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Cuerpos discapacitados en la UNLP

Encrucijada entre responsabilidades, miradas y sospechas

Sandra Katz (FaHCE-UNLP)

“Qué conocer, cómo conocer, para qué conocer, a favor de qué y de quién conocer ─y por consiguiente, contra qué y contra quién conocer─ son cuestiones teórico‐prácticas y no intelectualistas que la educación nos plantea en cuanto acto de conocimiento…”

(Paulo Freire, Cartas a Guinea Bissau).

Cada vez que una es invitada a escribir, asume un riesgo al dejar plasmado un pensamiento en un momento de nuestra trayectoria académica. En lo personal intento no decir lo mismo, pero tampoco hay tantas cosas nuevas para decir, aunque seguramente vaya cambiando el lector. A veces uno elige puntos teóricos a los cuales pone en diálogo con los ya trabajados, para hacer un nuevo análisis, o incorporar un nuevo concepto que interpele el anterior. Pero en esta oportunidad, elegí poder compartir algunas percepciones. No profundizar tanto teóricamente (o sí), sino, sostener la escucha, la mirada y ver qué cosas pasan a nuestro alrededor: qué se dice, cómo se mira, qué se piensa en relación a ciertos cuerpos cuando transitan por el espacio universitario, y con ese insumo volver a pensar y reflexionar sobre ese murmullo a gritos, donde no siempre el pensamiento y lo discursivo va empalmado con las acciones.

Capaz, esto nos permite propiciar y/o generar otra forma de producir conocimiento, en palabras de Jara (2012), la sistematización de experiencias, como ejercicio de producción de conocimiento crítico desde la práctica. Retomando esa escucha que a veces no es políticamente correcta, pero produce sentidos. Cuando se está tan inmersa en el campo de la discapacidad, en mi caso, más de 35 años dedicada y zambullida en la temática, la discapacidad en la docencia, en la gestión, en las políticas en la educación superior, en organismos decisores de políticas, en redes interuniversitarias latinoamericanas, participando en cumbres y congresos. Parecería que ese saber, dado principalmente por la experiencia permite habilitar instancias, abrir puertas y dar respuestas acertadas y pertinentes ante problemáticas vinculadas a la discapacidad en la educación superior. Podría relatar experiencias de universidades latinoamericanas que se posicionarían de avanzada en cuanto a la accesibilidad e inclusión. Algunas cuestiones que podríamos debatir y reflexionar sería si los protocolos de accesibilidad/discapacidad existente en universidades garantiza el ingreso, permanencia y egreso de personas con discapacidad, si los cupos/cuota de ingreso por discapacidad se ven reflejados en mayor cantidad de estudiantes con discapacidad, si la Convención de Derechos de Personas con discapacidad (Ley 26.378) modificó y/o generó políticas inclusivas. Parecería que ese saber te distancia cada vez más del común de la gente en relación al tema. Pero, me parece que hoy, los supuestos especialistas deberíamos mirar un poco más, escuchar un poco más que se dice y que se piensa en vez de disertar y escribir. O al menos eso es lo que me propongo.

Mientras avanzo en información, lecturas, debates con relación a un posicionamiento conceptual y de conformación de políticas universitarias, más me interesa rescatar hechos, frases, gestos cotidianos que te vuelven a conectar con el entorno cotidiano de nuestros transitar. Propongo compartir registros de escenas cotidianas, donde nos invitan a buscar las pistas por las cuales considero que deben pensarse las posibles y necesarias transformaciones sociales. Donde, tomando los aportes de Boaventura de Sousa Santos (2008), se trata de proponer una nueva cultura emancipatoria, a partir de construir un pensamiento decolonial. En este sentido, es desde estas otras experiencias que deben valorarse, comunicarse e interrogarse mutuamente, donde nacen otros enfoques y métodos de investigación posibles para entender y aportar a la construcción de otros mundos posibles.

Seleccioné algunas frases que se dicen, que se escuchan, no en espacios formales ni políticamente correctos, sino en los pasillos, en una mesa de café, en el colectivo, etc., en relación a las personas con discapacidad que circulan por la Universidad y ver cómo se va entramando discursos y prácticas bajo un manto de derechos humanos donde se filtran sospechas frente a un cuerpo disidente.

¿Que implica hablar de discapacidad en la universidad? Si cada uno de nosotros al leer este texto, hacemos el ejercicio de registrar cual es la primera escena que asociamos con la palabra discapacidad, seguramente tendremos tantas escenas como lectores, en relación a las historias familiares, trayectorias escolares y laborales, vivencias, en el barrio, por los medios de comunicación, etc., y es a partir de esas imágenes que cada lector ira tejiendo y entrelazando conceptos, frases, que reconfigurarán un nuevo escenario posible.

