Buenos Aires, 1882-1890[1]
Viviana Barry
La Revista de Policía, ligada a la policía de la ciudad de Buenos Aires, comenzó a circular en la década de 1880 como una suerte de segunda serie de una experiencia de publicación policial que se había editado en la década anterior. Durante los años setenta, y en un contexto institucional diferente, se publicaron dos versiones de estas revistas: la Revista de Policía que se editó durante ocho meses (entre septiembre de 1871 y mayo de 1872) y una segunda versión que reaparecería meses después como Anales de Policía, editada entre agosto de 1872 y noviembre de 1877, en ambos casos bajo la dirección del comisario Daniel Flores Belfort.
La revista de los años ochenta, que ocupa este capítulo, se constituyó en una valiosa producción escrita para la vida institucional de la Policía de la Capital, institución surgida como efecto de las reformas administrativas propias del proceso de federalización de la ciudad de Buenos Aires. La Policía de la Capital (1880-1943) sucedió a la Policía de Buenos Aires (1822-1880) y conformó inicialmente sus funciones en base a las nociones sobre la policía definidas a lo largo del siglo XIX y emparentada con las formaciones de otras policías tanto regionales como mundiales. Precisamente en las décadas siguientes a 1880 pasó por un proceso de modernización que le significó repensar la base administrativa de una policía específicamente urbana y para la ciudad capital, delimitar sus funciones en relación al mantenimiento del orden y represión del delito, así como proyectar políticas de profesionalización.
En el período de vida como Policía de la Capital, la policía porteña publicó tres revistas diferentes, La Revista de Policía (1882-1883), la Revista de Policía de la Capital (1888-1890) y la Revista de Policía (1897-1939).[2] Aquí consideraremos las series de los años ochenta, período en que esta revista se pensó para lectores policiales, aunque circulara posiblemente entre un público más amplio. Sus textos reflejaron temas centrales de la constitución de la policía del período y generaron un espacio propicio para la divulgación de la obra de la jefatura y la expresión de conflictos internos, así como el despliegue de un curioso abanico de temas y problemas asociados a la cultura urbana. En definitiva, esta publicación expuso la voz policial en hechos que vincularon a la policía con la sociedad y la política. Así, un conjunto de notas heterogéneas llenó sus páginas de acuerdo al contexto de cada período y a los tiempos propios de la institución. Convivieron artículos relacionados con la falta de personal policial, los problemas de presupuesto, la multiplicad de tareas asumidas por la policía, la injerencia del poder político en los nombramientos, la relación con el municipio y la justicia, la baja calidad de los agentes, la precariedad de los salarios, los problemas para la formación de agentes y su profesionalización, los rasgos del delito en Buenos Aires, el crecimiento alocado de la ciudad, la emergencia de la cuestión obrera y los peligros del anarquismo.
Los años que miraremos aquí corresponden a dos momentos de la publicación. El primero, a la Revista de Policía que se editó entre el 15 de julio de 1882 y el 30 de diciembre de 1883 que fue dirigida por el comisario Miguel Levalle, secundado por un cuerpo de redactores de la misma policía. Si bien esta edición no reconocía un carácter de publicación oficial, contaba evidentemente con la complacencia de la jefatura ya que formaba de algún modo un puente de tinta que concentraba las preocupaciones vitales de esos primeros años de la institución. Y completamos nuestro análisis con la edición que salió unos años más tarde, entre junio de 1888 y julio de 1890, llamada esta vez Revista de la Policía de la Capital, bajo la dirección de los comisarios Alberto Méndez Casariego, Antonio Ballvé y Francisco Astigueta en sus últimos números. Estos números del final de la década, reconocieron claramente desde su acta fundacional el carácter oficial de la publicación, y orientaron los temas hacia otras preocupaciones vinculadas al esfuerzo de profesionalización de los agentes, la actuación frente a la evidencia del conflicto social, las primeras preocupaciones en torno a la protección social del empleado de policía y su familia. Son la evidencia del giro de intereses de la publicación hacia un incipiente debate del sentido más profesional del agente y las preocupaciones que devienen de ese proceso.
¿Por qué mirar esta revista en la primera década de la Policía de la Capital? Un análisis de este particular documento de producción y redacción cercana a la institución, y fuente fundamental para los estudios históricos de policía, contribuye notablemente a establecer el modo de construcción de un tipo de identidad policial en los comienzos del funcionamiento de una policía autónoma y propia para la ciudad de Buenos Aires, como también proyectar el sentido que asumió la policía porteña en esos años. Por ello, considerar las notas y la selección de temas publicados nos brinda preciosas pistas sobre las prioridades y preocupaciones que la dirección policial quiso poner en circulación y debate, así como su visión de la complejidad social del período. Pero también, la selección de qué tipo de información debía llegar a los agentes subalternos.
Ahora bien, ¿cuál fue el público lector de esta revista? ¿Hacia quiénes estaba dirigida? No es tarea sencilla reconstruirlo, pero sí es claro que fue escrita para policías pero que no excluyó al público no policial, ese público porteño de finales del XIX muy atento a las publicaciones periódicas. Sin embargo, la diferencia más notoria entre las dos épocas en relación al público es que en el caso de los años 1882-83 no se asumía como publicación oficial de la policía y se orientaba a un público amplio al que se le pretendía acercar los “misterios del proceder policial”, así como relatar los procesos célebres, las narraciones históricas y la traducción de dramas o tragedias policiales publicadas en otros periódicos del mundo. A su vez, se ofrecía en cada edición el retrato de un oficial de policía merecedor de ese reconocimiento por alguna acción notable. En cambio, la edición de 1888-1890 se pensó como un “texto de enseñanza policial”, así se expresó, en su acta fundacional, el objetivo que fuera un instrumento que complementara la instrucción y fuera de suscripción obligatoria para el agente policial.[3]
Sin embargo, ambas series tenían ciertas características comunes: eran de edición quincenal y funcionaron por suscripción, no contaban con publicidad de ningún tipo, poseían pocas ilustraciones, tenían un promedio de unas 10 o 12 páginas cada una y las notas publicadas fueron escritas por hombres de la propia policía (y hacia ellos se orientaba el pedido de contribuciones escritas). El policía que leyó quincenalmente estas páginas seguramente la consideró una herramienta valiosa para su trabajo, la puesta al día de novedades e información administrativa útil, estadísticas y demás, como también de instrucción sobre el modo de resolver casos difíciles o encarar ciertos procedimientos. Observó elogios y sanciones al comportamiento de sus pares, percibió las preocupaciones de la jefatura como los desvelos en atender las problemáticas propias de la institución. Pero, esa lectura fue el sedimento de algo que se consolidará décadas más tarde, el estímulo para la definición identitaria de ser policía que en definitiva dotará de sentido y legitimidad a su tarea cotidiana.
