La Revista de Policía de Montevideo (1904-1907)[1]
Daniel Fessler
Introducción: policía y crecimiento del delito
Los primeros años del siglo XX, como ya había venido ocurriendo en las últimas décadas del XIX, estuvieron marcados por la denuncia del crecimiento del delito en una ciudad de Montevideo que experimentaba transformaciones radicales. En el transcurso de ese período pareció redibujarse el mapa urbano a partir de fenómenos como el fuerte movimiento migratorio y la multiplicación de sus habitantes (de 176.000 en 1885 a más de 303.000 en 1905) y el consiguiente desarrollo urbano. Así, la capital uruguaya se fue expandiendo, ampliando su casco tradicional.
La Jefatura Política y de Policía de la Capital comenzó a plantear la complejidad de esta nueva realidad de aumento de la densidad de la población montevideana y la extensión de la zona de control. Mientras tanto, el número de agentes se mantuvo prácticamente estable. Estos, se señalaba con insistencia, debieron además combatir una criminalidad cada vez más profesionalizada y trasnacional. Problemas como la alta movilidad de la delincuencia (especialmente entre las ciudades de Montevideo y Buenos Aires) o delitos cada vez más complejo como el proxenetismo y la “trata de blancas” o el tráfico de “alcaloides” comenzaron a ser denunciados con preocupación. La reestructuración realizada en 1887 separó a la policía municipal de la policía de seguridad quedando esta última a cargo de la averiguación de los delitos y la captura de los delincuentes. De todas maneras, se continuó planteando la necesidad de su reformulación en procura de adecuar a la institución a las nuevas formas asumidas por una delincuencia sindicada como cada vez más organizada. Los índices criminales habrían tomado niveles alarmantes, tornándose cotidianos los cuestionamientos de los periódicos:
La prensa no consigna ni una milésima parte de los robos que a diario se cometen en el Departamento de la capital, robos que han llegado a alarmar por su cantidad al propio gobierno.[2]
Inclusive, a fines de marzo de 1902, el Jefe de Policía de Montevideo, Coronel Ignacio Bazzano, se reunió con el presidente de la República, Juan Lindolfo Cuestas, para discutir la situación de inseguridad, insinuando algunos diarios como La Tribuna Popular el posible reemplazo.[3]
Durante este período, en la prensa capitalina el delito fue cobrando una presencia regular que incluyó la cobertura diaria. Su creciente importancia se manifestó muchas veces en el traslado desde los espacios interiores tradicionales (“Crónica Policial”, “Gacetillas”) a las propias portadas de los periódicos ante crímenes que conmocionaron a la capital. Los títulos impactantes y la descripción minuciosa de los hechos de sangre, especialmente homicidios con un alto componente de violencia, estuvieron dirigidos a captar el interés de los montevideanos. Acompañando comúnmente con un destacado “todos los detalles”, sus lectores pudieron seguir día a días los acontecimientos. El relato, diría en sus páginas el diario católico El Bien, se concentró en los pormenores para llegar a los “oídos de la mayoría de la gente del pueblo”.[4]
La sociedad del novecientos conservó destacados niveles de violencia que se evidenciaron en una presencia de delitos contra las personas propios de los “delincuentes de los tiempos bárbaros”.[5] Sin embargo, pese a plantear la responsabilidad de las instituciones de control por la pervivencia de este tipo de hechos, las críticas se concentraron mayoritariamente en los actos que afectaron a la propiedad. Los robos, se denunciaba, se multiplicaron frente a la pasividad policial.
Sin dudas, la prensa capitalina tuvo un papel destacado en la erosión de la imagen de la policía, a quien señaló por su incapacidad y condenó por su impotencia para hacer frente a la criminalidad:
Se proclaman a diario las excelencias de nuestra policía, a quien se quiere elevar al nivel de las mejor organizadas de Europa, pero los hechos con su elocuencia incontrovertible desmienten aquellas y colocan a ésta en su justo medio.[6]
Los duros cuestionamientos a la Jefatura Política y de Policía de la capital parecen en muchos casos haber tomado forma de campaña. Particularmente en diarios como La Tribuna Popular, que destacó día a día el aumento de los robos (incluso con una prolija enumeración). La prensa más cercana al Poder Ejecutivo pretendió responder su prédica, sin por ello asumir una actitud de cerrada defensa a la policía. Veían en estas prácticas, como señalaba el diario El Día de José Batlle y Ordoñez, más allá de los cuestionamientos a la propia institución, “un nuevo filón” para “su propaganda” contra el gobierno.[7]
Desde las propias filas de la policía pareció necesario asumir la defensa del cuerpo y de sus integrantes a través de una publicación que representara los intereses de la corporación. La aparición entonces de La Revista de Policía vino a relacionarse con la necesidad de construir un espacio propio. Un medio que, respondiendo a la especificidad de la función, rescatara la actividad policial difundiendo sus éxitos y exaltando la figura del agente que enfrentaba día a día los riesgos de la calle. Ante la presencia de una delincuencia cada vez más compleja y organizada, la publicación se propuso también cumplir una “función pedagógica” divulgando los avances científicos en el “combate” de la criminalidad.
