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20 Raúl Porras Barrenechea y la construcción de una “historia peruana del Perú”

Poll Gallegos Heredia[1]

Resumen

Raúl Porras Barrenechea (1897-1960), es considerado uno de los historiadores más representativos de la historiografía peruana del siglo XX. Porras como miembro de la llamada “Generación del Centenario” cuestionaría la historiografía que lo antecedía al presentar nuevas fuentes y enfoques sobre los estudios de la conquista, las crónicas y la independencia peruana. Su visión estaba centrada en resolver: 1) el problema de la identidad y el alma nacional, que él hallaría al hacer una revisión crítica de la historia peruana desde la historiografía y la enseñanza de la historia; 2) concebir la historia como posición moral en clave republicana, desde su posición liberal que debía cuestionar los vicios de nuestra tradición republicana.

El presente trabajo busca analizar la revisión historiográfica de Porras dentro de los puntos expuestos y el marco general de la aparición de una nueva visión del Perú que se estaba gestando a inicios y mediados del siglo XX por los compañeros de generación de Porras (Basadre, Haya de la Torre, Mariátegui, etc.). Visión que incluía a la práctica de la historia como difusor de identidad y reflexión del presente, cuyos elementos sentarían las bases de la Nueva Historia peruana. La búsqueda constante de una historia peruana del Perú que para Porras, se ubicaba en el camino de la identidad así como la construcción del discurso histórico en el Perú moderno del siglo XX.

Texto

Los inicios del siglo XX trajeron al Perú una serie de cambios en la estructura social y política, como la aparición de los partidos de masas, la irrupción de la clase media en la política y la llegada de ideologías como el anarcosindicalismo y el socialismo marxista. El Perú era gobernado por una república oligárquica que centralizaba el poder y era manejada desde una serie de redes clientelares que se extendían por las haciendas costeñas y los latifundios serranos con claras consecuencias para el campesinado indígena.

El pensamiento indigenista hacia su incursión para revalorar la imagen y el legado del indígena y a su vez se disputaba con el hispanismo una batalla intelectual por imponer una nueva visión de la nación. El gobierno de Augusto B. Leguía (1919-1930) sería el espacio de surgimiento de nuevos proyectos intelectuales y la irrupción de nuevos actores sociales. Los universitarios, mostraron al país, una nueva manera de repensar al Perú.

Estos estudiantes habían recibido parte de la influencia de la generación del novecientos, ellos habían replanteado el camino que dejó inconcluso la república decimonónica, así se tradujeron diferentes visiones desde la tribuna política, literaria e histórica. Por primera vez la historia tomó un rumbo en camino a la profesionalización y aparecen las primeras síntesis que antes del educador español Sebastián Lorente había intentado difundir. Esta generación aportaría en “la afirmación de las raíces nacionales y el destino ecuménico del hombre americano” (Pacheco, 1993, p. 100).

José de la Riva Agüero constituye un caso muy particular dentro de la generación del novecientos. Él establece una reinterpretación de la visión de Lorente sobre la historia del Perú. En su tesis titulada La historia en el Perú (1910) realizó un recorrido crítico y una revisión a los difusores de la historia del Perú antes del siglo XX. Esta revisión es considerada por algunos historiadores como “la partida de nacimiento de la moderna historiografía peruana” (Flores Galindo, 1988 p. 56). El mérito de la obra de Riva Agüero radicaba en hacer una historia de la historiografía no solo “horizontal” sino, además “vertical”, con problema histórico, discutiendo y opinando sobre los asuntos propios de las épocas a que pertenecieron o de que trataron los autores por él estudiados” (Basadre, 1963, p. XVI). Es decir una historia analítica y critica.

La construcción de la nación peruana fue un objetivo de Riva Agüero, dicha preocupación, gestó un historicismo que miraba la historia del Perú como una “historia de oportunidades perdidas” y ella debía con criterio moral, “no solo despertar y robustecer la conciencia del alma de la patria, pero también corregirla y depurarla de los vicios y defectos que le han impedido hasta ahora realizar el ideal que entraña” (Riva Agüero, 2010, p. 551).

