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Capítulo 8: Eje biográfico

El «concepto vulgar» a través del cual la salud es tematizada en el sentido común es, según Canguilhem (2004: 44), aquel que la equipara al «silencio de los órganos», en alusión a las máximas del cirujano y fisiólogo René Leriche. Al referirse a un «concepto vulgar» no lo hace en términos peyorativos sino como una representación precientífica e intuitiva en la que la enfermedad adquiere el carácter disruptivo que el ruido tiene en relación al silencio. En un estado de salud el cuerpo no necesita escucharse a sí mismo ni reclama la atención de otros mientras que en la enfermedad irrumpe como un ruido que desestabiliza la vida cotidiana.

A diferencia de otros padecimientos, la infertilidad es una problemática silenciosa que se vuelve manifiesta por un evento que no se produce, esto es, la fecundación y el nacimiento de un/a hijo/a. Hasta que no se intenta formar una familia, ésta no se hace evidente y, más grave aún, irrumpe junto al deseo de tener hijos/as (Greil, Slauson-Blevins & McQuillan, 2010; Ariza, 2014). El deseo subjetivo y la imposibilidad orgánica se manifiestan en simultáneo conformando una dolencia silenciosa pero que deja huellas orgánicas y subjetivas. Al mismo tiempo, se trata de un proceso silenciado: a lo largo de la trayectoria se delinean diferentes estrategias para lidiar con el estigma asociado a la falta de descendencia y para dosificar la información que se ofrece al entorno familiar y social. Las dificultades reproductivas encarnan ese ruido que atraviesa el proyecto biográfico.

Cuando la infertilidad es diagnosticada, pone al descubierto las normas y los plazos que rigen la vida sexual y reproductiva de las parejas heterosexuales: al término de un plazo personal y social, se espera que una pareja tenga descendencia de modo tal que cuando esto no sucede, se hacen visibles aquellas normas tácitas que la gobiernan. Los ritmos y plazos estipulados como naturales y deseables para la formación de pareja y el nacimiento de la descendencia se encuentran naturalizados de tal modo que, cuando la infertilidad irrumpe, se confirma el carácter social de los plazos antes mencionados. Formar una pareja constituye un paso previo para la formación de una familia, y aunque en ese momento no aparezca como objetivo premeditado de la unión, la ausencia de descendencia puede suponer diversos riesgos orgánicos y subjetivos.

Estos plazos, no solo se hacen presentes en la vida familiar y social sino también en la medicina, que ofrece soluciones reproductivas acordes a la edad y a las circunstancias afectivas: de acuerdo a éstas se ofrecerá comenzar con técnicas de baja o alta complejidad. Asimismo, dentro de estas últimas, se ofrecerá información sobre Fertilización In Vitro o ICSI, que suponen un grado de intervención mayor. Se indicará estimular la producción de folículos o recurrir a óvulos y/o esperma de donantes. De este modo, analizar los aspectos biográficos resulta imprescindible para la comprensión de los recorridos que trazan las entrevistadas dado que estos comienzan antes de la consulta médica y se vinculan tanto con las condiciones orgánicas que imposibilitan la fecundación como con las expectativas en torno a la formación de una familia, la existencia o no de una pareja y los discursos disponibles acerca de la reproducción tecnomediada.

Según Giddens, en las sociedades contemporáneas los individuos desarrollan una proyección de la propia biografía, esto es, estipulan un conjunto de eventos y experiencias vitales al tiempo que despliegan «una ponderación de los riesgos filtrada por el contacto con el conocimiento de los expertos» (Giddens, 1997: 14). Esta estimación no es esporádica ni azarosa sino que se erige como «un rasgo central de la estructuración de la identidad del yo» (Giddens, 1997: 14). En las TRTM bajo estudio, la proyección de un futuro familiar en la biografía de las entrevistadas, no se concreta en forma lineal sino que se encuentra atravesada por desafíos corporales y subjetivos. Asimismo, y retomando las palabras de Giddens, en las trayectorias relevadas se toma contacto con un saber experto acerca de la reproducción tecnomediada sobre el cual las entrevistadas reflexionan y toman decisiones.

En este sentido, las dimensiones biográficas de las TRTM involucran una narración sobre la propia biografía, sobre el propio cuerpo y sobre el deseo de conformar una familia. Aun tratándose de trayectorias profundamente heterogéneas en virtud de las causas orgánicas y de las circunstancias afectivas, las TRTM tienen características comunes a todos los recorridos que se analizan en la siguiente sección.

Retomando las palabras de Giddens, en las trayectorias que analizamos, el contraste entre el futuro imaginado y las dificultades para conformar una familia por la vía de la reproducción sexual provoca un sentido de ruptura que atraviesa la subjetividad individual y de la pareja. Así la medicina reproductiva, sistema experto en la formación de familias, asume una relevancia impensada en el desarrollo del proyecto familiar previsto. La aparición de estos nuevos factores trae aparejadas una serie de rupturas que se analizan en las secciones 8.1 Ruptura del relato biográfico, 8.2 Ruptura del relato corporal, 8.3 Ruptura del relato reproductivo, 8.4 El descenso y 8.5 La ética del sacrificio.

8.1. Ruptura del relato biográfico

Para conocer sus causas y posibilidades de tratamiento, las mujeres entrevistadas manifiestan haber sido derivadas por su ginecólogo/a un especialista de fertilidad, dando así, el primer paso en sus trayectorias de reproducción tecnomediada. Al cabo de un período de búsqueda infructuosa, y una vez realizados los estudios diagnósticos, las TRTM encuentran la confirmación clínica de la infertilidad que constituye una ruptura significativa para las mujeres entrevistadas.

El diagnóstico de infertilidad desorganiza las etapas del ciclo vital que se inauguran con la unión conyugal y que se encuentran naturalizadas. La infertilidad comporta una ruptura del relato biográfico dado que la maternidad es signada como una experiencia que confirma el pasaje de la juventud a la adultez. Al mismo tiempo, esta situación obstruye la transición de la pareja a la familia.

