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Clase magistral

Juan B. Alberdi y Adam Smith

Héctor Muzzopappa[1]

Introducción

Este trabajo intenta poner de manifiesto un aspecto del paradigma dentro del cual Juan B. Alberdi desarrolló sus ideas que lo identifican y lo diferencian de sus contemporáneos.

Cuando se habla de los emigrados durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, se suele destacar una comunidad de ideas compartida, algunas de las cuales constituirán las bases del régimen que se establecerá después de 1853.

Alberdi comparte con su generación un conjunto de ideas comunes cuyo eje central es el implantar en Argentina la civilización europea, básicamente los modelos que ofrecen Francia e Inglaterra. Sin embargo, en el desarrollo de este proyecto compartido, Alberdi se va a diferenciar notoriamente, tomando una orientación desconocida por todos ellos. En él esas ideas cobrarán un contenido y un sentido distintos, lo que explicará el enfrentamiento con algunos de ellos, como Mitre y Sarmiento, perfilando así un camino que llevará a fundamentar la nueva fase del llamado Proceso de Reorganización Nacional, corporizada en el gobierno de Julio A. Roca.

La razón de esta diferencia se encuentra en los fundamentos de los cuales parte su pensamiento, que revelan radicales diferencias con sus compañeros de generación. Alberdi será un expositor singular y ordenado de estas ideas. Ingenieros lo ha señalado especialmente: “Su mente preclara convirtió en doctrina sistemática lo que era aspiración imprecisa en todos los pensadores de su época”.[2]

Para explicitar la radicalidad de esas diferencias, es necesario recurrir a los principios de dos grandes acontecimientos que perfilaron la última fase del mundo moderno, la Revolución francesa y la Revolución Industrial. Estos implican dos modos de concebir los proyectos a partir de los cuales se deberá construir la sociedad moderna. Cuando decimos esto, no nos referimos a la diferencia que puede haber respecto de problemas políticos inmediatos, o de diferencias de perspectiva respecto a principios comunes. Nos referimos al paradigma dentro del cual él se sitúa en ese siglo xix.

La casi totalidad de sus contemporáneos, aquellos que impulsan el proceso organizador posterior a 1853, afincan sus ideas y proyectos a partir de la experiencia de la Revolución francesa y sus posteriores consecuencias. Alberdi, sin dejar de tener en cuenta ese aspecto (sigue muy precisamente los acontecimientos políticos europeos, especialmente los franceses), toma un camino diferente: es el único hombre notorio de su generación que ha captado el mundo que se ha abierto a partir de la Revolución Industrial. Esto es consecuencia de haber penetrado en las fuentes del pensamiento inglés, que él reconoce como fuente originaria de todas aquellas ideas que la ilustración francesa difundió extensamente.

El marco conceptual al cual se remiten las ideas de Alberdi es, pues, el inglés. A pesar del culto por las ideas francesas de su etapa juvenil, reconoce en su etapa madura que la fuente primaria de las construcciones teóricas que rigen al mundo moderno tiene su origen en Inglaterra.

Nuestra revolución americana y las ideas francesas están ligadas desde su origen. Debemos a la ciencia francesa nuestras inspiraciones de libertad y de independencia. […]. A pesar de esto, no soy fanático por la Francia; y lejos de ello tengo predilección abierta por todo lo que es inglés.[3]

Alberdi reconoce con precisión que todo el arsenal de ideas francesas propagado desde la Ilustración no tiene otro origen que el inglés:

“¿Qué es el siglo xviii de la Francia? Es Voltaire, Rousseau, Diderot’ D’Alembert, Condillac, Montesquieu. Pues bien, todo eso es inglés de origen; y aquí no hay paradoja. En el siglo anterior como en el actual, todo el liberalismo, o más bien el progreso francés, recibe su primer impulso del liberalismo y del progreso británicos. Lo haré ver. Voltaire viaja temprano al otro lado de la Mancha y nutre su espíritu con los escritos de Locke, de Pope, de Newton, y toma el deísmo de Bolingbroke, de Collins, de [Thomas] Woolston, de Toland y otros.

Diderot traduce á Shaftesbury y se inflama con los escritos de Richardson’

D’Alembert toma al lord canciller Bacon su plan y método para la exposición de la Enciclopedia Metódica.

Rousseau se inspira en los libros de Locke sobre educación y gobierno civil, para escribir el Emilio y el Contrato Social; y Montesquieu, es el admirador de la Constitución inglesa. Helvecio, Condillac y Cabanis no son más que discípulos de Locke, de Hobbes y Espinosa.

Más tarde Mirabeau, el representante de la revolución, derrama a torrentes el liberalismo adquirido en su residencia anterior en Inglaterra.

En esa época, como hoy, la República americana, inglesa de origen, ejerce en Francia un influjo poderoso.

