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Chile, octubre de 2019

Saberes que surgen desde la acción colectiva y resistencia para salir de un sistema
híbrido neoliberal

Edgardo Carabantes Olivares[1]

Introducción

Los movimientos sociales son colectivos de personas que se ubican de manera externa al poder en torno a objetivos que signifiquen una mejora de la vida y utilizan diversas estrategias de resistencia (Almeida, 2020).

La consideración de los movimientos sociales como espacios de aprendizaje se fundamenta en el reconocimiento de ellos como instancias educativas en los que se generan saberes desde la participación y el ejercicio activo de la ciudadanía, a través de la reflexión crítica y la acción transformadora (Melero & Gil-Jaurena, 2019; Schroering, 2019; Hlatshwayo, 2022; Abril & Aguado, 2022). Los movimientos sociales constituyen un espacio educativo de carácter no formal, así como también de tipo informal, en los que quienes participan en ellos, a través del diálogo, la polifonía y el debate, construyen teorías, técnicas y conocimientos instrumentales, así como éticos, además de una comprensión acerca de cómo se estructuran las sociedades y los derechos individuales y colectivos (Hadassa, Pereira & Bezerra, 2019). Los movimientos sociales son verdaderos laboratorios generadores de aprendizaje (figura 1), puesto que en ellos se producen nuevos conocimientos impregnados de radicalidad; son además espacios en los que se profundiza una comprensión acerca de cómo funciona el mundo, las herramientas para cambiarlo, así como visiones alternativas de ser y vivir (Novelli, Benjamin, Çelik, Kane & Kutan, 2021).

El estallido social chileno del año 2019 fue un movimiento social que, si bien giró en torno a ciertas demandas colectivas que venían planteándose desde hacía años, albergó dentro de sí, a su vez, diversas organizaciones con reivindicaciones propias, tales como los movimientos feministas, los pensionados, los estudiantes, las diversidades, los indigenistas, etc.

Desde la perspectiva anterior, resulta interesante plantearse la pregunta acerca de cuáles fueron los saberes que se generaron en el movimiento social chileno (estallido/revuelta) del año 2019. Para responder aquello, acudiremos, por una parte, a nuestra propia experiencia como participantes de dicho proceso y, además, a una revisión de medios de comunicación alternativos e investigaciones publicadas con posterioridad.

Figura 1. Movimientos sociales como espacios de aprendizaje

Pergeñando saberes

Lo ocurrido en Chile a partir del 18 de octubre del año señalado significó un cuestionamiento profundo al modelo político, económico, social y ético que se empezó a instalar desde el golpe de Estado de 1973, que derrocó al gobierno de Allende. Lo que se ha mantenido sin solución de continuidad hasta el día de hoy. Si bien es cierto que el estallido social se desencadenó por el alza del pasaje del tren subterráneo, también es verdad, como quedó de manifiesto en algunos de los eslóganes que se escribieron a poco iniciado el movimiento, que, más allá del alza, lo que se cuestionaba era precisamente los casi treinta años de inmovilidad estructural del modelo dictatorial neoliberal después de terminado este (Salinas, Castellví & Camus, 2020). Durante los meses en que se desarrolló el movimiento, se construyó una identidad discursiva que se constituyó en una fuente para detectar los núcleos valóricos y las acciones, que iban dando cuenta de saberes que emergían desde la vitalidad colectiva. Consideramos saberes aquellas prácticas que se habían perdido durante los años del neoliberalismo.

