Emancipación y diferencia sexual en las izquierdas de Buenos Aires
a fines del siglo XIX
Alejandro Zoppi[1]
Introducción
En 1895 el periódico anarquista La Questione Sociale publicó un folleto de Anna Mozzoni titulado “A las hijas del pueblo”. Se trataba de una iniciativa que buscaba promover el anarquismo entre las mujeres y, por lo tanto, se decidió imprimir una serie completa de artículos escritos por mujeres y para mujeres. No obstante, en la publicación final, aparecía una voz más, la de la redacción.
Efectivamente, el grupo editor, liderado por Fortunato Seratoni, agregó al inicio de los diversos folletos textos a modo de prólogo o introducción. Para el caso de “A las hijas del pueblo”, este texto inicial incluía una manifestación de intenciones en la que se posicionaban como “nosotros, los anarquistas” y que expresaba el deseo de reivindicar, “para vosotras, la razonable igualdad delante del sexo masculino” (Mozzoni, 2015, p. 71). Es decir, construía un nosotros que se identificaba con lo masculino, un vosotras, identificado con las mujeres a las que estaba dirigida la publicación y una relación de asimetría entre ambos grupos. Esta distinción resultaba común en los textos de las izquierdas en la última década del siglo xix, ya que la llamada “cuestión de la mujer” constituyó parte de la agenda recurrente de problemas que abordaron.
Tan es así que, además de La Questione Sociale, se puede apreciar en las publicaciones de La Voz de la Mujer, periódico anarquista publicado por mujeres en 1896, pero también en textos provenientes de los sectores más extremos del socialismo, como los que escribió José Ingenieros desde el Centro Universitario Socialista, a partir de 1895, o sus artículos en el periódico La Montaña en 1897.
Justamente, en trabajos anteriores hemos referido al lugar en el que se posicionaron las mujeres anarquistas para comprender las asimetrías entre varones y mujeres, cómo reconocieron que estas no eran solo una problemática de los ámbitos burgueses, sino que además acontecía al interior del propio anarquismo y, a partir de allí, pronunciarse como sujetos políticos autónomos que construyeron desde una perspectiva propia su opinión acerca de sí mismas y de sus interlocutores (Zoppi, 2021, p. 22).
No obstante, ha quedado pendiente indagar acerca de la forma en que estos varones de las izquierdas, muchos de ellos promotores de la emancipación de la mujer, se construyeron a sí mismos, de qué manera comprendieron ese sexo masculino y cómo pensaron la relación con sus compañeras. Realizar tal indagación es el objetivo de este trabajo.
Para estudiar este tema, será clave trabajar sobre preguntas como, por ejemplo, qué rasgos físicos o morales asignaban al sexo masculino, qué tipo de legitimación tenían esos rasgos, si fundamentaban alguna forma de ordenamiento particular, si proponían algún tipo de jerarquías y, en caso afirmativo, qué sucedió cuando esas jerarquías fueron puestas en debate.
A su vez, resulta clave analizar esta comprensión de lo masculino en un contexto más amplio. Efectivamente, a finales del siglo xix en la Argentina, uno de los temas que tuvo gran relevancia en los debates públicos se vinculaba con la formación del ciudadano. Sobre todo, teniendo en cuenta la llegada de enormes cantidades de migrantes, muchos de los cuales tuvieron resistencia al momento de nacionalizarse.
Teniendo en cuenta ese contexto, una lectura que resulta clave para abordar el tema tiene que ver con el trabajo de Lilia Bertoni Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. En este texto, en el que trabaja sobre la construcción de la nacionalidad a finales del siglo xix, la estudiosa explica cómo, a partir de la llegada masiva de migrantes, la dirigencia del Estado argentino modificó paulatinamente su mirada optimista acerca de la llegada de europeos, sobre todo al percibir una serie de resultados que no deseaban.
Efectivamente, muchos de los recién llegados no renunciaban a su ciudadanía de origen, se asentaban según su procedencia, continuaban hablando su idioma y educaban a sus hijos en la cultura de su país. Bertoni no solamente describe los acontecimientos, sino que también trabaja sobre los debates que se produjeron en torno a si la Argentina debía tener un enfoque cosmopolita frente a esa realidad o si en las medidas propuestas debía primar una aproximación que hiciera énfasis en los valores nacionales.
En este contexto, la estudiosa habla acerca del auge militarista que aconteció en la Argentina, sobre todo a partir de la década de 1880, y cómo la formación en áreas tales como gimnasia y tiro se convirtió en un tema de agenda para un Estado que sostenía que la población debía estar capacitada para defender a la nación en caso de darse un conflicto armado.
Si bien el texto no constituye en sí mismo un estudio de género ni tiene por objetivo abordar su temática desde esa perspectiva, es relevante a los efectos de este trabajo porque establece un vínculo entre la formación de los cuerpos y el interés del Estado por construir al ciudadano.
Esa relación estuvo presente en el ámbito público en general a partir de diversos proyectos de instrucción, reclutamiento y conscripción para abastecer al ejército de línea o la Guardia Nacional, pero también, en lo particular, a partir de las diversas iniciativas para incluir en la propuesta educativa oficial instancias de formación en dichas áreas.
Efectivamente, tal y como planteó Juan Carlos Tedesco en su texto Educación y sociedad en la Argentina (1880–1945), el Estado se hizo cargo de la preocupación por garantizar un ordenamiento político estable a través del dispositivo escolar que privilegió este aspecto, antes que el desarrollo de saberes vinculados al modelo productivo.
Por este motivo, resulta importante también observar cómo se comprendió la diferencia sexual en el ámbito educativo. En ese sentido, Pablo Scharagrodsky realizó sus estudios sobre el sistema educativo oficial y sobre cómo este, a través de la educación física, aplicó principios de las ciencias naturales para disciplinar los cuerpos según jerarquías basadas en la diferencia sexual.
En su texto “La educación física argentina en los manuales y textos escolares (1880-1930)”, el estudioso presenta una caracterización acerca de diversos manuales que, a lo largo del periodo, recibieron el aval del Estado a partir de modalidades directas o indirectas de promoción y difusión. Su trabajo se encuentra centrado en la configuración de los cuerpos para que estos fueran funcionales a las necesidades del orden establecido y en cómo la diferencia sexual fue uno de los criterios de mayor relevancia al momento de caracterizar, describir, proponer actividades y asignar funcionalidades.
Por otro lado, en su texto “Dime cómo te mueves y te diré cuál es tu sexo: discurso médico, educación física y diferencia sexual a finales del siglo xix y principios del xx”, el estudioso realiza un análisis acerca del tratamiento que el discurso médico tuvo respecto de la diferencia sexual y de cómo este ofreció argumentos para legitimar un ordenamiento que fue enseñado y aprendido a través de la educación física en el sistema escolar oficial. A lo largo del texto, menciona al menos cuatro especialidades desde las que el discurso médico describió e interpretó al cuerpo. Tanto la anatomía descriptiva, que observaba y describía el cuerpo según sus rasgos visibles, como la fisiología, que definía funciones del organismo interno, la ginecología, que se centró en determinada genitalidad y asignó un sentido predominantemente reproductor, o la antropometría, que clasificaba, normalizaba y jerarquizaba a partir de medidas tomadas de forma metódica.
Todas ellas ofrecieron una interpretación del cuerpo y excluyeron otras interpretaciones posibles. Scharagrodsky concluye su texto estableciendo que estas interpretaciones posibles, en definitiva, contribuyeron a la “fabricación de los cuerpos femeninos” (Scharagrodsky, 2014, p. 92) y podríamos agregar masculinos, por lo que la exclusión tuvo una dimensión política.
Teniendo en cuenta estos aspectos sobre la sociedad argentina, este trabajo tiene como fuentes principales a los textos que el joven Ingenieros produjo entre 1894 y 1897. Este periodo en el cual el pensador realizaba sus estudios universitarios ha sido caracterizado por Falcón como un momento de ideas revolucionarias (Falcón, 1985, p. 179) en el que produjo textos como ¿Qué es el socialismo? (1895) o sus artículos de La Montaña (1897), en los cuales registró su mirada sobre la sociedad de su tiempo, sus problemas y las soluciones que consideraba pertinentes.[2]
A su vez, se utilizan los folletos de propaganda anarquista entre las mujeres de La Questione Sociale (1895) y los textos de La Voz de la Mujer (1896-1897).
Aquí es relevante realizar algún comentario acerca de por qué incluir textos escritos por mujeres en un trabajo que intenta indagar acerca de la construcción del varón. Esto tiene que ver con el posicionamiento desde el cual se realiza la observación. En ese sentido, el sociólogo Jokin Azpiazu Carballo propone que, al momento de situar la mirada, se evite un enfoque desde el cual la comprensión de lo masculino se defina únicamente desde la perspectiva del varón ya que esa autorreferencialidad no suele posicionar la observación sobre las relaciones de poder. Por el contrario, la propuesta que considera más acertada es aquella que promueve un “desplazamiento de la mirada para obtener puntos de vista más complejos, ricos y sustanciosos” (Azpiazu Carballo, 2017, p. 31).
En consecuencia, trabajar la construcción de lo masculino no solo desde los textos escritos por varones, sino también a partir de la perspectiva de la otredad, ofrece un punto de referencia que resulta interesante ya que la observación de la relación entre la mirada de las mujeres y lo que los varones dicen de sí mismos tiene la potencia de dejar en evidencia una relación jerárquica.
Es por este mismo motivo por el que, además de incluir documentos en que se hicieron presentes las perspectivas de las mujeres, este trabajo analiza la construcción del varón desde una dimensión relacional, es decir, a partir de la diferencia que se propone entre estos y otras identidades.
El recorte temporal tiene que ver con la periodización propuesta por Falcón que ubica entre 1894 y 1897 a un joven Ingenieros, estudiante de medicina, miembro del Partido Socialista y participante del Centro Socialista Universitario. A su vez, el recorte espacial está restringido a la Ciudad de Buenos Aires, sitio de publicación de las fuentes utilizadas.
Formar los cuerpos de la ciudadanía según la diferencia sexual
En las últimas décadas del siglo xix, la Argentina se convirtió en uno de los destinos para los grandes movimientos migratorios del momento. No se trataba de un fenómeno nuevo ni imprevisto. De hecho, en las Bases redactadas por Juan Bautista Alberdi, los migrantes debían cumplir un rol clave ya que constituían un factor que traería “el espíritu vivificante de la civilización europea a nuestro suelo” (Alberdi, 1856, p. 52).
El Estado argentino acompañó estas ideas ya sea a partir de la Constitución sancionada en 1853,[3] como a través de normativas jurídicas como la Ley de Inmigración y Colonización, sancionada durante el gobierno de Nicolás Avellaneda,[4] o la Ley de Ciudadanía de 1869.[5]
A partir de la década de 1880, los grandes contingentes europeos tan deseados llegaron. Sin embargo, con el correr de la experiencia migratoria masiva, las autoridades nacionales empezaron a modificar sus expectativas acerca de este proceso, especialmente al percibir una serie de efectos que les resultaban indeseados. Sobre todo, porque las personas que arribaban no se nacionalizaban, se asentaban acorde a sus procedencias, no se preocupaban por comprender el idioma o educar a sus hijos según los valores de la nacionalidad argentina.[6] Este fenómeno, acompañado por el incremento de las tendencias nacionalistas de los países europeos, encendió alarmas entre los grupos dirigentes de la Argentina.
En ese contexto, las nociones de nación y ciudadanía se convirtieron en temas de debate, sobre todo entre los sectores que interpretaban que la Argentina debía tener una postura aperturista y, por ende, eran denominados “cosmopolitas”, y aquellos que pensaban que la formación de los futuros ciudadanos debía estar atravesada por la reivindicación de valores nacionales y, por lo tanto, fueron definidos como “nacionalistas” (Bertoni, 2007, p. 13).
La diferencia de posturas suscitó acalorados debates en la sociedad argentina, pero también en el recinto de la legislatura, en los cuales lo que en definitiva se discutía tenía que ver con preguntas como qué es aquello que constituye la nacionalidad, si es esta lo mismo que la ciudadanía, o cuáles eran las características y atribuciones que debía tener el ciudadano argentino.
A lo largo de esos debates, se hizo énfasis en diversos temas, como el lenguaje, los símbolos patrios o la narración histórica,[7] pero también se refirió a los cuerpos. De esta forma, al describir al ciudadano o enunciar las características de este, no solo se esperaba que hablase en la lengua nacional, que celebrase las festividades o realizase juramentos a los símbolos patrios, sino también que educase su cuerpo según las necesidades de la nación.
Y ¿cuáles consideraban que eran las necesidades de la nación? Una primera aproximación la ofrece Bertoni al referirse a la situación de definición limítrofe con Chile. Efectivamente, las diferencias en criterios y posiciones con el país trasandino hicieron que el conflicto armado fuera una hipótesis altamente probable en las dos últimas décadas del siglo xix. A la vez, el triunfo de Chile en la guerra del Pacífico colocaba a este país en una posición militar ventajosa a nivel regional.
