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3 Un signo de ilustración en las pampas

La revista de la policía bonaerense
en torno al 900

Pedro Alberto Berardi

¿Y por qué callar, doctor, imbuido en una falaz modestia, todos estos progresos? [1]

 

La pimienta de la ‘sensación’ periodística toma a menudo la forma del ataque violento y continuo a las instituciones, los gobiernos y las personas […] Yo, por mi parte, prefiero interesarme por la marcha invasora y civilizadora del progreso, que me cautiva como una novela de fantásticas aventuras. [2]

“La familia policial”: el proyecto periodístico institucional

Iniciado el proceso de institucionalización, desde los primeros años de 1880, quienes asumieron la dirección de la policía bonaerense ensayaron e intentaron consolidar una serie de instancias formativas con la pretensión de profesionalizar a sus cuadros. La codificación plasmada en los manuales de procedimiento como así también en los reglamentos generales, al igual que las normas constitucionales y las ordenanzas municipales, ofrecieron como una especie de guía eclética para la definición de lo que era esperable y permisible en oficiales, administrativos y vigilantes. Este aprendizaje, que fue por cierto bastante sinuoso, debido al imperio de prácticas devenidas de la misma experiencia, se fue complementando con la creación de escuelas de instrucción en la ciudad de La Plata.[3]

Simultáneamente, por fuera de las decisiones de la cúpula, desde algunas dependencias se impulsaron otros canales para que ayudasen también a la circulación y la divulgación de saberes. Que fuesen al mismo tiempo espacios de convergencia y diálogo entre los actores que componían la institución. Como parte de este proyecto, la Caja de Socorros Mutuos del servicio policial editó entre 1900 y 1902 una publicación de aparición quincenal. Persiguiendo el propósito inicial de expandir y complementar la tarea intelectual que la Oficina de Estadística y Antropometría –bajo la dirección de Juan Vucetich- venía desarrollando desde 1894 a través de la Biblioteca departamental, se resolvió mediante asamblea la creación de una revista de policía.

“En una modesta esfera de acción, propenderá al desenvolvimiento intelectual del personal que compone la familia policial de la Provincia”.[4] Con estos términos el comisario inspector Francisco Díaz anticipaba a su superior, Juan Bautista Ocampo, la aparición de la revista, cuyo primer número comenzó a convertirse en la lectura de los uniformados el 10 de junio de 1900.[5] El epicentro de la redacción se instaló en la comisaría segunda de la ciudad de La Plata. Lo que imprimió a la publicación de una perspectiva enteramente institucional.

Más allá de que fueron los integrantes de la Sociedad quienes llevaron a cabo el incentivo de esta empresa editorial, fue crucial su papel en tanto en su comisión directiva recaía la potestad de designar o revocar a quienes debían formar parte del cuerpo de redactores. En el transcurso de su existencia, se mantuvo el mismo corpus de editores y escritores como parte del equipo periodístico.[6] Salvo quienes estuvieron al frente de su dirección, cargo en el que hubo cambios sustanciales en tres oportunidades.[7]

Cabe destacar que esta experiencia se insertaba en un contexto de aumento y redefinición de los soportes de la comunicación, propias del proceso de modernización finisecular. Sin duda, uno de los rasgos de esta expansión respondía a las transformaciones que atravesaban al escenario bonaerense. El crecimiento demográfico de la provincia, debido al aluvión inmigratorio y unido a ello, en parte, la conformación de nuevos partidos tras el paulatino desplazamiento de zonas fronterizas, conllevaron a un incremento exponencial de los órganos de prensa local. La dinámica socioeconómica y cultural de múltiples villoríos, que en un breve lapso adquirieron rasgos de pequeñas urbes pampeanas, fue generando expectativas de consumos culturales asociados a la dinámica de la sociabilidad y de la contienda política. Para las cuales la prensa se transformó en el medio predilecto tanto para el desahogo de la pluma partidaria, como también en calidad de ventana al universo de las novedades urbanas nacionales y transoceánicas.[8]

Al mismo tiempo, la Revista de Policía se anclaba en un archipiélago de textualidades policiales que en el área metropolitana se venía desarrollando desde 1870.[9] Más allá de ciertas contigüidades que, como veremos, se manifestaban en la reproducción de notas o sueltos que habían sido publicados en las revistas porteñas, o en las colaboraciones de algunos de sus más renombrados redactores, su staff periodístico acordaba en situarla en una senda que respondía a idénticos caminos para el derrotero institucional. Esto es, delinear la autonomía de la publicación en relación a sus pares de Buenos Aires, de la misma manera en la que habían intentado delimitar las fronteras jurisdiccionales entre ambas reparticiones.

La Revista, en concomitancia, debía afrontar el desafío de desandar el carácter aún periférico que definía a las policías de la provincia. Éste era entonces vislumbrado como el medio más propicio para conectar al personal, visto aún como heredero de las guarniciones milicianas del rosismo y del alsinismo, “resabios de un pasado de barbarie”, con los adelantos que se venían efectuando en el continente europeo y para algunas experiencias sudamericanas, en materia de organización, disciplinamiento y formación. Los flujos con la fuerza porteña debían quedar supeditados entonces a la mera colaboración.

El propósito perseguido por los redactores era consolidar una cultura policial, entendida no como instrucción sino como “educación, enmienda de errores, de defectos cuya existencia dañe a la policía”.[10] Se buscaba así definir un pacto de lectura entre los diversos miembros del escalafón –aunque de la tirada urbana, apuntaba con mayor énfasis a la profesionalización de los comisarios y subalternos rurales–. Para lo cual se apelaba a un tono pedagógico que hiciese más efectiva la transmisibilidad de determinados saberes. Fue así que en el estatuto de su concreción se delimitaron específicamente las secciones que la integrarían. División que salvo excepciones, se mantuvo prácticamente inalterable hasta el cese de su publicación.

