Apostillas al libro José Gabriel y la crítica de la cultura
Gustavo Vallejo[1]
En la definición del objeto de estudio histórico, existe una disyuntiva paradojal que, en términos extremos, conduce a tener que optar entre la originalidad del caso que puede residir en la ausencia de estudios anteriores y la universalidad de un tema por todos conocido. Aun cuando uno y otro polo se entrecrucen y así originen múltiples matices, no dejan de persistir cuestiones que devienen de atender a preguntas sobre si, por ejemplo, buscar la originalidad supone resignar la universalidad. Algo que también podría habilitar a pensar, complementariamente, que estudiar un caso, para muchos desconocido, vaya a implicar de antemano apostar necesariamente por un tema local y estrecho.
Estas preguntas pueden dar pie a reflexiones con las que intentaré explicar por qué entendí que estudiar a José Gabriel valía la pena, y qué puede aportarnos en términos universales develar lo que encierra el conocimiento sobre ese “desconocido”.
José Gabriel (nacido en España y llegado de niño a Buenos Aires) fue un intelectual muy prolífico en la Argentina de la primera mitad del siglo xx, desarrollando ideas y prácticas influyentes en diversos campos del saber. Sin embargo, no ha sido una figura sobre la cual la historiografía se ocupara suficientemente, aun cuando –como veremos– tuviera importantes motivos para hacerlo. Desglosando los campos en los que intervino, cuesta hallar su presencia en la historia intelectual o de las ideas, la historia de la literatura, la historia de la educación, la historia del periodismo, la historia de la Reforma Universitaria y hasta la historia del fútbol.
Pensando como abogado del diablo, tendríamos, a priori, una primera interpretación que cabría darle a ese desinterés en el hecho de que posiblemente hubiera sido irrelevante su producción. Con lo cual la originalidad de abordar a un “desconocido” quedaría asociada a los riesgos de estudiar a quien habría hecho poco para salir de esa condición. En cualquier caso, el uso del potencial amplifica las dudas, porque no se trata sino de una interpretación de lo no dicho, para tener una explicación acerca de por qué no fue dicho.
Con estas incertezas comencé a estudiar a José Gabriel, definiendo en torno a él un objetivo que partía de la inicial identificación de problemas surgidos de investigaciones anteriores que realicé y que me permitían entender que había, cuanto menos, algunas cosas relevantes para indagar. Por un lado, estaba su participación protagónica en la Casa del Estudiante de la Universidad Nacional de La Plata, un efímero pero muy rico episodio disruptivo que fue gestado en el marco de la más radical versión de la Reforma Universitaria en 1921. Y, por otro lado, entendía que, en una obra de teatro escrita en 1927 para ridiculizar a la eugenesia, tenía suficientes motivos para pensar que estaba ante quien había lanzado con originalidad un mensaje universal que merecía ser analizado. Esas fueron mis vías de introducción al tema, a sabiendas, entonces, que había allí cuando menos dos cuestiones que daban sentido a la inquietud por comenzar a hurgar en el personaje.
Con los primeros indicios que ya tenía de quien era un reformista antipositivista que escribió una muy particular obra de teatro para atacar a la eugenesia, entró en escena Hugo Biagini, a quien le consulté si tenía algo que decirme sobre el personaje en cuestión.[2] Y, para mi sorpresa, me proveyó de una caja con fotocopias de textos de José Gabriel que había reunido con el fin de realizar en algún momento un trabajo particularizado. Había en aquel gesto dos cuestiones fundamentales: la generosidad de quien me hacía depositario de un material que me enorgullecía recibir, y la confirmación de que había allí algo importante para investigar a pesar del desdén historiográfico.
La caja se fue llenando con muchas más cosas que iba recabando, y las ideas que de allí emergían decían mucho del campo cultural –siguiendo en esa caracterización a Bourdieu–, para dirigirse a cada vez más espacios disciplinares. Con lo cual descubría nuevas zonas opacas por explorar y esa situación me llevaba a otro problema añadido, que era el de entender por qué este objeto que no paraba de proveerme de materiales interesantes había permanecido tanto tiempo desconsiderado.