Por ende, “la reorganización del ejército, la instrucción de los soldados, la práctica de la gimnasia o la formación de jóvenes saludables en la década del noventa fueron vistas en relación con la construcción de la nacionalidad” (Bertoni, 2007, p. 213). Los propios fundamentos de la Guardia Nacional estaban basados en la noción del ciudadano soldado ya que estos pertenecían a un cuerpo de reserva con el propósito de asistir militarmente al Estado en tiempos extraordinarios (Bertoni, 2007, p. 214). Eran, por lo tanto, ciudadanos de entre diecisiete y cincuenta años que, bajo ciertas circunstancias, podían asumir funciones militares.[8]
El modelo que se tomaba era el de Alemania, nación triunfadora en la guerra franco-prusiana en la década de 1870 y que tenía, entre sus grandes logros, instituciones educativas lo suficientemente desarrolladas para ofrecer instrucción de carácter militar desde la educación primaria hasta el ejército regular.
No obstante, la adhesión a estas ideas no era unánime. Entre aquellos que las apoyaban, se encontraban sectores de la política, las letras, el arte, el mundo empresarial, por supuesto, el ejército, pero también clubes y asociaciones deportivas. Grupos que compartían un “entusiasmo por la preparación física, la gimnasia y el tiro, actividades que asociaban con valores morales y patrióticos” (Bertoni, 2007, p. 216).
Para estos grupos, la nacionalidad era un valor superior; por lo tanto, la defensa de la patria estaba por encima de los intereses y vínculos individuales y, por ende, se esperaba por parte de los individuos una actitud de entrega (Bertoni, 2007, p. 217). Entrega para formar el cuerpo acorde a las funciones esperadas del ciudadano soldado, pero también para ponerlo en la línea de fuego, de ser necesario. Es decir, desde esta concepción, el cuerpo debía estar formado y disponible cuando la patria lo requiriera.
Por esa época, se popularizaron las sociedades de tiro y de gimnasia que promovieron estas iniciativas y organizaron eventos propagandistas como el Gran Torneo Gimnástico, que el Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires organizó en 1892.
Sin embargo, como se mencionó previamente, no todos compartían el abordaje propuesto por estos sectores. Ejemplo de ello es que el Club de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, en su intento por promover el Gran Torneo Gimnástico, buscó el apoyo del sistema educativo oficial, pero no lo recibió.
El Consejo Nacional de Educación creía efectivamente en la necesidad de educar al cuerpo, pero existía un debate interno acerca de la orientación que se debía tomar. De hecho, en 1893 el director de la Escuela Normal de Profesores, Honorio Leguizamón, presentó una propuesta en la que sugería la creación de un establecimiento “auxiliar y dependiente de la escuela” al que los niños pudieran asistir para realizar juegos libres durante una hora, luego de la cual harían “ejercicios militares” o escucharían alguna “lección moral o patriótica” (El Monitor de la Educación Común, 1893, p. 132).
En opinión de Leguizamón, este sitio ofrecería grandes beneficios ya que estaría fundamentado en “la Inagotable fuente de atracción para los niños (los juegos) e inspirada en el más noble de los amores del ciudadano: el de la patria” (El Monitor…, 1893, p. 132). Por supuesto, esta propuesta estaba en consonancia con aquellas ideas que sostenían la importancia de realizar ejercicios de preparación militar en el contexto del ámbito educativo.
El proyecto fue estudiado y, en el mes de julio, se informaron una serie de observaciones que destacaban la importancia de los “juegos y ejercicios libres” (El Monitor…, 1893, p. 196), sin siquiera mencionar la posibilidad de realizar formaciones con objetivos militares. La decisión sobre el proyecto quedó plasmada algunos meses después, cuando el Consejo Nacional de Educación presentó la construcción de diversos gimnasios siguiendo las recomendaciones realizadas por la comisión y no la propuesta original de Leguizamón (El Monitor…, 1893, p. 238).
Los debates al interior del ámbito educativo ofrecen la oportunidad para trabajar sobre una segunda aproximación acerca de la construcción del ciudadano y la formación de su cuerpo según aquello que los sectores dominantes interpretaban como las necesidades de la nación.
Aquí sería bueno recordar los debates existentes ante la llegada masiva de migrantes que no se integraban según los valores nacionales. En ese sentido, la educación, en cuanto “mecanismo de control, a través del cual se socializa a las nuevas generaciones dentro del marco de referencia (valores, pautas, etc.) de los sectores dominantes” (Tedesco, 2003, p. 88), fue el principal dispositivo utilizado por el Estado para formar a ese ciudadano deseado, pero que no se generaba de manera espontánea. Este mecanismo operó a través de medios tales como la regulación del acceso, la selección de personal o la definición de un currículum (Tedesco, 2003, p. 189).
En ese sentido, Pablo Scharagrodsky registra la educación de los cuerpos como una preocupación para el Estado argentino que formó parte de los planes de estudio desde las últimas dos décadas del siglo xix (Scharagrodsky, 2013, pp. 139-140). De hecho, el propio Estado intervino en la selección de contenidos para el área de educación física a través de mecanismos tales como las reseñas de textos en El Monitor de la Educación Común, la traducción y publicación de escritos, la donación y distribución de materiales a bibliotecas, y la formación de docentes especializados (Scharagrodsky, 2003, pp. 74-76).
Ahora, ¿qué características tenía el contenido de estos textos? ¿Cuáles eran los valores y las pautas según los cuales socializaba a las nuevas generaciones?
Un primer elemento que se podría marcar es que en varias ocasiones los textos estaban dirigidos tanto a docentes como a familias (Scharagrodsky, 2003, p. 77). Es decir, se entendía que existía un vínculo entre el rol del Estado como educador y la familia ya que esta constituía un agente de socialización primaria y, por lo tanto, era del interés del Estado que operase como reproductora del orden establecido.
En ese sentido, el contenido de los textos orientaba la disciplina hacia la construcción de un “universo moral” que incluía valores como “la obediencia, la disciplina, el orden, la formación de la voluntad, la formación del carácter, el vigor, las fuerzas, la prontitud, la firmeza, la seguridad, la gracia y la perfecta uniformidad”. Al citar un texto de Manuel Gordon, inspector de educación física de la provincia de Buenos Aires, Scharagrodsky menciona que este universo moral resultaba clave para que el individuo supiera “en su vida posterior cumplir con su misión de ciudadano y padre de familia” (Scharagrodsky, 2003, p. 81).
Esta cita resulta interesante porque, por un lado, reafirma la importancia que tenía la educación de los cuerpos para el Estado en la construcción del ciudadano. Pero, por otro lado, resulta curioso que, al observar la dimensión familiar, hacía referencia al padre. Efectivamente, ambas palabras se expresan en masculino, y esto tiene que ver con otro aspecto que se hallaba presente al caracterizar las formas de describir cuerpos en el ámbito de la educación física que utilizaba al varón como unidad de medida (Scharagrodsky, 2014, p. 78).
Efectivamente, los manuales promovían un orden corporal que diferenciaba entre varones y mujeres y ponía a los primeros en una posición de centralidad de manera que la caracterización “no implicó reciprocidad sino más bien desigualdad y cierta jerarquización” (Scharagrodsky, 2003, p. 82). De esta forma, se establecía al varón como un ser favorecido, mientras que se posicionaba a la mujer como un ser naturalmente débil, y por tanto, en la ejercitación propuesta, la diferencia sexual era un criterio para discriminar el tipo de actividades recomendadas para construir diferentes cuerpos.
Esta supuesta debilidad de las niñas resultaba en un problema para los discursos de la época ya que en ellas residía el deber de conservar y perpetuar la especie. Según las corrientes eugenésicas, se debían promover los buenos nacimientos y evitar aquellos que podrían resultar defectuosos (Barrancos, 2007, p. 131), por lo que el cuerpo de la mujer debía ser educado a partir de diversas prácticas para sobreponerse a su inferioridad natural (Scharagrodsky, 2014, p. 75) a fin de servir a su propósito de reproducir la especie. Desde ese lugar, el discurso médico de fines del siglo xix no solo observó y describió a los cuerpos, sino que les adjudicó un sentido (Scharagrodsky, 2014, p. 77). Ese sentido atribuido involucraba un aspecto más y tenía que ver con que, dado que la reproducción resultaba tan importante para el conjunto de la sociedad, entonces, ese cuerpo, al que se le adjudicaba mayor debilidad con relación al del varón, debía ser cuidado y respetado ya que cualquier sobresalto podía poner en riesgo ese destino de maternidad.
Aquí vuelve a aparecer una cuestión vinculada a la disponibilidad de los cuerpos ya que el cuerpo de la mujer estaba destinado a reproducir la especie, pero debía ser preservado dado que poseía una serie de debilidades consideradas naturales. Entonces, a fin de lograr ese objetivo, se activaban mecanismos de control y restricción del movimiento y en la participación de ciertas actividades físicas, económicas, intelectuales y sociales.
Estos mecanismos que se proponían como protectores debían salvaguardar el cuerpo de estas potenciales amenazas, aun contra la voluntad de las propias personas, y se hallaban amparados, incluso, en términos jurídicos ya que, por ejemplo, el propio Código Civil establecía que el varón era un ciudadano de pleno derecho, mientras que las mujeres eran consideradas incapaces y debían estar bajo la tutela de sus padres o maridos para acceder al ámbito público.[9] Mencionar esta característica de la configuración jurídica de lo civil no es un detalle menor. Ya que deja en evidencia que, a pesar de que el cuerpo de los varones también debía estar a disposición, en este caso para asumir la defensa de la patria, aun así ocupaba una posición jerárquica privilegiada respecto del lugar en que la sociedad colocaba a la mujer.
Es decir, la disponibilidad que en ambos casos podía existir no se producía en igualdad de condiciones por, al menos, dos motivos. Primeramente, porque en esa disponibilidad se manifestaban los roles asignados según la diferencia sexual y sus características. Es decir, al varón se le solicitaba el cumplimiento de un papel protector que, a su vez, requería tareas que reforzaban su cualidad viril. Por el otro lado, la disponibilidad que debía tener la mujer estaba relacionada con su rol como madre, ya sea por tener hijos o por la potencia de tenerlos.
En ese sentido, es posible afirmar que la maternidad no constituía un asunto del ámbito privado, ya que era un acontecimiento de interés nacional (Miranda, 2020, p. 112). Aquí aparece el segundo motivo de desigualdad, ya que, como se mencionó previamente, la mujer no tenía injerencia en el ámbito público dado que su participación se producía, únicamente, a través de la mediación del varón que actuaba como su tutor.[10] Por lo tanto, el cuerpo de la mujer también se encontraba a disponibilidad de las necesidades del varón.
Regresando sobre las posturas presentes en los textos escolares, es necesario reflexionar acerca de su legitimación ya que estuvieron fundamentadas esencialmente en el discurso médico de la época. Específicamente, Pablo Scharagrodsky trabaja sobre cuatro especialidades de la medicina que sirvieron como puntos de apoyo, estas son “la anatomía descriptiva, la fisiología del ejercicio, la ginecología y la antropometría” (Scharagrodsky, 2014, p. 74).
Primeramente, la anatomía descriptiva se ocupaba de ofrecer descripciones sobre el esqueleto humano, las articulaciones, la anatomía de los músculos y diversos tópicos similares. Se centraba en los rasgos visibles y se amparaba en una supuesta objetividad de la tarea descriptiva. No obstante, estos análisis siempre estuvieron atravesados por la diferencia sexual (Scharagrodsky, 2014, p. 77). Esto tiene que ver con que, al momento de describir el cuerpo, la referencia siempre era el varón y esta posición de “justa medida” sirvió para indicar cuáles eran las características en las cuales el cuerpo de la mujer se encontraba en falta. Pero, además, las diferencias descriptas fueron utilizadas para legitimar el destino de la maternidad (Scharagrodsky, 2014, p. 78).
En segundo lugar, se alegó la existencia de una fragilidad fisiológica. De esta forma, se establecía que el sistema nervioso de la mujer era más impresionable que el del varón, y, por lo tanto, estas tenían mayor riesgo de ser emocionalmente inestables. Tanto el sistema respiratorio como el circulatorio también eran inferiores, por lo cual tenían mayor predisposición a la pérdida de energía. Por ende, se debía evitar la sobrecarga y existían toda una serie de tareas que, por su propio beneficio, le serían negadas (Scharagrodsky, 2014, p. 80). Por otro lado, se propuso que, al tener un sistema digestivo inferior, debían tener cuidado sobre la ingesta de alimentos y cuidarse, por ejemplo, de la obesidad. Como expresa Scharagrodsky, “en nombre de dichas debilidades se justificaron y legitimaron otro tipo de fragilidades y debilidades sociales, económicas y, muy especialmente, políticas, las cuales circularon y se transmitieron en el interior de la trama escolar” (Scharagrodsky, 2014, p. 80).
Luego, en tercer lugar, aparece la ginecología, que trabajaba sobre la genitalidad. De hecho, existían clasificaciones que proponían que la vida de la mujer atravesaba como etapas la pregenital, genital y posgenital. Esta clasificación ponía el énfasis de la interpretación de la vida en los órganos genitales y en la función de la reproducción. “En consecuencia, la política médica poso sus ojos –¡y sus manos!– sobre ella y, muy especialmente, sobre los órganos genitales: el útero y los ovarios. En parte su atención significó el cuidado de la Nación” (Scharagrodsky, 2014, p. 83).
Finalmente, la antropometría medía el esqueleto, registraba marcas particulares en el cuerpo y fotografiaba. Este saber clasificaba y jerarquizaba los cuerpos a partir de la apariencia morfológica que buscaba evaluar la evolución física y moral estableciendo una diferencia entre quienes eran “aptos y no aptos” (Scharagrodsky, 2014, p. 85). A su vez, centraba parte de su atención en el volumen del cerebro, el cráneo y su vínculo con las capacidades intelectuales.