Anatomía de un objeto

En las primeras páginas de la Revista se priorizó la reproducción o comentarios, efectuados exclusivamente por el cuerpo de redacción, de artículos y estudios vinculados a las funciones de seguridad: esto es, sobre leyes penales y de procedimientos criminales, y el Reglamento de Policía, ordenanzas municipales y sus leyes orgánicas. La disposición de estos contenidos no respondía a un criterio jerarquizado, sino que se organizaba en función de la importancia dada por la urgencia de las temáticas a abordar.

En este sentido, la columna de Redacción era empleada con frecuencia como una plataforma de diálogo hacia el interior de la fuerza. Rasgo que también definía a otras secciones más específicas abocadas a la difusión/discusión de las técnicas y saberes transmisibles al personal de facción. Pero sobre todo, se pretendía de igual modo, como un espacio de interlocución con la prensa comercial y masiva. Hay en ello una operación, que resulta sintomática, de reposicionar y legitimar a la policía en el marco del escrutinio público al que era sometida. Considerando que durante los años de existencia de la revista el accionar de la policía constituyó el epicentro predilecto de las críticas políticas y periodísticas, que la sindicaban como “un brazo armado” de la débil gestión gubernamental del radical Bernardo de Irigoyen.[11]

Ya que en cierta medida, la publicación estaba articulada a las funciones y actividades de la Sociedad de Socorros Mutuos y a la Oficina de Estadísticas y Antropometría, las secciones segunda y quinta daban espacio a la extensa plasmación de estudios sobre identificación y estadística, en primer lugar. Sobre ello, en casi la totalidad de los números se realizó un efectivo seguimiento sobre los métodos desarrollados por Alphonse Bertillon y Vucetich. Mientras que en las páginas finales, como complemento de otros textos producidos en las esferas de la administración pública, se daban a conocer con extrema exactitud los balances quincenales y las notificaciones de la Sociedad.

De gran importancia eran también los acápites que concluían el volumen, Consultas y Sueltos. Desde allí se desprende el nivel de circulación y recepción de la revista dentro del organigrama policial. Comisarios, inspectores y agentes, desde las diversas reparticiones bonaerenses, se servían de ese espacio para canalizar demandas e interrogantes en relación a las prácticas procedimentales. Con una lógica de intercambio epistolar, este apartado era el que contenía un tono pedagógico más acentuado. Y evidencia al mismo tiempo, más allá del carácter performativo que caracteriza a la transmisión de saberes, la coexistencia y el montaje de aprendizajes heterogéneos que, combinados no sin colisionar, modularon el proceso de profesionalización. Mientras que Los Sueltos tenían un sentido más informativo, en el que se graficaba sobre nombramientos y desplazamientos del personal, la aparición de traducciones o colaboraciones en los números siguientes, decesos significativos de algún jerárquico y la notificación a suscriptores de la revista.

Una parte significativa, ubicada en el espacio central, cuyos límites en cuanto a las temáticas eran más bien porosos, contemplaba la reposición narrativa de la crónica delictiva. Dando cuenta, de esta manera, de disímiles sucesos que definían la intervención de los expertos policiales en distintos puntos de la provincia. Si este soporte era asumido como un mecanismo de ensayo de la profesionalización de quienes colaboraban en la empresa, la reconstrucción detallada de crímenes, contravenciones y otros faits divers –como las campañas contra el juego, la infancia abandonada, la falsificación de dinero, el abigeato, los posicionamientos frente al movimiento obrero o el intercambio inagotable de identidades por parte de delincuentes escurridizos– promovía un ejercicio de escritura. Mediante el cual, más allá de alentar la excelencia, posibilitaba evitar la opacidad que imponía el mero dato que imponía la cotidianeidad administrativa.[12]

El contenido de estas páginas también fue variando, principalmente en función de una agenda ritmada por las variedades policiales plasmadas en otras empresas culturales. Ante la proliferación de la crónica sobre el crimen, que en cierta medida delineó un imaginario social que no solo contemplaba al universo de los bajos fondos sino que también hacía traducible la praxis y el lenguaje de las esferas estatales, principalmente la justicia[13], se asumió una posición de complementariedad, en ocasiones, o de abierta confrontación e impugnación en otros.

Escritores y colaboradores disputaron un espacio de legitimación en el que se arrogaban la descripción detallada de sus intervenciones públicas. Se propusieron reponer determinadas pesquisas, principalmente aquellas cuya resolución fue exitosa, procurando “aunque limitándose a casos excepcionales […] agregar a la satisfacción del deber cumplido, alguna exterioridad que no carecerá de valor para los que se hayan hecho acreedores a la distinción.”[14] Complementaban o reponían las ausencias y los vacíos en el tratamiento de la prensa gráfica. Del mismo modo en que corregían aquellos añadidos de una trama detectivesca, que eran marcas de una estrategia de comercialización; no solo de los medios sensacionalistas sino también de la literatura popular.[15]

Claro que los posicionamientos hacia el tratamiento y las conexiones con la prensa no fueron homogéneos y revelaron tensiones dentro del cuerpo de redactores. Ello lo ejemplifica la postura del entonces director, Enrique Thougnon Islas, quien sostenía que había que colocar a la revista en una esfera de autonomía en relación a otros órganos. Con el objeto de resguardar la información sobre investigaciones, el contenido de sumarios u otros datos cuya publicación pudiesen afectar la resolución de los delitos, evitando darle “a los delincuentes la voz de alerta…”[16]