A veces explicitado por el especialista con diagramas y estadísticas, otras, anunciado frontalmente y sin un tono alentador, el diagnóstico de infertilidad es signado como una profunda huella disruptiva. El relato reproductivo es una pieza fundamental de las TRTM: en éste se proyecta el desarrollo de una familia que completa el relato biográfico y el relato corporal. Esta situación provoca sentimientos de incertidumbre y vacío subjetivo ya que no poder saber con certeza si será factible concretar la maternidad plantea una ruptura profunda en términos biográficos. En las palabras de Beti:

«una vez de que te enterás que no vas a ser mamá, viene la parte de la tristeza. Y así todos los meses, es como que llega un punto que… no das más» (Beti, hasta 35 años, nivel educativo alto, centros privados)

En este sentido, la evidencia médica («te enterás que no vas a ser mamá») suscita una ruptura en el relato biográfico de las mujeres entrevistadas dado que todas las decisiones previas a la búsqueda del embarazo que, en el relato de Beti implican los estudios universitarios, la formación de la pareja, la convivencia y búsqueda de una vivienda, son releídas en función de la concreción del proyecto familiar. Así también, el diagnóstico pone de manifiesto los plazos estipulados en los que una pareja heterosexual debería conformar una familia. Amalia y Diana lo enuncian del siguiente modo:

«te dicen ‘¿y, para cuándo?’ Y como que no funciona (…) ‘¿y, para cuándo?, yo quiero comprarle la cuna’ cosas así y uno piensa y decís ni que fuera mi culpa que no pueda tener un bebé» (Amalia, hasta 35 años, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad)

«después de que te casás se espera que tengas hijos, es una regla, así 2 más 2. Y… ya mi abuela, yo me casé, mi abuela ya estaba viejita y me decía ‘yo te veo más gordita’, y yo ‘no abuela, estoy comiendo más’, ella siempre esperando que yo le diga, ‘sí, abuela, sabés qué, estoy embarazada’, pero sí, en la familia siempre esperan» (Diana, hasta 35 años, nivel educativo alto, centros privados)

En particular para las mujeres, la maternidad sitúa a las mujeres dentro las tramas materiales y simbólicas del matrimonio, la familia y la escuela al tiempo que permite entablar relaciones horizontales con otras mujeres. Desde la perspectiva de las mujeres que atraviesan la infertilidad la concreción del proyecto maternal, implica un juego ambiguo entre quedar situada por dentro o por fuera de la trama social. Tal como expresa Mabel:

«yo me quedaba afuera de la sociedad, no quería juntarme con un matrimonio que tuviera chicos. Porque yo me juntaba con una mujer, ‘no porque la nena esto, porque la nena lo otro, no porque la nena…’, y cuando quedé embarazada, ‘y que esto, y que lo otro’, siempre hablaban de cosas de chicos. Entonces, lo que hacía en las reuniones, me juntaba con los hombres. Me costaba mucho juntarme con las mujeres» (Mabel, 36 años y más, nivel educativo bajo, centros privados de fertilidad)

En el fragmento anterior, Mabel objetiviza el estigma en una trama de relaciones sociales que la excluye del mundo femenino («Me costaba mucho juntarme con las mujeres») y que la coloca junto a los hombres («en las reuniones, me juntaba con los hombres»). Como vemos, en términos biográficos, las trayectorias bajo estudio encuentran un primer hito al identificar que la reproducción por la vía sexual no es posible. El diagnóstico de infertilidad resulta concluyente: sin ayuda médica, la posibilidad de lograr un embarazo es casi nula. En este sentido, la infertilidad es sindicada como aquella condición que excluye a las mujeres de la trama de intercambios materiales y simbólicos que encarna la maternidad y, si bien en la actualidad la formación de una familia es pensada desde la elección y el deseo, la metáfora del descenso y de un lazo filial de menor categoría asociado a la reproducción tecnomediada, da cuenta de que la reproducción sigue siendo pensada desde un sistema de categorías en el cual el lazo biológico continua siendo una referencia clave.

En términos biográficos, el análisis de las TRTM implica considera el diálogo y la negociación que se entabla con los plazos socialmente estipulados para la conformación de una pareja y de una familia. Según Berger y Luckmann, en el proyecto biográfico se encadenan acciones y decisiones de corto plazo a través de la cual se construye «una significación de largo plazo» (Berger y Luckmann, 1997: 8). Retomando esta idea, las rupturas mencionadas en esta sección resquebrajan los sentidos construidos en un proyecto más o menos inmediato. Sin embargo, esta serie de acciones y significados se recompone en un propósito de largo plazo: lograr un embarazo a través de la reproducción tecnomediada.

8.2. Ruptura del relato corporal

La causa orgánica de la infertilidad puede encontrarse en el cuerpo de la mujer (obstrucción de trompas uterinas, endometriosis, anovulación, entre otros factores) o en el esperma de la pareja (azoospermia, baja movilidad y/o baja cantidad de espermatozoides). Asimismo, la edad de la mujer gestante tiene una incidencia variable que, además, se vincula con otros factores. Sin embargo, en todos los casos, la confirmación clínica de la infertilidad ratifica la responsabilidad del cuerpo en la ausencia de fecundación. Más allá de los factores particulares de cada entrevistada, en todos los casos, cuando la fecundación no se produce, el cuerpo asume una responsabilidad fundamental. El cuerpo, que era el agente encargado de continuar con el relato temporal, se convierte en el espacio que aloja esa ruptura de la propia biografía.

La asociación más frecuente relevada en la muestra es aquella que vincula el cuerpo con la edad, articulación de factores que puede posibilitar o dificultar el embarazo. Aquí la edad se vincula tanto a la juventud de la mujer como la edad en la que se comienza la búsqueda de un embarazo. En términos generales, con respecto a la edad, la muestra arroja que, en el nivel educativo bajo, en ambos segmentos de edad, formaron y comenzaron la búsqueda del embarazo en edad fértil en todos los casos. Sofía, Lorena y Amalia indican que comenzaron la búsqueda de un embarazo a los 21 años.

«Que estamos juntos, hace un montón, ocho años, doce años de novios de… cuatro años ya estamos viviendo juntos. Y bueno, ahí empezamos, con todo» (Lorena, hasta 35 años, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad)

Al momento de la entrevista, Lorena tenía 28 años, y, tal como informó en la entrevista, a los 21 comenzó a buscar un embarazo. Dentro de este segmento, en el caso de Rocío, comenzó a buscar un embarazo a los 24 años, una diferencia mínima en términos de fertilidad con respecto a las tres restantes entrevistadas del segmento. En el mismo nivel educativo, en el rango 36 años y más, también comienzan la búsqueda del embarazo inmediatamente después de formar pareja y, al momento de la entrevista, algunas entrevistadas contabilizaban más de diez años de búsqueda infructuosa. En el caso de Sandra:

«nosotros hace, hoy hace 21 años que estamos juntos, y yo jamás en la vida me cuidé. Nunca, nunca, nunca…» (Sandra, 36 años y más, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad)

Un contraste sustantivo se encuentra cuando se coteja la edad a partir de la cual comienzan a buscar el embarazo entre niveles educativos. Las mujeres de nivel educativo bajo comenzaron la búsqueda del embarazo al comienzo de la edad fértil, indicando, en su mayoría, los 21 años como inicio de este proceso. En cambio, las mujeres de nivel educativo alto iniciaron la búsqueda de la concepción dentro de los últimos años de la edad fértil, alrededor de los treinta años, en parte por la postergación que sobreviene con los estudios superiores, pero también por los plazos experimentados para la conformación de la pareja y las experiencias de cohabitación de prueba, entre otros.

