Alejandro Paredes[1]
Introducción
Este trabajo analizará el apoyo que recibió la niñez chilena exiliada en Mendoza entre 1973 y 1989 para continuar con sus estudios formales. Este apoyo varió entre organizaciones de la sociedad civil, principalmente del Comité Ecuménico de Acción Social (CEAS) y del Estado argentino en los momentos en que hubo afinidad ideológica con la colectividad exiliada.
Si bien las investigaciones sobre poblaciones exiliadas son abundantes, la mayoría de ellas lo han hecho centrándose en características grupales como nacionalidad, religión practicada o militancias. Sin embargo, el análisis según características individuales (como las vivencias del exilio según el género o la edad al interior de esos colectivos exiliados o comparando distintos grupos) es mucho menor.
Con respecto a la niñez exiliada, pueden encontrarse muchas investigaciones centradas en lo que sucedió durante la guerra civil española, cuando grupos de niñas y niños sufrieron el exilio separados de sus familias y fueron socorridos por instituciones internacionales (Alted Vigil, 2005; Alted Vigil, González y Millán, 2003; Carballés, 2013; Limonero, 2007; Mülberger, 2014; Rico, 2018; entre otros). Muy diferente fue la situación del exilio infantil sudamericano, que fue parte casi exclusivamente de exilios familiares. Esto puede corroborarse al consultar la bibliografía sobre el exilio de la infancia argentina (Alberione, 2018; Casal, 2015, 2018; González de Oleaga, Meloni González y Saiegh Dorín, 2016; entre otros), brasileña (Costa y Castro, 2015; Paiva, 2006), colombiana (González y Bedmar, 2012; Moreno, Cediel y Herrera, 2016; Tingo Proaño, 2014, 2015), paraguaya (Cossi, 2013), uruguaya (Norandi, 2012, 2020) o de estudios comparativos según el país de expulsión o el de acogida del exilio infantil, como lo fueron México, Cuba, España o Francia (Chmiel, 2018; Dutrénit Bielous, 2015; Falcón, 2014; Fonseca, 2020; López, 2019).
Este trabajo se centrará en el exilio infantil chileno en Mendoza y sus vicisitudes para transitar sus estudios formales en este penoso contexto. Por esta razón, el escrito pretende ser un aporte a trabajos ya existentes sobre el exilio infantil chileno (como los de Acuña, 2001; Becerra, 2017; Pinto Luna, 2012; Palacios y Pinto, 2017; Rebolledo, 2006; Vergara, 2018; Pardo Almaza, 2019; entre otros), y en particular a los de Casola (2016, 2018, 2021) que estudian al exilio infantil chileno en Argentina.
Para ello, en primer lugar, explicitaremos algunas decisiones metodológicas que fueron tomadas para indagar en el pasado infantil y luego examinaremos los distintos escenarios que transitó la niñez chilena exiliada en Mendoza, para culminar analizando los obstáculos presentes en los procesos educativos de la población infantil chilena exiliada en Mendoza.
Algunas aclaraciones sobre el abordaje metodológico al exilio infantil en Mendoza
Hace tiempo que se ha abandonado la ilusión de la creación de una historia inmaculada, neutral, que lograra imponer una única reconstrucción de los sucesos del pasado. Las investigaciones históricas deben enfrentarse a numerosos sesgos que nosotros hemos organizado en cuatro niveles:
- Los sesgos de las fuentes de la época.
- Los sesgos de las y los historiadores que reconstruyen el pasado.
- Los sesgos propios de las metodologías utilizadas en la reconstrucción histórica.
- Nuestros sesgos al leer desde el presente a los textos históricos.
Con respecto al primero, debe recordarse que, a las fuentes del periodo analizado, en la mayoría de los casos, se les hace preguntas distintas a los objetivos para que fueron construidas. Además, estas fuentes reflejan las limitaciones de las personas que las construyeron y son permeables a las ideologías de la época (por ejemplo, adhesiones religiosas, el imperialismo, el racismo o el patriarcado, por mencionar algunos) que ocultan o enfatizan algunos eventos o personajes.