La serie de 1882 y 1883
A finales de aquel significativo año 1880, en el que luego de un largo derrotero se federalizó la ciudad de Buenos Aires y comenzó el desarrollo político del orden conservador, se creó la Policía de la Capital, estrenando el cargo de jefe de policía el Dr. Marcos Paz. El flamante jefe de policía propuso dictar una Ley Orgánica de Policía, actualizar el Reglamento Interno vigente desde 1868, aumentar el presupuesto y personal, así como la construcción de edificios para comisarías que materializaran la presencia policial en los barrios porteños que empezaban a definir los nuevos límites de la ciudad capital.[4]
La organización institucional de la policía, su espacio de acción y la reglamentación de sus funciones eran tareas urgentes frente a una ciudad de acelerados cambios no sólo urbanos sino también culturales y sociales. Desde las primeras páginas de la Revista de Policía publicada meses después de que asumiera Paz –autodefinida cómo única en su género en América y Europa–, se expuso claramente la intención de acompañarlo tanto en su gestión como en el mejoramiento del servicio de la Policía de la Capital. De algún modo su circulación debe haber permanecido cercana a la camada de los nuevos comisarios que ingresaron con el jefe policial, luego de que se pasara a disponibilidad a todo el cuerpo anterior a 1880. Esos hombres fueron los protagonistas de esta publicación, que buscaba unificar y ordenar el mundo policial porteño detrás de una identidad (y autoridad) común.
Así, el énfasis por contribuir al orden público como motivación de quienes se lanzaron a esta tarea editorial parecía no desdeñar, sin embargo, la tarea esencial de construir la legitimidad del quehacer policial tanto al interior de la institución como por fuera. Es evidente el esfuerzo de construcción de una imagen positiva a partir de la percepción de la baja legitimidad de la policía por parte de la sociedad porteña:
“En otros tiempos, cuando se producía un conflicto entre un gendarme y un borracho, todos los espectadores se ponían del lado del último instintivamente ¿por qué? ¿Acaso porque hay entre nosotros un sentimiento de repulsión innato a la autoridad y al orden? No, la razón de ser de ese fenómeno social se encontraba en el desprestigio que ella misma se había labrado con su embanderamiento con los partidos políticos (…) la sociedad vivía resentida con ella. La policía en aquellas condiciones es considerada como una amenaza y no como una prenda de garantía del orden público”.[5]
La Revista de Policía de 1882 y 1883, contó con un total de treinta y seis números de edición quincenal, de doce páginas cada uno, sin publicidad e incluyó en algunos números retratos dibujados. Se distribuyó por suscripción mensual en Buenos Aires, principales ciudades del interior y Montevideo. Si bien es difícil reconstruir exactamente el área de circulación como su tiraje, sus oficinas funcionaban como punto de venta y de distribución hacia compradores esporádicos, no suscriptos, tal como se referencia con la creciente demanda de números específicos que contenían por lo general el relato de algún caso célebre. La revista contaba con varias secciones que parecen abarcar aquellas preocupaciones, tal así el espacio importante dedicado al relato de los crímenes locales y extranjeros como el relato de los casos célebres, seguidos en su evolución y descriptos al detalle. Si bien en la prensa de la época había una sección destacada de noticias policiales que contenía una breve información sobre lo acontecido en la ciudad (choques, robos, suicidios, asesinatos) y algunos ya experimentaban las crónicas de crímenes, entiendo que la excepcionalidad de la Revista de Policía abre un abismo con aquellas publicaciones, pues aquí es la policía quien habla sobre el crimen y el delito, y sobre sí misma, registrando una visión específica y original.[6] Así lo reconocía en sus primeras páginas: “Fundamos hoy un periódico con la única aspiración de hacer públicos los procesos célebres; de instruir al lector con los procedimientos observados por la policía para obtener un rayo de luz en un crimen, en un hecho cualquiera rodeado del mayor misterio, de la más impenetrable oscuridad…”.[7] Por eso, de algún modo la revista se inscribió en un lento y difícil proceso de legitimación, se fue imponiendo de a poco como esencial instrumento de reconocimiento y de reevaluación simbólica del quehacer policial. Sin embargo, creo que su aparición no respondía a una demanda específica sobre estos temas, pero sí se impuso como generadora de un espacio para su consideración que la convirtió en objeto de expresión no sólo institucional sino cultural, en la que permeaban nociones más complejas que las relacionadas específicamente con la administración de una policía urbana.[8]
Pero ciertamente, la dimensión burocrática es de importancia para esos primeros años de la Policía de la Capital, y así se reflejó en la sección de Redacción de la revista, algo así como la editorial, donde se privilegiaron los artículos relacionados con las tareas pertinentes a su organización administrativa e institucional y se destacaron aquellos que hacían directa referencia a la disputa especialmente con la municipalidad y con la justicia, tema importante para esos años en los que se estaba definiendo la competencia y especificidad policial.
De este modo, la publicación sirvió como escenario de expresión de conflicto de uno de los temas centrales para la policía: pautar claramente su rol social e institucional dentro del Estado frente a la confusión y multiplicidad de tareas para la que era convocada. Entregar una cédula, citar a un testigo o controlar un local de prostitución eran tareas que debían hacer el agente judicial o el inspector municipal. Hasta tanto la Municipalidad no definió su acción efectiva, la policía se encargó de una variedad de funciones como del cobro de impuestos municipales, la limpieza de la ciudad, mantenimiento de cementerios, control de incendios, entre otros.[9] Por eso, reclamaba con urgencia dictar una Ley Orgánica o Código que determinase atribuciones y deberes y que actualizara el reglamento vigente desde 1868 en relación al Código Civil y Penal. También difundió las Memorias del Departamento de Policía que año tras año se elevaban al Ministerio del Interior, tomando nota de los aspectos centrales en torno al presupuesto, personal, conflictos burocráticos y demás que son ampliados en notas consecutivas. Del mismo modo se publicaban estadísticas quincenales de lo sucedido en las veinte comisarías seccionales en que estaba dividida la ciudad de Buenos Aires, la reproducción de órdenes del día, leyes, fallos en materia criminal, el reglamento de policía o disposiciones municipales, datos presupuestarios y evolución de los salarios de los agentes.
