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27 Gramsci: la Revolución Rusa y la crítica a la filosofía de la historia

Lucas Villasenin[1]

Resumen

A partir de las primeras generaciones de marxistas, influenciados particularmente por el “Prólogo” a la Contribución a la crítica de la economía política (1859) de Karl Marx, se construyó una teoría de la revolución proletaria intrínsecamente ligada a una filosofía de la historia determinista y teleológica. El capital, una obra marxiana inconclusa, había sido asimilado como un libro que permitiría predecir cómo se llevaría adelante el curso de la historia y los sucesivos cambios sociales.

La revolución bolchevique encontró a un lúcido estudioso en Antonio Gramsci. Su artículo “La revolución contra de ‘El capital’” fue una inteligente lectura de uno de los fenómenos históricos más importantes del siglo XX. El pensador italiano fue un enérgico defensor de los bolcheviques y cuestiono a quienes en nombre del marxismo habían sido incapaces de poder aceptar que semejante revolución pudiese llevarse a cabo.

“Los hechos han superado a las ideologías”, decía Gramsci para criticar a quienes pretendían deducir el curso de la historia a partir de la misma obra teórica aportada por Marx. La acción de los bolcheviques en Rusia atentaba contra las interpretaciones más difundidas de sus textos.

Rusia había sido motivo de análisis en los últimos años de la vida de Marx y en reiteradas ocasiones sostuvo que no era posible deducir de sus teorizaciones una filosofía de la historia que determine el futuro en esas tierras. Gramsci, sin siquiera haber podido acceder a esos estudios, a partir de los acontecimientos de octubre de 1917 encontró una oportunidad para cuestionar a quienes en nombre de Marx predecían lo que él había solicitado que no hagan en su nombre.

La filosofía de la praxis que defendía Gramsci como heredera de los aportes marxianos cuestiona sistemáticamente las interpretaciones que predominaron en el amplio mundo del marxismo del siglo XIX y el siglo XX. En su dispersa producción teórica podemos dar cuenta de un rechazo sistemático por el esquematismo que pretende determinar claramente una estructura económica y una superestructura político-ideológica. En sus reflexiones se ataca también cualquier teleologicismo en torno a una filosofía de la historia que pretenda determinar el futuro de la humanidad apelando a las leyes de la lógica del capital.

La preeminencia de la acción y la capacidad de los sujetos históricos al momento de pensar la emergencia de las revoluciones es una constante en la producción gramsciana que se hace presente en su análisis de la Revolución Rusa. El proyecto socialista, a diferencia de las lecturas ortodoxas, no lo deduce como una consecuencia lógica y mecánica del capitalismo. Según él, el proyecto socialista se deduce de los sufrimientos y las necesidades de los pueblos, así como también de la efectividad en la lucha política.

Texto

Al momento de la emergencia de la revolución rusa de octubre de 1917 el pensamiento de Marx estaba directamente asociado a una concepción de la filosofía de la historia determinista. El “materialismo histórico” del que no hay rasgos directos en Karl Marx encontró en Friedrich Engels a su fundador. En su texto Del socialismo utópico al socialismo científico (Engels, 1946, p.  28) hacía referencia directa a esta denominación y en Anti-Dühring llegaría a ser más explícito respecto a este “sistema” de la historia (Engels, 1978, p. 11).

El recorrido comenzado por una determinada lectura de los últimos trabajos de Engels, así como parcializadas lecturas de los textos conocidos hasta la época de Marx, se expresarían políticamente en la II Internacional. La idea que da inicio a El manifiesto comunista de que “la historia de todas las sociedad que han existido hasta hoy es la historia de la las luchas de clases” (Marx, 2008, p. 25), da lugar a intentar develar dicha clave de la historia en la lucha social.

El tan difundido Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política también construyó a una teoría de la revolución proletaria intrínsecamente ligada a una filosofía de la historia determinista y teleológica. Allí se establece que:

una formación social jamás perece hasta tanto no se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales resulta ampliamente suficiente, y jamás ocupan su lugar relaciones de producción nuevas y superiores antes de que las condiciones de existencia de las mismas no hayan sido incubadas en el seno de la propia antigua sociedad (Marx, 2008, p. 5).

Esta cita, seguida por la enumeración de los modos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués moderno que Marx nombra, daban lugar a comprender que el capitalismo había desarrollado sus fuerzas productivas al punto de hacer posible la revolución socialista partera del comunismo.