En segundo lugar, debemos pensar en los sesgos de las y los historiadores, que también habitan las ideologías de su periodo y así dan origen a relatos históricos que legitiman ciertas cosmovisiones. Esto ha generado, por ejemplo, una historiografía imperialista (Cano, 2008), aunque también fácilmente podemos pensar en otros adjetivos para cuestionar las historiografías según las ideologías que, conscientemente o no, eran naturalizadas por sus autores. De este modo, el quehacer histórico puede problematizarse a partir de pensar la existencia de una historiografía católica, otra historiografía eurocéntrica, nacionalista, patriarcal, etc.
El tercer nivel de sesgos son los inherentes a las herramientas metodológicas utilizadas para el análisis del pasado. De esta manera, optar por fuentes estadísticas nos llevará a plantear hipótesis muy distintas de si tomamos un enfoque cualitativo. El resultado sería diferente asimismo si se parte de una perspectiva estructural o, por el contrario, de una mirada microsocial, de algún momento histórico.
Finalmente, como lectores de los eventos del pasado, también tenemos nuestros sesgos haciéndole preguntas al texto histórico desde un presente distinto al de la escritura (algunos con mayor lejanía que otros, según el texto). Es aquí donde entra en juego la subjetividad del lector, pero también las identidades colectivas, o el rol del poder, posicionando a ese texto como crítica o veladura de lo socialmente establecido al momento de la lectura.
Asumir estos cuatro niveles de pensar los sesgos no implica caer en un escepticismo relativista, sino más bien problematizar al pasado desde el doble sentido que plantea Dominick LaCapra (2006): no solo discutir al proceso histórico, sino también a los intentos historiográficos para dar cuenta de ellos. Esto permite girar desde percepciones subjetivas hacia posiciones de mayor vigilancia epistemológica brindadas por la disciplina de la historia.
Frente a ello nos planteamos cómo ha sido visto al exilio infantil desde la historiografía encontrada. Pablo Yankelevich (2016) afirma que aún son proporcionalmente pocas las publicaciones sobre el exilio infantil con respecto al exilio latinoamericano en general. Así como en España se referían a esta población como los “niños de la guerra”, en muchos de los trabajos del Cono Sur se usaron los términos de “hijos exiliados” o “hijos del exilio”, enfatizando cómo, en la mayoría de los casos, se trata de migraciones familiares. Sin duda, el modo de nombrar el fenómeno es un síntoma de cómo se aborda. Así, por ejemplo, “niños de la guerra” esconde al victimario, mientras que “hijos exiliados” o “hijos del exilio” presuponen que la militancia política solo era desarrollada por sus padres: son hijos de militantes que debieron exiliarse con ellos. Sin embargo, esta idea oculta la militancia de las personas menores de 18 años que huyeron por sus actividades en centros de estudiantes, organizaciones barriales, actividades religiosas, partidos políticos e incluso sindicatos (Paredes, 2022). Frente a ello, nos parece más pertinente el concepto de “exilio infantil”, ya que incluye a hijos e hijas de exiliados políticos, pero también a personas menores de edad que fueron perseguidas por su accionar político.
Otro aspecto es cómo acceder al pasado de la niñez. Según el acceso a fuentes primarias, se puede pensar en tres opciones: tomar recuerdos sobre la niñez (por ejemplo, en entrevistas o biografías), acceder a la voz de la niñez (como cartas o dibujos infantiles de época) o analizar interpretaciones sobre la niñez de adultos de la época (crónicas, informes educativos, entre otros).
En la primera fuente mencionada, trabajar a partir de recuerdos sobre la niñez de personas adultas con herramientas como las entrevistas o las autobiografías permite acceder a datos no recolectados en su momento, pero tiene como desventaja los sesgos en la información fruto de la influencia del presente en la interpretación de hechos del pasado. Es decir, es una reflexión de un adulto sobre su niñez.
La segunda alternativa es tomar la voz de la niñez a partir de fuentes primarias de la época como fotos, cuadernos escolares, filmaciones, cartas y dibujos realizados por niñas y niños. La ventaja de esta opción es que son discursos sincrónicos de la niñez en ese momento, mientras que las desventajas tienen que ver con la dificultad de acceder a esas fuentes y con las condiciones de su conservación.
Finalmente, otra estrategia es acceder a la voz de la niñez, pero mediada por adultos de la época, utilizando informes psicológicos y sociales y otros documentos institucionales, como por ejemplo los escolares, que relatan comportamientos y actitudes de niñas y niños en ese periodo. La ventaja de esto es que también son relatos sincrónicos, mientras que la desventaja es la mediación adulta, que genera sesgos adultocéntricos.