Así, la publicación se convirtió en un compendio actualizado y comentado de todo lo referente a la organización institucional representando casi un boletín interno y de utilidad para cualquier miembro de la fuerza. La necesidad por delimitar el espacio, la defensa de ciertas tareas y el desprecio por otras, según entiendo, escondía el objetivo más urgente de definir qué es la policía.
Arriesgo que la tarea editorial parecía más orientada a la invención de una policía que aún sólo tenía existencia en los ideales de quiénes la estaban conduciendo, pero sensiblemente ausente de la calle (y en su efectivo ejercicio), de la escena pública y de la acción del conjunto de hombres que efectivamente participaban de la tarea cotidiana de garantizar el orden. Un tema recurrente en estos primeros años, y tarea ardua en las décadas iniciales, fue el reclutamiento y formación de los agentes, de los hombres policía. Entonces, al parecer la tarea urgente no era mejorar la policía, sino crearla.
Otra dimensión en la que intervino la revista se vincula con la construcción de la identidad policial, con la definición y valoración de su tarea, del sentido de ser policía. Esto parecía necesario no sólo para reforzar los sentimientos de pertenencia a la institución, las particularidades del oficio, el valor social del trabajo cotidiano de garantizar el orden, sino como un ejercicio de legitimación exterior del ser policía. Estas valoraciones, que aparecían nítidas en estos números cobrarán sentido recién en las primeras décadas del siglo XX, cuando la propia institución de impulso a otros mecanismos que refuercen esos principios[10]. Fueron diversas las referencias y guiños hacia la dificultad de instalar una imagen policial aceptable, de respeto y de valor por parte de la sociedad. Notas como la siguiente circulaban por la prensa y eran reproducidas por la Revista de Policía como síntoma de un problema específicamente policial: “El interés de la sociedad, el interés del gobierno, el interés uniforme de todos, es levantar la institución, rodearla de brillos y del prestigio que debe tener para que su acción sea más amplia y eficaz, más preventiva, y ofrezca a todos sin distinción alguna, la suma de garantías reclamadas para la seguridad individual”.[11]
En ese sentido se publicaban estadísticas que daban cuenta del éxito de lo actuado en cada repartición, la referencia a situaciones de desacato a la autoridad, la exaltación de los agentes que bien habían hecho su tarea, como la condena de aquellos que habían sido sorprendidos en su mal desempeño, las sentidas necrológicas que honraban a los muertos de la institución, la publicación del retrato del agente que bien había actuado como premio a su labor, en fin, son algunas de las maneras que tendieron a dotar de identidad al accionar de la policía: “La policía no puede ni debe tener divisiones. Es un cuerpo colectivo que representa una sola individualidad, a la que el individuo, la familia y el Estado tienen el derecho de exigirle paz y tranquilidad”.[12]
Pero también, se discutía sobre las cualidades morales y vicios de los agentes, rasgos bastante extendidos en esos primeros años:
(…) ver llegar a la oficina de sección un vigilante conduciendo un criminal, que un momento antes ha llevado a cabo uno de esos atentados, y a este protestar y lamentar la desgracia de haber sido reducido a prisión por un cofrade que con el pasó días amargos en una celda de la penitenciaría y hoy por un capricho de la suerte se ve investido de la alta dignidad de guardián de la ley [13]
Los agentes policiales eran blanco de numerosas críticas por su falta de profesionalismo, por su dudosa calidad moral, por sus problemas de conducta o sus vicios de juego o ebriedad. No era extraño si atendemos los rasgos que definían al plantel policial de esos años. El reclutamiento se daba entre antiguos integrantes del ejército, condenados por delitos menores y extranjeros, (que en algunos casos ni siquiera hablaban español) a lo que se sumaba a una escasa formación y alto analfabetismo.[14]
Otra sección era la de Variedades, en la que se desplegaban sutilmente algunos mecanismos para la invención de la figura del policía pues, servidos de recursos literarios, se buscaba construir la legitimidad del quehacer policial, exaltar su valor y dotarlo de sentido a través del relato de experiencias policiales, en este caso extranjeras.[15] No se escribía sólo sobre el criminal, el delito que alteraba el orden, los crímenes de la ciudad, sino que se escribía sobre la policía, como claro intento de definición de un grupo de precisas dimensiones. La escritura se constituyó en un imprescindible instrumento de construcción que contribuyó a desplegar las particularidades del ser policía y ensayó un principio de representación para el que existían saberes especiales en torno a la pesquisa, la observación y la inducción.[16]
Entonces, no fue casual la publicación de las “Memorias de Vidocq” (1812-1827) creador de la célebre Sûreté, policía secreta de París, quien se rescató de un pasado asociado al mundo del delito, redimido en la figura del moderno investigador de policía.[17]
Como bien lo entiende Dominique Kalifa desde una visión más cultural del crimen, estas memorias son fundadoras de un género en el que un policía brinda públicamente sus memorias abandonando el frío perfil administrativo e iniciando un curioso proceso –que a partir de aquí será cada vez más frecuente– en que los policías tomen la pluma para dejar impresas sus experiencias. Estas memorias transforman oscuros funcionarios de policía en autores que ponen en funcionamiento poco a poco un instrumento literario de reconocimiento y de reevaluación simbólica del métier policial.[18] De algún modo, la decisión editorial de traducir especialmente y publicar una selección de esas memorias son indicadores de una intención de recuperar a través de figuras significativas y literarias la virtud del buen ejercicio policial.
La inclusión durante toda su existencia de este tipo de textos adscriptos al género novedoso de las memorias de policías en tanto invención de una figura literaria y proveedoras de identidades, le otorga el valor especial de ser una publicación que si bien es sumamente específica y adscripta a una problemática especial era receptiva a los ecos de la cultura en la que estaba inscripta. También ofrecía al lector policía el acceso a la recreación literaria de la vida de otros policías que, en realidades urbanas similares, trabajaban y se desvelaban por combatir el crimen y el delito. De este modo, se fue afianzando la peculiar figura del policía investigador que desentrañaba los crímenes más atroces, que se valía de sus habilidades y saberes, buceador en los restos oscuros de su sociedad para dar con los responsables de robos y crímenes, guiado por señales, rastros y evidencias que, mudas para otros, cobraban valor a los ojos de quien sabía interpretarlas.
