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Emancipación y subjetividad
política de los movimientos
feministas argentinos

Ana Paola Zuban[1]

Al igual que la noción de sujeto, la de subjetividad está cargada de una polisemia que impide formular una definición omnicomprensiva. La subjetividad no se refiere a una esencia individual, por el contrario, tiene un carácter social; se constituye en las experiencias compartidas y en las relaciones interpersonales, en contextos históricos y culturales concretos. Como lo plantea Retamozo (2009), contribuye a generar, articular y producir significados, aunque no se reduce a prácticas discursivas, sino que es experiencial.

Los procesos contemporáneos de participación política que incluyen nuevos y diferentes actores, como los nuevos movimientos sociales, demandan nuevas perspectivas teóricas, entre las que es pertinente incluir el concepto de subjetividad política (Duque et al., 2016).

Sujeto político y acción política

La imposibilidad de que la subjetividad sea “domesticada” la ubica como “un elemento altamente subversivo” (González, 2007: 23). De acuerdo con esta idea, existe una perspectiva que asocia la subjetividad política a la generación de sentidos y prácticas orientados a la emancipación, y considera que el sujeto político es aquel que procura una transformación de la forma en que la sociedad funciona.

En este sentido, los movimientos sociales, y particularmente los movimientos feministas, se han convertido en escenarios privilegiados para la formación y expresión de subjetividades políticas. Estas asociaciones procuran el logro de intereses comunes, la resolución de problemas que los afectan y la mejora de sus condiciones de vida. Se trata, en todos los casos, de articulaciones sociales que adquieren un sentido político (Duque et al., 2016).

Las diferentes teorías del feminismo han producido profundos debates en torno a la mujer como sujeto. Históricamente, han transitado entre una concepción homogeneizante de la mujer como sujeto único en los años 60 de la segunda ola, a la diferenciación de las mujeres en torno a las diversas condiciones de opresión que las atraviesan (negra, obrera, pobre, lesbiana, etc.) en la tercera ola de los 80 y los 90. Cabe aclarar que estas teorizaciones no siempre coincidieron con las realidades de las mujeres y disidencias latinoamericanas, que debieron articularse en torno a categorías interseccionales de sexo, clase, raza o etnicidad, que Rodríguez Martínez (2011) llama “feminismos periféricos”.

No obstante, la sociedad contemporánea está viendo que se superan estas formas de representación de la mujer y las disidencias, e identifica en la esencia de los movimientos feministas una nueva forma de transgresión de los límites binarios impuestos por el género. En este sentido, las nociones de sujeto y subjetividad han ocupado gran parte de la producción feminista contemporánea, tanto, dice Bonder (1998), que pareciera operar como un “tan necesitado cambio de discurso que, supuestamente, esta vez sí podría decir algo nuevo respecto de viejas cavilaciones de la teoría social”; una suerte de descubrimiento de un lugar común, en el que las distintas posturas logran modular las coincidencias y las diferencias; casi un acto fundacional que anuncia lo que muchas teóricas y activistas definen como la cuarta ola del feminismo.

Las demandas que los movimientos feministas sostuvieron históricamente en Argentina lograron mayor presencia en la escena pública, sobre todo en los últimos seis años. Nuestro país fue escenario del surgimiento, en 2015, del movimiento #NiUnaMenos, que inició una acción de alcance global e inspiró numerosos movimientos similares en todo el mundo. Algo equivalente sucedió con los últimos Paros Internacionales de Mujeres del 8 de marzo, los debates de 2018 y 2020 en el Congreso de la Nación sobre la despenalización del aborto, las discusiones en torno a la efectiva implementación y modificación de la Ley de Educación Sexual Integral, la aprobación de la Ley Micaela, la Ley Brisa, la Ley de Cupo Laboral Trans, etc. Se produjeron, también, los Encuentros Plurinacionales de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales y No Binaries. El último de ellos, en la ciudad de La Plata en 2019, reunió a más de 200.000 personas.

Del análisis de los procesos de configuración subjetiva, comparten los movimientos feministas en Argentina, se han podido identificar al menos cuatro dimensiones que por razones de espacio solo describiremos brevemente:

  1. Son ascendentes. A diferencia de las características burguesas del sufragismo, del feminismo ilustrado de la segunda ola, o de la abulia de la tercera, estos movimientos surgen en las bases mismas de la sociedad y logran interpelar a la opinión pública y a la clase política.
  2. Son intergeneracionales y transversales: mujeres y disidencias de diferentes edades, niveles educativos, niveles socioeconómicos, clases sociales, razas e identidades sexuales, que difieren en las nociones sobre lo que el feminismo es, pero comparten el mismo sentimiento emancipatorio.
  3. Horizontales y en red: el uso masivo de las redes sociales como nuevo canal horizontal y democrático opera como herramienta accesible de comunicación y permite la viralización de consignas alrededor del mundo en segundos, lo cual promueve la formación de redes de vínculos entre personas y consignas.
  4. La acción política con nuevo formato: una militancia, no despojada de ideología, pero sin adhesión partidaria que incorpora voluntades que no tenían participación política previa. Una condición más de su transversalidad.