En esta investigación, las fuentes primarias utilizadas fueron el archivo del Comité Ecuménico de Acción Social (de ahora en más, ACEAS), que contiene 2.505 legajos de 6.762 personas exiliadas en Mendoza que habían obtenido el estatus de refugiado político por ACNUR, el archivo de la Comisión Católica Argentina de Inmigración (de ahora en más, ACCAI), que ayudaba principalmente a inmigrantes económicos chilenos, y se realizó una entrevista a un militante del partido comunista chileno que llegó a Mendoza con 17 años. En los archivos fue posible rastrear la voz de la niñez a través de cartas escritas por ellos en ese periodo, también apareció la voz mediada por adultos en informes psicosociales y relatos de adultos sobre su exilio infantil cuando realizaron un relato biográfico para obtener ayuda para volver a Chile en la década de 1990 en el marco del programa de retorno. Es decir que se pudo acceder en algunos casos a la voz de la niñez a partir de cartas escritas por niños y niñas exiliados en Mendoza, a su voz mediada (principalmente informes psicológicos, cartas de padres y madres) y finalmente al recuerdo de adultos sobre su exilio infantil en Mendoza.
Los escenarios que transitó la niñez chilena exiliada en Mendoza
El exilio chileno en Mendoza adquirió características particulares ya que, por un lado, esta ciudad es la cuarta en importancia en Argentina y, por el otro, está muy cercana al valle central chileno donde se encuentra la capital de ese país. El tránsito poblacional entre Mendoza y Santiago de Chile fue constante desde la fundación de ambas ciudades, generando redes económicas y entrelazamientos familiares transcordilleranos. Todo esto hizo que, frente al golpe cívico-militar que derrocó a Salvador Allende, Mendoza fuera una de las principales receptoras del exilio chileno.
La recepción de las personas exiliadas varió según el modo en que lograron llegar y el contexto político provincial y nacional al momento de la llegada. Se podrían pensar en tres circuitos principales que favorecieron la llegada de personas exiliadas desde Chile. El más importante es el que favoreció el Comité Ecuménico de Acción Social (CEAS), que fue creado por iglesias cristianas mendocinas que se contactaron con sus pares chilenas para acordar los modos en que las personas se desplazarían y la asistencia mínima que recibirían en Mendoza. El CEAS consiguió colaboración económica de ACNUR, que es la Agencia de la ONU para las Personas Refugiadas, y del Consejo Mundial de Iglesias. Gracias a estos aportes, se pudo pagar a profesionales y a hoteles para alojar a las personas refugiadas y asistirlas en las necesidades de comida, salud y educación. ACNUR, además, dio apoyo jurídico y permitió que las personas asistidas fueran reconocidas como refugiados políticos por ACNUR, lo que era una protección legal para las personas asistidas, como también para el personal que trabajaba en el CEAS. El segundo circuito es el desarrollado por los partidos comunistas de Chile y Argentina, que ayudaron a sus camaradas a llegar a Mendoza de modo clandestino, sin documentación o con documentación falsa. Se alojaron en casas de militantes mendocinos que los ayudaron a conseguir trabajo o a asistirlos. Por último, el tercer circuito es la gran cadena migratoria compuesta por los expulsados a causa de las medidas económicas neoliberales aplicadas por el gobierno del general Augusto Pinochet. El crecimiento de migrantes económicos chilenos en esos años permitió a las personas exiliadas ingresar a Mendoza de modo inadvertido, aunque también no fueron pocas las personas que cruzaron la cordillera en mula o caminando por pasos alternativos donde no hay controles de aduana. En su mayoría, este grupo se estableció en barrios urbano-marginales del Gran Mendoza, sin documentación legal que les permitiera su residencia. Las personas exiliadas del segundo y tercer circuito, en general, no se acercaron al CEAS por desconfianza o por desconocimiento.
A su vez, la dinámica de estos tres circuitos de llegada y asistencia al exilio varió según los cambios políticos argentinos, que en esos años fueron vertiginosos. Es así que, entre 1973 y 1975, con el retorno del peronismo al gobierno argentino, la comunidad exiliada fue apoyada desde el sector estatal. Es en este periodo en que nació el CEAS, en tanto que el entonces presidente Juan D. Perón criticó duramente el golpe cívico-militar contra S. Allende. Sin embargo, prontamente la lucha interna en el peronismo impuso al sector más conservador y, a partir de 1975, la solidaridad al exilio fue menor. En Mendoza fue destituido el gobernador Martínez-Baca, que era parte del ala progresista del peronismo, y grupos paramilitares comenzaron a hostigar a los hoteles en que estaba alojada la población exiliada chilena.
