A través de permisos y prohibiciones, a lo largo de la historia, la sexualidad y la reproducción se han erigido en poderosos reguladores del orden social. Examinando la obra de Foucault, Giddens encuentra que «la emergencia de un aparato de la sexualidad, una economía positiva del cuerpo y del placer» da cuenta de un largo proceso de constitución de regulaciones que, a través de la sexualidad y la reproducción, constituyen la realidad social (1992: 16). Sin embargo, a diferencia de Foucault, que ve en este proceso «una intrusión fijada y de dirección única del saber-poder» (Giddens, 2000: 21), Giddens intenta complejizar el planteo examinando cómo estas regulaciones se incorporan a los marcos de acción individuales y sociales.
Estas regulaciones han sido objeto de estudio primordial de las diferentes corrientes del feminismo que problematizaron las conexiones entre la sexualidad, la reproducción, la familia y el espacio doméstico con las asimetrías en el espacio público y en el mundo del trabajo, entre otros (Amorós, 1994; Rubin, 1985; de Beauvoir [1949] 2005; Badinter, 1981; Nari, 2004). Tomando como punto de partida un cuerpo que actúa como soporte de representaciones sociales, los diferentes roles y recursos de los que pueden apropiarse varones y mujeres serán explicados desde una mirada binaria, homogeneizante y esencialista que dominó los feminismos de la primera mitad del siglo XX (Butler, 2001, 2006; Ciriza, 1997; Femenías, 2006).
Entre los abordajes sobre la vinculación entre el cuerpo, la sexualidad y la reproducción y el orden social-familiar, así como al interior del feminismo, la anticoncepción y la interrupción voluntaria del embarazo, ya cuentan con una sólida trayectoria teórica (Galeotti, 2004; Irrazábal y Felitti, 2018a, 2018b; Chánteon y Vacarezza, 2011, Checa, 2006). Así también, la incorporación de demandas en esta materia a las agendas gubernamentales es la cristalización del esfuerzo del movimiento de mujeres.
En cambio, las tecnologías reproductivas que promueven la fecundidad y la gestación han sido objeto de esfuerzos académicos profundos pero que no se han instalado como canon académico. La infertilidad y las experiencias de quienes recurren a la medicina reproductiva para revertirla permanecen aún hoy como preocupación central de los saberes médicos especializados. El impacto de estas tecnologías en las relaciones de género, nos obliga a preguntarnos ¿qué lugar ocupan las tecnologías de reproducción humana entre las preocupaciones feministas? Los cambios inaugurados a partir de su desarrollo ¿deberían importarles a los feminismos? Los debates feministas ¿permean las TRTM? En este capítulo se examinan los marcos interpretativos feministas en torno a la reproducción tecnomediada en los que entran en juego concepciones sobre las relaciones de género, la división sexual del trabajo y la maternidad, entre otras.
La irrupción del feminismo en el espacio público es el resultado de los niveles crecientes de institucionalización y organización que, a través de sucesivas olas o desde el siglo XVIII o XIX, experimentó a lo largo de su desarrollo. Bajo el lema «lo personal es político» supo poner en discusión la estrecha vinculación entre las opresiones del seno privado-individual, las inequidades estructurales y su expresión en el ámbito público-político. La relación entre lo personal y lo político -en la cual puede encuadrarse también la infertilidad- se orienta al reposicionamiento de problemáticas individuales en el ámbito público.
Las tecnologías de reproducción humana asistida han sido objeto de debate en los estudios centrados en el género, principalmente por la implicación que tienen en el cuerpo femenino y su representación como cuerpo reproductor y maternante (Cisler, 1970; Alcoff, 1997). Desde la noción de sistema sexo-género elaborada por Gayle Rubin (1985) se inaugura una etapa de la reflexión feminista en torno a las dimensiones sociales y políticas de la vida sexual. En adelante, la reproducción y la maternidad serán entendidas como una construcción socio-cultural que -rebasando las funciones estrictamente biológicas- reproducen asimetrías de género.