Si bien el nuevo órgano no se asumió como un espacio gremial clásico ni sirvió como elemento aglutinador de los policías, funcionó de alguna manera como un medio para la amplificación de una serie de planteos de los integrantes del cuerpo. Por lo menos, como fueron percibidos por aquellos mandos que tuvieron vínculos directos con la revista. Como ha señalado Marcos Bretas, la estrategia de legitimación policial comenzó con aquellos que ocuparon posiciones jerárquicas.[8]
Una revista de policías
La Revista de Policía de Montevideo fue una publicación mensual aparecida entre noviembre de 1904 y marzo de 1907. A pesar de la ausencia de un marco explícito de ese tipo, se presentó a sí misma como un componente de “la repartición nacional de que formamos parte”.[9] Esta definición, que se reafirmó en sucesivas ediciones, es constatable a la hora de los balances tan propios de los números aniversarios. Al conmemorar su segundo año de vida, desde el editorial se congratulaba del cumplimiento de sus objetivos fundacionales, reivindicándose como un instrumento destinado a la protección de los “compañeros” y dedicado a:
la defensa de los intereses de nuestra Institución Policial, y cuyos progresos y reformas hemos acompañado con verdadera fe y entusiasmo de las que llevan al alma el consuelo de grandes esperanzas![10]
Pese a los casi treinta números de la Revista de Policía de Montevideo, ignoramos aspectos editoriales básicos como los datos de la administración o del lugar donde se imprimía. Tampoco figuraba el precio de venta, por lo que el conocimiento del mismo se debe inferir de algunas comunicaciones publicadas en la propia revista. De todas maneras, en sus páginas interiores es posible recoger algunas pistas sobre el costo, la comercialización y sus lectores.[11] En este último punto, la suscripción a la revista por integrantes de la institución parece simultáneamente despejar dudas sobre el público habitual y su sostén económico (aunque no es posible descartar el apoyo material de la Jefatura montevideana). Entre sus receptores fueron destacados por los editores los funcionarios jerárquicos, como ocurrió con personal de la Jefatura de Policía de San José, de donde llegó el pedido de suscripción de “veintiséis empleados superiores”[12] o el Comisario de Paysandú, Ulpiano C. Martínez.[13] El vínculo con este sector parece confirmarse en el espacio destinado a la comunicación con sus lectores con la presencia de oficiales como Julio Mourigán, comisario de la 22ª Sección de Montevideo. Igualmente, en un cuerpo tan jerarquizado como la policía, es probable la existencia de una apuesta de la dirección por divulgar la adhesión de los mandos como “incentivo” para la suscripción de los miembros de menor rango.
La ausencia de datos se extiende a la información sobre el tiraje de la revista y los puntos de venta. Aunque existieron reclamos sobre la necesidad de incorporar “agentes en todo el país”, resulta plausible presumir que, por la vía de los hechos, los administradores de la revista pudieron haber hecho uso de los mecanismos administrativos de la propia policía. Ello habría posibilitado la llegada de sus ejemplares a las comisarias distribuidas en todo Uruguay.
La Revista de Policía se caracterizó por un diseño sencillo que mantuvo una tipografía clásica, en blanco y negro, y no registró en el transcurso de sus veintinueve números variantes sustanciales.[14] En sus páginas, el texto tuvo un claro dominio sobre las imágenes. Especialmente en lo que respecta a las ilustraciones, que resultaron excepcionales, y fueron empleadas comúnmente para complementar la explicación de cuestiones técnicas de ciertos niveles de complejidad. Por ejemplo, la función de la policía ante los “peligros de la electricidad”.[15]
Desde su segundo número contó con fotografías utilizadas generalmente con “carácter auxiliar”[16] y que sirvieron en reiteradas oportunidades para dar a conocer a policías destacados por sus acciones. Despersonalizado por la crítica de las crónicas periodísticas, la foto humaniza la figura del agente que, como el Guardia Civil de la 7ª sección Santos Tucuna, impidió que un niño de dos años fuera atropellado por vehículos. Estas instancias, que permiten exaltar el arrojo del policía que evita desgracias mayores, se repitieron en el transcurso de la historia de la revista. Inclusive, cuando el hecho concluyó con la pérdida de la vida de un oficial como el guardia civil Manuel Andeon Romero, quien recibió un disparo en su rostro falleciendo “después de crueles sufrimientos”. Presentado como “una víctima del deber”, la revista realizó una extensa cobertura que trascribió discursos e incorporó fotos del cortejo fúnebre que trasladó los restos de Romero hacía el Cementerio Central.[17]