La función de la historia era promover la conciencia nacional, de ella podría entenderse después de un examen crítico y analítico de las “impurezas”, el verdadero destino histórico del Perú, ese camino debía conciliar todas los aportes y crear el “Gran Perú Mestizo y cristiano cuyos momentos imperiales según Riva Agüero, la época incaica, el virreinato austriaco del siglo XVII y la Confederación Perú-Boliviana” (Macera, 1977, p. 7).

Esta visión que colocaba al Perú como una cantera y una fuente inagotable de posibilidades, seria recogida por la Generación del Centenario. Así Jorge Basadre, Luis Alberto Sánchez, Víctor Raúl Haya de la Torre y un joven Raúl Porras Barrenechea, realizarían acercamientos al Perú desde nuevas visiones. Porras desde una reunión de estudiantes en La Paz, Bolivia, daría a conocer su primer trabajo titulado La literatura peruana (1918), donde se acercaba a buscar las raíces de la “peruanidad” y un compromiso por construir una nueva historia peruana, visión que iría modificándose de acuerdo a las nuevas experiencias del joven historiador.

Buscar el nombre del Perú: la historiografía peruana según Raúl Porras

Después de alejarse de sus intereses literarios y de escribir biografías sobre personajes republicanos y realizar trabajos pioneros como El periodismo en el Perú (1921), decidió estudiar durante muchos años el periodo de la conquista y las crónicas, así como reconstruir la biografía de Francisco Pizarro, tarea que finalmente dejó inconclusa. La obra de Porras se caracteriza por su amplitud y dispersión que “a diferencia de los que publicaron, siendo jóvenes, libros muy aplaudidos y luego no los superaron, la obra de Porras se consolida, se expande y crece en reciedumbre a lo largo de los años” (Basadre, 1963, p. 6).

Ese crecimiento hará transitar a Porras por diversos periodos que iban desde una etapa cercana al hispanismo hasta una liberal. Este ascenso le llevará gestar el libro Mito, tradición e historia del Perú, publicado en 1951 y es claramente la etapa final del maestro por los avatares de la historiografía peruana. Debido al cambio en las investigaciones sobre los Andes, Porras se distancia de las divisiones entre hispanistas e indigenistas para convertirse en un “peruanista”. Su propia vocación por una historia total “no podía mantenerlo alejado de ninguna etapa de la identidad nacional” (Espinoza, 1999, p. 46).

La revisión de Porras de la historiografía peruana, no es meramente un recuento de autores y estilos narrativos, es la búsqueda de la “historia peruana del Perú”, es decir la construcción de la historia de las afirmaciones de una idea permanente y latente en el tiempo. Esta idea no fue trabajada en específico por nuestro historiador sino por Jorge Basadre, que en interpretación de Mark Thurner, “el Perú, no es más que una apuesta perpetua y cotidiana por apuestas anteriores en el nombre propio” (Thurner, 2012, p. 275).

Esa apuesta identificada con el destino histórico del Perú, era defendida por Basadre. Es decir que el “hombre peruano” alcanza su destino y en el proceso adquirirá un estilo nacional unificado, necesitaba de un empujón de la historia” (Thurner, 2014, p. 119). De la misma forma, Porras en una línea semejante a Basadre, dentro de su labor de historiador buscará las raíces de lo peruano en una revisión historiográfica, es decir, el inicio y la vigencia del valor y significado de “El Perú”. Esta visión de la búsqueda del nombre del Perú, llevarán a Porras a crear una imagen de un alma de leyenda y fruto del mestizaje:

El nombre del Perú no significa, ni rio, ni valle, ni orón o troje y mucho menos es derivación de Ophir. No “es palabra quechua ni caribe, sino indohispana o mestiza. No tiene explicación en lengua castellana, ni tampoco en la antillana, ni en la lengua general de los incas, como lo atestiguan Garcilaso, y su propia fonética enfática, que lleva una entraña india invadida por la sonoridad castellana. Y, aunque no tenga traducción en los vocabularios de las lenguas indígenas ni en los léxicos españoles, tiene el más rico contenido histórico y espiritual. Es anuncio de leyenda y riqueza, es fruto mestizo brotado de la tierra y de la aventura, y, geográficamente, significa tierras, que demoran al sur. Es la síntesis de todas las leyendas de la riqueza austral. Por ello cantaría el poeta limeño de las Armas antárticas, en su verso de clásica prestancia: “Este Perú antártico, famoso…” (Porras, 2007, p. 352).