Bajo la restauración, Guizot y Thiers, es decir, los dos primeros hombres de Estado de Francia, no son otra cosa que los introductores en su país de la doctrina política inglesa. Y el Eclectismo (sic) filosófico de Jouffroy, ¿qué otra cosa es que la filosofía de la escuela de Edimburgo, introducida y aclimatada en Francia?”.[4]

El mundo de ideas británico es el eje primario a partir del cual organiza y desarrolla los fundamentos de su propio mundo conceptual; y la cultura de ese país gira en torno a la gran transformación que habrá de introducir en el mundo occidental, la Revolución Industrial, cuyos principios desarrollará primariamente Adam Smith, que será la referencia cardinal de su pensamiento.

I

La Revolución Industrial ha fundado una dimensión inédita en la historia, dando preeminencia al trabajo, la producción y el intercambio, actividades que anteriormente poseían un carácter subordinado y dependiente del poder. A partir de esta revolución, irán perdiendo progresivamente ese papel subordinado. La economía (y luego la sociología) será la disciplina que aportará los conceptos que darán cuenta de esa dimensión, quitándoles al derecho y al mundo jurídico la primacía teórica que venían ostentando.

La convivencia humana, que, a partir de la Revolución Industrial, se configurará de modo radicalmente distinto, no reconocía otro poder que no fuese el del Estado. Todas las restantes actividades que desarrollaban los hombres, como las productivas, a pesar de lo necesario de su condición, eran secundarias. Ello se debió a su origen, pues históricamente estuvieron asignadas a los esclavos o semilibres. A partir de la Revolución Industrial, el Estado irá perdiendo el carácter preeminente que exhibía frente a la nueva entidad que competirá en el poder, la sociedad. Sociedad y social señalan una nueva dimensión que caracterizará la nueva etapa del mundo moderno.[5]

La Revolución Industrial generará un nuevo campo teórico de referencia en las cuestiones de la convivencia humana, que hoy conocemos como el económico-social.

Hasta el advenimiento de la Revolución Industrial, los paradigmas de las ideas dominantes se asentaban sobre la dimensión política; esto es, el Estado, que, consolidado a partir del absolutismo, constituía la entidad primera en torno de la cual se organizaba la vida humana de un determinado territorio. Esto configuraba la vida común de los hombres, la política. Su naturaleza se expresaba en la coerción y en la expresión teórica de la coerción, la ley. Coerción y ley indican la esencia del Estado, originado en el fenómeno de la guerra.

II

Los conceptos que darán cuenta del nuevo paradigma se fijarán en la contraposición de Estado y sociedad civil. Alberdi se moverá dentro de este marco teórico; todo su pensamiento estará construido dentro de estos fundamentos. Lo hará desde las extensiones que recibirán las nuevas ideas desde distintos teóricos que abrevan en la difusión del fenómeno de la sociedad industrial, tales como Michel Chevallier y Pellegrino Rossi.

Pero la fuente originaria es la obra de Adam Smith.

Nos dedicaremos a desarrollar la nueva dimensión de ideas que maneja Alberdi; intentaremos hacerlo desde sus fundamentos; con ello no suponemos que Alberdi haya recorrido el mismo camino teórico de nuestra exposición. Si lo hacemos, es para acentuar la radical diferencia que portan las ideas de Alberdi respecto de sus contemporáneos.

Su tratamiento y orientación de los temas de la dimensión política transcurre sobre el ámbito constituido por los fenómenos de la Revolución Industrial, expresados en las ideas, también revolucionarias, que la acompañaron, producidas en el seno de la ilustración escocesa.

En efecto, la hipótesis de este trabajo se funda en que las ideas originarias que generaron el marco teórico sobre el cual transcurre esencialmente la obra de Alberdi, especialmente después de 1853, residen en el paradigma establecido por Adam Smith, a quien Alberdi cita profusamente; y no solo eso, sino que es posible remitir el cuerpo doctrinario de sus escritos a ese paradigma fundante, a pesar de las influencias de otros pensadores que también formularon ideas similares, pero que, en última instancia, remiten al horizonte fundado por Smith.

A partir de esta hipótesis, podemos recorrer sus escritos, esencialmente desde las Bases, donde es posible apreciar la reiterada referencia al destacado miembro de la Ilustración escocesa en la fundamentación de sus juicios.

Ahí radica su permanente señalamiento hacia la dimensión económica, que en su época, leído desde la clave tradicional, fue calificado como “materialismo”.

III

La Revolución francesa es una revolución política, esto es, una transformación en los fundamentos del modelo de Estado, aquella que instaura un régimen que supone la idea de igualdad social, manifiesta en la abolición del orden estamental, según el cual, desde el mundo antiguo y medieval, la convivencia entre los hombres se estructura a partir del principio de la guerra. El resultado de ese ciclo fue el de un modelo de poder político regido por los guerreros, tal como señalara Henri de Saint Simon en los inicios del siglo xix, profetizando que ese modelo histórico ha sido desplazado por el de la sociedad industrial.[6] Cuando Clausewitz definió la política como la continuación de la guerra por otros medios, indicó simplemente la naturaleza de lo político y del Estado. Lo político tiene su origen en la guerra, y la institución que lo administra y representa es el Estado. Como ya hemos señalado, sus instrumentos residen en la coerción, su expresión social es la ley, y su marco teórico, el derecho.