Igualmente, no solo se recogieron acciones de valor y de heroísmo que se vinculaban más directamente con la función. Entre los actos destacados se reiteraron aquellos que por sus características dan prueba de la honradez del cuerpo. Sin dudas, no es casual la reafirmación de una condición que frecuentemente resultó cuestionada al insinuarse desde los diarios casos de complicidad de los agentes con los robos. Así se resaltaron en la revista numerosas situaciones en que policías realizaban devolución de dinero o bienes valiosos que encontraron en la vía pública. Frente a las penurias de sus miembros y las limitaciones presupuestales se recogió la honestidad del policía de a pie. Ejemplos de ello son el guardia civil Vicente Villot Vargas, quien entregó a su superior un reloj de oro con diamantes que había encontrado, de Isabelino Vázquez, que hizo lo propio con billetes de la lotería de caridad hallados en la calle, o de Vicente Ferreyra Campos, que reintegró un paquete con $50 lo que “hace comunes los actos de honradez”. [18] “Timbre de honor para la institución policial”[19], estos actos “dan pruebas a menudo de los buenos y honorables servidores con que cuenta hoy nuestra institución policial”.[20] Inclusive, en la edición de noviembre de 1905, la revista cubrió la entrega de los “premios estímulo” concedidos por la Policía de Investigaciones, publicando los retratos de los tres ganadores. Esta práctica se reiteró en los dos números siguientes.[21]
Igualmente, pese a la presencia habitual de estos espacios dedicados a la promoción de policías y sus acciones, habrá que esperar al número 20 para la apertura de una sección regular con ese destino. Así, en la edición correspondiente a junio de 1906, se comenzó a publicar una “Galería de servidores destacados”. El anuncio de un espacio nuevo refleja un aspecto medular del “programa”, como fue la promoción de la policía. Se señalaba que se buscaba destacar a aquellos agentes acreedores de la “estima” de la institución y del “pueblo”. [22] Sin dudas, la demanda de la valoración de la población parece ser una idea clave y el reconocimiento de la labor del policía se propone como un acto de estricta justicia.
Esto se evidencia aún más frente a lo que se señalan como acciones exitosas en la represión del crimen, como la detención de un delincuente “célebre” conocido como el “Gavión de la Ville”. Recluido en Montevideo, y evadido del hospital donde se encontraba, fue capturado nuevamente por un joven agente:
“un verdadero representante de nuestra policía a la única que no ha podido escapar en su gira por América del Sud, donde cuenta por docenas sus hazañas de este género” […] “para nuestra Policía, ya no hay audaces, ni terribles, que no caigan bajo su acción moralizadora y enérgica. Honor a ella”.[23]
“La defensa de los intereses de nuestra institución policial” [24]
La Revista de Policía de Montevideo apostó a instalarse como un órgano corporativo que representara los “intereses” de la institución. Definida como una “tribuna libre” procuró hacerse eco de los reclamos de sus integrantes promoviendo y reivindicando algunas causas como el “servicio fúnebre policial” o los derechos jubilatorios (para la que tomó el ejemplo de la legislación argentina). Este posicionamiento se vio favorecido por el beneplácito de la Jefatura de la Capital y un relacionamiento privilegiado con sus autoridades (cuando no formó parte de ellas). Su apoyo se hace notorio en publicaciones oficiales como en la Memoria de la Jefatura de la Policía de la capital del año 1906 en donde se resaltó la valía de la revista en la promoción de los intereses de la institución “conquistando un puesto respetado” dentro del “periodismo nacional”.[25]
Así, pese a no figurar con anterioridad, en el número correspondiente a febrero de 1907 y previo a su reemplazo como Jefe Político y de Policía de la Capital, se señaló al Coronel Juan Bernassa y Jerez como su fundador. Arturo Brizuela, secretario de la Jefatura y posteriormente Jefe de la Policía de Investigaciones de Montevideo, ocupó la dirección de la revista.[26] Si bien no presentó a sus lectores un consejo editor, contó con un grupo de colaboradores estables que acompañó su trayectoria. De todas formas, si atendemos a los reclamos públicos de la dirección, se trató de un núcleo reducido que no logró extender el involucramiento a todo el “elemento ilustrado que milita en la repartición policial”.[27]La “nomina” parece ampliarse con articulistas que hicieron uso de seudónimos. Práctica poco frecuente, la temática abordada permite suponer que tras nombres peculiares como Charles, Nimio, Artagnan, Mont-Calm, Kirchoff o Picolet se encuentran varios de sus articulistas habituales. [28]
En algunos de sus números, recibió la colaboración de personalidades de prestigio como los doctores José Pedro Massera y Pedro Figari. Con una extensa trayectoria política y vínculos con la administración de justicia y el sistema penitenciario fueron además figuras centrales de la causa a favor de la abolición de la pena de muerte. Pese a su formación jurídica no solo escribieron sobre temas técnicos como la pertinencia de la aplicación de la identificación de criminales y la defensa social, sino que efectuaron planteos sobre la propia policía. Destacaron la importancia de la concreción de una revista especializada como un aporte sustancial para la transformación del cuerpo y la capacitación de sus agentes en las modernas técnicas del combate al delito.
