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13 Periodistas y policías en Buenos Aires

Sherlock Holmes. Revista Semanal Ilustrada, 1911-1913

Martín Albornoz

Introducción

El escritor y periodista Soiza Reilly, en 1909, imaginó un diálogo entre una pareja en el cual la mujer, luego de estrujar y arrojar al suelo un periódico, se quejaba amargamente: “Este diario…No trae ninguna noticia policial de interés. Ningún crimen salvaje. Ningún suicidio que llame la atención. ¡Nada! …Puras tonterías…”. El hombre, apesadumbrado, recogió el diario y buscó en la columna de noticias policiales. Señalando un titular dijo: “mira esta pequeña noticia que hay ahí, y que tú has despreciado, tenemos el ejemplo. Lo trágico no siempre está en lo grande ni en lo ruidoso, ni en lo sangriento. A veces puede estar en lo insignificante. En cada línea de la crónica policial existe un drama. Sólo que es preciso adivinarlo y sentirlo”.[1] La noticia en cuestión informaba escuetamente que, en el Paseo de Julio, en la ciudad de Buenos Aires, un agente de policía había encontrado, recostado en un banco y prolijamente vestido, el cadáver de un joven de 25 años. Nada más. El diario podía ser La Prensa, La Nación o cualquier otro de los tantos publicados en el Buenos Aires de principios de siglo XX.

El diálogo, por un lado, resalta la enorme expectativa y el interés creciente que, durante la primera década del siglo XX, generaban las noticias policiales entre los cada vez más numerosos lectores de diarios y revistas.[2] Por otro lado, Soiza Reilly detectaba que, sacando los casos resonantes, que producían abundante información, la mayor parte de las veces los lectores debían conformarse con el drama que en pocas líneas se condensaba en las columnas de faits divers que, bajo el título “Policiales”, diariamente aparecían en los grandes matutinos de la ciudad. Esto los obligaba a tener que hacer un esfuerzo para imaginar las razones y reponer los detalles que habitaban detrás de los innumerables incidentes que día a día sucedían en la ciudad.

Dos años después, como respondiendo a esa ansiosa curiosidad, el 4 de julio de 1911, irrumpió en la arena del periodismo porteño Sherlock Holmes. Revista Semanal Ilustrada. En su primera página una suerte de declaración de principios resumía tanto los propósitos de la flamante revista, como la franja de noticias que iba a reclamar de forma casi exclusiva su atención: la crónica policial. Se asumía taxativamente:

No hay en el registro de los hechos diarios nada que más interese, ni nada que más seduzca, que la reseña prolija de estos mil accidentes de la vida que pasan fugaces en las columnas de la prensa, dejando la sensación de lo incompleto, junto con la mortificación del desencanto por no haber podido penetrar en la intimidad de las causas originarias del hecho. [3]

Como el propio editorial destacaba, Sherlock Holmes no venía a inventar una necesidad de la nada sino a satisfacer la demanda creciente de lectores como los del diálogo de Soiza Reilly. Para lograrlo, interviniendo “en todas las incidencias de la vida policial metropolitana”, se prometían pesquisas propias. No habría espacios ni personajes sagrados para la curiosidad y la perseverancia del reportero. El hombre público, el rico y el poderoso, serían objeto de investigación tanto como el plebeyo. La inclusión de fotografías haría su parte “sorprendiendo las escenas” y el lápiz del ilustrador reconstruiría todo aquello que escapara al lente de la cámara. Igual de amplio era imaginado el público al que se dirigía la revista. En todos los hogares, “los niños tendrán mil cuestiones a su alcance que despertarán sus alegrías”, mientras que los mayores encontrarían vastísimas informaciones “que cautivarán su interés y ligarán su pensamiento a las investigaciones de sus crónicas”. Para completar el cuadro general –y pretendiendo abarcar lo más posible toda la gama de intereses de lo “popular”– la revista incluiría secciones fijas sobre turf y teatro. Al igual que en las escenas del crimen, los cronistas se deslizarían por los studs y por los camarines de los teatros a la búsqueda de “no lo evidente”.

Bajo ese paraguas, desde la portada –en la que un dibujo en colores capturaba el instante de un “drama pasional”– hasta el último renglón de sus ochenta páginas, el primer número de Sherlock Holmes resumió el heterogéneo universo de preocupaciones e intereses que animó a la publicación. Abrían la revista una pesquisa propia, en la cual un reportero, guiado por su proverbial intuición, lograba desentrañar un crimen misterioso y la crónica del extraño caso de un sacerdote de la iglesia católica deportado a España por la Ley de Defensa Social. A continuación, un pequeño artículo sobre cómo Magdalena Girbez, francesa de 30 años, recién llegada a la ciudad fue víctima de unos “pícaros” “cuenteros del tío”, que advirtieron en ella “rasgos prominentes de carácter accesible”. Acto seguido, el lector podía adentrarse en el hogar de los esposos Bartolomeo, en el cual se desató un inesperado drama pasional que destruyó la felicidad del matrimonio. Inmediatamente, porque “hay asuntos que ni envejecen”, un cronista entrevistaba a Mercedes Comas, una “simuladora” que disfrutaba vestirse de varón, herida de un navajazo. Dos notas de Rosario hacían extensiva la geografía nacional de la “nota roja” a otras ciudades. Una era sobre un cadáver hallado en un baúl. La otra sobre una batalla campal en un barrio apartado del centro rosarino, en la que resultó muerto un agente de policía. De regreso en Buenos Aires, la noticia de una carrera “trágica” de motocicletas, antecedía a otra sobre una gigantesca estafa llevada a cabo por la Compañía Alemana Transatlántica de Electricidad que había costado al Estado 16 millones de pesos. Noticias provenientes del exterior ocuparon varias páginas. Los apaches enmascarados y los anarquistas en París convivían, en la lectura, con el caso inaudito de un criminal que, en Santiago de Chile, había sido detenido por dos “señoritas”. La delincuencia infantil que causaba estragos en San Pablo y un drama pasional en España eran pequeñas grajeas que ampliaban el mapa global del delito que eran acompañadas por crónicas más extensas como las de dos hermanas que en Kentucky se enfrentaron con la policía, mientras que también se prestaba larga atención a un motivo clásico de la historia criminal: la camorra italiana. La carta de géneros ofrecía, además, en formato de folletín, los “Las confidencias de Arsène Lupin” de Maurice Leblanc y “Fántomas” de Pierre Souvestre y Marcel Allain. Los innumerables etcéteras que completaban ese primer número incluían más noticias internacionales bajo títulos “Crónica de policía mundial” y “Actualidades extranjeras”, dos historietas, “Las picardías de Don Chicho” y “Las travesuras de Dominguito”, una excursión al Hipódromo de Palermo y varias ficciones criollistas. A ninguna de estas notas, folletines y crónicas, aún a la más pequeña, le faltó el grabado o la fotografía que permitiera, en la no siempre armoniosa cooperación de las palabras con las imágenes, poner rostros, protagonistas y escenarios a los textos.