Ahí entendí más claramente que no estaba haciendo un trabajo biográfico, o que no sería solo eso. Estaba estudiando a través de una figura muy relevante del campo cultural argentino entre 1915 y 1932 (partiendo de sus primeras actividades, decidí poner a la investigación un límite coincidente con el fin de una etapa en su vida), mecanismos de configuración del poder con sus formas de establecer lógicas de inclusión y exclusión. Se trataba, en definitiva, de entender las redes de ese poder, por medio de las interpelaciones que José Gabriel llevaba adelante con una incontenible voluntad y vastos recursos argumentales. Y también a través de las respuestas que el abnegado español recibía con un sentido disciplinario: desde el cercenamiento de un cargo, hasta el exilio obligado por acciones que contra él desplegaron primero una empresa privada –en la que vio un “Estado dentro de un Estado”– y luego un gobierno militar. A su vez, la contracara de despejar a José Gabriel de su incómoda presencia estaba en la organización que ese poder transversal a lo político, lo económico y lo cultural logró darse para controlar el mundo del trabajo durante todo el período aquí analizado. Por caso, lo haría consolidando el papel performativo en la política que tenía la prensa hegemónica, organizando la estructura estatal que supervisaría a los trabajadores a partir de la Semana Trágica, y conteniendo, hasta donde pudiera, el advenimiento de cada nueva manifestación popular que se expresara en el lenguaje, en el tango o en el fútbol, como José Gabriel lo hacía notar.
Un breve comentario periodístico de Norberto Galasso sobre José Gabriel me llevó a consultarle más cosas, y recibí otra enorme sorpresa.[3] Cuando Galasso trabajaba en la emblemática revista Crisis, entrevistó a la viuda de José Gabriel (el español murió en 1957), quien le proveyó de parte del acervo que ella conservaba. Galasso previó la realización de un trabajo extenso que finalmente no tuvo su concreción y, con enorme desinterés, me permitía acceder a ese material. Mi visita al archivo de Galasso se produjo a poco de la que hiciera Guillermo Korn, quien por otras vías había llegado a José Gabriel para incorporarlo a una saga de intelectuales unidos por una trayectoria común que desde la izquierda los llevó al peronismo,[4] poniendo el acento en las discusiones suscitadas en torno al problema de la lengua. Galasso y Korn, después de Biagini, cada uno a su manera, contribuyeron a darle una nueva entidad de la que antes carecía en la historiografía la figura de José Gabriel.
Ya la inicial caja de Hugo se había convertido en una verdadera caja de Pandora. Con el material que iba recabando en nuevos repositorios, se había transformado en una biblioteca para libros y fotocopias y miles de documentos de una memoria externa de mi notebook.
José Gabriel había sido uno de los introductores del pensamiento del catalán Eugenio D’Ors en la Argentina, y quien también pondría un límite a la adscripción total a sus ideas, cuando aquel acentuara su desconsideración de la democracia para volcarse al fascismo. También José Gabriel se hallaba dentro de los precursores de la Reforma Universitaria y, entre muchas otras cosas, aparecía exhibiendo su rol de analista crítico de la educación, buscando integrar el fútbol al currículum escolar para que la cultura popular se hiciera un lugar en las aulas a través de la educación física.
Con todas estas vetas halladas, pasaba a tener un nuevo problema. Si inicialmente partía de muy poca información y muchas dudas relacionadas con una llamativa desconsideración del personaje que habilitaba a pensar que podía deberse a sus insignificantes méritos, ahora me encontraba con tan abundante cantidad de textos de José Gabriel y sobre él –en los que la generación de polémicas era su común denominador–, que volvía muy complicada la tarea de organizar todo ese material en un solo volumen. Pero, ante esta situación, tenía en claro que existía un corpus ideológico a partir del cual podía ser articulado ese conjunto vasto y disperso de artículos periodísticos, obras literarias, comentarios de libros, crónicas deportivas, colaboraciones en revistas culturales y entrevistas, para reconocer en esa diversidad la fuerte coherencia interna que aglutinaba toda la producción. Desde una perspectiva foucaultiana, podía reconocer que había allí un núcleo de ideas que, en esencia, no contenía sino una permanente apuesta dirigida a disputar las formas hegemónicas de ejercer el poder, en sus más diversas manifestaciones, que pugnaba por elevar expresiones desconsideradas a través de acciones en las que cabe reconocer un afán por alcanzar la “insurrección de los saberes sometidos”.
Pero también tenía otro problema añadido en el hecho de que, además de tener que contar quién fue José Gabriel, debía explicar por qué, siendo una figura que merecía realizar una larga investigación sobre él, era a la vez muy poco conocido. Paradojas de la originalidad.
El objeto de estudio iba así deslizándose con cierta naturalidad del personaje al campo con el que interactuaba y, entre uno y otro, me iba quedando más claramente definida la idea de que, como señalaba más arriba, estaba investigando las redes del poder a través de la figura de un disruptivo, de aquel que no aceptaba adecuarse a sus moldes y los denunciaba enérgicamente.
