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La acción colectiva de resistencia social para lograr libertad y justicia social

Pablo Guadarrama González[1]

Uno de los graves problemas que históricamente han afrontado las acciones colectivas[2] de resistencia social para lograr mayores niveles de libertad y justicia social ha sido el de engendrar líderes consecuentes y estables que conduzcan a satisfacer, al menos en parte, las principales demandas de los sectores populares y que contribuyan a su empoderamiento, así como a estructurarlas de la mejor forma.

La historia latinoamericana –desde la época colonial hasta los procesos independentistas, revolucionarios e incluso las protestas sociales más recientes[3]– muestra innumerables ejemplos de derrotas de insurrecciones, pérdidas de conquistas sociales o frustraciones de prometedores gobiernos progresistas incapaces debido a múltiples factores endógenos y exógenos.

Constituye una tarea de los intelectuales orgánicos de la región contribuir a esclarecer las causas fundamentales, además de otros factores condicionantes, de tales fracasos con el objetivo de sugerir propuestas emancipadoras con mayores posibilidades de éxito.

Para alcanzar ese objetivo, resulta indispensable que las investigaciones científicas sobre los poderes políticos, económicos y jurídicos, las estructuras sociales, los problemas territoriales, de género, étnicos, generacionales, etc., que se realicen en cada país logren la mayor objetividad posible, liberándose de sesgos ideológicos que las puedan desvirtuar. Esto no debe significar que presuman de una ilusa neutralidad axiológica weberiana, pues esta solo puede existir en la imaginación de utopistas abstractos.

El intelectual comprometido, por supuesto, debe expresar de algún modo sus orientaciones ideológicas sin que esta actitud se convierta en un obstáculo epistemológico que lo conduzca a algún tipo de reduccionismo[4], cuyas consecuencias pueden ser fatales a la hora de sugerir acciones colectivas de resistencia social para lograr transformaciones que propicien mejores niveles de vida a los sectores populares.

Para un intelectual comprometido, una de las formas más eficientes de contribuir a alcanzar resultados que incidan positivamente en el mejoramiento de las estructuras sociales consiste en ser un buen intelectual, esto es, ser considerado un productor de bienes de la mayor calidad, bien sea de obras materiales o espirituales enriquecedoras de la condición humana[5], que parte del presupuesto de admitir la permanente perfectibilidad de los seres humanos a través de la educación, la ciencia, el arte, etc., aunque esto no signifique que sus intenciones culturales se reviertan de manera favorable, pues puede también producir enajenantes excrecencias sociales que atenten contra el progreso. Por esa razón, resulta tan importante que predomine la calidad en la labor de los intelectuales orgánicos, pues puede ocurrir que, aun cuando sus intenciones se orienten hacia el mejoramiento de los sectores populares, sus resultados sean contraproducentes, como en algunos casos sucedió con ciertas obras del realismo socialista.

Las acciones colectivas de resistencia social que no deben ser identificadas necesariamente con formas violentas de expresión[6], aunque también pueden manifestarse de ese modo– para lograr mayores niveles de empoderamiento, con el consecuente incremento del nivel de libertad y justicia social, han existido desde los primeros estadios de las diferentes civilizaciones, aunque, por supuesto, con objetivos muy distintos, al estar condicionadas por sus respectivas circunstancias históricas. A pesar de sus especificidades, estas han tenido algunos elementos comunes; uno de ellos son los mecanismos para engendrar y conservar líderes auténticos[7], que sepan interpretar correctamente las necesidades de los sectores populares y orientar sus acciones de manera efectiva para alcanzar logros significativos.

No siempre los líderes cumplen esta función, pues en ocasiones la dirección de su acción colectiva puede ser muy eficiente, pero sus objetivos y resultados, aunque pueden resultar beneficiosos para un determinado sector social, distan de serlo para la humanidad, especialmente en relación con la libertad y la justicia social, por lo que son considerados líderes negativos. Tanto la historia antigua como la más reciente de la humanidad muestran innumerables nefastos ejemplos, similares a los de Hitler o Mussolini, que demuestran de qué forma las acciones colectivas que ellos dirigieron pudieron haber beneficiado en algún momento al pueblo alemán o italiano en detrimento de otros, y finalmente se revirtieron como un bumerán sobre su propia población. Asimismo, es posible encontrar ejemplos de líderes positivos que en determinados momentos impulsaron acciones colectivas de signo contrario. Por supuesto, tales clasificaciones dependen también de la perspectiva ideológica del evaluador de dichas conductas.