En esta dirección, según Rosi Braidotti (2000), las tecnologías reproductivas han irrumpido en el espacio público en el momento en que el movimiento de mujeres comenzaba a reclamar y a conquistar mayor autonomía sobre el cuerpo y la sexualidad. Los novedosos avances que actualmente se despliegan en el campo de la biomedicina nos enfrentan con realidades impensadas años atrás y que hoy conforman un nuevo y difuso mapa filiatorio (Roudinesco, 2003). En esta nueva cartografía, el deseo de gestar y alumbrar puede darse en contextos familiares y biográficos heterogéneos: la homoparentalidad, la monoparentalidad, la posibilidad de optar por donantes de gametos masculinos y/o femeninos o el logro del embarazo en mujeres posmenopáusicas conforman algunas de las realidades de este nuevo mapa.
En los albores del siglo XXI ya forma parte del sentido común que las tecnologías de reproducción humana asistida resignifican las formas de tener un/a hijo/a y que abren el espectro de la familia heterosexual como lugar exclusivo de formación de las familias. Aunque ocupen un lugar secundario entre sus consignas, la reproducción tecnomediada renueva antiguos debates de los feminismos: en particular, aquel que versa sobre la relación entre las mujeres y las maternidades. Estas nuevas realidades invitan a repensar la maternidad, preocupación central de los feminismos, por cuanto las capacidades reproductivas de las mujeres resultaron claves explicativas de opresiones económicas, políticas y culturales de larga data.
Desde su surgimiento, la reflexión feminista -entendiendo este campo como una intersección de estudios académicos y activismos- sobre las tecnologías reproductivas ha versado sobre la medicalización del cuerpo femenino, los efectos positivos y negativos en materia de relaciones entre los géneros que éstas traen aparejadas, así como sobre el refuerzo de los imaginarios hegemónicos de la maternidad a través de las tecnologías reproductivas (Ginsburg y Rapp 1995; Franklin, 1997; Inhorn y van Balen, 2002; Inhorn, 2007, Roberts, 2012).
La celeridad de los cambios que desde fines de la década del 70 se despliegan en el campo de las tecnologías de reproducción humana asistida y su impacto en la vida social promueven relecturas de los discursos sobre el género, el cuerpo y la maternidad. ¿Cómo abordar las transformaciones y las permanencias que las tecnologías reproductivas introducen en el mapa jerarquizado de las relaciones de género? En líneas generales, la reproducción tecnomediada ha sido interpretada desde diferentes visiones feministas que examinan los efectos que éstas producen sobre la familia, la autonomía y la emancipación de las mujeres. Pensando en las múltiples condiciones materiales y simbólicas que atraviesan a las mujeres, las perspectivas feministas han capturado la diversidad de escenarios y circunstancias en las que la reproducción tecnomediada tiene lugar. La posibilidad de postergar la maternidad en pos del desarrollo profesional, las nuevas configuraciones familiares, la mercantilización del cuerpo y sus productos o los diferentes grados de acceso según la clase social son algunos de los ejes en los que se concentró la indagación feminista sobre la reproducción tecnomediada.
El siglo XX simboliza una etapa de eclosión en la reflexión feminista, marcada por el posicionamiento de profundos interrogantes: ¿qué es ser una mujer? (de Beauvoir [1949] 2005). En esta etapa el proyecto político feminista se debate entre desmarcarse de los atributos históricamente conferidos al ser mujer o la reapropiación de los mismos. En torno a estas cuestiones gira la segunda ola del feminismo, en la cual se encuadran el marco interpretativo optimista y el marco interpretativo pesimista en torno a las tecnologías reproductivas. En este período, la experiencia corporal será entendida como una dimensión central de la reflexión académica y del activismo político. En cambio, el siglo XXI será el contexto en el que se delimita un nuevo contorno, el marco interpretativo centrado en la diversidad.
Estas reflexiones pueden ordenarse de acuerdo a tres grandes marcos interpretativos feministas en torno a las tecnologías reproductivas. Siguiendo a Goffman (1974: 10), consideraremos los marcos interpretativos como un proceso de encuadre que permite categorizar las diferentes dimensiones relativas a un fenómeno. Esta noción permite reponer los procesos de inclusión, exclusión y jerarquización que los feminismos han construido en torno a las distintas dimensiones y dilemas implicados en las tecnologías reproductivas. Así como en la sección 3.2.1, 3.2.2 y 3.2.3 se expusieron los marcos interpretativos ofrecidos desde la medicina reproductiva, en la siguiente sección se examinan los marcos interpretativos feministas en torno a las tecnologías reproductivas. Estos posicionamientos, que recalcaron los aspectos liberadores u opresivos de las tecnologías bajo análisis, se vinculan con una visión general sobre a la autonomía y la emancipación de las mujeres. De modo que, los marcos interpretativos recuperados en la sección que sigue a continuación, se orientan a aglutinar las percepciones feministas sobre la reproducción tecnomediada y su traducción en realidades y prácticas concretas.