De todas maneras, el impulso de la revista estuvo reservado fundamentalmente a miembros de la institución, probablemente al grupo más cercano a la cúpula de la Jefatura, que escribieron regularmente como el comisario Francisco Iralour o Servando Montero, secretario de la Policía de Investigaciones. No parece un hecho casual la destacada presencia de actores vinculados a un sector que fue especialmente golpeado por una parte importante de la prensa que cuestionó la capacidad de control de la creciente criminalidad y su idoneidad para la represión del delito. La dura ironía de diarios opositores como La Tribuna Popular se concentró especialmente en la Policía de Investigaciones y sus agentes, empleando de manera mordaz expresiones como “sabuesos” o “sherlocks” para evidenciar sus fracasos profesionales. Significativamente, pese a este uso satírico del personaje de Conan Doyle, la Revista de Policía publicó en entregas, desde su primero número, la novela “El Gloria Scott” con las aventuras del célebre detective británico. Entretenimiento o modelo, las referencias se hacen gráficas en textos como los del doctor Pedro Figari que tomó como paradigma a investigadores provenientes de la ficción.
“No sería malo” –señalaba Figari– que “hubiera detectives con la flema sajona que confía en la paciencia, en la tenacidad, en la agudeza de observación, en el hallazgo de la prueba de la delincuencia, tanto como en la aprehensión del delincuente mismo”.[29]
La imagen de un agente tipo, con las virtudes de un investigador de novela, acoplaba con la prédica de una policía con una organización más moderna y científica y con un “personal más culto é idóneo” que formó parte del “programa” de la revista. Como lo destacaba en su editorial del 15 de enero de 1907, la policía se ha visto marcada por el progreso constante: “esto lo ven y lo palpan pueblo y gobierno”.[30]
“Hacia el progreso real de la institución” [31]
Una de las banderas centrales de la revista fue la de situar a la policía local en lo que consideró las mejores condiciones organizativas y técnicas para enfrentar a una delincuencia presentada cada día como más compleja. Ello obligaba a la institución a un desarrollo de recursos “paralelos” al de una “criminalidad que cambia de forma”[32]. La policía, señalaba el brasileño Antonio Bento de Faria en el Tercer Congreso Científico Latinoamericano, debía ajustarse a “las múltiples formas” que asumía una delincuencia que “no permanece estacionaria”. Por el contrario, tomaba formas “perfeccionadas” abandonando las características “rudas de las épocas primitivas”. Es por ello que las policías de los países limítrofes debían adoptar acciones coordinadas, rompiendo con las “prácticas empíricas y atrasadas”:
Hácese indispensable poner a su disposición los medios de investigación, de prueba y de represión más perfeccionados haciendo de modo que los progresos de la civilización puedan prestar a la justicia criminal más servicios que los que los malhechores han sabido utilizar.[33]
La “propaganda”, señalaba la “tribuna libre” en su primer editorial, permitiría cubrir cuestiones medulares de su funcionamiento, formando a los lectores en las nuevas técnicas para el control de la criminalidad. Precisamente, la Revista de Policía de Buenos Aires saludó desde sus páginas la “acción educadora” de una colega que con su prédica “permite disminuir las probabilidades de éxito de los delincuentes, y asegurar, en suma, la tranquilidad y el orden social”.[34]
Para ello, la revista promovió herramientas como el estudio comparativo de las policías, tomando como referencia los sistemas “más adelantados del mundo”. De esta manera, en consonancia con los cambios promovidos desde la Jefatura de Policía, avanzar en lo que consideraba “reformas convenientes” para adecuar a la institución a la nueva realidad.[35] Como parte de este esfuerzo transformador, comenzó a transcribir artículos de revistas del exterior, muchas veces obtenidas mediante políticas de intercambio. Si bien recibió algunas publicaciones europeas, fundamentalmente francesas e italianas, entre estas “voces amigas” se destacaban el Boletín de la Policía de Santiago de Chile y de la Provincia de Buenos Aires y las revistas policiales de San Pablo y Río de Janeiro. La apertura de la sección de “Todo el mundo”, a partir del número 15 (enero de 1906), estaría destinada a “reproducir todo aquello que relacionado con la Policía de otras naciones, tenga una utilidad directa o indirecta para nuestra policía”.[36]
La coordinación de acciones, el desarrollo y promoción de actividades entre los cuerpos de la región (y algunas de sus oficinas especializadas) tuvieron una repercusión directa en las páginas de la revista. Especialmente en lo que hace a la divulgación de las principales cuestiones que abordaban las agencias de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay (y en menor medida Paraguay).