Como se mencionó previamente, estas especialidades no solamente describían, sino que también asignaban sentidos. De esta forma, se puede destacar que, si bien el discurso adoptaba la estética médica y se nutría de saberes biológicos e higiénicos, estos muchas veces se mezclaban y se confundían con valoraciones morales (Scharagrodsky, 2014, p. 80). Por lo tanto, la construcción de determinados cuerpos terminaba siendo deseable, mientras que otras construcciones eran consideradas como un fallo que debía ser corregido.
En síntesis, la construcción del ciudadano a finales del siglo xix fue un tópico que ocupó la agenda pública y del cual el Estado se hizo cargo. Las características que esa condición de ciudadanía debía tener también fueron objeto de discusión y suscitaron diversos debates que involucraron desde la importancia de la lengua nacional hasta la construcción que debían tener los cuerpos para suplir las necesidades de la nación.
A grandes rasgos, esas necesidades se comprendieron desde diferentes lugares, pero en este apartado destacamos dos de ellos que creemos relevantes. Por un lado, la construcción de un ciudadano que fuera capaz de poner su cuerpo a disposición en tiempos extraordinarios para brindar servicio militar, y, por el otro, la búsqueda de tener cuerpos disponibles para la reproducción de la patria.
Este orden social fue legitimado desde el conocimiento que aportaron los saberes médicos de la época y reproducido a partir de diversas instituciones de las que destacaban organizaciones como las sociedades de tiro y gimnasia, que promovieron la formación en actividades físicas y destrezas vinculadas al ámbito militar. Pero también el sistema educativo oficial, que, sin tener la impronta de la formación castrense, incluyó en su currículum contenidos referidos a la educación física que buscaron educar a los cuerpos según la diferencia sexual.
En estas aproximaciones a las necesidades que, se comprendía, tenía la nación, el papel vinculado a la protección, la lucha, el refuerzo de lo viril se atribuía al varón, mientras que a la mujer le correspondía un destino signado por la maternidad. Pero, además de tener un deber para con la patria, la mujer debía estar a disposición del varón, ya que la maternidad constituía un asunto de interés público, ámbito al que la mujer no podía acceder sin la mediación de un padre, marido o tutor.
Esta restricción al acceso y ejercicio de ciertos actos de la vida civil constituyó un aspecto clave al momento de pensar la construcción de la ciudadanía como un proceso que acontecía de forma plena para el ciudadano varón, pero que solo se producía de manera mediada y, por lo tanto, parcial para la mujer.
La diferencia sexual en los textos del joven Ingenieros
El ámbito de las izquierdas no fue ajeno a los discursos que intervinieron en la formación de los cuerpos a fines del siglo xix. Por un lado, porque muchos de los integrantes de estos grupos eran migrantes. De hecho, al pertenecer tanto al socialismo, como al anarquismo, fueron señalados como parte, e incluso responsabilizados,[11] de aquellos efectos que las elites no deseaban y que, sin embargo, llegaron junto con las migraciones. Por otro lado, en estas corrientes de pensamiento, también estuvieron presentes las ideas eugenésicas de la época.
En ese sentido, José Ingenieros constituye un buen caso para trabajar. Italiano de nacimiento, llegó al Río de la Plata en sus primeros años de vida cuando su familia emprendió el exilio a causa de la persecución política que recibió su padre Salvatore, quien, en Sicilia, era un reconocido periodista socialista (Tarcus, 2011, p. 17).
El propio José Ingenieros fue invitado en 1894 por Juan B. Justo, profesor suyo en la Carrera de Medicina, a incorporarse al socialismo, y ese mismo año fundó el Centro Socialista Universitario. Esta etapa temprana se caracterizó por ser una época en la que Ingenieros “expresó una corriente de opinión socialista revolucionaria de entonaciones libertarias” en algunos tópicos, cercana al anarquismo (Tarcus, 2011, pp. 20-21).
Para 1895, en el ámbito universitario, publicó el folleto titulado ¿Qué es el socialismo?, destinado a promover la participación de estas ideas entre sus compañeros de aulas. Allí trabajó sobre diversos temas tales como la cuestión social, los métodos de acción, el mundo del trabajo, el salario, pero también realizó observaciones sobre la familia y el rol de la mujer.
Sobre estos últimos tópicos, resulta interesante revisar la definición que escribió acerca de la familia.[12] Esta se encontraba fundamentada en la “unión libre”[13] y era la “asociación de dos personas de sexo diferente, impelidos por esa ley natural que hace del hombre y de la mujer dos seres destinados a unirse para la propagación y el perfeccionamiento de la especie” (Ingenieros, s/f, p. 38).
El destino que se proponía para esa asociación ya tenía una fuerte connotación eugenésica ya que involucraba la necesidad no solo de reproducirse, sino también de que el resultado de esa unión libre constituyera un perfeccionamiento. Es decir, la promoción de buenos nacimientos para asegurar un porvenir fuerte.
Al tener tanta relevancia el aspecto reproductivo, la unión libre solo podía acontecer entre dos personas en un contexto heterosexual. Pero estas condiciones no eran suficientes según la concepción presentada por Ingenieros, sino que, además, debía poseer ciertas características, como la presencia del amor. Este factor resultaba fundamental porque aquellas uniones constituidas sin amor eran percibidas como no libres, “forzadas e inmorales”, y, por lo tanto, tenían “consecuencias más inmorales aún” (Ingenieros, s/f, p. 39).
Este vínculo entre pareja heterosexual y moralidad estaba fundamentado en un criterio natural. Después de todo, en la propia definición, la “ley natural” aparecía como el motor de esa unión que, a criterio de Ingenieros, en condiciones ideales, se caracterizaría por tener una condición de “indisolubilidad (no impuesta) con un fin social” (Ingenieros, s/f, p. 39). Es decir, cuando el vínculo estaba fundamentado en un principio natural, era moral y, por tanto, resultaba en una contribución a la sociedad y no debía disolverse. En palabras del pensador, “el cariño recíproco primero, y luego el crecimiento de los hijos serían los lazos naturales que asegurarían la indisolubilidad del matrimonio” (Ingenieros, s/f, p. 39).
Había, no obstante, una situación en la que Ingenieros consideraba que era preferible disolver la unión. Esta aparecía cuando “las garantías naturales no fueran suficientes por razones de carácter o sentimientos divergentes”. En ese caso, era preferible continuar por caminos separados ya que esa unión no resultaba “conveniente para la sociedad”. El motivo, “pues su progenie iría a aumentar, como hoy lo hace, el número de degenerados morales que fluctúa desde la enajenación mental hasta el idiotismo” (Ingenieros, s/f, p. 39). Resulta interesante porque la misma descendencia que, en una unión libre, constituía un lazo natural de indisolubilidad, en un contexto no libre se convertía en la evidencia de la falta de amor mutuo.[14]
A las características previamente mencionadas como causales de la disolución del vínculo, se debe agregar que, en la comprensión de Ingenieros, también eran uniones no libres, sin lazos naturales, aquellas que estuvieran basadas en la conveniencia financiera o en garantías legales, es decir, el matrimonio burgués.[15] Esta aclaración resulta relevante ya que el pensador terminaba reivindicando, desde el socialismo, “el encumbramiento moral de la familia como base de la sociedad” (Ingenieros, s/f, p. 39). No obstante, al hablar de lazos naturales y asociarlos a lo moral, la propuesta de Ingenieros se diferenciaba de la familia burguesa tradicional a pesar de que ambas concepciones coincidían en ofrecerle un lugar privilegiado al rol reproductivo.[16]
A partir de la primacía de la función reproductora y la reivindicación de la familia como base de la sociedad, no resulta extraño que una de las estéticas más utilizadas para describir y jerarquizar en el texto de Ingenieros tuviera que ver con la biología reproductiva. De esta forma, por ejemplo, al referirse a la Comuna de París, explicaba.
Los movimientos prematuros, como la insurrección gloriosa del 71 en París, son siempre estériles, pues no preparados los ánimos para recibir la simiente revolucionaria la esterilizan y revelan su impotencia esparciendo inútil sangre en jornadas luctuosas cual lo fueron las de la Semana sangrienta (Ingenieros, s/f, p. 42).
Se trataba de una descripción que establecía una analogía entre el proceso revolucionario y una relación sexual que no era capaz de tener descendencia y, por lo tanto, resultaba inútil.
Pero, además de la esterilidad, había otro escenario que también constituía un atentado contra la familia y era el libertinaje sexual. En este caso, también utilizó en repetidas ocasiones expresiones vinculadas a la “prostitución” (Ingenieros, s/f, p. 70) y la “lujuria” (Ingenieros, s/f, p. 68), frases como la “promiscuidad en la habitación” (Ingenieros, s/f, p. 31) o el “romance pornográfico” (Ingenieros, s/f, p. 68), como formas de degradación de la condición humana a partir de las cuales criticaba aquello con lo que estaba en desacuerdo, ya fuera el ocio, la ignorancia, la explotación o la burguesía.
Tan es así que, por ejemplo, en la arenga final del folleto, Ingenieros preguntaba a sus compañeros si, desde su condición de futuros médicos, considerando que, a pesar de ser asalariados, tendrían una realidad económica y social de mayor holgura, tendrían “derecho de contemplar impasivos una organización que, reduciendo a la mujer a la expresión de cosa o de ornamento”, la empujaba “en el vertiginoso abismo del lujo y del artificio, que constituyen la vanguardia de la prostitución” (Ingenieros, s/f, p. 70).
Aquí la prostitución aún no estaba materializada, pero constituía ese horizonte al cual la mujer no debía llegar. Para evitar ese destino, Ingenieros proponía tomar acción contra un sistema que cosificaba a la mujer y, por ende, la reducía. Una aclaración relevante para este punto es que esa cosificación de la que hablaba, producto de la organización de la sociedad, se hallaba vinculada a la diferencia que previamente estableció respecto de la familia burguesa que, a la vez, resultaba en una unión no libre y, por lo tanto, inmoral. En ese sentido, para Ingenieros, había una asociación entre matrimonio burgués y prostitución.
Pero este no era el único destino degradante que la organización vigente reservaba a las y los individuos, porque la arenga continuaba diciendo lo siguiente:
… tendríamos por fin, el derecho de fomentar con nuestra despreocupación las tiránicas instituciones que roban el niño a la escuela y lo entregan a la explotación industrial; que quitan el joven al hogar y lo entregan al ejército; que expropian la mujer a la familia y la sumen en el confesionario (Ingenieros, s/f, p. 70).
De esta forma, a partir de una dinámica de pares, el pensador enunciaba a qué ámbito correspondían las y los individuos, a la vez que denunciaba cómo el sistema explotador disponía de esos cuerpos. A la deserción escolar de las infancias para poner su cuerpo al servicio de la producción, ya nos hemos referido en otros trabajos.[17] No obstante, sí resulta interesante destacar que, al momento de establecer un ordenamiento según el ámbito de pertenencia de las personas en edad adulta, aparecía la diferencia sexual. Según la observación de Ingenieros, el varón era quitado al hogar, ámbito del cual era sostén, para ser entregado al ejército. La mujer, por su parte, era expropiada no del hogar, sino de la familia, ámbito íntimamente asociado a la función reproductora.
Al respecto, es importante destacar que la antítesis de esa mujer de familia era la degradación cuya forma estaba vinculada a la disposición sexual de su cuerpo, en el primer caso, desde la cosificación, que representaba la antesala de la prostitución, y, en el segundo, a partir de la satisfacción de los deseos lujuriosos del sacerdote.
Otro tópico en el que también se hizo presente la diferenciación sexual tuvo que ver con el mundo del trabajo. Un primer aspecto tiene que ver con que Ingenieros registró a la mujer trabajadora, sobre todo para vincularla a las actividades textiles. Esto resulta interesante porque, en general, el texto utiliza de forma genérica expresiones en universal masculino. No obstante, la mujer aparece eventualmente cuando se debe relatar algún caso o tarea específica asignada a ella. Es decir, al momento de describir, el varón era la referencia, y la mujer, la excepción. Esto probablemente tenga que ver con que, aun entre los sectores obreros, la visión del mundo del trabajo de la mujer, en general, se realizó desde una óptica varonil (Lobato, 2009, p. 141).
Más allá de las menciones, un ejemplo interesante de esto tiene que ver con la opinión que expresó Ingenieros respecto del ingreso de las mujeres al trabajo. Para el pensador, “la entrada de la mujer a cooperar en la producción no significa más que un aumento en el número de competidores con desastrosas consecuencias para el proletariado en general” (Ingenieros, s/f, p. 22). Esta afirmación, probablemente vinculada a las ideas de Guesde,[18] argumentaba que, como efecto de su acceso al ámbito laboral, se incrementaba la oferta de mano de obra y, por lo tanto, se producía una depresión en los salarios. Si bien el sentido del texto tenía que ver con una crítica a la dinámica propuesta por los capitalistas y sus efectos nocivos sobre los ingresos de las familias obreras, no deja de ser relevante que, en un contexto en el que la mujer tenía amplia participación en la producción, su labor era vista como una cooperación complementaria.[19]
En ese sentido, Ingenieros proponía que el socialismo buscaba la emancipación de la mujer, pero la definía como “su igual nivelamiento bajo el punto de vista de los derechos con el hombre” (Ingenieros, s/f, p. 39). Es decir, nuevamente el varón era la medida que podía cargar de sentido a esa acción emancipadora.