En los primeros estadios de la humanidad, predominarían los criterios de fortaleza física, edad, linaje o inteligencia; sin embargo, con el desarrollo de nuevas formas de organización social y de gobierno exigidas por otras circunstancias socioeconómicas y políticas durante el esclavismo o el feudalismo, en especial desde el nacimiento de la modernidad, aquellos tres primeros criterios irían perdiendo relativa significación, mientras que la inteligencia, entendida esta de forma muy diversa, adquiriría cada vez más mayor relevancia.

Es de suponer que líderes como Espartaco, al frente de insurrecciones de esclavos en Roma, Thomas Müntzer, que comandó los campesinos en Sajonia, Túpac Amaru, que dirigió a los indígenas en el Perú, o Benkos Biohó, quien encabezó los cimarrones en la Nueva Granada, poseían determinadas cualidades físicas y éticas que dieron lugar a que, de forma muy espontánea, fuesen aceptados y promovidos por sus compañeros de lucha para dirigirles. Prueba de este válido reconocimiento es que la mayoría de ellos ofrendaron su vida en su labor emancipadora.

Generalmente, no se caracterizaban por poseer una gran claridad ideológica sobre la trascendencia ulterior de la contienda que habían emprendido, y mucho menos sobre cómo organizar programas de gobierno con las correspondientes políticas públicas, en caso de que alcanzaran el triunfo, para emprender un proceso de empoderamiento real de los oprimidos que les posibilitase lograr mayores grados de libertad y justicia social. No tenían un elaborado ideario filosófico como fundamento de su praxis política. Incluso, en casos en que estuviesen imbuidos por la reivindicación del humanismo que caracterizó al cristianismo originario, el fundamento de su acción se apoyaba más en la fe y en sus convicciones que en la racionalidad. Estos son los comúnmente considerados como “líderes fuertes”[8].

Una situación algo diferente se fue gestando paulatinamente desde el nacimiento de la modernidad, con la aceleración del proceso de decantación ideológica entre el conservadurismo y el liberalismo, que ya demandaban una mayor argumentación filosófica. La escolástica, el eclecticismo y el espiritualismo para el primero, y el racionalismo, el empirismo, el positivismo, el utilitarismo y el pragmatismo para el segundo. El campo de batalla para tales confrontaciones se propició con la Ilustración, que en Latinoamérica desempeñaría un significativo papel en la fermentación del proceso independentista[9].

Tales condiciones históricas sustancialmente distintas trajeron consigo que a los nuevos líderes de resistencia social, para lograr mayor libertad y justicia social, se les exigiese no solo aquellas cualidades, tradicionalmente propias de las anteriores luchas emancipadoras, sino también una mayor claridad sobre sus prometedores programas políticos y sociales, como en el caso de Bolívar[10]. A la vez, este hecho presupondría que los nuevos sujetos de la acción colectiva, o al menos una significativa parte, como artesanos, comerciantes, funcionarios, etc., embriones de la clase media y la pequeña burguesía, tuviesen incipientes concepciones sobre cómo debían organizarse los gobiernos republicanos y cuáles políticas públicas se debía esperar que estos emprendiesen para alcanzar algunas formas efectivas de empoderamiento. A dicho proceso contribuirían el paulatino incremento de los alfabetizados, el mayor impacto de la imprenta a través de diarios, panfletos y libros, así como ciertas libertades que se vieron obligadas a conceder las monarquías, como en el caso del despotismo ilustrado promovido por Carlos iii, en las instituciones educativas y culturales, entre las que sobresalieron las sociedades económicas de amigos del país.

