Francisco Hugo Freda[1]
1. Lo inesperado
Hay un fenómeno inesperado: el virus. Un nuevo personaje entró en la escena social sin pedir permiso y cambió la vida, el existir de todos. Lo inesperado no diferencia a quien se dirige. El fenómeno pone de manifiesto los límites de nuestro quehacer y resalta de una manera clara y precisa los límites de nuestra realidad social, individual y más que nunca crea lo que podemos llamar “un síntoma político”. No existe “la política adecuada”. Más allá de las diferencias (económicas, culturales epistémicas) que pone en evidencia, indica que nadie posee el saber necesario para poner un verdadero freno a los efectos del imposible que evidencia lo inesperado. No existe el saber sobre “el todo”. Creer que es una falta de unidad frente al colapso de su llegada y sus efectos es sin lugar a duda una respuesta fácil. Antes bien, arroja luz sobre un fenómeno propio del sistema: la diversidad existe y se hace manifiesta todavía más cuando irrumpe sin dar aviso algo cuyas reglas de la significación “faltan”. La “diversidad” irrumpe con todo su brillo. La heterogeneidad está a la orden del día, y no se trata de un punto de irracionalidad sino de la manera que tiene el ser humano de agazaparse frente a la imposibilidad de significar en todas sus facetas un fenómeno que marca en la dimensión del tiempo un “antes y un después”, una escansión irreductible en la dimensión temporal, y que es la que permite afirmar que “nada será igual”, porque dicho fenómeno marca la historicidad al interior del tiempo cronológico. Existe la ilusión de que “todo tiempo pasado fue mejor”; sin embargo, no podemos dejar de constatar que es ya el pasado, que va dejando un residuo de saber. “La diversidad” nace del “inesperado” que el psicoanálisis se encargó de enfatizar con la fórmula: “no hay universal del Sujeto”. Hay que aceptar y saber hacer con eso. El ser humano, a diferencia de los animales, sabe consciente o inconscientemente que su modo de “ser” está más allá de toda determinación. Hay una multiplicidad del Uno, que constituye lo que llamamos la sociedad. Que se asocien no supone que el Uno desaparezca. La religión ya lo ha intentado con la fórmula: “todos son iguales ante Dios”, pero es cierto también que solamente uno puede dar cuenta de sus pecados.
2. Existencia
El existir es esa particular manera que tiene el ser hablante de pronunciar su nombre más allá de su patronímico. Lo que existe es una constante reverberación del ser en función de las circunstancias, lo que hace que a pesar de una cierta homogeneidad de principio se tiene que hablar de subjetividades, donde el plural indica la falta radical de homogeneidad. Se define regularmente el ser hablante a partir de sus percepciones y argumentos, ideas que se encuentran condicionadas por sus intereses, por sus deseos particulares independientemente de toda consideración. Podríamos hablar de una razón que le es muy propia y modulada según argumentaciones de orden que llamaremos, provisoriamente, personales. Por el contrario, lo objetivo y la objetividad encuentran su definición independientemente de la subjetividad del sujeto que las percibe. El discurso científico se encarga de marcar incesantemente la diferencia entre lo objetivo, lo demostrable que se universaliza y lo subjetivo; lo personal, que de ninguna manera puede confundirse con el universal.
A la subjetividad propia y única de cada sujeto, ese rasgo que hace que no haya un universal de la subjetividad, se opone la noción de objetividad; “lo objetivo” como pura exterioridad independientemente de toda consideración. Un “es así”, que en principio no se discute: hoy llueve, te guste o no. Se trata de la realidad, que introduce una tensión constante entre lo singular de la subjetividad y lo universal del objeto. Y ello a pesar de que ese universal puede adquirir distintos valores y sentidos según los conjuntos donde este universal sea interpretado. Volviendo a nuestro ejemplo anterior, la lluvia puede ser una bendición para el agricultor, puede al mismo tiempo ser una catástrofe para zonas inundables. Es decir que, si bien hay una separación tajante entre subjetivo y objetivo, mantendremos la hipótesis de que se encuentran anudados produciendo órdenes de significación altamente variables. Lo cual abre el campo a una interrogación sobre la tensión entre “lo universal” de la significación científica u objetiva y “la multiplicidad” de la subjetividad misma. Una tensión entre el Uno, lo Único, y lo Múltiple o las variaciones. Dicha tensión, que introduce la pregunta sobre el infinito de la significación que existe desde siempre, desde que el hombre es hombre, busca su solución en el discurso religioso. La Verdad es Dios, que tiene la última palabra. La adoración a la Verdad se impone para anular el agujero que lo objetivo aviva en el registro de la significación. El discurso religioso intenta llenar de sentido un “sin-sentido” que habita al interior de toda significación. Dicho clivaje se acrecienta aún más a partir del descubrimiento del “inconsciente”, ya que con este se puso en evidencia que a la división subjetivo/objetivo venía a sumarse otra que se ubica al interior del sujeto mismo: consciente/inconsciente. Siguiendo esa orientación, la subjetividad humana padece de los efectos del desconocimiento de los elementos inconscientes que pueden motivarla.