El tratamiento de las posturas feministas respecto de la reproducción tecnomediada no sigue un desarrollo histórico lineal: las posturas optimistas y pesimistas han perdurado – y a veces han convergido- a lo largo del tiempo. En esta dirección, los marcos interpretativos analizados en la próxima sección no constituyen fases históricas, pero sí se encuentran en diálogo con la historia de las indagaciones feministas.
4.1. Marco interpretativo optimista
El feminismo de la primera mitad del siglo XX se encuentra atravesado por la «hipótesis del carácter universal de la dominación» de los varones por sobre las mujeres y el ejercicio de roles dominantes y subalternos respectivamente (Ciriza, 1997: 53). Deudor del binomio entre universalidad y particularismo elaborado por Simone de Beauvoir en El segundo sexo ([1949] 2005), los debates feministas de esta etapa giraron en torno a la igualdad y la diferencia como términos antitéticos.
Tomando como punto de partida el rechazo del determinismo biológico edificado sobre el cuerpo, se puso en tela de juicio la utilización del sexo para legitimar una desigual distribución de los recursos materiales y simbólicos entre varones y mujeres. Revertir las relaciones de alteridad que cedían el espacio público a los varones mientras que confinaban al espacio privado a las mujeres y a la desvalorización de las tareas que en él se desarrollaban, se convirtió en uno de los principales propósitos. En relación a este punto, la posibilidad de controlar la reproducción a través de la píldora y de aliviar la carga de trabajo reproductivo mediante la implementación de tecnologías domésticas se convirtió en uno de los argumentos a favor de la innovación tecnológica en general. Así, desde una vertiente liberal del feminismo, en 1966, Betty Friedan sostiene:
La tecnología actual ha reducido la mayoría de las tareas productivas que las mujeres realizaron una vez en el hogar y en las industrias de producción masiva basada en el trabajo rutinario no cualificado. Esta misma tecnología ha eliminado casi por completo la cualidad de la fuerza muscular como criterio para cubrir la mayoría de los puestos de trabajo, mientras intensifica las necesidades de la industria americana de una inteligencia creativa. En vista de esta nueva revolución industrial creada por la automatización de mediados del siglo XIX, las mujeres pueden y deben participar en los nuevos y antiguos ámbitos de la sociedad en condiciones de plena igualdad, de otro modo se convierten en extrañas permanentemente (Primera Declaración de Propósitos de la National Organization for Women)
Hacia la década del 70, el feminismo radical y el feminismo marxista cuestionarán la clave individualista de la National Organization for Women encabezada por Friedan. Por otra parte, se profundizó la confianza asignada a las tecnologías, que trascenderá el ámbito del trabajo doméstico y de la anticoncepción para atender específicamente a la reproducción. Sobre la idea de que «la apropiación de la medicina y las técnicas de reproducción pavimentarían el camino de la emancipación de las mujeres» (Äsberg, 2009: 28) la confianza en la reproducción tecnomediada se expresará claramente en «La dialéctica del sexo» (1976). El planteo de Shulamit Firestone encarna la visión más acabada del encuadre optimista en relación a las tecnologías reproductivas. Imbuida por el feminismo radical y socialista, Firestone definió a las capacidades reproductivas de las mujeres como la clave explicativa de su opresión y vio en la reproducción, el trabajo doméstico y el confinamiento de las mujeres en el ámbito privado del hogar la clave de la reproducción de las sociedades capitalistas. Puesto que la opresión de las mujeres es consecuencia directa de la apropiación de las capacidades reproductivas en el marco de un sistema patriarcal, la tecnologización de la reproducción constituiría su salvamento:
Para asegurar la eliminación de las clases sexuales se necesita una revuelta de la clase inferior (mujeres) y la confiscación del control de la reproducción; es indispensable no sólo la plena restitución a las mujeres de la propiedad sobre sus cuerpos, sino también la confiscación (temporal) por parte de ellas del control de la fertilidad humana (…). La reproducción de la especie a través de uno de los sexos en beneficio de ambos sería sustituida por la reproducción artificial… La división del trabajo desaparecería mediante la eliminación total del mismo (cibernation). Se destruiría así la tiranía de la familia biológica. (Firestone, 1976: 256).
