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Pensar las masculinidades, hoy

Néstor Artiñano (FTS-UNLP)

Construcción de una mirada

Nos parece importante para discutir en este momento, tener en cuenta algunos elementos necesarios vinculado a la temática de la/s masculinidad/es. Entre estos elementos o ejes, encontramos los siguientes: cómo miramos y explicamos el punto de vista de cada persona, el papel de las dicotomías en tanto construcción de un sesgo político en esas formas de mirar, la apelación a una supuesta naturaleza de origen que pretende ser la que direccione las vidas humanas, la masculinidad en tanto categoría de poder y por ende relacional, y por último, algunas posibles estrategias de acciones.

La mirada con la que contemplamos y analizamos la realidad, condensa una construcción al menos histórica, social, política y genérica. ¿Qué vemos cuando vemos? Vemos lo que estamos posibilitados de ver, lo que el contexto habilita a ver, y lo que hemos aprendido que se puede ver. Generalmente, aparecerá lo que es familiar a nuestra cotidianeidad, como algo que no nos sorprende. Y aquello que interpela desde algún lado, muchas veces por ser nuevo o por ser categorizado como negativo, será ahí que podremos negarlos, ocultarlo, discriminarlo, o rechazarlo. Lo nuevo, puede aparecer como amenaza a aquello incorporado en nuestras subjetividades a lo largo de nuestras vidas, y por lo tanto, ante la amenaza, aparecerá al menos, algún tipo de resistencia, resistencia anclada en el peso de los mandatos incorporados. Lógicamente, si estos mecanismos no tuvieran posibilidad de resignificaciones, tensiones, rupturas, no existirían avances en la historia. La pregunta aquí es por qué algunos temas perduran más imperturbables que otros, a través de los siglos. Aquí, las relaciones de género podrían aparecer entre este grupo. En un trabajo anterior (Artiñano, 2015, p. 27) hacíamos referencia a la constitución de un Modelo Masculino Imperante a partir de la tradición judeocristiana, y luego tomamos otros momentos de nuestra historia, donde ese modelo renueva su legitimación. Entendemos que la tradición judeocristiana crea y consolida dos pilares básicos de nuestra cultura que son la jerarquía masculina y la heterosexualidad obligatoria. Respecto a la jerarquía masculina podemos observar en la Biblia que el interlocutor a quien está dirigido cada mensaje siempre es el hombre. Cuando se habla del hombre se lo denomina “tu”, cuando se denomina a una mujer se apela a la tercera persona “ella”. Uno podría entender así, que la mujer está en un segundo plano en relación al hombre. La mujer está detrás, o debajo del hombre, describiendo y definiendo una relación de jerarquía, de superioridad del hombre por sobre la mujer. Por otro lado, cuando hacemos referencia a la heterosexualidad obligatoria, la definimos de esa forma, teniendo en cuenta algunos versículos que establecen “no te acostarás con varón como con mujer, es abominación” (…) “morirán sin remedio, su sangre caerá sobre ellos”. También es importante ver aquí, que esa advertencia aparece solo para varones, no así para mujeres. ¿Acaso en las mujeres se aprobaría una práctica sexual entre ellas?, o ¿están tan al margen de las preocupaciones de ese tiempo, que no es necesario disciplinarlas? Sobre este tema es muy enriquecedor ver los debates que surgen en la película Plegarías para Boby[1] donde un cura intenta explicar a una madre angustiada por tener un hijo homosexual, que la Biblia de esa misma forma que contiene versículos adversos a la homosexualidad, también contiene otros que han quedado desvanecidos en la historia de la humanidad, como por ejemplos condicionamientos en los colores que se permiten usar en vestimentas, el uso del fuego, o la esclavitud. Aquí, corresponde entonces preguntarse, ¿a qué se debe que algunas prácticas quedan en desuso y hoy se ven prácticamente ridículas por no estar vigente el contexto histórico de aquel momento en que se escribieron las escrituras, mientras otras prácticas son tan fuertemente defendidas, en términos de género y sexualidad? ¿Podemos hipotetizar entonces que lo que se defiende es una forma de organizar la sociedad, donde la jerarquía masculina y la heterosexualidad obligatoria son dos de sus pilares? Aquí entendemos que, como dispositivo organizador de la sociedad, se complementa de sobremanera con uno de los pilares básicos del capitalismo, como lo es la propiedad privada. Respecto a ello, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)[2], y a modo de ejemplo, en Argentina las mujeres solamente son propietarias del 16,2% de las tierras, un porcentaje mínimo teniendo en cuenta que el porcentual de la población femenina total, supera el 50%.