Al respecto, cabe detenerse brevemente en la cobertura que se efectuó sobre la instancia de instrucción sumarial. Considerando que como competencia policial atraviesa y condensa discursos de profesionalización, inscriptos en el desarrollo y la traducción de técnicas específicas. Al mismo tiempo en que visibiliza los disensos sobre su instrumentación. Desde 1896, aunque el Código de Procedimiento Penal reglaba que la instrucción sumarial quedaba a cargo de los jueces de sentencia, en la práctica la intervención policial fue adquiriendo preponderancia en la recabación de elementos probatorios de cara al proceso judicial.[17] Especialmente, porque la información proveída por comisarios e inspectores, constituía el basamento del que los jueces del crimen se servían para declarar la culpabilidad o la inocencia.[18]

No obstante, desde el cuerpo policial proliferaron posturas acerca de que los secretarios de las comisarías, a cargo de la redacción del auto sumarial, debían ser facultados como jueces de instrucción. Principalmente en aquellas zonas donde las distancias geográficas y el escaso personal dificultaban la pronta transmisibilidad de la información sobre el delito cometido. Ello desató una discusión sobre las facultades y las atribuciones que les competían a los funcionarios policiales, en una coyuntura en la que, por decisiones políticas, se le trasladaban diversas funciones de la administración judicial.[19]

La dimensión técnica también ocupó una parte significativa en estas páginas. Ya que se esperaba que los encargados de iniciar la investigación dieran cuenta precisa de las huellas, los artefactos y otros indicios necesarios para dinamizar el esclarecimiento de los hechos. Para ello se requería la confección de un croquis y la reproducción en relieve –en el caso de encontrarse– de las armas utilizadas por el victimario. De igual modo, este proceso de pesquisa debía ser documentado de forma detallada y elevado al juez junto con el resto de la información.[20]

Claro que en el ámbito urbano, la policía podía disponer de equipos fotográficos u otros artefactos que facilitaban esta tarea. En las zonas rurales, en cambio, tales tecnologías tuvieron una recepción más tardía.[21] Aunque esto no obliteró que diversas experiencias de relevamiento ocular fuesen exitosas en la obtención de un abultado conjunto de pruebas. Para eso, los expertos combinaron la difusión de saberes especializados –desarrollados y aplicados sobre todo por la criminalística europea– con los saberes “profanos” del personal policial de campaña.

De esta manera, se buscaba apelar a los conocimientos del territorio y la población que poseían quienes oficiaban como baqueanos, alentando a la observación aguda de los rasgos físicos.[22] Pero a objeto de que las formas del “mirar” se perfeccionasen, la revista reprodujo en diversos números los aportes del criminalista austríaco Hans Gross, sobre los indicios que proporcionaban las pisadas y otros rastros corporales.[23] Del mismo modo, en que dio a conocer un exhaustivo instructivo que mostraba los ítems y el rango de la información que el sumario debía contener.[24]

Este sentido de transmisibilidad pedagógica era también buscado mediante las traducciones de textos producidos por expertos de otros contextos nacionales, principalmente por las policías de Francia. Lo que visualiza otro aspecto de la intersección con la prensa masiva del momento.[25] Pero en la reproducción de “El crimen de Orcival”, de Émile Gaboriau -cuya transposición fue realizada por un asiduo colaborador denominado “Acier”-,[26] y de algunos capítulos fragmentados de las “Memorias de Goron, ex Jefe de la Policía de París”[27], aunque se empleó la denominación y el formato folletinesco, se subrayaron, sobre todo, las marcas textuales referentes a las pesquisas y al saber especializado sobre el desciframiento del territorio. Igual propósito instructivo tuvo la trascripción de la ley de represión a la falsificación de moneda, tomada de la Revista de Policía de Buenos Aires.[28] Como así también, aunque con un sentido más concreto, algunos sueltos que referían a los procedimientos a seguir para el esclarecimiento de un robo, tomados de la publicación Criminología Moderna.[29]

Ello no desdeñó, sin embargo, que junto al carácter misceláneo que configuraba el préstamo de estas notas, se dejara lugar a ciertas licencias literarias con las que reafirmaba el posicionamiento policial dentro de una trama de ampliación de las industrias culturales impresas. Si la difusión de saberes tuvo un peso muy relevante, la Revista fue también pensada como un recurso didáctico que con cierto cariz voyerista intentaba disputar un campo de sentidos discursivos, a un corpus literario de circulación popular que, para el criterio institucional, era fuente de deslegitimación. Así lo clarificaba el comisario González Oliver al efectuar un diagnóstico sobre la obra de Eduardo Gutiérrez:

Hay quienes con más chauvinismo literario que acierto, han visto en estas mal hilvanadas rapsodias de cantos y cuadros copiados de las costumbres de nuestras campañas, los pródromos de la literatura dramática argentina, […] que finaliza sus embrionarias producciones, denigrando a la justicia o a la policía, para deificar en proporción al matrero, al gaucho alzado, muchas veces asesino y ladrón, buscado como protagonista y héroe de un drama nacional imposible de hallar por el camino tortuoso, reñido con la moral, en que se da caza a su argumento.[30]

Esta mirada crítica hacia la literatura de cordel y, en consecuencia, a los imaginarios colectivos que ésta estimulaba, no opacó que los policías escritores se apropiaran de esos formatos narrativos. Pensando en un público de lectores y suscriptores imbuidos en los códigos propuestos por estos géneros populares, la publicación se asumió en las derivas del criollismo ensayando sus propios folletines. De manera tal que junto a las traducciones arriba mencionadas, el espacio del “Folletín” estuvo también dedicado a la reposición de “hechos perpetrados por individuos que actualmente se alojan en el presidio de Sierra Chica, y en cuyas causas han intervenido las autoridades de la provincia.”[31]

