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Lecturas sobre José Gabriel y su nomadismo irreverente

Pablo Ariel Scharagrodsky[1]

Una aproximación general sobre el excelente libro escrito por Gustavo Vallejo ubica a José Gabriel como un sujeto nómade siguiendo las ya clásicas y conocidas reflexiones de la filósofa Rosi Braidotti[2]. Es decir, José Gabriel es una figura que transita y tramita saberes, discursos, sensaciones, emociones y experiencias con un claro denominador común: la subversión de los sentidos dominantes, cuasihegemónicos, coercitivos, y la denuncia de todo tipo de desigualdades e injusticias sociales, materiales y políticas.

José Gabriel es un viajero que llega de España a Buenos Aires a principios del siglo xx (en 1905) y que en 30 años transita, se desplaza, viaja por y a través de distintos espacios, lugares y territorios en momentos de grandes cambios y transformaciones sociales, culturales, sexuales, económicas y políticas en la Argentina. Buenos Aires, La Plata y Montevideo conforman algunos de los espacios y territorios transitados. Pero lo que define su nomadismo, diría Braidotti (2000), es el acto de subversión permanente ante lo instituido, no el acto literal de viajar. El viaje en sí mismo puede no necesariamente generar algún tipo de cambio o transformación social, cultural o política. Vale decir, el nomadismo declamado y sobre todo experimentado por José Gabriel como praxis política tiene como objetivo fundamental imaginar y establecer una organización social y política no jerárquica de las relaciones humanas. En este sentido, José Gabriel, convertido en una figura de las letras argentinas en los años 20, visibiliza y cuestiona los procesos de violencia ejercidos por distintos actores y procesos sociales: los grupos locales aristocráticos “que nada bueno generaron”, los golpes de Estado que denuncia reiterada y sistemáticamente –lo cual deriva en su exilio–, la expansión internacional del fascismo y el imperialismo, entre otros procesos cargados de violencia, coerción y negatividad.

El nomadismo de José Gabriel incomoda permanentemente ejerciendo la función de criticar a propios y ajenos. Aunque parece inclasificable y muy difícil de identificar, Vallejo lo caracteriza como un izquierdista crítico del partido socialista, un reformista crítico de la reforma, un cuestionador del fascismo y el imperialismo. Un tábano en la ciudad de las letras, un intelectual que desde múltiples facetas reivindica la cultura popular, la historia local y una lengua no regulada ni gestionada por cánones extranjeros. Una figura que cultiva una izquierda desligada de las delimitaciones establecidas por una estructura partidaria con una escritura muy personal y, sobre todo, autorreferencial. Una persona que se coloca siempre en la vereda de enfrente, situándose más allá de las vanguardias y la academia. Una figura solitaria dentro del campo intelectual. Vale decir, una figura que se niega a situarse en los modos y las prácticas sociales codificadas y que se desplaza en los intersticios y las fronteras entre los espacios (y sentidos) estructurados (Braidotti, 2000).

En su mirada –e interpretación urbana–, José Gabriel condensa y reivindica algunos planteos universales de libertad, justicia social, independencia cultural y comunidad. Como hombre de la “nueva generación”, como “hombre nuevo”, desafía las injusticias, el imperialismo, la reproducción acrítica de modelos sociales y culturales extranjeros, el positivismo de la vieja generación, y asume por sí solo la defensa de los intereses colectivos, reivindicando una mirada del aquí” y del ahora. Como periodista de distintos medios, cuestiona el saber académico, la alta cultura y su ropaje de neutralidad política. Recordemos que José Gabriel no tiene ningún título universitario. Sin embargo, y más allá de ello, se convierte en un inteligente analista político, en un gran crítico literario y en un precursor de la denuncia social sobre la marginalidad urbana.