Sin embargo, este modelo teórico en el cual el Estado es la esencia, el centro de gravedad de la vida entre los hombres comenzó a ser cuestionado primero en los hechos, y luego teóricamente, por el desarrollo de la naturaleza de la producción humana, que, en las últimas décadas del siglo xviii, sufre un cambio radical en su modelo. Este cambio será conceptualizado durante el siglo xix como Revolución Industrial.

Este cambio es tan profundo, que, para compararlo y medirlo, hay que recurrir al largo ciclo histórico de la humanidad, que comienza aproximadamente diez mil años antes de nuestra era, con la introducción de la revolución neolítica o revolución agraria, en la cual el hombre comienza a controlar técnicamente la producción de alimentos a través del cultivo de cereales y abandona el nomadismo. El período que se extiende entre la revolución agraria y la Revolución Industrial ha sido caracterizado como el ciclo de la sociedad agraria, que finaliza con el advenimiento de la sociedad industrial.[7]

El íntegro período de la sociedad agraria, caracterizado por el principio de la guerra, determina la estructura dual de guerreros y esclavos. A estos últimos se les asigna la producción de alimentos. Serán los agricultores. Este complejo de poder determina que la técnica primordial de la convivencia humana es la que surge de la guerra. El estamento guerrero será el dominante por la posesión de la técnica de la violencia. El estamento agricultor será un mero apéndice de este modelo de convivencia. Esto es, la dimensión productiva carece de reconocimiento y poder.

IV

La clásica sociedad tradicional que teorizó sobre el tema fue la de los griegos. La unidad productiva elemental es la de la casa (oikos), asiento de la familia, conducida por un hombre libre de quien dependen todas las decisiones. Su actividad se divide entre la pública, la participación en las cosas de la polis, que es la política, y la privada, la conducción de la casa, ocupación menor, la oikonomía. La oikonomía, de donde deriva el término “economía”, es, durante la sociedad tradicional, una dimensión, aunque importante en la realidad, porque de ella depende la producción de alimentos, subalterna en cuanto al poder.

Pero el desarrollo, primero técnico y luego tecnológico, fueron haciendo que esa dimensión productiva de la casa, la oikonomía, fuese adquiriendo una dimensión cada vez más importante. La producción y el intercambio de bienes crecieron exponencialmente a partir del descubrimiento de América. Con la necesidad de expandir la producción para un mundo notoriamente más extenso, fueron desarrollándose dos actividades anteriormente subalternas, la del comercio y la de los artesanos. Con el crecimiento de ese fenómeno, se fue generando un ámbito que les dio al trabajo, el intercambio y la producción de bienes una sustancialidad históricamente desconocida. Es el fenómeno de la sociedad industrial.

Con la sociedad industrial, la antigua sociedad doméstica (oikos, domus) de los esclavos y semilibres ha adquirido una dimensión que le irá disputando progresivamente al Estado el centro de gravedad; es la economía, que, ahora desligada de la producción doméstica, adquiere una importancia tal, que equilibra el peso del Estado, fundado en la guerra. Esto es lo que señala Saint Simón en sus trabajos: el dominio de los guerreros ha cedido su lugar a la presencia de la sociedad productiva.

La economía adquiere carácter esencial, el mismo que tuvo la guerra en la sociedad tradicional. Pero la economía no es un área específica: señala la aparición de una nueva dimensión, desconocida en el mundo tradicional de la sociedad agraria, la de la sociedad civil. El término “sociedad civil” caracteriza básicamente al mundo que surge con la Revolución Industrial.

V

En el término de “sociedad civil”, podemos distinguir dos fases: el de su uso como noción,[8] y el de la constitución de su concepto. La primera fase está constituida por la aparición de una nueva corriente de ideas, cuyo origen puede ser filiado en la Ilustración escocesa, en las figuras de Adam Ferguson, David Hume y Adam Smith, que niegan el carácter sustancial del Estado. La segunda fase está determinada por la fundación del concepto de “sociedad civil”. Quien lo hará será un filósofo alemán, Hegel, quien advierte, en las primeras décadas del siglo xix, el profundo cambio que se estaba produciendo. Lo llevará cabo en su Filosofía del Derecho de 1821.

Pero, antes de que Hegel utilizase el término, la noción de “sociedad civil” ya venía usándose; como indicamos, carecía de concepto. Hegel lo estableció precisamente a partir de los trabajos económicos de Adam Smith.

“Lo que Hegel con el concepto de ‘sociedad civil’ puso en la conciencia de la época fue nada menos que el resultado de la revolución moderna: la aparición de una sociedad despolitizada” que había desplazado “el punto de gravedad en la economía, que precisamente en ese tiempo experimentó la sociedad con la Revolución Industrial. […]. Solamente dentro de este proceso se separaron en el seno de la sociedad europea su constitución ‘política’ y la ‘civil’ (ihre «politische» und ihre «bürgerliche» Verfassung), que anteriormente constituían una identidad: comunidad civil o política”. [9]

Con la introducción de las ideas de Adam Smith, Hegel lleva a cabo un giro esencial en la teoría política mediante “el aprovechamiento económico, social y filosófico de la concepción del trabajo tomada de Adam Smith”.[10]

VI

La economía, pues, que estudia los procesos de la sociedad civil no es una mera disciplina del conocimiento, sino que expresa los principios de la íntegra naturaleza del mundo moderno.