No menos importante fue el hecho de que la Iglesia católica –aun cuando desempeñaba todavía un significativo rol ideológico, manteniendo el conservadurismo que generalmente la había caracterizado–, desde el nacimiento de la modernidad, iría perdiendo el protagonismo que durante la Edad Media había tenido. En América Latina, tal mengua de su anterior casi omnipotente poder se expresó en el surgimiento de algunas instituciones educativas laicas y otras de la sociedad civil, las cuales auguraban transformaciones relevantes en cuanto al diferente reconocimiento de la soberanía[11]. Al mismo tiempo, varios sacerdotes asumirían posturas emancipadoras en favor de la independencia, por lo que apoyarían los procesos independentistas e incluso liderarían algunos de ellos, como Hidalgo, Morelos, Varela, Henríquez, etc.

Tanto las revoluciones burguesas en Europa como las luchas independentistas en Latinoamérica fueron fermentadas por ideas ilustradas que impregnaron a sus respectivos líderes y les posibilitaron elaborar no solo mejores vías de acción colectiva de resistencia social y de empoderamiento de representantes de los sectores populares para lograr mayores conquistas de libertad y justicia social, sino también programas políticos y hasta constituciones en las que esbozaban sus propuestas de políticas públicas más apropiadas a las exigencias de sus pueblos. Otra cuestión muy diferente fue el hecho de que las rémoras conservadoras impidieran implantarlas al iniciarse la vida republicana.

Miranda, Bolívar, San Martín, O’Higgins, Hidalgo, Morelos, Martí y otros tantos líderes independentistas emergieron como líderes no solo por sus cualidades biológicas o intelectuales, sino porque sus respectivos pueblos los elevaron a tal pedestal. No en balde el Héroe Nacional cubano expresó:

Nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo. En vano concede la Naturaleza a algunos de sus hijos cualidades privilegiadas; porque serán polvo y azote si no se hacen carne de su pueblo, mientras que si van con él, y le sirven de brazo y de voz, por él se verán encumbrados, como las flores que lleva en su cima una montaña[12].

Fue desde esa dialéctica interacción de educación y formación entre líderes y pueblos desde la que se conformaría progresivamente una cultura política propiciadora de la acción colectiva emancipadora.

Sin embargo, no todo es color de rosa cuando se estudia la fidelidad de algunos líderes en relación con sus pueblos, pues no faltan casos en que los primeros traicionan abiertamente a sus pueblos o se dejan manipular por las oligarquías dominantes y, una vez en condiciones de desarrollar políticas públicas favorecedoras de los sectores populares, asumen camaleónicas posturas con ligeras e intrascendentes reformas con el único propósito de calmar sus demandas.

Del análisis anterior se desprende una hipótesis posible: en la misma medida en que un pueblo se educa y desarrolla su cultura política, estará en mejores condiciones para emprender acciones colectivas propiciadoras de un mayor empoderamiento, para escoger democráticamente y promover sus respectivos líderes que propicien políticas públicas favorecedoras de conquistas de mayores grados de libertad y justicia social.

Esa es una de las razones principales por las que las oligarquías nacionales y sus aliados transnacionales no ven con buenos ojos el incremento del nivel educativo y cultural de los pueblos, como tampoco el enriquecimiento de la sociedad civil, la renovación de las constituciones y, en general, cualquier conquista democrática efectiva que no se limite a cuestiones procedimentales mínimas, como las elecciones. No se debe olvidar aquella frase de Winston Churchill, a quien nadie calificará de izquierda: “Nunca se dicen tantas mentiras como después de las cacerías y antes de unas elecciones”.

El miedo del neoliberalismo a la democracia, como argumenta Noam Chomsky[13], da lugar a que las oligarquías apuesten a ella mientras que puedan manipularla y asegurarse en el poder; pero, cuando ven su situación en peligro, prefieren el totalitarismo. América Latina está llena de ejemplos que validan esta afirmación, con magnicidios o sospechosas muertes de mandatarios, como Torrijos, Roldós y Chávez, y golpes de Estado duros o blandos, como los llevados a cabo contra Dilma, Zelaya, Lugo, Evo, etc.