Esa concepción de la historia se conjugaba con una cosmovisión euro-céntrica. Esa revolución debía darse justamente en el lugar en dónde las fuerzas productivas más se habrían desarrollado y Rusia no era justamente el caso más apropiado.

Un antecedente relevante son los estudios marxianos sobre la sociedad rusa prácticamente desconocidos al momento de la revolución bolchevique. Durante la última década de su vida, se puede destacar un creciente interés de Marx por los cambios en dicha sociedad.

En estos años se irá desarrollando una relación directa con el mundo ruso que lo mantendrán al tanto de su actualidad política ya sea a través de delegados rusos de la I Internacional y principalmente través de una numerosa correspondencia con Nikolai Frantsevich Danielson. Así también, una gran cantidad de libros sobre el devenir social de aquel gigantesco imperio comenzarían a invadir progresivamente sus estudios. Una gran cantidad de cuadernos (aún sin publicar)[2] demuestran aún cuán provisorios son los materiales con que actualmente contamos para conocer sus posicionamientos respecto al devenir de su desarrollo económico-social.

El capital, una obra marxiana inconclusa, había sido asimilado como un libro que permitiría predecir cómo se llevaría adelante el curso de la historia y los sucesivos cambios sociales. Para criticar esta lectura que se había hecho, su autor escribió una carta para enviar a la revista Otechestvennye Zapiski en 1877. En ella buscaba principalmente desacreditar la creación de una teoría de ese tipo al concluir que:

Así, pues sucesos notablemente análogos, pero que tienen lugar en medios históricos diferentes conducen a resultados totalmente distintos. Estudiando por separado cada una de estas formas de evolución y comparándolas luego, se podrá encontrar fácilmente la clave de este fenómeno, pero nunca se llegará a ello mediante el pasaporte universal de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser supra-histórica (Engels-Marx, 1947, p. 372).

Esta interesante respuesta a la forma en que era asimilada la producción teórica de Marx, muy útil para comprender cuál era el proyecto intelectual que el encaraba, no sería conocida por sus lectores contemporáneos. Esta carta no fue enviada por Marx para ser publicada y se mantendría inédita durante décadas.

Algunos años después la marxista rusa Vera Zasulich le pidió a Marx que le responda de manera más detallada en un texto o en una carta que pueda ser publicada sobre el siguiente dilema:

O bien la comuna rural (…) es capaz de desarrollarse en una dirección socialista (…) en cuyo caso los socialistas deben dedicar todas sus fuerzas a la liberación y desarrollo de la comuna (…) O bien, en cambio, la comuna está destinada a perecer (Shanin, 1990, p. 128).

Independientemente del análisis particular de la comuna rural, que no es aquí asunto de análisis, la respuesta de Marx es clara. No deja lugar a dudas sobre su negación a reconocer la existencia de algo así como la “inevitabilidad histórica” en su teoría, cuando dice: “espero que unas pocas líneas bastarán para que no le quede a usted duda alguna acerca de la forma en que mi supuesta teoría ha sido mal interpretada” (Shanin, 1990, p. 161). Lamentablemente esta respuesta fue ocultada a los seguidores Marx durante décadas.

Gramsci y la revolución

Como señalamos Rusia había sido motivo de análisis en los últimos años de la vida de Marx y en reiteradas ocasiones él mismo sostuvo que no era posible deducir de sus teorizaciones una filosofía de la historia que determine el futuro en esas tierras. Gramsci, sin siquiera haber podido acceder a esos textos, a partir de los acontecimientos de octubre de 1917 encontró una oportunidad para cuestionar a quienes en nombre de Marx, predecían lo que él había solicitado que no hagan en su nombre.

La interpretación gramsciana no sólo sería una oportunidad política para expresar su distanciamiento del ala reformista del Partido Socialista Italiano sino también para romper con dogmas establecidos en el mundo socialdemócrata de la época. Pero tampoco sus posicionamientos ideológicos lo eximían de la responsabilidad política. En esos meses el pensador italiano integraba la dirección del partido en Turín, dónde el movimiento obrero desafiaba directamente el orden al rebelarse y organizar comités de fábrica ‒que pretendían emular a los soviets rusos‒.