Esta primera línea de pensamiento, a la que denominamos marco interpretativo optimista sobre las tecnologías de reproducción humana asistida, vio en la fertilización asistida «el primer paso hacia la liberación de las mujeres de su biología reproductiva» (Spar, 2006: 61). Como se desprende del fragmento anterior, el marco interpretativo optimista abrazó «la causa de la fertilización in vitro» por cuanto prometía liberar a las mujeres de la reproducción y la maternidad, origen de las desigualdades sexuales. En su planteo, las tecnologías son sindicadas -no para beneficiar a las mujeres en las condiciones vigentes- sino como avances de los cuales apropiarse para transformar esas condiciones pero apoyándose en una definición neutral de las tecnologías en sí mismas.
Sin embargo, si la «tiranía de la familia biológica» solo puede superarse mediante la sustitución de las capacidades reproductivas de las mujeres ¿quiénes desempeñarían, entonces, la gestación? ¿Cómo interpretar, desde el enfoque propuesto por Firestone, la realidad actual de la industria tecnorreproductiva? Como vemos, este marco interpretativo, se sostuvo en una visión neutra de las tecnologías que, una vez apropiadas por las mujeres, cambiarían su signo en forma mecánica. Sin embargo, nuevos debates al interior de los feminismos en relación al sujeto político y a las tecnologías, darán forma a un nuevo marco interpretativo de corte pesimista.
4.2. Marco interpretativo pesimista
En las antípodas de la alentadora cibernación de Firestone, una visión que denominaremos pesimista respecto de las tecnologías reproductivas cuestiona la pretendida neutralidad de las tecnologías bajo estudio. Según esta visión, la ciencia es parte de una razón tecnocientífica y masculinista orientada a dominar la naturaleza, tradicionalmente asociada a lo femenino. Conformado por debates y posturas que ganaron notoriedad hacia la década del 80, en este encuadre pueden verse, por un lado, la creciente difusión de la anticoncepción y por el otro, la creciente complejidad que adquiere la medicina reproductiva hacia la época.
En este marco interpretativo se entiende que las investigaciones con tecnologías de reproducción asistida se asientan en el carácter androcéntrico de la ciencia, con todo lo que esto significa para un conjunto de prácticas médicas y sociales en las que entran en juego el cuerpo y la subjetividad (Corea, 1980, 1985; Duelli-Klein, 1985; Sánchez, 2005).
Entre las detractoras prevalece el argumento según el cual la creciente sofisticación tecnológica en materia reproductiva supone el florecimiento de un poder tecnocrático. Así, la ciencia, de carácter androcéntrico y masculinista, puede manipular la vida. Para ellas, las tecnologías de reproducción asistida simbolizan la convergencia del discurso patriarcal y el poder biomédico, alianza que inaugura nuevas formas de control del cuerpo femenino y de imposición del mandato de la maternidad antes inimaginables. Esto se ve reflejado en que, tanto para lograr el embarazo como en la gestación y el parto, la mujer debe cumplir rutinas médicas que consolidan relaciones de asimetría entre el saber médico y las mujeres y que habilitan la apropiación de las capacidades reproductivas de las mujeres por parte de la medicina reproductiva. Desde una mirada crítica en torno a quienes se apropian de aquello que los cuerpos femeninos son capaces de producir, con qué objetivos y en qué condiciones circulan los cuerpos femeninos en el campo de la medicina reproductiva, la visión pesimista sitúa en primer plano que el espacio en donde se experimenta y se interviene es el cuerpo de las mujeres en forma exclusiva, aun cuando el factor de infertilidad sea masculino. El encuadre pesimista cuestiona quién tiene el poder de apropiación en este intercambio social: las mujeres que atraviesan la infertilidad ¿se apropian de la medicina reproductiva o es la medicina reproductiva la que se apropia de los cuerpos femeninos y sus productividades? (Spar, 2006; Corea, 1980, 1985; Sánchez, 2005, 2008).
