Laura Lago[1]
Teorías del nacionalismo
Mucho se ha escrito sobre nacionalismo ya y, sin embargo, el debate aún continúa.
Es tan difícil comprender cómo se gesta el nacionalismo como entender por qué, hoy día, un hombre ucraniano de Volchansk está dispuesto a matar a su vecino ruso de Shebekino, de quien lo separan, tan solo, cinco kilómetros, para defender la vida de un oriundo de Mariupol o Kiev, con quien podríamos imaginar que tendría mucho menos en común o menos posibilidades de cruzarse en la vida.
Sin embargo, esas líneas imaginarias llamadas “fronteras”, “bandera”, “himno”… generan un imaginario sentir ancestral que une y hermana a unos y los distancia y diferencia de otros.
En el vasto universo de los estudios sobre nacionalismo, podemos reconocer dos grandes enfoques, aquellos que podemos llamar “primordialistas”, que buscan el origen del nacionalismo en rasgos étnicos como la raza, la cultura, la lengua, y otros que podemos llamar “modernistas”, que encuentran el origen del nacionalismo en un pasado más reciente producto de la Revolución Industrial y en la consolidación de los Estados.
Sin duda los primeros son los elegidos para legitimar la militancia o simpatía hacia los movimientos nacionalistas.
Dentro de los modernistas, podemos hablar de una tríada académica que hasta el día del hoy guía la lectura sobre el tema, hablamos de Benedict Anderson, Ernest Gellner y Eric Hobsbawm. Estos autores sintonizan en la idea que las naciones y los nacionalismos son productos de la modernidad y fueron creados con fines políticos y económicos.
En su libro Comunidades imaginadas (1983), Benedict Anderson rompe con la idea de orígenes “demostrables” del nacionalismo y sostiene que una nación es una comunidad construida socialmente, es decir: imaginada por las personas que se autoperciben como parte de este grupo. Anderson basa la posibilidad de imaginar la nación por la conjunción de dos elementos: la declinación del acceso privilegiado a las lenguas escritas (portadoras de verdad ontológica) y la verticalidad social sancionadas por la divinidad (monarquía hereditaria, derecho divino), y, en segundo lugar, una serie de cambios estructurales como la invención de la imprenta y con ella el surgimiento de la prensa escrita, sumado al desarrollo estandarizado de la alfabetización vernácula (Reforma Protestante) (Anderson, 1983).
En sintonía, Ernest Gellner, en su libro Naciones y nacionalismo, también de 1983, define al nacionalismo como “un principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política” (Gellner, 1983, p. 13). De acuerdo a su teoría, el surgimiento de las naciones y de los nacionalismos se explica en la transición de la sociedad agraria a la sociedad industrial. Para Gellner el nacionalismo se convirtió en una necesidad en el mundo moderno, el mundo capitalista, y explica que, antes de la sociedad industrial, los gobernantes carecían de incentivos para imponer una homogeneidad cultural, pero, sin embargo, en la cualidad técnica de la sociedad moderna esto cambió: el hombre debe operar la máquina y para ello aprender.
Lo que sucede es que, cuando las condiciones sociales generales contribuyen a la existencia de culturas desarrolladas estandarizadas, homogéneas y centralizadas, que penetran en poblaciones enteras, surge una situación en la que las culturas santificadas y unificadas por una educación bien definida constituyen prácticamente la única clase de unidad con la que el ser humano se identifica.
Para Gellner, el nacionalismo se basa en el par voluntad-cultura. La voluntad es esencial en las adhesiones de los individuos, y el elemento cultural es totalmente relevante porque constituye una unidad con la que el hombre se identifica voluntariamente. También hay un tercer elemento, que considera imprescindible: el Estado. Así, para Gellner el nacionalismo engendra la nación.