Las estrategias para la lucha contra la delincuencia trasnacional y las nuevas formas de la criminalidad, el control de las “clases peligrosas” (dirigido especialmente al servicio doméstico), el proxenetismo, la “trata de blancas” y la prostitución o la temprana incorporación de la infancia en el mundo del delito fueron temas habitualmente abordados. Incluso, a medida que el intercambio con revistas policiales del exterior parece hacerse más fluido, los editores comenzaron a apelar al uso de crónicas de casos reales con “fines pedagógicos”. Ejemplos como el robo de la joyería de la calle Victoria 560 en Buenos Aires ilustra sobre la utilidad práctica del empleo del libro de “novedades” o la detención de José Ritter en Río de Janeiro, por ser un delincuente conocido, confirma la importancia de los prontuarios policiales. A estos últimos la revista dedicó un extenso artículo en su número 21 reafirmando su papel fundamental en las investigaciones criminales y la represión del delito. Destacando la base existente en la Policía de Investigaciones (1.500 prontuarios y 1.200 “ladrones y rateros” clasificados), señalaba la importancia de la extensión del control sobre aquellos identificados por sus antecedentes. Algunos mecanismos frecuentes, como por ejemplo el seguimiento y muchas veces la detención en el mismo puerto de Montevideo de personas recién llegadas desde Buenos Aires, evidencian la idea de que la “Policía debe saberlo todo y no olvidar lo que sabe”.[37]
Si bien no fue la norma, la revista contó también con algunos artículos de contenido científico de alta complejidad, incursionando en cuestiones que trascendieron la mera divulgación. Durante varios números se publicaron contribuciones sobre medicina legal escritas por Florentino Felippone (la Dosimacia pulmonar y las técnicas del examen pulmonar).
También, dentro de los espacios destinados a lo que podríamos llamar formación policial y represión del delito, los trabajos sobre la identificación de delincuentes ocuparon un lugar preponderante en la Revista de Policía de Montevideo. Sin dudas, la convicción de que su aplicación permitiría resultados concretos llevó a que los editores realizaran una clara apuesta por su divulgación. Probablemente ello motivó a que el tema apareciera de forma permanente en prácticamente la totalidad de sus números con artículos de integrantes de la revista, transcripción de aportes de personalidades destacadas en la materia (de Uruguay y del exterior) y noticias de los progresos de los dos grandes métodos que rivalizaron entre sí. El compromiso de colaboradores mayoritariamente provenientes de la medicina y vinculados de diversas maneras a la policía acentuó las definiciones de la revista. Participaron activamente en sus páginas el ya citado Florentino Felippone, ex médico de la Cárcel Penitenciaria y uno de los forenses de más dilatada trayectoria en la policía, Francisco de San Vicente, futuro Jefe de la Oficina Dactiloscópica (1914), y su antecesor Alejandro Sarachaga. Su presencia, especialmente la de Sarachaga, podría explicar el importante peso de los textos sobre los métodos de identificación en la revista. Pero también el notorio alineamiento a favor del sistema dactiloscópico frente al antropométrico.[38] Colaboraciones de personalidades y actores de relieve aparecieron de forma permanente. Procedentes mayoritariamente de Argentina contó con artículos de José Gregorio Rossi, Alberto Cortina y el propio Juan Vucetich. Pero también incluyo aportes de Félix Pacheco, director del Gabinete de Identificación de la policía de Río de Janeiro.