Alberdi es el publicista argentino que toma clara conciencia de este hecho; así lo expone en sus Escritos Económicos, en donde deja patente que la economía no es el mero estudio de la riqueza, sino que forma parte de los fundamentos de la sociedad humana.

Adam Smith proclamó la omnipotencia y la dignidad del trabajo; del trabajo libre, del trabajo en todas sus aplicaciones –agricultura, comercio, fábricas como el principio esencial de toda riqueza.[11]
    
[…]. La riqueza es producto del trabajo y el ahorro o conservación y guarda de lo que el trabajo ha producido. Son dos virtudes, dos cualidades morales del hombre civilizado […]. De ahí es que la economía política […] es una de las ciencias morales y sociales. Adam Smith dio con ella, estudiando y enseñando, como profesor, las ciencias de la filosofía moral.[12]

La ética de la guerra, sobre la cual se erigió la sociedad antigua y feudal, ha sido reemplazada por la ética del trabajo, el intercambio y el interés individual. La convivencia humana ya no reconocerá al Estado como su principio de integración, sino que ahora lo será por medio de los procesos de la sociedad civil.[13]

No hemos encontrado que Alberdi explicite teóricamente el concepto de “sociedad civil” tal como lo venimos haciendo; sin embargo, hace un uso preciso del término:

La sociedad civil, en países que han sido colonia de España, se halla mejor compuesta que no lo está ni puede estar la sociedad política en que consiste el Estado, porque la primera se compone de extranjeros superiores a los nativos cuando menos en cultura industrial. [14]

[…]. Su calidad de extranjero, que le cerraba las puertas de la política, le abría mejor las de la sociedad civil, para servirla como obrero neutral.

Su extranjerismo los preserva de la desgracia de tener que ingerirse en la mala política del país, lo cual es un bien para la civilización de Sudamérica, cuya sociedad civil viene a ser, por esa causa cabalmente, de mejor condición que su sociedad política.[15]

VII

A partir del concepto de “sociedad civil”, intentaremos establecer los principios básicos del paradigma de Alberdi, y los extenderemos en los temas de la educación, la perspectiva política diferenciada de la económica, de la cultura argentina, del concepto de “educación”, del verdadero sujeto del trabajo en la Argentina, y de las consecuencias políticas.

Tomaremos como fundamento e hilo conductor de las ideas de Alberdi en nuestro trabajo la revolucionaria afirmación de Adam Smith contenida en su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones:

Existe una especie de trabajo que añade valor al objeto a que se incorpora, y otra que no produce aquel efecto. Al primero, por el hecho reproducir valor, se le llama productivo; al segundo, improductivo. Así el trabajo de un artesano en una manufactura, agrega generalmente valor a los materiales que trabaja, tales como su mantenimiento y los beneficios del maestro. El de un criado doméstico, por el contrario, no añade valor alguno. […]. El trabajo de algunas de las clases más respetables de la sociedad, al igual de lo que ocurre con los servidores domésticos, no produce valor alguno, y no se concreta o realiza en un objeto permanente o mercancía vendible, que dure después de realizado el trabajo, ni da origen a valor que permitiera conseguir más tarde igual cantidad de trabajo. El soberano, por ejemplo, con todos los funcionarios o ministros de justicia que sirven bajo su mando, los del ejército y de la marina, son, en aquel sentido, trabajadores improductivos.[16]

Esta afirmación no constituye un mero enunciado “económico”. En ella se atestigua que el principio sustancial de la convivencia humana en el mundo moderno es el trabajo, y que él determina un nuevo ámbito de poder constituido por una nueva clase de sujetos, los productores, y cuya actividad y presencia deslegitima los poderes tradicionales organizados en torno al Estado, ámbito que viene surgiendo a partir del siglo xvi.[17]

Alberdi expresa al respecto: “Toda la gloria de Adam Smith, el Homero de la verdadera economía, descansa en haber demostrado lo que otros habían sentido, que el trabajo libre es el principio vital de la riqueza”.[18]

Smith consuma y desarrolla las ideas fundantes del liberalismo, expuestas por Locke acerca de la soberanía del hombre en el estado de naturaleza. Allí, el hombre es un ser pleno que, merced a su libertad y capacidad de apropiación por medio del trabajo, funda una dimensión independiente del Estado, que será la base de los derechos fundamentales, previos a la existencia del Estado.[19]

VIII

Una concepción popularmente difundida es que las Bases contienen básicamente el proyecto constitucional de la Argentina. Esto es cierto si entendemos el término “constitución” en sus primeras acepciones: “acción y efecto de constituir o de constituirse”, “conjunto de los caracteres específicos de algo”.[20] Porque de esto es de lo que habla Alberdi. La Constitución como carta legal es un aspecto derivado de estas acciones primeras. Alberdi no está hablando de leyes, sino de los principios primeros de un proyecto de nación.