Entre los factores orgánicos manifestados por las mujeres de nivel educativo bajo de ambos rangos de edad es significativa la proporción de entrevistadas cuyo diagnóstico es el de esterilidad sin causa aparente, posiblemente asociado a una menor cantidad y exhaustividad de los diagnósticos. Entre las mujeres de nivel educativo alto de hasta 35 años, dos casos corresponden al diagnóstico de esterilidad sin causa aparente, dos por factor femenino, uno por factor masculino, uno mixto o combinado y un caso corresponde a una madre soltera por elección. Dentro del rango de edad de 36 años y más, es saliente que la mayor proporción obtiene diagnósticos vinculados a la baja producción de folículos u otras hormonas necesarias para el sostenimiento del embarazo, uno es mixto o combinado y uno de esterilidad sin causa aparente.

En el nivel educativo bajo, en el mismo segmento de edad, a la presión ejercida por el paso del tiempo en la calidad de los óvulos se suma el límite de ciclos cubiertos por el Hospital o bien de los límites legales para su acceso. Así lo expresa Sandra:

«cuando yo arranqué, tenía tres chances y, lógicamente que al ir pasando los años tu cuerpo ya no responde de la misma manera. Era lo que nos explicaban los doctores, y de hecho a mí me pasó en la última. Ejemplo, en las dos de alta complejidad que había tenido, por decir algo ¿no? había hecho, no sé ocho folículos, diez folículos, una cosa así. En la última que me hice, que fue el año pasado, en agosto del año pasado, hice solamente tres, de los cuales me sirvió solamente uno» (Sandra, 36 años y más, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad)

En el relato de Sandra, la influencia de la edad en los óvulos se manifiesta como una producción decreciente a lo largo de su trayectoria: «hice solamente tres, de los cuales me sirvió solamente uno». A la vez, esta producción escasa de folículos, indispensable para el éxito del ciclo, impacta en las chances que ofrece el programa de fertilidad, que son limitadas: «cuando yo arranqué tenía tres chances y, lógicamente que al ir pasando los años tu cuerpo ya no responde de la misma manera».

Conforme aumenta la edad, se incrementan también los sentimientos de preocupación y sufrimiento, por la proximidad del cierre de la etapa reproductiva con la correspondiente baja en la producción y la calidad de óvulos. En mujeres de nivel educativo alto, el reloj biológico se encuentra atravesado por el desarrollo profesional-educativo y la correspondiente postergación de la maternidad que éste trae aparejado. En este sentido, la edad encarna en el cuerpo: los óvulos propios son sindicados como de mala calidad o escasos. Según Celeste, en su caso se conjugó una baja cantidad de esperma y de producción folicular ovárica. En sus palabras, lo expresa del siguiente modo:

«[El médico] me decía ‘es que tus óvulos, más allá del factor masculino, tus óvulos ahora ya están grandes, o sea están envejecidos. Tenés que hacerlo por donación’ (…) Y yo, no tenía problema hacerlo por donación, estaba dispuesta a adoptar y no a tener un hijo con óvulos donados (se ríe) Pero Norberto decía ‘no, no. Un intento más con los tuyos, un intento más con los tuyos’» (Celeste, 36 años y más, nivel educativo alto, centros privados)

Como puede observarse en el fragmento anterior, según la voz del especialista, los «óvulos envejecidos» son los responsables de las dificultades reproductivas más allá del «factor masculino». La interpretación médica junto con la negativa de su marido a recurrir a óvulos donados, finalmente resultan en una trayectoria prolongada. En el recorrido de Graciela, la relación entre el cuerpo y la edad emerge del siguiente modo:

«todos pensábamos que iba a ser una situación normal porque yo ya tenía dos hijas, con los cuales había tenido dos embarazos bárbaros, sin ningún tipo de inconvenientes (…) Pero bueno, yo en ese momento tenía 22 años y ya ahí estaba teniendo 36, 37 cuando empecé en la nueva búsqueda (…) Seguía pasando el tiempo, 38 y 39…» (Graciela, 36 años y más, nivel educativo alto, centros privados)

Al recordar su trayectoria, Graciela comparó la edad que tenía al momento del nacimiento de sus dos primeras hijas, fruto del primer matrimonio, y la edad a la que comenzó la búsqueda de un embarazo con su nueva pareja. Si en el primer caso «había tenido dos embarazos bárbaros», al momento de la nueva búsqueda, el paso del tiempo se presenta como un obstáculo cada vez más cercano por la decreciente curva de fertilidad que se inicia a los cuarenta años.

Si bien para las mujeres de hasta 35 años la presión sentida por el descenso de la fertilidad es alta, es significativamente menor a la experimentada por las mujeres de 36 años y más, para quienes el cierre de la edad reproductiva representa un límite cercano. En las palabras de Sofía:

«él me dijo que esperara, que yo era joven, el doctor me dio un consejo. Me dijo ‘yo te aconsejo que esperes, porque vos sos muy joven’ (…) estuvimos pacientes, con mi marido, siempre estando atenta, estando atenta, hasta que la ley salió» (Sofía, hasta 35 años, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad)

En cambio, en otras entrevistas, la edad no emerge como una barrera médica sino que se trata de un límite de edad autoimpuesto. Tal como lo expresa Rocío:

«ponéle que yo sigo hasta los 45, mi marido tendría 52, ¿qué clase de vida le das? O sea, porque a los diez años, eh, tiene un padre jubilado. Que ni siquiera sabés si le podés bancar una universidad. Entonces que, que no se va a transformar en un capricho nuestro en una mala calidad de vida para una criatura. Yo llego hasta los 35, mi marido no más de 40, 42. Si no se dio hasta ahí, ahí quedamos» (Rocío, hasta 35 años, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad)

En relación a las palabras de Rocío, este límite autoimpuesto es objeto de estimaciones entre el tiempo que demande concretar el embarazo y el tiempo de crianza: «Yo llego hasta los 35, mi marido no más de 40, 42. Si no se dio hasta ahí, ahí quedamos». En sus palabras, pasada la edad estipulada la búsqueda legítima de un embarazo se transforma en un «capricho». Esta interpretación se vincula con la curva de fertilidad de la medicina, que ha señalado la edad de la mujer gestante como una variable central de la fertilidad, de un embarazo saludable y de un parto sin riesgos. Según las curvas de fertilidad y de fecundabilidad, entre los veinte y hasta los treinta y cinco años se encuentra el plazo ideal para la maternidad. En este sentido, cuanto más se demore, en términos etarios, el logro del embarazo, las chances de lograr un embarazo saludable disminuyen y será menor el tiempo disponible para la crianza. De este modo, las condiciones temporales constituyen un límite orgánico que la reproducción tecnomediada flexibiliza.

Encarnada en la metáfora del reloj biológico, la edad ejerce presión sobre el cuerpo en las trayectorias de reproducción tecnomediada. Familiarizadas con la curva de fertilidad y con la asociación entre maternidad, juventud y crianza, las mujeres entrevistadas deben reorganizar el relato corporal a lo largo de la trayectoria ponderando los límites orgánicos y las posibilidades subjetivas.