Un último aspecto de la fuente que es relevante comentar tiene que ver con el sufragio universal, al que mencionaba como “una nueva y poderosísima arma” (Ingenieros, s/f, p. 51). Sobre todo, porque ofrecía a los socialistas una oportunidad para, a partir de la lucha legislativa, “hacer la propaganda” de sus ideas (Ingenieros, s/f, p. 51). Sin embargo, al hablar de universalidad, no dejaba claro cuáles deberían ser los alcances de esta y, si bien, al citar el caso alemán, mencionaba entre quienes apoyaban al proletariado a las mujeres que carecían “de derecho electoral” (Ingenieros, s/f, p. 53), no dejaba demasiado clara su postura frente al potencial acceso a ese derecho. Más allá de eso, lo que sí parece estar claro es que registraba a las mujeres como sujetos que, a pesar de no votar, intervenían en la política a partir del apoyo de diversos programas.
Hacia 1897, Ingenieros llevó adelante junto a Leopoldo Lugones la edición de un periódico llamado La Montaña. A lo largo de sus páginas, escribió artículos que trabajaban cuestiones doctrinarias, realizó ensayos morales, opinó sobre la coyuntura, tuvo intercambios con otros órganos de difusión de las izquierdas y comentó textos de diversos autores. A lo largo de esta publicación, en general, existió una continuidad de tópicos respecto de su folleto de 1895.
Tan es así que, en su primer número, al hablar de la revolución y la manera en que esta cambiaría las formas de organización, se refería a la familia, sobre la cual ya había citado la definición de Benoît en ¿Qué es el socialismo? Para su artículo en La Montaña, el pensador ampliaba la información acerca del término, al que le agregaba la caracterización de monogámica y lo hacía en dos ocasiones. La primera de ellas, estableciéndola como un rasgo vinculado a “la apropiación privada de los medios de producción” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 19). Es decir, asociándola a un momento particular de la historia.
La segunda vez que la mencionaba lo hacía para establecer que, al socializarse los medios de producción y desaparecer la división de clases, la familia monogámica estaba destinada a desaparecer ya que constituía una de tantas “instituciones de clase cuya existencia responde a las necesidades del dominio de la una sobre la otra” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 20).[20] Esas instituciones mencionadas por Ingenieros eran clasificadas según tres grandes entidades. Por un lado, el Estado, que operaba desde el ejército, la magistratura, el parlamentarismo. En segundo lugar, aparecía la religión, cargada de fanatismo e ignorancia. Por último, las instituciones de carácter moral, entre las cuales se hallaban la criminalidad, la miseria sexual y, por supuesto, la familia monogámica (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 20).
Estas afirmaciones resultan interesantes porque, en su texto de 1895, el pensador reivindicaba a la “familia como base de la sociedad” (Ingenieros, s/f, p. 39). No obstante, según la caracterización del folleto, la moralidad de la familia solo estaba presente en un contexto de unión libre, en la que la afectividad mutua era una condición necesaria. En ese contexto, uniones basadas, por ejemplo, en el interés económico eran consideradas “forzadas e inmorales” (Ingenieros, s/f, p. 39).
En ese sentido, es probable que la vinculación que establecía en La Montaña respecto del carácter monogámico de la familia mencionada y su acontecimiento en un momento histórico especifico, de apropiación de los medios productivos y explotación, esté relacionada no a la familia encumbrada moralmente en ¿Qué es el socialismo?, sino más bien a la familia burguesa, donde la posesión y la transmisión del patrimonio acumulado constituían parte del contrato familiar. Es decir, el sentido peyorativo asignado a la familia monogámica no tenía tanto que ver con la etimología de la palabra “monogamia”, sino más bien con el sentido histórico que se le asignaba a esta forma de unión.[21] Sentido que tenía razón de ser en la medida en que hubiera un régimen de propiedad privada, pero que, de existir un proceso de socialización de medios productivos, dejaría de tener vigencia.
Quizás, esta diferenciación se pueda observar con mayor claridad al revisar otro tópico sobre el que también hay continuidad con el folleto de 1895 y que tiene que ver con la unión libre. Para ello nos concentraremos en otro artículo del primer número de La Montaña, llamado “La condena de Alcira Boni”.
Sobre este artículo en particular, es importante realizar, al menos, dos lecturas que, en definitiva, tienen que ver con las voces que aparecen. Por un lado, hay elementos del propio fallo judicial, del cual Ingenieros citó varios fragmentos a fin de realizar su crítica que resultan relevantes para comprender cómo se expresaba la diferencia sexual y su relación con la disposición del cuerpo en el ámbito jurídico y que expresan la voz del juez que emitió el fallo. En segundo término, es importante analizar la mirada del propio Ingenieros, en qué puntos enfatizó su crítica al fallo, y cómo legitimó sus argumentos.
Respecto del fallo en cuestión, tiene que ver con un caso en el que un individuo llamado Pedro Intronich agredió sexualmente a su expareja Alcira Boni, quien, en defensa, lo mató. En consecuencia, el juez de la causa determinó una pena de prisión perpetua para ella. En los fundamentos del fallo, el juez realizó una comparación entre esta situación y otra, en la que una mujer llamada Elena Parson también mató a un pretendiente que la agredió sexualmente y, sin embargo, tuvo una pena atenuada. La diferencia para el juez radicaba en que la primera había mantenido relaciones sexuales previas con su agresor, mientras que la segunda no.
En ese sentido, el fallo citado por Ingenieros establecía que “solamente la mujer que no ha sacrificado su honestidad con ninguna concesión, ni ha violentado su pudor, tiene derecho de herir o matar al que intente violarla”[22] (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 31). Desde este punto de vista, solamente una mujer honesta tendría derecho a la contemplación de una reducción de pena, y Alcira, al haber mantenido una relación extramatrimonial, no cumplía con esta característica.
Para analizar este punto del fallo, es interesante observar las anotaciones realizadas por el Dr. Julián Aguirre, vocal de la Cámara de Apelaciones de lo Criminal y Comercial, para la versión comentada del Código Penal en 1887. Allí, respecto del artículo 127 referido al crimen de la violación, establecía que esta constituía un doble ataque, porque comprometía al físico, pero también a la moral, y luego describía los distintos elementos que componían el crimen.
Los elementos de este crimen son: 1.° el empleo de la violencia, ya resulté de vías de hecho directa, o de amenazas contra el cuerpo o la vida, vis vel metus; 2.° la unión corporal, o conjunción de los órganos sexuales; 3.° la falta de consentimiento de parte de la persona atacada. Por lo demás, importa poco que el crimen se dirija contra un hombre o contra una mujer, contra una mujer honrada u otra que no lo sea, porque esta misma no ha perdido la disposición de su cuerpo (Código Penal Argentino, 1887, p. 199).
Es decir, en la interpretación del código, al momento de reconocer la existencia del crimen, no parecía tener relevancia si la violación acontecía contra una mujer no considerada como honrada ya que el problema estaba vinculado, justamente, a que la persona agravada tuviera o no disposición de su propio cuerpo.
No obstante, si la honradez no tenía relevancia al momento de reconocer la existencia del crimen, sí parecía tenerla respecto de la pena aplicada. Tan es así que el artículo 128 del Código Penal establecía que, si la violación se cometía sobre el cuerpo de una mujer casada o menor de doce años, la pena oscilaría entre los seis y los diez años de prisión. Para el caso de las mujeres no casadas, se establecía que, de ser considerada “honrada”, la pena iba de tres a seis años, pero, si esta era prostituta, se contemplaba una pena de entre uno y seis meses de arresto (Código Penal Argentino, 1887, pp. 200-201).
Esta escala de penas resulta sumamente interesante porque, a partir de los comentarios del Dr. Aguirre, es posible observar que el crimen de violación se hallaba vinculado a la disposición sin consentimiento del cuerpo ajeno. No obstante, si comprendemos la existencia de una correlación entre el grado de ofensa a la sociedad que constituye un determinado delito y la pena que se aplica, el artículo 128 indicaría que no era lo mismo atacar sexualmente a todos los cuerpos.
En ese sentido, al observar la caracterización de las personas implicadas, las mayores penas correspondían a las acciones que atentasen contra la capacidad reproductiva ya sea en el marco del matrimonio, o en la potencial maternidad de las menores de doce años. Menor pena correspondía a quien violase a una mujer considerada honrada, pero soltera, cualidad que anulaba, al menos temporalmente, la posibilidad reproductora. Por último, era considerablemente menor la pena para quien cometiera una violación contra una prostituta, mujer que desarrollaba una actividad sexual cuyo objetivo no era reproductivo, pero que, además de tener descendencia, esta, acorde a los principios eugenésicos, no sería beneficiosa para la sociedad.
Para Ingenieros, no obstante, la crítica al fallo no tenía que ver con ninguno de los puntos mencionados, sino que se vinculaba a la noción de unión libre y constitución de la familia a las que había referido tanto en su texto de 1895, como en el artículo “El factor de la revolución”. En el primero de estos escritos, se observaba cómo la moralidad era un atributo de la pareja en la que existía la afectividad mutua, mientras que aquellas fundamentadas en el interés económico eran consideradas como “forzadas e inmorales” (Ingenieros, s/f, p. 39). En el segundo, vinculaba a la familia monogámica como una institución necesaria para reproducir el dominio de una clase sobre otra (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 20).
Para el caso del fallo contra Alcira Boni, el desacuerdo del pensador continuaba con esta línea. Porque, mientras que el juez establecía que la diferencia entre Alcira Boni y Elena Parson tenía que ver con la honradez de sus actos, Ingenieros ponía el énfasis en argumentos de pertenencia de clase. Es importante mencionar que ya hemos referido en otro trabajo a la vinculación que establecía Ingenieros entre burguesía e inmoralidad (Zoppi, 2022), por lo que aquí solamente tomaremos algunos elementos pertinentes al caso.
El énfasis en la pertenencia de clase era evidente desde la caracterización que realizó del juez como un burgués y, por lo tanto, “incapaz de concebir nada elevado o noble” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 31). Pero también cuando repitió esta característica negativa vinculada causalmente a la pertenencia de clase, al referirse a “la burguesa Elena”, quien, si no realizó concesiones, fue “porque no hubo afecto, porque no hubo amor; como no es posible” que lo hubiera “dentro de los prejuicios burgueses”. En todo caso, si en algún momento había existido cercanía con su agresor, fue porque “deseaba realizar un matrimonio; y el matrimonio burgués, que es comercio, implica la negación del amor”, porque “el anhelo de una burguezuela no es amar; es, como todos los actos de la vida burguesa, satisfacer una conveniencia” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 32).
La proletaria Alcira Boni, por el contrario, había actuado según su afecto, sin que le importasen las conveniencias sociales, “amó y se consagró toda al ser que amaba; toda, sin excluir su virginidad, porque la naturaleza ha hecho del coito la consagración más sintética y más tangible del amor” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 32).
Entonces, Ingenieros, al trabajar y criticar el fallo sobre la condena de Alcira Boni, no argumentó desde la emancipación de la mujer, sino desde el conflicto de clases. Es decir, no cuestionaba que existiera una pena diferenciada para personas consideradas honradas y para aquellas pensadas como inmorales. Después de todo, basta recordar que la prostitución y la lujuria eran elementos que aparecían de forma peyorativa en su discurso. Lo que sí marcaba un punto de diferencia entre el punto de vista del juez y el de Ingenieros tenía que ver con la forma de caracterizar aquello que era moral e inmoral.
De esta manera, para Ingenieros, el proceder de Alcira Boni era moral porque se ajustaba a las formas que tenía la naturaleza para expresar amor, característica fundamental en la unión libre proletaria. Mientras que las acciones de Elena Parson, al no tener afecto en ellas, se hallaban cargadas de “todas las inmoralidades de la moral capitalista” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 32). En ese sentido, el problema observado por el pensador no tenía que ver con la diferencia sexual, sino con las relaciones sociales, propias de una etapa de la historia signada por la explotación.
Otro momento en el que se daba una situación similar tiene que ver con los comentarios que realizó Ingenieros sobre el artículo de Guesde y Lafargue titulado “El trabajo de las mujeres y el salario”. Este texto problematizaba, justamente, acerca de la relación entre los ingresos económicos de los hogares obreros y la incorporación de la mujer como mano de obra. En sí, la argumentación del texto tenía continuidad con las ideas que Ingenieros había incluido en ¿Qué es el socialismo?, ya que proponía que, a priori, la participación de la mujer en el taller tenía un efecto depresivo sobre el salario en general y el de los varones en particular.
No obstante, el texto de Guesde y Lafargue ofrecía un análisis más profundo ya que incluía entre sus observaciones la explotación sexual de la mujer en las fábricas, la necesidad de equiparar los salarios por igual trabajo entre varones y mujeres[23] y la idea de que, “en la sociedad futura”, sería condición esencial y determinante que estas se emancipasen económicamente para ser dueñas de sus propios cuerpos[24] (Ingenieros y Lugones, 1998, pp. 86-88).