Según Gramsci, Lenin y los bolchevique “estaban persuadidos de que es posible realizar el socialismo en cualquier momento” (Gramsci, 1981, p. 86). “Son revolucionarios, no evolucionistas” sentenciaba en su artículo Los maximalistas rusos el 28 de julio de 1917.

El 24 de noviembre se publicaría en el diario Avanti! el célebre artículo La revolución contra El capital. La revolución bolchevique encontró a un lúcido estudioso en Antonio Gramsci. Su artículo fue una inteligente lectura de uno de los fenómenos históricos más importantes del siglo XX. El pensador italiano fue un enérgico defensor de los bolcheviques y cuestiono a quienes en nombre del marxismo habían sido incapaces de poder aceptar que semejante revolución pudiese llevarse a cabo.

“Los hechos han superado a las ideologías”, decía Gramsci para criticar a quienes pretendían deducir el curso de la historia a partir de la misma obra teórica aportada por Marx. La acción de los bolcheviques en Rusia atentaba contra las interpretaciones más difundidas de los textos Marx antes mencionadas y de la concepción del materialismo histórico. Su realización no era un resultado mecánicamente establecido por el desarrollo de las fuerzas productivas ni tampoco una locura jacobina. Se trataba de un hecho histórico protagonizado por los oprimidos de la sociedad rusa como ya había señalado en su artículo Notas sobre la revolución rusa en el diario El grito del pueblo en abril de 1917. Como señala su biógrafo Giuseppe Fiori:

Gramsci rechazaba una vez más la concepción de la historia como una evolución espontánea y fatal determinada por los simples hechos económicos; contraponía a el determinismo de los positivistas la voluntad del hombre, fautor máximo de la historia (Fiori, 2009, p. 144).

Los bolcheviques estaban yendo contra las citas, contra lo que entendió Engels que hacía su mejor amigo y contra intérpretes rusos como Vera Zasulich. Se rompían en los hechos los esquematismos sociológicos, políticos, económicos e históricos que condenaban a esperar la emancipación del capitalismo a partir de un desarrollo lineal de sus fuerzas productivas.

Ante ellos, Gramsci reivindicaba el pensamiento vivificador de Marx y sostenía que el factor máximo de la historia es “la sociedad de los hombres” que:

se comprenden, desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad social, colectiva, y entienden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su voluntad hasta que ésta se convierte en motor de la economía, en plasmadora de realidad objetiva, la cual vive entonces, se mueve y toma el carácter de materia telúrica en ebullición, canalizable por donde la voluntad lo desee, y como la voluntad lo desee (Gramsci, 2006, p. 35).

Bajo esta mirada, Marx no era una fuente para prever la historia como lo había asumido la tradición “marxista” sino un pensador que inspiraba a la acción colectiva de los oprimidos. La posibilidad de que el pueblo se apropie de su propio destino requería emanciparse también de aquella concepción de la historia que encarcelaba sus deseos.

En ese momento es en dónde aparece espacio para lo indeterminado o lo espontaneo que busca ser planificado: la acción revolucionaria. Ahí es donde tiene lugar la agitación, la organización y la lucha capaz de crear la “voluntad social del pueblo”. Sacudir y conquistar las conciencias como había hecho Lenin y los bolcheviques era la tarea de los revolucionarios.[3]

Según él “los revolucionarios mismos crearan las condiciones necesarias para la realización completa y plena de su ideal” (Gramsci, 2006, p. 35). De esa manera, el italiano concluía que en Rusia se podrían alcanzar los logros del capitalismo más avanzado sin la necesidad de sus sufrimientos. De la misma manera lo había anunciado Marx en alguna de sus conclusiones sobre la comuna rusa (Shanin, 1990, p. 152).

Algunas conclusiones y un debate pendiente

Gramsci considerándose seguidor de los aportes marxianos cuestiona sistemáticamente las interpretaciones que predominaron en el amplio mundo del marxismo del siglo XIX y el comienzo del siglo XX. En su interpretación de la revolución rusa podemos dar cuenta de un rechazo sistemático por el esquematismo que pretende determinar claramente una estructura económica y una superestructura político-ideológica, así como también la vigencia de una filosofía de la historia de carácter teleológica fundada por Marx.