8.3. Ruptura del relato reproductivo

La infertilidad resquebraja el relato reproductivo, esto es, una planificación estimativa de cuándo concretar la maternidad. Al confirmarse el diagnóstico, no solo se dilatan los tiempos propios de la fertilidad femenina sino que también se impone una modalidad para su resolución que -antes del diagnóstico clínico- era impensada. En este sentido, se trata de un impacto disruptivo porque involucra técnicas que, al sustituir el cuerpo y la sexualidad por el laboratorio y la clínica, gozan de menor aceptación.

En la irrupción simultánea del proyecto maternal y del diagnóstico de infertilidad la aceptación de esas dificultades se construye en contraste con las mujeres del entorno familiar y social que sí logran el embarazo. Tanto para las mujeres de nivel educativo bajo como para las de nivel educativo alto ver a otras mujeres quedar embarazadas es fuente de sufrimiento. Sandra lo enuncia de esta manera:

«te cuesta aceptarlo y pensar un montón de veces ‘che, ¿por qué hay tantas mujeres que quedan embarazadas, cuando capaz que tienen veinticinco pibes, y yo quiero uno y no puedo tenerlo?’, o sea, porque todos esos planteos también, este, aparecen una y otra vez. Hasta que encontrás la respuesta, la respuesta de todo. Era que no tenía que ser, justamente» (Sandra, 36 años y más, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad)

Cuando Sandra se cuestiona «¿por qué hay tantas mujeres que quedan embarazadas, cuando capaz que tienen 25 pibes?» está cuestionando, simultáneamente, qué es lo que impide cumplir su deseo de tener, al menos, un/a hijo/a. Frente a este planteo, considera: «no tenía que ser», interpretando que la maternidad no tiene lugar dentro de su relato reproductivo. En una interpretación similar a la formulada por Sandra, Hilda expresa:

«cuando veo a esos nenes que tiran en la caneca (recipiente), los tiran en los arroyos, en el inodoro, ay dios, eso sí me da ganas de llorar, me hace sufrir (…) la verdad es que no sé qué está pensando [dios] cuando da los hijos, yo solamente pido uno, uno» (Hilda, 36 años y más, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad)

En el sufrimiento provocado por el abandono de bebés, Hilda cuestiona que la capacidad de gestar recaiga sobre mujeres que no pueden o no desean criar, conformando un orden natural y socialmente injusto. Este sentimiento de dolor provocado por ver a otras mujeres quedar embarazadas mientras ella no lo consigue se agrava en el caso de las mujeres del rango etario de 36 años y más puesto que se encuentran finalizando la edad fértil. Atravesar la infertilidad supone también verse reflejadas en mujeres que ya terminaron su edad fértil y no han tenido hijos. Tal como relatan Celeste y Mabel:

«mi mamá tiene una amiga, pobre, que nada, es viuda porque se había casado con un señor mucho mayor que ella. Es viuda, no tiene hijos, no tiene sobrinos, y yo la veo tan sola. O sea, sus amigas, nada más. Y yo (Se ríe) me acuerdo que cuando dijeron no, viste… Y yo le decía a Norberto ‘¡ay no! Yo no quiero ser como Mirta, yo no quiero ser como Mirta’» (Celeste, 36 años y más, nivel educativo alto, centros privados)

«yo veía a una tía de Carlos, que se casó de grande y el marido le dijo (…) ‘yo soy grande y no quiero tener chicos’, que se yo, y ella estuvo de acuerdo, pero después se arrepintió toda su vida (llorando). Sobre todo, después que falleció él. Entonces, yo no quiero esto para mí. Yo me quedaba afuera de la sociedad» (Mabel, 36 años y más, nivel educativo bajo, centros privados de fertilidad)

En este juego de imágenes, las mujeres sin hijos representan la soledad de la infertilidad y el arrepentimiento por no haber intentado ser madres. Al mismo tiempo, sobre este juego de espejos, se reafirma la voluntad de revertir esa situación en enunciados tales como «Yo no quiero ser como Mirta» o «yo no quiero esto para mí».

En términos biográficos, la totalidad de las entrevistadas comenzaron la búsqueda dentro de la edad fértil. Sin embargo, dado que lograr la fecundación implicó, en algunos casos entre cinco o diez años, todas se encontraron cerca de finalizar la edad fértil. El fin de la edad reproductiva propia y el juego especular con las mujeres del entorno sociofamiliar que finalizaron la edad reproductiva sin tener hijos/as, actúa como catalizador del ingreso a un mundo desconocido como es el de la medicina reproductiva. La primera respuesta será, entonces, considerar una opción que hasta el momento no había estado disponible en el espectro de posibilidades y buscar servicios médicos disponibles. De ahí que el ingreso a este nuevo ámbito clínico sea sindicado, a través de metáforas de desplazamiento vinculadas al descenso.

8.4. El descenso

Para las entrevistadas, la reproducción sexual consta de la mayor legitimidad discursiva y social en el logro del proyecto familiar. En la medida en que el engendramiento por vía sexual responde a los ideales naturalistas y románticos de la maternidad, la reproducción tecnomediada simboliza una degradación de esas expectativas. Las tecnologías reproductivas, en los datos relevados, gozan de una menor legitimidad por cuanto la fecundación se produce en el laboratorio y la anidación de un modo quirúrgico, elidiendo la sexualidad de los padres prospectivos.

El ingreso a la medicina reproductiva involucra tomar contacto con un campo médico-discursivo, como el de la fertilización asistida, del cual se tenía poco o nulo conocimiento o sobre el cual se cuenta con preconceptos negativos. Las primeras decisiones individuales y de la pareja se construyen sobre la base de este difuso mapa de ideas, de ahí que el distanciamiento experimentado con respecto a la concepción sexual y el ingreso a la medicina reproductiva sean leídos como un descenso.

La metáfora del descenso descripta por las entrevistadas, pone de manifiesto que la legitimidad de las tecnologías reproductivas para lograr la formación de una familia es menor que la de la reproducción sexual. El ingreso a la medicina reproductiva es definido por las entrevistadas como el ingreso a un territorio subterráneo y desconocido que no se encontraba en el horizonte de posibilidades. Noemí lo expresa del siguiente modo:

«entramos a un mundo totalmente diferente a lo que veníamos de un control normal del ginecólogo y ya entramos a ese mundo que es muchísimo más duro, muchísimo más duro» (Noemí, 36 años y más, nivel educativo bajo, servicio público y privado de fertilidad)

En las descripciones sobre el comienzo de las trayectorias tecnorreproductivas, emerge la idea de un territorio desconocido al que se ingresa a ciegas dado que no se conoce nada de él. La falta de información acerca de la reproducción tecnomediada es definida por Lorena en estos términos:

«no tenía idea de nada. Era todo nuevo, no sabías para donde arrancar, a quien preguntar. Nada.» (Lorena, hasta 35 años, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad)

Pero la ruptura del relato reproductivo implica que la circulación por clínicas y laboratorios será necesaria si se pretende cumplir con el anhelado de una descendencia total o parcialmente vinculada en términos genéticos que restituya ese relato biográfico resquebrajado por las dificultades experimentadas. Para describirlo, se emplean términos que dan cuenta de la opacidad, el desconocimiento y la desconfianza que rodea a la medicina reproductiva en ese momento biográfico. Para acceder a él es preciso descender en términos de expectativas. Viviana enuncia su ingreso empleando la imagen de un túnel como metáfora:

«meterse en ese túnel de los tratamientos de fertilidad, que sabes que son muchos intentos y bueno, eso» (Viviana, 36 años y más, nivel educativo alto, centros privados)

En sus palabras, acceder a la reproducción tecnomediada es ingresar a un conducto subterráneo: «meterse en ese túnel». Esta imagen no solo grafica el ajuste de expectativas, el desconocimiento de las dinámicas y la incertidumbre por el resultado sino que advierte la necesidad de reiteración para alcanzar un resultado positivo. En las entrevistas, recurrir a la reproducción tecnomediada es representada como un descenso necesario para ascender, es decir, para restituir el proyecto biográfico y volver, de este modo, a estar inscripta dentro de la trama social.