Si esas son algunas de las enseñanzas de la historia universal y de los países de esta región en particular, ¿cuáles recomendaciones podrían sugerirse para posibilitar que la acción colectiva de resistencia social de los pueblos se articule en mejor medida con la actividad de sus líderes en aras de lograr estructuras de empoderamiento en favor de mayores grados de libertad y justicia social?

Entre las sugerencias que pueden elaborarse al respecto, se encuentran las siguientes:

  1. La intelectualidad progresista debe desempeñar un papel más protagónico como esclarecedora de las potencialidades de la acción colectiva de los pueblos en favor de mayores niveles de libertad y justicia social, a la vez que como mediadora entre sus reclamaciones de derechos ante sus líderes. Esa labor no debe dejarse para cuando estos se conviertan en gobernantes, sino comenzar desde la base social en la que se gestaron y desarrollaron.
  2. Esa función transmisora permanente de la intelectualidad debe asegurar que las líneas de comunicación entre líderes y pueblos se mantengan expeditas y efectivas. Para alcanzar ese objetivo, esta debe ser capaz de lograr un reconocimiento de la calidad de su labor cultural, de manera que los líderes consideren siempre prudente consultarles y dejarse asesorar desde diferentes posturas coincidentes con los reclamos de la población.
  3. Una de las funciones de la intelectualidad orgánica comprometida con los sectores populares consiste en contribuir a la formulación de estrategias que a largo, mediano y corto plazo estén articuladas con acciones colectivas que logren efectivas políticas públicas, para lo cual es indispensable que mantenga un contacto fluido y permanente con sus líderes.
  4. La tarea de elevar el nivel educativo y cultural general de los sectores populares será siempre imprescindible y no debe relegarse exclusivamente a las instituciones oficiales o privadas reconocidas, sino gestar otras actividades e instituciones novedosas y coadyuvantes al mismo objetivo.
  5. El rescate de la memoria histórica de las luchas de los pueblos contra los poderes hegemónicos coloniales e imperialistas constituirá siempre una honrosa misión de una intelectualidad comprometida con cambios sociales en favor de mayor libertad y justicia social, pues esos poderes establecidos hacen todo lo posible por borrar las atrocidades cometidas por regímenes dictatoriales o democracias falaces. En la medida en que logran estimular la indiferencia o el apoliticismo en determinados sectores de la población, especialmente en los jóvenes, pueden asegurar mayores posibilidades de repetir sus nefastas acciones sin levantar grandes reacciones contrahegemónicas.
  6. Constituye una misión permanente contribuir a la identificación oportuna de aquellos líderes endebles que fácilmente se doblegan, o bien por intereses personales o por falta de valentía política, e impiden el desarrollo consecuente de programas políticos por los cuales una mayoría significativa de la población los apoyó.
  7. La libertad y la justicia social pueden convertirse en consignas vacías de contenido si no se precisan cuáles son las vías de acciones colectivas que conduzcan a un mayor empoderamiento de los sectores populares y a políticas públicas que los gobiernos deben emprender para alcanzarlas, cómo medir su efectividad, de qué forma identificar sus beneficiarios, qué medidas organizativas de estructuración de la sociedad civil, si es que aspiran realmente a calmar la acción colectiva de resistencia social con resultados palpables.
  8. Contribuir a desenmascarar las falacias de las políticas públicas promovidas por gobiernos neoliberales, que en ocasiones son desarrolladas por líderes aparentemente de izquierda que, una vez en el poder, revelan su verdadera estirpe.
  9. Coadyuvar a que los movimientos sociales generen adecuados programas de acción propulsores de políticas públicas favorecedoras de mayores niveles de empoderamiento para el logro de conquistas de justicia social y libertad, así como consecuentes líderes para encabezarlos y evitar la espontaneidad incontrolada.
  10. Rescatar la memoria histórica de las luchas sociales de generaciones anteriores que propicien el análisis autocrítico de los errores cometidos en anteriores acciones colectivas de resistencia social para lograr libertad y justicia social, particularmente en lo referido a la fiscalización de la actividad de sus respectivos líderes.