En este sentido, una de las afirmaciones fundantes de las Bases está dirigida a impugnar el principio del mundo tradicional, la guerra, contraponiéndolo con los del mundo moderno, el trabajo, la producción y el intercambio, caracteres de la sociedad civil.

La cultura de la guerra de su clase dirigente es el problema político de la Argentina

Producto de las guerras de la independencia –señala Alberdi–, en donde “la gloria militar era el objeto supremo de ambición”,[21] toda la Argentina vive la cultura de la sociedad tradicional, y el principio cultural de la clase que la ejerce.

Ha pasado la época de los héroes; entramos hoy en la edad del buen sentido. El tipo de grandeza americana no es Napoleón, es Washington, [que no representa] triunfos militares, sino prosperidad, engrandecimiento, organización y paz. […]. Reducir en dos horas una gran masa de hombres por la acción del cañón: he ahí el heroísmo antiguo y pasado. Por el contrario, multiplicar en pocos días una población pequeña, es el heroísmo del estadista moderno: la grandeza de la creación, en lugar de la grandeza salvaje del exterminio.[22]

El problema fundamental y esencial de la Argentina es el de esa cultura, y la tarea primera será la de acometer la salida de ese estado de cosas hacia los nuevos principios históricos, expresados en el comercio, la industria, las artes y las ciencias; estos son los principios que expresarían la civilización, y no el operado por los literatos, como Sarmiento.

En consecuencia, “solo esos grandes medios de carácter económico, es decir, de acción nutritiva y robusteciente de los intereses materiales, podrán ser capaces de sacar a la América del Sud de la posición falsísima en que se halla colocada”.[23] Pero ¿cómo hacer para salir de ella?

La educación

El concepto de “sociedad civil” remite a la dimensión de la cultura moderna; como tal, está integrada por una serie de funciones que la componen. Una de ellas es la educación.

Alberdi desarrolla a continuación una de las páginas más originales de su obra, cuando se introduce en la cuestión educativa. Polémicamente, titula el capítulo xiii de las Bases “La educación no es la instrucción”, en donde vuelve a polemizar frontalmente con Sarmiento.

El abordaje que hace Alberdi sobre la cuestión se encuadra dentro de la distinción actual entre educación y formación. La educación se refiere principalmente al proceso organizado y racional de transmisión de saberes, generalmente centrado en instituciones especializadas en esa función, mientras que la formación es un proceso más amplio, que comprende todos los ámbitos de la experiencia vital.

Sarmiento puso toda su energía en la institución de la escuela y sus extensiones complementarias inmediatas, como las bibliotecas. Alberdi la considera inútil para el presente estado actual de la cultura argentina, porque la educación institucionalizada está dirigida a un estadio específico de la cultura humana, aquel que ha arribado a una sociedad organizada y madura, la civilización, según el modelo que ofrecen los países europeos occidentales, Inglaterra y Francia, especialmente.

¿En qué consiste la adultez? En un determinado grado de desarrollo de la cultura de una sociedad. Esto supone una gradación cultural, análoga a la de los diferentes estadios de la evolución de la humanidad, o distintos estadios de desarrollo del ser humano.

Aquellos publicistas argentinos que se propusieron acceder al nivel de la cultura europea pensaron que el punto de partida debía ser la instrucción.

Ellos no vieron que nuestros pueblos nacientes estaban en el caso de hacerse, de formarse, antes de instruirse, y que si la instrucción es el medio de cultura de los pueblos ya desenvueltos, la educación por medio de las cosas, es el medio de instrucción que más conviene a pueblos que empiezan a crearse.[24]

La analogía es clara: nuestra situación es la del niño, cuyos primeros aprendizajes formativos están dados por experiencias con las cosas. Alberdi se remite al Emilio de Rousseau.[25] Alberdi no niega que debe darse instrucción primaria; solo intenta señalar que “es un medio impotente de mejoramiento comparado con otros”,[26] es decir, para la transformación cultural. El hombre de la campaña, el gaucho, no accederá a la cultura de la sociedad moderna por medio de la instrucción provista por la escuela de Sarmiento.

En consecuencia, cuestiona que la instrucción superior se haya limitado a la enseñanza de ciencias morales y filosóficas.

El principal establecimiento se llamó colegio de ciencias morales. Habría sido mejor que se titulara y fuese colegio de ciencias exactas y de artes aplicadas a la industria.[27]

[…]. Esa propuesta no solo está dirigida a reemplazar una rama de la oferta educativa por otra. Es una crítica al paradigma tradicional de la educación, limitado solo a las artes liberales, dirigido a la formación de las clases superiores. Con el ingreso de la Revolución Industrial, Europa ya ha comenzado a desarrollar la educación práctica, técnica, orientada al mundo de la producción y el trabajo.[28]

[…]. Nuestra juventud debe ser educada en la vida industrial, y para ello ser instruida en las artes y ciencias auxiliares de la industria.[29]

La lectura de Tocqueville sobre los Estados Unidos

Otro aspecto característico de la mentalidad de la sociedad preindustrial argentina es la perspectiva con la que ha abordado la revolución del mundo moderno, expresada en el difundido texto de la Democracia en América, que pretende exponer las razones de la grandeza de los Estados Unidos.