La imposibilidad de concebir por la vía sexual y la decisión de recurrir a la reproducción tecnomediada emerge también como una caída, en alusión a la distancia experimentada respecto del ideal naturalista. Según Rocío:

«yo tengo que caer en FIV pase lo que pase, porque no tengo trompa. O sea, a mí no me pueden hacer nunca más una de baja complejidad, o decir ‘Mirá, te tranquilizás y capaz que quedas’. No, no funciona porque no tengo trompas» (Rocío, hasta 35 años, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad)

Entendidas como trayectorias, las experiencias de las mujeres dentro de la medicina reproductiva permiten capturar, no solo la complejidad de los actos biomédicos sino también los nuevos modos de significar que se construyen en el recorrido. Así, las entrevistadas manifestaron su desconocimiento o sus prejuicios sobre de las tecnologías reproductivas. Al tomar contacto con la reproducción tecnomediada, la primera sensación es que estas técnicas amenazan un orden natural y social que debe permanecer inalterado. En este conjunto de ideas, existe un ordenamiento natural y social que vincula en forma armónica lo íntimo (gametos, órganos, cuerpo y funciones reproductivas) y el mundo de las instituciones (la familia y lo social). La existencia de cuerpos constituidos para la reproducción y la gestación es el ordenamiento a partir del cual se configura el orden sociocultural de la filiación, vinculado estrechamente con el equipamiento biopsicofísico del cuerpo femenino.

Este juego de acoples entre lo orgánico y lo social-cultural hace que el mundo funcione, de tal modo que recurrir a las tecnologías reproductivas desestabiliza dicho ordenamiento. Esta descripción se relaciona con las ideas previas, generalmente, de rechazo a la manipulación y a la criopreservación del material genético. La prevalencia de estas ideas genera la sensación de estar infringiendo ciertas normas reproductivas tácitas, tal como emerge en las palabras de Vanina:

«un apego a la idea romántica del hijo como si fuera el amor, esta cosa, natural, que bien que… se empezó a deshilachar a medida que pasaba el tiempo, que me daba cuenta, que sí, que no quedábamos embarazados, entonces bueno era ‘bueno sí, vamos a necesitar’ (…) Me molestaba que estaba este casting de espermatozoides, donde ya no es natural, ya hay alguien, una mano que elige.» (Viviana, 36 años y más, nivel educativo alto, centros privados)

En la trayectoria de Viviana, el descenso reside en necesitar de otros recursos, distintos a los de la naturaleza, para lograr la fecundación. El «casting de espermatozoides» que menciona en la entrevista implica un distanciamiento de lo natural, simbolizado en la «mano que elige» por ella y que, en algún sentido, la sustituye en la creación de ese embrión. Sin embargo, esta postura comienza a reconfigurarse a medida que desarrolla su trayectoria.

Las entrevistadas que manifestaron tener ideas previas negativas respecto a las tecnologías de reproducción asistida fueron quienes manifestaron mayor apego al ideal del embarazo logrado sin intervención médica. La necesidad de recurrir a las tecnologías reproductivas emerge en estas entrevistas como una profunda marca en el relato biográfico y en el relato reproductivo: la distancia experimentada con respecto al ideal del embarazo y el parto exento de intermediación tecnológica resquebraja ambas narrativas. La diferencia sustantiva entre las expectativas naturalistas y la realidad experimentada a partir de los primeros pasos de sus TRTM simboliza una degradación, un descenso de nivel. En el relato de Nerina:

«lo que queríamos lograr era algo maravilloso, claro que tenés que pasar por el duelo de decir que no podés tenerlo de forma natural, nosotros naturalmente no podemos, tiene que entrar otro, un médico y se convierte en algo público» (Nerina, hasta 35 años, nivel educativo alto, centros privados)

Del fragmento anterior, se desprende la idea según la cual, las dificultades reproductivas no formaban parte del relato biográfico, corporal o reproductivo de tal modo que resulta necesario atravesar el «duelo de decir que no podés tenerlo de forma natural». Simultáneamente, la clínica se presenta como el vehículo a través del cual lograr la gestación que, aunque pierde privacidad, es definida como «algo maravilloso».

Entendidos como recorridos prácticos y subjetivos, las TRTM -que se inician con la sensación de ingresar a un territorio desconocido y con el recelo respecto de la manipulación del material genético- demandan y consiguen la aceptación de las técnicas en pos del logro de la concepción. Paulatinamente, se admite el distanciamiento con respecto a la concepción sexual y se resignifican las actuaciones médicas como complemento de la reproducción humana para desobstruir el proyecto maternal. Esta transformación en las posturas es descripta por Viviana del siguiente modo:

«yo arranqué… parada en una postura, o sea empecé a buscar un hijo… desde una postura que hoy a la distancia, la veo y re soberbia, porque ¿viste?, para mí ‘ay si yo… No voy a necesitar de estas cosas, seguro que voy a poder’ (…) un apego a la idea romántica del hijo como si fuera el amor, esta cosa, natural, que bien que… bueno, eso se empezó a deshilachar a medida que pasaba el tiempo» (Viviana, 35 años y más, nivel educativo alto, centros privados)

Tal como emerge de los fragmentos anteriores, la ciencia, que en una primera aproximación simbolizaba la alteración de la naturaleza y su correspondiente modificación del orden socio-familiar, es redefinida como el factor que posibilita la concepción. Así, la reproducción tecnomediada deja de ser entendida como una amenaza al orden social-familiar para ser definida como un complemento de la reproducción sexual. De modo que las TRTM nos informan de recorridos en los cuales las entrevistadas -no solo experimentan con técnicas de creciente complejidad- sino también con resignificaciones respecto a la medicina reproductiva y del rol que ésta cumple en el relato biográfico, corporal y reproductivo.

Las interpretaciones que las mujeres hacen de su situación de infertilidad, principalmente, la idea de que cuando la reproducción no ocurre por la vía sexual comporta menor jerarquía o legitimidad da cuenta de la vigencia de los marcos interpretativos tradicionales en torno a la maternidad, el lazo genético y el riesgo vinculado a una relación genética parcial entre padres e hijos/as y su correlato identitario.