Luego del golpe cívico-militar argentino de 1976, crecieron los obstáculos al ingreso del exilio chileno. La junta militar impuso restricciones burocráticas que impedían la residencia definitiva. Estos fueron los decretos 1.483/76 y 1.966/77, que causaron gran inseguridad entre la comunidad chilena. Los puntos más álgidos fueron las tensiones entre Argentina y Chile por el canal de Beagle y la guerra de Malvinas. En ese contexto, el gobierno intentó, sin éxito, trasladar a la población chilena de Mendoza, ya que era una provincia limítrofe con un país en conflicto. Por otra parte, la comunidad infantil chilena exiliada en Mendoza solo podía acceder a la educación primaria y en escuelas provinciales. En tanto que a la educación secundaria solo se podía asistir con radicación definitiva de los padres o de los estudiantes. Ante ello se gestionaba la asistencia a las escuelas como alumnos oyentes, es decir, sin certificación. Un refugiado comenta su penosa situación en este periodo debido a
la negativa de migraciones para autorizar permisos de trabajo a los refugiados y a todo chileno localizado en Mendoza; a la persecución racial, que […] se está dando en esta ciudad por el conocido motivo del momento político y desavenencias de carácter nacional entre nuestros países de origen (ACEAS, 13/04/78).
Posteriormente, con el regreso de la democracia a Argentina entre 1983 y 1989, la ayuda a personas chilenas exiliadas en Mendoza fue fuertemente promovida por el gobierno de Raúl Alfonsín y las organizaciones civiles. Se realizaron grandes eventos como las escuelas internacionales de verano entre 1985 y 1989 (que era una reunión anual de intelectuales chilenos exiliados, que venía realizándose en Europa) o el recital de Amnesty Internacional en 1988. Hacia fines de los ochenta, comenzó a crecer el movimiento de retorno a Chile. ACNUR facilitará este proceso con una ayuda económica. Sin embargo, muchas personas exiliadas que habían llegado a temprana edad se sentían más argentinas que chilenas. Algo similar pasaba con las familias argentino-chilenas o las familias chilenas con hijos nacidos en Argentina. La evolución identitaria y las posibilidades de integración local de la comunidad chilena tampoco fueron homogéneas, por lo que algunos grupos decidieron volver rápidamente, en tanto otros se quedaron, y algunas familias se dividieron.
En la imagen que se muestra a continuación, se observa un entretejido entre, por un lado, los circuitos de llegada y asistencia al exilio y, por el otro, los distintos contextos políticos locales que dieron origen a diferentes escenarios en los que se transitó el exilio chileno.
Imagen 1: relación entre los circuitos del exilio chileno y los cambios del contexto político en Mendoza
Fuente: elaboración propia.
En la imagen anterior, se observan claramente nueve escenarios. Esto nos permite suponer que fue muy distinta la experiencia de exilio de una familia que llegó entre 1973 y 1975 y que fue asistida por el CEAS (es el escenario A de la imagen anterior) que la de otra familia que llegó clandestinamente y fue ayudada por el Partido Comunista argentino durante la última dictadura cívico-militar argentina (es el escenario E).
Delimitados estos distintos escenarios en los que se transitó el exilio, se pueden pensar en otros matices según las características individuales de las personas exiliadas, como, por ejemplo, las trayectorias de militancias, la edad o el género, por mencionar algunas. A continuación, se focalizará en el exilio infantil y los desafíos que significó poder estudiar principalmente en los escenarios A, D y G de la imagen anterior. Es decir, el exilio infantil que fue asistido por el CEAS.
Las dificultades para estudiar en situación de exilio
Al estrés familiar durante la persecución de algunos de sus miembros en Chile, le siguieron las dificultades para establecerse en Mendoza, que incluían vivir en condiciones inadecuadas, como hacinamiento en los hoteles, la precariedad de las casas construidas con deshechos, desempleo y vulnerabilidad legal y económica, entre otras vicisitudes. En ocasiones, algunos de sus miembros presentaban secuelas que iban desde cuadros gastrointestinales y angustias periódicas por estrés, hasta problemas físicos causados por torturas sufridas en Chile (ACEAS, 1978).