De cierta forma, la Revista de Policía de Montevideo acompañó el proceso de descredito del “bertillonaje” como una herramienta eficiente para las agencias de control y la progresiva sustitución por la propuesta de Vucetich. Recordemos que precisamente en 1904 fue publicada su Dactiloscopia comparada y en 1905 se realizó el Tercer Congreso Científico Latinoamericano en que este método obtuvo un fuerte respaldo.[39] Ese mismo año se efectuó en Buenos Aires la influyente Conferencia Internacional de Policía en la que participaron Pacheco, Sarachaga y el comisario Rossi. Seguramente, los crecientes contactos institucionales y los vínculos personales surgidos de este tipo de encuentros y de las visitas a las distintas oficinas posibilitaron el reclutamiento de articulistas del exterior. Estos fueron incorporándose en el transcurso del año 1905 en coincidencia con la reunión de las policías sudamericanas realizada en el mes de octubre en la capital argentina y en la que se procuraba firmar un convenio para el canje de antecedentes entre las oficinas de Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro y Santiago de Chile. El acuerdo, vale decir, motivó nuevas polémicas reviviendo las disputas en Uruguay sobre los métodos de identificación, destacándose particularmente la ocurrida en la Sociedad de Medicina en la que tras un informe de los doctores Turenne y Etchepare, Alfredo Giribaldi presentó sus objeciones a la ratificación. [40]
De esta manera, la aparición de la Revista de Policía de Montevideo la encontrará en el clímax de los enfrentamientos entre los dos métodos en Uruguay en medio de duras polémicas.[41] Si bien sus páginas reprodujeron información sobre ambos, resultan notorias las simpatías por el sistema dactiloscópico, a cuya difusión se entregó desde sus primeros números con colaboraciones de Alejandro Sarachaga. Notoriamente en sus columnas se promovió su adopción en Uruguay destacando los casos en que el sistema era seleccionado por las policías como ocurrió en países de la región. Así anunciaba en su número de marzo de 1906 la adopción en Bolivia y Perú como un éxito de un sistema que se generalizaba: “Cada día que pasa el sistema dactiloscópico de identificación adquiere mayor autoridad”.[42]
Conclusiones
Durante sus años de vida la Revista de Policía de Montevideo apostó a cumplir con una serie de objetivos “programáticos” mínimos que tuvieron como centro la defensa y promoción de los agentes y la mejora de su capacitación ante los nuevos desafíos que debía abordar la policía. En sus páginas, se reflejan también los intentos de influir en la visión crítica que la sociedad tenía sobre la institución y sus integrantes, respondiendo de alguna manera a los cuestionamientos aparecidos en los diarios de la capital. Igualmente, estos esfuerzos aparecen como muy modestos y resultan secundarios frente a otros aspectos preponderantes. De esta manera, no se presenta como una verdadera campaña, tal cual estudió Elisa Speckman Guerra para algunas revistas policiales mexicanas.[43]
Parece entonces prioritario para los editores consolidarse como un espacio reivindicativo para y de los miembros de la institución, a la que perteneció y cuyo accionar defendió. Lejos de todo posicionamiento confrontativo, su accionar “gremial” en cuestiones como las mejoras presupuestales o las condiciones de trabajo, tendió a un marco genérico escasamente dirigido al gobierno y exento de críticas a las autoridades policiales del momento. Inclusive, frecuentemente, adoptó un tono emotivo alejado de demandas concretas o puntuales.[44] Aspectos menos “tangibles” como el reclamo de una justa valoración de la sociedad a la labor de los agentes de policía se manifiestan como un planteo sentido que se repite “entre los hermanos y compañeros de sacrificio”.[45] Este “sacrificio” debería tener como resultado el enaltecimiento de una tarea que aumentaba en dificultades y riesgos frentes al crecimiento y especialización de la criminalidad. La necesidad de la “tecnificación” de la lucha contra esta delincuencia parece haber incidido simultáneamente en la búsqueda de ese mayor reconocimiento a la actividad y en el esfuerzo por generalizar la profesionalización de los agentes policiales. Para ello, cada vez más, debía romper con viejos atavismos para consolidar la existencia de guardias civiles modernos. La base era, entonces, un individuo “ilustrado” ajeno a las pasiones y consciente de la importancia de las funciones que cumplía.