En las sociedades contemporáneas, el lazo filial no se fundamenta en la sangre. En cambio, el ADN será entendido como vehículo de transmisión de pertenencias íntimas tales como gustos, habilidades y formas de ser compartidas. Y, aun cuando la conformación de una familia se sostiene en el deseo de correspondencia genética, la metáfora del descenso y de un lazo filial de menor categoría resultante de la intermediación tecnológica, pone de manifiesto la vigencia de un sistema de categorías en el cual la conexión genética constituye una referencia clave. De este modo la posibilidad de gestar con el material genético de la pareja se convierte en un enérgico imperativo.

8.5. La ética del sacrificio

El ingreso a la medicina reproductiva, una vez producida la derivación médica, involucra la necesidad de poner el cuerpo al servicio de la técnica para concretar el proyecto maternal, aun cuando esto signifique un esfuerzo corporal y subjetivo en la medida en que se experimentan técnicas de complejidad creciente y sentimientos de frustración a causa de los intentos infructuosos. Para quienes comienzan con tratamientos de baja complejidad el siguiente paso serán las técnicas de alta complejidad, la reiteración de estudios diagnósticos y de los ciclos.

Las TRTM requieren una ética del sacrificio. Una vez iniciadas, las trayectorias encarnan una temporalidad indetenible, y en algunas instancias de este recorrido, algo debe sacrificarse para lograr el objetivo: puede sacrificarse el placer propio de la reproducción sexual y ser sustituido por el sufrimiento derivado de prácticas invasivas pero necesarias para lograr la concepción, puede tratarse de experiencias de violencia reproductiva o falta de ética médica advertidas pero aceptadas o puede tratarse de embriones inviables. Con respecto al sacrificio corporal, Amalia se expresa del siguiente modo:

«el cuerpo cambia completamente…Te hinchas debido a las hormonas, dolores de ovarios intensos todo el tiempo, cansancio, estados de ánimo distintos viene a ser, las inyecciones cada noche (…) Y no, no funciona, y volvés a intentar… de nuevo… todo otra vez, todo el sacrificio y nada, de nuevo te indisponés (…) es como que uno tiene la esperanza que todo va a salir bien y todo mal siempre» (Amalia, hasta 35 años, nivel educativo bajo)

Amalia experimenta el sacrificio en términos corporales, a través de la medicación para la estimulación ovárica, que, vale decir, muchas veces genera efectos similares a los síntomas del embarazo provocando expectativas de haber logrado el embarazo y frustración, cuando se verifica que el mismo no se ha logrado. Pero también lo expresa en términos subjetivos, al afirmar que hace «todo el sacrificio y nada», refiriéndose a un esfuerzo corporal que no se corresponde con el resultado.

Confiriendo un lugar central al deseo de concretar la maternidad, la ética del sacrificio amortigua la rigurosidad del tratamiento. Esta ética se forja en forma gradual a medida que se atraviesan los tratamientos, que cabe recordar, involucran una complejidad creciente en términos biomédicos. Para mitigar el arduo trabajo corporal que requiere el tratamiento se refuerzan los aspectos vinculados al amor maternal, objetivo primordial de las trayectorias bajo estudio. Así lo enuncia Beti:

«y la verdad que, más allá que uno lo hace con el fin de tener un hijo, que es lo más lindo del mundo, para la mujer es bastante invasivo y te dan tanta cantidad de medicación que, en realidad, hasta por ahí, las hormonas llegan a influirte un montón en tus estados de ánimo» (Beti, hasta 35 años, nivel educativo alto, centros privados)

El esquema invasivo de la reproducción tecnomediada al que se refiere Beti convierte el cuerpo femenino en un objeto de estudio en sí mismo: el peso, la respuesta a las hormonas, el funcionamiento del endometrio, los hábitos, entre otras cuestiones, serán materia de un profundo monitoreo clínico. El examen profundo y constante forma parte de una ética del sacrificio requerida para llevar adelante las prácticas biomédicas indicadas por especialistas e incorporadas al repertorio de recursos posibles en pos del logro del embarazo. En este seguimiento clínico, la subjetividad queda, en algunos testimonios relegada a un segundo plano, en otros, suspendida junto a los ideales de la concepción natural. En las TRTM, cada tratamiento es una apuesta en la cual las entrevistadas ponen el cuerpo al servicio de los objetivos reproductivos. Según Sofía:

«el tratamiento consiste en un montón de análisis y te estudian mucho, todo lo que es hormonas, estradiol, ovarios. Mi problema, por el cual yo no podía tener hijos es… que no tengo las trompas. Así que… eh después todo lo otro, todo lo que es estradiol, hormonas, estaba bárbaro. Así que comenzamos con una serie de análisis ecografías y análisis de sangre» (Sofía, hasta 35 años, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad).

Tal como afirma Sofía, la infertilidad en una dificultad alojada en su cuerpo: «mi problema es que no tengo las trompas». Como contracara, también la resolución del problema recae enteramente en su accionar. Es saliente que las mujeres entrevistadas asumen como enteramente propia la responsabilidad por el éxito de las prácticas biomédicas destinando a un lugar secundario el carácter compartido de la infertilidad con la pareja o la mayor o menor habilidad médica para ofrecer soluciones, indicar estudios o leer los diagnósticos.

La necesidad de poner el cuerpo al servicio de la técnica («te estudian mucho») se expresa en una constitución de la subjetividad que legitima experiencias dolorosas, tanto físicas como subjetivas para lograr la maternidad. En este sentido, las trayectorias bajo estudio involucran un particular tipo de agencia en la cual se sacrifican goces y se negocian deseos para lograr un objetivo definido como primordial. Según Evelyn:

«no es lo ideal pero la pasás (…) te la tenés que bancar, no es lindo que te pinchen durante tres meses y cada dos mil días te abren las piernas, así que te hagan ecografías y te digan ‘venite ahora, salí después’, es un trastorno pero hay que saber (…) pero lo tenés que pensar, lo tenés que cumplir, lo tenés que hacer» (Evelyn, 36 años y más, nivel educativo alto, centros privados)

A pesar de la rigurosidad y del monitoreo constante sobre el cuerpo femenino, la autorresponsabilización por el logro del embarazo es un tópico saliente en todas las entrevistas. Enunciados en una voz imperativa («te la tenés que bancar», «lo tenés que pensar, lo tenés que cumplir, lo tenés que hacer») esos procedimientos dan cuenta de objetivos -y riesgos- asumidos por las entrevistadas como enteramente propios. El objetivo buscado justifica la rigurosidad del tratamiento, que incluye estrictas rutinas en la aplicación de las hormonas, en la visualización diaria de los folículos y en los procesos de extracción y transferencia embrionaria.