Saberes reconstruidos

Rescate del sentido comunitario: “… no nos separemos…”

Uno de los saberes que se puede esbozar es el del rescate del sentido comunitario. Cansados del individualismo propugnado por la ideología neoliberal, quienes participan del estallido social sienten que se han reencontrado, lo que queda expresado en la frase “Ahora que nos encontramos, no nos separemos”. Se revaloriza el sentido comunitario, rediseñando un tejido social que se configura en las marchas, asambleas, concentraciones; es el entramado social (Tapia, 2022), que trasciende el situarse en el mundo aisladamente. Es el Ser-con, como señala Espósito (2012). En el entendido de que una comunidad se funda en el deber, la deuda que tenemos para con los/as otras/otros, de acuerdo al filósofo italiano. Se es en tanto se está con otros. En las manifestaciones de esos meses de 2019, confluyó una diversidad de organizaciones, además de personas que asistían por propia iniciativa. Reencontrarse en torno a las demandas de justicia e igualdad, les (nos) hacía sentirse alegres; sentimientos de fraternidad llenaban los espacios de las plazas y calles. No es que durante los años transcurridos entre 1990 y 2019 no hubiera habido organizaciones o experiencias locales de fuerte sentido comunitario, sino que lo que señalamos es que, durante la revuelta social, el sentido comunitario se masificó, de manera que llenó los espacios públicos. La comunidad no es una propiedad que se comparte, un atributo colectivo, sino una manera de ser con los otros/otras; una definición ontológica. Es un asomarse a la existencia fuera de sí, exponerse a las otras y los otros (Espósito, 2012). Es lo que verdaderamente ocurrió en esos meses del estallido.

La dictadura cívico-militar nos atomizó y separó a través del miedo, del terror. Luego, durante los 29 años de gobiernos pseudodemocráticos, se desmovilizó el sentido de comunidad enmarcándolo a la institucionalidad dejada por la dictadura. “Hay que cuidar la democracia”, se ha dicho hasta el cansancio cada vez que resurge la experiencia de “ser” con otros. Pero la democracia chilena, como veremos más adelante, es más bien una ficción. El ideario impuesto a sangre y fuego a partir de 1973 buscaba quebrar la posibilidad de ser con otros, para producir una comunidad fragmentada o perdida (Bengoa, 2018).

La recuperación del sentido de protección colectiva

No se trata solo de la recuperación de lo comunitario como apertura, encuentro, exposición a la otredad, sino que, además, en el caminar de esos trayectos, cada uno y cada una se hace responsable del cuidado de los otros o las otras; al decir de Tapia (2022), esto sería incidencia de las propuestas de los movimientos feministas. Es del caso recordar que, a pocos días de iniciado el movimiento, se empezaron a conformar grupos de jóvenes a los que se los denomina “la primera línea”, ya que, equipados con elementos muy precarios –escudos hechos de maderas, latas; cascos de los que se usan para andar en bicicletas, etc.–, se posicionaban en la parte frontal de las marchas, para proteger a los participantes de la represión policial, desarrollando habilidades tales como la de apagar las bombas lanzadas por la policía para que el gas tóxico causara el menor daño posible (Labbé, 2021). Surgieron, además, agrupaciones de primeros auxilios para brindar asistencia a las y los heridos por la represión policial; también observadores de derechos humanos a manera de voluntariado, con el fin de registrar las vulneraciones y los crímenes de lesa humanidad que se estaban cometiendo. Personas que incluso no participaban de las manifestaciones preguntaban el nombre a los detenidos y las detenidas o dejaban registro de las detenciones, con el fin de brindar aunque fuese un poco de protección a aquellos y aquellas que caían en las manos de las fuerzas represivas. El sentirse vulnerable y vulnerado tenía como efecto el hacerse cargo unos de otros u otras.

Volviendo a ser solidarios: experiencias de proyectos colectivos (panaderías)

Durante el estallido social, empezaron a generarse o relevarse acciones o proyectos solidarios que forman parte del movimiento en sí mismo (Demartini, 2020). Las ollas comunes e iniciativas como panaderías comunitarias proliferan en distintos barrios populares del país. No es de por sí algo novedoso, ya que siempre ha sido una respuesta de resistencia y de ayuda mutua entre los y las “pobres” de Latinoamérica. La novedad radica en que, después de años de ser golpeados por la ideología neoliberal, con su énfasis en el individualismo, la memoria rescata lo que aparentemente había sido olvidado (Labbé, 2021; Martínez, 2021; Cooperativa de Editoriales Fío-Fío, 2022).