Bajo esta visión, Porras inicia su revisión de la historia peruana en el período inca y sus formas de transmitir la historia como narración y poesía. Su reconocimiento del uso del mito como fuente histórica es notable, así como su distancia frente a un enfoque que privilegiara al documento antes que los relatos orales. Esta observación no le hace olvidar los vacíos de la versión oficial oral incaica y de su marcado elitismo al recordar que:

La historia incaica es, sin embargo de su difusión y aprendizaje por el pueblo, una disciplina aristocrática. Ensalza únicamente a los Incas y está destinada a mantener la moral y la fama de la casta guerrera. Es una historia de clan o de ayllus familiares, que sirve a los intereses de la dinastía reinante de los Yupanquis (Porras, 1969, pp. 39-40).

Porras rescata un valor moralizador de la historia dentro de la memoria oral oficial de los Incas, es decir, una historia que pueda servir como motivación y justicia, no sumergida en la casualidad y la mera narración de nombres y lugares:

La historia fue un sacerdocio invertido de una alta autoridad moral, que utilizó todos los recursos a su alcance para resguardar la verdad del pasado y que estuvo animada de un espíritu de justicia y de sanción moral para la obra de los gobernantes que puede servir de norma para una historia más austera y estimulante, que no sea simple acopio memorístico de hechos y nombres. (Porras, 1969, p. 41).

El otro período que Porras tomó mucho en consideración fue el estudio de las crónicas. En los cronistas, Porras reconoció que “las crónicas de la conquista son la primera historia peruana. Con ellos puede decirse también que nace el Perú, porque no hay patria sin historia” (Porras, 2014, p. 59). Los relatos recogidos por los cronistas van a representar una visión transcultural, es decir, nuevas interpretaciones, en base a las narraciones que las panacas (familias) de los incas contaban a sus entrevistadores, convirtiendo a la crónica, en un género mestizo.

Dentro de su estudio sobre la personalidad de los cronistas y la clasificación de sus testimonios que serían después publicados en Los cronistas del Perú (1961) y en sus Fuentes históricas peruanas (1954), dedicará una especial atención a la personalidad y el análisis de la obra del Inca Garcilaso de la Vega que sería considerado por Porras como el “primer peruano”.

En un trabajo publicado en 1946, previo a su designación como Embajador en España y donde revisará los archivos en Córdoba y en Montilla, Porras menciona la importancia de Garcilaso como:

En él se funden las dos razas antagónicas de la conquista, unidas ya en el abrazo fecundo del mestizaje, pero se sueldan, además, indestructiblemente, y despojadas de odios y prejuicios, las dos culturas hostiles y disimiles, del Tahuantinsuyu prehistórico y del Renacimiento Español. La síntesis original y airosa de este sorprendente connubio histórico son los Comentarios Reales. Con ellos nace espiritualmente el Perú. (Porras, 2009, p. 21).

Con la revisión respectiva a los siglos XVII y XVIII, Porras menciona que “la historia se hará inédita y minuciosa, fragmentaria y curiosa, retórica y cortesana, y con una artificiosa panegírica” (Porras, 1969, p. 64). En el siglo XVIII, aparecen los estudios sobre historia natural y económica, aquí resalta que las ideas reformistas en los estudios históricos, auspiciados por la Ilustración no llegaron con fuerza al Perú, menciona que la incursión del Mercurio Peruano en dicho siglo y de su uso de la historia serian “una cátedra de nacionalismo” (Porras, 1969, p. 72).