Durante sus primeros ochenta y cinco números el formato de la revista se mantuvo estable: 80 páginas profusamente ilustradas, abigarramiento informativo, secciones más o menos fijas. Sin embargo, en el número 85, sin mayores anuncios previos, la revista redujo su cantidad de páginas a la mitad y abarató su precio de veinte a diez centavos. Según la dirección de la revista esta transformación lejos de implicar una crisis, era resultado de su cada vez mayor alcance nacional y de la necesidad de abaratar los costos de su distribución. Se prometía, no obstante, que en breve se aumentaría la cantidad de hojas.[4] Sin embargo eso no sucedió. El 1 de junio de 1913, exactamente dos años después de su explosiva aparición, veía la luz por última vez Sherlock Holmes en su formato reducido y mucha más exigua en su espectacularidad.[5]

Sobre la composición interna de su redacción, los datos que aporta la revista son más bien escasos. Por el escritor y periodista José Antonio Saldías se sabe que era editada por Coltella y dirigida por Juan Clara. Sobre el staff de colaboradores que le dieron forma, una elogiosa reseña del periódico Corriere de la Plata, reproducida en el segundo número, sostenía que estaba dirigida por un grupo de periodistas veteranos “bien conocidos y apreciados por la prensa de Buenos Aires”.[6] Si bien la mayor parte de las crónicas no llevaban firma, entre sus colaboradores aparecen, entre otros, el mencionado José Antonio Saldías, Luis Varela, Nemesio Trejo, Simón Medina, L.F. Churruarin, Rafael Alvarado, Antonio Prado, Miguel Oses, Pablo Daronel y Antonio Prado. Ocasionalmente, algunas de las plumas más activas de la bohemia anarquista, como Alejandro Sux, Federico Gutiérrez y Rodolfo González Pacheco, también se hicieron presentes en sus páginas. A su vez, la revista contó con algunos ilustradores recurrentes como Pedro de Rojas y Gabriel Courtis, que también participó, por aquellos años, de Caras y Caretas.

Gran parte del anonimato en sus páginas quizás se deba a que la revista buscó sumar las colaboraciones amateurs entre su público ofreciendo 50 pesos a “lectores en general” y para “agentes de policía” por participar de concursos. En el primer caso se premiaría la crónica de un hecho criminal verídico, mientras que en el segundo sería reconocida la narración “más interesante” de un agente de policía con todos sus detalles e indicaciones.[7] El interés por sumar y difundir la escritura policial fue, sin lugar a dudas, un rasgo fundamental de la revista. En ese sentido, puede afirmarse que Sherlock Holmes fue el resultado de una gran capacidad para explotar tanto las noticias del crimen, como un aspecto de la cultura policial que, como sostiene Diego Galeano, encontró entre sus rasgos principales, desde la segunda mitad del siglo XIX, la afición de algunos miembros de la fuerza por incursionar en la cultura escrita a partir de la edición de memorias, folletos, biografías y revistas.[8] Muchos de los puntos clave de esa escritura fueron regularmente transitados en las páginas de la revista a partir de las rememoraciones de miembros de la policía ya retirados. Algunos de los escritos producidos por empleados estatales publicados en la revista llegaron, incluso, a tener cierta fortuna posterior. Por ejemplo, la novela del guardiacárcel Luis C. Villamayor, La muerte del pibe Oscar (célebre escrushiante), sindicada como la “primera novela lunfarda”, publicada en la década del veinte y cuyos capítulos iniciales aparecieron en formato de folletín entre mayo y julio de 1913.[9]

Se ha señalado, en más de una ocasión, que Sherlock Holmes mantuvo una relación cercana con la institución policial.[10] De hecho, el comisario escritor Alberto Dellepiane, que colaboró en más de una ocasión con la revista, celebró muy elogiosamente, en la Revista de Policía, su aparición.[11] Pero las zonas de intercambio y cercanía entre la redacción de Sherlock Holmes y la policía no se limitaron a darle espacio a la vocación literaria de algunos representantes de la fuerza. Número a número no faltaron crónicas en las cuales se mostraban a periodistas y policías trabando relación a raíz de algún caso resonante. Un artículo aparecido el 6 de agosto de 1912 se ocupó de resaltar que la elaboración de los “platos fuertes” noticiosos se cocinaban en la interacción entre reporteros y policías que comenzaba, no pocas veces, en la Oficina de Periodistas del Departamento Central de Policía a donde llegaban los partes telegráficos de las 42 comisarías de la metrópoli.[12] Sin embargo, la propia lectura de la revista permite entrever que ese vínculo distó de ser terso. Muchas veces la “crónica roja” mostraba a periodistas y policías en numerosos escenarios urbanos interfiriendo unos en las tareas de los otros.

De la infinidad de las lecturas que Sherlock Holmes sugiere, el propósito de este capítulo es sondear esa zona gris. En primer lugar, se explorarán ciertas representaciones de la ciudad de Buenos Aires y la forma en la que era situada la institución policial en ellas. Para esto último me detendré en los aspectos principales de la recuperación de la cultura policial por parte de los redactores de Sherlock Holmes a partir de la miríada de información que se reproducía profundamente vinculada a la vida de la institución, como jubilaciones, ascensos, homenajes a los caídos en el cumplimiento del deber, novedades técnicas y visitas a las comisarías de la ciudad. En un segundo apartado se rastrearán algunos momentos particularmente agudos del desencuentro entre periodistas y policías. Para eso se recuperarán algunas de las investigaciones criminales que la propia revista llevó adelante dilucidando casos misteriosos y resonantes que más relevantes se volvían cuanto mayor era el desconcierto policial.

