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Cuerpos en disputa, cuerpos encerrados

Daniel Zambaglione (FaHCE-UNLP)

Somos cuerpo, nos constituimos, nos construimos y deconstruimos permanentemente.

Boltanski (1975) afirma que el cuerpo es un signo de la posición social y que tal vez sea el más importante de estos signos, ya que su significado simbólico no es percibido por los actores. Acciones y conductas grupales expresan identidades colectivas. Por su parte, Bourdieu (1994) sostiene que los grupos sociales practican usos y consumos diferenciados y diferenciadores del cuerpo, y que cada sector social posee una concepción corporal específica. Los usos, las prácticas y las representaciones del cuerpo delimitan la pertenencia social, identificando y distinguiendo a los iguales y a los otros. El hombre construye su cuerpo junto a otros. La corporeidad es una construcción colectiva, una construcción social, por lo tanto, el cuerpo no es una realidad en sí misma: es una construcción simbólica. Estos usos, estas técnicas, se van transmitiendo, se van reproduciendo constantemente, desde ese punto podemos afirmar que son aprendidas y por lo tanto enseñadas, aquí la escuela, la familia, los distintos colectivos sociales en los que se pudiera participara clubes, parroquias, bares fábricas, la cárcel misma, son sin duda alguna los espacios en donde se aprenden la técnicas corporales, son los lugares tradicionales, son espacios donde se trasmite la tradición (buscar concepto de lugares y no lugares). Claramente, el sentido de comprender que estos usos son aprendidos, da por tierra las teorías biologicistas o fisiologistas que solo contemplan al cuerpo como organismo y por lo tanto como ente natural, algo otorgado únicamente por la composición química, por capricho de la genética, por composición celular. Los usos corporales son aprendizajes, tal vez no todos consientes, pero definitivamente no son de orden natural, gestos, posturas, formas de caminar, de usar las manos, de cruzar las piernas, de sentarse de parase, de correr, de saltar de arrojar, de escupir, de beber, de comer, de ir al baño, de saludar, de vestirse y desvestirse, de jugar, etc., son algunas de ellas. Qué hace uno con su cuerpo, qué formas y maneras de uso desarrolla, remite sin dudad a las técnicas que emplean, y este concepto de técnica desde la mirada de Marcel Mauus, da cuenta de que estos usos responden de marera variada según el colectivo social que las desarrolle. Pero estas técnicas, estos usos no responden al azar o a la mera casualidad, sino por el contrario, estas formas de usos son predeterminaciones culturales. Por lo tanto, si se intentara describir y comprender determinados usos corporales en un determinado grupo o sujeto, se debería tener, para poder establecer comparaciones, una serie de descripciones de diferentes usos propios de distintos sujetos o colectivos sociales. Al pensar abordar el tema cuerpo de manera general y en particular el cuerpo en el encierro, condición que abarca a, resultara esencial, poder entender el concepto de técnicas que expresa Mauss, técnicas que vamos incorporando a lo largo de nuestras vidas en sociedad.

Nos relacionamos con otros cuerpos, sentimos, sufrimos, amamos, odiamos, hacemos el amor, hacemos la guerra, nos encontramos, nos desencontramos. Vamos transitando un camino sinuoso y en cada esquina se nos presenta un desafío nuevo, nuestro cuerpo se va reconfigurando en cada encuentro, en cada esquina. Pero la pregunta que no dejo de hacerme es: ¿hasta qué punto somos artífices soberanos de nuestro destino?, ¿somos nuestro propio creador del cuerpo que habitamos? o ¿estamos sometidos a ser cohabitados, penetrados, usurpados pro otros cuerpos? ¿Existe forma alguna de subversión corporal?