Sin embargo, si atendemos los rasgos de los hombres de la Policía de la Capital hacia los años ochenta, sabemos que se oponían bastante al modelo propuesto por estas recreaciones y que esas líneas respondían más bien a una estrategia de construcción identitaria que apuntaba hacia la valoración de la tarea policial, en la que se proponía la exhibición de un modelo de policía sagaz, eficiente, heroico y poseedor de saberes específicos.[19]
En esos años los agentes tenían más bien una escasa formación, muchas veces un pasado asociado al mundo del delito y tentados por ofertas de trabajo mejor pagos constituían un tipo de policía muy particular al que se hacía necesario no sólo instruir y alejar de la mala vida, sino también retener en la institución.
En otro plano la revista intervino en la observación de la ciudad. La Buenos Aires de finales del XIX nos obliga a imaginarla con el movimiento y dinámica propios de la construcción de las grandes urbes modernas, con cambios y crecimientos rápidos, con una sociedad en voraz trasformación como respuesta a la llegada multiplicadora de población inmigrante. Esta sociedad no sólo se mostraba asombrada frente al progreso que imprimían sus gestos de modernización, sino también con todo lo que venía de su mano, su contracara en los excluidos, en los pobres, marginales, pero también en los delincuentes. Las estadísticas del crimen en la ciudad mostraban un aumento del delito en 1880, creciendo aún más hacia mediados de esa década. Los delitos más habituales estaban relacionados con el orden público, como ebriedad y disturbios, convirtiendo a la calle en el escenario de mayor preocupación de las autoridades policiales. La sensación de desborde del personal policial ante esta realidad era constante y así era transmitido por la propia jefatura con quejas recurrentes sobre la falta de personal y escasa capacitación de los agentes de calle. [20]
La policía se convirtió en testigo y traductor privilegiado de las señas de ese mundo asociado al delito y la revista contribuyó justamente a mostrar esa realidad. Escribir sobre casos criminales célebres, sobre ebriedad, vagancia o prostitución traduce la mirada policial sobre los espacios y personajes oscuros del bajo fondo de una ciudad en transformación, proponiendo, de algún modo, una forma de identificación social, una aproximación a la clasificación de sujetos.[21] Para el público no policial, estos relatos echaban luz sobre individuos, prácticas y lugares asociados al mundo del delito. Para el público policial cobraba utilidad, pues construían preliminares guías, clasificación de tipos de comportamiento, perfiles de criminales, rasgos raciales, actividades, lugares comunes y modus operandi que aportaban valor a la tarea del agente policial.
En las Causas Célebres, que se publicaron por entregas, se reconstruía la historia de los crímenes más resonantes de los últimos tiempos cuya singularidad residía justamente en el modo en que eran narrados. Los hechos verídicos y de gran celebridad eran escritos más bien en forma literaria que informativa, más ficcional que ajustada a precisos detalles de lo ocurrido. La recreación novelada de estos hechos, la creación de personajes, la invención de diálogos o reflexiones imaginarias de sus protagonistas, las circunstancias en torno al crimen que se narraba, daban cuenta de la estrategia de la Revista de Policía para incorporar los sucesos más alarmantes o misteriosos que ocurrían en las grandes ciudades.[22]
El misterio era el protagonista central en cada uno de estos relatos, sostenidos de modo cautivante hasta el desenlace en la entrega final, muy asociado a los folletines típicos de la época, en los que la sagacidad o persistencia de un agente policial o investigador daban con la clave para resolver el caso.[23] El relato de las Causas Célebres locales se daba a través de textos más próximos a la crónica policial plagada de detalles de mayor especificidad profesional. Si bien aparecían muchos de los rasgos del periodismo policial, propios de finales de siglo, los casos de los pobres y patologizados, parecían ceder protagonismo al policía como actor central, en un proceso de construcción heroica de la imagen del policía. A estos casos se les incorporaba la novedad de publicar el retrato del delincuente, detalle que suscitaba una gran respuesta del público, que agotaba sus números. Las revistas ilustradas cobraban gran valor visual para el lector, pues a partir del daguerrotipo se estableció una batalla entre fotografía e ilustración. Los dibujantes realizaban notables trabajos con los sombreados de líneas entrecruzadas, de modo tal que las ilustraciones adquirían cualidades realistas.
Si nos aproximamos a la reconstrucción de la genealogía de estos textos, debemos tomar como referencia las “causas célebres” –género que en Francia existía desde el siglo anterior–, la literatura folletinesca, los versos costumbristas[24] o la literatura popular[25]. De todos modos, el valor del género que se construyó en La Revista de Policía estaba mediado por la mirada de aquellos que se consideraban responsables del orden y de la seguridad pública, por una pluma policial que pretendía dar su visión sobre el mundo del delito en la ciudad, y por la decisión de mostrar el rostro de criminales. La posibilidad de identificarlos, de acceder a la visualización de sus caras a través de precisos retratos dibujados y sus señas brindaba una información adicional y una herramienta muy útil para el lector. [26]
Al parecer la literatura, los retratos, los hechos reales ficcionalizados construyeron el escenario donde la Revista de Policía se manejaba con mayor habilidad a la hora de mostrar su mirada de la ciudad y de la relación entre la policía y la sociedad.