En esta misma línea del nacionalismo como producto de la modernidad, se inscribe Eric Hobsbawm desde el inicio del capítulo 1 de su libro Naciones y nacionalismos desde 1780; allí afirma: “La característica básica de la nación moderna y de todo lo relacionado con ella es su modernidad” (Hobsbawm, 1991, p. 23).
Para Hobsbawm, el nacionalismo es un fenómeno contemporáneo, de los siglos xix y xx, iniciado con la Revolución francesa.
Hobsbawm niega la antigüedad de las naciones, como así también su posibilidad de ser establecidas sobre la base de factores objetivos como la raza o la lengua; en su trabajo observa que aquellos criterios que solían utilizarse para fundamentar el origen de las naciones no pueden ser aplicados a los distintos casos.
A decir verdad, ¿cómo podría ser de otro modo, dado que lo que tratamos de hacer es encajar unas entidades históricamente nuevas, nacientes, cambiantes, que, incluso hoy día, distan mucho de ser universales, en una estructura de permanencia y universalidad?
Asimismo, como veremos, los criterios se usan con este propósito −la lengua, la etnicidad o lo que sea− son también borrosos, cambiantes y ambiguos, y tan inútiles para que el viajero se oriente como las formas de las nubes son inútiles comparadas con los accidentes del terreno (Hobsbawm, 1991, p. 14).
Hobsbawm adhiere a la definición de Anderson de las naciones como comunidades imaginadas y afirma que los Estados, viendo el beneficio de los efectos de la legitimación de los principios nacionales, promovieron y difundieron la conciencia nacional utilizando como medio principal la educación (tradiciones inventadas, proceso de socialización secundaria). Por lo tanto, las naciones no son más que construcciones al servicio de fines políticos.
La enorme transformación que devino de la Revolución Industrial no solo tuvo un enorme impacto en las relaciones laborales, sino que implicó una nueva organización social y económica de los Estados europeos, al comienzo, y del resto del mundo, en pocos años.
Eric Hobsbawm indica que el período 1875-1914 se caracterizó por la aparición de un nuevo tipo de imperio, el imperio colonial (Hobsbawm, 1998, p. 66). La supremacía económica y militar de los países capitalistas se convertiría en conquista, anexión y administración de vastos territorios de África, Asia y Polinesia. El continente americano fue la excepción ya que los países mantuvieron su independencia política formal a pesar de la dependencia económica que se generó.
El Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, los Países Bajos, Bélgica, Estados Unidos y Japón se repartieron el “mundo”. De esa expansión colonial de las metrópolis, surgió, en la década de 1780, el término “imperialismo”, que más adelante adquirió la dimensión económica que conserva en la actualidad.
Los tiempos habían cambiado en todo sentido, el tiempo se aceleró y una nueva época surgió. La máquina aceleró los tiempos y las necesidades, las necesidades impulsaron a las máquinas. La expansión imperialista impulsó la economía capitalista y globalizada. En este escenario los trasportes se expandieron y se desarrollaron a un ritmo impensado. El colonialismo impulsó una era de rivalidad económica y política entre economías nacionales capitalistas e industriales que implicó el surgimiento de grandes corporaciones y oligopolios, la expansión debía ser protegida, el liberalismo ya no aplicaba en este nuevo escenario que requería cada vez más la intervención del Estado en los asuntos económicos. Este proceso que inició con la Revolución francesa y la Revolución Industrial tuvo su gran punto de inflexión en la Gran Guerra.
El período abarcado entre el final de la Primera Guerra Mundial y la fundación de la Sociedad de las Naciones estuvo signado por el principio de la nación y la nacionalidad. En esta reconfiguración del mundo, el nacionalismo cobró una importancia vital y necesaria que no sería igual en las grandes potencias que en los nuevos países, tal es el caso de América Latina.