Espacio urbano y “buenos servidores”

La forma en la que emergía Buenos Aires en Sherlock Holmes era la de una metrópoli no apta para cardíacos. Tampoco para distraídos. Una ciudad caótica en la cual se sucedían ininterrumpidamente incidentes imprevisibles. En la esquina menos pensada un perro hidrófobo podía atacar a unos niños que jugaban despreocupadamente y el edificio más sólido desplomarse súbitamente, aplastando a todos sus habitantes, a pocas cuadras del cruce de calles en el cual un tranvía arrasaba con un carro tirado a caballos. Estos acontecimientos, muchos de ellos contingentes y relacionados con la propia modernización urbana, eran bautizados como “peligros” o “tragedias” y narrados bajo titulares como “Los peligros de la edificación”, “Los peligros del tráfico” o “El subterráneo trágico”.[13]

Nada era lo suficientemente pequeño como para que la pluma del cronista y la cámara lista del fotógrafo no se interesaran en escudriñar los intersticios de una geografía urbana en la que se superponían múltiples temporalidades y velocidades. Era una ciudad en la que un obrero se despeñaba desde un andamio, un caballo se desbocaba, una mujer paría a su hijo en plena calle y un anciano era arrollado por un coche, todo a la vez. Por medio de la repetición y la sobreabundancia, Sherlock Holmes transformaba a las incidencias de la vida cotidiana en entretenimiento y espectáculo. Tomando la idea con la que Peter Fritzsche analiza la relación entre la cultura impresa popular y la vida cotidiana, puede decirse que Sherlock Holmes “mostraba el entorno de los lectores como un lugar precario, amenazado”, pero también fascinante e inagotable.[14]

Por lo demás, no todo lo dramático en la ciudad era resultado del frenesí y la imprevisibilidad accidental. A esos peligros, se sumó el accionar deliberado de una infinita variedad de criminales que aprovechaban el tráfago urbano para cometer sus fechorías. Como todo en Sherlock Holmes, el significado de esa fauna delictiva no se agotó con la mera denuncia y su presencia en Buenos Aires también fue leída como sinónimo de modernidad. Así, cuando una supuesta ola de narcotizadores asolaba la ciudad, la revista sostuvo: “Buenos Aires la rica metrópoli de la América austral empieza a ser en estos últimos años un campo propicio para los ingeniosos golpes de los narcotizadores”.[15] Idéntica fórmula se utilizó cuando se detectó la presencia de apaches en la ciudad: “los apaches existen” y “en cuanto llegan a una rica metrópoli se adaptan al ambiente” [16]. Una vertiginosa persecución en la zona sur de la ciudad, en la cual unos “audaces asaltantes” se defendieron a los tiros, daba la ocasión para que la Buenos Aires escalara en el podio de las grandes urbes del crimen. Bajo el título “Como en Londres y París” un cronista, luego de emparentar los acontecimientos locales con los de esas grandes capitales, dictaminó:

Pues bien, Buenos Aires, que cada día eleva más el propio concepto de gran capital, tenía necesariamente que llegar al mismo resultado, ya que, entre nosotros, la criminalidad avanza en razón directa de la importancia de la urbe. Era preciso, decimos, que nos consagrara gran ciudad hecho parecido a los que hemos recordado y ese desiderátum acaba de cumplirse.[17]

El catastro de tipos criminales era prácticamente inabarcable. Vista en conjunto, Sherlock Holmes puede verse como un cuadro vivo delincuencial en el que estaban representados, entre otros, narcotizadores y apaches, pero también “locos bravos”, scruchantes, asesinos tatuados, ladrones enmascarados, cuenteros del tío, falsificadores de dinero, bandidos en automóvil, opiómanos, anarquistas pone bombas, bribones aristocráticos, bandas de “tratantes de blancas” y patotas.

Si el mundo de las mil incidencias cotidianas era localizable en un entorno dramáticamente cercano, si las infinitas extravagancias del crimen eran narradas detalladamente, en parte con el propósito pedagógico de que los lectores no fueran víctimas indefensas, Sherlock Holmes además permitía conocer la sinuosa topografía del crimen y de la opacidad social que era denominada como “bajo fondo”, la cual no definía un zona concreta de la ciudad, sino, como sostiene Dominique Kalifa, remitía a una geografía inestable y reconfigurada constantemente por valoraciones de índole moral. En la misma línea, Lila Caimari señala que el bajo fondo “no es un lugar preciso, sino más bien un agregado de escenas y personajes de la imaginación urbana”. Caimari, apunta, además, que los saberes sobre ese espacio eran una zona competencia, ya que “por él compiten el policía, que se reclama experto, y el periodista que lo traduce en imágenes y anécdotas para el profano en la materia”.[18]

Juntos, policías y periodistas, se dirigieron, por ejemplo, a “la república del Maciel”, en las afueras de la ciudad. Allí, los “los elementos cosmopolitas que componen el bajo fondo del Puerto de la Capital buscan su refugio, cuando se ven acosados por los sabuesos de la policía, entre la maraña tupida de la isla Maciel”. Maciel era una especie de ciudad dentro de la ciudad, con sus habitantes –“malhechores”–, sus viviendas –“cómodas carpas”–, su idioma y sus dialectos –“la jerga lunfarda de todas latitudes de la tierra”– e, incluso, con un complejísimo sistema de comunicación interno “eficacísimo” para advertir y anticipar los movimientos de la policía.[19]

Estas aventuras periodísticas “por los barrios exóticos” fueron otro tópico habitual en Sherlock Holmes y no siempre tuvieron como propósito causar escalofríos en los lectores. De este modo, la revista oficiaba como una suerte de guía sobre los modos alternativos de vida en la ciudad. Tan peculiar y diversa era la experiencia en la metrópoli que la mayoría de sus habitantes no percibía que, junto a la ciudad del ruido y el vértigo cotidiano, esa de los peligros y tragedias, había otra en la que la holgazanería era su principal imperativo vital: “la ciudad del dolce farniente” en la que vivían “todos los que aún no han sido contaminados por la fiebre del lucro, ni siquiera por el estímulo de la ganancia, todos los que viven en Buenos Aires sin desear nada –fenómeno extraño en este medio febril– se lanzan a la hondonada que circula la ribera del Riachuelo, como atraídos por una misma aspiración”. [20] Allí tenían su imperio los “atorrantes”, “muchos criminales” –que encontraban ahí “el refugio fraternal”– muchos “filósofos” que, a juicio del cronista, de haber nacido en Francia estarían en la Academia. De la mano de la empatía se podía incluso lamentar la desaparición de esas zonas grises de la ciudad. En 1912, un cronista de Sherlock Holmes se entristecía por el cierre de un “paraíso para trasnochadores”, un verdadero “refugio de calaveras y pecadoras”: la cervecería de Hansen, “aquel rinconcito de Palermo, casi perdido entre las arboledas, aquel paraíso de vagabundos aristocráticos y de muchachos alegres”. Se trataba de una verdadera pérdida. A partir de ese instante, “la risa de las impúdicas divinidades no flotará en el ambiente, después de medianoche”.[21]