El problema de las dicotomías

Complementario al punto anterior, las dicotomías son una forma de ver la realidad. Las dicotomías hacen visible dos polos opuestos, que los torna como los únicos válidos. Podríamos pensar que pareciese que la población se dividiera en altos o bajos, gordos o flacos, rubios o morochos, varones o mujeres, heterosexuales u homosexuales, entre varios otros. El problema de las dicotomías es que quienes habitan en medio de ambos polos, aparecer al menos desdibujados, con dificultad de definirse y también muchas veces invisibilizados. La pregunta por hacerse es ¿por qué la necesidad de establecer estas dicotomías y a qué intereses responde esta forma de ver la realidad?

Estas dicotomías no podemos desligarlas de los discursos hegemónicos que definen cada uno de los polos. Así, en el caso de ser hombre o ser mujer, aparecerá una forma de ser, ligada a estereotipos que se sostienen desde diferentes discursos (mediáticos, propagandísticos, estéticos, discursivos, actitudinales) dejando en un lugar de falta, a aquellos quienes no coinciden con esos ideales supuestos del ser hombre o mujer. Esa falta se pretenderá superar, apelando a diferentes estrategias de adecuación, o, por el contrario, intentando romper con esos mandatos. Volviendo a la investigación ya citada (Artiñano, 2015), encontrábamos en jóvenes entrevistados, a una mayoría que veía en varones homosexuales, como aquellos dignos de ser depositarios de confianza y de cercanía afectiva, no así las mujeres y los varones heterosexuales. Las mujeres eran vistas con una carga negativa en general, y los varones heteros eran vistos en forma positiva, pero no al punto de sus compañeros gays. No era lo mismo, sino todo lo contrario, al indagar si esa mirada positiva, también existía sobre las personas trans. Aquí se abren dos posibles explicaciones: por un lado, el varón gay se puede entender como una persona de confianza, pues para las mujeres ese varón la quita del lugar de estar a la defensiva, ante una representación que todo varón heterosexual, tiene como objetivo llegar a conquistarla sexualmente. El varón gay reemplaza a la mujer, que es considerada con desconfianza, y reemplaza al varón heterosexual que por ser varón es considerado confiable, salvo en lo sexual. Por otro lado, los varones heterosexuales, y como muchos estudios de masculinidades lo han demostrado, se constituyen como tal en tanto una estrategia de competencia, donde se deben mostrar fuertes, imperturbables, sólidos, sin angustias ni temores. Claro está que en una sociedad donde la heterosexualidad es considerada una virtud, el varón heterosexual podríamos decir que encuentra en el varón homosexual, la posibilidad de construir una relación de confianza, amigable, y desde el momento que esa otra persona no se reconoce como heterosexual, es que no hay posibilidad de competir con ella. Quien ha dejado un “valor social” de lado, se constituiría así, en una persona factible de poder ser tenida en cuenta, para entablar relaciones de amistad, al punto tal de poder expresarse tal cual es, sin temor a demostrarse débil, como sería con los otros varones heterosexuales.

En cuanto a la lejanía con las personas trans, en tanto no aparecen como sujetos de confianza, quizá radiqué allí, que esas personas han renunciado a lo dicotómico, se encuentran en ellas un origen que, para miradas impregnadas de biologicismos, reclaman que ese origen debe ser también destino. Y ese transcurrir debe ser con atributos propios de la mujer o propios del hombre. Si aparecen elementos de unas o de otros, anclados en una persona, será aquello que no entra en razón de ser comprendido. La mirada dicotómica no permite comprenderlo, es considerado una falla, es por lo tanto necesario de marginarlo, invisibilizarlo, segregarlo, ocultarlo, no verlo, mucho menos, intentar comprenderlo.

