresale la perfomance anti-vacunas que da entidad al odio político y se evidencia la ambivalencia de producir, y a la vez destruir, un reclamo, una crítica. Lo que queda entonces, es ese símbolo del KKK inscribiendo el racismo en la escena pública, intensificando así el ruido y la crispación de lo social.

Si bien ambas escenas parecieran ser resultado del ejercicio de derechos ciudadanos, por caso el de la libre expresión, sin embargo, sus implicancias son fuertemente erosivas de esas libertades y de la contienda política democrática. En otras palabras, pese a que tienen lugar en el marco de reclamos al gobierno, provocan una irritación de lo social que amenaza –la efectividad misma de– sus enunciados. En este punto, pareciera que no interesa tanto el mensaje sino el lugar de enunciación/irritación que se asume y la posición de sujeto irritativa. Asimismo, eso que dejan no es reclamado como propio, es decir, en ninguna de las dos instancias se asume la responsabilidad por sus efectos erosivos. De hecho, esto es exacerbado por el carácter “anónimo” de estas manifestaciones, puesto que, en ambos episodios, lxs autorxs de los hechos evaden estratégicamente la identificación.

En ese sentido, interesa pensar que el continuum de figuras de odio que examinamos opera de modos diferenciales en cuanto a la posibilidad de asumir un lugar de enunciación que incluya la identidad social, política, como rasgo reconocible. Si en el caso de las marchas “en defensa” o de las acciones colectivas de “protección frente a” aparecen los rostros, el orgullo de las banderas flameantes, el intento de construcción de agrupamientos, estas manifestaciones se alojan en la anonimia, el disfraz, la clandestinidad, de modo similar al que podemos encontrar en las redes sociales o en los comentarios de portales de medios de prensa, exhibiendo el rasgo por excelencia del odio político. Esta operación en los bordes o márgenes, de la que nadie se hace cargo en primera persona, funciona empujando los límites de lo decible y proveyendo espacios de complicidad y goce de afectos compartidos, de lo que por fin puede balbucearse, expresarse en una media lengua, atravesando los tabúes y desplegando en la esfera pública lo que “sentimos pero no podemos terminar de verbalizar”. Así, en términos de los afectos puede observarse un efecto cohesionante potente a partir de la irritación que estas expresiones extremas vehiculizan y que funcionan como el “empujón” necesario que fortalece la concepción de una esfera pública restrictiva, donde los consensos democráticos pueden ser erosionados en nombre de valores como la libertad de expresión.

Reflexiones finales. Bariloche como laboratorio (y pedagogía) del odio político

A lo largo del análisis, procuramos no incurrir en la comprensión del odio como un afecto ajeno, pues en tal caso no estaríamos haciendo otra cosa que invertir los lugares de la dinámica que produce una serie de “otros” (odiadores, usurpadores, violentos) ante un “nosotros” (pacífico, temeroso y vulnerable). Tampoco proponemos subestimar el potencial político del odio, suponiéndolo deficiente o ineficaz. Por el contrario, notamos cómo el odio está ganando relevancia y capacidad de contagio en distintas dimensiones, hasta instalarse como parte de nuestra vinculación política presente. Es por ello que nos parece crucial detectar sus modulaciones y formas de tratamiento diferenciales, pues creemos que no todo odio político puede equipararse.

Por consiguiente, lejos de propiciar lecturas simplistas, o de restarle importancia a los despliegues de odio articulados a la defensa de un “nosotros”, nos interesa atender a cómo Bariloche/Furilofche se encuentra funcionando como escenario de enunciación y caja de resonancia de un odio político que se manifiesta como disputa por lo decible, por las posiciones mismas de enunciación, por los modos de subjetividad/subjetivación y por las redistribuciones de lo público. Pues la economía afectiva del odio no solo hace temblar un orden del discurso, sino también las reglas mismas de la convivencia democrática, con sus precarias formas de organización del espacio social, corporal y público. En este sentido, Bariloche/Furilofche parece estar operando como un laboratorio del corrimiento de lo decible; donde se ensayan formas de un decir fascista, que juega estratégicamente tomando elementos de un repertorio de imágenes y memorias de alto impacto sensible para reorganizarlos de modo ambivalente.