Aunque las prácticas para diagnosticar la infertilidad y favorecer la fecundación resulten dolorosas, el éxito de las intervenciones depende de ellas. Con respecto a los diagnósticos, estos son datos clave para definir la trayectoria ya que, en función de los factores que impiden la fecundación se recomiendan terapias, intervenciones quirúrgicas previas y tipos de tratamiento. Los estudios que diagnostican el estado de las trompas son señalados como los más dolorosos y normalmente, realizados con presencia de varios profesionales en la sala, reforzando el esquema médico invasivo de la reproducción tecnomediada. Al respecto, Rocío se expresa del siguiente modo:

«te sostienen, te pinchan en la vagina para esparcir ese líquido y que se vea en la radiografía (…) Sin anestesia. Y eso nadie te lo dice. O sea, y es terrible. (…) estoy podrida que todo el mundo conozca mi cuerpo. Que estás abierta de patas, que viene un médico, cuatro enfermeras, que todo el mundo conoce absolutamente todo, eh, y decís… ‘¿Es necesario conmigo así, que haya seis personas acá adentro?’. Claro sí, después entendí que te tenían que sostener, porque bueno, o sea, te tienen que sostener las piernas porque obviamente el instinto es cerrar…» (Rocío, hasta 35 años, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad)

En un escenario en el que ella es un objeto de estudio al que hay que sostener y pinchar, la rigurosidad corporal involucra también un avance sobre la intimidad: «¿Es necesario conmigo así, que haya seis personas acá adentro?». Los análisis previos a los ciclos reproductivos ubican al cuerpo como un objeto de examen médico y en esta lógica, tanto los órganos como sus productos devienen en objeto de escrutinio clínico: óvulos y espermatozoides son materia de examen constante mediante análisis de sangre, ecografías transvaginales diarias y espermogramas. La estimulación hormonal previa a la realización del tratamiento y los estudios diagnósticos de las trompas uterinas son señalados con frecuencia como los aspectos más difíciles de la reproducción tecnomediada. Según Beti:

«con el tema de las hormonas ya, llego un punto en el año que no daba más. Mi físico no daba más, porque es como que te hinchás, hinchás, hinchás, no es una cuestión estética, pero te influye en el tema del humor. O sea, mes tras mes es como muy agotador, viste, como que siempre pasás por 3 estados de ánimos. (…) llega un punto que… no das más.» (Beti, hasta de 35 años, nivel educativo alto, centros privados)

Al respecto, se recabó en la muestra un caso particular en el que la ética del sacrificio atraviesa al cuerpo femenino. Celeste acudió a una clínica de la ciudad de Bahía Blanca para realizar su quinto intento con técnicas de alta complejidad. Aunque acudió a la clínica con numerosos estudios resultantes de los ciclos anteriores, le indicaron realizar un tratamiento más. Ante el resultado infructuoso del mismo, consultó las razones por las cuales el especialista consideraba que había fracasado el tratamiento y éste le indicó que la causa podría alojarse en el endometrio. Esto generó desconcierto en Celeste ya que el especialista suponía de antemano, previamente a la realización del tratamiento, que la patología del endometrio era la causante de sus intentos infructuosos reiterados. Aunque podría haberle indicado realizar una biopsia del endometrio, no indició ningún examen previo. En palabras de Celeste:

«‘y… lo que pasa, es que nosotros teníamos que realmente corroborar que tuvieras embriones lindos’, ‘y ¿toda la carpeta que traje no te servía?’. Porque yo siempre guardaba de todo, todo. ‘Y sí, pero eran hechos en otras clínicas’» (Celeste, 36 años y más, nivel educativo alto, centros privados)

El especialista destacó que los embriones logrados en los ciclos previos eran de buena calidad pero fueron «hechos» en otras clínicas, de modo tal que se le indicó hacer otro tratamiento solamente para corroborar la calidad de los embriones. Desestimar las expectativas depositadas por la entrevistada en ese ciclo tecnorreproductivo y referirse a los embriones como productos fabricados en otras clínicas forma parte de esta lógica sacrificial en la que no se contempla el riesgo físico, subjetivo y el esfuerzo económico sino el resultado del ciclo. En esta experiencia relatada por Celeste, resulta evidente que, si los especialistas no agotan las instancias de estudio previas, entonces el tratamiento en sí mismo se constituye en estudio diagnóstico y el cuerpo femenino como un laboratorio. En efecto, esta situación se constató también en otros casos en los que se indicó realizar un tratamiento para ver cuántos folículos era posible producir o para analizar su calidad, utilizando así el cuerpo femenino como laboratorio. Tal como expresa Gena Corea, el cuerpo femenino es el tratamiento de fertilidad (Corea: 1980, 1985).

Con respecto a los óvulos, espermatozoides y embriones, estos también son objeto de un exhaustivo monitoreo. En el marco de una lógica sacrificial en la cual el logro de la fecundación presenta una meta ineludible, óvulos, espermatozoides y embriones que no alcanzan la calidad y la morfología requerida pueden quedar en el camino. En relación al examen de los embriones y a las dimensiones antes mencionadas, Viviana expresa lo siguiente:

«yo sabía que había categorías de embrión, categorías a, b y c. Yo decía ‘de última, si es un embrión muy muy feo lo congelamos, pero si es más o menos viable, vamos a analizarlo’ (…) tanto insistimos que… bueno analizaron, salió bien. Las palabras mágicas fueron, cuando me llamaron por teléfono (…) ‘tenemos a un varoncito sano’. Nosotros ahí nomás ‘tenemos un varoncito sano’, a los abuelos, a los tíos, y faltaba tanto para tener un varoncito sano, faltaba la transferencia, que se implante…» (Viviana, 36 años y más, nivel educativo alto, centros privados)

Al igual que sus respuestas orgánicas y el funcionamiento de su cuerpo, los embriones fecundados en el laboratorio se vuelven objeto de clasificaciones técnicas que prefiguran su destino (implantación, crioconservación o descarte). En su trayectoria, Viviana desplegó un profundo esfuerzo corporal para llegar a producir ese embrión. En contraste con el lenguaje médico del que se reapropió a lo largo de los procedimientos, la clínica le informó: «‘tenemos a un varoncito sano’». En el momento en que logró el resultado esperado, Viviana ya conocía en profundidad las tipificaciones médicas sobre los embriones: «yo sabía que había categorías de embrión, categorías a, b y c». En este punto, el sacrificio emerge, no es solo en relación al esfuerzo físico desplegado por Viviana sino también en relación al embrión. Éste puede ser sacrificado en orden a cumplir con la expectativa de alumbrar un varoncito sano que, vale la pena decir, es inspirada también por los términos empleados desde la clínica. En función de estas clasificaciones, Viviana expresa: «si es más o menos viable, vamos a analizarlo» pero «si es un embrión muy muy feo lo congelamos». Si bien crioconservar un embrión no equivale a su descarte, sí implica el fin de su participación en ese recorrido.