Ante esta realidad, los editores de la revista promovieron la capacitación de los policías divulgando lo que consideraron los elementos modernos del combate al delito y saludando una serie de reformas organizativas que ensayó el Coronel Juan Bernassa y Jerez. No conocemos aún con exactitud la causa de que dejara de editarse la Revista de Policía de Montevideo, pero tal vez en este alineamiento con la administración puede estar el motivo de su desaparición. Asumida la Jefatura de Policía de la Capital por el Coronel Guillermo West, la prensa revela nuevas medidas y transformaciones en lo que significó una reorganización profunda del cuerpo, que fue apoyada desde el Ministerio del Interior. Entre las mismas, en unas breves líneas, La Tribuna Popular anunciaba en un sugestivo título la decisión del “cese de la publicación” de la Revista de Policía de Montevideo.[46] A su cierre, hubo que esperar más de una década para la existencia de una publicación significativa editada por policías. Recién en el año 1919 comenzaría a editarse el Boletín de la Jefatura de Policía, en este caso sí, pensado desde sus comienzos como un órgano institucional.[47]
- “Con altura de miras” es una frase de la editorial que inaugura la revista: “Nuestros propósitos”, Revista de Policía de Montevideo, año I, n. 1, Montevideo, 15/11/1905, p. 1.↵
- “La Policía de Investigaciones. Los robos a granel”, El Deber, Montevideo, 7/4/1901.↵
- “La Jefatura Política. Probable eliminación del Coronel Bazzano. Candidatos”, La Tribuna Popular, Montevideo, 29/3/1902. La sustitución de Bazzano se confirmará el 2 de abril siendo designado Capitán General de Puertos, asumiendo la dirección de la policía montevideana el Coronel Zoilo Pereyra.↵
- “La criminalidad y la prensa”, El Bien, Montevideo, 6/10/1888. Los diarios cubrieron los pormenores de sucesos resonantes como el Crimen del Barrio Castelar en que fueron asesinadas por un pretendiente una joven de 14 años y su tía en 1895 o el Crimen de la calle Inca donde resultó muerto a hachazos y desfigurado el joven José Vázquez en 1901. ↵
- Fructuoso Coste, Contribución de la estadística al estudio del derecho penal. Tesis presentada para optar al grado de doctor en jurisprudencia, Montevideo, Imprenta artística de Dornaleche y Reyes, 1894, p. 27-28.↵
- “La policía y los rateros”, La Tribuna Popular, 21/6/1902.↵
- “La Policía”, El Día, Montevideo, 9/2/1906. El editorial destaca precisamente los cuestionamientos a la desorganización policial y la inseguridad de “los habitantes de la capital”.↵
- Marcos Luiz Bretas, “Revista Policial. Formas de divulgação das policias no Rio de Janeiro de 1903”, In: Ernesto Bohoslavsky, Lila Caimari y Cristiana Schettini (org.), La policía en perspectiva histórica. Argentina y Brasil (del siglo XIX a la actualidad), cd-rom, Buenos Aires, 2009.↵
- “La “Revista de Policía”, Revista de Policía de Montevideo, año 2, n. 13, 15/11/1905, p. 1.↵
- “La Revista de Policía. Su segundo aniversario”, Revista de Policía de Montevideo, año 3, n. 25, 15/11/1906, p. 1.↵
- El Comisario José Victoria Rodríguez definió a la revista como un “medio informativo de carácter técnico interno, que se distribuyó entre los efectivos a un precio totalmente accesible”. Citado en José A. Victoria Rodríguez, Evolución histórica de la policía uruguaya, Montevideo, Byblos, 2005, Tomo 2, p. 161. ↵
- “Notas de la Administración”, Revista de Policía de Montevideo, año 1, n. 3, 15/1/1905, p. 11.↵
- La suscripción anual de Martínez, que giró a mediados de 1905 la suma de $2,40, nos permite aproximarnos al precio de la revista. Desconocemos si el monto incluye un costo de envío o un valor diferenciado entre la capital y puntos más lejanos como la ciudad de Paysandú en el norte del país.↵
- La modificación más notable fue la del logotipo de la revista en el número 11 para luego volver al clásico al siguiente. El mismo tuvo una letra más trabajada y apeló a la escala de grises saliendo del negro tradicional.↵
- Revista de Policía, año 2, n. 15, 15/1/1906, p. 7. La crónica policial da cuenta de varias muertes ocurridas por descargas eléctricas. ↵
- Magdalena Broquetas, “Fotografía e información. Las imágenes como modelo, ilustración y documentación. 1840-1919”, In: Magdalena Broquetas (coord.), Fotografía en Uruguay. Historia y usos sociales. 1840-1930, Montevideo, Ediciones CMDF, 2011, p. 153.↵
- “Una víctima del deber”, Revista de Policía de Montevideo, año 3, n. 27, 15/1/1907, p. 5 y 6.↵
- “Acciones meritorias”, Revista de Policía de Montevideo, año 3, n. 28, 15/2/1907, p. 12.↵
- Revista de Policía de Montevideo, año 2, n. 19, 15/5/1906, p. 4 y 5.↵
- Revista de Policía de Montevideo, año 3, n. 27, 15/1/1907, p. 15.↵
- Si bien ello ocurrió en los números 17, 18 y 19, las fotografías de los ganadores de la última edición salieron en el 20.↵
- “Servidores de la policía”, Revista de Policía de Montevideo, n. 19, 15/5/1906, p. 4.↵
- Revista de Policía de Montevideo, año 3, n. 25, 15/11/1906, “Gavión de la Ville. El ladrón de joyerías. Su captura”, p. 8. Ángel Billi (a) “El Gavión de la Ville” o “de la Villa” tendrá una extensa trayectoria en Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile. “Profesional del delito”, su captura en 1908 es presentada por la Policía de la Capital como un éxito que no habían conseguido otras de la región. El 26 de noviembre de 1908 se fugó de la Cárcel Correccional de la capital mediante la realización de un “boquete”.↵
