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EL DIARIO

Martes 7 de Julio de 1908

DEL GENERAL MANSILLA


PÁGINAS BREVES

París, junio 12.

 

“Tempora mutantur[1]”, y ya están en el panteón los restos de Zola.

Los que tengan memoria recordarán qué impresión produjo en este país la famosa carta “J’accuse!”.

“Conspué”. ¡Zola! era el grito casi universal de los Pirineos a los Vosges y del canal de la Mancha al Mediterráneo.

La forma de gobierno era la misma; pero el gobierno republicano era otro.

Así, y solamente así puede explicarse esta milagrosa evolución, que no es como algunos lo pretenden un grito de la conciencia nacional arrepentida.

Mirabeau[2] y hasta Marat[3] estuvieron en el Panteón. Ya no están.

¿Le cabrá igual suerte al ciudadano Zola, que es lo que el gobierno ha querido enaltecer, y no al más conspicuo representante del naturalismo literario, según oficialmente se ha dicho ante sus despojos?

Como yo no me llamo siquiera Tiresias, es claro que no puedo tener la pretensión de levantar la punta del velo que nos oculta el misterio del porvenir a los que temporalmente vivimos en Francia observando y nada más.

Pero como el estado normal de este pueblo sensitivo es el de una “guerra civil latente” (de otro modo no acierto a explicarme), todo, todo hay que esperarlo de un futuro menos remoto quizá de lo que parece.

Ese conflicto pasivo lo ponen en evidencia cotidiana y periódicamente los diarios, las revistas, los libros diversos.

Cada nueva publicación que aparece tiene el sello de la agitación del alma francesa en sus más profundas concavidades.

Liberales y radicales, socialistas y reaccionarios de todos los matices –orleanistas, legitimistas, napoleonistas– todos, todos están permanentemente en la liza aportando con empeño su tributo intelectual.

Sea la forma novelesca, sea la forma histórica, el espíritu que más fuertemente satura cuanto ve la luz pública es el espíritu de partido.

El libro que hoy se anuncia, que vivirá mucho, o poco, o nada, siendo un aborto, se leerá o no se leerá.

Pero los compradores se cuentan por millares, como ha sucedido con la Jeane d’Arc de Anatole France[4], para solo citar un ejemplo de pasmoso éxito de librería.

¿Y si el producto es mediocre o malo? Lo mismo da si tiene la marca indicada, repito.

La ceremonia pues del otro día en vez de apaciguar las pasiones las ha exacerbado, precisamente por las razones aducidas en el discurso del ministro Doumergue[5].

Lo mejor, lo más práctico, en todo caso, habría sido empezar dejándolo en la primera etapa mortuoria. El tiempo cura.

Así lo que ha resultado es que “l’ affaire” no está concluido.

Los diarios de los múltiples partidos que componen la opinión lo están probando. Todos rivalizan en acusaciones, o en furor recriminativo.


Los libros de que voy a ocuparme son geniales y gemelos; pero no se parecen.

Es un caso literario y se explica diciendo que hay de por medio dos padres intelectuales de índole y tradición distintas, o, si ustedes quieren, de idiosincrasia opuesta.

En cuanto a su fisonomía peculiar trasuntada así de golpe, al correr de la pluma, a manera de instantánea fotografía: no es de pacotilla, todo lo contrario.

Los que los hayan leído, o los leyeren, han de ser, me parece, de mi opinión.

Si no lo fueren, resultará que los escolásticos de la Edad Media continúan teniendo razón, siendo uno de ellos el que escribió: de gustos y de colores no hay que disputar.

Fontenelle[6], que murió centenario, suerte que a ustedes les deseo, y que por haber vivido mucho había observado no poco y escrito enormemente decía, lo repito: hay libros buenos y libros bien hechos. Los suyos, que abarcaron las más vastas provincias de los conocimientos humanos de la época, fueron excelentes, teniendo como tenían, aquella doble recomendación, forma y materia.

No diré yo tanto de los que, perfunctoriamente, estoy examinando.

Sería exponerme a que me tacharan de parcial, queriendo, como quiero a sus autores.

Seguiré pues la regla que tiene siempre presente: que la crítica es fácil y el arte difícil, de donde fluye que es mejor ser favorable que acre. Lean ustedes estimular en vez de desanimar.

Ambos dos libros bien impresos y mejor corregidos que los míos, han sido pensados, reflexionados, meditados, con reposo.

No son por consiguiente “libros vividos”, como ahora se dice, sino de observación, escritos con elegancia y conocimiento del asunto, lo que no es poco decir. El estilo de los dos contrincantes es tan diferente como el de Victor Hugo o Lamartine comparado con el de Thiers o el de Taine.