Los Estados Unidos deben su grandeza a las condiciones económicas, que es lo que permite sus condiciones políticas. Sus imitadores argentinos copian el aspecto político, e ignoran el económico. Esto es producto de la visión de Tocqueville en La democracia en América.

Este libro tiene, sin embargo, un defecto o vacío inmenso. Estudiando un país industrial y comercial por excelencia, no se ocupa de su condición económica. Es un libro puramente político y de gobierno. El autor no era economista, como pasa de ordinario entre los publicistas franceses. En los pueblos sajones, el economista es el verdadero político, porque los intereses gobiernan al país. […]. La democracia de América debe la condición económica que le hace ser lo que es, no a estudios sabios, no a doctrinas a priori, al cultivo especial de la ciencia económica que nacía en 1776, con la República americana justamente. Smith daba a luz su libro en ese año mismo. Ella es la obra espontánea de las cosas y circunstancias en que se encontraron los pobladores y fundadores de esas sociedades de Norteamérica.[30]
Sudamérica está llena de copistas políticos de las doctrinas, leyes y libros de los EE.UU.; lo que olvida copiar al gran modelo son sus comerciantes y banqueros, sus ingenieros y marinos, sus empresarios, sus mineros, sus pescadores, sus plantadores y agricultores, en una palabra, sus conocimientos económicos y sus hábitos de laboriosidad, de economía y de sobriedad en la vida social, sin lo cual sus libertades serían meros mitos y abstracciones.[31]

Facundo y su biógrafo

El paradigma que venimos señalando respecto del concepto de “sociedad civil” aparece netamente aplicado en su visión polémica de Sarmiento. En estas páginas el valor productivo de la sociedad civil es utilizado para demoler e invertir la dicotomía sarmientina de civilización y barbarie.

Lo curioso es que, según él, representa la barbarie el que cabalmente representa la civilización, que es la riqueza producida por las campañas; y ve la civilización en las ciudades, en que por siglos estuvieron prohibidas y excluidas las artes, la industria, las ciencias, las luces y los derechos más elementales del hombre libre. Son las campañas las que tienen los puntos de contacto y mancomunidad con la Europa industrial, comercial y marítima, que fue la promotora de la revolución, porque son ellas las que producen las materias primas, es decir, la riqueza […].[32]

    
El obrero productor de esa riqueza, el obrero de los campos, es el gaucho, y ese gaucho a que Sarmiento llama bárbaro […] representa la civilización mejor que Sarmiento, trabajador improductivo, estéril, a título de empleado vitalicio, que vive como un doméstico de los salarios del Estado, su patrón. […]. Trabajador improductivo, como doméstico vitalicio o empleado perpetuo a sueldo del Estado, él es el que representa la pobreza, más vecina de la barbarie, según la ciencia de Adam Smith, que el trabajo independiente del obrero rural. Se sabe que A. Smith asimila el empleado a sueldo del Estado al doméstico, como trabajador improductivo.[33]

En esta última frase, podemos advertir una referencia explícita a la cita que establecimos más arriba como fundamento e hilo conductor de las ideas de Alberdi en nuestro trabajo.

La guerra del Paraguay

Alberdi toma partido por Paraguay por dos razones. Una es geopolítica: “Abatir al Paraguay, es destruir un baluarte divisorio y protector de la descalabrada República Argentina, contra la tendencia absorbente del imperio [brasileño]”.[34] Pero tras de ella es posible advertir la presencia de los fundamentos que hemos venido señalando. La guerra es además un atentado a la civilización que para Alberdi representa Paraguay frente a la barbarie argentina que busca destruirla.

¿Será la civilización el interés que lleva a los aliados al Paraguay? A este respecto sería lícito preguntar si la llevan o van a buscarla cuando se compara la condición de los beligerantes. […]. Si es verdad que la civilización de este siglo tiene por emblemas las líneas de navegación por vapor, los telégrafos eléctricos, las fundiciones de metales, los astilleros y arsenales, los ferro-carriles, etc., los nuevos misioneros de civilización salidos de Santiago del Estero, Catamarca, la Rioja, San Juan, etc., etc., no solo no tienen en su hogar esas piezas de civilización para llevar al Paraguay, sino que irían a conocerlas de vista por la primera vez de su vida en el país salvaje de su cruzada civilizadora.[35]

Paraguay es, frente a la Argentina o Brasil[36], un país más civilizado, porque en él se han desarrollado genuinamente los productos característicos de la Revolución Industrial, desconocidos por los bárbaros letrados que la invadieron y destruyeron.

