Apertura de nuevos horizontes y persistencia de antiguas resistencias
Yamila Balbuena (FaHCE-UNLP)
En primer lugar, insistir en que la tradición académica aún funciona como si fuéramos carriles de una autovía, a la par pero separados, y hay que celebrar todo tipo de encuentro o proyecto interdisciplinario (como esta compilación) que busque trascender espacios compartimentados para realizar una apuesta diferente.
En segundo lugar, subrayar que considero necesario contextualizar las reflexiones que voy a compartir en relación al género, cuerpo y sexualidad, dentro de la historia del feminismo. Generaciones de mujeres y activistas en su lucha por disputar el sentido común hegemónico ─en diferentes planos y con distintas estrategias─, inventaron, crearon, pusieron en discusión, teorías, perspectivas, miradas. Lo que las convocaba no estaba a la vuelta de la esquina; perseguían, la inmensa mayoría de ellas, un fin utópico. Tenían como meta final propiciar un cambio. No pensaban todas iguales, algunas buscaban una transformación del sistema de raíz, otras lo pensaban en términos de derechos y equidad, había quienes lo proyectaban dentro del socialismo, el anarquismo o el comunismo (Chinchilla Stoltz, 1982). No quiero extenderme en este punto, lo que me interesa resaltar es que, situarnos en ese contexto y en sus anhelos, nos permite no perder de vista el hecho de que esas herramientas fueron puestas a discusión por mujeres y activistas que estaban luchando para erradicar lo que cada una denominó a su modo: “el malestar sin nombre” para Friedman (2017), “el patriarcado” para Millet (1995), según Rich (1986) “la heterosexualidad obligatoria” o el “pensamiento heterosexual” de Wittig (2006).
Es decir, que aquellas metodologías, categorías de análisis, epistemologías que pudieron parir, pueden ser más o menos asertivas para nosotras[1] hoy, entrar en crisis en cierto punto y ser reemplazadas parcialmente por otras, pero, en cualquiera de los casos, les debemos reconocer el impulso revolucionario que les dio origen. Y, además, dar cuenta que por ese lugar de transgresión las mujeres pagaron un costo extra o adicional, ya sea en sus carreras profesionales, en sus vidas privadas, obteniendo menos rédito económico y simbólico. Pero fundamentalmente, lo que no se puede escindir es la relación entre teoría y práctica como dos caras de la misma moneda, en la jerga marxista se expresaría en términos de praxis.
En ese sentido, la imagen que tengo en mi cabeza es la de un árbol tupido, con ramas de distinto grosor debido al paso del tiempo y al crecimiento, algunas más gruesas, otras más finitas. Desde mi punto de vista, el tronco de este árbol es el feminismo, con muchas ramificaciones: la identidad, la dominación, la resistencia, los derechos, el cambio, la igualdad, las diferencias, las prácticas y mil etcéteras.
Minimizar la teoría feminista, es ejercer violencia, mediante la invisibilidad, el silenciamiento, la exclusión. Sea a través de mecanismos más directos o sutiles, como puede ser atribuir sus contribuciones al giro lingüístico/posmoderno o, desconocer los aportes de sus pensadoras. Les doy un ejemplo, comenzar un curso o una clase sobre sexualidad desde Foucault (2011) y no desde Rubin (1986), es silenciar el aporte de las mujeres que pensaron los mismos temas que él, que los publicaron con anterioridad o a la par, y que no fueron ni citadas ni reconocidas por ser mujeres y feministas. No es que la obra de Foucault u otros intelectuales no sean importantes, no puedan citarse. Se trata, por el contrario, de reconocer que debido al androcentrismo (Sardá, 1988) muchas de nuestras citas de autoridad son varones. Porque históricamente han sido varones y porque nuestro canon es masculino.
Los “padres” de la filosofía, de la historia, de la antropología, son varones. Incluso las voces rebeldes y que oficiaron de parricidas de los clásicos son varones. Los referentes literarios, artísticos, periodísticos, en la inmensa mayoría, son varones.
Históricamente, el sujeto hegemónico construido desde la Europa burguesa y moderna cuyo molde es el varón blanco heterosexual, se ha valido del conocimiento para mostrarse como neutro (Moreno, 1986). Esta falacia nominal que establece que el varón es el hombre, lo específico, y a la vez lo universal, la humanidad, se evidencia en el lenguaje. También en la vara que mide las acciones, y que por tanto califica o valoriza distinto un mismo hecho sea realizado por un varón o una mujer.