Manejo de medios de prensa alternativos, el valor del testimonio: cómo disputar el manejo de la información hegemónica

Otro de los saberes que se hizo evidente en el transcurso del estallido social es la importancia de ofrecer información a través de medios que no sean controlados por las grandes empresas, que, en el caso chileno, controlan aproximadamente el 92 % de los medios de comunicación. En un país como Chile, que exhibe una alta concentración de los medios de comunicación y una creciente pérdida de confianza en ellos por parte de los habitantes (Núñez, 2021; Elías, 2020), ha sido muy importante para contrarrestar la desinformación que entregan los medios de comunicación manejados por los grandes poderes económicos el surgimiento de medios alternativos.

Reterritorialización

El modelo neoliberal instalado en Chile fue creando a lo largo de los años verdaderos guetos para las y los más pobres. Los antiguos campamentos de la década de los sesenta e inicios de los setenta fueron desapareciendo, dando paso a poblaciones periféricas conformadas por “casas” infinitamente pareadas de dimensiones muy reducidas: veinticuatro o treinta y seis metros cuadrados. Espacios sin plazas, estructurados en torno a estrechos pasajes, en los que sus habitantes, alejados del centro de las ciudades, difícilmente podían desplazarse hacia ellos. Con un sentido de pertenencia a la marginalidad, a la exclusión.

Una de las características del estallido social fue el desplazamiento de muchos habitantes de las periferias hacia el centro de las ciudades, pero además hacia los barrios percibidos como más “acomodados”, en lo que significó una desterritorialización/reterritorialización de los espacios urbanos (Ferrada, 2021; Caulkins, Fontana, Aracena & Cobos, 2020). Es un tipo de saber que expresa la conciencia de que el territorio urbano ha sido construido bajo una perspectiva hegemónica de los grupos dominantes, cuyo contenido es lo europeizante, así como la concreción de la visión de identidad humana impuesta por el capitalismo neoliberal. El desplazamiento diario de los y las pobres desde sus territorios marginados, precarizados, violentos y violentados hacia esos otros espacios que reflejan la prosperidad de un sector de la sociedad, pero que la clase dominante impone a través de sus simbolismos y el discurso, como el reflejo de la prosperidad nacional, configura una disputa política entendida más que como la apropiación del espacio urbano, como una manera de decir “¡Aquí estamos nosotros las y los excluidos!” (Caulkins et al., 2020). Constituye esto una resignificación de los territorios, esto es, una disputa por la realidad simbólica, pero, además de ello, la disputa es fáctica, en lo que entiendo como la reterritorialización de los espacios urbanos, una manera de que los cuerpos que viven en la marginalidad se hagan visibles ahí donde nunca lo fueron. “¡Ándate a tu población de mierda, roto conchetumadre!”, le dice un día de noviembre de 2019 un habitante de La Dehesa, un sector en el que viven familias de altos ingresos, a uno de los manifestantes que, junto a otras personas, protestaba en un centro comercial del sector. Acción que evidencia la desterritorialización de la que damos cuenta.

Hacer una lectura distinta del sistema político

Los saberes a los que nos hemos referido en los puntos anteriores pueden formar parte de un saber mayor, que, a nuestro juicio, es la apertura a releer y resignificar el sistema político chileno, como igualmente el de otros países latinoamericanos. Se ha dicho incansablemente que Chile recuperó la democracia, una vez terminada la dictadura cívico-militar que gobernó el país entre 1973 y 1990. Todo el “mundo” (desde el ciudadano común hasta analistas políticos de connotada reputación, organismos internacionales que miden los grados de democracia, gobernantes de otros países, etc.) ha dado por sentado que hubo una transición hacia la democracia y que esa transición terminó en algún momento de manera exitosa. Aparentemente, muy pocos y pocas se cuestionan esto. Llamamos “democracia” a lo que no lo es. La representatividad desconectada de los electores y las electoras y del mundo social, por una parte, y el manejo de la información por parte de los grupos dominantes, por otra, entre otros elementos, nos han hecho vivir en sistemas híbridos a los que se sigue llamando “democracias” (Balderacchi, 2022; Carabantes, 2022; Sciullo, 2022; Rancière, 2020). El capitalismo neoliberal ha tejido una red de la que es difícil escapar porque, a través de la violencia simbólica y, cuando es necesario, de la violencia directa, manipula las voluntades, las relaciones sociales, las categorías conceptuales.