Conclusiones

Hemos recorrido algunas afirmaciones de Alberdi que intentan fundar la hipótesis de su encuadramiento esencial en el paradigma que dio lugar a la formulación del concepto de “sociedad civil” de Hegel, inspirado en los trabajos de la Ilustración escocesa que tienen a Adam Smith como su figura notoria.

Es también nuestra hipótesis (que escapa a los límites de este trabajo, pues implicaría una investigación sobre las ideas de toda su generación) que Alberdi portó solitariamente estas ideas. Él, a diferencia de los publicistas de su generación, que tomaron como fundamento ideológico a la Revolución francesa, sus consecuencias y, esencialmente, su visión unilateralmente política, asentó su perspectiva en la Revolución Industrial, que estableció los fundamentos económico-sociales del mundo moderno.

La historia y sus manuales lo incluyeron como constitucionalista, un aspecto no ajeno a él, pero que no toma los caracteres esenciales de su contribución. Esto ocurre porque persiste en esos historiadores la tradición de la perspectiva política instalada en la cultura argentina que precisamente Alberdi cuestiona.

Esto se hace patético en su polémica sobre la guerra del Paraguay y su condena como traidor a la patria, considerando su postura simplemente como producto de una bandería partidaria, como mera enemistad con Mitre, cuando lo profundo reside en su concepción de las condiciones materiales subyacentes a ese conflicto.

A pesar de su aceptación del modelo europeo de la división internacional del trabajo y de otros dogmas del pensamiento liberal, algunas de estas posiciones, como la que hemos desarrollado, hacen que Alberdi solo pueda ser entendido posteriormente a la década de 1930, cuando, en plena crisis mundial del paradigma liberal, entre en crisis el modelo agroexportador, y los principios de la industrialización comiencen a instaurarse en la República Argentina.

