Miércoles 19 de Agosto de 1908
DEL GENERAL MANSILLA
PÁGINAS BREVES
Boulogne, julio 23 de 1908.
Me gusta este Boulogne sobre el mar. El otro queda, como ustedes saben, tocándose con París, tanto que en el Bois hay una puerta llamada de Boulogne que allí conduce. Y es una puerta verdadera, de rejas, en donde está el molesto “octroi”, con su inspección minuciosa a toda hora, y no una ficción de puerta como la famosa del Sol en Madrid.
“Octroi” he dicho, qué felices son ustedes los porteños que entran a su casa como salen, sin que nadie les pregunte, para que paguen los consabidos derechos municipales de consumo: ¿qué lleva usted en esa canasta?, ¿huevos, duraznos, cebollas? Pues hay que aflojar la jareta de la bolsa.
Muchos casos habrá, yo conozco solo uno, en el que la aduana hace espiritualmente la vista gorda.
El mariscal de Sajonia, volviendo de una partida de caza cerca de París, hizo detener su carruaje en la “barrera” de San Dionisio a fin de que los argos aduaneros tuvieran tiempo de hacer la visita. Uno de ellos, abierta la puerta, lo reconoció y, volviendo a cerrarla reverentemente le dijo al punto al mariscal: “Perdonadme, excelentísimo señor, los “laureles” no pagan derechos”.
Decía que este Boulogne me gusta, y no por lo de sobre gustos no hay nada escrito, sino por una buena colección de razones, que aquí van.
Puede ser que ustedes se tienten cuando lleguen a este lado del charco y que me lo agradezcan.
Desde luego diré que, por mi dinero, he venido a bañarme en el mar.
Esto de bañarse en el mar es, mirado bajo cierto aspecto, asunto asaz interesante.
Tan es así que en “The Times[1]” del 18 del corriente se lee un extenso artículo con este título: “The right to Bathe”. Es decir, el derecho de bañarse, derecho en esta estación sobre todo, a tantos millares de ingleses atañe, ganosos, como es natural que estén, con estos calores caniculares, de dar una zambullida.
El tal derecho no se refiere a la libertad que todo hombre tiene de hacer o no tal o cual cosa ateniéndose a las resultas, sino al derecho de echarse al agua en el punto cualquiera del mar que se le antoje, violando la propiedad ajena.
El negocio ha sido llevado varias veces discrepando el criterio jurídico, ante los tribunales, y es curiosísimo leer los antecedentes. Los aficionados a tales indagaciones comiencen por registrar el susodicho artículo del “The Times” que en inglés concluye así: “The legal conception of common law has been modified by statute, and no one has been much harmed. Perhaps the time has come to make a little change as to the foreshore”.
Lo que de un modo más comprensible para todo lector no versado en lenguas extranjeras puede explicarse diciendo: con el tiempo maduran las uvas y ya no hay quien diga a costa del mar es mía, tengo el derecho de bañarme donde se me dé la regalada gana, vestido de fantasía o como nuestro padre Adán en el paraíso.
Las razones de la referencia son que Boulogne es balneario y ciudad al mismo tiempo y puerto de mar con mucho movimiento. A toda hora entran y salen vapores. Desde los muelles, que son vastísimos, ve uno perfectamente las caras de los que vienen o se van a Inglaterra, por ejemplo, que queda enfrente, a la vista. Así esto está lleno de ingleses transeúntes o residentes, que son las gentes más cómodas que conozco. El inglés si no le dice uno cosas agradables, no le hace nada desagradable.