Para los autores, de efectuarse la equiparación de salarios, existirían dos efectos posibles. Por un lado, podría significar que, ante la posibilidad de tener que pagar igual salario, el capitalista dejara de contratar a la mujer y en ese caso, para garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo, tendría que incrementar el salario del obrero varón. Por el otro lado, podría resultar la continuación de la industrialización de la mujer, que, al percibir el mismo salario que el varón, duplicaría los ingresos de los hogares.
Si bien no es el objetivo de este texto analizar las obras de Guesde y Lafargue, la relevancia del registro de su voz tiene que ver con que el propio Ingenieros decidió realizar una crítica de carácter económico sobre la segunda conclusión a la que habían arribado los autores.
En ese sentido, no concordaba con la posibilidad de que la inclusión de la mujer al mundo del trabajo significase una duplicación del ingreso de la familia obrera, sino que pensaba que o pagarían a ambos la mitad del salario anterior, o se incrementarían los costos de vida, con lo que el ingreso sería solamente nominalmente superior. El único aspecto en el que creía que podía haber un beneficio para la familia obrera tenía que ver con que la incorporación de la mujer a la fábrica actuara “reduciendo el tiempo de trabajo de cada uno de los asalariados que mantenían la familia” (Ingenieros y Lugones, 1998, pp. 87-88).
Desde ese lugar, Ingenieros se limitaba a reconocer la problemática en términos similares a los que ya había expresado en ¿Qué es el socialismo?, aunque, al momento de realizar sus comentarios, no se pronunció sobre la independencia económica de las mujeres y el efecto que podría tener sobre la disposición de los cuerpos de las mujeres. Por otro lado, al respecto de la equiparación de salarios, en definitiva, decidió contradecir una de las conclusiones de Guesde y Lafargue y destacó como único efecto positivo una hipotética reducción en el tiempo de trabajo. En definitiva, al igual que en el caso de Alcira Boni, más que en la diferencia sexual y en el control de los cuerpos, los comentarios de Ingenieros trabajaban más sobre los principios económicos esbozados en el artículo.
Donde sí apareció la diferencia sexual fue en su texto conmemorativo sobre la Comuna de París titulado Bautismo de Sangre. En sí, era una narración de carácter más literario que relataba algunas escenas de las luchas en las barricadas en París en 1871.
Allí, describía al pueblo, compuesto por jóvenes y mayores que, como si fueran hermanos, luchaban por salvar a una “madre moribunda”. Esta comparación era ampliada unas palabras más adelante al mencionar que “nada hay más santo que luchar cuando peligra la madre Libertad” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 94).
El resultado de esa lucha era adverso, ya que esos hermanos “caían unos tras otros; con la sonrisa en las pupilas y la fe en el corazón. Morían con el estoicismo de la gloria, como los apóstoles roídos por las fieras en las arenas del circo romano” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 94). Es decir, al momento de morir, lo hacían con alegría, con esperanza, tenían gloria, trascendían como mártires.
Pero no todos morían, algunos “elegidos por la metralla; valientes y terribles como los caballeros del Sepulcro que ciñeron las sienes de Godofredo con la corona de Jerusalén” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 94). Estos pocos que resistían lo hacían con valentía y llevaban adelante su cruzada cual caballeros.
En estas primeras líneas, la madre era susceptible a ser ultrajada y debía ser defendida. Esta defensa la asumían los hermanos, caballeros, mártires, valientes, gloriosos, feroces, es decir, los viriles.
Pero no solo los varones luchaban en las barricadas, las mujeres también lo podían hacer. No obstante, la entrada de ellas al relato no acontecía a partir de su propia voz, sino a través del sonido de la voz de un niño con hambre. Al escuchar ese llanto, “ella abrió su casaca andrajosa y mostrando a la muerte su seno túrgido, lleno de vida y de promesas, dio a la voz hambrienta su néctar preñado de ideales y aspiraciones” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 95). De esta forma, Ingenieros ponía la esperanza en el porvenir, en la descendencia, y era el rol primero de aquella mujer asegurarse de que ese futuro sobreviviera, aun si eso significaba arriesgar su propia vida.
Allí, sí tomaba un tiempo para describirla. Se trataba de una petrolera “madre, de 20 años, hermosa y pálida”, que, mientras que “en un brazo de los suyos esculturales sostenía al heredero de su miseria y sus odios, descargaba con el otro su arma vindicadora sobre los búhos enemigos” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 95). La mujer podía luchar, pero no era su función principal. Aquí aparecía nuevamente ese rol reproductor, porque, una vez tenida la descendencia, era ella quien debía cuidarla y atenderla. Si quería pelear por su libertad, podía empuñar el arma en una mano, siempre y cuando en la otra continuara sosteniendo a su hijo.
Hace algunas líneas relatamos cómo morían los varones según esta narración. Ellos, con el estoicismo de la gloria, con fe y esperanza, sacrificaban su cuerpo en favor de la libertad. Ella, en cambio, recibió una descarga nutrida de metal y “la frente del niño fue salpicada con sangre humeante que salía, de una frente perforada por el plomo. Y cayó para siempre tras la barricada” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 95). Nuevamente, primero la imagen del hijo y recién después la de la mujer, que sacrificó su cuerpo de veinte años para que su descendencia viviera.
Regresando sobre el inicio del artículo, no había cosa más santa que luchar cuando peligraba la madre –y allí podríamos agregar–, siempre y cuando esta fuera una metáfora de la libertad. De no ser así, era la madre quien sacrificaba su cuerpo porque ese sacrificio era necesario para cumplir su rol primero, asegurar la reproducción.
Por su parte, las características enumeradas al describir al varón remiten a una expresión que Ingenieros utilizó, al menos, en dos de sus artículos, y tiene que ver con la virilidad. El primero de ellos se refería a los escritos de Guido Spano sobre el asesinato de Antonio Cánovas del Castillo. Según Ingenieros, este autor solía escribir artículos que se encontraban en consonancia con la opinión de la prensa burguesa. No obstante, al producirse el asesinato del político español, Guido Spano tuvo lo que Ingenieros consideraba un “rasgo viril” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 268). Ese rasgo tenía que ver con que Guido Spano había tenido el coraje de expresar que, si bien era lamentable la muerte de un hombre, más lamentables habían sido las acciones de Cánovas del Castillo contra su pueblo.
Para Ingenieros, esa “verdad sagrada” constituía “el primer rasgo viril” que le conocía. Sin embargo, la prensa burguesa había decidido no darle exposición a la opinión del mismo escritor al que tantas veces habían ponderado. Las causas según Ingenieros eran que “a la hidalga caballerosidad de otros siglos han sustituido los burgueses la baja avaricia; al honor y la conciencia han sustituido la caja de fierro y el billete de banco” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 268). Es decir, en su discurso, había una correspondencia entre ideas como la verdad, la hidalguía, la caballerosidad, el honor y la virilidad.
Pero la virilidad no solamente estaba vinculada al honor y la verdad, sino también a la acción. En su artículo titulado “La paradoja del pan caro”, Ingenieros protestaba frente a la pasividad que observaba entre los trabajadores frente al incremento en el precio del pan.
De manera retórica, preguntaba si el silencio del pueblo tenía que ver con que le hubieran cortado la lengua, o si sería que con sus lenguas se dedicaban a “lamer las manos perfumadas del amo” que los azotaba y los hambreaba, a lo que respondía que en su opinión eran “abyectos los que lamen, son viriles los que hieren” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 287). Es decir, encontraba un rasgo despreciable en la sumisión y vinculaba la virilidad a la acción, pero no cualquier acción, sino aquella que tenía la capacidad de herir.
Esta vinculación entre virilidad y agresividad continuaba ya que Ingenieros planteaba la necesidad de exigir y no pedir como hacían los débiles, ya que, en definitiva, cada trabajador tenía “cuatro extremidades vigorosas con excelentes aptitudes para lesionar” (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 287).
El artículo terminaba responsabilizando de la pasividad de los trabajadores a la influencia de los sacerdotes, los políticos burgueses y los mercaderes del patrioterismo. Los primeros porque prometían abundancia en una vida futura, los segundos porque desviaban la atención del pueblo con discusiones morales, y los terceros porque utilizaban el nacionalismo y el conflicto con Chile para distraer a los trabajadores.
En definitiva, a lo largo de los artículos de La Montaña, Ingenieros expresó su mirada respecto de diversos temas. Ya fuera a partir de la caracterización de la familia monogámica como una institución vinculada a un momento histórico particular, con la función de reproducir relaciones sociales ligadas a un modo de explotación burgués, o también a partir de los comentarios de casos coyunturales como el fallo de Alcira Boni o artículos de otros autores como el de Guesde y Lafargue. Lo interesante en ambos casos tiene que ver con la aproximación esencialmente económica que tuvo el propio Ingenieros, en el primero porque trabajó las asimetrías desde un punto de vista de pertenencia de clase, y en el segundo, porque se concentró en el análisis económico del salario. En ninguno de los dos, la reflexión estuvo enfocada en las implicancias sobre los cuerpos más allá de que estas se hallaban presentes tanto en el fallo del juez, como en la propuesta de Guesde y Lafargue.
Quizás el caso en el que se hicieron más presentes la diferencia sexual y las implicancias para los cuerpos fue la pieza de corte literario Bautismo de Sangre, en la que aparece la distinción de roles a partir de la forma en que tanto varones como mujeres llevan adelante la lucha. Los primeros, con asociaciones caballerescas, heroicas, identificados con la hermandad, la gloria y el martirio. Las segundas, asociadas a la familia, la función reproductiva y la posibilidad de sacrificar su cuerpo para garantizar el éxito en esa reproducción.
Por último, la mención de la virilidad como un rasgo de carácter, pero también asociada al cuerpo. Vinculada a la verdad, el honor, pero asimismo a la capacidad de tomar acciones agresivas, en las que las extremidades, cargadas de vigor, puedan lastimar en nombre de los derechos de los trabajadores.
La Voz de la Mujer: una mirada alternativa
Los textos del joven Ingenieros, ya fuera en el Centro Socialista Universitario o en las páginas de La Montaña, tenían un elemento en común: no aparecían las voces de las mujeres, ni aun cuando se trataba de un fallo judicial en su contra. Por eso, resulta interesante indagar sobre estos temas en textos como La Voz de la Mujer, un periódico que provenía del anarquismo, movimiento con el cual Ingenieros tuvo contactos fluidos y cercanía ideológica durante este periodo.
Este periódico, que apareció en 1896, estaba escrito y dirigido íntegramente por mujeres. No se trataba de la primera expresión de prensa escrita por mujeres, ni aun dentro de las izquierdas. Basta recordar que, un año antes en La Questione Sociale de Fortunato Seratoni, había aparecido una serie de folletos de propaganda del anarquismo entre las mujeres.
No obstante, esta serie de publicaciones tenía algunas diferencias respecto de La Voz de la Mujer. Por un lado, se trataba de la publicación de textos de escritoras europeas que, a la vez, eran prologados por los editores varones. Por el otro, el propio contenido de los textos, si bien reconocía la necesidad de la emancipación de la mujer, no dejaba claro que esa explotación aconteciera al interior del anarquismo.
Por poner un ejemplo, en el texto de Soledad Gustavo titulado “A las proletarias”, identificaba que las mujeres estaban condenadas desde el nacimiento a la explotación ya que eran “esclavas cuando solteras, cuando casadas y cuando viudas, del padre, del marido o del burgués” (Gustavo, 2015, p. 135). Sin embargo, al finalizar su texto, en la arenga final expresaba: “… solo una doctrina de todas las doctrinas conocidas nos iguala al hombre, y esta es la anarquía” (Gustavo, 2015, p. 146). En ese sentido, el anarquismo en particular era presentado como un todo que no tenía fracturas internas, fuera del cual se hallaba la explotación y dentro del que prevalecía la igualdad (Zoppi, 2021, p. 10).
Un aspecto que destacar sobre los artículos de La Questione Sociale es que, a pesar de pensar la explotación por fuera del anarquismo, registraban la asimetría existente de la mujer a diversos niveles. Ya fuera en los prólogos de la redacción, donde una voz varonil expresaba “Nosotros los anarquistas queremos que vosotras seáis nuestras compañeras y amigas; no el juguete y ludibrio de nuestros caprichos, vilezas y liviandades…” (Mozzoni, 2015, p. 71), o en las palabras antes citadas de Soledad Gustavo, que identificaba la situación de las mujeres con la esclavitud. Es importante destacar que ambas condiciones, tanto la de juguete como la de esclava, tenían implicancias directas en lo que respecta a la disponibilidad del propio cuerpo.
No obstante, a pesar de este registro, al pensar la explotación como una condición que existía por fuera del anarquismo, movimiento que las definía como sujeto político, los textos de La Questione Sociale comprendían que primero existía la condición de anarquista y luego la de mujer. La Voz de la Mujer se diferenció en este punto, ya que allí las mujeres, a pesar de continuar identificándose como anarquistas, se constituyeron como sujetos políticos autónomos del propio movimiento (Zoppi, 2021, p. 16).
El primer número declaraba los propósitos del grupo editor. Allí registraban que se hallaban cansadas “de ser el juguete, el objeto de los placeres de [sus] explotadores o de viles esposos”, y por eso decidieron levantar la “voz en el concierto social y exigir” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 49). Allí aparecía una novedad, porque estaba presente el reclamo frente al explotador, pero también incluían a un nuevo antagonista, el varón anarquista.