Las ilusorias promesas del optimismo tecnorreproductivo se desvanecieron a medida que comenzaron a abordarse nuevos y disruptivos aspectos de la medicina reproductiva que habían quedado por fuera de los análisis feministas. En «The Mother machine» (1981), una referencia ineludible de este marco interpretativo, Gena Corea revisa las tecnologías reproductivas vigentes hasta la década del 80 y vislumbra otras que aún se encuentran en ciernes como la clonación, la posibilidad de crear úteros artificiales y la subrogación de úteros. Tal como el título indica, el cuerpo femenino se convierte, en el marco de estos desarrollos, en una máquina productiva más, equiparando a la maternidad con las lógicas de producción de la industria y degradando, de este modo, la experiencia humana.
Asimismo, este encuadre cuestiona que tanto para la fertilización asistida como para la investigación en células madre, es preciso contar con gran cantidad de óvulos y embriones. Para lograr ese objetivo, las mujeres que recurren a las tecnologías de reproducción asistida son sometidas a terapias de estimulación ovárica que buscan producir la mayor cantidad de óvulos posible. Los posibles efectos secundarios de estas terapias hormonales no siempre son informados en su totalidad. A partir de la estimulación ovárica se obtienen grandes cantidades de óvulos y embriones que, sin embargo, no son implantados en su totalidad. Pero junto a los efectos clínicos, es preciso mencionar que las drogas de estimulación ovárica y aquellas que se prescriben luego de realizada la transferencia embrionaria, provocan sensaciones similares a las del embarazo como náuseas, vómitos y mareo, generando no solo el malestar corporal sino también expectativas confusas. Al iniciar los ciclos de reproducción asistida, las parejas firman un consentimiento en el que costean la criopreservación durante un cierto tiempo. Si, una vez superado ese lapso temporal, la pareja no desea implantar los embriones sobrantes, estos quedan a disposición de la clínica. ¿Qué sucede con los embriones sobrantes? ¿Se descartan? ¿Se utilizan? ¿Con qué fines se utilizan? ¿Se implantan en otras mujeres o se destinan a la investigación? ¿Cómo se regulan estas situaciones considerando que, en muchos países aún no se encuentra legislada la criopreservación de los embriones? (Sánchez, 2005, 2008).
Desde la mirada de Charis Thompson, esta vertiente feminista estableció una conexión entre eugenesia, saber biomédico y control de la reproducción de las mujeres a través de la que atribuyeron a la medicina reproductiva el «sometimiento de las mujeres a una vigilancia cada vez mayor» (2005: 58). Deudora de esta visión centrada en el control de las mujeres, FINRRAGE (Feminist International Network of Resistance to Reproductive and Genetic Engineering), una de las voces que se pronunció radicalmente en contra de las tecnologías de reproducción humana asistida, caracterizó la medicina reproductiva como la versión renovada de la esclavitud, encargada de producir y reproducir ideales eugenésicos, racistas y sexistas. Asimismo, para la FINRRAGE tanto las políticas que favorecen la natalidad a través de las tecnologías de reproducción humana asistida como las políticas antinatalistas son «dos caras de la misma moneda»[1] en la que el control masculino atraviesa el cuerpo de las mujeres.
Si en el marco interpretativo optimista, las tecnologías reproductivas simbolizaron el acceso al progreso científico y la emancipación de las mujeres, en el pesimista se enfatiza que éstas consolidan la relación lineal entre las mujeres y la maternidad, garantizando el orden patriarcal. Y dado que no se trata de tecnologías socialmente neutras, el feminismo debía proponer nuevas lógicas de poder alrededor de las cuales se estructura la medicina reproductiva para conquistar usos emancipadores de las mismas.