En todos esos ámbitos y situaciones, Sherlock Holmes situó a uno de sus principales personajes: los agentes de policía. Aquellos que en no pocas ocasiones intervenían “por esos mundos”. A veces de forma rutilante. Hablando de un operativo policial en un prostíbulo, un periodista ironizaba “el discreto silencio de las salas primorosamente amuebladas ha sido hollado más de una vez por la planta irreverente de los servidores de seguridad, que han acarreado en muchas ocasiones con bandadas de palomas de vuelo corto”.[22]

Por momentos de forma casi excluyente, los policías ingresaron a la revista en calidad de actores principales, pero también de víctimas de la trajinada vida de Buenos Aires que se describía número tras número. Humildes, diligentes, honestos y esforzados, recurrentemente aparecían casi como héroes plebeyos. Al colmar narrativamente la brecha entre policía y pueblo que tanto preocupó a la jerarquía policial desde finales del siglo XIX –y que siguió siendo un tema inherente a la vida de la institución durante las primeras décadas del XX–, es como si Sherlock Holmes hubiera pretendido humanizar a los representantes de una institución cuya existencia generó altas dosis de desconfianza entre la población de la ciudad.[23]

En un derrumbe, en pleno centro de la ciudad, el cabo Larrazábal arriesgó su vida para salvar, infructuosamente, a dos obreros que habían quedado aprisionados en un sótano.[24] Un modesto y buen policía encontró y devolvió una billetera extraviada.[25] En otra ocasión un coche estaba fuera de control –y a los tumbos– porque el caballo que tiraba de él se había desbocado. Todos sus ocupantes corrían un serio peligro de muerte, cuando con “arrojo ilimitado” y “habilidad felina”, el agente Cristóbal Sueldo logró detenerlo.[26] La generosidad y el valor del empleado de la Sección 20, Rafael González, se conjugaron para salvar la vida de la niña Cipriana que colgaba de un balcón. Su heroico salvataje no sólo le valió un extenso y elogioso artículo. Una fotografía de él y Cipriana ganó la portada del número 75 de la revista. Tan ejemplar fue este caso, que disparó una sentida y admirada reflexión extensiva a todos los agentes de calle a los que Sherlock Holmes buscó sacar del anonimato:

Los agentes de policía que se apostan en las esquinas, tienen suspendidos sobre sus cabezas todos los peligros de un accidente, en cada segundo de sus largas horas de sus turnos; pueden ser víctimas y mártires, a cada paso que dan los que en la calle se mueven, hombres y bestias, mientras ellos permanecen en obligada postura estatuaria. De igual manera, se encuentran suspensos de toda clase de sorpresas, y, al ser llamados a prisa, para utilizar sus auxilios, lo mismo pueden pasar a la posteridad por obra del delincuente que fuga apartando obstáculos con armas de destrucción en las manos criminales, que, por acción de un incendio, del agua de una inundación, de la corriente eléctrica que se escapa al cable roto, o de la pared que, al desmoronarse, aplasta a cuanto bicho viviente queda envuelto en la polvareda de los escombros. De estos, accidentes registra alguno diariamente la crónica policial.[27]

La tarea de los policías sucedía en el centro mismo de los “peligros” y “tragedias” de la ciudad. Por esta razón, repetidamente, Sherlock Holmes se propuso reivindicar las trayectorias ejemplares de los agentes policiales que arriesgaban su vida para mantener el orden público. Dar publicidad a sus acciones era estimular la imitación y proponer “un molde de ejemplo”.[28] Eran los “buenos agentes” que obraban en “cumplimiento del deber” incluso estando fuera de su horario de servicio. Así era posible conocer la historia de Alberto Basso, agente de la Comisaría 22, que, volviendo a su casa, luego de una larga jornada de trabajo, notó que una esquina un grupo de gente discutía acaloradamente. Con buenos modales les solicitó que dieran por terminada la discusión y se retirasen a sus hogares. Uno de ellos, “retobado”, no acató la orden y con una daga lo hirió a la altura del pecho. El agente intentó defenderse “pero vencido por el dolor y la hemorragia, cayó al suelo desvanecido”. Ante casos semejantes, Sherlock Holmes tomó partido siempre por los agentes. Cierta noche, un grupo de jóvenes, buscando diversión, derivaba de un prostíbulo a otro. Martín Bonami, “un viejo conocido” de la Sección 34, era uno de esos “muchachitos alegres”. En medio de la caravana se armó una trifulca. Los golpes iban y venían, las mujeres gritaban desesperadas al verse blanco de la furia colectiva. Hasta ahí llegaron los agentes González y Olviera. El desenfreno fue tal que los uniformes policiales no lograron apaciguar los ánimos. En medio de la refriega González resultó gravemente herido. Por su parte, Olivera, desbordado y viéndose en peligro, desenfundó su arma reglamentaria y, luego de dar los toques de silbato reglamentarios, disparó al montón resultando muerto Bonami. Luego de eso el agente fue conducido detenido al Departamento de Policía. La revista no dudó en justificarlo y en augurar que pronto recuperaría su libertad. El título del artículo, elocuente, era “En defensa Propia”.[29] En momentos extremos, estas intervenciones podían costarle la vida al policía. Como en muchos otros temas, cada vez que la revista brindó su homenaje a los agentes muertos, Sherlock Holmes pareció sintonizar con la cultura policial porteña. Sin embargo, lo hizo con un énfasis propio. Si la codificación de los rituales fúnebres de la policía se había realizado mayoritariamente, desde la institución, a caballo de la glorificación de sus hombres más prominentes, como podían serlo los comisarios o jefes de policía, la revista prefirió hacer foco en lo que les sucedía a los policías de menor jerarquía, para quienes la muerte devenía olvido público.[30] Por ejemplo, el agente Ramón Pérez la Sección 23, asesinado por Cristóbal Santiago Arévalo en el barrio de Flores, recibió particular atención. Una extensa nota, en la que se daban cuenta de los hechos, era acompañada por fotografías dolientes de su novia, de la capilla ardiente en la cual sus compañeros le brindaron un último y merecido homenaje.[31] Pero no sólo la muerte fue causa del reconocimiento a las trayectorias de los agentes. También aprobar exámenes, lograr ascensos o jubilarse eran motivo para el homenaje.[32]