Aparece en estas situaciones o en estas trayectorias de vidas, interpelaciones que tensionan la mirada de construcción subjetiva, por un lado, con el devenir biológico que aúna origen con destino. Para ello, es interesante analizar la película Todo sobre mi madre[3], y particularmente lo que se conoce como “el monólogo de Agrado”. Agrado es una travesti que cuenta la historia de su vida, y concluye que “una es más auténtica cuando más se parece a lo que ha soñado para sí misma”. El criterio de autenticidad aquí se deposita no en una cuestión biológica, sino en una cuestión subjetiva. El ideal de esa subjetividad debiera poder articular y encontrar lo que una persona cree de sí, con lo que ve en su propio cuerpo y con lo que la sociedad pueda reconocer de ambas dimensiones anteriores, no sometiendo a esas personas a estrategias de marginación y de discriminación.

La naturaleza también se expresa diversa

Una forma de tensionar los argumentos biologicistas que defienden la postura de una lógica rígida entre el sexo asignado al nacer y el devenir en una forma de ser hombre o mujer, puede hallarse en las Estadística Vitales que publica el Ministerio de Salud. En el país, durante el año 2016, se registraron 237 (0,03%) recién nacidos bajo la categoría “sin especificar” en las columnas que se registraba el sexo, sobre un total de 728.035 nacidos vivos en el transcurso de ese año. ¿Qué puede esconder ese número? ¿Sólo olvido de quien llenó el registro, o también quizás, una diversidad ligada a la naturaleza en algunos o muchos de esos casos?, y donde seguramente la ciencia hará un esfuerzo en colocar dentro de los dos casilleros que la lógica binaria permite, como estrategia organizativa de la sociedad. Respecto a este tema es imposible no recordar la película XXY[4] donde aparece una familia integrada por un matrimonio y Alex. Alex es intersexual, y único hije del matrimonio. Aquí se deja entrever que la pareja pretendía tener varia/os hija/os, pero según Alex, al nacer intersexual, el proyecto de familia numerosa se corta. Se configura ahí la figura de lo incomprendido, lo que no es varón ni mujer, y que la ciencia espera poder definir con tratamientos, mientras que la familia se recluye en un bosque aislado del Uruguay, mudándose desde Buenos Aires, el lugar de origen de la familia. Nuevamente la tensión y la imposibilidad de acotar la realidad a lógicas dicotómicas, aparece aquí como ejemplo. Las dicotomías pueden hablar de ciertas generalidades, pero no de múltiples particularidades. ¿Cuál sería el inconveniente que Alex pudiera crecer y definir si quiere hacer algún tratamiento de readecuación, o quiere ser tal cual como ha nacido?

También es interesante los aportes de Bazán (2006, parte I) quien recupera las crónicas del inicio del siglo XVI, que permiten reconstruir la mirada de los conquistadores sobre las poblaciones que habitaban nuestro continente. Citas como “Aperreó Balboa cincuenta putos y luego quemolos informado primero de su abominable y sucio pecado”, u otras similares, siempre dirigidas a hombres que se consideraban “vestidos en hábitos de mujeres” o demostrando algo que los conquistadores consideraban propio de mujeres, permite ver lo que decíamos en un inicio, la existencia de una visión que podía entender solamente lo que se consideraba propio de varones y mujeres, y sancionar todo aquello que pudiera tener en una misma persona, algo de esos dos mundos, polarizados en sus caracterizaciones. Por su lado, Connell (2006, p. 200 en Williams, 1986) recupera la tradición del bardaje, lo que era considerado un “tercer género”, en varias poblaciones de lo que hoy conocemos como América del Norte.

La masculinidad como posibilidad de tragedia

La masculinidad, en singular, remitirá a pensarla en términos de lo hegemónico, tradicional, dominante o imperante. Estas formas de denominación poseen el factor común de reconocer un lugar de jerarquía del hombre heterosexual por sobre las personas que no lo son, ya sean mujeres, otros hombres o intersex. ¿Por qué decimos entonces que la masculinidad es una posibilidad de tragedia? Porque entendemos que la tragedia es aquello que se anuncia con un final de desdicha, negativo, no deseado. Y si la masculinidad se erige en un lugar de jerarquía, esa jerarquía debe poder mantenerse como tal. Ahí es lo que consideramos uno de los puntos claves donde la masculinidad ─en singular─ heterosexual y jerárquica, es motivo fundante de violencia y, por ende, de tragedia. Quien pretenda interpelar el lugar masculino, encontrará la resistencia de un varón que defenderá sus supuestos privilegios que esa jerarquía se presume que le otorga. Subjetividades masculinas construidas en lógicas de dominación, generarán las condiciones necesarias para que la violencia masculina aparezca en situaciones de interpelación. Solo no aparecería la violencia explícita, si hay lo que podríamos llamar una alienación genérica, donde quienes están sometida/os a la masculinidad imperante, coinciden y otorgan consenso con el lugar de sumisión o sometimiento que este esquema les otorga.