4.3. Marco interpretativo centrado en la diversidad
Hacia los años 90, la convergencia del feminismo con el posestructuralismo desemboca en desarrollos teóricos y políticas de identidad que problematizan la subjetividad, el sujeto político del feminismo y un orden social que produce y reproduce relaciones ancladas en el género. Cuestionando esa misma base anatómico-fisiológica que en los períodos anteriores se daba por sentada, Butler (2001) sostiene que realizamos una lectura binaria del sexo, codificada por el lenguaje y la cultura. El lenguaje y la vida social nos proveen del entrenamiento necesario para pensar el cuerpo sexuado como una realidad natural. Partiendo de esta consideración, Butler cuestiona la pretendida estabilidad teórica y binaria del sistema de sexo-género sobre la cual se edificaron los feminismos previos (Butler, 2001, 2006; de Lauretis, 1996; Cháneton, 2007; Femenías, 2006). Hacia fines del siglo XX y principios del XXI, la figurada estabilidad de las categorías sexo y género se redefine en tensión con el dimorfismo sexual y la legitimidad o abyección que éste dispensa. Guion de género, parodia, «performatividad» serán las nuevas formas de interpretar la manera en que los sujetos actúan su género.
A partir de la publicación de «El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad» (Butler, 2001) y de «El manifiesto ciborg» (Haraway, 1991), entre otros textos, el cuerpo y el género dejan de ser pensados en términos esencialistas para pasar a ser teorizados desde una perspectiva antiesencialista orientada a la deconstrucción del sistema patriarcal-heterosexual. La inteligibilidad de género refiere a cuerpos y géneros como productos de un proceso de significación: no existe un cuerpo anterior al proceso por el cual se le asigna la categoría de varón o mujer. En discusión con esquemas conceptuales cuyo punto de partida es la existencia de un soporte biológico sobre el cual se proyectan e imprimen representaciones sociales generizadas, la perspectiva antiesencialista propone otros puntos de partida teóricos, críticos del dimorfismo natural. En esta vertiente, el cuerpo no puede ser pensado como una sustancia pre-discursiva o pre-cultural porque son, precisamente, el lenguaje y la cultura los elementos que dan forma a la inteligibilidad de género organizada en torno al binarismo sexual. Con ello, el orden binario varón-mujer se sostiene en la exclusión material, simbólica y de nominación de aquellos cuerpos que no cumplen la norma.
La perspectiva antiesencialista no se circunscribe al análisis de la subjetividad sino que también permite repensar el sujeto del feminismo. La representación falogocéntrica y organicista ya no sirve de sustento a los colectivos homogéneos de los primeros períodos de producción feminista. En el enfoque de Butler, la política feminista puede prescindir del sujeto homogéneo al cual se pretendía «representar» para «liberar», fundando la movilización feminista sobre nuevas bases (2001: 37). En cambio, se trata de un sujeto político heterogéneo y atravesado por un entrecruzamiento de diferencias.
En línea con estos nuevos enfoques, en la actualidad se encuentra en ciernes un marco interpretativo centrado en la diversidad que ha logrado aglutinar posturas diversas. Tomando distancia con aquellas enunciaciones según las cuales las tecnologías reproductivas esclavizan y convierten a las mujeres en prostitutas reproductivas (Stanworth, 1987: 16), el marco interpretativo centrado en la diversidad hace hincapié en el potencial de las tecnologías de reproducción humana asistida para reconfigurar los modos tradicionales de concebir y formar familias. Asimismo, y partiendo de un sujeto político heterogéneo y atravesado por diferentes asimetrías, se sostiene que la reproducción tecnomediada no impacta del mismo modo en todos los individuos. Puesto que «nuestros cuerpos no nos imponen una experiencia común en cuanto a la reproducción» (Stanworth, 1987: 78), pensar en términos de grupos homogéneos que se apropian o delegan sus capacidades reproductivas impide pensar en otras implicaciones propias de las tecnologías reproductivas.
Advirtiendo que la medicina reproductiva puede de reconfigurar el ámbito de la familia heterosexual, la formación de familias monoparentales y LGTBI es un punto inobjetable de este encuadre. Inclusive quienes critican otros aspectos de la medicina reproductiva, tales como la comercialización y el anonimato de la donación de gametos, coinciden en que estas nuevas modalidades familiares surgidas junto a las tecnologías reproductivas son un punto a favor de las mismas. No obstante las nuevas posibilidades que brinda la medicina reproductiva en la desestabilización del sistema heteronormativo, no se pueden soslayar que éstas requieren -a su vez- de otras mujeres: algunas impelidas por discursos altruistas, tradicionalmente atribuidos a las mujeres, y otras que, en la búsqueda de recursos económicos ingresan a la medicina reproductiva como aportantes de óvulos o úteros (Rivas Rivas y Jociles Rubio, 2020).