Con idéntica fruición, Sherlock Holmes dedicó una cantidad notable de crónicas a describir los espacios de trabajo de los policías. Desde la jefatura hasta la más pequeña de las comisarias seccionales, Sherlock Holmes recorrió de forma ascendente y descendente todos los espacios jerarquía policial. Mucho menos vistosas y exaltadas, pero no menos laudatorias, estas “intromisiones” amistosas en las dependencias de la policía permitían al lector conocer la cotidianeidad de aquello que la crónica policial en general no recogía. En una suerte “de puertas adentro”, el buen ánimo reinante, pero también el cansancio, que invadía el Departamento Central en un día de pago, el duro proceso de formación de un agente, una “hermosa fiesta” en la Escuela de Cadetes o la División Canes de la policía devenían de esta forma espacios propicios para el fotógrafo o el cronista “indiscreto”.[33] Idéntica atención recibieron el Gabinete Dactiloscópico o la Sección Tráfico de la Policía.[34]

Entre todas estas notas que recogían la variedad de tareas que constituían el día a día más rutinario de la institución, destacaron las visitas a las diferentes comisarías de la ciudad. Más de la mitad ellas recibió la atenta visita de un reportero y un fotógrafo. El espíritu que guiaba las crónicas de las seccionales no era solamente hacer un listado de sus ocupantes, “sino señalar para cada uno de ellos los rasgos prominentes de su característica como empleados”. Sin embargo, a veces, como en la Comisaría 26 la tarea no era sencilla, “pues la obstinada modestia de casi todos sus empleados nos obliga a prescindir de datos que hubiéramos deseado”.[35] Como fuera, más allá de que muchas veces las notas quedaban limitadas a la reproducción de los legajos de los agentes, el propósito de la serie dedicada a las comisarías seccionales parecía haber cumplido su propósito al hacer públicos los nombres de sus habitantes. Como compensación de esa “parquedad narrativa”, los propios cronistas destacaban que “si algo épico o fuera de lo común ve surgir el lector de esas lecturas, no se podrá decir que lo hayamos puesto nosotros, sino que ello será consecuencia de los hechos mismos…No creamos héroes de leyenda, ni intervienen en estas crónicas otros personajes que los de carne y hueso”.[36]

Triunfos periodísticos y fracasos policiales

La descripción amigable y hasta parsimoniosa de la vida policial distó de agotar el registro con el que Sherlock Holmes hizo ingresar a los agentes de policía en sus páginas. Junto a los comisarios jubilados que escribían, a los diligentes empleados de seccional, a los oficiales que ascendían y a aquellos que, arriesgando su propia vida, intervenían heroicamente en la desenfrenada Buenos Aires, cobraron vida, repetidamente, los llamados “malos gentes”. La revista, número tras número, abundó en ejemplos que dieron cuerpo a esa caracterización menos elogiosa. En una ocasión una mujer fue detenida violentamente en plena calle. Inútilmente se intentó resistir. Una vez en la comisaría, con gran escándalo, se supo que el policía la detuvo por sospechar que aquella mujer era en realidad un hombre travestido.[37] Tiempo antes de ese episodio, en la sección “Parte preventivo”, destinada a narrar curiosidades policiales, se comentaba que un policía de la Sección 22 encontró en un baldío un objeto prolijamente envuelto en papel de diario. Tenía el tamaño de una pelota de fútbol. Creyéndolo una bomba anarquista, el agente protegió el paquete cuidadosamente con algodón para evitar cualquier choque que lo hiciera detonar y lo envío a la División Científica para que fuera analizada. Para gran sorpresa de los presentes, una vez abierto el envoltorio, “los químicos se encontraron con que el bulto lo constituía el cadáver de una criatura de dos o tres meses”.[38]

Esta mirada más escéptica y crítica no se debió solamente a la eventual arbitrariedad o torpeza con la que se conducían quienes eran los encargados de mantener el orden público. Tampoco se limitó a que, por ejemplo, se hiciera pública la existencia de entramados criminales de los que participaban tanto delincuentes como policías.[39] Esas “deformidades de nuestra institución policial” eran tratadas en conjunto con una percepción negativa e interesada que surgía de la zona de competencia entre la incapacidad policial para esclarecer crímenes resonantes y la asumida sagacidad de los cronistas y periodistas. Como destacaba una y otra vez la revista, el origen mismo de la noticia policial implicaba zonas de interacción y vinculación en las propias escenas del crimen a las que llegaban reporteros y fotógrafos para levantar sus propias pistas e impresiones. De este modo, siguiendo a Dominique Kalifa, podría decirse que ese vínculo inevitable fue, muchas veces, de desconfianza recíproca.[40] Por lo tanto, como observó Lila Caimari, a propósito de las noticias criminales que ya eran habituales en la prensa porteña de principios de siglo XX, en Sherlock Holmes esa relación cercana y competitiva, albergó no pocas veces, una forma de crítica a la autoridad.[41] A tal punto esto fue así, que, en ocasiones, la confusión de la institución encargada de mantener el orden era presentada como total. La portada del número 33 de Sherlock Holmes titulada “Aclarando crímenes misteriosos” era elocuente en ese sentido. En ella se observa a un grupo de policías que “juegan” a la gallina ciega mientas un delincuente se burla de ellos.

Tapa de la revista Sherlock Holmes, Año 2, n. 33, Buenos Aires, 13/2/1912.

A su modo, Sherlock Holmes parecía alimentar deliberadamente la percepción de que la ineficacia policial era uno de los impedimentos para la dilucidación de crímenes complejos. Por contraste, desde el primer número, la revista se autopromocionó como una exitosa maquinaria de emprender investigaciones propias que fueron una de sus características principales a lo largo de sus dos años de existencia. En materia de saber criminal, según se desprendía de un artículo publicado a poco de aparecer, el semanario se jactaba de que gracias a sus inmersiones en el mundo del delito se estaba desatando una verdadera fiebre popular por la detección que superaba en inteligencia y suspicacia a la policía. Buenos Aires se estaba volviendo un hervidero de “Sherlocks”:

Desde que apareció el primer número de Sherlock Holmes se ha desarrollado de modo atroz la afición a ser detective. Ya había muchos ciudadanos pacíficos que se consideraban dotados del olfato de un lebrel y exclamaban, cuando tardaba la policía en dar con un delincuente. “A ese lo hubiera prendido yo si me hubiesen confiado la pesquisa”. Pero desde que nuestras páginas han recreado a cientos de miles de lectores con sus narraciones sobre hazañas policiales, la cosa ha subido de punto y hoy en día, de cada tres habitantes de Buenos Aires, hay por lo menos uno que considera lo más fácil encontrar al autor de cualquier crimen, aun cuando la policía oficial haya fracasado por completo.[42]