Para finalizar, en los discursos, performances y escrituras del odio resuena un llamado recurrente vinculado con lo público, con sus espacios y demarcaciones. Como escribe Giorgi, “una exhortación recurrente a limitar y restringir la vida pública recorre estos enunciados. El objetivo no es solo el cuerpo marcado del otro, es el cuerpo del otro en la calle y en un plano de igualdad con quien enuncia: lo que se odia es la proximidad y la igualdad entre cuerpos que se figura allí. [A]quí emerge lo que es quizás el trabajo fundamental del odio: el de regular y disciplinar el espacio público, el terreno en el que se define lo público en democracia…” (2020: 62-63). En otras palabras, el odio quiere que la calle se limpie de “negros”, de “indios”, de “feminazis”, y que cada uno de esos cuerpos vuelva a ocupar “su lugar”. Pues se trata de un afecto político privatizador que interviene sobre/en lo público con la intención de devolver ciertos cuerpos al dominio de lo privado. Así, el odio exhibe su vocación restauradora de un espacio público rebasado por subjetividades ilegítimas, plebeyas y excesivas, y sus esfuerzos por decir lo que solo se articula como una “media lengua”, esto es, como una interferencia de la matriz de inteligibilidad democrática.

Referencias

Ahmed, Sara. ([2004] 2015). La política cultural de las emociones. México: Universidad Autónoma de México.

Barros, Mercedes y Quintana, María Marta. (2020a). Elogios del amor y la violencia. Una aproximación a la retórica afectiva de Cambiemos. Revista Pilquen. Sección Ciencias Sociales, Vol. 23, N° 1, 80-92.

____ (2020b). La promesa política del performativo: derivas del discurso y activismo en Derechos Humanos en Argentina. En E. Muzzopappa; M. Barros; M.M. Quintana y A. Tozzini (Comps.), Ideología, Estado, Universidad. Pensamiento Crítico desde el Sur (pp. 151-163). Viedma: Editorial UNRN.

Giorgi, Gabriel y Kiefer, Ana. (2020). Las vueltas del odio. Gestos, escrituras, políticas. Buenos Aires: Eterna Cadencia.

Quintana, María Marta; Muzzopappa, Eva y Mercedes Barros. (2021). La encrucijada y la promesa de interculturalidad: reflexiones sobre la presentación de la Wenufoye. En Demandas y Políticas Interculturales en la Patagonia Norte, Instituto de Investigaciones en Diversidad Cultural y Procesos de Cambio (IIDyPCa). San Carlos de Bariloche. En Prensa.

Rancière, Jacques. (2010). El desacuerdo. Política y filosofía. Buenos Aires: Nueva Visión.

Rey, Santiago. (2019). Silenciar la muerte. Crónica e investigación sobre la vida y asesinato de Rafael Nahuel. Buenos Aires: Acercándonos Ediciones.


  1. Universidad Nacional de Río Negro – Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas – Instituto de Investigación en Diversidad Cultural y Procesos de Cambio (UNRN-CONICET, IIDyPCa).
  2. UNRN; Universidad de Buenos Aires.
  3. UNRN-CONICET, IIDyPCa.
  4. UNRN-CONICET, IIDyPCa.
  5. Nota Canal Seis 03/11/20: “Nuevo abrazo a Villa Mascardi y al Parque Nacional Huapi”. Recuperado de https://bit.ly/3DQur3F.
  6. Cfr. https://bit.ly/38Kvgg8.
  7. Cfr. https://bit.ly/2Vj1HiT.
  8. Cfr. https://bit.ly/3yM4M8K.
  9. Véase:https://www.anbariloche.com.ar/noticias/2020/11/30/78087-danaron-los-panuelos-blancos-de-la-plaza-del-centro-civico.
  10. Cfr.https://www.perfil.com/noticias/actualidad/manifestantes-vestidos-del-ku-klux-klan-en-banderazo-en-bariloche.phtml.
  11. https://www.elcordillerano.com.ar/noticias/2020/11/08/98434-insignias-argentinas-pero-tambien-letreros-contra-el-kirchnerismo/.


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