Para las mujeres que donan óvulos, existen riesgos asociados a la hiperestimulación ovárica tales como la formación de quistes o la probabilidad de contraer cáncer ovárico, el riesgo de menopausia prematura, intolerancia o efectos secundarios propios de la medicación, hemorragia por punción accidental de vasos sanguíneos o torsión ovárica o bien compromisos para su propia salud reproductiva son algunos de los otros riesgos que se incrementan en el caso de donar reiteradamente (Tober y Pavone, 2018: 273). En relación a este punto, Ariza sostiene que estos riesgos se vinculan con el rol de «proveedora de trabajo clínico, esto es, de un tipo de trabajo corporal en el que la biología de la persona está involucrada» (Ariza, 2016b: 363). Los riesgos presentes en el mercado de óvulos se encuentran también en el mercado de úteros. En busca de legislaciones favorables y menores costos, un número en ascenso de parejas se moviliza a diferentes puntos del mundo en pos de una gestación sustitutiva dando forma a lo que la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología[2][2] denomina cross-border reproductive care. Esta modalidad es objeto de cuestionamientos por atraer a mujeres de sectores pobres para actuar como madres sustitutas para parejas de altos ingresos de los países centrales (Shah, 2009; Sarojini, Marwah y Shenoi, 2011). Junto con el refuerzo de la imagen tradicional del cuerpo femenino como cuerpo reproductor, la subrogación de útero escinde definitivamente el cuerpo de sus productos (células reproductivas, bebés) y de la crianza.
Lejos de la antigua pasividad asignada a las mujeres que recurrían a las tecnologías reproductivas, el marco interpretativo centrado en la diversidad se sostiene sobre la «heterogeneidad y contingencia del cambio tecnológico» (Wajcman, 2006: 17) y en la capacidad de agencia de quienes recurren a ellos. En este sentido, se destaca que el diseño de las tecnologías y el uso de las mismas no implica una relación mecánica, es decir, pueden surgir usos no previstos, próximos a la queerización de la reproducción (Mamo, 2007) o bien estrategias de negociación entre los diferentes actores.
4.4. Los marcos interpretativos feministas y las trayectorias de reproducción tecnomediada
¿De qué modo se replican los debates feministas en las TRTM? Si las capacidades reproductivas y el rol maternante forman parte de un guion de género (Butler, 2006: 106) considerado como ontología prediscursiva, la infertilidad destina a los cuerpos no reproductivos a una zona abyecta. Las tecnologías reproductivas prometen desmarcar a esos cuerpos infértiles de la zona del estigma, y cuando el tratamiento favorece un embarazo, las mujeres infértiles son reinscriptas dentro de la amalgama que vincula el cuerpo femenino con la maternidad. Para las mujeres heterosexuales en pareja, el objetivo es lograr un embarazo -fruto esperado de una unión heterosexual- y con ese objetivo, las mujeres involucran su cuerpo y subjetividad de innumerables maneras, principalmente experimentando con técnicas de creciente sofisticación o repitiendo los intentos, solapando los tiempos individuales y de la pareja a los de la medicina reproductiva (Thompson, 2005: 242). Aun cuando el factor de infertilidad es masculino asumen el objetivo como el resultado de su esfuerzo, a costa de su compromiso físico y psíquico.
En suma, la medicina reproductiva continúa suscitando derivas paradójicas para los feminismos: la histórica batalla por desmarcar a las mujeres de la maternidad obligatoria suma un nuevo capítulo. Según Farquhar, la medicina reproductiva permite «transformar las concepciones tradicionales sobre la reproducción, la naturaleza, el cuerpo y las relaciones sociales» (1996: 14). Sin embargo, una misma técnica, en contextos diferentes, puede conllevar un refuerzo o un resquebrajamiento de la mecánica asociación entre mujer y madre.