Lejos de resultar un problema –o un solapamiento con su propia misión– Sherlock Holmes fomentó juegos de detección entre sus lectores. Durante su segundo año, en varias entregas, la revista publicó un detallado “Abecedario del pesquisante”. Así, el lector profano podía aprender los rudimentos de la observación ocular, la importancia de recurrir a apoyos “mecánicos” de la fotografía, el correcto escrutinio de marcas en las paredes y el astuto análisis de huellas y pisadas.[43]

Puede sostenerse, entonces, que las intervenciones de los reporters detectives eran más llamativas cuanto más estrepitosos eran presentados los fracasos policiales en resolver ciertos crímenes. En enero de 1911, trece presos se fugaron de la Penitenciaría Nacional. Luego de saltar el alambrado perimetral, los evadidos, se perdieron en la ciudad. El caso reunía varios elementos que lo hicieron atrapante para la opinión pública. Dos de los fugados eran ni más ni menos que los anarquistas Salvador Planas y Virella y Francisco Solano Regis quienes en 1905 y 1908 quisieron asesinar, respectivamente, a los presidentes Manuel Quintana y José Figueroa Alcorta. A esto se sumaba la manifiesta complicidad de algunos elementos del sistema penitenciario, la presunción de que existían redes de solidaridad anarquista que habrían colaborado desde el exterior y la pasmosa inoperancia de la policía para dar con los evadidos. Seis meses después, Sherlock Holmes con un título rutilante –“La primera captura de Sherlock Holmes en Buenos Aires”– anunciaba su primer triunfo sobre el crimen y la policía. En una narración que mezclaba la atmósfera de misterio de la ficción detectivesca con datos y personajes verídicos, se daba cuenta de que un cronista de la revista había estado frente a frente con Salvador Planas Virella, uno de los dos anarquistas que en enero se había escapado de la Penitenciaría Nacional. Ciertamente el relato era inverosímil: Planas Virella trabajaba de incógnito como cochero e incluso habría conducido por la ciudad al mismísimo José Rossi, jefe de la Comisaría de Investigaciones, sin que éste lo notara. El informante clave había sido un niño.[44] Meses después, el tema de los anarquistas evadidos volvió a emerger en las páginas de la revista, lo que demuestra además que las investigaciones podían sostenerse en el tiempo y trascender las fronteras nacionales. En abril de 1912 la arista más espectacular de la fuga de la Penitenciaría Nacional llegaba a su fin gracias a la perseverancia de los redactores de Sherlock Holmes; Salvador Planas y Virella, informaba un corresponsal desde el Acre, en Brasil, habrían muerto bajo las flechas de un grupo de indios insumisos cuando trabajan clandestinos en una plantación. Por irreal que resultara todo, lo cierto es que el semanario se anotaba un triunfo: “A Sherlock Holmes le toca en suerte la publicidad de esta primicia, verdadera página emocionante y amena”.[45]

En otras ocasiones las primicias de Sherlock Holmes habrían servido como acicate para que el jefe de la policía Dellepiane sacudiera la modorra de sus subalternos y ordenara una investigación profunda. A comienzos de 1912, el semanario publicó un extenso foto-reportaje titulado “Las damas nocturnas y los salomones” dedicado a describir los personajes que formaban parte, a la vista de todos, del “comercio de caricias” de la ciudad. El texto dejaba entrever que el tráfico de mujeres en Buenos Aires no tenía parangón con el de otras ciudades del mundo y que una de las razones principales de “tan vil espectáculo” era el desinterés de las autoridades.[46] Días más tarde, un redactor afirmaba: “ha sido a raíz de nuestra reseña ‘Los salomones y las damas nocturnas’ que el general Dellepiane pasó al Ministerio del Interior la nota pidiendo facultades para obrar en un caso tan extraordinario”. La ocasión fue utilizada para profundizar aún más el conocimiento que se tenía sobre la existencia en Buenos Aires de 15.000 “tenebrosos” de los cuales apenas estaban prontuariados 900. Pero había más. En un golpe de audacia, habían sido robados de la Comisaría de Investigaciones 50 de esos prontuarios. Una vez más, la policía había sido cómplice pues se sabía de “cierta dama rusa y morena que sobornó con sus encantos a un funcionario de policía”. La ocasión fue excusa para la celebración de las artes detectivescas de los periodistas de Sherlock Holmes: “de cualquier manera, tendremos la satisfacción de haber iniciado este movimiento de justa indignación que ha determinado en la policía, la reacción contra esa pasividad con que miraba el desenfreno del vicio. No es poca”.[47]

Crónicas de este tipo, que entremezclaban las vacilaciones policiales, el entusiasmo del público y las mañas y habilidades de los reporteros fueron marca registrada de Sherlock Holmes. En junio de 1912 tuvo lugar en la calle Sarmiento de Buenos Aires el horroroso crimen del comerciante José Tosi. El criminal, que había actuado con saña, había tenido el cuidado de borrar cualquier marca que permitiera su identificación. Era un caso ideal para la revista. Con profusión de imágenes de la reconstrucción del crimen, de la policía en acción, de los curiosos, Sherlock Holmes arremetió con su propia investigación. El primer elemento destacado fue que la policía había ensuciado la escena del crimen. Todos los rastros, las huellas y pisadas que se conservaban eran de la propia policía y de personas ajenas a la investigación que habían ingresado al lugar en el que Tosi fue muerto. Un periodista del diario logró dar con los familiares y amigos de la víctima. A partir de indagaciones e intuiciones propias se aportaba una primera pista: “los criminales, no son, ni con mucho, individuos conocidos como ladrones profesionales”.[48] Durante varios números, conforme aumentaba la desconfiaba del público con respecto a las iniciativas oficiales, Sherlock Holmes sostuvo la conjetura que dejaba entrever que el victimario pertenecía al círculo íntimo de Tosi.[49] Tan errática era la pesquisa policial que incluso, desde la revista, se llegó a reconocerle cierto mérito pese a sus errores:

La policía trabaja, y hay que aplaudirla; hay que aplaudirla doblemente, porque, haciendo a un lado sus convicciones sobre el crimen, sienta la hipótesis de un posible error, y se desvela tras pistas hipotéticas, soportando estoicamente la crítica que la impaciencia pública formula sobre su incapacidad para adivinar y comprobar misterios.[50]