El CEAS, con dinero de ACNUR, llegó a alquilar hasta 18 hoteles de modo simultáneo, en los que se ubicaba a una familia por habitación para maximizar su capacidad. Como resultado, las niñas y los niños no tenían espacio para estudiar. Un ejemplo es el hotel Marconi, con dos habitaciones que alojaban a familias con cinco menores de 18 años en cada una de ellas, en tanto que en todo el hotel había 31 infantes, unos tres por dormitorio, en promedio (ACEAS, 1976). Otro problema recurrente de la infancia exiliada chilena fue la desnutrición (ACEAS, S/F b). En 1978, por ejemplo, el CEAS atendió cerca de 15 casos mensuales de niños y niñas con desnutrición. También fueron recurrentes los casos de agresividad, trastornos de conducta en la escuela y enuresis (ACEAS, 19/11/84; dic/84 y S/F b). Las niñas y los niños alojados en los hoteles recibieron mayor cuidado en la administración de dietas especiales frente a enfermedades, pero en contrapartida, debido al hacinamiento, se contagiaban más que los que vivían en casas alquiladas (ACEAS, 15/06/76; 15/02/78). Por esto, el estado de salud general de las familias mejoró al dejar los hoteles (ACEAS, 1977). Entre las situaciones más complejas, pueden mencionarse el caso de un niño con problemas sicóticos con posibilidad de deterioro cerebral causado por conflictos familiares intensos (ACEAS, 1978), el de una familia chilena con cinco niños que debieron ser internados por un grave estado de desnutrición (ACEAS, legajo 01-1174), y el de otra familia con tres hijos con problemas serios de diarrea (ACEAS, legajo 30-1725).
Además de las graves condiciones de exilio, también dificultaban el acceso a la educación los innumerables obstáculos que impuso el gobierno argentino a partir del golpe cívico-militar de 1976. Su estrategia fue, principalmente, imponer cada vez mayores restricciones burocráticas, que impedían la residencia permanente y, por lo tanto, la adquisición de derechos básicos como el acceso a la educación, la salud y el trabajo. Esto se agudizó aún más en 1978, con el aumento de los conflictos limítrofes entre Argentina y Chile, lo que provocó varias medidas en contra de la comunidad chilena que vivía en el país. A pesar de que el gobierno argentino afirmó que respetaría los derechos básicos de esta colectividad, los hospitales y centros de salud estatales solo atendían a extranjeros con radicación definitiva, previo pago de aranceles (ACEAS, 15/02/78; 25/10/78 y nota 304/78). Esto complicó la ayuda a los enfermos que en general no podían pagarse atención privada (ACEAS, S/F a). En tanto que la niñez exiliada solo tenía acceso a la educación primaria y en las escuelas provinciales (ACEAS, 15/2/78). La educación secundaria estaba condicionada a los extranjeros con radicación definitiva o a los hijos de exiliados censados en los decretos 1.483/76 y 1.966/77 y que habían resultado positivos (ACEAS, 12/1/78). En agosto de 1978, en un comunicado, el Concejo de Refugiados Políticos de Mendoza afirmó: “… Se impone la violencia cuando nuestros hijos no son recibidos en las escuelas, por no contar con la documentación necesaria” (ACEAS, 27/08/78).
La única opción para quienes carecían de los papeles exigidos era ser aceptados en las escuelas, pero como oyentes (ACEAS, S/F b)[2]. Era difícil estudiar en un contexto tan adverso; un refugiado, padre de cuatro hijos, explicaba:
… los dos niños mayores uno de 16 años, otro de 14 años, me pidieron llorando que no podían seguir estudiando, uno en la secundaria y el otro en la primaria, me dicen que no pueden concentrarse en el estudio, pues ellos saben perfectamente la situación en que vivimos y les afectó (ACEAS, legajo 30-780).
Por situaciones como esta, el CEAS ayudó en la inserción escolar. En diciembre de 1973, creó la guardería y jardín de infantes Maripositas como salida a la situación de encierro en los hoteles. El jardín comenzó con 15 niños y niñas, pero hacia 1977 ya asistían 118, atendidos por seis maestras, dos niñeras y dos mamás chilenas y contaba con transporte escolar (Verhoeven, 2/05/77). En 1976, el CEAS también comenzó a dar clases de apoyo escolar dictadas por refugiados que compartían los hoteles (ACEAS, 15/06/76). Como resultado, la mayoría de la población infantil exiliada asistida por el CEAS fue a la escuela primaria. En 1977, por ejemplo, el 95 % de quienes tenían entre 5 y 12 años (356 infantes) concurría a la primaria (ACEAS, S/F c).