En las tres décadas analizadas por Gustavo Vallejo, José Gabriel se convierte en una figura poliédrica. Es decir, una subjetividad con múltiples caras, dimensiones y facetas, no exentas de contradicciones, ambigüedades, ambivalencias e, inclusive, paradojas. El intelectual indagado denuncia al positivismo, crea el primer sindicato de periodistas de Argentina, es el referente de la primera huelga contra el más importante medio gráfico capitalino por encubrir intereses espurios, apelando a la pseudorretórica de la libertad de prensa. Participa en procesos de democratización educativos en La Plata y dirige la primera compañía de teatro universitario de dicha ciudad. Cuestiona la eugenesia y la identifica como una farsa, en momentos en que esta tenía aceptación local y gran difusión internacional. Objeta con intensidad las dictaduras de Italia y España, adhiere a la Revolución rusa, aunque luego se decepciona con la dirección adoptada por el Estado soviético. Expone las miserias del político profesional burocratizado al que no le afectan los cambios de gobierno o sistema político. Por otra parte, entiende la Reforma Universitaria como una revolución que, para cumplir sus propósitos, debe implementar la gratuidad en el acceso y un cogobierno integrado por el pueblo. A pesar de ser una figura con voz propia y cierta visibilidad en los medios de comunicación, fue un sujeto olvidado, excluido y silenciado por parte de la historia. Las razones de su olvido, según Vallejo, deben buscarse en las conflictivas relaciones de José Gabriel con el saber académico antes que con la cuestión político-partidaria (mantiene una fuerte relación con el peronismo en la última etapa de su vida –muere en 1957–). Desde el periodismo, y a partir de una de sus facetas (especialmente la crítica literaria), exalta la riqueza de la cultura popular frente a una envilecida cultura académica. Vallejo ubica la producción de José Gabriel como parte de un universo de intelectuales de izquierda que trasciende los condicionamientos de una filiación partidaria.

En términos estructurales, el libro se compone de ocho capítulos. El capítulo 1 desarrolla conceptualmente las relaciones que tensionan la propia figura de José Gabriel a la hora de indagar los vínculos entre lo culto y lo popular aceptando su clara posición de intelectual. Dicha posición que combina la reflexión y la acción cuestiona los movimientos totalitarios, critica irónicamente al discurso eugenésico, problematiza y reivindica a la cultura popular a partir de su obra literaria e incluye entre sus variadas facetas disruptivos análisis sobre ciertas prácticas sociales –masivas y populares– como el tango o el fútbol.

El capítulo 2 explora la experiencia bohemia junto a Taborga, con quien comparte la filosofía de D’Ors (aunque luego se aleja de ella). La bohemia es analizada por Vallejo como un estilo de vida cuya recompensa mayor fue la libertad de reflexionar más allá de la sociedad burguesa cuestionando varias de sus formas de vida normalizadas, enfrentando la hostilidad urbana, experimentando espacios corporales de sociabilidad con los sectores populares y reivindicando la noche, más que como un tiempo, como un lugar desde donde construir sentidos y significados. La inclusión de José Gabriel a la bohemia lo vincula con el periodismo y con algunas experiencias periodísticas fallidas (periódico La Patria) y amplifica sus denuncias frente a los atropellos que ejercen en la región los Estados Unidos y el imperio inglés. La experiencia bohemia potencia la creación del Colegio Novecentista (donde por conflictos internos se aleja junto con Taborga), sus enfrentamientos con el positivismo (imperante en la Facultad de Filosofía y Letras) y su relación con un acontecimiento que marca su vida intelectual, laboral y política: la Reforma Universitaria.