Inmenso trabajo en el de las feministas que tuvieron que despejar la ecuación y paso a paso mostrar como ese varón también está connotado sexualmente. Quitar el velo de naturaleza con la que se cubre a la sexualidad nos ha permitido pensarnos como cuerpos desde un lugar de cuestionamiento a la producción del binarismo (Butler, 2007). Es por eso, que una de las tareas que hoy nos convoca es reparar la deuda enorme con esos cuerpos que no “encajan” en machos y hembras, esas otras identidades, otros deseos, que en la medida que los callamos y negamos somos cómplices del sistema despiadado que se alimenta de ellos: la discriminación, los discursos de odio, el negacionismo, la desigualdad laboral, la falta de cobertura médica, y una que nos atañe a todas/os nosotras/os: la educación.
En ese sentido, ser docente en este contexto es un gran desafío. Como educadores tenemos responsabilidades que no son optativas, no podemos mirar para un costado frente a la injusticia o a la violación de derechos. Como docente, funcionaria de lo público, soy una garante de derecho en el espacio áulico, responsable, en parte, de la vida de quienes vienen a mis clases. Como educadora feminista tengo, al mismo tiempo, la obligación de una pedagogía de la emancipación (bell hooks, 2004).
Ser docente y feminista es un proyecto desnaturalizador. Sintetiza en un mismo gesto la importancia de enseñar los sistemas imbricados que ordenan la sociedad, a la vez que posicionarse frente a ellos desde un lugar de ruptura, reflexión y acción (Korol, 2007).
Sin duda, detectar aquello que tenemos naturalizado, de ningún modo se presenta como sencillo. Pero es necesario hacerlo. Fundamentalmente por dos razones. La primera tiene que ver con que hay contribuciones muy valiosas al campo científico, intelectual y social que estamos desconociendo y que se van perdiendo como parte del patrimonio cultural. Y la otra razón, es que a veces conocemos el aporte de tal autora o teoría, pero las encasillamos en un campo aparte: el de género y feminismo. De ese modo, nos garantizamos una inclusión políticamente correcta. Están, si quieren conocerlas pueden acercarse a las cátedras o grupos de investigación o extensión que trabajan desde ese posicionamiento, pero no se pone en crisis el conjunto, no se inmuta el marco epistemológico general ni la organización estructural.
Scott (2008) estudia la reacción del campo de la historia del trabajo al reclamo feminista de incorporar el género en sus investigaciones y producciones. Sostiene que, si bien la respuesta no es tan violenta como en el campo de la historiografía en general, es bastante desalentadora. La sintetiza en tres grandes grupos. En primer lugar, quienes reconocen la importancia del género como la raza, pero como una variable más, lo más significativo y a tener en cuenta sigue siendo la clase. En el segundo conjunto de respuestas, estarían aquellos que reconocen la existencia de mujeres, y lamentan su destino poco destacado, junto con los niños, pero sin ir más allá de la solidaridad formal. Por último, el género es reducido a rol, es decir, “lo que hacen las mujeres”, basta con describir, sin explicar nada más.
Ya Simone de Beauvoir (2008) en el año 1949 discutía la evidencia de que el hecho de ser o nacer mujeres era una realidad transparente. En El segundo sexo publicado en el contexto de la Francia de posguerra, Simone plantea la existencia de mujeres, en formato de pregunta: ¿qué es ser una mujer? ¿Qué significa eso? Y al hacerlo, denuncia, cuestiona, el tratamiento dado hasta ese momento a la existencia de mujeres, con un significado unívoco, homogéneo y naturalizado. Ella refuta, no es un fenómeno autoevidente. Frente a esta pregunta filosófica nos brinda una respuesta ─y muchas nuevas preguntas─: no es la biología lo que determina a una mujer si no el sentido que se le otorga a esa existencia, entre otros aspectos biológica, desde una cultura concreta y específica.
