Propuestas para un debate conceptual en torno a la democracia
Javier Pretti[1]
Introducción
Los albores del siglo xxi han marcado el advenimiento de nuevos actores políticos que han logrado ir asentando sus posicionamientos en el debate público con el objeto de instalar un nuevo “sentido común” (Stefanoni, 2021), entendido como la naturalización a través del relato político-discursivo y las políticas públicas, la dominación y las formas de explotación social de los sectores dominantes (Amascua, 2021).
Estos actores emergentes utilizan como ejes pivotantes de sus discursos conceptos como “democracia”, “libertad”, “política” entre otros, tensionando y resignificando el contenido de estos, generando una banalización semántica y conceptual con el objeto de obturar el debate e instalar un discurso único/hegemónico. Esta construcción se basa en la difusión de determinados discursos en la multiplicidad de medios de comunicación y redes sociales con el fin de imponer determinadas formas de pensar. En este sentido, según Guadalupe Nogués:
Los medios de comunicación tradicionales están siendo desplazados por nuevos medios. Las redes sociales volvieron todavía más sencillo que antes compartir noticias, tanto ciertas como falsas. Todos podemos publicar contenido nuevo que rápidamente se suma y se mezcla con lo ya disponible. En pocos minutos, una noticia de un atentado o un terremoto puede dar la vuelta al mundo, pero del mismo modo lo hace un rumor, una noticia falsa o un chisme mundano. Por un lado, la capacidad de generar y consumir contenido de manera paralela a los medios de comunicación tradicionales nos da independencia y libertad. Por el otro, a veces se vuelve especialmente difícil saber qué valor darle a cada información particular (Nogués, 2020).
Por esta razón,
la lucha por la libertad, la democracia, la soberanía, la independencia nacional y social, los derechos más amplios, así como por una economía social, al servicio de los seres humanos, y, finalmente, por un sistema nuevo, que supere al propio régimen capitalista, avanza incluso en las condiciones más adversas (Paz y Miño Cepeda, 2020).
De esta manera, para reaccionar frente a este fenómeno, creemos, en palabras de Steven Forti, que es necesario una estrategia multinivel que aborde los diferentes ámbitos. Deben darse “unas respuestas eficaces al mismo tiempo en distintos niveles y en el mismo sentido” (Forti, 2021, 240). En este sentido, uno de los ejes de esta estrategia debe ser la profundización del debate conceptual, indagando en la construcción histórica de estos y en los abordajes multidimensionales y situados que nos permitan superar dicha banalización y recuperar el verdadero sentido de los conceptos en función de un proyecto alternativo y colectivo.
En este sentido, en este trabajo nos proponemos realizar un análisis del concepto de “democracia” desde diversas perspectivas, enfocándonos en las perspectivas críticas y alternativas. En un primer apartado, abordaremos algunas cuestiones en torno a la batalla de las ideas y la lucha cultural, y luego reseñaremos las nociones de “democracia” partiendo de las visiones tradicionales para finalizar con las visiones críticas mencionadas.
Batalla de ideas y lucha cultural
Uno de los tópicos que han atravesado al pensamiento y la praxis políticos a nivel global y en particular a nivel latinoamericano ha sido la batalla cultural en pos de la construcción de un proyecto alternativo y diverso.
En este sentido, en 1999 Fidel Castro daba inicio a la denominada “batalla de las ideas”, entendida como un concepto utilizado por la revolución para definir la nueva etapa; sus principios y programas constituyen una visión estratégica de cómo continuar desarrollando la revolución hacia estadios superiores en lo político, lo ideológico, lo social y lo económico, y se la denominó de esa manera por ser una batalla de pensamiento, “de réplicas y contrarréplicas, pero también de hechos y realizaciones concretas” (Escandell, 2007). De esta manera, la puja por la construcción de los imaginarios sociales y su legitimación no solo se erige en uno de los principales escenarios de las disputas políticas enmarcadas en los espacios tradicionales, sino que también se dirime en el mundo de lo virtual. A partir de la pandemia de COVID-19, se ha intensificado la relevancia de las redes en la escena política. En este sentido, y en relación con la construcción de imaginarios en la actualidad y el rol del mundo virtual,
se trata de la quintaesencia de la extrema derecha posmoderna, una persona capaz de convertir ideas controvertidas en tendencia viral en las redes, una gran habilidad en el debate público y una capacidad visionaria para reformular el lenguaje político en códigos de consumo cultural de las nuevas generaciones (Reguera, 2017, 10).
