Introducción

Marc Loriol[1]

La crisis sanitaria provocada por la pandemia de COVID-19 intensificó el desdibujamiento de las fronteras entre lo laboral y lo extralaboral, así como el impacto de las temporalidades del trabajo en la vida privada. Durante el primer confinamiento, muchos trabajadores se encontraron trabajando desde casa en cuestión de días, sin estar necesariamente preparados. Además, el cierre de escuelas obligó a muchos padres, y por lo general más a las madres que a los padres, a tener que hacerse cargo al mismo tiempo de actividades profesionales a distancia y de la educación de sus hijos. En términos generales, el teletrabajo exige reorganizar los tiempos domésticos y laborales de una manera completamente nueva. Esto puede resultar difícil de administrar porque el trabajo remoto propicia eventuales desviaciones del horario de trabajo. Cuando uno está lejos de sus colegas y de su jefe, se vuelve más difícil demostrar que uno está comprometido con su actividad, lo que puede llevar a un aumento de las horas de trabajo. Por otro lado, como el trabajo desde casa favorece una configuración de horarios más individualizada, la coordinación entre colegas puede resultar en una extensión de las franjas horarias potencialmente trabajadas. Por ejemplo, si algunos prefieren empezar a trabajar a la mañana temprano, mientras que otros deciden levantarse más tarde, elegir un horario para tener una reunión virtual o responder un mail urgente puede complicar la organización personal y exigir una disponibilidad más amplia.

A quienes tuvieron que seguir yendo a sus lugares de trabajo, porque su actividad no podía hacerse a distancia –los “trabajadores de primera línea” o los “trabajadores esenciales”–, la pandemia les ha planteado problemas inéditos. El miedo a contagiar a sus seres queridos o al entorno laboral, el aumento del tiempo de viaje debido a la reducción de los servicios de transporte público y, en algunos casos, las horas extras para hacer frente a la crisis llevaron a algunas y algunos a dormir fuera de su casa, en sus lugares de trabajo o en las proximidades. En Francia, por ejemplo, en algunos geriátricos, una parte de los equipos decidió confinarse con los residentes para no introducir el virus en un establecimiento en el que viven personas de riesgo y para acompañar más a las personas mayores que tenían prohibidas las visitas de sus seres queridos.

Sin embargo, estas situaciones inéditas no hacen sino poner de relieve, y a veces exacerbar, procesos que ya habían sido señalados y discutidos antes de la crisis. Mientras que las tendencias seculares habían dado lugar a nivel mundial a una reducción de la jornada laboral, a una separación cada vez más marcada entre lo laboral y lo extralaboral y a una estandarización y sincronización social de los tiempos de actividad y los tiempos de descanso u ocio, el período reciente, bajo el efecto de transformaciones económicas, sociales y tecnológicas, parece haber frenado estos avances, sobre todo para los trabajadores más precarios y aquellos (más calificados) cuyas obligaciones no se establecen por horas de trabajo sino por objetivos. Aunque estas reconfiguraciones de las temporalidades productivas a veces pueden constituir oportunidades para planificar de manera más personalizada la conciliación entre el trabajo y la vida extralaboral, casi siempre tienen un costo, desigualmente distribuido, para la salud, el bienestar o las relaciones sociales.

Siguiendo esta línea, Maryline Bèque demuestra que las mujeres reciben más quejas de su entorno que los hombres por su falta de disponibilidad causada por el trabajo. Las mujeres de clases populares (obreras, empleadas) que trabajan en horarios nocturnos, por turnos rotativos o interrumpidos, se ven particularmente afectadas, como consecuencia del gran arraigo, en estos sectores sociales, del modelo familiar tradicional (mayor presión social para asumir las tareas domésticas y de crianza).

Lawrence Weibel también se interesa en los horarios atípicos de trabajo (trabajo por turnos, nocturno, durante fines de semana, horarios variables, semanas irregulares, horas extra, trabajo fragmentado o interrumpido) y en sus consecuencias sociales y para la salud: aislamiento social, trastornos metabólicos o alimentarios, cansancio y riesgos psicosociales, desorganización de la vida privada y dificultad para proyectar, etc.

En un estudio sobre los convenios de empresa de PSA Mulhouse, Juan Sebastian Carbonell muestra cómo la negociación de estos convenios desemboca en una organización flexible y fragmentada de los tiempos de trabajo, que se adecúa más a las necesidades de la empresa que a la de los trabajadores y que provoca una “mala fatiga”, que los trabajadores, y en particular los de mayor edad, sienten que no pueden superar.

Marie-Anne Gautier, a partir de una revisión de estudios epidemiológicos llevados a cabo en países del sudeste asiático, destaca que los horarios prolongados (de más de 45 horas por semana) tienen efectos nocivos para la salud: mayor riesgo cardiovascular, aumento de los estados depresivos, la ansiedad y los trastornos del sueño y, para las mujeres, consecuencias ginecológicas (riesgo de aborto espontáneo, parto prematuro, etc.).

Luego, Ludovic Joxe nos lleva a un universo profesional particular: el del trabajo humanitario y los Médicos Sin Fronteras (MSF). En las misiones sobre el terreno, resulta más difícil para los trabajadores establecer un corte entre el horario laboral y los momentos de privacidad: la expatriación, la urgencia, el hecho de vivir aislados las 24 horas del día y sujetos permanentemente a normas de seguridad vuelven más delicada la preservación de la intimidad y la autonomía personal durante lo que se supone es tiempo fuera del trabajo. El verdadero período de descanso es aquel que los trabajadores humanitarios tienen entre las misiones, pero este puede no coincidir con los tiempos sociales de sus familias o seres queridos.

Por último, Emilie Vayre, Anne-Marie Vonthron y Maëlle Perissé confirman, a partir de un análisis de la literatura y de una encuesta por cuestionario realizada a 502 directivos que ejercen su actividad en la región parisina, que el uso de las tecnologías digitales con fines profesionales, durante y fuera del horario laboral, suponen un riesgo de desbordamiento del trabajo hacia el tiempo libre. Los efectos negativos de las tecnologías digitales (aceleración, fragmentación de las tareas y multitasking, sobrecarga de trabajo, etc.) parecen prevalecer sobre los efectos positivos (perfeccionamiento de la actividad, flexibilidad en la gestión del tiempo, mayor eficiencia).


  1. Universidad París 1, IDHES.


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