La serie de 1888 y 1890
Seis años después de esta primera experiencia editorial se publicó el primer ejemplar de la Revista de la Policía de la Capital, que tendrá un total de 50 números editados entre el 1º de junio de 1888 y el 15 de julio de 1890. Al igual que la anterior, tenía entre 10 y 12 páginas cada número, algunos se publicaban con ilustraciones y se vendían por suscripción obligatoria para los miembros de la policía de la ciudad (coincidió su edición en esos meses con la aparición de revistas análogas de las policías de Córdoba, Rosario y Paraná). Durante su existencia tuvo tres directores (el Jefe de Estadísticas de la Policía Alberto Méndez Casariego, el comisario Antonio Ballvé y ya sobre el final de su aparición, Francisco B. Astigueta) y tres comisiones redactoras, aunque se instó a todo el personal policial, más aún al personal superior, a colaborar con artículos.[27] Esta serie contó con un acta fundacional en la que se expresaron los objetivos de la creación de la revista propuesta por el jefe de policía, el coronel Alberto Capdevilla. Como dijimos al comienzo, esta revista fue pensada básicamente como un texto de enseñanza policial, en la que pudieran publicarse leyes, ordenanzas y resoluciones vinculadas a la institución, para demarcar las atribuciones de los agentes. Esta medida se tomó en un contexto en el que parecía diluirse el intento de encarar una instrucción más formal. El año anterior, a comienzos de 1887, se creó la Escuela de Agentes, cuyos alumnos serían los nuevos vigilantes. El programa del curso contenía nociones muy elementales sobre el funcionamiento de la institución, conocimiento de las jerarquías internas, número y jurisdicción de cada comisaría, el estudio del Manual de Sargentos, Cabos y Vigilantes, las disposiciones policiales y municipales, y concluía con un examen final eliminatorio. Sin embargo, en apenas un año, esta medida se diluyó con la clausura de la escuela y la distribución de los alumnos en las diferentes comisarías, para continuar allí con la instrucción diaria. De este modo, la instrucción volvió al llano, recayó nuevamente en manos de los comisarios y fue impartida por el personal de guardia disponible al momento de dictarse la clase. Incluyó la instrucción a los oficiales inspectores, escribientes y meritorios, débil práctica que quedó establecida como único mecanismo de formación policial. Es por eso que, en el acta fundacional el jefe de policía encargó expresamente a los comisarios que utilizaran la revista en las academias celebradas semanalmente en las comisarías y que el contenido de sus notas fuera leído y debatido. Así también lo reconocía Capdevilla en su memoria anual: “Bajo este punto de vista he hecho cuanto ha sido posible por educarle o evitar que el vigilante antiguo o experimentado salga de la policía. El ascenso por concurso, la condición de saber leer y escribir para optar a los premios, la formación de una Revista de Policía todas han sido medidas para obtener ese resultado.”[28]
De las series revisadas, sin duda es la que mayormente cumple ese carácter instructivo. Parte del contenido central de la revista fue la reproducción prolija en todos sus números del Reglamento Interno vigente desde 1885 y que con más de 300 artículos pautaba funciones, atribuciones y deberes policiales.[29] Se incluyeron textos en los que se enseñaba a elaborar un sumario, a tomar declaraciones o la actuación en allanamientos de domicilio.[30] En varias ocasiones, se incluía algún texto ampliatorio donde se comparaba con la organización de otras policías urbanas como las de París, Londres o Bruselas.[31]
A partir del mes de abril de 1890, ya sobre el final de esta serie, comenzó a incluirse una sección llamada “Galería de la Revista Policía” en la que se prometía publicar los retratos y antecedentes de delincuentes facilitados por la Oficina Antropométrica de reciente creación. Auspiciosa por el alcance de sus objetivos, la revista reconocía la utilidad de los nuevos métodos de identificación utilizados por esa oficina y ofrecía facilitar al agente los medios para identificar o familiarizarse con rostros y datos de célebres criminales: “Por este medio el agente podrá tener en su poder una galería completa de todos los individuos de malos antecedentes, que le servirá en todos los casos para familiarizarse más en su conocimiento como también para consultar en casos dudosos”.[32] Se publicaron una serie de siete retratos dibujados (que entendemos eran copia de la fotografía ofrecida por la Oficina Antropométrica) acompañados por los antecedentes delictivos, los datos de filiación de los individuos, las señas particulares y los detalles de entradas a las comisarías.
“Galería de la Revista de Policía”, Revista de Policía de la Capital, año II, n. 45, Buenos Aires, 15-4-1890, p. 530
La observación de la ciudad, gesto permanente en las notas publicadas, revelaba una mirada sobre la nueva dimensión que estaba adquiriendo Buenos Aires y los nuevos problemas generados por un territorio más extendido y con mayor población en comparación con el comienzo de la década. La reciente anexión de los partidos de Flores y Belgrano planteaba problemas tales como el establecimiento de un servicio de guardia médica y de farmacia nocturna que pudiera alcanzar todos los barrios y para el cual la policía funcionaría como receptor de los pedidos y urgencias. Si bien cada barrio contaba con un médico municipal y de policía, era necesario cubrir el servicio nocturno y se pensó para ello el modelo implementado en París con médicos y farmacias voluntarios. El tráfico de la ciudad era otra preocupación donde “los miles y miles de vehículos…” que circulaban por las calles desafiaban a la policía para organizar ese servicio.[33] Lo era también la implementación de un sistema a través del cual la población pudiera dar aviso a la policía de la existencia de casas vacías que fueran eventuales objetos de ataques a la propiedad.
Para esos años la policía contaba con unos 3000 miembros, la mayoría agentes que provenían del ejército y que planteaban la preocupación en torno a su formación y disciplina: “(…) vigilantes, hombres arrancados al ejército, o a una clase de pueblo que no se distingue por su obediencia, por el orden ni por la cultura”. El uso de uniformes aún no estaba extendido y la práctica más común (y de estricta obligación) era la de portar una medalla distintiva del servicio policial. La resistencia al uso de ese emblema era un tema recurrente entre el personal policial de la época, con antecedentes de “travestismo” con el fin de disimular la condición policial.[34] La revista llamó la atención sobre esto y denunció los casos de desacato e instó a utilizarla obligatoriamente.[35]
Por otro lado, esta segunda serie coincidió con los tiempos previos a la fuerte crisis de 1890, crisis económica y política que se caracterizó por un fuerte encarecimiento del nivel de vida y caída de los salarios, acompañado por un escalonado proceso huelguístico sin precedentes en la ciudad. La evidente crisis económica y política dejó de manifiesto el desarrollo de grupos de protesta, socialistas y anarquistas, aumentando la actividad obrera que se venía madurando desde años anteriores. Así, huelgas de portuarios, albañiles, talleres gráficos y ferroviarios fueron periódicas en los últimos meses del año 1889, signadas muchas de ellas por manifestaciones y protestas.[36] Frente a estos acontecimientos, de novedosa importancia en la ciudad, la revista se ocupó de indagar sobre el lugar policial en esos acontecimientos con publicaciones como “La Policía y las huelgas”, donde consideró el rol de los agentes policiales frente a las protestas callejeras y huelgas. Se preguntaba en torno a la misión de la policía en tales circunstancias, planteaba la necesidad de ampliar el servicio de vigilancia durante las protestas así como la de activar estrategias preventivas de acciones violentas por parte de los trabajadores:
La petición es un derecho que debe ser respetado, mientras no va acompañada de actos violentos de amenazas o coacciones que constituyen delitos previstos y penados por la ley y en los cuáles está encargada de intervenir la institución policial. En estos casos el funcionario debe ser severo, enérgico, rápido en el procedimiento y todos sus esfuerzos deben dirigirse a sofocar el acto sedicioso, reduciéndolo a su más mínima expresión. Debe evitar mientras le sea posible el empleo violento de la fuerza, pero obligado a hacerlo, no debe guardar consideraciones inútiles con los perturbadores del orden, procediendo siempre dentro de la ley, de la cual es en esos momentos verdadero representante.[37]
También se escribió sobre la metodología de la vigilancia policial en las reuniones públicas, práctica creciente al ritmo del avance de las organizaciones obreras, donde se reforzaba la idea de la función de cada seccional policial y de su comisario para definir los límites de la reunión, las ideas que predominaban en ella, evitando los incidentes y comunicando a la jefatura todo detalle de interés por nota y telégrafo.[38]
Pero, por otro lado, y como parte de ese mismo contexto, la revista publicó notas y editoriales en las que manifestaba sus propias preocupaciones vinculadas a los hombres de la fuerza. Entre ellas, el debate sobre la necesidad de un aumento salarial y mejoras para el plantel policial, no sólo para mejorar sus condiciones de vida sino como estrategia para retenerlos en sus puestos. De este modo, la revista se convertía en la voz de los agentes, quienes, por medio de cartas públicas o anónimas, reclamaban a su director “cooperación” ante la jefatura y el gobierno para un pedido de aumento salarial. Así, la publicación parecía intermediar entre los reclamos de los hombres policías por sus sueldos y la propia jefatura, como un espacio propicio para el debate de estos temas de concreto interés.[39] También, en ese mismo sentido, publicó notas en las que comunicaba la ampliación del beneficio jubilatorio para los empleados y agentes de policía, dando lugar a las valoraciones sobre la importancia de la protección social del empleado policial.