Por ello, los saberes señalados en los puntos anteriores, a saber, el rescate del sentido comunitario, la recuperación de la responsabilidad por el otro o la otra (protección colectiva), volver a ser solidarios como práctica habitual no episódica, el manejo de la información y el uso del testimonio por parte de medios de prensa alternativos y la reterritorialización, son constitutivos, diríamos, de este saber de nivel superior, que es la relectura del sistema político (figura 2), que requiere además de habilidades como la lectura crítica de la información para discernir aquello que verdaderamente es (Sciullo, 2022). Son parte integrante y necesaria para que el nivel superior se pueda dar, porque introducen prácticas cotidianas, distintas a las del neoliberalismo, que hacen remirar el mundo que se nos describe por parte del discurso oficial y hegemónico, pudiendo constatar la inadecuación entre el mundo discursivo y el mundo fáctico. Entre las frases que se dijeron o se escribieron en los muros durante esos días del estallido, se hizo muy conocida la expresión “Chile despertó”. Ella refleja de buena manera este saber de nivel superior ya que ese despertar colectivo es en el fondo el logro de un mayor nivel de consciencia para releer la realidad.

Figura 2. Saberes emanados del movimiento social chileno de 2019

Conclusiones

Cuando expuse estas ideas en el año 2022, en el marco de la i Jornada Internacional de Gobierno y Políticas Públicas en Latinoamérica, de la Universidad de Lanús, Argentina, estaba todavía lleno de un optimismo moderado, ya que si, por una parte, el proceso constituyente que se había desencadenado a partir del estallido social de 2019 había logrado hasta ese momento sobreponerse a los obstáculos y amarres de la clase dirigente y empresarial, por otra, lograba vislumbrar lo que podría suceder en el plebiscito de salida, puesto que había conversado cotidianamente con personas humildes (pobres) en distintos espacios, y logrado constatar que todas ellas me decían que su opción era sufragar por la opción “rechazo” a la nueva Constitución. Cuando les preguntaba las razones de aquella decisión, las respuestas que me daban se centraban en señalar que “tenía muchas ideas comunistas”, que “promovería el terrorismo”, que se “hablaba mucho de los pueblos indígenas”, etc. Lo cual me permitía entender el impacto que estaba teniendo la campaña de desprestigio y del terror de los sectores conservadores (centro y derechas), así como del empresarial, a través de los medios de comunicación (de los cuales son propietarios).

Aquello que vislumbraba se confirmó el 4 de septiembre de 2022, ya que la opción de rechazar la nueva propuesta constitucional se impuso por tres millones de sufragios de diferencia. A partir de ese momento, lo que se está viviendo es una farsa, puesto que el proceso constituyente está siendo dirigido a nivel cupular por los mismos grupos que eran rechazados y repudiados durante el estallido social. Esto, indudablemente, nos hace reflexionar en torno a los saberes que hemos esbozado. ¿No tuvieron ellos la potencia necesaria para neutralizar y revertir la campaña conservadora?; ¿hasta qué punto lograron dichos saberes permanecer en el tiempo?; ¿fueron ellos internalizados por quienes no participaban directamente en el movimiento social?; ¿lograron darse cuenta los y las participantes del potencial educativo que tiene todo movimiento social?

Bibliografía

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  1. Universidad de La Serena (Chile). Correo electrónico: edgardo.carabantes@gmail.com.


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