Dicho desconocimiento se acrecienta más todavía cuando la época se caracteriza por el declive, en ciertos casos, o por la desaparición de figuras tutelares que en otras épocas de la humanidad podían ordenar esta diversidad radical en nombre de ideales llamados superiores, donde la figura del Padre reinaba y conservaba la función de aplanar las diferencias en nombre de principios llamados patriarcales, los cuales debían ser respetados y transmitidos de generación en generación.
El orden societal y político hoy en día se encuentra particularmente desarmado frente a dicho estado de cosas. Las masas, que en otra época se ordenaban alrededor de figuras mayores, se ven hoy sin la más mínima continuidad de sentido y/o de principio. Lo cual permite decir a pensadores de la “Política” que
el concepto de lo imposible desaparece para el individuo inmerso en la masa. Los sentimientos de la masa son siempre muy simples y exaltados, por eso no conoce la duda ni la certeza. La masa solo es excitada por estímulos desmedidos. Quien quiera influir no necesita presentarle argumentos lógicos: tiene que pintarle las imágenes más vivas, exagerar y repetir siempre lo mismo.[2]
3. Las nuevas formas de la autonominación
Un hecho nuevo se presenta actualmente con insistencia: la elección del género; la diversidad se impone y las leyes acompañan la tendencia.
El masculino y el femenino, que estaban sometidos a leyes precisas, está cada vez más puesto en cuestión; la diferencia anatómica de los sexos está hoy particularmente subvertida, lo que da lugar a una serie de modalidades de autonominación que anulan las diferencias anatómicas.
Independientemente de las razones profundas e individuales que determinan ciertas elecciones, lo que vemos aparecer es un sistema que definiré provisoriamente de “autonominación”.
El orden de determinación se ve reemplazado por una nueva definición del ser, y así constituye nuevos conjuntos de individuos, en los cuales la posición sexual está sometida a múltiples definiciones, e inscribe en el “discurso social” la diversidad.
Hay un verdadero estallido de las reglas generales que van inscribiendo en el orden social la diversidad, “un orden nuevo” donde el orden diferencial corporal es negado y reemplazado por una autonominación. Los ejemplos abundan, se constituyen grupos, movimientos que reclaman a viva voz sus derechos a partir de una elección sostenida por un nuevo “modo de existir” y de “ser” que debe ser aceptado, y su inscripción en las leyes de funcionamiento del Estado.
Ante este fenómeno propio de la época, el hombre político, así como la mujer política, están conducidos a aceptar la diversidad como un componente de un nuevo orden social.
Podemos proponer la hipótesis de que, más allá de toda ideología, “la diversidad” va a extenderse a otros dominios sociales, independientemente de toda consideración histórica, moral o religiosa.
Gobernar es saber hacer con la multiplicidad de subjetividades.
- Licenciado en Psicología (Universidad de Buenos Aires) y magíster en psicología clínica (Universidad de Paris VII). Es psicoanalista en Buenos Aires y París. Actualmente es director del Centro de Estudios Psicoanalíticos de la Universidad Nacional San Martín. Ha trabajado en el campo de la salud mental, ha creado y dirigido el Centro de Atención y Tratamiento para Toxicómanos en Reims (Francia). Se ha desempeñado como profesor en la Universidad de París V y como consultor en la Organización Mundial de la Salud.↵
- Freud, S. (2017). Psicología de masas y análisis del yo, Barcelona, Amorrortu, p. 57.↵