El nacionalismo argentino
Héctor Muzzopappa introduce su trabajo sobre Rojas y Gálvez citando la queja que, hacia 1928, esgrimía Ernesto Palacio acerca del uso apócrifo del término “nacionalismo”. El autor observa cómo ya Palacio veía que grupos “americanistas-antiyanqui”, bolcheviques, universitarios que aludían a ideales de raigambre soviética y mexicana y hasta una fracción del socialismo internacionalista se adherían y se englobaban bajo la denominación “nacionalista”. De esta forma, Muzzopappa nos adelanta el corolario que indicaría que el nacionalismo, tal vez, no sería uno solo, sino que es la ubicación histórica y desde dónde las sociedades conciben el mundo aquello que podría permitir conceptualizar los diversos modelos de concebir el nacionalismo.
En el análisis de las obras de Gálvez que presenta Muzzopappa, puede verse claramente tanto el cambio que se fue dando en el significado del término “nacionalismo”, como en la transformación del sentido del tiempo histórico que surgía tanto en la Argentina como en el resto del mundo. En este nuevo orden de poder, toda la terminología política fue reconfigurada y los viejos términos tomaron nuevos significados. La nación ya no sería solamente aquella que señalaba la comunidad de origen, sino que implicaría, también, la comunidad de destino resignificando, a su vez, el origen.
La crisis de ese Estado liberal burgués de derecho comenzará en el continente con la pugna interimperialista, que se registra en el “estado de guerra” iniciado a partir de 1871, y que desemboca en la Gran Guerra 1914-1918. En ésta se asiste a un acontecimiento que obra como ordenador como un “tiempo eje” en el que se verifica una ruptura del tiempo histórico, una transformación radical en el sentido que venía desarrollándose. En este cambio de sentido, en este giro histórico, nace el nacionalismo argentino. El optimismo del progreso decimónico se trueca en el pesimismo sobre el que se fundan los nacionalismos del tipo que estamos tratando (Muzzopappa, 2022, p. 91).
Muzzopappa explica que podemos asumir que el proceso de construcción del nacionalismo argentino nació con el centenario de su independencia.
Existió un primer nacionalismo, podemos decir, que fue el nacionalismo en que se buscaba “argentinizar” a aquellos que poblaban el territorio. Ese nacionalismo de la nacionalización de la masa inmigrante con preponderante protagonismo de la educación como política de Estado y la escuela como institución nacionalista: la transmisión de una historia común, una bandera, un origen y un destino común, el nacionalismo que Anderson y Hobsbawm llaman “de las comunidades imaginadas”.
En la investigación de Muzzoppapa, aparecerán, claramente, Manuel Gálvez y Ricardo Rojas como los primeros en preconizar un nacionalismo argentino, y, también, se lee claramente cómo sus “nacionalismos” son completamente diferentes y antagónicos.
Muzzopappa describe el nacionalismo de Rojas inscripto dentro del paradigma de Roca, de la Argentina del orden conservador de fines del siglo xix y comienzos del xx. Es el nacionalismo que busca “argentinizar al inmigrante”, el de la educación patriótica. Observa que Rojas considera que, en el nuevo orden de la humanidad dividida en naciones, el Estado debe hacer de la escuela una institución nacionalista y sostiene que “la Historia y las humanidades modernas son las que preparan al hombre para vivir en una época y un determinado país” (Rojas, 1971, p. 45). Muzzopappa afirma que Rojas rechazaba el nacionalismo que hizo irrupción en la década de 1920, para él eran “ideas hechas en el extranjero” que no aplicaban a la Argentina. Ese nacionalismo de origen francés –católico, monárquico y guerrero– difiere del argentino, que ha de ser “pacifista por solidaridad americana”.
En cambio, en Gálvez, Muzzopappa ve la oposición a todo aquello que significó el orden conservador, la generación del 80: Alberdi y el roquismo. Las ideas de Gálvez respecto de la realidad argentina y su deseo de retornar a un orden y una sociedad tradicional, la Argentina previa al 80, las definen claramente como antialberdianas. En Gálvez, Muzzopappa ve la crítica a todo aquello que esbozaba Rojas.