Salidas posibles

Inicialmente, las estrategias debieran apuntar a desarticular el mandato organizador de la masculinidad, en tanto relación de jerarquía y de heterosexualidad obligatoria. Las posibilidades no deben apuntar solo a una dimensión, por ejemplo, a la persona que ejerce violencia o que sufre de violencia, porque no es un problema personal o individual, tampoco es relacional. Sino que es producto o manifestación de una sociedad que otorga las condiciones necesarias para que la violencia suceda. Tampoco se soluciona solo con estrategias que impliquen cuestiones macro, como, por ejemplo, limitarse al cambio de leyes que condenen a quienes ejercen violencia. Para pensar esta complejidad a la hora de encontrar posibles salidas, en un trabajo anterior (Artiñano, 2018, p. 213) hacemos referencia al modelo ecológico creado por el psicólogo Urie Bronfenbrenner. Desde esta perspectiva, se deben tener en cuenta las interrelaciones que se dan entre las esferas denominadas macrosistema, exosistema, microsistema y personal. En el macrosistema, encontraríamos las leyes, las tradiciones, los mandatos culturales, las religiones; en el exosistema aparecerán las instituciones como las escuelas, los hospitales, los lugares de trabajo, los gremios, etc.; el microsistema dará cuenta de las relaciones interpersonales primeras tales como la familia, los amigos; y por último la dimensión personal, lógicamente traerá elementos de la historia personal, que aparecen como relevante en el momento de estar trabajando estos temas con los sujetos. Todos los factores que pueden surgir y articularse en estas esferas, son los que generarán las condiciones para que la violencia aparezca, y por ende son las dimensiones a tener en cuenta para que la violencia pueda superarse, y no sea parte inmanente de algunas relaciones interpersonales.

También, en el trabajo mencionado anteriormente (p. 196) hacemos hincapié en la necesidad de complejizar la mirada, por un lado, y por otro, lograr habilitar la palabra. Respecto a complejizar la mirada, apostamos a evitar caer en lógicas explicativas lineales y/o predecibles, sino por el contrario lograr entender cómo se dan las diferentes problemáticas, y de esa manera, encontrar salidas más acertadas. Respecto a esto, se encadena la idea de habilitar la palabra, en tanto se logra muchas veces salir de silencios, de romper tabúes ya que no se han podido expresar nunca o muy pocas veces respecto a temas que atañen a situaciones de violencias o de padecimientos subjetivos ligados al género. Habilitar la palabra, es también generar espacios de escucha respetuosa, y ser respetuoso de los silencios que puedan aparecer en el marco de una intervención. Será de ese espacio de habla, de escucha, de respeto por los silencios, donde puedan emerger diferentes estrategias, articuladas a las otras dimensiones ya mencionadas en el modelo ecológico.

Bibliografía

Artiñano, N. (2015). Masculinidades incómodas. Jóvenes, género y pobreza. Buenos Aires: Espacio Editorial.

Artiñano, N. (2018). Masculinidades trágicas. Violencia y abuso sexual en el ámbito familiar. Buenos Aires: Espacio Editorial.

Bazán, O. (2006). Historia de la homosexualidad en la Argentina. De la Conquistad e américa al siglo XXI. Buenos Aires: Marea Editorial.

Connell, R. W. (2006). “Desarrollo, globalización y masculinidades”. En: Careaga, Gloria y Salvador Cruz Sierra (coord.). Debates sobre masculinidades. Poder, desarrollo, políticas públicas y ciudadanía. México: UNAM.

Ministerio de Salud de la Nación Argentina. Estadísticas Vitales. Información básica. Argentina, 2016. Versión web en https://bit.ly/2F34CjZ


  1. Russell Mulcahy, Estados Unidos, 2009.
  2. https://bit.ly/2u8tG6T
  3. Pedro Almodóvar, España, 1999.
  4. Lucía Puenzo, Argentina, 2007.


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