El texto continuaba expresando que durante mucho tiempo habían intentado aliviar su situación por diversos medios. Pero, en vez de ayuda, se habían encontrado con una “mirada lasciva y lujuriosa” que les ofrecía “un billete de banco con que tapar la desnudez de [su] cuerpo, sin más obligación que la de prestarles el mismo”. Allí, describían cómo es que decidieron mirar a los cielos y pedir para encontrar “lascivia y brutal impureza, corrupción y cieno y una nueva ocasión de vender [sus] flacos y macilentos cuerpos” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 49).
Hacia el final, la declaración expresaba que ellas deseaban formar parte de la lucha, pero, como no querían “depender de nadie”, alzaron ellas “también un girón del rojo estandarte”; salieron “a la lucha… sin Dios y sin jefe” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 50).
Estos textos, cuya cita reiterada puede parecer repetitiva, constituían una de las principales menciones de la declaración de propósitos del primer número de La Voz de la Mujer. Allí, en menos de una página, registraron, al menos, en tres ocasiones la disposición que otros intentaban o lograban tener de su propio cuerpo ya fuera en un contexto de trabajo, al interior del hogar o aprovechando un momento de vulnerabilidad. Evidentemente, se trataba de un tema al cual le daban importancia.
Por su parte, la inclusión del varón anarquista como antagonista tuvo su repercusión en el segundo número. Allí, las redactoras iniciaban su edición con un texto titulado “¡Apareció aquello!” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 63), expresión que dejaba en evidencia la reacción que algunos sectores del anarquismo tuvieron al recibir las páginas del primer número. Este artículo utilizó el recurso de emular la voz de sus detractores con el objetivo de responderles. De esta manera, el texto continuaba expresando:
Apareció el primer número de La Voz de la Mujer, y claro ¡allí fue Troya!, “nosotras no somos dignas de tanto, ¡ca! No señor”, “¿emancipación femenina ni que ocho rábanos?” “¡la nuestra, venga la nuestra primero!”, y luego, cuando nosotros “los hombres” estemos emancipados y seamos libres, allá veremos” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 63).
De esta forma, las mujeres citaban la voz de los varones anarquistas que se habían pronunciado contrarios a la premisa inicial de La Voz de la Mujer, pero, además, dejaban ver uno de los argumentos que esgrimían. Efectivamente, desde la perspectiva de las mujeres, había sectores de las izquierdas en Buenos Aires que, más allá de pronunciarse a favor de la emancipación femenina, la ponían en un orden de prioridad secundario.
Este ordenamiento remite en un punto a la propuesta de los textos de La Questione Sociale. Allí, parecía estar claro que, al interior del anarquismo, no existían las mismas condiciones de explotación hacia la mujer que, por ejemplo, en la fábrica. De esta forma, la emancipación de la mujer terminaba funcionando como una causa tributaria de la emancipación del proletariado en general. Pero, además, había un aspecto más, y era que los propios varones eran quienes se proponían como intermediarios en esa eventual emancipación. Tan es así que, en el texto introductorio al artículo de Mozzoni, la redacción proponía en la arenga final que ellos, como anarquistas, querían “reivindicar” para ellas “la razonable igualdad delante del sexo masculino”, emanciparlas de cuanto las “humillaba” y “degradaba” (Mozzoni, 2015, p. 71) y, además, “libertarlas” (Mozzoni, 2015, p. 72). Entonces, su causa no era el gran problema por resolver, ni ellas, las realizadoras de su propio devenir.
Esta visión, a su vez, también tenía un correlato en la mirada que ofrecía el socialismo. Después de todo, el texto de Guesde y Lafargue, comentado por Ingenieros en las páginas de La Montaña, si bien proponía la necesidad de que las mujeres tuvieran independencia económica para ser dueñas de su propio cuerpo, expresaba que esa condición sería fundamental en una “sociedad futura”, cuando el régimen de explotación patronal fuera suprimido[25] (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 87). A su vez, el propio Ingenieros, tanto en sus comentarios de Guesde y Lafargue, como en las críticas a la condena de Alcira Boni, ponía el énfasis en el análisis económico, las diferencias de clase y las críticas a la burguesía. De esta forma, prácticamente no trataba la emancipación de la mujer y la disposición de los cuerpos como una problemática que tuviera entidad propia.
Incluso en sus observaciones acerca de la familia, parecía estar presente esta idea. Cuando, en su texto de 1895, tomaba la definición de Benoît Malon y desarrollaba su pensamiento sobre la unión libre, Ingenieros diferenciaba este tipo de vínculo de aquel en el que la afectividad mutua no era el centro, sino que el motivo de unión era, por ejemplo, la conveniencia económica, en cuyo caso resultaba preferible disolver esa relación.
Esta idea volvía a aparecer en sus comentarios sobre la condena de Alcira Boni y en sus menciones sobre la familia monogámica. En el primer caso, porque asociaba el tipo de familia basada en la unión libre al proletariado, mientras que aquella fundamentada en la conveniencia económica era relacionada al negocio burgués. En el segundo, porque se refería a la familia monogámica en términos peyorativos, considerándola un fenómeno específico de un momento histórico determinado que se vinculaba al régimen de propiedad privada.
A partir de estas consideraciones, estaba presente la idea de que, al interior de aquellos vínculos, en general propuestos en las corrientes de izquierda, no existía lugar para la explotación de una persona por parte de la otra. De producirse alguna dificultad, esta solo se debía a que ese vínculo no estaba basado en la unión libre y en el afecto mutuo y por eso debía ser disuelto.
No obstante, a partir de los comentarios de los primeros números de La Voz de la Mujer, quedó en evidencia que, para las mujeres de las izquierdas, no solamente la emancipación en general era un tema separado de la lucha proletaria, sino que la disposición de los cuerpos constituía una preocupación central.
Tan es así que este segundo número reafirmaba lo dicho en la manifestación de propósitos del primero expresando: “Esta máquina de vuestros placeres, este lindo molde que vosotros corrompéis, esta sufre dolores de humanidad, está ya hastiada de ser un cero a vuestro lado” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 63). Por lo que era preciso lo siguiente:
… que comprendáis de una vez por todas que nuestra misión no se reduce a criar a vuestros hijos y lavaros la roña, que nosotras también tenemos derecho a emanciparnos y ser libres de toda clase de tutelaje, ya sea social, económico o marital (La Voz de la Mujer, 2018, p. 63).
De esta forma, especificaban algunos elementos puntuales contenidos en la idea de emancipación. Aparecía nuevamente la disponibilidad del cuerpo con propósitos sexuales, pero, además, daban cuenta de otros aspectos, como la cuestión de la reproducción y la maternidad. Si bien realizar un análisis del contenido de La Voz de la Mujer respecto de estos temas excede los objetivos de este trabajo, es importante plantear algunos comentarios al respecto.[26]
Primeramente, expresar que eran temas que aparecían en la publicación. Por poner un ejemplo, en el primer número, al momento de declarar sus propósitos, una de las motivaciones que impulsaban el deseo de exigir por parte de las escritoras era que estaban “hastiadas del eterno y desconsolador cuadro” que les ofrecían sus “desgraciados hijos, los tiernos pedazos de [su] corazón” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 49). O también cuando, en el mismo número, Carmen Lareva escribió un artículo sobre el amor libre, y expresaba: “nada tan bello, tan poético, tierno, agradable y simpático como un niño, un hijo, ¡he ahí el colmo de la felicidad del matrimonio!” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 56).
Efectivamente, para el anarquismo de fines del siglo xix, la maternidad no era uno de los temas en los cuales su pensamiento se diferenciaba de manera radical respecto de otros grupos. En ese sentido, se trataba de un espacio en el que “el omnipresente discurso maternalista se veía vehiculizado y reforzado tanto por los varones como por las mujeres” (Fernández Cordero, 2017, p. 21). Sin embargo, hay un elemento que resulta interesante y es que, si bien, en el segundo número, las redactoras reconocían la crianza como una “misión”, entendían, por un lado, que no se reducía a este único aspecto, y, además, al hablar de “vuestros hijos”, aparecía también el reconocimiento de que los padres tenían una responsabilidad para con su descendencia.
En ese sentido, es posible pensar que, mientras que la disposición de los cuerpos constituía una preocupación central para las mujeres anarquistas, en general, fue asociada a la explotación sexual, y no como crítica a su “misión” maternal. No obstante, eso no significó que no pusieran en debate algunas de las condiciones del vínculo que sostenían con sus compañeros, cuestionando incluso el compromiso de estos para con sus hijos.
Entonces, ¿de qué forma concebían ese vínculo amoroso con sus compañeros que, eventualmente, cumpliría un rol reproductivo? El artículo ya mencionado de Carmen Lareva puede ofrecer algunas ideas.
El título del texto, “El amor libre”, adelantaba la temática que la autora iba a trabajar, pero además era acompañado por un subtítulo que preguntaba “¿Por qué lo queremos?”. Dejando en claro que no solamente se trataba de un ejercicio de reflexión o de transmisión de un concepto, sino que también era la expresión de un deseo respecto de su ideal de vinculación amorosa.
Este artículo comenzaba dirigiéndose a aquellos “ignorantes” y “mal intencionados” que relacionaban la idea de amor libre a una suerte de libertinaje sexual, y establecía que creían que en la sociedad del momento “nada ni nadie” era “más desgraciada en su condición que la infeliz mujer”, porque a muy temprana edad eran “blanco de las miradas lúbricas y cínicamente sensuales del sexo fuerte. Ya sea este de la clase explotadora o explotada” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 55).
Al crecer, la posibilidad de contraer matrimonio tampoco ofrecía buenas perspectivas, por lo que, entonces, su “condición” era “peor, mil veces peor” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 55), porque debían enfrentar situaciones como la falta de empleo para sus compañeros, la escasez de remuneración, y enfermedades. Ni aun la llegada de un hijo, “el colmo de la felicidad del matrimonio” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 56), sería beneficiosa para ese hogar:
… aquel nuevo ser necesita mil cuidados que impiden a la joven madre de ayudar a su compañero a soportar los gastos del hogar, que por otra parte aumentan considerablemente en tanto que las entradas disminuyen, de ahí que lo que debiera ser anhelo y dicha del hogar, sea considerado una carga, un estorbo y un motivo de disgustos y miserias que con todo cuidado conviene evitar, con el onanismo conyugal, los fraudes y aberraciones en el coito, con todo su sequito de asquerosas enfermedades, de ahí las mil y mil asquerosas y repugnantes prácticas que convierten el tálamo nupcial en pilón de asquerosas obscenidades, de ahí el hastío, el aburrimiento, las enfermedades y la tan decantada “falta” contra el “honor”. ¡El adulterio! (La Voz de la Mujer, 2018, p. 56).
De esta forma, detallaba la manera en que las condiciones económicas propias de la actual sociedad agravaban una condición que ya desde temprana edad era desgraciada. En el escenario descripto, es interesante observar cómo aparecía la mención de formas anticonceptivas que eran caracterizadas como “aberraciones”, “asquerosas”, “repugnantes” y “obscenidades” que decantaban en consecuencias tales como enfermedades, hastío, aburrimiento y adulterio.
Al respecto, resulta interesante que, si bien había un tono moralista, también existía cierta victimización. Porque, en definitiva, era la desdichada pareja la que, a partir de sus condiciones materiales de existencia, terminaba recurriendo a estas prácticas indeseables que, a la vez, causaban diversos males de índole anímico, físico y moral.
Frente a este contexto descripto, Carmen Lareva proponía una respuesta ya que ellas, “al proclamar el amor libre, la libre unión de los sexos”, creían “firmemente” que con ello desaparecerían “todas estas repugnancias” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 56), ya que, al relacionarse
lo que se busca, no es la satisfacción de un apetito más o menos carnal, no, lo que se busca es la felicidad, la dicha, tranquila y honesta, y todo ser medianamente educado, busca la procreación y la realidad de su ilusión, de su ensueño (La Voz de la Mujer, 2018, pp. 56-57).
De esta manera, Lareva planteaba que el objetivo del vínculo era la felicidad, y para ello no se requería de la autorización o bendición de terceros (La Voz de la Mujer, 2018, p. 57). Pero, además, proponía la procreación como objetivo de “todo ser medianamente educado”.
En ese sentido, y tomando en cuenta las consideraciones ya vistas respecto de la maternidad, es posible establecer una asociación con la idea de unión libre que proponía Ingenieros. Es cierto que, en su texto de 1895, el pensador aclaraba que esta no se debía confundir con el amor libre, confusión que consideraba común en su época. No obstante, y más allá de las expresiones que pueden haber utilizado para definir el vínculo,[27] la propuesta de las mujeres anarquistas parecía tener más puntos de contacto con esta idea ya que proponía “una relación que, en un sentido amplio, suponía un encuentro consensuado sin sanción civil ni religiosa” (Fernández Cordero, 2017, p. 21), que se podía identificar con una suerte de relación heterosexual entre dos personas, en la que ambos intervinientes decidían tanto el inicio de la relación, como su final. Esta forma de relación se diferenciaba, por ejemplo, de aquellas que proponían una multiplicidad de vínculos simultáneos.
A su vez, había otro punto de contacto con las ideas expresadas por Ingenieros ya que se mencionaba otro tipo de vinculación identificada con las formalidades de la bendición del casamiento que era buscada por los burgueses. A su entender, “los burgueses”, que debían “a su muerte legar el producto de sus robos a sus hijos” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 57), debían contraer ese tipo de compromisos con todas las formalidades ya que, “de no hacer tal, la ley no reconocería a sus hijos herederos”. Por tanto, este tipo de vínculo era “cuestión de negocio, y eso para ellos” estaba “ante todo” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 58).