Agregaré que vistos con lentes de más o menos aumento y según el punto de vista en que el observador se coloque, y las nieblas que se proponga penetrar, el uno por la razón A y el otro por la razón B, es decir, tanto el que ataca como el que defiende, pueden llegar a ser un reto a la opinión de muchos, a la convicción de algunos y a las preocupaciones y prejuicios de no pocos.

Fuera del dominio de las ciencias exactas no hay autor que, como Taine[7], verbigracia, no esté expuesto a que alguien le salga al paso y le diga: “Varias veces leyendo obras de este autor, más próximas a la filosofía, había entrevisto con respetuoso horror análoga falta de previsión”.

Léase sino el capítulo “De la inteligencia”, donde expone las teorías de Kant sobre espacio y tiempo. La incomprensión es tal, que rebasa el concepto incomprensión. Lo propio le acurre con Platón y con Descartes.

Y al llegar aquí viene como pedrada en ojo de boticario añadir: Aulard, que ha verificado la documentación de los “Orígenes” y en su libro comunica un extracto de tan penosa y necesaria solicitud, resume su juicio de este modo:

“Con los errores que provienen de la negligencia de la desatención, es preciso ser indulgente, pues quien los corrija los ha cometido asimismo o los cometerá. Pero si los errores provienen de un mal método, si provienen de previa decisión, si provienen de pasiones políticas o filosóficas, si son en su mayoría tendenciosos, si los hay en cada página, casi en cada línea, ¿no arrebatan toda autoridad a un libro de historia?”.

Pues este es el caso de los “Orígenes de la Francia contemporánea[8]”.

Puede decirse después de una verificación continuada que en este libro una referencia exacta, una trascripción del texto exacta, una aserción exacta son excepción.

Y luego añade: (todo lo cual cito sin alusión velada y solo en apoyo de lo afirmado sobre los peligros que corren los que escriben historia), añade, repito: “Amaba la gloria literaria; parece que la amaba por encima de todo. Su fin principal, tal vez sin darse de ello cuenta, era maravillar al lector, hacerse admirar del lector…”.

Su vena ingeniosa y siempre ardiente le inspira trozos brillantes, admirables, que no son sino antítesis, sorpresas, colores, en suma, pirotecnia literaria.

La verdad histórica se ve sacrificada en cada instante a las necesidades del arte.

Es también un hecho que a Taine le falta paciencia, no le es posible leer un documento hasta el final con tranquilidad, pasivamente. En tanto lee, reacciona contra su lectura, luego deja de leer y se figura lo demás con un apresuramiento febril para escribir, por crear”.

Mas el lector estará ya un poco impaciente queriendo saber cuanto antes a qué todo lo expuesto hasta aquí.

Voy a ello.

Viene a propósito de los dos últimos “Quiroga”; el de David Peña[9] y el de Carlos M. Urien[10], a los que “in extenso” acuso otra vez recibo.

El Quiroga de prestigio, entre nosotros, antes de estos dos recién nacidos era el de Sarmiento, conocido por “Facundo, civilización y barbarie[11]”.

En mi libro “Rozas, ensayo histórico-psicológico[12]” ya he dicho en dos palabras lo que pensaba de Quiroga, y de la tragedia de Barranca Yaco. ¿A qué repetirme?

No diré que he cambiado de criterio histórico; diré sí que después de haber leído a David Peña y a Carlos M. Urien, estoy pensando en lo que aconteció cuando el uso del microscopio hizo conocer una legión de organismos pequeñísimos: todas las cuestiones al respecto resultaron más complicadas, más difíciles de resolver.

Cien veces, y más, dice bien Emerson cuando afirma: encargad a un hombre instruido que os cuente una historia y siempre aparecerá su parcialidad; tiene sus observaciones, sus opiniones, sus tópicos y no ve la hora de exhibirlos; aquí añade, de allí quita, etc., etc., que es la situación en que con igual talento se han colocado respetivamente los dos jóvenes historiadores, bregando brillantemente, tanto Peña como Urien, por ser veraces, imparciales, justos.

Sarmiento, a guisa de tercero en discordia se alza entre ellos como una sombra shakespiriana diforme y deforme, y casi se oye este grito de ultratumba suyo parodiando a Voltaire:

“¡David! ¡Carlos! si mucho he afirmado que parezca mentira, que quizá lo es, en verdad os lo digo con alguna experiencia: la historia de la raza humana es la historia de las tendencias percibidas por el espíritu, y no la de los acaecimientos discernidos por los sentidos.

