Padre Tomás Llorente
Al decir “residencia de ancianos” nos cuestionamos si es digno o si deshonramos a nuestros mayores a la hora de decidir qué hacemos. Es claro que es comprometido, pues por un lado nos enseñan: “honrarás a tu padre, a tus mayores” y, por otro, en uso de su libertad tenemos que definir nosotros, tomando decisiones por ellos, ya que no pueden hacerlo solos. Así, vemos que lo único que les queda es el amor que nos dieron y esperan nuestra respuesta para que les demos lo mejor. Por eso, no les privaremos su capacidad de decisión, sino que les ayudaremos a que sean felices.
Lloramos ante la idea de una residencia de ancianos. Muchas veces he escuchado que es un depósito de personas que molestan en la sociedad. Siempre pienso que no hemos entendido el sentido profundo de lo que es vivir en un centro hecho para que pasen el fin de semana, es decir el fin de semana de la vida. No es la última opción sino más bien es la respuesta a la soledad del anciano.
Como consecuencia de las exigencias del mundo de hoy los ancianos se sienten muy solos. Esto se debe al ritmo de cada casa, donde suelen trabajan todos sus miembros; donde los jóvenes están encerrados en sí mismos y en su música. En esta situación, los ancianos sufren la soledad durante el día y esperan que lleguen sus familiares para conversar por las noches. Pero todos llegan cansados y cargados de problemas, de modo que no se dan cuenta de esa necesidad del abuelo. Puede ser que no nos molesten, pero no tenemos ni tiempo ni paciencia para estar con ellos. No aceptamos que nuestro ser querido sea así, cuando en realidad queremos que sean los de antes. Y así viven en un profundo abandono.
Por eso pienso que no hemos entendido que aún tienen muchas cosas que contarnos, que puede ser que repitan muchas veces lo mismo, pero nos aman tantas veces más.
En la residencia, el problema de la soledad encontrará respuesta al compartir con sus pares. Comerán juntos, se quejarán juntos, pelearán por la silla sabiendo que el que más corre tiene ventaja y pasarán muchos ratos acompañados. Aparentarán estar aburridos, pero no estarán solos y así verán cómo transcurre su vida, sabiendo que hay alguien a su lado.
Otras veces nuestra preocupación es la soledad que quizás no podemos resolver. Por eso hay una palabra que no podemos olvidar que es: ABANDONO. Este sentimiento produce una gran angustia y vacío en nuestro adulto mayor, porque no hace bien estar siempre esperando sin obtener una respuesta. Esto realmente nos tiene que remorder la conciencia, ya que, si lo vivimos así, les vamos quitando la ESPERANZA.
Con el abandono les quitamos la ilusión de la “espera”. Allí no podemos disculparnos. Ellos tuvieron tiempo para nosotros y como dijo mi madre en un momento de lucidez: “Yo crié a doce y doce no pueden conmigo”. Pero sí pudimos. Ella vivió un año conmigo en la residencia sin saber dónde estaba y sin reconocerme, pero yo sabía que ella era mi madre.
En ocasiones nos molesta llegar y ver que nuestro ser querido no nos reconoce y que no tienen temas de qué hablar con nosotros. Me pregunto si en esos momentos reaccionamos en positivo, por ejemplo, buscando su álbum de fotos donde puede verse joven. ¿No ven que su camino es compartir con esa experiencia de conversión de sus sueños en realidad?
No perdamos las oportunidades de vivir experiencias lindas que nos llenarán de alegría. Dejemos que ellos nos sorprendan e incluso nos ayuden a soñar. ¿Saben que nos pueden dar mucho?
Ahora compartiré experiencias vividas en la residencia, que intuyo ayudarán a tomar contacto con esta realidad en el día a día.
Una abuela esperaba siempre al hijo, pero él no llegó nunca en tres años. Cuando murió lo llamé y al decirle que estaba muerta me respondió: “Cómo puede ser ahora que tanto la necesitaba”. Fueron irrepetibles mis palabras, pues no soporto el abandono.