Regresando sobre la idea de unión libre, esta tenía como premisa la libertad en la elección, permanencia y finalización del vínculo y, tal como hemos visto, se trataba de una forma que fue apoyada tanto por mujeres, como por varones de las diferentes corrientes de las izquierdas. Sin embargo, las acciones de aquellos promotores de la emancipación de la mujer no siempre tenían correlato con estos discursos.
En el quinto ejemplar de La Voz de la Mujer, apareció una nota dirigida contra “los defensores de Francisco Denambride”, quien había efectuado cinco disparos contra su compañera, Anita Lagouardette. Este hecho había ocurrido poco antes de la impresión del periódico, cuando ella se acercó, junto a algunos compañeros, a la casa de Denambride para expresarle su deseo de terminar su “afinidad” con él, recoger su ropa y retirarse. En este contexto, Denambride había solicitado a los acompañantes que se retirasen un momento ya que él “tenía que hablar particularmente con ella”, oportunidad que utilizó para atentar contra la vida de su expareja (La Voz de la Mujer, 2018, p. 116).
Ahora, ¿quién era Francisco Denambride? Se trataba de un carpintero anarquista, miembro del grupo Amor Libre, colaborador del periódico El Perseguido (Tarcus, 2021), que, además, realizó una compilación de la serie de Propaganda anarquista entre las mujeres (Ferrer, 2015, pp. 20-35). Desde ese lugar, se lo podría catalogar como un anarquista comprometido, que tenía no solo conocimiento de las nociones vinculadas al amor libre y a la emancipación de la mujer, sino que, además, era difusor de ellas. No obstante, cuando su compañera intentó disponer de su libertad en los términos propuestos por las ideas que ambos promovían, trató de matarla.
Parecido, al menos en algunos puntos, era el caso citado de Pedro Intronich y Alcira Boni. Si bien hay menos información respecto de las personas implicadas, el propio Ingenieros caracterizaba a Alcira como “proletaria”, y al vínculo que había sostenido, como “el resultado natural del enorme afecto que le tenía”. No obstante, comentaba que, cuando esa disposición, a partir de la cual Alcira Boni “se consagró toda al ser que amaba”, había dejado de estar, Pedro Intronich intentó violarla (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 32).
En definitiva, se trató de dos casos en los que aquellas personas implicadas habían sostenido un vínculo sexual y afectivo consensuado que, eventualmente, fue interrumpido. En ambas situaciones, la respuesta de los varones ante la negación de disponer del cuerpo de su pareja fue un ataque violento, justamente, sobre el cuerpo que había sido negado. La sola producción y registro de estos ataques dejaba en evidencia que la preocupación demostrada por las mujeres acerca de este tema estaba más que justificada.
Si bien, para el caso de Anita Lagouardette y Francisco Denambride, hay más información acerca de su afiliación ideológica, en el caso de Alcira Boni y Pedro Intronich, Ingenieros sugería también una pertenencia cuando menos obrera. Este vínculo con las izquierdas y los sectores obreros es relevante ya que deja registro de que los ataques sobre los cuerpos no solo acontecían por parte de los patrones en los talleres o los sacerdotes. También ocurrían al interior de los mismos grupos que promovían la emancipación de la mujer.
Frente a esto, las mujeres expresaron no solo sus denuncias, sino también sus deseos respecto de lo que esperaban de parte de sus compañeros. Tan es así, que en el séptimo número Pepita Gherra escribió un artículo titulado “Siluetas”, en el que se proponía describir diferentes perfiles tales como el del juez, el fraile, el militar y otros. En esta entrega se dedicó a describir algunos elementos característicos que ella identificaba con el anarquista. Allí, lo caracterizaba como “compasivo y tierno”, aunque implacable con sus “enemigos”, que eran los de la clase “parasitaria”. Según la descripción: “Cuando se siente herido se rebela y subleva, repele con violentos estallidos de cólera la agresión de que se lo hizo víctima” (La Voz de la Mujer, 2018, p. 123). De esta forma, aparecían dos elementos que ya hemos analizado. Por un lado, la disposición violenta y agresiva del cuerpo ante el agravio, cuestión que Ingenieros había mencionado en su “Paradoja del pan caro”. Pero, además, aparecía la victimización, porque, en realidad, según el discurso de Gherra, los anarquistas no eran así, sino que la habilitación para violentarse y agredir estaba legitimada por sus condiciones materiales de vida, signadas por la injusticia y la explotación.
Pero, además, la autora proponía cualidades al interior del hogar. Allí, era “sumamente tierno y cariñoso para con los niños y la mujer, no por creerse protector sino simplemente por cariño”, de manera que volvía a aparecer un reconocimiento de que las infancias también debían recibir la atención de sus progenitores varones (La Voz de la Mujer, 2018, p. 125). A su pareja, el anarquista la llamaba “compañera” y, de tener diferencias irreconciliables con ella, se separaría, pero nunca la “ultrajaría ni, de hecho, ni de palabra”. A su vez, para que se produjera la separación, era “suficiente” que ella demostrara “deseo de separarse de él para que, sin otra ceremonia”, lo hicieran (La Voz de la Mujer, 2018, p. 126). Es decir, reafirmaba las ideas acerca del amor libre que habían sido expresadas en el texto de Carmen Lareva y que tenían similitudes con la unión libre propuesta por Ingenieros.
Por último, un aspecto que resulta interesante es que explicaba que, para los compañeros anarquistas, la diferencia sexual debía ser considerada como “un simple detalle, necesario a la perpetuación y mejoramiento de las razas humanas” (La Voz de la Mujer, 2018, 126). Desde ese lugar, había también una concepción vinculada a la eugenesia, según la cual la unión de dos cuerpos diferenciados por su sexo, además de reproducir la especie, tenía por cometido el perfeccionamiento de esta.
Conclusión
Hacia finales del siglo xix y principios del xx, la construcción del ciudadano constituyó uno de los temas relevantes en la sociedad argentina. Sobre todo, a partir del incremento de la población, producto del proceso de migraciones masivas, el Estado tuvo como preocupación la integración de quienes arribaban y, por ende, se produjo un debate acerca de aquello que constituía al ciudadano argentino, del que participaron diversos grupos. Entre los aspectos discutidos, se encontraban temas como el lenguaje, los símbolos patrios y la narración de una historia en común, pero también se debatió acerca de los cuerpos que debían ser educados según las necesidades de la nación. Estas necesidades tenían que ver, por un lado, con la construcción de un ciudadano que formase su cuerpo y fuese capaz de ponerlo a disposición en tiempos extraordinarios para brindar servicio militar y, por el otro, la búsqueda de tener cuerpos disponibles para la reproducción de la patria.
El orden social que buscó garantizar la satisfacción de estas necesidades fue legitimado desde el conocimiento que aportaron los saberes médicos de la época y reproducido a partir de diversas instituciones, de las que destacaban organizaciones como las sociedades de tiro y gimnasia, que promovieron la formación en actividades físicas y destrezas vinculadas al ámbito militar. Pero también el sistema educativo oficial, que, sin tener la impronta de la formación castrense, incluyó en su currículum contenidos referidos a la educación física que buscaron educar a los cuerpos según la diferencia sexual.
En estas aproximaciones a las necesidades que se comprendía tenía la nación, el papel vinculado a la protección, la lucha, el refuerzo de lo viril se atribuía al varón, mientras que a la mujer le correspondía un destino signado por la maternidad. Pero, además de tener un deber para con la patria, la mujer debía estar a disposición del varón, ya que la maternidad constituía un asunto de interés público, ámbito al que la mujer no podía acceder sin la mediación de un padre, marido o tutor.
Esta restricción al acceso y ejercicio de ciertos actos de la vida civil constituyó un aspecto clave al momento de pensar la construcción de la ciudadanía como un proceso que acontecía de forma plena para el ciudadano varón, pero que solo se producía de manera mediada y, por lo tanto, parcial para la mujer.
En ese sentido, la obra del joven Ingenieros tenía puntos de contacto con la propuesta oficial. Efectivamente, al momento de expresar su comprensión del sexo masculino y la forma en que pensó su relación con las compañeras, su discurso incluía elementos como la mirada eugenésica, la primacía del rol reproductor para el cuerpo de la mujer, un progenitor varón que no aparecía asociado a responsabilidades para con sus hijos y un lugar secundario para la emancipación de la mujer.
No obstante, es importante señalar que, a diferencia de la postura oficial, Ingenieros sostenía que, si bien el rol de la familia estaba asociado a la reproducción y el perfeccionamiento de la especie, la pareja progenitora debía tener un vínculo que llamó “unión libre” y que se podía definir como la unión de dos personas heterosexuales basada en el afecto mutuo. De hecho, interpretaba que esta conformación familiar se diferenciaba de la familia monogámica burguesa cuyo soporte era la conveniencia económica.
Aun así, en la conformación familiar signada por la unión libre, el varón no parecía tener responsabilidades al interior del hogar más que la de aportar un sustento económico. En sus textos, la paternidad no aparecía, siendo que, como se pudo observar en su relato de la Comuna de París, la mujer era acompañada por sus funciones maternales, aun en la lucha en las barricadas.
Efectivamente, para Ingenieros, la mujer participaba de la lucha e incluso, como la compañera caída en la barricada, ponía su cuerpo. Sin embargo, esta lucha era contra la explotación de los patrones, a favor de la emancipación del proletariado y no de la propia.
Esto tenía que ver con que, según su mirada, las relaciones sociales propias del régimen de explotación burgués generaban diversas situaciones de injusticia, una de las cuales estaba vinculada a la asimetría entre varón y mujer. Por ende, al proponer soluciones, él atacaba el problema que identificaba como mayor, es decir, la cuestión social. De esta manera, entendía que, si eliminaba ese régimen de explotación, todas aquellas problemáticas derivadas de las relaciones sociales propias de un régimen de explotación burgués también serían solucionadas. Es decir, Ingenieros registró la cuestión de la mujer como una de las injusticias de su tiempo, aunque la trabajó como un tema tributario a la emancipación del proletariado.
Esto se puede observar en sus análisis sobre la condena de Alcira Boni o sus comentarios sobre el artículo de Guesde y Lafargue sobre el salario de las mujeres. En ambas ocasiones, existían elementos vinculados a la disposición de los cuerpos, cuestión que, por otro lado, era denunciada de forma enfática en otras publicaciones de izquierdas, sobre todo cuando se relacionaba a la explotación sexual. Sin embargo, en ambas ocasiones, Ingenieros no pareció poner demasiada atención en esa problemática, sino que la colocaba en un lugar secundario, mientras que el énfasis se encontraba en las cuestiones económicas o clasistas. Desde ese lugar, parecía reproducir un enfoque paternalista o tutelar en el que el varón continuaba siendo la referencia.
Se debe mencionar que este tipo de posturas paternalistas tenía amplia difusión, aun entre las izquierdas. Las publicaciones de los folletos de propaganda anarquista entre las mujeres, publicados en La Questione Sociale, parecían sostener la idea de que la emancipación del conjunto del proletariado a través de la anarquía llevaría, casi de forma automática, la emancipación a otros espacios, a la vez que colocaban al varón como el intermediario que lograría conseguir la emancipación para la mujer.
No obstante, a pesar de su gran difusión, no era una idea defendida de forma unánime. Publicaciones como La Voz de la Mujer se diferenciaron de estas posturas ya que realizaban una escisión entre la posición de aquellos sectores que interpretaban que la cuestión de la mujer constituía una problemática de orden secundario para constituirla en una problemática con entidad propia.
Si bien es cierto que tenían puntos de contacto con la propuesta de Ingenieros en temas tales como la misión de la maternidad o las ideas eugenésicas sobre la reproducción, también es cierto que en sus textos involucraban al varón con las responsabilidades afectivas al interior del hogar y denunciaban estar sujetas a un régimen de doble explotación, una por su condición de proletarias, y otra por su condición de mujeres.
Pero había un aspecto más, ya que la explotación de la que eran objeto por su condición de mujeres no se limitaba, como en otros textos de izquierda, al patrón de la fábrica, el joven burgués o el sacerdote, sino que también involucraba a los propios compañeros. Efectivamente, las mujeres anarquistas denunciaban que, entre los varones de izquierda, muchos de ellos promotores de la emancipación de la mujer, había quienes, a pesar de sostener ideas tales como la unión libre o el amor libre, no demostraban afectividad, y disponían de sus cuerpos, de manera que las ultrajaban, e incluso, si se querían separar, las mataban.
La repetición de menciones acerca de la violencia sobre sus cuerpos contrastaba, efectivamente, con el tratamiento que le dio el propio Ingenieros al tema, probablemente porque, a partir de su condición de varón, no estaba familiarizado con este tipo de explotación.
Desde ese lugar, cobraba sentido que las mujeres anarquistas quisieran levantar la voz por cuenta propia, ya que, de ser por sus compañeros, su lucha por la emancipación habría permanecido como una problemática secundaria. En cambio, ellas buscaron darle entidad y jerarquizarla como una problemática de primer orden. Probablemente, a partir de esa diferencia, surgió el conflicto que se hizo evidente desde el segundo número de la publicación.