Ese tiro mortal al determinismo biológico se relativiza, si analizamos nuestro contexto. Un indicador que podemos seleccionar es el campo de las neurociencias y el significativo progreso en materia educativa. Actualmente se apela a las neurociencias para explicar ciertos comportamientos en las niñeces o adolescencias de una manera muy simplista. Este indicador es aún más preocupante si observamos que es promovido por la cartera del ministerio educativo; concretamente en la oferta de capacitaciones docentes promovidas y financiadas por el Estado en detrimento de otros abordajes.
Por ejemplo, en estos tiempos el intendente de nuestra ciudad prohíbe ─con excusas y eufemismos─ la realización de la quinta marcha del orgullo LGTIQ. La postura del intendente Garro no es una sorpresa, ya se había expresado públicamente dando cuenta de su sexismo transfóbico. Y lo peor es que no está sólo. Jair Bolsonaro acaba de ganar en segunda vuelta las elecciones presidenciales del Brasil con un discurso, entre otros aspectos racistas y xenófobos, contra lo que se ha dado en llamar la ideología de género.
Esta cruzada ultraderechista religiosa se organiza tanto sobre derechos ya conquistados como pendientes. Tal es el caso de la ley de Educación Sexual Integral (ESI) como del proyecto de ley de la Campaña Nacional por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito (IVE). Este fundamentalismo no es nuevo, pero adquiere espesura propia y especifica al enemigo al que se enfrenta: el feminismo actual, que logra avances en términos de legitimidad social de sus demandas y posicionamientos. Tapa de medios gráficos y noticia televisiva en el horario central, también asoma sus narices por los programas de entretenimiento, no sin dividir aguas al respecto. Lo cierto es que en todos lados se habla de género, feminismo o incluso el descalificativo feminazi con una soltura, en algunos casos, estremecedora.
Somos contemporáneas a la cuarta ola del feminismo, que se hace presente en las acciones colectivas masivas (#8M, #Ni una menos) y que viene organizando una agenda política de lucha y resistencia de manera articulada en un plano nacional, regional e internacional. Es imposible esquivar el fenómeno social y el impacto que genera, entra en nuestras aulas, en los cuerpos que la habitan, en las producciones de conocimiento y la avanzada crítica que exige nuevos posicionamientos que permitan deconstruir el hetero-patriarcado. Esa demanda del movimiento estudiantil, del movimiento de mujeres, lesbianas y trans, no puede llevarse adelante sin cambios. No es posible enseñar algo nuevo con técnicas viejas: Las herramientas del amo nunca desarmarán la casa del amo (Lorde, 1988)
Pensar en términos de género significaría entonces desmontar aquellas cuestiones que remitimos al orden de la naturaleza, para estudiarlo como parte de la política, de la subjetividad, en último caso, de la acción humana, con todo lo que implica tanto para pensar las cadenas como para pensar las libertades.
No hay un sentido único del término, pero hay ciertos usos que terminan operando en contra de lo que la teoría feminista supone. Tal es el caso de quienes utilizan como sinónimos intercambiables género y mujeres. No son lo mismo, porque hablar de género siempre supone dos dimensiones: la relacional y la del poder. Por lo tanto, utilizar el género en nuestras producciones implicaría volver inteligible la diferencia sexual que organiza lo social, que disciplina los cuerpos y que genera una pirámide escalonada de opresiones y privilegios. Comprenderlo es el paso previo para poder transformar los aspectos que generan desigualdad, sufrimiento y exclusión.
Desde cierta narrativa bastante hegemónica y vigente pareciera que basta con decir género = constructo social, como si estuviéramos escribiendo una ecuación matemática. Para Oyewumi (2010), no es el punto de llegada sino el punto de partida, no se puede dar por supuesto lo que requiere una investigación. No es suficiente describir, “las mujeres hacen esto, los varones lo otro”. Ni únicamente dar cuenta de la existencia de relaciones jerarquizadas, sea que estemos trabajando sobre una sociedad pasada, un aula, un plan de tesis o de clase. Si existe estratificaciones en torno al género, necesitamos poder explicar el cómo, poner en evidencia a través de que dispositivos de poder, materiales, simbólicos, esa asimetría se instituye, dar cuenta de las fugas, sus consecuencias y con qué resistencias debe enfrentarse.