También el CEAS, con dinero de ACNUR, pudo gestionar una serie de ayudas, que a veces eran becas económicas o entrega de útiles o solamente la facilitación de trámites, para estudiar en la primaria, secundaria o cursos técnicos (ACEAS, 9/05/77; S/F c y 8/10/80). La ayuda era tan pequeña, que un refugiado se quejaba en una carta: “… estos niños sólo han recibido a través del año escolar solamente un par de zapatos y un delantal, siendo que a través del periodo escolar se necesita útiles y vestimentas en general” (ACEAS, 8/09/82, 3).
En 1977, el CEAS distribuyó ayudas para 150 estudiantes de escuelas primarias, 24 estudiantes de escuelas secundarias y 25 estudiantes de diferentes cursos técnicos[3] (ACEAS, 1977 y S/F c). Como se observa, la asistencia a la educación secundaria no fue tan masiva. Al año siguiente los estudiantes ayudados por el CEAS fueron 26.
Tabla 1. Pedidos de becas de ayuda a estudiantes secundarios solicitados por el CEAS a ACNUR en 1978
Carrera | N.º de beneficiarios |
Auxiliar de farmacia y laboratorio | 5 |
Bachiller | 1 |
Bachiller comercial | 1 |
Bachiller químico | 1 |
Bachiller técnico | 2 |
Dibujo Técnico | 1 |
Magisterio | 1 |
Perito mercantil | 5 |
Profesorado en Artes Femeninas | 5 |
Secretariado Técnico-Comercial | 2 |
Técnico electromecánico | 1 |
Técnico en motores | 1 |
Total de estudiantes | 26 |
Fuente: ACEAS (10/1/78).
A pesar de estas ayudas, estudiar durante la última dictadura cívico-militar argentina fue difícil para la población chilena exiliada en Mendoza y, como le escribía el Cuerpo de Delegados de Refugiados Políticos en Mendoza a ACNUR, el saldo era más bien negativo:
… acá en la Argentina nunca hemos podido organizar nuestras vidas, mucho menos contar con un trabajo estable ni con una educación superior para nuestros hijos, no contamos con una documentación permanente ni menos con un derecho de previsión. La situación socioeconómica que se vive en este país hace que no podamos contar con los medios económicos (ACEAS, 8/09/82, 1).
Con la vuelta de la democracia en Argentina, algunas tareas fueron más sencillas. En 1983 el CEAS consiguió 14 becas para cursos técnicos y 20 para estudios secundarios (ACEAS, 1983). Al año siguiente, las becas beneficiaron a 27 chilenos y a un argentino hijo de chilenos. Las becas financiaron estudios secundarios y cursos técnicos (ACEAS, 1984).
Por otra parte, se inició el proceso de retorno a Chile, incentivado por ACNUR, y algunas señales de apertura de la dictadura pinochetista, que estaba llegando a su fin. Esto planteó un nuevo problema ante los casos en que los hijos o las hijas de alguna familia que se repatriaba querían seguir estudiando en Mendoza. Luego de una mediación del Cuerpo de Delegados de Refugiados Políticos, el CEAS contestó que, si los hijos o las hijas eran mayores de edad, el hecho de haber sido ayudados anteriormente no justificaba que continuara con la protección de refugiado luego que su familia retornara a Chile y que, si los hijos eran menores de edad, debían seguir la misma suerte del titular (exilio, radicación, emigración a otro país o repatriación). El único caso en que se seguiría ayudándolos sería ante certeza de persecución en Chile, si regresaban (ACEAS, sept. de 1982).