De todo lo anterior, se puede concluir que, promoviendo la solidaridad colectiva y comunitaria de diferentes movimientos sociales y partidos políticos –que mantengan determinada credibilidad en la población–, junto a la eficiente labor de una intelectualidad progresista y comprometida con cambios propiciadores de mayores niveles de justicia social y libertad que propicien acciones colectivas acertadas, es posible presionar para que sus líderes y gobiernos desarrollen políticas públicas favorecedoras de los sectores populares, a la vez que promuevan un mayor empoderamiento de la sociedad civil.

Bibliografía

Blanch, J., Gil, F., Antino, M. y Rodríguez-Muñoz, A. (2016). “Modelos de liderazgo positivo: marco teórico y líneas de investigación”. Papeles del Psicólogo, vol. 37, n.º 3, septiembre, pp. 170-176; Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos Madrid, España, p. 172. En t.ly/7Rn2.

Bolívar, S. (1983). “Discurso de Angostura, 15 de febrero de 1819”. En Acosta Saignes, Miguel. Introducción a Simón Bolívar. Editorial Siglo xxi, México.

Carreras, I., Leaverton, A. y Sured, M. (2009). Líderes para el cambio social. Instituto de Innovación Social de ESADE, Barcelona, pp. 33-34. En t.ly/aB0u.

Chomsky, N. (2004). Hegemonía o supervivencia. El dominio mundial de EE. UU. Grupo Editorial Norma, Bogotá.

González, S., Colmenares, J. y Ramírez, V. (2011). La resistencia social: una resistencia para la paz. Hallazgos, año 8, n.º 15, Bogotá D. C., Universidad Santo Tomás, en t.ly/fjNVO.

Guadarrama, P. (2012). Pensamiento Filosófico Latinoamericano. Humanismo, método e historia. Università degli Studi di Salerno-Universidad Católica de Colombia-Planeta, Bogotá, tomo 1.

Guadarrama, P. (2018). Para qué sirve la epistemología a un investigador y un profesor. Editorial Magisterio, Bogotá, Magisterio-Neisa, México, 2018; Magisterio-Premisas, Madrid, en t.ly/w_NL.

Guadarrama, P. (2019). “Soberanía y emancipación en el pensamiento político de la independencia latinoamericana”. En Scocozza, Carmen y Picarella, Lucia (editores). De la soberanía del pueblo al soberano del pueblo. Colección Al-Dabaran de la Universidad Católica de Colombia y la Università degli Studi di Salerno, Editorial Penguin Random House.

Martí, J. (1976). Obras completas. Editorial Ciencias Sociales, La Habana.

Ramírez, B. (2021). “Acción colectiva y acción social en el caso de la movilidad urbano-laboral de la zona metropolitana de San Luis Potosí”. Analéctica, vol. 7, n.º 44, Arkho Ediciones, Buenos Aires, en t.ly/0nzH2.

Salas, R. et al. (2020). Luchas sociales, justicia contextual y dignidad de los pueblos. Ariadna Ediciones, Santiago de Chile.