Creemos, junto con Mohanty (2008), que no hay ni puede haber un modelo universal de aplicación del género como categoría de análisis. Aquello que sirvió para entender el enclaustramiento doméstico de las mujeres blancas burguesas del siglo XVIII francés, no lo podemos extrapolar a nuestra realidad latinoamericana poscolonial sureña con raíces afrodescendientes, indígenas, como si fuera una matriz a la que hay que copiar. Reemplazaríamos en ese caso, una historia patriarcal por un proyecto eurocentrado ─en ambos casos racista─.
Para cerrar este balance somero y esquemático, les propongo mirar nuestro presente con anteojos violetas, metáfora que alude a cambiar el enfoque y utilizar lentes feministas para con nosotres mismes, desde la simultaneidad de nuestra experiencia de clase, raza y género.
La intención de este capítulo fue brindar algunas puntas para desarmar ovillos y tejer una trama juntes, en la que estén presentes todos los colores, reconsiderando cuanto de aquello que se presenta como nuevo, en algunos casos, son reactualizaciones de viejas discusiones y resistencias de largo aliento. Claramente todo lo que estamos conversando aquí tiene una acogida enorme en la sociedad que funciona como caja de resonancia de nuestras discusiones. Es entonces cuando el debate sobre el género y las sexualidades nos abre la posibilidad de dar un salto histórico de enorme envergadura para quienes siguen siendo les olvidades: las identidades trans.
Bibliografía
Bell Hooks, (2004). Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras. Madrid: Traficantes de Sueños.
Butler, J. (2007). Género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós.
Chinchilla Stoltz, N. (1982). Ideología del feminismo: liberal, radical y marxista en M. León (Comp.) Sociedad, subordinación y feminismo. Bogotá: ACEP.
De Beauvoir, S. (2008). El segundo sexo. Buenos Aires: Debolsillo.
Friedan, B. (2017). La mística de la feminidad. Madrid: Cátedra.
Foucault, M. (2011). La historia de la sexualidad. 1 la voluntad del saber. Buenos Aires: Siglo veintiuno.
Korol, C. (2007). Hacia una pedagogía feminista. Géneros y educación popular. Buenos Aires: El colectivo.
Lorde, A. (1988). Las herramientas del amo nunca desarmarán la casa del amo en C. Moraga, y A. Castillo (eds.) Esta puente, mi espalda. San Francisco: ISM.
Millet, K. (1995). Política sexual. Madrid: Cátedra.
Mohanty T. Ch. (2008). Bajo los ojos de Occidente Academia Feminista y discurso colonial y De vuelta a “Bajo los ojos de Occidente”: La solidaridad feminista a través de las luchas anticapitalistas en L. Suarez Navaz y R. A. Hernández Castillo (Ed) Descolonizando el feminismo. Teorías y prácticas desde los márgenes. Pp. 112-161, 404-455. Madrid: Cátedra.
Moreno, A. (1986). El arquetipo viril protagonista de la historia. Ejercicios de lectura no androcéntrica. Barcelona: Lasal.
Oyewumi O. (2010). Conceptualizando el género. Los fundamentos eurocéntricos de los conceptos feministas y el reto de la epistemología africana Africaneando. Revista de actualidad y experiencias, 4(4), pp. 25-35. www.africaneando.org
Rich, A. (1986). Sangre, pan y poesía. Prosa escogida: 1979-1985. Barcelona: Icaria.
Rubin, G. (1986). Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad en M. Navarro y C. Stimpson (Comp.) ¿Qué son los estudios de mujeres? México: FCE.
Sardá, A. (1988). El discurso académico ¿sexismo o androcentrismo? Papers Revista de sociología, 30, pp. 43-50.
Scott, W.J. (2008). Género e historia. México: Fondo de Cultura Económica
Wittig, M. (2006). El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Barcelona: Egales
La tristeza no es sólo brasilera. (29 de octubre de 2018). Recuperado de https://bit.ly/39urirs
La Plata: el intendente prohíbe la 5° Marcha del Orgullo de la Provincia. (6 de noviembre de 2018). Recuperado de https://bit.ly/2SPsZd9
Sitios
www.abortolegal.com.ar
www.abc.gob.ar Jornadas Institucionales de Actualización Docente.
- Utilizo el femenino como universal, incluyendo el uso de la “e” como lo demanda el colectivo GTTTBLI y la disidencia sexual, considerando un punto clave de nuestro presente la discusión respecto del lenguaje sexista.↵