“Confesión plena… El peludo y la chancha”[32], “Refinamiento criminal. La familia Camisa”[33] y “Causas mundanas. Suicidio”[34], redactados por la pluma oculta de “Arroda Vanilena”, recomponían desde la exagerada minucia del oficio algunos de los acontecimientos en los que la policía había intervenido. Cuya resonancia se replicaba en las páginas de la crónica criminal. En estas intervenciones el autor deslizaba una serie de utillajes técnicos y también procedimentales, aunque sin renunciar al detalle truculento de la clasificación y la exposición de los datos peritales, ni a la nota dramática que exigía su puesta en escena[35]. Ejemplo de ello, resultó la estrategia de encabezar el desarrollo de los acontecimientos que involucraron a los itálicos fraticidas de Exaltación de la Cruz, con una fotografía de los rostros de víctimas y victimarios. Los efectos de esta marca semántica no obstante, provocaron un sentido adverso en la prolongación de la serie. Por lo cual se interrumpió su continuidad “aun cuando creemos que él no afecta a persona determinada y por el contrario encierra un fondo de moral digno de ser conocido por todas aquellas jóvenes que en un momento de extravío se dejan llevar de sus pasiones y se arrastran por el fango de la corrupción.”[36]

En el ideario de los integrantes de la publicación la abundancia del suceso policial descuidaba, además, el reconocimiento al personal raso. En este sentido, para resaltar los actos de heroicidad y despojo que realizaban los subalternos al exponerse físicamente en servicio, se añadió sobre el transcurso de la tirada una “Galería de honor”.[37] A efectos de rendirles una “reparación” a los agentes invisibilizados en la crónica masiva, este segmento estaba destinado a…

felicitar a quienes han llevado a cabo capturas importantes que no solo han servido para desagraviar a la sociedad, sino también para demostrar que la repartición alimenta en su seno elementos de acción de cultura moderada y de conocimientos útiles, para desarrollar cualquier problema dentro de su reglamentación ordenada.[38]

Acompañados de una breve semblanza con los pormenores de la acción cometida, escasos datos biográficos y de una fotografía que solo registraba el perfil del homenajeado, la galería consagraba un tono didáctico con el que se pretendía delinear un modelo anhelado de sargentos, cabos y vigilantes. A su vez, estos apuntes enaltecían un criterio de la masculinidad que indefectiblemente se configuraba sobre la virilidad y la valentía demostrada en el cumplimiento del deber.[39]

Tales características, se ensamblaban sobre otras que diseminaban las fronteras temporales que en la construcción profesional distanciaban al policiano del agente moderno. Por consiguiente, se plasmaba una imagen en la que coexistía el otrora policía rural, no sin un cariz nostálgico, junto al deseado agente moderno y cosmopolita, ajeno a las disputas políticas y depositario de una serie de saberes técnicamente más complejos.[40] La solemnidad de la sofisticación y de la incorporación de otros modelos profesionales no excluía entonces que se refiriese a los policías veteranos, desplazados por las transformaciones técnicas, para quienes “también se escribe esta Revista, y fuera imperdonable injusticia condenarles al silencio y al olvido, ya que estos tiempos no les ofrecen ocasión de ejercitar sus cualidades y recordarse por sí mismos a la consideración del público y de sus jefes.”[41]

Junto a esta reivindicación, discutir la imagen de la policía como instrumento político fue uno de los propósitos centrales del equipo editorial. Aun cuando ello suponía el paso inicial de reconocer la manipulación a la que estaba sometida la institución, principalmente en los ámbitos rurales más alejados de la capital. En este sentido, no es casualidad que en el número inicial se divulgase el diagnóstico del oficial porteño, Antonio Ballvé que reseñaba las dificultades que la policía debía afrontar para recorrer un territorio extensísimo y cuya población se hallaba diseminada. Su crónica admitía de manera enfática sobre uno de los problemas vertebrales para el accionar policial: el control al que quedaban supeditados sus integrantes en las comunas bonaerenses, quienes en vez de dedicar su tiempo y sus energías “al cumplimiento de sus deberes, se ven obligados a bailar el eterno fandango, previniendo intrigas, defendiéndose ó atacando, según sea su situación en la intensidad de la lucha”.[42]

Claro que estas percepciones no eran homogéneas ni unidireccionales. Diversos miembros del organigrama que fueron asiduos colaboradores de la revista, se distanciaron de esa mirada negativa que se proyectaba hacia adentro. En relación a ello, en sucesivas editoriales se manifestó una suerte de redefinición de la situación política. En los escritos de los oficiales González Olivier, Thougnon Islas y Daniel Navarro se enfatizaba que no era la injerencia de la policía el peor de los males, sino que los efectos de corrupción y desgobierno que transitaba la institución eran la causa de una política ensayada en los términos que lo hacían el poder ejecutivo y la Legislatura.[43] En este sentido, permanentemente remarcaban que la institución estaba atrapada por las disputas entre gobierno y oposición, situación que repercutía en los magros recursos que recibía y que afectaban su estabilidad.

De hecho, los efectos del estancamiento presupuestario, que indudablemente repercutieron en los ingresos del personal y el consiguiente debilitamiento de las entidades que funcionaban en el Departamento de Policía, provocaron que para diciembre de 1902 la Sociedad de Socorros Mutuos decidiese cancelar la emisión de la revista.[44]

Indicios materiales y circulaciones

En consonancia a otras empresas periódicas producidas en el contexto, la Revista de Policía fue publicada en formato de magazine. Editada en un papel acerado de buena calidad, contenía un número variante de entre 16 y 20 páginas dispuestas en un volumen encuadernado. Como hemos mencionado, la información proferida en los acápites de las diferentes secciones estaba acompañada frecuentemente por fotografías e ilustraciones en blanco y negro. Claro que solo eran empleadas de acuerdo a la importancia del artículo y ello hacía que su distribución en los números fuese bastante acotada.