En otro plano, la publicación que estamos analizando se hace eco del clima de ideas vivido en esa Buenos Aires de finales del XIX, en la que se destacó una cultura científica muy vinculada a los avances y producciones internacionales, de la que la policía y algunos de sus miembros fueron parte activa. Para ellos, la asistencia a reuniones científicas, la traducción de textos extranjeros para su lectura local, eran prácticas habituales. Muestra de ello era que, a diferencia de la edición de comienzos de esta década, en los números de la revista de fines de los años 1880 aparecían notas vinculadas al debate sobre la edición y circulación de textos criminológicos, tanto de producción local como extranjeros. Se dedicaron varias páginas a comentar la reciente obra de Luis María Drago Los hombres de presa, publicada en 1888 (con prólogo de C. Lombroso en su edición italiana y de Ramos Mejía en su edición local), y que fue considerado el primer libro de la criminología latinoamericana. La revista abría su espacio editorial a la circulación de estos textos de producción contemporánea, así como también a su recepción internacional, reproduciendo las columnas de los Archives d’anthropologie criminelle en los que se comentaban los informes del jefe de la oficina de Estadísticas de la Policía de la Capital, Méndez Casariego, dando cuenta del interés europeo por los saberes criminológicos y policiales provenientes de la “nueva Babel”, Buenos Aires.[40]
Si bien no se puede hacer una filiación directa entre circulación y recepción de ideas de la criminología positivista y su incidencia en las prácticas institucionales locales, para el análisis de nuestra publicación es de destacar el lugar que ocupó en sus páginas el debate científico y la propia presencia de esos médicos y criminólogos en la comisión redactora.[41] Tal era el caso del Dr. Agustín J. Drago, hermano del autor de Los hombres de presa y activo miembro de la comisión, quien tuvo una destacada participación en la recepción local de la “antropometría”, pues por encargo del jefe de policía Aureliano Cuenca viajó especialmente a Francia en 1887 para visitar el gabinete antropométrico de Alphonse Bertillon en París. Al regresar, trajo a Buenos Aires el sistema que se implementó finalmente en 1889, con la creación de la Oficina Antropométrica en la Policía de la Capital.[42]
En los cuatro últimos números de esta segunda serie se comenzó a publicar un singular “diccionario de policía” que proponía a través de su publicación en la revista esclarecer sobre el significado de términos de policía que requerían ser precisados para el agente policial, ilustrados o mejor explicados. Esta valiosa iniciativa, reconocía antecedentes en otras policías europeas y proponía una suerte de enumeración metódica de palabras usuales de los procedimientos policiales para los que se pensaba ampliar su sentido, sentar doctrina y marcar los procedimientos a seguir en cada caso.[43] Se proponía el recurso alfabético para facilitar un orden y se invitaba a todo el personal policial a realizar una suerte de obra colectiva con el aporte de términos que surgieran de diferentes experiencias policiales. El diccionario comenzó con el término “abandono”, para profundizar con “abandono de persona”, “abandono de cosas”, “abandono de cadáveres”. Lamentablemente tiene un breve desarrollo, pues se publicó hasta la palabra “aborto” en la que se ilustraba sobre sus diferentes formas y en la que se incluía en este caso los artículos del Código Penal que castigaban su práctica intencional. Si bien no nos detendremos aquí a analizar la trascendencia de la creación de un diccionario de términos policiales, queremos destacar su relevancia en el marco de la construcción de esta herramienta instructiva que constituyó esta serie de la Revista de Policía. La conquista de un espacio de términos de enunciación y uso policial nos indica las múltiples formas que adquirió la definición de una cultura policial específica. Los léxicos que define el diccionario, la relevancia para su uso y práctica policial así como el impulso de la idea de la construcción conjunta del mismo, otorgan un complejo sentido a la construcción de un campo de saberes y definiciones, una suerte de campo semántico que se recorta del sentido más universal de las palabras. Además, como mencionamos al comienzo, la idea del diccionario se dio en un momento institucional particular en el que la definición de funciones y delimitación de tareas y roles sociales eran parte sustancial de la construcción histórica de la policía en esa década.