En el análisis de Gálvez, el autor observa que él ve en la inmigración una masa miserable que solo busca su propio beneficio. También ve en la guerra con Brasil una salida para “limpiar” a la Argentina de sentimientos materialistas y utilitarios y reemplazarlos por sentimientos patrióticos “… convertiría en argentinos a los extranjeros y el espíritu cosmopolita quedaría destruido bajo la conmoción patriótica. La guerra paralizaría por largos años la excesiva inmigración que nos desnacionaliza” (Gálvez, 2001, p. 98). Y no es que Gálvez viera de forma positiva la guerra, sino, precisamente, a sus desastrosas consecuencias que “lograrán hacernos concentrar en nosotros mismos”. Muzzopappa ve en este nacionalismo de Gálvez surgido en el ánimo de la derrota el nacionalismo francés nacido con la derrota frente a Prusia en 1871 y ve a aquel que inspiraría a los nacionalistas de fines de los años 20.
Muzzopappa determina que, mientras que el nacionalismo de Rojas se quedó en el fin de un ciclo histórico, el de la Argentina liberal y optimista, que se cerró con la derrota de los conservadores en 1916, el de Gálvez se proyectaría a la tercera fase nacionalista de la Argentina: el tercer modelo de nacionalismo, el económico social.
Otro trabajo revelador del mismo autor sobre el nacionalismo argentino trata sobre la obra y las ideas de Leopoldo Lugones. Considera sus ideas de vital importancia porque plasman el proceso de declive y descomposición del modelo del 80 y la nueva etapa que se abría. En Lugones, Muzzopappa observa cómo tanto el mundo, la Argentina, las ideas y el nacionalismo irían mutando. Las ideas de la clase dominante irían cambiando, las certezas del liberalismo entrarían en crisis y las ideas que surgirían en la Europa pos-Primera Guerra Mundial irrumpirían con fuerza. El mundo y la Argentina entrarían en la temporalidad del estado de guerra y las doctrinas nacionalistas tomarían un nuevo impulso.
Como vimos hasta el momento, Muzzopappa toma como punto de inflexión de los cambios acontecidos en el escenario internacional la Gran Guerra; respecto de la Argentina, los acontecimientos internos que habrían originado el ingreso de nuevas ideas que serían sintetizadas por los nacionalistas fueron tres: la irrupción de las masas que permitió la llegada de Yrigoyen al poder en 1916 (Ley Sáenz Pena, 1912), la Reforma Universitaria de 1918 (que habría de contribuir a la formación de “elites” de izquierda) y las rebeliones de lo que se conoció como la Semana Trágica.
En el proceso de cambio que vivió la Argentina tanto en lo político como en lo cultural, Leopoldo Lugones tuvo un lugar destacado, y la evolución de sus ideas es el resumen de un ciclo histórico: en él se manifiestan tanto su adhesión y apología al orden liberal decimónico, como su crisis y su transformación final.
En la obra de Lugones, Muzzopappa observa una crítica a los fundamentos del liberalismo, un eco de los cambios científicos, la evidencia de la asunción de las ideas antiliberales y un fuerte cuestionamiento al sistema democrático, y adhiere y propone un nuevo orden. También observa cómo Lugones veía en la doctrina de la nación en armas la forma de los nuevos tiempos y prestó argumentos intelectuales al respecto, cómo vislumbraba la crisis del modelo agroexportador, pero, a su vez, no podía ver a la Argentina fuera de un modelo económico agroganadero, adhería a la política del ejército de la explotación de recursos naturales necesarios para los nuevos tiempos. Sin embargo, considera importante resaltar que, si bien no logró salir de su concepción de sociedad agraria, Lugones veía claramente la importancia del mercado interno y de la economía como factores fundamentales de la defensa nacional. El nacionalismo en Lugones, si bien era preindustrial, ya tenía un fuerte aspecto económico.