Podemos seguir hablando de discapacidad, pero no podemos garantizar que cada uno esté pensando y/o hablando de lo mismo. Ante esto podríamos sospechar que “la discapacidad” no existe en sí misma, sino, solo en relación a personas singulares que tienen barreras, historias, trayectorias, deseos, lazos social y contextos que les permite ser, estar y disfrutar de lo que quisieran o no.

Primer relato: En un buffet de una facultad charlando con un estudiante que un año atrás se acercó a conversar sobre cómo podía hacer para estudiar una carrera, ya que tenía una discapacidad física. En ese momento se lo acompañó a que sostenga su deseo y se anote en la carrera que venía pensando. Se le informó que desde la Dirección de Inclusión y Discapacidad , perteneciente a lo Prosecretaría de Derechos Humanos de la UNLP, se le iban a ofrecer apoyos, pero que a diferencia del colegio secundario donde contaba con una maestra integradora y un equipo que acompañaba muy de cerca cada una de sus instancias pedagógicas, explicando y dándoles las adecuaciones, y/o modificaciones necesarias, en la Facultad se le proponía que él mismo pueda identificar cuáles eran sus dificultades y a partir de esa instancia buscar (solo o con nuestro acompañamiento) bajo qué formato o con que apoyos podía dar cuenta que había aprendido el contenido impartido. Retomo el relato: sentados en el buffet, y charlando sobre cómo venía con la carrera, si estaba necesitando nuevos apoyos o si los acuerdos que ya se habían establecidos seguían teniendo vigencia, relatando experiencias con cada una de las materias, profesores, etc., en un momento interrumpe la conversación que veníamos teniendo y me dice:

“¿Sabes cuál es mayor problema que tengo?: Cuando me ven parecería que soy un fantasma. La cara de la gente no la pueden disimular. Como que me preguntan ¿Qué haces en la facultad?, parecería que creen que vine a pedir algo. Yo no digo nada, pero a veces te cansa que te miren con esas caras”.

Ante este primer relato, en vez de hacer un análisis sobre la historia de la atención de las personas con discapacidad, de cómo fueron vistas, tratadas y/o discriminadas propongo añadir la pregunta ¿Y porque no?, ¿Será que necesitamos habituarnos a ver más seguido, cuerpos que no se parecen tanto a los que nos consideramos mayoría?

Esta misma situación la relaciono con una de las clases de la asignatura que dicto en la Facultad: Didáctica para la integración en Educación Física, en el último año del Plan de Estudios, donde retomando uno de los conceptos más trabajados en la carrera sobre el cuerpo como construcción social, a esto nosotros le sumamos: la discapacidad también es una construcción social como explica didácticamente Joly (2011). En una clase para acompañar el análisis teórico sobra la “discapacidad como construcción social” elegí invitar a un grupo de personas con discapacidad donde, una de ellas, su característica está dada por los rasgos faciales, es una persona que tiene síndrome de Treacher-Collins, pero, esa persona además de tener ese Síndrome es profesional, trabaja en el Senado en Capital Federal y vive de manera independiente. Accedió venir a La Plata, situación que comparto en clase, sobre la incomodad de tener que invitar gente para que los estudiantes la conozcan, solo por tener un cuerpo diferente. Ella ya estaba acostumbrada y estaba gratamente dispuesta a participar de la clase y relatar su historia. El silencio de los estudiantes era bastante particular al escucharla, el humor permitía aflojar algunas tensiones. En su relato ella fue compartiendo como ve a los que la miran. Contando que es ella quien tiene que dar explicaciones ante esa mirada, que solo es una cuestión de rasgos, pero que eso no le impidió estudiar, ser parte de una familia, tener hermanos, amigos, viajar, recibirse y ahora pudo irse a vivir sola y tener trabajo.

Cuando las personas con discapacidad tienen ganas de explicar e informar (ya que no todos los días, ni todo el tiempo tienen ganas de estar explicando por qué son como son) parecería que el asombro es mayor, como si la gente necesitara confirmar que durante el día no hace nada, que tienen mucho tiempo libre, o hacen manualidades, o que a lo mejor van a una escuelita o centro para gente con características como… y ahí empiezan esos trabalenguas de palabras entre capacidades diferentes, necesidades especiales, adaptadas, etc.

En el caso de ese día en la cursada, dada la confianza, se fue habilitando poder preguntar cuestiones cotidianas algunas y otras más profundas, pero en un momento ya no hablábamos más de la discapacidad, sino de algunas cuestiones que hoy estaba atravesando en relación al momento sociopolítico, que coincidía con la mayoría de los estudiantes. Parecía que ya no había un ella y nosotros. Terminó siendo una clase distendida y con mucho sentido del humor. Yo me quedé con la duda si estas clases eran necesarias y oportunas. Esa tarde en el colectivo, iba sentada detrás de dos estudiantes que habían estado presente en la clase y escucho que dicen: “hoy me quedé duro, no le pude preguntar nada, me partía el alma verla así”.