En la definición de “aborto” y en este número del 15 de julio de 1890 se interrumpió abruptamente la aparición de la revista, que creemos está explicada por la coincidencia con los acontecimientos políticos de la revolución de 1890. La revolución del Parque se extendió por unos turbulentos días del mes de julio de 1890, marcó una crisis política profunda para el gobierno del orden conservador con la consecuencia directa en la renuncia del presidente Juárez Celman, el surgimiento de nuevas fuerzas políticas como el radicalismo y la evidente escalada de la protesta obrera. En esos hechos las fuerzas policiales de la capital estuvieron fuertemente involucradas en los que murieron y fueron heridos decenas de policías, entre ellos el propio jefe Alberto Capdevilla, herido gravemente en una pierna y pieza clave del gobierno en la operación de la resistencia militar.[44] El reemplazo del jefe de policía, mentor de la revista, y los avatares políticos habrían puesto fin a esta publicación, que reaparecerá recién siete años después.[45]
Del análisis de los dos momentos de la revista de policía de la década del ochenta, se desprende que los primeros números estaban más orientados a acompañar a la institución en la construcción de un espacio institucional y de aquellos objetivos que se proyectaban para una policía nueva para la ciudad capital que comenzaba a delimitar su espacio, diferenciado de la provincia y que debía definir roles, lugares y sobre todo definirse a sí misma en reflejo, muchas veces, con otras policías del mundo. De ahí las recurrentes notas vinculadas a las referencias de las policías de ciudades análogas como París y Londres. Y, por otro lado, la visible libertad de la pluma de esos primeros números, reflejada en la recreación literaria de hechos policiales, el relato de hechos célebres o de la acción heroica de algún agente se inclinan más al servicio de la construcción de legitimidad e identidad policial en un momento clave de definición institucional. En cambio, en los números de finales de década parece claro que el objetivo de esa revista residía en mostrar problemas más concretos que surgían de la evolución de casi una década de esa policía porteña, en la premura de otras dificultades: la formación de los agentes, sus salarios, la desmesura urbana (tráfico, salud, vivienda, delitos…), la cultura científica y su incidencia en el accionar policial, la circulación de retratos de criminales, la definición del diccionario así como el diseño precoz de una idea de la cuestión obrera. El testimonio de ambas revistas, las urgencias de ambos momentos son la muestra de dos atmósferas diferentes que se advierten en el recorrido de esas páginas.
- Este texto es una versión ampliada de una publicación anterior sobre la Revista de policía de 1882-1883: “Lecturas de policías. La Revista de Policía de la ciudad de Buenos Aires” en Papeles de trabajo. Revista electrónica del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de General San Martín. año 2, n. 3, Buenos Aires, junio de 2008.↵
- Ver el capítulo García Ferrari y Galeano incluido en este volumen. ↵
- “Programa”, Revista de Policía de la Capital, Año I, n. 1, Buenos Aires, 1-6-1888, p.1-2.↵
- Adolfo Rodríguez, Historia de la Policía Federal Argentina – Tomo VI, Buenos Aires, Editorial Policial, p. 17 en adelante. ↵
- “Memoria de Policía”, Revista de Policía, año 2, n. 21, Buenos Aires, 15/5/1883, p. 142-143.↵
- Lila Caimari considera ampliamente las cuestiones en torno del arte de la sangre detallada y sus formas de circulación en la prensa de la época y de principios del siglo XX. Lila Caimari, Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880-1955, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.↵
- “A nuestros lectores”, Revista de Policía, año 1, n.1, Buenos Aires, 15/7/ 1882, p. 1-2.↵
- La pulsión hacia la cultura escrita es un rasgo destacable –pero no propio– de la policía argentina: Diego Galeano analiza tres inclinaciones posibles para el análisis de esa escritura: una literatura científica, la tradición literaria y la tradición historiográfica. Diego Galeano, “El ojo y la pluma. La cultura narrativa de la policía en la Ciudad de Buenos Aires”, en Máximo Sozzo (coord.), Historias de la cuestión criminal en la Argentina, Siglos XIX y XX, Buenos Aires, Del Puerto, 2009. ↵
- Sandra Gayol, “Entre lo deseable y lo posible: perfil de la policía de Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XIX”, Estudios Sociales, año VI, n. 10, Santa Fe, 1996, p. 123. ↵
- Viviana Barry, Orden en Buenos Aires. Policías y modernización policial, Buenos Aires 1890-1910, Tesis de Maestría, Universidad Nacional de San Martín, Instituto de Altos Estudios Sociales, 2009. ↵
- “Trascripciones. Policía de la Capital”, Revista de Policía, año II, n. 15, Buenos Aires, 15/2/1883, p. 45-46.↵
- “Espíritu de cuerpo”, Revista de Policía, año I, n. 3, Buenos Aires, 15/8/1882, p. 27. ↵
- “El vigilante”, Revista de Policía, año I, n. 4, 30/8/ 1882, p. 40.↵
- Sandra Gayol, “Entre lo deseable y lo posible”, op. cit. Mercedes García Ferrari, “Una marca peor que el fuego. Los cocheros de la ciudad de Buenos Aires y la resistencia al retrato de identificación”, en Lila Caimari (comp), La ley de los profanos. Delito, justicia y cultura en Buenos Aires (1870-1940), Buenos Aires, FCE, 2005. Viviana Barry, “Los pasos para la modernización policial. Reclutamiento e instrucción en la policía de la ciudad de Buenos Aires, 1880-1910”, disponible en: http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/saberes%20del%20crimen_barry.pdf↵
- Los textos publicados son “Vidocq y la Brigada de Seguridad”, “Manual de la Policía de Francia”, “La policía de Bélgica”, “La seguridad pública en París”, “Una pesquisa bajo la administración de Caulen”, “La Venganza” y “De cómo un pillo sirve para descubrir a otro pillo”, traducidos especialmente para la revista. ↵
- El libro de Dominique Kalifa, Crime et culture au XIXª siécle, París, Perrin, 2005, nos iluminó sobre estas ideas. Su original análisis de la construcción de una literatura del crimen es pensado como expresión de la muy particular obsesión en torno al crimen por parte de la sociedad francesa contemporánea.↵
- “Misterios de Policía. Vidocq y la brigada de seguridad”, Revista de Policía, año I, n. 1, Buenos Aires, 15/7 1882, p.8-9.↵
- Dominique Kalifa, Crime et culture au XIXª siécle, op. cit., p. 67-74. ↵
- Sobre la invención de la figura de policía y “l´heroïsation de soi” inscripto en el proceso de profesionalización policial en el siglo XIX francés, véase Dominique Kalifa, Crime et culture au XIXª siécle, op. cit., p. 88 y ss. ↵