Foucault señalaba al cuerpo como objeto y blanco de poder, un poder que se ejerce sin piedad sobre otros cuerpos, cuerpos que cuanto más vulnerados sean, mejor será el resultado de su usurpación o su cohabitación. Penetración obscena, que se regocija fagocitándolo con sus fauces poderosas e insaciables. Beatriz Preciado, plantea algunos de estos interrogantes y parte del concepto de que el sujeto moderno no tiene cuerpo. Es una somateca: un aparato somático denso, estratificado, saturado de órganos gestionados por diferentes regímenes biopolíticos que determinan espacios de acción jerarquizados en términos de clase, de raza, de diferencia de género o sexual. Las prácticas somáticas son “fórmulas generales de dominación” (Bourdieu), “técnicas del cuerpo” (Mauss) que funcionan como “dispositivos de subjetivación” (Foucault), como “procesos de incorporación de la norma” (Butler).

¿Quién o quienes disputan nuestro cuerpo?, ¿por qué se disputan nuestro cuerpo?, ¿somos el cuerpo que deseamos?, ¿nuestros deseos son realmente propios o hay una maquinaria perfectamente alineada, aceitada y precisa que nos designa lo que tenemos que desear?

Deseamos ser bellos, inteligentes, poderosos, exitosos y tantas cosas más. Pero ¿cómo se determina o quien determina lo bello, la inteligencia, el poder o el éxito?

En un encuentro con mujeres detenida en una cárcel de la ciudad de La Plata desarrollando un grupo focal como herramienta de datos que nutriría mi tesis doctoral, una chica me dijo: “yo quiero adelgazar y quiero que afuera, en la calle me digan: mira esa perra, que buena que esta”. Ella tiene un deseo, busca una belleza performativa, un modelo de hermosura que sin duda es el que hegemoniza el sentido de belleza del cuerpo moderno, belleza que es presentada en sociedad como el modelo a seguir, a riesgo de caer en la marginalidad si no seguimos como burro a su zanahoria a tal designo. Estereotipo que se encarna en el cuerpo de cada sujeto, mediante refinadas y modernas estrategias comunicacionales, modelos anatómico-performativos desarrollados a la justa medida para ser efectivos en materia de colonización corporal, o en la apropiación de la soberanía somática. Como lo expresa Segato (2004), el trazo por excelencia de la soberanía no es el poder de muerte sobre el subyugado, sino su derrota psicológica y moral, y su transformación en audiencia receptora de la exhibición del poder de muerte discrecional del dominador.

Ella está detenida, esta presa, aislada de la sociedad, pero su cuerpo no está resguardo del mandato social que determina, dictamina, aprueba o desaprueba el ideal de belleza, ahí en la tumba, la comida es mala, harinas y grasa, eso es lo que determinan los poderosos de turno, los que disciplinan esos cuerpos, ella no podrá alcanzar su deseo, su cuerpo se auto contempla como un cuerpo inexacto, deforme, marginal. Su estado de cuerpo vulnerado pues es un cuerpo detenido, un cuerpo disputado por los deseos impuestos por  la sociedad de consumo, capitalismo al palo, que la empujo violentamente al encierro punitivo, un cuerpo en disputa, lo disputo en primera instancia los grupos de poder que regulan el mercado, los hacedores de deseos, de metas, la sociedad de la meritocracia, ella, su cuerpo se afano incansablemente para pertenecer al mundo de los blancos, cuerpos perfectos, socialmente aceptados, pero sabía que no podría llegar al paraíso desde su corporeidad. El delito fue su salvoconducto, la posibilidad más rápida de ser parte de los cuerpos perfectos, de cumplir los deseos propios, que sin duda serían los deseos del amo. Un cuerpo en disputa, primero el mercado tironeando de la carne ajena acto de carroña explícito y del otro extremo la justicia injusta, sentencia de ricos hacia pobres, ambos ganaron, el mercado salvaje y la justicia blanca, ambos se apoderaron de ese cuerpo frágil, débil, negro, enfermo y pobre. Uso y abuso del cuerpo del otro sin que éste participe con intención o voluntad, acto que podemos asociación a una violación. Según Segato (2004) la violación se dirige al aniquilamiento de la voluntad de la víctima, cuya reducción es justamente significada por la pérdida del control sobre el comportamiento de su cuerpo y el agenciamiento del mismo por la voluntad del agresor. La víctima es expropiada del control sobre su espacio-cuerpo.