El uso de las ilustraciones estuvo circunscripto principalmente como apoyatura gráfica de las notas cuya finalidad era exclusivamente instructiva. Así, en el desarrollo de las técnicas de Vucetich, como también en los ejemplos del formato óseo analizado por Gross, se utilizaron dibujos sobre huellas relativos a los artefactos de identificación y sobre plantillas de pesquisa para hacer más aprehensible el procedimiento en los agentes. Esta técnica fue también reservada para la portada. Durante el primer año ésta mantuvo un formato bastante ascético, con los datos de publicación y edición y el desarrollo de las notas de redacción. Pero para el segundo año se empleó una imagen que simbolizaba ciertos idearios de la patria y su inscripción en la identidad bonaerense, como metáfora de la policía en la construcción y el sostenimiento de ambos marcos identitarios.

Las fotografías, en cambio, estuvieron reservadas en primer lugar para el retrato de las figuras de la institución, que los redactores consideraban más insignes. Para la reproducción de los rostros de oficiales, inspectores y otros integrantes del Departamento central, que comenzó a ser constante al comienzo de todos los números desde mediados del segundo año, se disponía del equipo fotográfico de la Oficina de Estadísticas y Antropometría. Sucedía lo mismo para los recuadros de la “Galería de Honor” y en la reproducción de los rostros de los “criminales célebres”. Otras reproducciones más esporádicas devenían de la espectacularidad de algún acontecimiento –como la fotografía colectiva de la parcialidad del cacique Coliqueo, después de alzarse en armas-, las manifestaciones públicas de alguna división o como muestras del martirologio policial. Sin embargo, en ocasiones en que los hechos narrados adquirieron trascendencia por su sensacionalismo, se evidencian préstamos de otras revistas, como en el caso de idénticas imágenes plasmadas en Caras y Caretas, por ejemplo.

La comercialización de la revista se efectuó mediante suscripción adelantada al interior del tejido policial. Los comisarios de sección y de partido actuaban entonces como intermediarios entre la Sociedad de Socorros Mutuos y el personal de tropa. Aunque la adquisición no era obligatoria, y de ello queda constancia en los sucesivos reclamos por la poca predisposición de algunos oficiales en informar sobre el volumen de ventas, se instaba permanentemente a su compra. Contemplando el precio de otras publicaciones periódicas, era vendida en un costo relativamente bajo. En la ciudad de La Plata, se podía adquirir mensualmente por el precio de $0,80 m/n y por $2,20 m/n de manera trimestral. Mientras que para el resto de la provincia su valor era de $1.00 m/n. El diario “La Mañana”, de la misma ciudad, tenía un costo de $1.00 m/n para su compra cotidiana, valiendo la suma de $6.00 en su venta trimestral en el resto de las ciudades bonaerenses. Sin embargo, dado que el estipendio policial se mantuvo estable entre 1900 y 1902, desde el 1 de septiembre de 1900, se estipuló un costo de $0,40 m/n para meritorios, sargentos, cabos y vigilantes.

Si bien podemos inferir que la recepción de la revista fue seguida por los diferentes órganos de la provincia, en su intento por asumirse dentro de una constelación más amplia del entramado editorial, se abocó a la adquisición de diversas publicaciones. Estrictamente institucionales lo eran la “Revista de Policía” de Buenos Aires y “La Policía” de Valparaíso”. Pero contemplaba un universo más amplio que abonaba en cierta manera a su carácter misceláneo, tales como “Revista del Centro Universitario” y la “Revista Notarial” de La Plata, “La Ilustración Militar” de Santiago de Chile, y los diarios “Los Andes” de Mendoza, “El Nacional” de Tucumán, de ciudades bonaerenses como “La Tarde” de Dolores, “El Debate” de Zárate y “La Nueva Provincia” y “El Porteño” de Bahía Blanca.