- Para ampliar las estadísticas del crimen puede consultarse Julia Blackwelder y Lyman Johnson, “Estadística criminal y acción policial en Buenos Aires, 1887-1914”, Desarrollo Económico, vol. 24, n. 93, 1984. Sobre los informes de policía puede verse: “Memoria del Departamento de Policía de la Capital”, en Anexo 14 de las Memorias del Ministerio del Interior, Buenos Aires, Imprenta de la Tribuna Nacional, 1883. ↵
- Sobre la evolución de la capacidad estatal para registrar y clasificar identidades individuales véase Mercedes García Ferrari, “Una marca peor que el fuego. Los cocheros de la ciudad de Buenos Aires y la resistencia al retrato de identificación”, In: Lila Caimari (comp.), La ley de los profanos. Delito, justicia y cultura en Buenos Aires. (1870-1940), Buenos Aires, UDESA/FCE, 2007, p. 99-133. ↵
- Sylvia Saítta señala que las noticias “policiales” de los diarios vespertinos entre finales y principios de siglo, herederas de una tradición iniciada por Fray Mocho en Caras y Caretas, eran notas a modo de crónica policial que agrupaban el material sobre hechos delictivos y lo popular urbano. Los editores permitían al cronista recrear libremente sobre un hecho policial determinado, logrando textos más próximos a versiones ficcionales que a hechos reales. Sylvia Saítta, Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, p. 188 y ss.↵
- Ya sobre finales del XIX se definirá con nitidez un género dentro de la narrativa popular, asociado al “relato detectivesco” y de gran éxito internacional en el que el héroe de la historia es justamente el detective. Su exponente más famoso será Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle, publicado por primera vez en 1886. Para ampliar esto y reconocer su filiación local en Caras y Caretas véase Pablo Ansolabehere, “El hombre sin patria: historias del criminal anarquista”, en Lila Caimari (comp.), La ley de los profanos, op. cit. Sobre los casos mencionados ver las notas El Asesinato de Albertina Renouf, (Revista de Policía, 1882: 15-7 al 30-11); El Manila Marcelo Molegno autor del sangriento drama de la calle Suipacha, la repercusión del hecho como la “exactitud” del dibujo agotó el número, obligando a sacar una segunda edición por la cantidad de pedidos recibidos.↵
- Sylvia Saítta, Regueros de tinta, op. cit., p. 196 y ss. Lila Caimari, Apenas un delincuente, op. cit., p. 175. Dominique Kalifa, Crime et culture au XIXª siécle, op. cit, p. 131 y ss. ↵
- Pablo Ansolabehere, “El hombre sin patria”, op. cit., p. 184.↵
- Al parecer funcionaba desde hace unos años la práctica de calificar con “LC” ladrón conocido a quienes habían cometido dos o más delitos contra la propiedad. Estos debían ser fotografiados y su retrato distribuido en las comisarías para ser colocado en la Cuadra de los Agentes para conocimiento del personal. De todos modos, aún se está lejos de la célebre Galería de Ladrones de la Capital, de Fray Mocho, que aparecerá en 1887. Esta publicación contendrá una serie de fotografías de criminales célebres de la ciudad, con una minuciosa información cuasi taxonómica de cada uno de esos sujetos. ↵
- La primera comisión compuesta por: Alfonso Durat, Enrique Salterain, J.C. Almanza, Agustín J. Drago, Petronilo Galeano, Belisario Otamendi y en la segunda se suman Ramón Yoves, Pablo Calevarino, Eduardo Corrales, Marcelino Cejas. ↵
- Ministerio del Interior, Memoria del Departamento de Policía de la Capital, 1888-1889, Buenos Aires, Imprenta de Policía, 1889, p. VII.↵
- “Reglamento Interno”, Libro de Órdenes del día. Policía de la Capital, Buenos Aires, 20/4/1885.↵
- “Sumarios de prevención”, Revista de Policía de la Capital, año II, n. 39, Buenos Aires, 15/1/1890, p. 458-460; “Examen de testigos”, Revista de Policía de la Capital, año II, n. 40, Buenos Aires, 1/2/1890, p. 477-479.↵
- Como ejemplo puede verse el artículo “La policía en Paris”, Revista de Policía de la Capital, año I, n. 12, Buenos Aires, 15/11/1888, p. 146-148.↵
- “Galería de la Revista de Policía”, en Revista de Policía de la Capital, año II, n.45, Buenos Aires, 15/4/ 1890, p. 530-531.↵
- Si bien la Sección de Tráfico se creará recién en 1911 las referencias a la dificultas de circulación en la ciudad son elocuentes dada la combinación de múltiples formas de transporte y desplazamiento (carros de carga, carruajes, caballos…).↵
- Sandra Gayol, “Entre lo deseable y lo posible”, op. cit.↵
- “El uso de la medalla”, Revista de Policía de la Capital, año I, n. 3, Buenos Aires, 1/7/1888, p. 28.↵
- Sobre las organizaciones obreras y proceso huelguístico de esos años puede verse Ricardo Falcón, “Los trabajadores y el mundo del trabajo”, In: Marta Bonaudo (dir.), Nueva Historia Argentina, Tomo IV, Liberalismo, Estado y Orden Burgués (1852-1880), Buenos Aires, Sudamericana, 1999. ↵
- “La policía y las huelgas”, Revista de la Policía de la Capital, año II, n. 32, Buenos Aires, 1/10/1889, p. 382-384.↵
- “Vigilancia de las reuniones públicas”, Revista de la Policía de la Capital, año II, n.36, Buenos Aires, 1/12/1889, p. 433-435.↵
- “Aumento de sueldos”, Revista de Policía de la Capital, año II, n. 31, Buenos Aires, 15/9/1889, p. 372.↵
- “La Antropología en América”, Revista de Policía de la Capital, año II, n. 30, Buenos Aires, 1/9/1889, p. 361; “Hombres de presa”, Revista de la Policía de la Capital, año II, n. 31, Buenos Aires, 15/9/1889, p. 375.↵
- Para ampliar sobre la recepción de estas ideas en el mundo científico local puede verse Diego Galeano, “Civilización y delito. Notas sobre cuatro criminólogos argentinos”, Revista de Historia del Derecho, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, n. 45, Buenos Aires, 2013, p. 265-277.↵
- Drago había sido enviado a París para interiorizar a la policía sobre el novedoso sistema de identificación para implementar posibles respuestas al crecimiento de la población y aumento del delito. Para ampliar sobre la influencia de estas ideas en la creación de la oficina Antropométrica véase Mercedes García Ferrari, Ladrones conocidos/Sospechosos reservados. Identificación policial en Buenos Aires, 1880-1905, Buenos Aires, Prometeo, 2010. ↵
- Tiempo después se publicó en forma de folleto una versión ampliada de los inicios de este diccionario de policía. En esta versión que consultamos se avanza hasta la letra “c” (cuerpo del delito) y se amplía el contenido en cada término. “Diccionario Policial”, Folleto I-A, E. Amato, s/d.↵
- Sobre el rol de la policía en esos hechos véase Adolfo Rodríguez y Eugenio Zappietro, Historia de la Policía Federal Argentina a las puertas del tercer milenio. Génesis y desarrollo desde 1580 hasta la actualidad, Buenos Aires, Editorial Policial, p.180-181. ↵
- Como se mencionó más arriba, ver el capítulo García Ferrari y Galeano incluido en este volumen sobre el análisis de la Revista de Policía de 1897.↵