Luego de muchos vaivenes, una serie de pistas falsas y una cantidad de tinta importante vertida sobre el asunto de la calle Sarmiento, se logró dar con el asesino, un tal Bienvenido Cejas, un desesperado sin oficio conocido que fue hasta el almacén de Tosi a pedirle dinero. Luego de que éste se lo negara, se trenzaron en una lucha en la cual resultó muerto el propio Tosi. Si bien finalmente se le reconoció a la Policía de Investigaciones el éxito en la investigación, durante los meses que duró “el misterio” para la policía todo fueron críticas.[51]

Sherlock Holmes llevó a cabo una cantidad de innumerable de investigaciones. Las mismas no se ciñeron solamente a los grandes crímenes y sus misterios. En ocasiones se descubrieron estafas en la aduana o se entrometieron el Consejo Nacional de Educación. Con idéntica voluntad denunciaron la adulteración del pan y la leche en la ciudad. Como ya se dijo, estas pesquisas habrían constituido gran parte de su atractivo para el público lector. Sin embargo, no era el único elogio que la revista se encargaba de resaltar. Los triunfos periodísticos le habrían valido también el reconocimiento de los propios criminales.

Con visos publicitarios, muchas veces, se hicieron públicas notas y esquelas que los criminales dejaban ex profeso para los periodistas. A poco de aparecer Sherlock Holmes, la división Orden Público de la policía descubrió en la calle Rawson, en el sur de la ciudad, un laboratorio complejísimo en el que se falsificaban billetes y se fabricaba lo que a todas luces parecía una “máquina infernal”, como se conocía a los fabulosos ingenios explosivos que fabricaban los anarquistas. Una vez más, la crónica reunió todos los elementos de un gran suceso periodístico: policías, anarquistas misteriosos, falsificadores de dinero, aparatos extraordinarios e incertidumbre. La cuestión es que el fenómeno del suceso informativo no escapó a los propios implicados que junto a la extraña bomba dejaron una nota que en italiano decía: “Piatto del giorno” en referencia al espectáculo noticioso que se brindaba.[52] En otras ocasiones, Sherlock Holmes recibió una interpelación directa por parte de criminales. Exhibida como un logro, la revista reprodujo una nota que la organización criminal Mano Negra dirigió a la redacción de la revista. En ella podía leerse: “ustedes que son pesquisantes ocúpense de encontrar a los que tienen secuestrado al muchacho Paulino Vitale. El reporter tendrá un premio”.[53]

Palabras finales

Poco tiempo antes de que se abandonase su publicación, la revista Sherlock Holmes llevó a cabo una investigación sobre la presencia de adivinas en la ciudad de Buenos Aires. La misma resumía, por una parte, cuál había sido el norte que orientó su existencia, mientras que por la otra, mostraba un interesante desplazamiento en la recepción local de lo que Caimari denominó “sherlockología sudamericana”.[54] Más allá del calco, la adaptación o la divulgación de los episodios más famosos del personaje creado por Conan Doyle, la revista elegía presentar al periodista policial porteño como si se tratase de una fase superior del investigador privado y a la ciudad de Buenos Aires como un escenario mucho más apropiado para su despliegue que a la mismísima Londres:

Sherlock Holmes no ha muerto. Investiga siempre. Pero ahora no es propiamente detective. Es periodista. Claro que Sherlock Holmes no es sajón, sino latino. Y no lo decimos arbitrariamente, muchas cualidades de su temperamento son de países de sol. Ya conocen a nuestro héroe nuestros lectores. El hacerle inglés, con su pipa y su cara afeitada, y sus verdes ojos escrutadores, y su gesto hermético de hombre inductivo, el darle esa apariencia de gentleman británico, con su gardenia y su monocle fue cosa de Conan Doyle. Tampoco reside en Londres, nuestro admirable ex-detective. Ahora vive en Buenos Aires y hace periodismo vibrante, ágil, informativo, nuevo.[55]

La novedad de su tipo era un rasgo señalado constantemente en la revista. Nunca había existido en Buenos Aires una revista enteramente dedicada a lo policial. En este capítulo se ha intentado iluminar la forma en que ese periodismo “vibrante” y “ágil” artículo sus representaciones sobre el caos urbano, la reivindicación de la acción policial más transversal y trabajosa en tensión con su propia vocación detectivesca para el esclarecimiento de crímenes resonantes y misteriosos.