La acción política es tanto expresión de la subjetividad política como su productora, ya que la impacta y la transforma (Retamozo, 2009; Vommaro, 2012). En términos generales, se ejercita en las diversas formas de participación política convencional y no convencional pero nunca es la actividad de un individuo aislado.

Debates

Durante la segunda mitad del siglo XX, la noción de ciudadanía ha vivido un proceso de franca redefinición, y ha producido una amplia gama de debates sobre la ampliación a nuevas dimensiones relacionadas con las luchas por el reconocimiento y la diversidad. Estos nuevos issues relacionados con las identidades de los grupos han pasado a jugar un papel preponderante en la movilización social y política de los ciudadanos, y ha surgido, así, el tema de las identidades étnicas y las identidades de género como ámbitos críticos de esos debates (Sandoval, 2003).

Efectivamente, la emergencia de cambios económicos, políticos y culturales asociados a la crisis de los Estados de bienestar ha provocado una ruptura con la matriz política clásica, lo que dio paso a una nueva pauta simbólica y material de organización de las sociedades contemporáneas. Este desfasaje entre viejas y nuevas formas de ciudadanía plantea una discusión teórica entre un discurso promotor de la integración y otro, del reconocimiento de la diversidad que, a su vez, promueven diversas formas de acción del Estado.

Ambos discursos sostienen diferentes visiones sobre la injusticia y la desigualdad: el primero relaciona la injusticia con el problema estructural de las diferencias económicas de un sistema capitalista excluyente; y el segundo, con la discriminación de un marco cultural que no reconoce la legitimidad de la diferencia (Sandoval, 2003).

De este modo, el discurso de la integración estaría centrado en políticas que intentan definir a la ciudadanía desde la lógica de la redistribución de bienes y servicios de protección social, reorganización del trabajo, promoción de subsidios y de un sistema de políticas públicas centradas en la mejora de la desigualdad estructural. Por su parte, el discurso de la diversidad estaría centrado en políticas con la tarea de definir a la ciudadanía desde la lógica del reconocimiento de las identidades postergadas, así como en la necesidad de proteger las manifestaciones y los productos culturales de los grupos minoritarios. De este modo, la lógica de la redistribución y la del reconocimiento darían cuenta de dimensiones distintas de la ciudadanía, ninguna de las cuales resultaría a priori más importante que la otra, sino más bien ámbitos igualmente relevantes en el enfrentamiento de la injusticia social (Sandoval, 2003).

Bibliografía

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Bonder, G. (1998). “Género y subjetividad: avatares de una relación no evidente”, Género y epistemología: Mujeres y disciplinas, pp. 29-55, Programa Interdisciplinario de Estudios de Género (PIEG), Universidad de Chile.

Cobo, R. (2019). “La cuarta ola feminista y la violencia sexual”, Revista Universitaria de Cultura, (22), pp. 134-139. Recuperado de https://bit.ly/3gH28dg.

Di Marco, G. (2011). El pueblo feminista. Movimientos sociales y lucha de las mujeres en torno a la ciudadanía, Buenos Aires, Editorial Biblos.

Duque, L.; Patiño, C.; Muñoz, D.; Villa, E., y Cardona, J. J. (2016). “La subjetividad política en el contexto”, Rev. CES Psicol., 9 (2), pp. 128-151. Recuperado de https://bit.ly/3gvJshT.

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González Rey, F. (2012). “La subjetividad y su significación para el estudio de los procesos políticos: sujeto, sociedad y política”, en Subjetividades políticas: desafíos y debates latinoamericanos, Bogotá, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, pp. 11-28. Recuperado de https://bit.ly/3vsZhdn.

Jaramillo Burgos, A. M. (2009). “Género, subjetividad y participación política”, en Cordaid, Organizaciones de mujeres y el ejercicio de los derechos, Castilla-La Mancha, pp. 5-82.

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  1. Politóloga por la Universidad Católica de Córdoba, maestranda en Comunicación Política y Género de la Universidad Austral, técnica estadística de investigación por la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Córdoba y posee una especialización en Diseño, Procesamiento y Análisis de Encuestas para la Investigación Social en dicha universidad. Es directora de investigación y cofundadora de la consultora Zuban Córdoba y Asoc. S.R.L. Se desempeña como investigadora en la carrera de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires y se ha especializado en el estudio de partidos políticos, opinión pública, comunicación política, derechos humanos y género.


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