En resumen, en sus textos, el joven Ingenieros registró la llamada “cuestión de la mujer”, aunque la trató como una problemática de orden secundario cuya resolución se hallaba sujeta a la emancipación del proletariado. Esta posición pareció tener bastante aceptación entre los diversos sectores de las izquierdas que discutieron el tema, aunque también fue criticada en publicaciones como La Voz de la Mujer, que, a pesar de sostener varios puntos de contacto con las ideas de Ingenieros, se diferenció en tanto y en cuanto comprendió que la emancipación de la mujer constituía una problemática con entidad propia.
Un último aspecto que mencionar tiene que ver con que, a diferencia del periodo analizado en este trabajo, en años posteriores Ingenieros realizó escritos en los que abordó de manera directa temas como feminismo y los vínculos sexoafectivos. Sin ir más lejos, en 1898, publicó en El Mercurio de América un artículo llamado “Bases del feminismo científico”. Indagar acerca de la forma en la que dio tratamiento a estos temas en textos posteriores, si sus opiniones tuvieron continuidad o si aparecieron elementos que tensionaron sus ideas será un tópico para abordar en futuros trabajos.
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- Universidad del Salvador.↵
- A fin de trabajar sobre las periodizaciones de la actividad de José Ingenieros, también se puede consultar Terán (1986). ↵
- El preámbulo de la Constitución para la Confederación Argentina de 1853 invitaba a “todos los hombres del mundo” que quisieran “habitar suelo argentino”, a la vez que el artículo 25 establecía el fomento por parte del gobierno argentino de la inmigración de origen europeo. ↵
- La Ley de Inmigración y Colonización establecía, por ejemplo, en su artículo 14 que “todo inmigrante que acreditase suficientemente su buena conducta y su aptitud para cualquier industria, arte u oficio útil” tendría derecho para gozar al ingresar al territorio argentino beneficios tales como alojamiento y manutención a expensas del Estado durante cierto periodo de tiempo y recibir traslado subvencionado a la zona del país en la que quisiera instalarse. ↵
- La Ley de Ciudadanía establecía en su artículo primero, por ejemplo, que los hijos de inmigrantes nacidos en suelo argentino eran considerados ciudadanos argentinos. Además, establecía una gran cantidad de facilidades para que los extranjeros que arribasen al país pudieran convertirse en ciudadanos. ↵
- Para mayor información sobre el fenómeno migratorio y sus efectos entre 1880 y 1900, puede consultarse Devoto (2004, pp. 254-272).↵
- Por poner un ejemplo del accionar de la clase dirigente, se puede mencionar el proyecto de ley que presentó el legislador Indalecio Gómez en 1894, el cual buscaba que la educación en las escuelas se dictase exclusivamente en el idioma nacional. Sus argumentos tenían que ver con un informe de la provincia de Santa Fe del año anterior en el que se registraba que muchas escuelas de extranjeros dictaban clases en italiano y alemán. Para el legislador, el problema residía en que estas escuelas no formaban ciudadanos argentinos, sino que reproducían la identidad nacional de los países de origen de las comunidades migrantes. Para más información consultar Tedesco (2003, p. 189). ↵
- Si bien el servicio militar obligatorio en el ejército de línea se sancionó en 1901, a partir de la ley n.º 4.031, desde el año 1888 era un requerimiento para los ciudadanos el enrolamiento en la Guardia Nacional.↵
- El artículo 55 del Código Civil establecía que las mujeres eran “incapaces relativamente a ciertos actos o al modo de ejercerlos”. En ese caso, para celebrar actos de la vida civil, requerían de sus “representantes necesarios”. Según el artículo 57 del código, eran representantes necesarios de los incapaces los padres y maridos. También es importante destacar que, al establecer los derechos y las obligaciones de los cónyuges, el mismo código establecía en su artículo 186 que, de no haber contrato nupcial, el marido era el “administrador legítimo de todos los bienes del matrimonio, incluso los de la mujer”. Además, los artículos que van desde el 188 hasta el 197 regulaban las diversas áreas en las que la mujer debía contar con autorización del marido. Estas actividades incluían, por ejemplo, la celebración de contratos, la compra de bienes o el ejercicio de una profesión.↵
- Sobre esa tutoría, ejercida en virtud de la preservación y el cuidado, se podría preguntar ¿preservación y cuidado sobre qué o quién? Es decir, ¿se protegía al sujeto mujer o a la función reproductora? La respuesta parecería tener que ver con la segunda opción. Probablemente sea por ello por lo que las mujeres que evadían esa función, ya fuera a partir de la soltería, la esterilidad o la prostitución, eran consideradas marginales.↵
- La ley 4.144 (Ley de Residencia) sancionada en 1902 establecía que el Poder Ejecutivo podía ordenar la salida de todo extranjero cuya conducta comprometiera la seguridad nacional o perturbara el orden público. Esta ley estaba fundamentada en un proyecto de Expulsión de Extranjeros que Miguel Cané presentó en el Senado de la Nación en mayo de 1899. En ese momento, el fundamento de Cané tenía que ver con la preocupación existente a raíz del cambio que habían sufrido en las últimas décadas las “ideas medias de la clase proletaria en Europa”. De estas ideas, entendía que el socialismo no representaba el mayor problema, sino que “la nota dominante es hoy el anarquismo, con su sequito de crímenes, muchos de los que han horrorizado ya a la humanidad” (Cané, 1899, pp. 9-10). ↵
- Esta definición, en realidad, no era original de Ingenieros, sino que constituía una cita de la obra “Questioni Ardenti” de Benoît Malon, un socialista francés exiliado en Italia (Ingenieros, s/f, p. 38). Este escritor había tenido contacto con la familia Ingenieros ya que, durante su exilio en Italia, a fines de la década de 1870, participó junto a Salvatore Ingenieros de la publicación del primer periódico socialista de Sicilia llamado Il Povero (Tarcus, 2013, p. 234).↵
- Ingenieros aclaraba que esa “unión libre” no debía ser confundida con el “amor libre”, confusión que, en su opinión, era muy común en la época (Ingenieros, s/f, p. 38).↵
- Respecto de las ideas eugenésicas, es importante destacar que Marisa Miranda propone una división ideal que clasifica las diferentes vertientes entre eugenesia anglosajona, corriente que privilegió la idea de herencia e intervención directa, y la eugenesia latina, en la que primaron las interpretaciones vinculadas al medioambiente. La propuesta de la autora es que, para el caso argentino, existió una mixtura entre ambas corrientes que, dependiendo de diversos factores, se posicionó de manera más cercana a una u otra. Para profundizar el tema, consultar Miranda (2020, pp. 17-18). ↵
- Justamente, en otros trabajos hemos referido a la asociación que Ingenieros sostenía respecto de la idea de moralidad vinculada a la selección natural. En ese sentido, el pensador interpretaba, desde una clave evolucionista, que aquello que acontecía de acuerdo con los principios naturales era moral. En contraposición, aquello que se encontraba viciado a partir de la explotación burguesa se encontraba asociado a un proceso de selección artificial y, por lo tanto, inmoral. Para más información, consultar Zoppi (2022, p. 113). ↵
- En este punto es importante mencionar que, al hablar de eugenesia en la Argentina a finales del siglo xix, Marisa Miranda propone que “la recepción tética de la eugenesia estuvo directamente vinculada a una creencia más o menos generalizada respecto de su utilidad, probable razón por la cual integró el programa de los más variados sectores del espectro político”. Para profundizar, consultar Miranda (2020, p. 35). ↵
- En trabajos anteriores hemos referido a la concepción que tenía Ingenieros sobre la deserción escolar en favor del acceso al mundo del trabajo por parte de las infancias. Para mayor precisión, consultar Zoppi (2022, pp. 110-111).↵
- Al respecto, resulta interesante la similitud entre la propuesta del texto y el cuarto orden de consecuencias que proponía Jules Guesde en su obra La Ley de los Salarios y sus Consecuencias (Guesde, s/f, pp. 30-32). Según narra Horacio Tarcus, Guesde fue una gran influencia en aquella época para Ingenieros (Tarcus, 2013, pp. 245-246). De hecho, Jules Guesde mantenía correspondencia con su padre Salvatore y, además, la biblioteca de La Vanguardia publicó los folletos “La Ley de los Salarios y sus Consecuencias” en 1894 y “Colectivismo y Revolución” en 1895, por lo que eran obras que circulaban entre los socialistas en la Argentina.↵
- Respecto de la participación de las mujeres en la producción, Zaida Lobato describe cómo desde la década de 1880 las mujeres “no solamente se habían integrado a fábricas y talleres o trabajaban en sus domicilios, sino que también fueron protagonistas en algunas huelgas que llamaron la atención de la prensa” (Lobato, 2007, p. 209). Además, de los análisis que realizó la autora sobre el censo nacional de 1895, concluye que la participación de las mujeres en las actividades consideradas industriales en todo el país representaba el 15,7 % del total de personas asignadas a esas ramas de la producción en áreas tales como alimentación, vestido, tocador, construcciones, muebles y anexos, artísticas de ornato, metalurgia y anexos, productos químicos, artes gráficas y otros (Lobato, 2007, p. 40). ↵
- Previamente al desarrollo de estas ideas, en el mismo artículo, Ingenieros invocaba como fuentes de autoridad a varios pensadores, entre los cuales se hallaba Friedrich Engels. En ese sentido, resulta curioso el parecido que tienen algunos pasajes del artículo “El factor de la revolución” con los argumentos desarrollados en Origen de la familia, propiedad privada y el Estado, texto escrito por el pensador alemán en 1884. Al respecto de las lecturas de Ingenieros acerca de Engels en el periodo, Sergio Bagú expresa que, más allá de nutrirse de la biblioteca paterna, en estos años, José Ingenieros “poco leyó a Marx y Engels” (Bagú, 1963, p. 19). Sin embargo, Horacio Tarcus reconoce que, ya en su texto de 1895, se pueden hallar varios extractos de la obra de Engels y que, en los años siguientes, Ingenieros amplió su lectura a otros textos del pensador alemán (Tarcus, 2013, p. 247). ↵
- Esta distinción entre la forma etimológica y el sentido histórico de la palabra “monogamia” aparece en la obra Origen de la familia, propiedad privada y Estado de Friedrich Engels para diferenciar entre el vínculo sexoafectivo entre dos personas proletarias del vínculo burgués (Engels, 1957, p. 600). ↵
- Se debe aclarar que el Código Penal Argentino, en su artículo 127, establecía: “Se comete violación en cualquiera de los casos siguientes, cuando ha habido una aproximación sexual, aunque el acto no llegue a consumarse…” (Código Penal Argentino, 1887, p. 199). ↵
- Respecto de la igualación de salario con el del varón, es relevante recordar que, para los autores, la participación de la mujer en el ámbito laboral no constituía una situación ideal. Para ellos, la actividad industrial deterioraba al “organismo femenino” y constituía un factor de destrucción del hogar obrero, que se reconstruiría con la restitución de la esposa al marido y la madre a los hijos (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 87). No obstante, consideraban que, por un lado, dado el nivel de integración existente en ese momento, aunque quisiera, resultaba “materialmente imposible” excluir a la mujer del mundo del trabajo (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 86). Por el otro, al ser optimistas respecto de la futura supresión de la explotación patronal, pensaban que, aunque en aquel momento no era positiva la inclusión de la mujer, sería “ilógico e innatural” impedírselo ya que en un futuro debería valerse por sus propios medios (Ingenieros y Lugones, 1998, p. 87).↵
- Aquí resulta clave la expresión “en la sociedad futura”, ya que esta tenía que ver con un tiempo posterior, en el que la explotación de los patrones fuera suprimida. Es decir, ponían la necesidad de la emancipación de la mujer por fuera de su tiempo presente cuando ya no existan relaciones sociales basadas en un régimen de propiedad privada. En ese sentido, es posible pensar que, para los autores, la ausencia de libertad del cuerpo de la mujer era un fenómeno atado a la explotación capitalista y las relaciones sociales que esta imponía. De ser así, ¿significaría eso que existía un orden de prioridad según el cual primero se debía abolir la explotación de clase y, recién en ese momento, tendría lugar la emancipación de la mujer? La postergación en el tiempo de esta reivindicación ¿podría entenderse como una forma de legitimar asimetrías de su tiempo presente?↵
- Esta dimensión futura de la emancipación de la mujer también aparecía en otros textos anarquistas como, por ejemplo, el artículo titulado “La mujer y la libertad: desigualdades sociales”, que Enrique Viarengo publicó en 1899 en el periódico El Rebelde. Allí, expresaba: “Nosotros estamos contentos con la igualdad y libertad del sexo femenino, pero no en esta sociedad que existen oprimidos y opresores, sino en una sociedad en donde las relaciones sociales estén armonizadas con los intereses de todos”. Y más adelante completaba: “La esclavitud de la mujer no desaparecerá mientras no desaparezca la gran desigualdad económica” (El Rebelde, n.º 7, p. 4). ↵
- Sobre vínculo sexoafectivo, reproducción y maternidad en La Voz de la Mujer, se recomienda la consulta del texto Amor y anarquismo de Laura Fernández Cordero (2017).↵
- El propio texto de Carmen Lareva mencionaba tanto la expresión “amor libre”, como “libre unión”, y las utilizaba de forma indistinta, como si, para ella, tuvieran un sentido similar (La Voz de la Mujer, 2018, p. 56).↵