  1. Aquileo González Olivier, “Pro domo nostra” en Revista de Policía de la Provincia de Buenos Aires [en adelante RP], n. I, La Plata, 1/7/1901, p. 12. La totalidad de los ejemplares han sido relevados en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, de la ciudad de Buenos Aires.
  2. Roberto Payró, Violines y toneles, Bs. As, Rodríguez Giles editor, 1908, p. 102.
  3. Entre 1887 y 1891, las planas mayores intentaron establecer un examen de cualificación, como así también la concreción de escuelas para sargentos y cabos, obteniendo escasos resultados. Será a partir de 1911, durante la Jefatura de Juan Lavié, en que esta experiencia pedagógica se institucionalizará con una continuidad prolongada. Ver Tomás Bóver y Sabrina Calandrón, “Escuelas de Policía: los procesos de formación en la provincia de Buenos Aires”, en IV Jornadas de Jóvenes Investigadores, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones “Gino Germani”, 2007, p. 1-2.
  4. “Nota del Señor Jefe”, RP, n. 1, La Plata, 1/7/1900, p. 9.
  5. Rómulo Mendez Caldeira, Reseña Histórica de la Sociedad de SSMM de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, La Plata Sociedad de SSMM de la Policía, 1944, p. 132.
  6. Todos los miembros del staff ocupaban cargos jerárquicos dentro del tejido de la Jefatura platense, excepto los comisarios de partido y de seccional Aquileo González Oliver y Eduardo Dubroca Neyra. Quien asumió el primer período de la dirección, fue el comisario inspector José Pereyra, siendo secundado por los de igual rango, Francisco Díaz, Pedro Duffau y Daniel Navarro. Los demás miembros fueron el oficial primero del Departamento Central, Epifanio Sosa, Juan Vucetich, en calidad de Jefe de la oficina Antropométrica, el oficial segundo del Departamento Central, Agustín Gambier, el oficial de Mesa de la oficina de entrada, José María Quevedo, el auxiliar de Estadística Antonio Mazzoni de Lis, siendo el secretario de redacción Dositheo López. Asimismo, las conexiones entre la Revista y ambas asociaciones correspondían también en que algunos integrantes ocuparon cargos en sus comisiones directivas. Vucetich presidió la dirección de la biblioteca desde su fundación, Epifanio Sosa se desempeñó como prosecretario de la SSMM, mientras que Eduardo Dubroca Neyra, y Francisco Díaz actuaron como vocales. Rómulo Mendez Caldeira, op. cit., p. 11-8.
  7. El 27 de octubre de 1900, Pereyra fue suplantado en la dirección de la revista por el secretario general de policía, Enrique Thougnon Islas, sin que el cambio fuese anunciado en sus páginas. Sin embargo, las discusiones que éste mantuvo con respecto a los procedimientos de instrucción sumarial y su publicación, provocaron resquemores con la Comisión Directiva de la Sociedad, solicitando su baja de la comisión directiva y de la secretaría de policía. Entre agosto y octubre de 1901, la edición recayó sobre el secretario López, hasta que asumió el inspector general Daniel Navarro. Un año después, sin que se cristalicen los motivos, la publicación apareció bajo la administración de Faustino Valdovinos hasta su supresión.
  8. En los recorridos historiográficos más recientes sobre la prensa rioplatense de fin de siglo se ha considerado un paulatino desplazamiento del carácter faccioso que había hegemonizado al universo de panfletos, pasquines y facsímiles, publicados hasta mediados del XIX. La modificación de los patrones de consumo, junto a la incorporación de la “novedad” –ya sea en términos literarios o publicitarios-, el cambio en la materialidad del periódico y el acceso a formas más dinámicas de conectarse y acceder a la información, implicaron una modificación sustancial del formato periodístico. Tales transformaciones han sido señaladas, como resonancias de la cultura romántica, por Víctor Goldgel, Cuando lo nuevo conquistó América. Prensa, moda y literatura en el siglo XIX, Bs. As, Siglo XXI Eds., 2013, especialmente p. 47-110. Sin embargo, Paula Alonso postula que, en el marco de las sucesiones presidenciales hacia el último bienio del XIX, los diarios constituían aún una arena posible para la plasmación de la contienda electoral. Por ello fueron también escenarios factibles para canalizar e impulsar la movilización política. Véase Paula Alonso, “La Tribuna Nacional y Sud-América: tensiones ideológicas en la construcción de la ‘Argentina moderna’ en la década de 1880”, en Paula Alonso (Comp.), Construcciones impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formación de los estados nacionales en América Latina, 1820-1920, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004. El conjunto de periódicos relevados para nuestra tesis doctoral en curso, publicados en distintos puntos de la provincia, nos muestran que los acontecimientos globales que resultaban más extraordinarios -como las guerras imperialistas, las bodas reales o los atentados anarquistas- convivían junto a la propaganda más moderna de maquinarias agrícolas, vestidos o bebidas espirituosas de origen británico y las diatribas que caracterizaban a la rencilla política aldeana. Para un panorama sobre la expansión de la prensa bonaerense, remitimos a Osvaldo Graciano, “El mundo de la cultura y las ideas”, en Juan Manuel Palacio (Dir.), Historia de la Provincia de Buenos Aires. Tomo 4: De la federalización de Buenos Aires al advenimiento del peronismo (1880-1943), Buenos Aires, Unipe: editorial universitaria – Edhasa, 2013, p. 176.
  9. Al respecto véase Diego Galeano, Escritores, detectives y archivistas. La cultura policial en Buenos Aires, 1821-1910, Buenos Aires, Biblioteca Nacional-Ed. Teseo, 2009, especialmente el capítulo centrado en las revistas de policía, p. 61-77. En esta línea consideramos también el interesante trabajo de Viviana Barry, “‘Garantizar el orden.’ La Revista de Policía de la ciudad de Buenos Aires, 1882-1883”, en Primeras Jornadas Nacionales de Historia Social; La Falda, Córdoba, 30, 31 de mayo y 1 de junio de 2007.