En esta línea, Zygmunt Bauman sostiene que la situación social y la condición de las personas no dependen de las negociaciones en las altas esferas ni de medidas políticas, sino únicamente de la filosofía; pero no en el sentido de los seminarios universitarios, sino de la filosofía llamada “ideología” o, más recientemente, “imaginario” (un término acuñado por Gilles Deleuze, utilizado luego por Cornelius Castoriadis y debatido ahora apasionadamente por Charles Taylor). Dicho de manera sencilla, el imaginario refleja cómo imaginamos el orden mundial, cuáles son las condiciones para nuestras acciones y cuáles los valores por los que vale la pena luchar o, dado el caso, hacer un sacrificio (Bauman, 2013, 84).
Tal como hemos sostenido, uno de los principales ejes de esta puja es la lucha por el sentido de las palabras y los conceptos en cuanto reflejo y constructores de realidades. En este sentido, el rol performativo del discurso y su papel en la estructuración de ideología hacen imprescindible la vigilancia epistemológica sobre los significados otorgados a determinadas categorías que sustentan distintas formas de pensamiento. En La muerte de la tragedia, de 1961, George Steiner decía:
Las palabras nos arrastran a enfrentamientos ideológicos que no admiten retiradas […]. Consignas, clichés, abstracciones retóricas y falsas antítesis se adueñan de la mente […]. El comportamiento político ya no es espontáneo y no responde a la realidad. Se congela alrededor de un núcleo de retórica inerte […]. En vez de convertirnos en los amos del lenguaje, nos volvemos sus siervos (Nogués, 2020).
Por este motivo proponemos la revisión de determinados conceptos y categorías con el objeto de establecer los debates por el sentido profundo de los términos por recuperar la esencia de estos a la luz de un proyecto colectivo, alternativo y liberador.
“Democracia(s)”: un rastreo del término
El término “democracia” es uno de los conceptos centrales en la cultura occidental. El significado etimológico de este concepto es ‘gobierno del pueblo’ y hunde sus raíces en la Grecia clásica, específicamente en la Atenas de Pericles, y luego fue retomado por Roma y se sostuvo durante la Edad Media en algunos estados italianos (Méndez Parnes, 2007, 114). Sin embargo, la acepción actual del término surgió en la modernidad, de la mano del surgimiento del Estado de derecho y vinculada a las revoluciones liberales del siglo xvii. Dada la pluralidad de enfoques y significados del concepto, resulta dificultoso definir qué es la democracia. En este sentido, se ha optado por sumar calificativos para lograr mayor precisión conceptual; como por ej. “democracia representativa”, “democracia procedimental”, “democracia directa”, etc.
Según Méndez Parnes, en la teoría política conviven perspectivas más filosóficas y prescriptivas (Bachrach, Nino, Gagarella) con otras más empíricas y descriptivas (Shumpeter, Sartori y Dahl). Párrafo aparte merece la definición de Robert Dahl; este autor reserva la palabra “democracia” al valor universal perfecto y denomina “poliarquía” a la hora de analizar los casos reales. Según Dahl los regímenes democráticos deben cumplir los siguientes puntos:
- Libertad de asociación
- Libertad de expresión
- Libertad de voto (sufragio activo)
- Elegibilidad para la cosa pública (sufragio pasivo)
- Libertad para que los líderes políticos compitan por apoyos y votos
- Diversidad de fuentes de información (pluralismo)
- Elecciones libres, justas e imparciales
- Instituciones que garanticen que la política del gobierno depende de los votos.
De esta manera, podemos observar que estas definiciones de “democracia” se enfocan en el voto y el sufragio, basándose en nociones procedimentales de ella, enfocándose en una óptica hegemónica y occidental.
En el contexto del proceso de globalización, el sociólogo británico David Held propone el modelo de democracia cosmopolita basándose en los siguientes principios:
En primer lugar, la democracia debe conceptualizarse como un proceso, y no como un conjunto de normas y procedimientos. En segundo lugar, un sistema beligerante de Estados dificulta la democracia en el interior de los Estados. En tercer lugar, la democracia dentro de los Estados favorece la paz, pero no produce necesariamente una política exterior virtuosa. En cuarto lugar, La democracia mundial no es sólo el logro de la democracia dentro de cada Estado. Como quinto principio la globalización erosiona la autonomía política de los Estados y, por tanto, reduce la eficacia de la democracia basada en el Estado. El sexto sostiene que, las comunidades de interesados en un número pertinente y creciente de cuestiones específicas no coinciden necesariamente con las fronteras territoriales de los Estados. Finalmente, la globalización engendra nuevos movimientos sociales comprometidos con asuntos que afectan a otros individuos y comunidades, incluso geográfica y culturalmente muy alejados de su propia comunidad política (Archibugui, 2004, 45).