A la otra clase retomo sobre qué cosas habían pensado y algunos refirieron que, aunque durante toda la carrera se hablaba del cuerpo como construcción social, no podían asociarlo con la charla que tenían frente a ella, que los impactó un cuerpo con características raras y que no se animaron a nada. Este relato fue dicho casi con vergüenza. Ahí pudimos hablar de la extranjeridad, de la habitualidad con la que estamos en contacto con otras personas, y que nunca se habían puesto a pensar que la mirada de asombro (en el mejor de los casos) de cada uno frente a una persona con discapacidad era algo que acompaña en forma permanente, sin dimensionar el efecto que produce al construir subjetividades. Por un ratito pensemos que sería para cada uno de nosotros sentir que vayamos donde vayamos, no pueden dejar de mirarnos y que en esa mirada hay una carga de lástima, incomodidad, repulsión, cuestionamiento, sospechas, rechazo y un montón de otras posibles absurdas expresiones.

Otro relato que compartí en otra universidad donde hay un estudiante sordo que cuenta con intérprete de lengua de señas en sus clases: Una docente se fue a quejar porque se sentía intimidada por la presencia del intérprete, se le explicó que esa es su forma de comunicarse, que no había elegido ser sordo. Al poco tiempo planteó que cómo ella estaba segura de que el estudiante sabía o que era la intérprete la que le decía. Se le propuso filmar y que quede como documento el video donde el estudiante daba su examen. En una reunión con esa docente refirió en tono de enojo: “le estamos dando todos los apoyos que necesita, pagando un intérprete y no se presenta a rendir o si rinde se saca muy bajas notas”. Parecería que esta mirada exigente, sospechosa sobre las personas con discapacidad no puede ser pensada junto a la de tantos otros estudiantes que tampoco se presentan a rendir o que se sacan bajas notas.

Luego de escuchar varios relatos de docentes frente a la presencia de estudiantes con discapacidad, les solicitamos si pueden identificar los obstáculos, las dificultades, las incomodidades, etc. Cuando comienzan a identificar esas dificultades que se les presentan a la hora de dar clase, queda al descubierto que la mayoría de las veces tienen que ver con cuestiones de las propias subjetividades por parte del docente y no con el proceso de aprendizaje.

En una capacitación con docentes universitarios, comenzamos proponiendo que cada uno piense que discapacidad no podría hacer su profesión, y que no se preocupen por cómo se los llamaba, que nombre utilizaban. Lo dijimos con certeza, habilitando que cada uno opine, y así cada uno fue diciendo, que un ciego no podría ser bioquímico, que alguien con cuestiones mentales no podía ser médico, que para ser pedagogo se debía tener un cuerpo completo, y poco a poco comenzaron a interpelarse entre ellos, después empezaron a dudar si sería tan así, ya que muchos relataban situaciones donde una persona con discapacidad ejercía esa profesión. El diálogo fue virando ya no tanto a los cuerpos y posibilidades de esas personas sino a la disponibilidad docente, concluyendo en el “no estamos preparados”. Invitamos a reflexionar que implicaba estar preparados, ¿Preparados para qué? Este formato de capacitación me permitió ratificar que en relación con la temática de la discapacidad antes de dar información, citar leyes, decretos, dictámenes judiciales es necesario conocer que idea de discapacidad tiene cada uno de ellos. Aun, sin quererlo, muchos docentes, que en su infancia no tuvieron compañeros con discapacidad en sus aulas, ni se los veía en la calle, solo recordaban situaciones de discapacidad en relaciona la gente pidiendo en la calle, o en las telenovelas donde el drama estaba dado por la discapacidad que había adquirido por un accidente del actor principal. Esas personas necesitaban deconstruir esa imagen, tenía que ser un proceso subjetivo y personal, para luego transformarlo en un tema colectivo y político.

Podría seguir relatando historias, que mientras para algunos solo pueden quedar en anécdotas, para otros son hitos en sus vidas que hacen que cambie el rumbo de su deseo. La idea al compartir estas escenas es para empezar a revisar que, por muchos años, la universidad fue un espacio donde no se le daba a la bienvenida a cualquiera. Que la presencia de nuevos cuerpos nos hace revisar que muchas veces desde lo discursivo podemos hablar de inclusión, de derechos humanos, de respeto a la dignidad, pero al momento de estar frente a una persona con discapacidad, no podemos asociarlos. El miedo a lo desconocido, a lo imprevisto, hace que rechacemos, explícita o implícitamente. Ante tantas sospechas, incertidumbre a la falta de respuestas al interrogante: ¿Y cómo va a hacer el día que reciba? ¿pero cómo va a ejercer?, donde la mayoría se siente con la ilusoria responsabilidad de evitar su frustración y ante esto se le niega el derecho a estudiar. etc. La propuesta es preguntarse ¿y porque no? Es confiar en el otro, que, si tuvo el deseo de estudiar algo, seguramente encontrará la forma de hacerlo, es empezar a vislumbrar que hay varias formas de ejercer una profesión, que a lo mejor no se va a recibir, pero esos años siendo parte de la vida universitaria no solo lo transformó a él o a ella, sino nos transformó a quienes fuimos parte de su cotidianeidad.