  1. Juan José de Soiza Reilly, “Psicología de una noticia policial”, In: Crónicas del Centenario, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2008, p. 220.
  2. Sobre las noticias policiales en la cultura impresa de la ciudad Buenos Aires, ver: Lila Caimari, Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en Argentina, 1880-1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004; Sylvia Saítta, Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, p. 189-221.
  3. “Sus propósitos”, Sherlock Holmes, en adelante SH, Año I, n.1, 4/7/1911, p.1.
  4. Sherlock Holmes. Su nuevo formato y precio”, SH, Año III, n.85, 11/2/1913, p.32.
  5. Si bien no es inverosímil que la revista haya publicado algún número más, por el periodista y escritor José Antonio Saldías, al referirse a la aparición del diario Crítica, sabemos que para septiembre de 1913 hace varios meses que Sherlock Holmes ya no salía. Ver: José Antonio Saldías, La inolvidable bohemia porteña. Radiografía ciudadana del primer cuarto de siglo, Buenos Aires, Freeland, 1928, p.131.
  6. “Nuestro primer número”, SH, Año I, n. 2, 11/7/1911, p. 54.
  7. “Concursos de Sherlock Holmes”, SH, Año I, n.6, 8/8/1911, p.14.
  8. Diego Galeano, Escritores, detectives y archivistas, Buenos Aires, Biblioteca Nacional Argentina/Teseo, 2009.
  9. Al respecto, ver: Oscar Conde, “Introducción” a: Luis C. Villamayor, La muerte del pibe Oscar (célebre escrushiante), Buenos Aires, UNIPE: editorial universitaria, 2015, p. 13-45.
  10. Lila Caimari, “Lecturas policiales porteñas”, In: Román Setton, Fuera de la Ley. 20 cuentos policiales argentinos (1910-1940), Buenos Aires, Adriana Hidalgo, p. 47-63; Viviana Barry, Orden en la ciudad. Policías y modernización policial, 1890-1910, Buenos Aires, UNSAM/IDAES, Tesis de Maestría, 2009.
  11. Alberto Dellepiane, “Dos nuevas revistas policiales”, Revista de Policía, Año XV, n. 340, 16/7/1911, p. 41-42.
  12. “El plato fuerte del diario. Cómo se hace la crónica policial”, SH, Año II, n.58, 6/8/1912, pp 57-60.
  13. “Los peligros de la edificación”, SH, Año III, n. 90, 18/3/1913 p. 21; “Los peligros del tráfico”, SH, Año III, n. 90, 18/3/1913 p. 19; “El subterráneo trágico”, SH, Año III, n. 91, p.12-13.
  14. Peter Fritzsche, Berlin 1900. Prensa, lectores y vida moderna, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, 183.
  15. “Los narcotizadores y su manera de operar. El caso de la calle Santa Fe”, SH, Año I, n.3, 18/7/1911, p. 17.
  16. “Un audaz atentado”, SH, Año I, n. 4, 25/7/1911, p. 83
  17. “Como en Londres y París”, SH, Año III, n. 86, 18/2/1913, p.11.
  18. Lila Caimari, La ciudad y el crimen. Delito y vida cotidiana, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, p. 57-58.
  19. “La república de Maciel”, SH, Año I, n.4, 25/7/1911, p. 14.
  20. “Por los barrios exóticos. El Paseo de Julio”, SH, Año II, n.37, 12/3/1912, p. 25-27.
  21. “El paraíso de los trasnochadores. Un refugio de calaveras y pecadoras desaparece”, SH, Año II, n.39, 26/3/1912, p. 31-32.
  22. “Por esos mundos”, SH, Año II, n. 39, 26/3/1912, p. 47.
  23. Al respecto, ver: Sandra Gayol, “Entre lo deseable y lo posible. Perfil de la policía de Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XIX”, Estudios Sociales, Año VI, n. 10, 1996, p.123-138; Lila Caimari, Mientras la ciudad duerme. Pistoleros, policías y periodistas en Buenos Aires, 1920-1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, p. 187-192.
  24. “Asfixiados en un pozo. Muerte horrible de dos obreros”, SH, Año I, n.4, 25/7/1911, p.35.
  25. “El hallazgo de una cartera y su honrada devolución”, SH, Año I, n. 5, 1/8/1911, p.70.
  26. “Un caballo desbocado y un agente heroico”, SH, Año II, n. 29, 16/1/1912, p.7.
  27. “Un buen soltado del deber”, SH, Año II, n.75, 3/12/1912, p.20.
  28. “Los buenos agentes de policía”, SH, Año I, n.6, 8/8/1911, p. 10.
  29. “En defensa propia”, SH, Año II, n. 50, 11/6/1912, p. 17-19.
  30. “La gloria de los buenos”, SH, Año III, n. 93, 8/4/1913, p. 25-27. Al respecto de las relaciones de la policía con los muertos en el “cumplimiento del deber”, ver: Diego Galeano, “Caídos en el cumplimiento del deber. Notas sobre la construcción del heroísmo policial”, In: Diego Galeano y Gregorio Kaminsky (coord.), Mirada (de) uniforme. Historia y crítica de la razón policial, Buenos Aires, Teseo, 2011, p. 185-219. Sobre las formas sociales y culturales de significar la muerte de figuras resonantes de la institución policial: Sandra Gayol y Mercedes García Ferrari, “Ramón Falcón: asesinato político y usos políticos de la muerte”, In: Sandra Gayol y Gabriel Kessler (eds.), Muerte, política y sociedad en la Argentina, Buenos Aires, Edhasa, 2015, p. 61-83
  31. “Asesinato del agente Pérez, en Flores”, SH, Suplemento al Número 5, 1/8/1911.
  32. “Jubilación de un empleado de policía”, SH¸ Año I, n.8, 22/8/1911, p. 65.
  33. “En el Departamento de Policía. Un día de pago”, SH, Año II, n. 54, 9/7/1912, p. 21-24; “Cómo se hace un agente”, SH, Año II, n. 59, 13/8/1912, p. 25-29; “En la escuela de cadetes. Hermosa fiesta”, SH, Año I, n.2, 11 de julio de 1911, p. 11-14.
  34. “Métodos de identificación”, SH, Año I, n.15, 10/10/1911; “La sección tráfico de la policía”, SH, Año II, N. 77, 17/12/1912, p. 24-29.
  35. “Comisarías Seccionales: la 25”, SH, Año II, n.77, 17/12/1912, p. 15-16.
  36. “Comisarías Seccionales: la 16”, SH, Año II, n. 58, 6/8/1912. p. 63-65.
  37. “Los malos agentes”, SH, Año II, n.49, 4/6/1912, p. 15.
  38. “Parte preventivo”, SH, Año I, n. 6, 8/8/1911, p.2.
  39. “La policía delincuente”, SH, Año II, n.29, 16/1/1912, p. 2-3.
  40. Dominique Kalifa, L’encre et le sang. Récits de crimes et societé á la Belle Époque, París, Fayard, 1995, p. 200.
  41. Lila Caimari, “Lecturas policiales porteñas”, op. cit., p.55.
  42. “Parte preventivo”, SH, Año I, n.5, 1/8/1912, p. 3.
  43. “El abecedario del pesquisante”, SH, Año I, n. 46, 14/5/1912; “El abecedario del pesquisante”, SH, Año I, n. 49, 4/6/1912, p. 33-35; “El abecedario del pesquisante”, SH, Año I, n.51, 18/6/1912 p.67-68.
  44. “La primera captura de Sherlock Holmes en Buenos Aires”, SH, Año I, n.6, 8/8/1911, p. 63-64.
  45. “Muerte de Solano Regis y Planas Virella”, SH, Año II, n. 42, 16/4/1912, p. 28.
  46. “Las damas nocturnas y los salomones”, SH, Año II, n. 9, 23/1/1912, p. 17-25.
  47. “15.000 tenebrosos en Buenos Aires”, SH, Año II, n.9, 23/1/1912, p.6.
  48. “Enigma. El bárbaro crimen de la calle Sarmiento”, SH, Año II, n. 51, 18/6/1912, p.4.
  49. “El enigma de la calle sarmiento”, SH, Año II, n. 52, 25/6/1912, p. 4-6.
  50. “Esto de Tosi”, SH, Año II, n. 55, 16/7/1912, p. 7.
  51. “Un éxito policial (captura del asesino de Tosi)”, SH, Año II, n.59, 13/8/1912, p.2-12.
  52. “Anarquistas y falsificadores”, SH, Año I, Suplemento anexo al n.2, 11/6/1911, p.II.
  53. “El rapto sensacional. La mano negra”, SH, Año II, n.28, 9/1/1912, p.2.
  54. Lila Caimari,“Lecturas policiales porteñas”, op. cit., p. 53.
  55. “Un reporter ex-detective”, SH, Año III, n. 93, 8/4/1913, p.4.


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