Bibliografía

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  1. Universidad Nacional de Lanús (Argentina). Correo electrónico: muzzo@hotmail.com.
  2. Ingenieros, J. OC, Buenos Aires, Océano, 1961, p. 190.
  3. Examen de las ideas del Sr. Frías, (1851) en OC, Buenos Aires, La Tribuna Nacional, 1886, tomo 3, p. 361.
  4. Examen de las ideas del sr. Frías, op. cit., pp. 359-360
  5. Carl Schmitt ha observado que, ya en siglo xix, “‘sociedad era un concepto esencialmente polémico’ pues se lo consideraba ‘como idea opuesta a la del Estado concreto, monárquico, militarista y burocrático’” (La Defensa de la Constitución, Madrid, Tecnos, p. 128). Esta es la razón por la cual hemos empleado el término “convivencia humana” y no el de “sociedad”, ya que este último indica la presencia de una nueva concepción histórica y un nuevo orden, en el que se contraponen Estado y sociedad.
    Una de las primeras manifestaciones de este fenómeno lo podemos percibir en los escritos de los socialistas utópicos, como Víctor Considerant. “En sentido completamente amplio y general, la palabra Política comprende, sin duda, el ordenamiento de todos los elementos de la vida de las Sociedades. Por su lado, el término Social es susceptible aun con mayor naturalidad de tan vasta significación. Pero desde el instante en que el sentido se especializa y los términos se distinguen y se oponen, la palabra política sólo designa, en la jerga de los publicistas contemporáneos, los hechos concernientes a las relaciones de pueblo a gobierno y las de los gobiernos entre sí. […]
    Los problemas sociales propiamente dichos, cuando se pretende oponerlos a los problemas políticos, comprenden más especialmente el conjunto de hechos que caracterizan al estado, naturaleza y economía de la Sociedad, a las relaciones de las clases y a la constitución de la propiedad y de la industria; al desarrollo del bienestar, de la libertad positiva y de las luces; de la inteligencia, de la moralidad y de las virtudes públicas; […], independientemente de las formas pasajeras y de los sistemas actuales de sus diversos gobiernos” (Subrayados de Considerant, V. Manifiesto político y social de la democracia pacífica, París, 1843, segunda parte, capítulo 2).
  6. “Todos los pueblos de la tierra tienden hacia un mismo fin: este fin hacia el cual tienden es el de pasar desde el régimen gubernamental feudal y militar, al régimen administrativo, industrial y pacífico”. Saint Simon, H. Catecismo político de los industriales, Madrid, Hyspamérica, 1985, p. 79 (corresponde al Segundo Cuaderno, que esta edición no distingue). Destacados de Saint Simon.
  7. Gellner, E. El Arado, la Espada y el Libro. La Estructura de la historia humana. Barcelona, Península, 1988.
  8. Utilizamos el término “noción” en el sentido de una idea que se emplea como supuesto subyacente en los procesos de la realidad, pero que aún no ha adquirido el carácter consciente que la eleva al nivel del concepto, esto es, el de una idea “clara y distinta”, como diría Descartes.
  9. Riedel, Manfred, “El concepto de ‘sociedad civil’ en Hegel y el problema de su origen histórico”, en Angern, Bobbio et alia. Estudios sobre la “Filosofía del Derecho” de Hegel. Madrid, C.E.C., 1989, p. 214. Así se conserva en Locke, Segundo Tratado de Gobierno, cap. 7 “De la Sociedad Política o Civil”, “Of Political or Civil Society”.
  10. Lukács, G. El Joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista, Barcelona-México, Grijalbo, 1972, p. 321.
  11. Alberdi, J. B. Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina, Buenos Aires, Raigal, 1954 (1854), pp. 3-4.
  12. Alberdi, J. B. Estudios Económicos, Buenos Aires, Univ. Nacional de Quilmes, 2002, p. 16.
  13. En el ocaso del absolutismo, el término “sociedad” implicaba una afirmación subversiva, ya que señalaba hacia un ámbito desligado y liberado de la sujeción del Señor (el súbdito, sujét, subject), abandonaba tal carácter de sometimiento para devenir “ciudadano”, esto es, el individuo libre.
  14. Alberdi, J. B. Vida de William Wheelwright (1876), Buenos Aires, Emecé, 2002, p. 14.
  15. Ibid., p. 16.
  16. Smith, Adam. Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, México, Fondo de Cultura Económica, 1958, Libro ii, Cap. 3, pp. 299-300.
  17. Afirmaciones como las de Adam Smith sobre las nuevas condiciones producción tratan “más bien de una anticipación de la ‘sociedad civil’ que se preparaba desde el siglo xvi y que en el siglo xviii marchaba a pasos de gigante” (Marx, K. Contribución a la Crítica de la Economía Política, México, Siglo xxi, p. 282).
  18. Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina (1856), Buenos Aires, Raigal, 1954, p. 6.
  19. Los derechos fundamentales significan que, “en principio, la esfera de la libertad del individuo es ilimitada, mientras que la del Estado es limitada. Algo que el mundo antiguo no conoció” (Schmitt, K. Teoría de la Constitución, Madrid, Alianza, 1982, §14).
  20. DRAE, “Constitución”.
  21. Bases, Buenos Aires, Estrada, 1949, cap. x, p. 45. La ciudadanía tenía su origen también en la guerra. Una clara expresión de este espíritu está en la Constitución de 1826, en donde la condición de guerrero independentista permitía reconocer al extranjero como ciudadano argentino (op. cit., cap. iii, p. 18).
  22. Op. cit., cap. xv, pp. 94-95. En el cap. xxxiv, lo desarrolla más extensamente: “La gloria es la plaga de nuestra pobre América del Sud. Después de haber sido el aliciente eficacísimo que nos dio por resultado la independencia, hoy es un medio estéril de infatuación y de extravío, que no representa cosa alguna útil ni seria para el país. La nueva política debe tender a glorificar los triunfos industriales, a ennoblecer el trabajo, a rodear de honor las empresas de colonización, de navegación y de industria, a reemplazar en las costumbres del pueblo, como estímulo moral, la vanagloria militar por el honor del trabajo, el entusiasmo guerrero por el entusiasmo industrial que distingue a los países libres de la raza inglesa, el patriotismo belicoso por el patriotismo de las empresas industriales que cambian la faz estéril de nuestros desiertos en lugares poblados y animados”.
  23. Op. cit., cap. xii, p. 53.
  24. Ibid., cap. xiii, p. 59.
  25. Rousseau, Emilio, Madrid, Alianza, Libro i, pp. 34-35. “La educación nos viene de la naturaleza, o de los hombres o de las cosas. […] la adquisición de nuestra propia experiencia sobre los objetos que nos afectan es la educación de las cosas”.
  26. Ibid., p. 59.
  27. Ibid., p. 60.
  28. En el año 1900, el ministro Osvaldo Magnasco presentó un proyecto para abolir el monopolio de la educación literaria y reemplazarla por una educación práctica. Las ideas que lo sustentaban fueron explícitamente las de Alberdi.
  29. Ibid., p. 62.
  30. Alberdi, J. B. Escritos Póstumos (EP), Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1996, tomo i, pp. 79-80.
  31. Ibid., pp. 290-291.
  32. “Facundo y su biógrafo”, EP, ed. citada, Tomo v, p. 138. Destacados de Alberdi.
  33. Ibid., p. 147. Destacados de Alberdi. Tratando la federalización de Buenos Aires en 1880, afirma: “Tales son las ciudades capitales que sirven de residencia a grandes cuerpos administrativos de la Nación, cuyo trabajo, al decir de Adam Smith, es improductivo y estéril, pues nada producen que pueda ser objeto de cambio” (La República Argentina consolidada en 1880, Buenos Aires, Luz del Día, 1952, p. 21).
  34. “Crisis permanente de las repúblicas del Plata”, en OC, Buenos Aires, La Tribuna Nacional, 1886, Tomo 6, pp. 392-393.
  35. Ibid., p. 390. Destacados de Alberdi.
  36. “Si la civilización es la igualdad civil, ¿es el Brasil, con sus cuatro millones de esclavos, el llamado a llevarla al Paraguay?” (ibid., p. 391).


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