Asimismo, el mundo urbano me sirvió para indagar algo que era bastante más que un telón de fondo sobre el cual se desempeñaba el español: era la condición de posibilidad para llevar adelante cada nueva idea. Así, Buenos Aires, Montevideo y sobre todo La Plata, fueron ciudades que me alentaban a identificar más particularidades al advertir la interacción de sus características con la forma en la que eran pensadas y representadas por José Gabriel. A eso se sumaba un imaginario que remitía a la Madrid de su primera infancia y la Barcelona de su maestro, D’Ors.
Así fue que con José Gabriel busqué reflexionar sobre una tipología del intelectual que ejerce en la ciudad esa suerte de socrática función de “aguijonear” como un tábano al poder, aun a sabiendas de que sus acciones podrían depararle grandes padecimientos. Con lo cual entendí que estudiar al español implicaba exponer una de las formas en que fue asumido el rol del intelectual en la sociedad: la de incomodar al poder, claro está, después de haber determinado inequívocamente dónde residía. Esto derivó en las graves consecuencias sufridas por quien protagonizó ese propósito, y de ahí surgieron las primeras respuestas a las preguntas iniciales acerca de su desconocimiento. Porque, precisamente, José Gabriel se encargó de hacer visible lo oculto, en un afán que lo llevó a tener que cargar con represalias sufridas en vida y con el silencio que siguió a su muerte, como una dantesca aplicación de la ley del contrapaso que establecía una pena por antítesis, consistente, en este caso, en que él mismo permaneciera oculto para la historiografía por largos años.
En este sentido, del libro se desprenden, básicamente, tres formas de asumir la función del intelectual. Una de ellas sería la de reinterpretarla gramscianamamente actuando en forma orgánica al poder político-económico para el cual el intelectual presta sus servicios. Otra es la de aquel que se encierra en las formas perdiendo de vista los contenidos, para asumir que su tarea sería la de confundir a los demás en su propia confusión narcisista. Y, por último, se desprende aquel intelectual que José Gabriel encarna y para quien la función central sería la de develar los sistemas de explotación y los medios utilizados por estos para evitar que esa tarea pudiera llevarse a cabo.
De este modo, creo que, aun cuando mucho se ha escrito sobre los intelectuales, el libro puede contribuir –cuando menos a eso aspiro– a volver a pensar en estas lógicas de su funcionamiento que atraviesan una historia de larga duración para llegar hasta el presente.
Por otra parte, y retomando la pregunta que Alejandro Herrero insistentemente formula en torno al personaje históricamente analizado para indagar en él “con quién discute”, podemos pensar que, en el caso de José Gabriel, claramente lo hace con todas las manifestaciones de elitismo cultural que ve alimentadas a través del intelectual orgánico y del intelectual narcisista. A esos dos grandes grupos en los que engloba a la mayoría de los intelectuales, les atribuye el hecho de movilizarse por una voluntad de pertenecer a espacios cerrados, donde encuentran, a la vez que su propio reconocimiento, la protección necesaria para mantener ese lugar alcanzado. Pero, además, cabe agregar que José Gabriel es una figura que, interpelando una lógica que integra al intelectual orgánico y al intelectual narcisista, nos coloca también ante la reproducción de formas de legitimación que perdurarán en el tiempo.
Sobre José Gabriel también cabe destacar que en él aparece siempre una apuesta a los beneficios que acarrea en la sociedad expandir todas las formas de democratización. Allí donde Ortega y Gasset veía con preocupación un avance de las masas que debía ser contenido restaurando formas tradicionales de ejercicio del poder, aparece también el rasgo elitista del intelectual con el que José Gabriel confronta enérgicamente.
En definitiva, a través del libro, busqué exponer discusiones en torno al rol del intelectual de la década de 1920, especialmente por sus relaciones con el poder y por el compromiso con los sectores populares. Se trata efectivamente de un caso, el de José Gabriel, que es analizado también en sus vastas interacciones como un factor indiciario para repensar a partir de él distintas cuestiones que hacen a la forma de entender la figura del intelectual, o, mejor dicho, de los posibles tipos de intelectual.
José Gabriel fue un exponente del intelectual crítico que vela por los intereses de la clase trabajadora, sin renunciar a las formas estilísticas y la erudición sobrevalorada por una élite que se reconocía a sí misma a través de la pertenencia a la república de las letras que había forjado. Y también fue un insistente aguijoneador de esa república cerrada, para lograr que en ella tuvieran lugar los temas y las formas de tratar una cultura popular, que comprendía, entre otras cosas, el fútbol, el tango, los arrabales porteños, el lunfardo y el teatro crítico. José Gabriel fue, en definitiva, quien, no sin grandes dificultades, claro está, buscó generar expansiones democratizadoras dentro de cada uno de los campos autorregulados desde los cuales se producía la valoración de la cultura.