En su trabajo sobre la nación en armas, Muzzopappa realiza una síntesis impecable de la situación política y económica de principios del siglo xx en la Argentina y de cómo el ejército argentino fue el primero, tal vez, en vislumbrar los cambios que en el mundo se imponían y marcarían el surgimiento de los nuevos nacionalismos.
A los fines de este trabajo, resumiré las ideas centrales que Muzzopappa presenta en La Nación en Armas, en las que detalla la situación argentina, el escenario mundial, la doctrina de Von der Goltz y el debate de la sanción de la Ley Riccheri.
El texto explica que, si bien las primeras décadas de nuestra nación fueron aquellas del enfrentamiento entre la civilización y la barbarie, en 1880 se consolidó la civilización con el desarrollo de un Estado moderno con aquellas instituciones que pertenecen a las naciones civilizadas (como reza el ejemplo de las naciones de Europa Occidental). La Ley de Federalización de la Ciudad de Buenos Aires, la Ley Nacional de Monedas, la Ley de Territorios Nacionales, la Ley de Supresión de las Milicias Provinciales, la Ley de Educación Común, la ley universitaria, la Ley de Registro Civil y la Ley de Matrimonio Civil son ejemplos de ello.
La Gran Guerra demostró que el comercio y la industria necesitan de la paz, pero esta es frágil, por lo que el desafío era cómo armar las naciones para poder responder en ambos casos. Por lo tanto, las naciones tienen que proteger la paz, pero estar preparadas para pasar al estado de guerra.
Argentina tomaría inspiración en la doctrina de la nación en armas de Colmar von der Goltz para poner en práctica el nuevo modelo de nación que se adecuaría a los nuevos tiempos. Esta doctrina, que, en sus inicios, fue meramente militar, iría abriéndose camino más allá y cobraría fuerza para erigirse como idea rectora en la nueva organización de la nación.
En 1901, el entonces ministro de Guerra, Pablo Riccheri, desarrolló e impulsó la ley 4.031, que luego llegó a ser conocida como la Ley Riccheri. Sin embargo, Muzzopappa sostiene que el proyecto de dicha ley debe ser atribuido al presidente en ejercicio, Julio A. Roca, ya que allí plasma su visión inspirada en el modelo que fue desarrollado en Europa a lo largo del siglo xix.
La Ley Riccheri proponía modernizar las Fuerzas Armadas a partir de la instauración del servicio militar obligatorio, idea tomada de la doctrina de Colmar von der Goltz anteriormente mencionada: la nación en armas. El reclutamiento por medio del servicio militar obligatorio buscaba adaptar la nación para hacerse de los medios que permitían el pasaje inmediato de la situación de paz a las condiciones de guerra.
Esta noción se apoyaba en las nuevas teorías de la guerra en la que esta ya no era solo una cuestión militar, sino que, como se vio en la Gran Guerra, los enfrentamientos entre naciones comprendían todas las fuerzas de la nación: económicas y sociales. Es el estado total, los países se cerraban sobre sí mismos y en este contexto la economía era un aspecto importante de la Defensa Nacional, y por tanto exigía los cambios necesarios para evitar todo tipo de dependencia. Desarrollar la industria, la siderurgia y los transportes era fundamental para las nuevas naciones, como así también tomar conciencia de que cualquier insumo que dependiera del exterior sería una posibilidad de bloqueo por parte de otra nación.
Con el servicio militar obligatorio, no solo se esperaba tener fuerzas de reserva entrenadas para la guerra, sino que también se buscaba un cambio radical que iba más allá de lo militar. Se esperaba que el ejército se convirtiera en una escuela de moralidad, disciplina y cultura para que aquellos que arribaran con ideas confusas sobre la patria, el gobierno o la nación salieran formados como ciudadanos argentinos. El proyecto de Roca y Riccheri buscaba un fin social más allá del militar: la homogeneización de la cultura nacional, “fundir en una sola todas las razas que constituyen el pueblo argentino” (Muzzopappa, 2018, p. 18).