Así como se producen hechos de desinformación, prejuicios y de discriminación por motivos de discapacidad, hay muchas otras situaciones donde los docentes asumen con compromiso implicándose en el proceso educativo, ofreciendo apoyos, confianza, acompañamiento, permitiendo y habilitando para que continúen su trayectoria universitaria.

En la Universidad, los diferentes actores, ya sean docentes, no docentes o funcionarios, son actores con responsabilidades que, al tomar decisiones, reflejan un pensar, en sus gestos se materializa una ideología. Puede ser que están muy bien armados conceptualmente, saben mediar en situaciones conflictiva, participan en disputas políticas y en asambleas universitarias. La universidad históricamente generó un terreno en el que se manejen con soltura y solidez, son fieles reflejos de responder a una “casa de altos estudios”, ya que en una casa son todos conocidos y se espera que quienes circulen respondan a ciertas características naturalizadas y esperadas, pero cuando en ese escenario se les acerca una persona con discapacidad , un cuerpo que no responde al modelo esperado, al cuerpo completo , que responde a una ideología capitalista, se quedan sin respuesta, no saben qué decir, cómo actuar, cómo interactuar, es uno otro que no responde a su habitualidad, y se le vienen todas las imágenes que la cultura les imprimió: quienes piden en la puerta de una iglesia, el drama del protagonista en las telenovelas , los que iban a otra escuelas, aquel que siempre está en una situación de desventaja, otro muy otro, y ya no amalgama con la “casa de altos estudios”. La propuesta es generar nuevos encuentros, nuevos diálogos, poder darle contenido a la cultura inclusiva que la universidad proclama, propiciar una nueva cultura universitaria, donde se habitan los espacios, y cualquier pueda sentir que es parte, es ahí en ese construir diario, donde se construyen nuevos espacios. Nuevas culturas institucionales.

Invito a que nos preguntemos después de mirar a nuestro alrededor: ¿Quién no está en la Universidad? ¿Qué cuerpos no circulan por las aulas universitaria?, aún nos quedan puertas por dejar abiertas y no que sean puertas giratorias, donde, así como muchos hacen el intento por ingresar son rápidamente expulsados. Para que otros cuerpos circulen, no solo es necesario estudiar, rendir y avanzar. Es pensarse que nadie se atribuya el poder de decidir o influenciar sobre otro. Nadie elige tener una discapacidad. Qué nuestra mirada no demarque territorios, donde seleccionemos quienes puedan estar en ciertos espacios.

La cuestión es que es necesario saber desde que punto se parte, que se piensa, que se sospecha, ya que son esas percepciones las que determinan muchas decisiones. Un saber cuya distancia está marcada no por la menor o mayor objetividad del ojo que intenta ver, sino por la existencia misma de aquello que es mirado; un saber que, siempre, se inicia en el otro, en la otra “cosa”; un saber que se sostiene en una relación que, tal vez, no quiera saber tanto (Skliar, 2009).

Retomando la propuesta. Permitámonos ante la incertidumbre incorporar la pregunta ¿Por qué no? Solo es cuestión de no anticipar respuestas unilaterales, sino conocer, escuchar, vincularse y dejar que en ese encuentro de deseos: el de ser docente, y el de querer aprender podamos encontrarnos.

Bibliografía

De Souza Santos, B. (2018). Construyendo epistemologías del Sur. Buenos Aires: Clacso.

Jara Holliday, O. (2012). Sistematización de experiencias, investigación y evaluación: aproximaciones desde tres ángulos. Educación Global Research. Madrid.

Joly, E. (2011). ¿Qué les pasa a la ciencia, a la tecnología y a la universidad con relación a las personas con discapacidad? ¿Las ven, las escuchan, o son sordas y ciegas? En Katz, S. y Danel, P. Hacia una universidad accesible. Construcciones colectivas por la discapacidad. La Plata: Editorial Edulp.

Rosato, A y Angelino, M. A. (2009). Discapacidad. Por una ideología de la Normalidad. Desnaturalizar el déficit. Buenos Aires: Novedades educativas.



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