El capítulo 3 analiza con gran pericia argumental su relación con el sindicalismo desde una posición crítica al funcionamiento de la prensa en la capital argentina y el poder –y autoridad– de los intelectuales que defienden un orden social sustentado en el rechazo a los intereses de los trabajadores y a la cultura popular. La huelga al diario La Prensa en 1919 llevada a cabo por José Gabriel como figura central es el evento que permite afirmar la estrecha relación de esta figura con la tarea gremial y la acción política, lejos de aquellos sujetos que solo hacen meras especulaciones y no convierten sus pensamientos en actos políticos concretos. Esta última observación, recurrente en su pensamiento, es una explícita crítica dirigida a los intelectuales que dentro –y fuera– del periodismo desprecian a los sectores populares. Interpelar a La Prensa, uno de los diarios más importantes del país, no solo cuestiona los intereses espurios que exhibe y ejerce el diario, y sus deliberadas estrategias extorsivas, sino que visibiliza en José Gabriel su compromiso político y origen social. Recordemos que José Gabriel desde muy joven trabajó como peón de panadero, mozo, pintor, etc. El violento despido de José Gabriel como trabajador de La Prensa clausura por un tiempo la lucha sindical que reivindica la autonomía de los trabajadores y, al mismo tiempo, le muestra el escaso apoyo de ciertos actores y sectores sociales, entre ellos los intelectuales. Todo ello lo lleva a emigrar a Montevideo y a exponer detalladamente su experiencia en el plano literario. Pero la huelga ejercida sobre La Prensa le deja algunas certezas: los obreros pueden realizar una doctrina de justicia social incomprensible para muchos de los intelectuales y reivindicar la dignidad de la lucha.

El capítulo 4 examina algunos aspectos de su intensa y luego conflictiva relación amorosa (un amor prohibido) con Juana de Ibarbourou en la capital uruguaya, la cual termina abruptamente. Rota, quebrada y deshecha la relación con Juana, regresa a Buenos Aires con trabajo en algunos periódicos como El Hogar y Nueva Era. Alivia el desengaño amoroso que le provoca la relación con Juana a través de la escritura (de una novela). En esta etapa se convierte en una promisoria figura de la literatura de corte social por sus vividas y agudas descripciones sobre la marginalidad urbana de Buenos Aires. La novela, La Fonda, parece ir en ese sentido. Esta contiene pinturas sobre la pobreza atravesadas por experiencias de su propia y difícil infancia. También explora el retorno a Carriego, y la construcción de una postura literaria con la que se posiciona ante otras perspectivas (Boedo, Florida y la escritura femenina).

En el capítulo 5, se explora su experiencia docente, política y estética en la capital bonaerense (La Plata) a partir de 1921 y su tránsito por ciertos espacios culturales en tiempos de la Reforma Universitaria. Su vínculo con Lidia Peradotto lo reinserta laboralmente. En este caso, en la Cátedra de Literatura del Liceo de Señoritas de la Universidad Nacional de La Plata. Desde allí y desde la Casa del Estudiante, desarrolla un programa renovador y reformista opuesto al orden –y la pedagogía– conservador o más tradicional. Aunque es un militante de la causa reformista en la Universidad, con el tiempo ciertas condiciones impedirán cristalizar determinados cambios planteados por José Gabriel. No obstante ello, el teatro y el coro son algunas de sus apuestas pedagógico-políticas disruptivas. En el primer caso, siendo director de la Compañía Teatral Estudiantil Renovación y en el segundo, creando una parodia de los coros ucranianos. Su crítica a la alta cultura también incorpora al arte y a la pintura. Una de sus conclusiones es que los pintores futuristas, en cuanto miembros de una élite intelectual, no crean arte porque el arte intelectual jamás será creador. Con la reforma en crisis, José Gabriel es desplazado de los cargos que ocupa y se desmontan los espacios que pueden vitalizar el movimiento estudiantil, incluido el cierre de la Casa del Estudiante por ser un inaceptable espacio de derroche de democracia en la Universidad.