- “La Revista de Policía. Su segundo aniversario”, Revista de Policía de Montevideo, año 3, n. 25, 15/11/1906, p. 1.↵
- Revista de Policía de Montevideo, año 3, n. 29, 15/3/1907, “La memoria de la Jefatura”, p. 8 y 9.↵
- El diario “El Tiempo” al ser designado Brizuela como Secretario de Presidencia en agosto de 1913, al destacar sus capacidades, lo presentará también como amigo personal de José Batlle y Ordóñez”. “En la Jefatura P. de la Capital”, El Tiempo, Montevideo, 2/8/1913.↵
- “Año nuevo”, Revista de Policía de Montevideo, año 2, n. 15, 15/1/1906, p. 1.↵
- De todas maneras, no es posible descartar colaboradores que por su posicionamiento institucional optaron por el anonimato. Ocasionalmente figuran los textos firmados con iníciales fácilmente identificables por ser colaboradores regulares como Francisco San Vicente, Servando Montero o Félix Vitale.↵
- “El progreso policial”, Revista de Policía, año 1, n. 2, 15/12/1904, p. 1.↵
- “Año nuevo. Nuestro saludo” en ídem, año 3, n. 27, 15/1/1907, p. 1.↵
- “Rumbos nuevos”, Revista de Policía de Montevideo, año 1, n. 1, 15/11/1904, p. 3 y 4.↵
- “¿Por qué hay policía?”, Revista de Policía de Montevideo, año 2, n. 20, 15/6/1906, p. 8. Se trata del primer artículo de una serie de nueve firmado en este caso con las iníciales F.V. y luego alternativamente como Doctor Vitale, F. Vitale o Félix Vitale. Dos propuestas de reforma presentadas en 1916 y 1926 continuaron teniendo entre sus principales fundamentos la necesidad de ajustar la organización de la policía a las variaciones de la delincuencia.↵
- “El Tercer Congreso Científico Latino Americano”, Revista de Policía de Montevideo, año 3, n. 26, 15/12/1906, p. 18 y 19.↵
- Cit. en Revista de Policía de Montevideo, año 1, n. 5, 15/3/1905, p. 1.↵
- “Nuestros propósitos”, Revista de Policía de Montevideo, año 1, n. 1, 15/11/1904, p. 1.↵
- “De todo el mundo”, Revista de Policía de Montevideo, año 2, n. 15, 15/1/1906, p. 12. ↵
- “Los prontuarios”, Revista de Policía de Montevideo, año 2, 15/7/1906, p. 1 y 2. El artículo se identifica con las iníciales JDC.↵
- Sarachaga mantuvo fuertes polémicas con Alfredo Giribaldi quien se encontraba a cargo de la Oficina de Identificación y Antropometría. Giribaldi fue uno de los principales defensores en Uruguay del sistema Bertillon. Creado en Francia, este método procuraba aunar dos elementos básicos: la fotografía y la antropometría basándose en la estabilidad del esqueleto humano a partir de los 25 años.↵
- Mercedes García Ferrari, Ladrones conocidos/Sospechosos reservados. Identificación policial en Buenos Aires, 1880-1905, Buenos Aires, Prometeo, 2010, p. 153. La escala montevideana de varios congresistas en su viaje a Brasil fue cubierta por la revista que destacó la presencia en Uruguay.↵
- Pese a las críticas de Giribaldi, el número 24 de octubre de 1906 anunciaba el apoyo de la Sociedad de Medicina al método dactiloscópico como el “procedimiento más perfecto de identificación”. En la misma edición apareció una reseña de la conferencia de Vucetich: “Identificación personal. La insuficiencia del sistema antropométrico” en el Ateneo de Montevideo; Revista de Policía de Montevideo, año 2, n. 24, 15/10/1906.↵
- El clima de enfrentamiento en Montevideo se refleja en ateneos y prensa en la que inclusive participó Juan Vucetich. En un artículo aparecido en el diario El Día de Montevideo el 13 de noviembre de 1905, Vucetich criticó la obra de Alfredo Giribaldi “Identidades y filiaciones”. Por más información sobre la polémica en Uruguay ver Daniel Fessler, “El delito con rostro. Los comienzos de la identificación de delincuentes en Uruguay”, Passagens. Revista Internacional de Historia, Política y Cultura Jurídica, vol. 7, n. 1, Río de Janeiro, enero-abril de 2015.↵
- “El sistema dactiloscópico. Adhesión de Perú y Bolivia”, Revista de Policía de Montevideo, año 2, n. 17, 15/3/1906, p.3.↵
- Elisa Speckman Guerra, Crimen y castigo. Legislación penal, interpretaciones de la criminalidad y administración de justicia (Ciudad de México, 1872-1910), El Colegio de México – Universidad Nacional Autónoma de México, 2007, p. 116-117.↵
- Probablemente las excepciones más destacadas sean la demanda por el derecho a la jubilación para los policías y los reclamos por las condiciones de trabajo de los médicos forenses. En este último caso se señaló la necesidad del aumento en las remuneraciones debido a la creciente carga laboral por aspecto como la “inspección médica a las prostitutas”. En materia salarial se destaca la preocupación por la situación de guardias civiles que tienen sus sueldos embargados. ↵
- “La administración del Coronel Bernassa y Jerez. Su organización policial”, La Revista de Policía de Montevideo, año 2, n. 21, 15/7/1906, p. 6.↵
- “Empieza la barrida”, La Tribuna Popular, 3/4/1907.↵
- El Boletín de la Jefatura de Policía de Montevideo fue creado por resolución del general Juan Antonio Pintos, Jefe de Policía de la capital. Dirigido por el oficial Carlos Mascaró Reissig conocemos su publicación entre los años 1919 y 1929.↵