Paralelamente, muchos de los derechos ansiados por el CEAS, la CCAI y el Cuerpo de Delegados de Refugiados Políticos de Mendoza se concretaron. Las leyes 15.869, 17.468 y 23.160 adhirieron a Argentina a la Convención de las Naciones Unidas de 1951 y al Protocolo de 1967 sobre el Estatuto de los Refugiados. En 1984 se eliminó la reserva geográfica para la consideración de los refugiados, según la cual solo podían ser tratados como refugiados políticos los exiliados provenientes de países europeos (WCC, 1987). Finalmente, en 1985, el presidente Raúl Alfonsín, a través del decreto 464/85, creó el Comité de Elegibilidad de Refugiados (CEPARE), en el ámbito de la Dirección Nacional de Migraciones, que tenía mayor transparencia en la selección de los refugiados, los no elegidos podían apelar, algo que no existía previamente, los refugiados obtuvieron seguridad jurídica en la defensa de sus derechos humanos, y el representante de América Latina de ACNUR podía asistir a las reuniones de CEPARE con voz, pero sin voto, en caso de desear hacerlo.
Es así que la ayuda del gobierno fue mayor, por lo que el CEAS debió realizar menos esfuerzos para garantizar la educación, hasta que cerró definitivamente en 1992. También el Cuerpo de Delegados de Refugiados Políticos en Mendoza se diluyó ya que había menos tensiones en el escenario local y sus miembros pudieron concentrarse enteramente en el apoyo a organizaciones que luchaban por la redemocratización del país trasandino, como, por el ejemplo, el Chile Democrático.
Conclusiones
Este trabajo comenzó asumiendo la presencia de potenciales sesgos en las investigaciones sobre el pasado: los sesgos de las fuentes de la época, de las personas que reconstruyen el pasado, de las metodologías utilizadas, y los propios al leer desde el presente los textos históricos. Este punto de partida ha facilitado cuestionar el modo en que denominamos nuestro objeto de estudio. Se han retomado los conceptos de “niños de la guerra”, “hijos/as exiliados/as” o “hijos/as del exilio” y se los ha problematizado ya que estos han contribuido a ocultar la militancia de muchas de estas personas menores de 18 años, la que hizo que fueran perseguidas en Chile. De este modo, optamos por el concepto de “exilio infantil” ya que rompe la dicotomía entre una pasividad infantil versus una militancia adulta y la complejiza: no todo el exilio infantil fue pasivo ni militante, como tampoco todo exilio adulto fue plenamente militante o pasivo.
Otro aspecto es cómo acceder al pasado de la niñez según las fuentes disponibles. De esta manera, nos encontramos con investigaciones que analizan recuerdos sobre la niñez (en cuyo caso, debe tenerse en cuenta que se estudia lo que adultos piensan sobre su niñez), otras que pueden relacionarse con la voz de la niñez (como es el caso del análisis de fuentes realizadas por niños o niñas) y finalmente otras que estudian interpretaciones sobre la niñez de adultos de la época (son diagnósticos de adultos sobre un sector de la niñez de la época). Tener en cuenta el grado de mediación con que el discurso infantil se presenta al investigador permite tomar recaudos metodológicos para evitar sesgos y variables intervinientes no deseadas. En este trabajo, por ejemplo, los discursos textuales de adultos de la época, como cartas y declaraciones, traslucen la impotencia de las personas encargadas del cuidado infantil frente a las necesidades de estos.
Con respecto a la niñez exiliada en Mendoza, en este trabajo se han encontrado diferentes escenarios según la interrelación entre los circuitos de asistencia al exilio (CEAS, los partidos comunistas chileno y argentino y la migración económica) y los cambios en el escenario político local (1973-1973, 1975-1983 y 1983-1989). Solo con fines analíticos, los hemos clasificado en nueve, aunque no desconocemos la complejidad del objeto estudiado (ver tabla 1). Al analizar las dificultades que significaron poder estudiar en ese contexto, la capacidad restrictiva de esos escenarios aparece claramente.
En este artículo tomamos principalmente los escenarios A, D y G de la imagen 1. Es decir, al exilio infantil que accedió a la ayuda del CEAS. Las diferencias entre estos tres escenarios se observan claramente al examinar el impacto que los cambios en la dinámica política local ocasionaban en el acceso al derecho a la educación. Es así que entre 1973 y 1975 nació el CEAS, se creó el jardín maripositas y se comenzó con el apoyo escolar. Entre 1975 y 1983, la junta militar argentina llevó adelante acciones que perpetuaron y acentuaron las condiciones de vulnerabilidad social, legal y económica, limitando a la mayoría las posibilidades de estudiar más allá de los estudios primarios. Finalmente, entre 1983 y 1989, el apoyo estatal mejoró las condiciones de vida de la comunidad exiliada en general, en tanto que comenzaba un proceso de repatriación que, en familias con identidad binacional, no fue sencillo.
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