El capítulo 6 analiza la profundización de sus iniciales críticas al positivismo que, avanzado la década de los 20, se articula con una novedosa e irónica crítica al discurso eugénico en momentos en que dicho enfoque prevalece en muchos países de Occidente. La crítica a la ciencia del “cultivo de la raza” y su búsqueda de intervención para mejorar las cualidades de las poblaciones bajo una retórica de control social instalando la idea de aptos y no aptos es formulada de manera brillante por José Gabriel, quien alerta no solo sobre los prejuicios sociales de estas, sino sobre la fatalidad biológica perseguida. Muchas de las exquisitas críticas de José Gabriel están desarrolladas en una obra de teatro llamada Farsa Eugenesia, donde cuestiona el “cienticismo y el statu quo de una alta cultura cargada de prejuicios, preconceptos y ciencia legitimadora. Su obra de teatro fue parte del análisis irónico que produce José Gabriel sobre la eugenesia y el universo biomédico como promotor y legitimador de exclusiones biopolíticas. Su mirada sobre la eugenesia lo separará y aislará de un grupo de médicos, publicistas y políticos que la defienden o se nutren de ciertos conceptos y metáforas, incluidos algunos socialistas.

El capítulo 7 nos presenta la emergencia de una faceta que para muchos puede haber sido fútil o trivial: la práctica del fútbol. Pero para Gustavo Vallejo no lo es, ya que le permitirá, retomando las crónicas de José Gabriel de finales de los años 20, hacer una “descripción densa” a partir de dicha práctica social que involucra aspectos de la cultura popular. José Gabriel es un fuerte defensor de dicha práctica frente a cierto desdén o desprecio de parte de algunos intelectuales. En sus columnas futbolísticas, José Gabriel articula e integra las inquietudes filosóficas y literarias, convirtiendo el análisis de un partido de fútbol en un relato novelesco en el cual ciertos tópicos como la crítica a la alta cultura o la reivindicación al club como emblema de un barrio, a la cultura popular, al sentido de equipo y a la solidaridad entre quienes lo practican como verdaderos “camaradas” son incorporados en el propio relato futbolístico.

Por último, el capítulo 8 centra el análisis en las ideas, los principios y las nociones políticas de José Gabriel y las consecuencias de exponerlas en torno al golpe de Estado de 1930. Sus vehementes críticas a las “fechorías causadas por una banda de Malhechores” producen su inmediata exoneración en la docencia y en la universidad y su nuevo exilio a Uruguay, donde dicta clases en la Universidad de la República. En sus reflexiones sobre la dictadura, analiza el enorme poder acumulado por la oligarquía argentina a lo largo del tiempo y nuevamente critica a los dirigentes universitarios, intelectuales que acompañan y avalan el golpe militar y, según José Gabriel, “están dispuestos a lustrarle las botas a Uriburu”. Una de sus propuestas está vinculada con la creación de un movimiento antiimperialista, atravesada por el anhelo de ver una federación latinoamericana dentro de un programa de izquierda ajustado a los requerimientos de una mirada regional. Con Agustín P. Justo, José Gabriel regresa a la Argentina en febrero de 1932. Sin embargo, las dificultades, soledades y exclusiones siguen atravesando su recorrido existencial, laboral y político, el cual continuará con hechos tan significativos como su corresponsalía en España durante la guerra civil española, sus cuestionamientos a ciertas acciones durante dicha guerra, su vuelta intempestiva a la Argentina, su estadía en Perú, su regreso a la Argentina, su adscripción al peronismo, entre muchos otros escenarios transitados y experimentados. Estos últimos, aún no analizados, merecen otro libro, otra reflexión, y ¿quién mejor que Gustavo Vallejo para mostrarnos el viaje nómade de aquellas voces que en su incomodidad e irreverencia han sido omitidas, excluidas, silenciadas o simplemente “ninguneadas” por el canon dominante?

Bibliografía

Braidotti, Rosi (2000). Sujetos nómades, Paidós, Buenos Aires.


  1. UNQ y UNLP.
  2. Reseña del libro: Vallejo, Gustavo (2021). José Gabriel y la crítica de la cultura. Travesías urbanas de una izquierda vagabunda. Editorial Prometeo.


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