En otra cárcel de mujeres en la localidad de Melchor Romero unidad penitenciaria que aloja a mujeres con problema mentales, los cuerpos pululan por las celdas como almas en pena, ahí solo se sobrevive, esos cuerpos están suspendidos, ya fueron disputados y desechados por parte del mercado, la moda, el sentido de belleza los deseos impuestos ya participaron de su festín podríamos decir el triunfo completo del neoliberalismo, a pesar de casi no dejar ni hueso que roer, esos cuerpos ultrajados, siguen en disputas por otros cuerpos, el cuerpo judicial (cuerpos infalibles), el cuerpo de la medicina (cuerpos semidioses), los cuerpos evangélicos (cuerpos celestiales), los cuerpos educadores (cuerpos del saber), cuerpos policiales (cuerpos represores), cuerpo familiares (cuerpos balsámicos), cuerpos militantes (cuerpos sensibles ) y cuerpos cercanos, próximos cuerpos rancho.[1]

Cada sector, lucha por esos cuerpos, pero con intenciones distintas con posicionamientos ideológicos y políticos diferenciados. Podríamos decir que son disputas con sentidos distintos. Algunos solo reafirman con la practicas ritual de sus actos, la colonización, su apoderamiento forzado de soberanía su dominio su control y su poder. Claros actos de violencia que se acrecientan si están dirigidos hacia las mujeres; mujeres doblemente vulneradas en sus derechos más básicos, solo por ser mujeres en un mundo patriarcal, incapaz de plantearse la inequidad en relación con los privilegios, tan cotidianos, tan visibles que no se ven, pues todos los dispositivos apuntan a la naturalización de dichos actos machistas. Actos que deben permanentemente repetirse para reforzarse, para sostener aun ante la más bizarra de las practicas patriarcales, que es un acto natural. Esto es así porque en el larguísimo tiempo de la historia del género, tan largo que se confunde con la historia de la especie, la producción de la masculinidad obedece a procesos diferentes a los de la producción de femineidad. Evidencias en una perspectiva transcultural indican que la masculinidad es un estatus condicionado a su obtención ─que debe ser reconfirmada con una cierta regularidad a lo largo de la vida─ mediante un proceso de aprobación o conquista y, sobre todo, supeditado a la exacción de tributos de un otro que, por su posición naturalizada en este orden de status, es percibido como el proveedor del repertorio de gestos que alimentan la virilidad. Ese otro, en el mismo acto en que hace entrega del tributo instaurador, produce su propia exclusión de la casta que consagra. En otras palabras, para que un sujeto adquiera su estatus masculino, como un título, como un grado, es necesario que otro sujeto no lo tenga pero que se lo otorgue a lo largo de un proceso persuasivo o impositivo que puede ser eficientemente descrito como tributación (Segato, 2004).

Estos cuerpos, cuerpos de mujeres detenidas, son claramente cuerpos disputados, tironeados, descuartizados, carroñados, ultrajados. Los jueces quieren su parte, las fuerzas policiales reclaman su porción, la medicina exige parte de la disección, la escuela cárcel, lucha por su libra de carne, la teología, pelea no solo por el alma sino por quien la aprisiona, todos quieren su parte. Esos cuerpos doblemente vulnerados, primero por ser cuerpos de mujeres y segundo, por ser cuerpos delictivos, son cuerpos estigmatizados y dicha estigmatización desemboca indefectiblemente en la despersonalización como sujeto, porque se hace predominar en él la categoría a la cual pertenece sobre sus rasgos individuales biográficos o de personalidad (Segato, 2004).

Bibliografía

Boltanski, L. (1975). Los usos sociales del cuerpo. Buenos Aires: Ediciones Periferia.

Bourdieu, P. (1994). Deporte y clase social, en AA.VV: Materiales de sociología del deporte. Madrid: Ediciones de la Piqueta.

Segato, R. (2004). Territorio, soberanía y crímenes de segundo Estado: la escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Departamento de Antropología. Universidade de Brasilia. Brasilia.


  1. Rancho: en la jerga carcelaria dice de aquel o aquellxs personas que comparten alimentos, que conviven formando un grupo, una ranchada.


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