  1. Universidad Católica de Colombia. Correo electrónico: pabloguadarramag@gmail.com.
  2. “La acción colectiva presenta ciertos problemas precisamente de acción, respecto no solo en los fines a los que está dirigida cierta acción sino cuando de lo que se trata es de explicar la existencia y acción de un colectivo, es decir, cuando no se pretende prever lo que hará una persona, sino cuándo y cómo un cierto número de personas actuarán conjuntamente con un mismo propósito […] en este aspecto, la teoría de la decisión racional supone un corte muy importante con otras tradiciones teóricas (de las cuales la más conocida es el marxismo), que parten de entidades supraindividuales, como las clases sociales” (Ramírez, 2021).
  3. Salas, 2020.
  4. “Muchos de los errores derivados de los distintos tipos de reduccionismo epistemológico se han debido a la extrapolación del radio de acción de algunas ciencias naturales al campo de las ciencias sociales o viceversa” (Guadarrama, 2018, p. 112).
  5. Véase “El pensamiento latinoamericano del siglo xx ante la condición humana”, en t.ly/x6pG.
  6. “Es un error pensar la resistencia social en una lógica de confrontación o como mecanismo violento a manera de respuesta o retaliación. Por el contrario, la resistencia social se basa en un poder afirmativo en términos de potencia de vida, pacífica, sin violencia. La resistencia social se hace tangible a partir de la consolidación de nuevas subjetividades, modos de relacionarse y de convivir orientados hacia las bases efectivas de una democracia real” (González, Colmenares y Ramírez, 2011, p. 243).
  7. “Los líderes auténticos pueden describirse como aquellos dotados de profundas convicciones morales, cuyo comportamiento está firmemente inspirado por estos principios éticos para el beneficio del colectivo (Gardner, Avolio, Luthans, May y Walumbwa, 2005). Estos líderes son perfectamente conscientes del contenido real de sus pensamientos, emociones, habilidades, sistema de valores y del modo en que son percibidos por los demás. Igualmente, poseen cualidades como la confianza, optimismo, esperanza, resiliencia y fortaleza moral (Avolio, Gardner, Walumbwa, Luthans y May, 2004). Además, evitan comportarse de manera inconsistente y ocultar sus ideas y emociones, incluso cuando éstas pudieran ser incómodas para los seguidores (Luthans y Avolio, 2003)” (Blanch, Gil, Antino, Rodríguez-Muñoz, 2016, pp. 170-176).
  8. “Acostumbramos a identificar como líderes sociales a personas que son pioneras de causas sociales y fundadoras de organizaciones. Son hombres o mujeres con un gran empeño de transformación social y que luchan con determinación durante mucho tiempo y con gran convicción por una misión concreta. Unen a su carisma una gran capacidad comunicativa, que les permite inspirar, seducir y movilizar a un número cada vez mayor de personas. Son aquellos líderes sociales que responden a lo que se denomina líder fuerte. Este tipo de líderes sociales son personas de gran calado, sin las cuales muchas causas sociales y las organizaciones que las impulsan no habrían nacido, ni avanzado tanto” (Carreras, Leaverton, y Sured, 2009, pp. 33-34).
  9. “La ilustración latinoamericana no se caracterizó desde un inicio por su radicalismo sino por su reformismo, pero el propio proceso político independentista del cual ella era un preludio necesario, la impulsó a asumir ideas y proyectos de mayor envergadura que desbordaban los límites del pensamiento reformista. En el pensamiento ilustrado latinoamericano se manifestaron casi todas las corrientes de pensamiento filosófico y teológico que proliferaron de distinto modo en Europa. Sin embargo, hubo problemas específicos como el de la condición humana de los aborígenes de estas tierras que fueron retomados y reivindicados por los humanistas del xviii a raíz de las implicaciones ideológicas que tal tipo de discriminación traía aparejada no sólo para aquellos, sino para todos los nativos americanos, incluyendo a los criollos” (Guadarrama, 2012, p. 241).
  10. “El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política” (Bolívar, 1983, p. 97).
  11. “En fin, es evidente que en los inicios de las luchas emancipadoras imbuidas por el pensamiento ilustrado moderado, además de considerar que la soberanía suprema era solo inherente a Dios, se les atribuía también a los reyes la condición de su representación terrenal. Paulatinamente, con el proceso de radicalización de las guerras de independencia, la monarquía perdería esa consideración y la soberanía sería atribuida íntegramente al pueblo. Algunos ilusos pensaron que era suficiente con la conquista de la soberanía en relación con el poder metropolitano, otros más realistas se percataron de que este proceso era muy trascendental, pero a la vez insuficiente si no se completaba con una serie de transformaciones socioeconómicas favorecedoras de los sectores populares, como lo sugirió José Martí –quien constituye el colofón de las luchas por la soberanía y la emancipación iniciadas a principios del siglo xix– al plantear que ‘La manera de celebrar la independencia no es, a mi juicio, engañarse sobre su significación, sino completarla’” (Guadarrama, 2019, pp. 357-358).
  12. Martí, 1976, p. 34.
  13. Véase Chomsky (2004).


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