La preeminencia de la acción y capacidad de los sujetos históricos al momento de pensar la emergencia de las revoluciones es una constante en la producción gramsciana que se hace presente en su análisis de la revolución rusa. El proyecto socialista, a diferencia de las lecturas ortodoxas, no lo deduce como una consecuencia lógica y mecánica del capitalismo. Según él, el proyecto socialista se deduce de los sufrimientos y las necesidades de los pueblos, así también de la efectividad en la lucha política.

Para el pensador italiano la obra de Marx no era fundamentalmente un pasaporte para tener seguridades sobre el curso futuro de la historia, sino que era un llamado a la acción para terminar con la opresión del capitalismo. Como señala en el artículo Nuestro Marx (contemporáneo a La revolución contra El capital): “Carlos Marx es para nosotros maestro de vida espiritual y moral, no pastor con báculo” (Gramsci, 2006, p. 40).

Algunos años después en sus cuadernos de la cárcel, se mantenía fiel a su crítica a los esquematismos históricos y economicistas cuando señalaba:

Muchas afirmaciones de la economía crítica han sido ‘mitificadas’ de este modo, y no está dicho que esa formación de mitos no haya tenido su importancia práctica inmediata ni pueda seguir teniéndola. (…) Es probable que en este terreno se demuestre al final la ineptitud y la naturaleza aún más dañina del método político que consiste en forzar arbitrariamente una tesis científica para obtener de ella un mito popular energético y propulsor; ese método podría compararse con el uso de los estupefacientes, que crean un instante de exaltación de las fuerzas físicas y síquicas, pero debilitan permanentemente el organismo (Gramsci, 2004, p. 448).

Estos estupefacientes a los que hace referencia Gramsci tienen que ver con las simplificaciones economicistas que pretenden sacar conclusiones políticas inmediatas a partir de supuestos resultados científicos sobre la historia o la economía. Concebir que el capitalismo estallaría por los aires por haber entrado en crisis dando a luz a una sociedad socialista había servido para tener un gran optimismo asegurando aquél futuro determinado.

Gramsci tuvo la virtud de comprender a la revolución rusa más desde el sentido político contemporáneo que desde una filosofía de la historia determinista. Así como también asumió al marxismo como una herramienta pedagógica para la acción revolucionaria y no como una teoría teleológica. Para transformar la realidad había que comprenderla en su complejidad y en su dinámica real sin andar adaptando dogmas de los “materialismo histórico”.

Un debate pendiente y materia de estudios futuros, es si la revolución rusa no produjo estupefacientes que Gramsci también pudo haber consumido en sus primero días y condujeron a las derrotas de otras revoluciones. Sus escritos sobre la construcción de hegemonía en sociedades más complejas que la rusa y sus balances de la experiencia histórica en Italia pueden ser un punto de partida para dicho debate.

Referencias

Dussel, E. (2007), El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana. México: Siglo XXI.

Engels, F. (1946), Del socialismo utópico al socialismo científico. Buenos Aires: Lautaro.

Engels, F. (1978), La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring (Anti-Dühring). Moscú, Rusia: Edición Progreso.

Engels, F., & Marx, K. (1947), Correspondencia. Buenos Aires: Editorial Problemas.

Marx, K. (2008), Contribución a la crítica a la economía política. Madrid: Siglo XXI.

Marx, K. (2008), El manifiesto comunista. Buenos Aires: Ediciones Herramienta.

Fiori, G. (2009), Vida de Antonio Gramsci. Buenos Aires: Peón negro.

Gramsci, A. (2006), Antología. Buenos Aires: Siglo XXI.

Gramsci, A. (1981), Escritos políticos (1917-1933). Buenos Aires: Siglo XXI.

Shanin, T. (1990), El Marx tardío y la vía rusa. Marx y la periferia del capitalismo. Madrid: Editorial Revolución.


  1. UBA-Facultad de Filosofía y Letras. Email: villaseninl@gmail.com.
  2. Ver el Apéndice I del libro El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana de Enrique Dussel (Dussel, 2007).
  3. “Lenin y sus compañeros más conocidos pueden ser arroyados en el desencadenamiento de los huracanes que ellos mismos suscitaron, pero no desapareceran todos sus seguidores, ya son demasiados numerosos. El incendio revolucionario se propaga, quema corazones y cerebros nuevos, hace brasas ardientes de la luz nueva, de nuevas llamas, devoradoras de pereza y de cansancios” (Gramsci, 1981, p. 86).


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