En este sentido, esta teoría de la democracia cosmopolita representa una propuesta de gobernanza global en el marco de la crisis del Estado nación, que, si bien mantiene su soberanía territorial, se encuentra limitado por el derecho internacional y los diversos organismos supranacionales y transnacionales.
Desde una perspectiva crítica, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe acuñan la noción de “democracia radicalizada”, una propuesta en el marco de la crisis de la modernidad y los paradigmas tradicionales. En este sentido, los autores sostienen que
no hay democracia radicalizada y plural sin renuncia al discurso de lo universal y al supuesto implícito en el mismo –la existencia de un punto privilegiado de acceso a “la verdad”, que sería asequible tan sólo a un número limitado de sujetos–. En términos políticos esto significa que, así como no hay superficies privilegiadas a priori de emergencia de los antagonismos, tampoco hay regiones discursivas que el programa de una democracia radical deba excluir a priori como esferas posibles de lucha. Las instituciones jurídicas, el sistema educativo, las relaciones laborales, los discursos de la resistencia de las poblaciones marginales construyen formas originales e irreductibles de protesta social y, en tal medida, aportan toda la complejidad y riqueza discursiva sobre la cual el programa de una democracia radicalizada debe fundarse (Laclau y Mouffe, 2004, 238).
François de Bernard también propone una mirada crítica a estas definiciones sosteniendo que
los gobernantes occidentales, los organismos multilaterales y las firmas multinacionales utilizan la democracia como argumento de venta, incluso como objetivo último de la mundialización reducida a un simple fenómeno económico contemporáneo: el de la globalización industrial y financiera, productiva y mercantilista (De Bernard, 2017).
Frente a estas concepciones eurocentradas, desde nuestra América se proponen diversos enfoques alternativos que buscan resignificar la democracia y sus prácticas políticas.
En primer lugar, Yamandú Acosta, por su parte, desarrolla el concepto de “democracia sustantiva”, liberándola de sus ataduras juridicistas, politicistas y procedimentalistas. En este sentido, en su dimensión política, en la democracia sustantiva quien gobierna es el pueblo, en cuanto se entiende la representación como resultante de la mediación legítima de las orientaciones del soberano en el marco de lógicas deliberativas y participativas.
La construcción de una democracia sustantiva sustentable y sostenida requiere elaborar las mediaciones y tensiones de las dimensiones jurídico-política, económico-social y cultural de la democracia. Estas se definen en relación con sus respectivos derechos humanos que como generaciones se suceden, coexisten y tienen conflictos, sobre la fundamentación última del ser humano como ser natural y corporal en cada una de sus expresiones diversas y no excluyentes como perspectiva alternativa de universalismo concreto. En este sentido, se presupone que la dimensión ecológica se define como las otras en relación con sus respectivos derechos humanos, que solamente pueden afirmarse con la afirmación de la naturaleza en su diversidad como conjunto. Afirmar la democracia sustantiva no implica negar la democracia procedimental. La democracia supone tanto lo sustantivo como lo procedimental.
En este marco, proponemos la construcción de visiones alternativas y superadoras en torno al concepto de “democracia” que contemple la diversidad de enfoques y las nuevas problemáticas nuestroamericanas. Como punto de partida, utilizaremos las visiones que apelan a una democracia sustantiva desde las periferias.
Por su parte, Boaventura de Sousa Santos parte de una problematización histórica del concepto de “democracia”, haciendo eje en los debates o no debates en torno al término. Según sus dichos:
La historia de la democracia a lo largo del siglo xx fue en buena parte contada por aquellos que tenían un interés, no necesariamente democrático, en promover un cierto tipo de democracia, la democracia liberal, e invisibilizar o, cuando esto no fuera posible, demonizar otros tipos de democracia (De Sousa Santos, 2018, 515).