Con Facundo me propuse, no tanto escribir la historia de un hombre representativo, porque era fuerte, cuanto indicar una ruta: la que conduce a la tierra prometida en la lucha de la civilización contra la barbarie”.

Ahora, hablo yo.

¿Saben ustedes lo que ante estas perspectivas históricas de tan variados horizontes y coloridos se me figura?

Que estoy en los entretelones de un vasto teatro, que veo la maquinaria, las caras pintadas de los actores principales, el disfraz de las comparsas, el conjunto todo de la escena, que el público ve de otro modo y a su manera; y, figurándomelo, oigo algo así como una voz interior que me dice: en la historia no hay nada definitivo.

He conocido dos hombres de bien, incorruptibles. El uno amaba a Rozas, el otro le detestaba. Aquel, Máximo Terrero, siempre tenía una explicación justificativa por todos los actos de su hombre. Este, don Domingo de Oro, para todos estos mismos actos jamás carecía de una circunstancia agravante.

Consultarlos era pues aumentar las perplejidades persiguiendo lo concluyente.

Y por último y finalmente, estoy pensando en aquella señora legitimista que esperaba en su castillo incesantemente la vuelta de Luis XV.

Su razón no se había debilitado; sencillamente era mujer de otra edad… y se preparaba a extinguirse sin haber comprendido el presente.

Pero con esta diferencia entre la señora esa y yo: que más por “intuición subliminal” que por reflexión, esto de hoy con todas sus incoherencias y sus deficiencias, la impresión que me deja es que lo de ayer no era mejor.

Parafraseándome a mí mismo, mi concepto filosófico terminal helo aquí: Los Quiroga y sus congéneres de horca y cuchillo, el “caudillismo”, como diría Lucas Ayarragaray, con sus parásitos, letrículos “in troque” capaces de hacer pasar un camello por el ojo de una aguja, capítulo que no está estudiado, esa doble peste de origen obscuro y solariego, de lazo y bolas, de bota fuerte o de potro, de camisa almidonada y levita, o de chaquetón a raíz de las carnes, bien o mal casados, con o sin iglesia, de todo hubo, nos retrasaron treinta mortales años en el camino de lo que en la actualidad tenemos: el derecho de llevar la cabeza sobre los hombros, habiendo pasado a Dios gracias, del estado anormal patológico, al equilibrio de todas las funciones orgánicas del individuo dentro de la órbita de los respetos que se deben a la dignidad humana y a la libertad.

¡Que no fueron lo que en juicio contradictorio por estos y aquellos se pretende!

Así será.

Digo como el negro portero de un convento. Le preguntaban, cuál era mejor si el prior o el comendador, y en su media lengua, lengua bozal, como antes se decía, contestaba: “mi amito, el “pio” y el “comendao”, todo “é pio””.

Entre los pliegues del estandarte de güelfos y gibelinos, flotando en Hacéldama, podía leerse el mismo fatídico anatema.

Luego todos eran entonces peores.

Una palabra más.

Los documentos oficiales, los mismos papeles privados con que ciertos libros creen completarse, no son un argumento sin réplica.

Quiero decir que son las acciones, concordantes o discordantes con los pensamientos, las que hay que averiguar investigando hasta los pensamientos, lo que no es tan imposible como parece.

Beaumarchais[13] en la “Madre Culpable[14]”, lo hace discurrir a Fígaro así: “¡Oh! Lo que él dice… no es lo que quiere decir. Pero pescar al vuelo, cuando habla, las palabras que se le escapen, el menor gesto, un movimiento; ¡ahí está dónde está el secreto del alma! Aquí se trama algún horror”.

En la anécdota con el dicho del gobernador de Córdoba: “que lo peinen y le den chocolate”, dicho auténtico o no, se contiene mucha más filosofía de lo que algunos se imaginan.

El caudillo parecía condenar; en realidad se les escapaba por la tangente a los que lo querían.

En otros casos acontecía al revés; la clemencia era fingida, había como en ciertas cartas de recomendación, un signo convencional imperceptible que convertía la misiva en algo parecido a la carta de Urías.

Federici, el célebre poeta italiano, ha escrito bien completando el proverbio: “Le apparenze spesse volte comincono ed ingannano[15]”.

El género es raro; pero hay quien miente en vida y en la posteridad según las circunstancias de su posición, no siendo sino hombres de circunstancias en cuerpo y alma.


Al amigo que me cuenta sus penas, sus decepciones, sus chascos, pidiéndome consejo, aquí se lo doy, en esta forma y modo, que puede ser provechosa para algunos otros que en su caso se hallen.