Otras veces, cuando el embrión no puede ser descartado, lo que se sacrifica es el cuerpo femenino. Tal es el caso de Rocío, que atraviesa un evento adverso durante el segundo intento con técnicas de alta complejidad. Unos días antes de la transferencia embrionaria le descubrieron un hidrosalpinx[1]. A pesar de esa situación, y a sabiendas de que el tratamiento no sería exitoso, le transfirieron los embriones. Las razones esgrimidas fueron la prohibición legal de descartar embriones, en virtud de las legislaciones existentes, y que, al no contar con equipos de criopreservación en el ámbito hospitalario, tampoco podían conservarlos. Tal como expresa en la entrevista:

«lo tuvimos que seguir porque cuando me hicieron la extracción, los embriones prendieron, y el Penna no te, o sea, la ley no contempla, porque el Penna se rige por la provincial, no por la nacional (…) Y no contempla el congelar óvulos, eh, embriones (…) Entonces yo cuando le digo a G. [la doctora], le digo ‘G., no la quiero hacer, para qué la voy a hacer, si sabemos que no va a funcionar. Si tengo que entrar al quirófano otra vez, pasar por todo esto, es un trastorno ¿para qué la voy a hacer?’, me dice ‘Porque no los podemos tirar porque es considerado persona’… Bueno, la lógica me pareció, y bueno, listo, hacéla, que te voy a decir. No lo podés tirar, no lo podés congelar (…) lo hicimos, obviamente no funcionó» (Rocío, hasta 35 años, nivel educativo bajo, servicio público de fertilidad)

En la medicina reproductiva existe una nominación referida a este tipo de transferencias embrionarias en las que las chances de éxito son nulas: se trata de la noción de transferencia compasiva acuñada por el Comité de Ética de la Sociedad Americana para la Medicina Reproductiva (ASMR, 2020: 62). Sin embargo, esta experiencia narrada por Rocío no puede ser inscripta en esta denominación dado que debe obedecer a un requerimiento de la paciente, y tal como expresa Rocío, en su caso no fue resultado de un pedido suyo sino una imposición («no la quiero hacer, para qué la voy a hacer, si sabemos que no va a funcionar»). En cambio, sí puede vincularse, en general, con los procesos de subjetivización de embriones y fetos en el marco del desarrollo de tecnologías reproductivas, y en particular, con las tecnologías de visualización de los procesos intrauterinos (Petchesky, 1987; Conklin y Morgan, 1996)

En este sentido, la cantidad y calidad de los embriones logrados en el laboratorio influyen en la cantidad que luego se transferirán. En procesos de toma de decisiones altamente discrecionales, algunos especialistas acuerdan cuántos embriones se transferirán con la usuaria, otros determinan por sí mismos ese número. Estas negociaciones respecto del número de embriones a transferir ponen de manifiesto, no solo las disputas entre usuarias y especialistas respecto del número, sino también que da lugar a situaciones de falta de ética médica y/o violencia tales como las vividas por Celeste:

«ya estaba en el quirófano, y aparece el biólogo y él me dice ‘Bueno, escucháme, tenés cuatro y te vamos a poner’, ‘¿cuatro? Acordáte que estoy operada de cuello de útero, que es peligroso’ (…) Y me dice ‘mirá, con tus antecedentes, con todo lo que ya viviste, tu edad y todo…’, este no me dijo con la calidad de los embriones (…) Me dice ‘vamos a ponerlos todos’, me dice, ‘Si llega a prender más de uno te haces un cerclaje’, que es una operación que te hacen en el interior del cuello de útero para que no lo pierdas, y listo» (Celeste, 36 años y más, nivel educativo alto, centros privados)

En sus propios términos, Celeste relata que el especialista decide unilateralmente transferir todos los embriones, aun a pesar de la advertencia de la entrevistada, que le recuerda que atravesó una cirugía en el cuello del útero. En este fragmento narrado por Celeste, y que ilustra una situación de violencia experimentada por ella, el especialista no solo decide cuantos embriones se transferirán elidiendo la voz de la entrevistada sino que la expone a un cerclaje potencial con los correspondientes riesgos físicos y psicológicos que esto conlleva.

En relación a este punto, es preciso destacar que las entrevistadas que temen a un embarazo múltiple, objetan la transferencia de más de dos embriones mientras que, aquellas que habiendo realizado numerosos ciclos de fertilidad ineficaces, consideran que transfiriendo más embriones aumentan las chances de éxito. En este sentido, emergen los criterios en pugna: la tensión entre el deseo de la usuaria de lograr el embarazo y los criterios médicos que consideran los embarazos múltiples como fracasos de las tecnologías reproductivas. Si bien la ética del sacrificio forma parte de la narrativa de las entrevistadas, también emergen situaciones de violencia o de falta de ética médica como ésta que, aunque no estén tematizadas acabadamente en los relatos de las entrevistadas, sí son advertidas y provocan un distanciamiento con respecto a este conjunto de sentidos atravesados por una lógica sacrificial.

En suma, la reproducción tecnomediada involucra una ética del sacrificio: en relación al cuerpo femenino, se demanda un sacrificio corporal y subjetivo en el que la maternidad es una recompensa que se obtiene al poner el cuerpo al servicio de las tecnologías. La lógica sacrificial propia de la reproducción tecnomediada se vincula con la alta valoración de la vinculación genética entre madres/padres e hijos/as. Al exaltar el objetivo de gestar y alumbrar un/a hijo/a como valor fundamental, los riesgos corporales o subjetivos son interpretados como complicaciones inesperadas. En esta lógica, los riesgos, generalmente vinculados con la necesidad de reiterar la estimulación hormonal y los ciclos para conseguir el embarazo son desestimados.

Sin embargo, la lógica sacrificial emerge también en relación a la calidad de los embriones logrados: de acuerdo a los criterios de morfología y calidad, los embriones pueden ser transferidos, crioconservados, descartados o bien, como se mencionó en el caso de Rocío, pueden ser objeto de una transferencia compasiva (ASMR, 2020: 62) en la que ni el embrión ni la mujer resultan favorecidos.

Finalmente, como se señaló en páginas anteriores, la ética del sacrificio no implica una aceptación incuestionable de los criterios médicos por parte de las mujeres entrevistadas. Los episodios de falta de ética médica o situaciones de violencia reproductiva son advertidos aunque, pese a ser percibidos, no llevan a cuestionar el uso de tecnologías reproductivas o los propósitos planteados al comienzo de la trayectoria. A pesar de advertir el disciplinamiento médico, las mujeres entrevistadas deciden seguir adelante con sus trayectorias. En este sentido, la ética del sacrificio involucra una forma particular de constitución de la subjetividad en la que las mujeres aceptan la rigurosidad médica, negocian límites y sacrifican expectativas con el objetivo de lograr un embarazo.


  1. El hidrosalpinx es una alteración en la que una o las dos trompas uterinas se encuentran bloqueadas y dilatadas debido a una acumulación de líquido en su interior, generalmente se produce como consecuencia de una infección previa. El líquido producido por el hidrosalpinx es tóxico para los embriones. https://www.reproduccionasistida.org/hidrosalpinx/


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