Si bien reconoce que, luego de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, se instaló un debate plural y diverso acerca de las conceptualizaciones de la democracia, a partir de fines de los 80, estos debates diversos y plurales fueron acallados lentamente y obturados a medida que las visiones hegemónicas decantaban en el neoliberalismo. En este sentido, sostiene que este abordaje de la democracia se ha instalado como el sistema hegemónico en el norte global, radiando su influencia de sentido hacia los países del sur global, reduciendo al concepto a su dimensión procedimental y formal.
La propuesta de Boaventura se centra en la construcción de un nuevo modelo: la demodiversidad, entendida como la superación de las limitaciones de la democracia liberal y su transformación en un sistema que perpetúa desigualdades subordinado a intereses privados y corporativos. De esta manera, la demodiversidad implica la inclusión de nuevos actores políticos, nuevos espacios de discusión democrática y formas de sociabilidad alternativas (Aguiló Bonet, 2017, 27-28). La demodiversidad entonces es eminentemente una interpretación intercultural de la democracia, una visión abarcadora, diversa, plural e inclusiva desde el sur global. Una propuesta de hacer carne la resignificación semántica del término en cuanto proyecto colectivo. En palabras de De Sousa Santos:
Democratizar a partir de una epistemología del Sur significa despensar la naturalización de la democracia liberal-representativa y legitimar otras formas de deliberación democrática buscar nuevas articulaciones entre la democracia representativa, democracia participativa y democracia comunitaria; y sobre todo extender los campos de deliberación democrática más allá del restringido campo político liberal que transforma la democracia política en la isla democrática en un archipiélago de despotismos: la fábrica, la familia, la calle, la religión, la comunidad, los mass media, los saberes, etc. (De Sousa Santos, 2010, 130).
Finalmente, examinaremos las propuestas de Enrique Dussel. A lo largo de su prolífica obra, Dussel ha abordado entre otros temas la cuestión de la democracia en nuestro continente. En principio, Dussel sostiene:
Hay algunos temas que a partir de la praxis política actual en América Latina se debaten en el nivel teórico de la filosofía política. Ese debate teórico, en el que intervienen pensadores latinoamericanos y europeos, influye evidentemente en la praxis política concreta, ya que los agentes políticos, los ciudadanos, militantes y representantes fundan explícita o implícitamente sus prácticas políticas en sus fundamentos teóricos. Así la democracia representativa liberal pasa por ser la definición misma de la democracia en cuanto tal (Dussel, 2012, 17).
Estos debates, sin embargo, según el filósofo argentino suelen distorsionar las prácticas políticas, dispersar el esfuerzo militante y negar la posibilidad de funciones políticas necesarias. Según Dussel, se han instalado tres principios antagónicos que inmovilizan y sesgan las praxis políticas:
- Democracia participativa versus democracia representativa
- Fortalecimiento del Estado versus disolución del Estado
- Democracia participativa versus liderazgo político (Dussel, 2012, 17).
Frente a esto, se propone resignificar estos sentidos y analizar estos términos no de manera contradictoria, sino complementaria:
- La democracia participativa articulada con la democracia representativa
- El fortalecimiento del Estado desde el horizonte de la disolución del Estado
- El ejercicio democrático participativo como condición del liderazgo político (Dussel, 2012, 18).
En cumplimiento de los objetivos de este trabajo, nos enfocaremos en la primera y tercera tesis.
En el primer punto, Dussel considera que la posibilidad de una democracia participativa no obtura ni niega la existencia de la democracia representativa. De esta manera, sostiene que la articulación es posible, reparando en la forma de esta articulación, según sus palabras: “La Democracia participativa tiene prioridad absoluta sobre toda ‘delegación’ del poder, es decir, sobre la democracia representativa” (Dussel, 2012, 19). En esta tesis Dussel demuestra que la democracia participativa es preexistente a la democracia representativa, pero, no obstante,
la Modernidad propuso una democracia representativa, manipulada por la burguesía ante el poder de la nobleza feudal en decadencia, pero se cuidó mucho de ir dando participación al pueblo mismo urbano, obrero o campesino, y a la mujer, y a otros sectores de la sociedad civil dominados, y si le fue concediendo derechos de alguna participación lo hizo de tal manera que los mecanismos de la representación le permitiera ejercer un proyecto con fisonomía de hegemónico, que siempre se volcaba al final a su favor (Dussel, 2012, 19).