  10. “Redacción. La obra de la Revista”, RP, La Plata, 1/7/1901, p. 1.
  11. Si bien los cuestionamientos al quehacer policial exceden a este período, como también al espacio analizado, la coyuntura del cambio de siglo fue especialmente conflictiva. En tanto que la presión legislativa para debilitar al ejecutivo provocó el estancamiento presupuestario. La policía fue una de las ramas de la administración pública más afectadas, y ello se tradujo en una sensación de malestar del que esta publicación fue vocera. Tales aspectos han sido abordados en Gisela Sedeillán y Pedro Berardi, “El desafío de la policía bonaerense en la década de 1890: entre la expansión institucional y el estancamiento de sus recursos”, Prohistoria, n. 23, Rosario, Prohistoria Ediciones, Junio de 2015, p. 71-96. Disponible en http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=380143531004.
  12. Nos resulta, al respecto, sugerente la imagen del texto en el que se plasman vivencias y experiencias a “contrapelo” del riguroso espacio burocrático, desarrollada por Vincent Milliot, “Écrit pour policer: les ‘mémoires’ policiers, 1750-1850”, In: Vincent Milliot (dir.), Les Mémoires policiers, 1750-1850. Écritures et pratiques policiéres du Siécle des Lumiéres au Second Empire, Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2006, p. 20.
  13. Las transformaciones finiseculares y la expansión de los bienes culturales han sido analizadas por Lila Caimari desde una óptica anclada en una zona de intersección de discursividades disímiles sobre el crimen. Esta zona, se configura así, sobre operaciones de tensión, traducción y apropiación de sentidos acerca de las nociones de orden construidas desde el tejido estatal y las derivas de otras subjetividades sociales que se ubican por fuera del campo de los saberes expertos. Para un acercamiento a estas hipótesis culturales sobre los imaginarios y las prácticas delictivas, ver la presentación de Lila Caimari (comp.), La ley de los profanos. Delito, justicia y cultura en Buenos Aires (1870-1940), Buenos Aires, FCE, 2007, p. 9-22. Sobre la emergencia de la prensa masiva y sus intervenciones en la esfera del crimen, véase Alejandra Laera, “Cronistas, novelistas: la prensa periódica como espacio de profesionalización en la Argentina (1880-1910)”, en Carlos Altamirano (Dir.), Historia de los intelectuales en América Latina, Tomo I: La ciudad letrada, de la conquista al modernismo, Buenos Aires, Katz Editores, 2008, p. 495-522.
  14. “Redacción. Nuestro Programa”, RP, La Plata, 1/7/1900, p. 2-3.
  15. En la discusión propuesta por Román Setton, acerca de la historiografía de la literatura policial rioplatense, establece que las primeras obras en clave de enigma, como las de Waleis, condensan una mirada próxima al estado y a sus representantes. Para el escenario de fin de siglo, en el que se superponen diversas tradiciones que modelan los límites del género, ello presenta una tensión entre el folletín, cuyos personajes se desenvuelven por fuera de la ley y producciones que se nutren de discursos jurídicos y científicos vinculadas a los saberes estatales. Aunque hay puntos de contacto, los textos periodísticos producidos por la policía se nutren de ambos registros, pero también se distancian en la búsqueda de una autonomía en la que se reconozca la particularidad de su tarea. Véase Román Setton, Los orígenes de la narrativa policial en la Argentina. Recepción y transformación de modelos genéricos alemanes, franceses e ingleses, Vervuert Iberoamericana, 2012, principalmente el cap. II: “Establecimiento de la novela-problema como paradigma de la literatura policial y de la literatura argentina en general”, p. 35-60.
  16. “Redacción. Noticias de Policía”, RP, n. 10, La Plata, 15/11/1901, p. 1. Como hemos advertido en la cita n. 7, Thougnon Islas presentó su renuncia a la institución después de este intercambio.
  17. Gisela Sedeillán, “El papel de la policía de la provincia de Buenos Aires en la instrucción sumarial en el período de codificación del derecho”, en Ernesto Bohoslavsky, Lila Caimari y Cristiana Schettini (orgs.), La policía en perspectiva histórica. Argentina y Brasil (del siglo XIX a la actualidad), Buenos Aires, CD-ROM, 2009.
  18. “El sumario de prevención”, RP, n. 8, La Plata, 15/10/1900, p. 9-11.
  19. El comisario de la localidad de Matanzas, Mariano Chaumil, sostuvo una polémica sobre los alcances y los perjuicios que ocasionarían la aplicación de esta medida, con un colaborador cuyo seudónimo era “Darío”. El amparo bajo esa identidad fue también objeto de conflictos en las notas del oficial. Posteriormente intervendría el inspector Francisco Díaz. “Sumario de prevención”, RP; n. 2, La Plata, 15/7/1900, p. 10-1; “Sumario de prevención”, RP, n. 3, La Plata, 1/8/1900, p. 5-7; “Sumario de prevención”, RP, n. 4, La Plata, 15/8/1900, p. 5-8; “Sumario de prevención”, RP, n. 5, La Plata, 1/9/1900, p. 13-4. En el mismo número aparece la nota firmada por Francisco Díaz, “Jugando a los secretarios y ‘desnudando el acero’”; p. 8-10.
  20. “Visita ocular”, RP, n. 5, La Plata, 1/9/1900, p. 3-5.
  21. Sobre el desarrollo de la fotografía como como tecnología de identificación y los recorridos de su instrumentación en el espacio rioplatense, remitimos a Mercedes García Ferrari, Ladrones conocidos / Sospechosos reservados. Identificación policial en Buenos Aires, 1880-1905, Buenos Aires, Prometeo, 2009.
  22. “Cualidades del sumariante”, RP, n ° 1, La Plata, 1/7/1900, p. 3-6.
  23. Entre el número 10 (del 15 de noviembre de 1900) y el número 22 (del 15 de mayo de 1901) se reprodujeron algunos fragmentos traducidos del “Manuel del Juez de Instrucción” de Gross, aunque no aparecen referencias al autor de la transcripción.