También un médico, a quien su padre había pagado gran parte de la carrera y le había dejado su herencia, lo internó en una clínica el día de Navidad porque él trabajaba para no tener que llevarlo a su casa. Este padre nunca trajo a sus nietos durante varios años. Este abuelo era el hombre más bueno que se puedan imaginar y sus nietos se perdieron la posibilidad de conocer y disfrutar de esa gran bondad. Dios quiera que no guarden los nietos la cama de la clínica para ese padre.
El último caso que les relato es el de una abuela con la que hablé al cumplir sus 95 años. Le recordé que habíamos sido novios y —asombrada— me pidió que no contase nada, pues le había dicho que era muy atrevida. ¡Qué lindo que pueda vivir un rato de sueños! La hice joven por un minuto, pero en su mente ya quedó grabado ese momento. Cuantos minutos perdemos para muchas cosas; sin embargo, invertimos pocos para los que Dios puso en nuestras vidas, para ayudarnos a ser lo que hoy somos.
Hay muchos ancianos con Alzheimer y entre ellos mi madre. Cuántos días tristes y hasta diría de llantos hemos pasado. Parecía que, como todas en esa situación, se perdía lo mejor de mi vida. Un día encontré la respuesta en el profeta Oseas: “Te llevaré al desierto y volveremos a vivir como cuando nuestro primer amor”. Es por eso que le mostraba una y otra vez el lugar donde vivía y siempre era novedad para ella. Hoy me resuena aún su: “quiero ir a la casa de mi abuela”.
Íbamos y volvíamos juntos en dos minutos, bajando en el ascensor y volviendo a subir, para ver la casa que le había comprado mi padre. Solamente dos minutos necesitaba mi madre para satisfacer sus deseos. Sin duda que repetiría, pero yo tenía que estar para dedicarle una vez más esos dos minutos. Todo era lindo y nuevo para ella. En un minuto toda una vida se erigía como novedad.
Quiero terminar ayudando a todos para que vean que merece la pena pasar muchos momentos de su vida al lado de los que no los reconocen, pero que ustedes saben muy bien quiénes son. Tengo un abuelo que a la mañana viene a dar el desayuno a su esposa y así en todas las comidas. Le pregunto por qué viene, si ella no lo conoce, y su respuesta es muy clara: “yo la amo, es mi esposa”. Sin hablar, la contempla y se va sin saber qué siente ella, pero él sabe que vivió un día más con su amada.
Les contaré una última historia de amor para que vean que al lado del anciano podemos crear maravillas. Aclaro que soy sacerdote. Una religiosa de la residencia les decía sus señoras en el momento de ir a dormir: “sueñen con los angelitos”. Una de ellas llamada Ana María siempre repetía lo mismo: “Yo sueño con uno de carne y hueso”. Dado que era poetisa con varios premios, todos los días a la mañana me recitaba la poesía que me escribía. Un día me avisaron que estaba en terapia intensiva. Voy a darle la unción y al decirle que soy el Padre Tomás me dice: “Lo esperaba. ¿Sabía que estoy enamorada de usted? Mi respuesta no se hizo esperar: “Yo también de vos”. A lo que ella me respondió: “Por qué no me lo dijo antes?”. “Habría sido un escándalo, quitarme la sotana”, le respondí. Luego, me pedía besos mientras le daba la unción de los enfermos. Y quería estar a mi lado. En ese momento, les pregunté al médico y a la enfermera si alguna vez habían visto una declaración de amor en terapia, a lo que me respondieron que nunca y menos de un cura.
A todos los que me escuchan quiero recordarles que un beso, una caricia, un poco de tiempo para nuestros ancianos es simplemente un signo de agradecimiento por todo lo que nos han dado. Junto al álbum de fotos pongamos dibujado un corazón, que es lo que encontraremos en nuestros ancianos, pues su vida se ha desgastado dándonos lo que tenían. Su historia quedará en nuestros corazones. Será la historia que contaremos a nuestros hijos. Ellos miran al pasado y nos invitan a hacer con amor el futuro, sabiendo que están amando como pueden y saben.
¡Qué gastadas estaban las manos de mi madre y qué linda era su mirada, que me permitía ver su amor y dulzura! ¡Así son nuestros ancianos cuando los amamos!
Por todo esto, cuidado con el abandono pues, eso es deshonrar.