En las trayectorias analizadas se ponen en juego una retórica de la genética que explica el esfuerzo por desplegar la maternidad en tanto rol tradicionalmente conferido a las mujeres. La reiteración de ciclos tecnorreproductivos homólogos con el propósito de procrear una descendencia genéticamente ligada se desarrolla bajo la égida de la retórica de la correspondencia. Esta retórica emerge con vigor cuando se exalta la conexión genética, la gestación y los roles de género al interior de la familia y constituye el sustrato sobre el cual se edifica la familia heterosexual. En consonancia con los ideales heternormativos, la maternidad emerge aquí como necesidad y destino para las mujeres heterosexuales. La retórica de la correspondencia entiende la reproducción tecnomediada como una estrategia que permite reordenar una situación de desviación del guion de género tradicional.
El riesgo predominante en esta retórica es el que encarna la infertilidad: sufrir la exclusión social por no poder procrear es un abismo subjetivo que impulsa a buscar lograr la maternidad con el propio material genético. Una vez realizado el ingreso a la medicina reproductiva, las mujeres que adhieren a esta retórica desestiman cualquier riesgo físico o psicológico: la voluntad de procrear descendencia genéticamente correspondiente es una fuerza arrolladora que minimiza los riesgos corporales y subjetivos que las TRTM traen aparejados. Adscribiendo a los ideales heteronormativos, se verifica la negativa de los varones a recurrir a donantes de esperma por cuanto esto supone una vulneración en la transmisión de la herencia, no solo entendida en términos de propiedades materiales sino también simbólicas.
Las trayectorias de reproducción tecnomediada que interpretan la utilización de tecnologías reproductivas como parte de circunstancias biográficas y orgánicas imprevistas pero posibles se despliegan en el marco de la retórica de la contingencia. La retórica de la contingencia relativiza la correspondencia sanguínea realzando el vínculo cultural que une a madres/padres e hijos/hijas. De este modo, toma distancia de los mandatos heteronormativos y sitúa la conformación de una familia en el ámbito de lo íntimo-biográfico. La transmisión genética no forma parte de las expectativas de quienes se identifican con esta retórica y, en sintonía con ideas renovadoras en torno a los géneros, la maternidad emerge como probabilidad. Dado que la ingravidez no comporta un riesgo subjetivo terminante y que la maternidad es entendida como una probabilidad, se pueden considerar recursos tales como recurrir a gametos donados tanto en una pareja como por fuera del contrato matrimonial o a través de la adopción, todas formas válidas de concretar el legítimo deseo de componer una familia.
Así también, el riesgo puede ser evaluado y pueden realizarse estimaciones prácticas más realistas que habilitan otras formas de conseguir el proyecto maternal. Las circunstancias que derivan en el recurso a las tecnologías reproductivas encarnan -ya no el desgarro por un ideal incumplido y la imposibilidad de vehiculizar la identidad individual y familiar a través del ADN- sino una coyuntura inesperada pero asumida como parte de la biografía. Del mismo modo la maternidad constituye una probabilidad deseada con vigor y para la cual se está dispuesta a recurrir a medios diversos. La retórica de la contingencia es invocada no solo cuando se relativiza el lazo genético como fuente de legitimación familiar, sino cuando se problematiza la actuación de ésta como fundamento de los roles de género al interior de las familias.
El eco de los marcos interpretativos feministas, el acceso a las prácticas por parte de las mujeres se encuadra dentro de los marcos normativos vigentes. En la Argentina, la reproducción tecnomediada se encuentra regulada por el Estado Nacional y la oferta se estructura en un modelo público-privado. Aunque con límites variables en cuanto a su cobertura, las prácticas se encuentran consideradas dentro de las prestaciones básicas de salud dentro de las obras sociales y empresas de medicina privadas. Así también, para las mujeres que no cuentan con cobertura médica o servicios de medicina privada, se encuentran disponibles los servicios ofrecidos por los hospitales públicos que se encuentran limitados por las restricciones presupuestarias y de equipamiento propias del sistema público de salud. Así, los sistemas regulados público-privados involucran lógicas, actuaciones y compensaciones diferentes a los sistemas en los que rige el libre mercado. Si en los países anglosajones de tradición liberal las regulaciones sobre las tecnologías reproductivas interpelan a sus potenciales usuarios/as como clientes, en el contexto sudamericano, signado por procesos políticos específicos, la reproducción asistida fue interpretada en términos de derechos y no como un consumo. A continuación, en el capítulo 5, se examinan los marcos normativos vigentes y de qué modo estos moldean el acceso a las tecnologías reproductivas.