Por otra parte, el estudio de este “desconocido” personaje español, al depositarme casi con naturalidad en las interrelaciones entre la cultura urbana y el campo intelectual, entiendo que aporta también miradas, representaciones, ideas que pueden resignificar posibles formas de pensar un indisociable vínculo entre el intelectual y la ciudad en la que interviene.
Asimismo, es posible reconocer en José Gabriel una figura que con su accionar está interpelando permanentemente la cultura política argentina, exponiendo el área de vacancia que una “izquierda vagabunda” hallaba en la falta de representación de una parte importante de los sectores populares que no lograba ser convocada por diversas expresiones de la izquierda internacionalista, ni por los partidos alcanzados por una impronta liberal. Podría así ser pensado como un temprano eslabón dentro de una cadena de aportes dirigidos a pensar cómo radicalizar la democracia, para que pudiera dar lugar a una izquierda atenta a contrarrestar el acecho de las potencias imperiales y la voracidad de las oligarquías locales. Su pensamiento también nos deja la convicción de que la cultura popular era el medio para que ideas filosóficas y literarias pudieran articularse con una clara postura política.
Lo hasta aquí señalado fue parte de lo que desató esa particular caja de Pandora que, al ser abierta, no propagaba los males de la humanidad, sino la curiosidad interminable por seguir el itinerario de un conjunto de ideas muy originales. El libro, entonces, fue el resultado de la apertura planteada para descubrir temas y problemas en una primera instancia heurística y de llegar a través de una instancia hermenéutica a interpretar y ordenar la información recabada para poder expresar el pensamiento de José Gabriel desde una debida distancia crítica.
En definitiva, y finalizado el trayecto recorrido, con el objeto de estudio abordado puede decirse que estamos ante un fiel exponente del “pensamiento alternativo” en la Argentina de la primera parte del siglo xx. Hugo Biagini y Arturo Roig gestaron esa categoría analítica que fue capaz de englobar figuras, temas y propuestas que compartieron actitudes contestatarias y encuadramientos que postularon el cambo de estructuras. También con el pensamiento alternativo fueron identificados aquellos que aspiraron a modificar la realidad y a guiar la conducta hacia un orden más equitativo, mientras cuestionaban ex profeso los abordajes autoritarios, tecnocráticos, etnocéntricos, neocoloniales o chovinistas.[5]
De manera que la singularidad de José Gabriel puede, a su vez, ser analizada en relación con la de otros “desconocidos” que también dejaron una impronta “alternativa” en diversos campos de actuación. En tal caso, el libro de José Gabriel pretende ayudar a abrir polémicas, problematizar certezas instaladas, en otras palabras, repensar las cartografías consolidadas de nuestro campo cultural y nuestra cultura política. Si aunque mínimamente sirviera para alimentar nuevas indagaciones orientadas por estas inquietudes, tendría para agregar a la gratitud por los que me acompañaron en la tarea,[6] y las ya mencionadas colaboraciones recibidas, nuevos motivos de agradecimiento y de felicidad por la publicación de este libro.
Bibliografía
Biagini, Hugo (1989). Filosofía Americana e identidad. El conflictivo caso argentino, Buenos Aires, Eudeba.
Biagini, Hugo y Arturo Roig (dirs.) (2004). El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo xx. Tomo 1, Identidad, utopía, integración (1900-1930), Buenos Aires, Biblos.
Galasso, Norberto (2013). “José Gabriel López Buisán, ese hombre desconocido y olvidado”, Tiempo Argentino, 20 de marzo de 2013.
Korn, Guillermo (2017). Hijos del Pueblo. Intelectuales peronistas: de la Internacional a la Marcha, Buenos Aires, Las Cuarenta.
- CONICET/UNLP.↵
- Al abordar la reacción antipositivista en la Argentina de la década de 1920, Biagini ubicó a José Gabriel entre una pléyade de iconoclastas. Hugo Biagini. Filosofía Americana e identidad. El conflictivo caso argentino, Buenos Aires, Eudeba, 1989.↵
- Norberto Galasso. “José Gabriel López Buisán, ese hombre desconocido y olvidado”, Tiempo Argentino, 20 de marzo de 2013.↵
- Guillermo Korn. Hijos del Pueblo. Intelectuales peronistas: de la Internacional a la Marcha, Buenos Aires, Las Cuarenta, 2017.↵
- Hugo Biagini y Arturo Roig (dirs.). El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo xx. Tomo 1, Identidad, utopía, integración (1900-1930), Buenos Aires, Biblos, 2004.↵
- Especialmente a Marisa Miranda y Joaquín Vallejo.↵