Por este motivo, esta tesis se centra en un nuevo modelo de sistema político articulable a una civilización transmoderna y transliberal (y transcapitalista desde el punto de vista económico). No se trata de intentar mejorar los logros del liberalismo: se trata de partir de nuevos supuestos y de articular la participación con la representación de una forma nunca imaginada por el indicado régimen liberal (pero igualmente no pensado de manera factible por el anarquismo). Es la revolución política por excelencia, y equivalente a la puesta en común de los medios de producción y de gestión en el nivel de la revolución económica propuesta por Marx.
En cuanto a la tercera tesis, Dussel explica que
el mismo pueblo en formación inviste al liderazgo (el pueblo lo consagra) de un poder simbólico como instrumento de su unidad, como coadyuvante en la construcción del proyecto de hegemonía (que se unifica desde la pluralidad de demandas), del pasaje de la pasividad tradicional a la acción creadora, de la obediencia cómplice a la agencia innovadora. Es decir, el ejercicio de la democracia, en especial la participativa, exige una cultura del pueblo (Dussel, 2012, 49).
Es decir que aquellos pueblos en los que la tradición histórica es rica en prácticas comunitarias esta cultura está garantizada, en tanto que, en los pueblos que no tienen estas tradiciones, los resultados de la democracia participativa no son inmediatos. Dussel sostiene que, en estos casos, son entonces situaciones de transición de una democracia creciente, sendero que debe contar con la participación de los “intelectuales orgánicos” que cumplen como servicio un cierto magisterio obediencial político democrático, que impulsa la creación y gestión de las nuevas instituciones (participativas y representativas de nuevo cuño).
El liderazgo democrático se justifica en estos casos como complementario al proceso democratizador del pueblo. Dicho liderazgo aparece simultáneamente con la emergencia del pueblo como actor colectivo. El que ejerce el dicho liderazgo debe tener plena conciencia de los límites de un poder simbólico que es siempre delegado e investido por el pueblo, que es la única sede soberana del mismo (Dussel 2012, 50).
Luego de analizar estos tipos de liderazgo, Dussel concluye que
el liderazgo debe ser obediente a las exigencias y necesidades de los movimientos populares, del pueblo. El que manda manda obedeciendo; en primer lugar, el que ejerce el liderazgo. De esta manera no pierde la brújula, como la virtud que lo orienta en medio del mar embravecido de la fortuna, siempre contingente e incierta. El liderazgo perfecto es su disolución, es cuando el que lo ejerce llega a aquel momento en el que, él lo cumple con responsabilidad, sabe que el pueblo está preparado para prescindir de él (Dussel, 2012, 63).
En este recorrido histórico, podemos verificar que la noción de “democracia” es multifacética y compleja, se encuentra profundamente determinada por los contextos históricos y expresa proyectos políticos que se plasman de diversas formas.
Conclusiones inconclusas
A lo largo de esta disquisición, hemos intentado desandar un camino sinuoso y complejo. Hemos tratado de esbozar algunos aspectos de los debates políticos actuales y las diversas formas de ocultamiento/tergiversación de las realidades circundantes en pos de un proyecto orientado a la protección de los intereses minoritarios y corporativos asentados en una ética individualista que privilegia una lógica en la que los “más fuertes se salvarán a costa de los más débiles”. Hemos visto que, en el marco de esta lucha de sentidos, uno de los escenarios es la puja por los significados de los conceptos y las palabras. Entendemos que su vaciamiento de contenido, su resignificación y resemantización, así también como la banalización de estos y la negación de su historicidad, tienen como objeto deslegitimar/obturar su capacidad nominativa y explicativa a la vez que buscan la erección de un sentido común que anule la posibilidad de resistencia. Hemos visto cómo el concepto de “democracia” ha sido sesgado a lo largo de la historia para ser utilizado como sinónimo de “democracia liberal” o “procedimental”. En este sentido, hemos visto también las visiones alternativas y críticas que se enfocan en la pluralidad y en la diversidad de voces y actores sociales y su articulación con el sistema político.
De esta manera, creemos que cada una de estas posturas implican una construcción teórica que asienta su capacidad explicativa en las adjetivaciones al concepto central, tales como “representativa”, “cosmopolita”, etc. En este sentido, creemos que estas adjetivaciones están implícitas en el concepto fundamental, es decir, que una democracia, para ser verdaderamente tal, debe ser representativa, participativa y sustantiva.
Finalmente, creemos que este tipo de propuestas son nuestras primeras herramientas para dar el debate, construir sentidos y desandar el camino, buscando constituir un proyecto colectivo, horizontal y alternativo.
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