Habla Paul Hervieu en su lengua así:

“La vie a ceci de médiocre et d’équitable que les choses ne nous arrivent jamais aussi bien que nous les souhaitons, ni aussi mal qu’on nous les souhaite”.

Yo la traduzco literalmente en la nuestra de esta manera:

“La vida tiene esto de mediocre y de equitativo que las cosas no nos suceden nunca tan bien como lo deseamos, ni tampoco tan mal como nos lo desean”.

Porque al lado de la buena yerba está la mala, una compensación, lo mismo que la realidad viene en pos de la ilusión enseñándonos como vulgarmente se dice a no chuparnos el dedo.


Los partidos políticos que por instinto de conservación más que a mantener sus principios se aferran a sus posiciones, fatalmente se condenan a una existencia precaria.


  1. “Los tiempos están cambiando”.
  2. Honoré Gabriel Riquetti (1749 – 1791), Conde de Mirabeau, fue un revolucionario francés, escritor, diplomático, francmasón, periodista y político. Entre sus obras, se cuentan: Le rideau levé (1786), Histoire secrète de la cour de Berlín (1787), Dénonciation de l’agiotage (1787). (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/92203246).
  3. Jean-Paul Marat (Boudry, 1743 – París, 1793) fue un científico y médico francés que realizó gran parte de su carrera en Inglaterra, pero sobresale y es más conocido como periodista y político durante la Revolución francesa. Entre sus obras, se cuentan: Observations de M. l’amateur avec à M. l’abbé Sans, (1785), Eloge de Montesquieu (1785), Les Charlatans modernes, ou lettres sur le charlatanisme académique (1791). (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/19680982).
  4. Ver nota al pie de PB. 18.05.06 o índice onomástico.
  5. Pierre-Paul-Henri-Gaston Doumergue (Aigues-Vives, 1863-ibídem, 1937) fue un político francés, presidente del Consejo entre 1913 y 1914, y presidente de la Tercera República entre 1924 y 1931. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/2509794).
  6. Bernard le Bovier de Fontenelle (a veces también aparece referenciado como Bernard le Bouyer de Fontenelle), (Ruan, 1657 – París, 1757) fue un escritor y filósofo francés. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/99744686).
  7. Ver nota al pie de PB.16.03.06 o índice onomástico.
  8. Taine, Hyppolite. Les origines de la France contemporaine : L’ancien régime, La révolution, Le régime moderne (Paris : 1875).
  9. Como especificamos en nota al pie de la PB.05.05.08, se trata del libro de David Peña Juan Facundo Quiroga conferencias en la Facultad de Filosofía y Letras (Buenos Aires: Coni Hnos, 1906). Cuenta con cuatro reediciones hasta ahora, todas consultables en la BNMM.
  10. Como especificamos en nota al pie de la PB.05.05.08, se trata del libro de Urien, Carlos María, Quiroga: estudio histórico constitucional (Buenos Aires: Compañía General de Fósforos. Talleres Gráficos, 1907). Nunca reeditada, esta obra está disponible en la BNMM. Urien (Buenos Aires, 1855 –Buenos Aires, 1921).
  11. Sarmiento, Domingo F. Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga y aspecto físico, costumbres y hábitos de la República Argentina. Santiago de Chile: Imprenta El Progreso, 1845.
  12. Mansilla, Lucio V. Rozas, ensayo histórico-psicológico. Paris: Garnier, 1898.
  13. Beaumarchais, Pierre-Augustin Caron de (París, 1732 – París, 1799) fue un dramaturgo francés, famoso sobre todo por sus obras de ambiente español, tales como El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro.
    (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/29529962).
  14. El otro Tartufo o La madre culpable (1792) es un drama en cinco actos de Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais (1732-1799). Su estreno en el Théâtre de la rue Feydeau tuvo lugar el 5 de may de 1797 y resultó un éxito. Constituye la tercera parte de la trilogía de Fígaro –tras El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro–. Fue adaptada en una ópera de Darius Milhaud bajo el nombre de La mère coupable. (Extractado y traducido de la Biblioteca Nacional de Francia: https://bit.ly/3mnuTO8.
  15. La cita es de Camillo Federici, da Il Capello Parlante, Atto III, Scena I. Camillo Federici (Garessio, 1749 – Padua, 1802) fue un dramaturgo y actor italiano, cuyo verdadero nombre era Giovanni Battista Viassolo. Entre sus obras, se cuentan: L’avviso ai mariti, Lo scultore e il cieco, Enrico IV al passo della Marna, La bugia vive poco. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/4953994).


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