Si bien la Ley Riccheri estaba orientada a transformar la estructura de las Fuerzas Armadas, sus bases, debate, implementación e impronta mostraron que, como expresa Héctor Muzzopappa, “contiene in nuce la doctrina que se desarrollará en los años 20 y 30 y que será determinante en los lineamientos del Estado Social ensayado por el peronismo” (Muzzopappa, 2018, p. 45).
Conclusiones
El nacionalismo no ha existido desde siempre, no surgió naturalmente con las sociedades. Es, y ha sido, una construcción histórica producto de un nuevo orden social surgido del capitalismo.
Las naciones y el nacionalismo son entidades e ideas creadas (e imaginadas) para responder a un fin concreto en una etapa histórica determinada, como puede observarse tanto en los trabajos teóricos de Anderson, Gellner y Hobsbawm, como en los estudios de Héctor Muzzoppapa. El nacionalismo es de origen moderno: la ruptura del liberalismo producto de la guerra interimperial y la Revolución Industrial que sienta los nuevos fundamentos económicos y sociales del mundo moderno son el escenario del nacionalismo.
Muzzopappa no ignora el trabajo de los teóricos, y sus estudios lo muestran, él no busca los orígenes del nacionalismo argentino sino hasta principios del siglo XX, Muzzopappa, como Anderson, Gellner y Hobsbawm, entiende que el nacionalismo surge donde el capitalismo existe, no antes; por tanto, adhiere a la modernidad del fenómeno. Y deja en claro una idea innovadora: no existe “el” nacionalismo. No hay más verdad en el nacionalismo de Rojas que en el de Gálvez o el de Lugones…
No hay un nacionalismo, hay nacionalismos.
Como expresa, con claridad, Alejandro Herrero en la introducción del libro Liberalismo, Patriotismo y Nacionalismo. Estudios de casos en Argentina, 1880-1943: “… vale decir que cuando hablamos de nacionalismo hay que saber que no existe uno solo, sino múltiples posturas, idearios, e intervenciones” (Herrero, 2022, p. 11).
Bibliografía
Anderson, B. (1983). Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión de del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica.
Gálvez, M. (2001). El diario de Gabriel Quiroga. Buenos Aires: Taurus.
Gellner, E. (1983). Naciones y nacionalismo. Madrid: Alianza Editorial.
Herrero, A. (2022). Liberalismo, Patriotismo y Nacionalismo. Estudios de casos en Argentina, 1880-1943. Buenos Aires: Ediciones FEPAI.
Hobsbawm, E. (1998). La era del imperio 1875-1914. Barcelona: Crítica.
Hobsbawm, E. (1991). Naciones y nacionalismo desde 1780. Barcelona: Crítica.
Muzzopappa, H. (2022). El nacionalismo de Rojas y Gálvez, en Alejandro Herrero, Liberalismo, Patriotismo y Nacionalismo. Estudios de casos en Argentina, 1880-1943, Primera parte. Buenos Aires: Ediciones FEPAI.
Muzzopappa, H. (2022). El nacionalismo de Lugones. Entre la crisis del orden conservador y la génesis de una nueva etapa histórica, en Alejandro Herrero, Liberalismo, Patriotismo y Nacionalismo. Estudios de casos en Argentina, 1880-1943, Primera Parte. Buenos Aires: Ediciones FEPAI.
Muzzopappa, H. (2018). Los orígenes y fundamentos del ciclo peronista. I. La nación en armas. La crisis del estado liberal y el poder militar en el origen del estado social en Argentina (1922-1930). Documento de trabajo. Buenos Aires: Universidad Nacional de Lanús.
Rojas, R. (1971). La Restauración nacionalista. Buenos Aires: Peña Lilo.
- Universidad Nacional de Lanús.↵