En el siglo XIX, Porras recoge el aporte sintetizador de Sebastián Lorente y considera además que fue él que trasmitió a la historia peruana, con algún atraso, el mensaje histórico de la Ilustración, reforzado por su ideología liberal del siglo XIX (Porras, 1969, p. 82). Su visión de Lorente, contraponiéndose al juicio de Riva Agüero, era reconocer los valores afirmativos que en la naciente cultura de criollos y de indios anunciaban el florecimiento de un alma nacional (Porras, 1963, p. 257). Para él Lorente era como todos los grandes historiadores del Perú, un espíritu de armonía y de síntesis. (Porras, 1969, p. 83). Esta idea se contrapone a la de Portocarrero & Oliart (1989) sobre Lorente donde “prima su vocación política, de manera que su forma de hacer historia está dominada por la idea que tiene acerca de la función practica del conocimiento histórico” (Portocarrero & Oliart, 1989, p. 80). Desde la visión de Lorente sobre los Incas, Porras vuelve a resaltar la existencia de un espíritu unitario previo a la aparición del Perú:

El gobierno de los Incas, si fue imperfecto en relación a su ideal inasequible, ofreció un sistema admirable por su armonía, por el bienestar que produjo y porque echo las bases de la unidad del Perú. En la concepción de Lorente influye siempre un destino providencial. El pensamiento civilizador de Manco Cápac contiene en potencia el plan armónico y admirable del Imperio que desarrollan, guiados por un sino histórico, sus sucesores. (Porras, 1963, p. 167).

Otra figura que Porras reconocerá dentro del periodo del siglo XIX, es el tradicionalista y escritor Ricardo Palma. La tradición, dice es “el género más apto para llegar al alma peruana y para encarnar en ella nuestra leyenda” (Porras, 1969, p. 86). El espíritu de esa leyenda, para Porras era parte importante en la historia, con dotes de una visión mítica y grandiosa, por eso sentenciaba que “la leyenda es la historia de lo que debió ser y la historia es acaso la leyenda de lo que ha sido” (Porras, 2008, p. 106).

Palma representaba para Porras, la unión de historia y literatura. Esa unión radicaba también en una continuidad en el espíritu que identificaba al Perú, Garcilaso español e Inca y Palma republicano que sintetiza en sus tradiciones, la herencia dejada por los conquistadores y por el periodo colonial:

Los Comentarios reales y las Tradiciones peruanas son fragmentos de una sola historia, la del espíritu peruano, que se desenvuelve primero en el Cuzco de los Incas y luego en la Ciudad de los Virreyes. (Porras, 1969, pp. 86-87).

De la obra del General Manuel de Mendiburu y su Diccionario histórico-biográfico, dirá junto a las Tradiciones de Palma, como “obras fundamentales para la historia y la nacionalidad” (Porras, 1969, p. 84). Siendo en cambio más severo con la obra de Mariano Felipe Paz Soldán en su Historia del Perú independiente y en ocasiones muy acalorado con respecto a Javier Prado, José Toribio Polo y Manuel González de la Rosa.

La última etapa que Porras va tomar en cuenta es la referida al siglo XX, su crítica se acercaa incentivar a la investigación. Aquí resalta los aportes de Francisco García Calderón en El Perú contemporáneo y El Perú antiguo y los modernos sociólogos de Víctor Andrés Belaunde. Elogia también, los trabajos educativos de Carlos Wiesse, a los que llama “forjadores constantes de unidad nacional” (Porras, 1969, p. 95).

Sin embargo, es sobre José de la Riva Agüero, donde Porras dedica sus esfuerzos de análisis y comprensión del historiador a quien lo identifica con “la renovación trascendental de los estudios históricos conforme a las directivas de la historiografía moderna” (Porras, 1969, p. 95). De Riva Agüero, Porras resalta su interés en la búsqueda del “alma nacional” y porque “Concibió al Perú en toda su obra como a un país mestizo, constituido no solo por la coexistencia, sino por la fusión de las dos razas esenciales” (Porras, 1969, pp. 99-100).