  24. El instructivo, confeccionado por el comisario platense Dubroca Neyra, fue reproducido íntegramente. “Formularios para sumarios de prevención”, RP, n. 24, La Plata, 15/5/1901, p. 12-3; RP, n. 2, La Plata, 15/1/1901, p. 8-10; RP, n. 3, La Plata, 1/8/1901, p. 13-5; RP, n. 5, La Plata, 1/9/1901, p. 6-7; RP, n. 6, La Plata, 15/9/1901, p. 10-1; RP, n. 7, La Plata, 1/10/1901, p. 8-10.
  25. Este aspecto ha sido señalado por Román Setton, “El cuento policial en la Argentina entre 1860 y 1910”, en Paul Groussac, José Hernández y otros, El candado de oro. Doce cuentos policiales argentinos (1860-1910), compilado por Román Setton, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Ed., 2012, p. 16-8.
  26. “Folletín. El crimen de Orcival”, publicado entre el número 11 (de diciembre de 1900) y el número 7 (de octubre de 1901), en el que se interrumpe su publicación.
  27. Si bien la obra de Goron está traducida y está acompañada de notas y comentarios críticos, más bien en el sentido de añadir información sobre especificidades de la fuerza gala, no hay ningún dato que refiera a si esta operación fue realizada desde la misma revista o si se trata de la reproducción tomada de otra publicación. Con una lógica serializada, apareció solo el capítulo V, titulado aquí como “Mis comienzos en la Seguridad. La guillotina.”, RP, n. 20, La Plata, 15/4/1901, p. 13-5; RP, n. 22, La Plata, 15/5/1901, p. 13-6; RP, n. 24, La Plata, 15/6/1901, p. 13-4; RP, n. 2, La Plata, 15/7/1901, p. 13-5; RP, n. 4, La Plata, 15/8/1901, p. 11-3; RP, n. 6, La Plata, 15/9/1901, p. 12-4.
  28. “Falsificación de moneda. Texto comentado de la ley de represión”, publicado del número 13 de enero de 1901 hasta el número 23 de junio de 1901.
  29. Santiago Sasso, “Mentira contra mentira”, RP, n. 19, La Plata, 1/4/1901, p. 5-7.
  30. “Los dramas criollos. Observaciones á su respecto bajo el punto de vista policial”, RP, n. 1, La Plata, 1/7/1900, p. 8-9.
  31. “Sueltos. Dramas bonaerenses”, RP, n. 8, La Plata, 15/10/1901, p. 15.
  32. “Folletín. Dramas bonaerenses. Crónicas del crimen. Confesión plena… ‘El peludo’ y ‘la chancha’”, RP, n. 8, La Plata, 15/10/1901, p. 12-4; RP, n. 9, La Plata, 1/11/1901, 12-5; RP, n. 10, La Plata, 15/11/1901, p. 11-15.
  33. “Folletín. Dramas bonaerenses. Refinamiento criminal. La familia Camisa”, publicado entre el número 11 de diciembre de 1901 y el número 21 de mayo de 1902.
  34. “Folletín. Dramas bonaerenses. Causas mundanas. Suicidio”, RP, n. 22, La Plata, 15/5/1902, p. 10-2.
  35. En consonancia al análisis de Alejandra Laera sobre las obras de Gutiérrez, podemos identificar que la organización de estos segmentos literarios producidos desde la policía también pretendieron configurar un marco geográfico-espacial que se cimenta sobre todo el territorio provincial. Alejandra Laera, El tiempo vacío de la ficción. Las novelas argentinas de Eduardo Gutiérrez y Eugenio Cambaceres, Buenos Aires, FCE, 2004, Cap. 6: “Pasiones gauchas y soluciones políticas en las novelas de Eduardo Gutiérrez”, p. 289-326. Asimismo, la reposición pedagógica que contenían estas producciones seriales compartían también una mirada de impugnación sobre las representaciones de la ley, y sus combatientes, que hacia al novecientos se había gestado en el horizonte letrado rioplatense. Véase Eduardo Romano, Intelectuales, escritores e industria cultural, Buenos Aires, La Crujía, 2012, “Los gustos de los otros”, p. 194-214.
  36. “Sueltos. Dramas bonaerenses”, RP, n. 23, La Plata, 1/6/1902, p. 15-6.
  37. “Nota al Señor Jefe”, RP, n. 1, La Plata, 1/7/1900, p. 9-10
  38. “Galería de Honor”, RP, n. 18, La Plata, 15/3/1902, p. 7.
  39. Para una mirada en las construcciones de género en una clave antropológica contemporánea, remitimos a Sabrina Calandrón, “Putas, monstruos y monjas. Feminidades en la configuración de la profesión policial: un acercamiento etnográfico”, en Sabina Frederic, Osvaldo Graciano y Germán Soprano (Coords.), Profesión, Estado y Política. Estudios sobre formación académica y configuración profesional en la Argentina, Rosario, Prohistoria Ediciones, 2010, p. 331-62.
  40. La identificación con el policía “gaucho” para los años treinta, ha sido analizada en Lila Caimari, Mientras la ciudad duerme. Pistoleros, policías y periodistas en Buenos Aires, 1920-1945, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2012, p. 140-2.
  41. “Viejos y jóvenes. Justicia al mérito”, RP, n. 9, La Plata, 1/11/1900, p 3.
  42. “Policía de la Provincia de Buenos Aires. Fundación de la revista. Habla el colega”, RP, n. 2, La Plata, 15/7/1900, p. 11-3.
  43. “Carta Abierta”, RP, n. 6, La Plata, 15/9/1900, p. 4-7; RP, n. 18, La Plata, 15/3/1900, p. 4-6; “Redacción. Aumento del personal de agentes”, RP, n. 19, La Plata, 1/4/1901, p. 1-2; “Pro domo nostra”, RP, n. 2, La Plata, 1/7/1901, p.9; “La policía y la política”, RP, n. 2, La Plata, 1/7/1901, p. 14; “Redacción: La policía en la inscripción (una prohibición injusta)”, RP, n. 6, La Plata, 15/9/1901, p. 1-3; “Afirmaciones erróneas”, RP, n. 7, La Plata, 1/10/1901, p. 5-7; “Redacción. Dos palabras. Obsequios á los empleados de policía”, RP, n. 8, La Plata, 15/10/1901, p. 1-3; “El presupuesto y la policía”, RP, n. 10, La Plata, 15/11/1901, p. 2-3; “Res non verba”, RP, La Plata, n. 12, La Plata, 15/12/1901, p. 3-6; “Embargo de sueldo. Inmoralidad latente”, RP, n. 13, La Plata, 1/1/1902, p. 6-7; “Notas. Meditación de un agente”, RP, n. 18, La Plata, 15/3/1902, p.5-6; “Redacción. Llaga cancerosa”, RP, n. 20, La Plata, 15/4/1902, p. 2-3; “Redacción. Rectitud de pareceres”, RP, n. 21, La Plata, 1/5/1902, p. 2-3.
  44. Rómulo Mendez Caldeira, Op. cit., p. 143.


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