Hacia una “historia peruana del Perú”

La Historia peruana del Perú es un término mencionado por el historiador Jorge Basadre en sus Meditaciones sobre el destino histórico del Perú y La promesa de la vida peruana. En ella, Basadre reflexiona sobre la importancia de cultivar una historia cuyo sujeto central sea el Perú, es decir, que estudie el pasado de este país desde el punto de vista de la formación del Perú mismo (Basadre, 2008, p. 16). El Perú aparece así como actor principal del desarrollo de una identidad, en camino a la construcción de una ciudadanía integrada y el reforzamiento del “querer intencional nacional”. La razón de utilizar este término es porque en gran parte fue este el mismo objetivo compartido por la Generación del Centenario en su búsqueda del Perú.

El interés de sumar unidad para la consistencia en la noción de patria era un objetivo que compartía con Raúl Porras, así Basadre defiende el “querer intencional nacional “ante el desprecio o encono entre región y región, entre raza y raza, entre clase y clase, abren cortes horizontales en el alma del país para impedir, consciente o subconscientemente, su integración” (Basadre, 2008, p. 35).

Porras en una línea semejante a Basadre, dentro de su labor de maestro, resalta una versión de la historia peruana del Perú, es decir, explicar los factores que nos enseñen a concebir la esencia de la identidad:

Yo he enseñado únicamente historia –e historia del Perú que también, por la vocación continental de nuestro pueblo, es historia de América– con el profundo deseo de recoger nuestra historia nuestra, todavía insegura y borrosa, las esencias morales que definen nuestra patria y que sustentan en el alma de todos nosotros la conciencia y el orgullo inexplicado de ser peruanos. (Puccinelli, 1999 p. 11).

La búsqueda del significado del Perú en la historia peruana, fue importante para Porras pues dedicó en sus páginas a describir un “Perú Legendario”, que ubica desde el inicio de su nombre con aires míticos:

El Perú es el único mito realizado de la conquista de América y Atahualpa el auténtico señor del Dorado. Las cartas y relaciones de los descubridores señalan como capital de aquella nueva tierra de vellocinos tangibles a la ciudad de Jauja y la leyenda mece, entre prodigios ubérrimos de fertilidad y magnificencia, esos dos nombres exóticos y desconocidos hasta entonces: Jauja y el Perú, que se quedan incorporados en la mitología geográfica, al lado de las más osadas fantasías de la ambición humana, vecinas de la Cólquida y del país de los Hiperbóreos. (Porras, 2005, p. 306).

Porras en sus estudios identifica en cada leyenda y relato, el “alma” del Perú, allí todo material es rescatado por Porras como indicando que la historia del Perú comienza en “nuestros más remotos antecesores en esas piedras que vemos perdidas, tal vez en alguna playa o en un quipu olvidado en cualquier unión de un archivo o de un museo” (Llosa, 1986, p. 232). La historia peruana del Perú de Porras estaba imbuida de Leyenda.

Esta visión está confraternizada por su posición liberal que según Hugo Neira (2008) “era una cierta manera de vivir, diría, en moral pública republicana” (p. 285). Porras cuando describe su identificación liberal dice

Para mí el credo liberal no es una posición política, sino intelectual y ética; es la vigencia del dialogo y de la discusión, la franquía para decir y escuchar, es la tolerancia de espíritu de los que penden el provenir de la democracia y la cultura” (Porras, 2013, p. 10).

El valor moralizador de la historia tiene un peso importante, pues define el destino y el real significado de la aparición de “El Perú”, cuya fundación en 1821, es un camino inconcluso dejado por los tribunos republicanos:

No hemos establecido la Republica que ellos soñaron. Ella seguirá siendo utópica en tanto que nuestros defectos sigan siendo, hoy como ayer, el servilismo, la falta de virtud, de dignidad, el odio a la inteligencia y la ilustración, y sobre todo, la falta clamorosa de caridad civil” (Puccinelli, 1999, p. 114).

La historia peruana del Perú se gesta entonces no solo con anuncios de leyenda, sino la construcción de una moral republicana y ciudadana que debe consolidar los verdaderos valores iniciales que llevaron a la aparición del alma republicana peruana. Esos valores son signos se convierten en mito, tradición y leyenda en la visión de Raúl Porras.


  1. Instituto Raúl Porras Barrenechea. Email: pollgallegos89@gmail.com.


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