A lo dicho hay que agregar que Boulogne tiene parte alta, la antigua, y parte baja, la moderna; el silencio allí entre murallas medievales con jardines; el rumor aquí con toda clase de vehículos, con muchos hoteles, con casino, con paseo ameno frente al mar abierto, ese trasunto del infinito; y hay que agregar que en tres horas está el “tourist” en París, y en un rato en Calais, y en otro en Berck, lugar de aguas muy frecuentado por paisanos argentinos. Más todavía. Boulogne es una tentación inocente. Si el tiempo está lindo, de un salto, puede decirse, se va uno a Folkstone, pasa allí el día y vuelve en la tarde a sus algodones de tierra francesa, donde el tipo masculino y femenino tanto se parece al británico como que sus antepasados normandos fueron los que, cuando no había “entente cordiale” ni un Napoleón, invadieron la otra banda con Guillermo el Conquistador a la cabeza.
Como estoy tan cerca de Inglaterra, y entre ingleses, a cada paso pienso en sus hombres, en sus sabios, en sus literatos, en sus estadistas. Es la eterna ley de la vida. Lo dice el mismo proverbio inglés “faut of sight far from mind”, fuera de la vista lejos de la imaginación.
Lo confieso, aquel país me cautiva.
Y entonces, ¿por qué no vivo en él? ¡Ay de mí! es otra ley de la vida también que no siempre vivamos donde lo deseamos. De no ser así, yo estaría entre ustedes. Pero dejemos esto, que no es de interés general, y vamos al señor Morley[2] y al señor Balfour[3], dos hombres representativos de dos ideales, que por un instante cambian los papeles.
Ambos estadistas se encontraron Manchester el 11 de julio. No se distancian allí, como entre nosotros, los hombres públicos. Al contrario, y cuando cambian ideas lo hacen con sinceridad, sin ambages. Estoy hablando de dos astros a cual más brillante en la constelación del pensamiento británico, o sea de dos académicos, que resultan, al parecer, conservador el “progresista” Morley, y progresista el conservador Balfour, siendo aquel mucho mayor que éste y “lord”, y su contrincante diré, para salir del paso, solamente “mister”.
Lord Morley, como canciller de “Victoria University”, discurriendo sobre las altas prerrogativas de los estudios clásicos, ha dicho, me parece incontestable, que los puestos eminentes hacen a los grandes hombres más grandes, sosteniendo esta tesis: la enseñanza técnica, cuyas ventajas no se discuten, deben subordinarse a los estudios clásicos.
El señor Balfour, por su parte, cree que el porvenir pertenece a la ciencia.
Aquí aparece como de relieve la visible diversidad de ideales y aspiraciones de los dos campeones, que en realidad de verdad, no están tan distantes.
Balfour envidia la ciencia, Morley los clásicos.
Pero ambos se tocan por un ángulo saliente que es la preocupación de todas las grandes cabezas modernas, a saber: amalgamar los intereses de la ciencia con los intereses de la democracia, conduciendo esta, como conduce, por caminos más o menos tortuosos al socialismo… el enemigo con su tendencia demagógica, o, si se quiere, con la pretensión colectivista de reducir la sociedad a ecuaciones algebraicas.
La caridad no consiste solamente en dar una limosna al pasar, viendo apenas con la prisa, al mendigo que estira la mano. Consiste todavía, y sobre todo, en darle un poco de nuestro corazón y de nuestra inteligencia a la masa de nuestros semejantes, necesitada, nuestra simpatía, pensando que los más son los que luchan por la vida.
¿A dónde vamos con tantos y tan sucesivos descubrimientos? No lo sé. Ni ustedes tampoco me permito creerlo.
Los antiguos ignoraban, verbigracia, que el aire se compone de oxígeno y azoe y que el agua se forma mediante el oxígeno y el hidrógeno.
Hoy en día son verdades elementales para los niños, y solo en un camino poco o nada progresamos, en el de la moral, respecto de la cual puede decirse: “se parece al arte, que poco evoluciona”.
La “Victoria de Samotracia”, que está en el Louvre, todavía les ofrece a los modernos escultores un modelo de perfección, en tanto que la física de Aristóteles nos parece muy grosera.
No soñaron siquiera los antiguos para solo hablar de una invención, con la navegación aérea, cuyos progresos recientes están alborotando a los partidarios de la paz, me refiero a los gobiernos, cuyos armamentos en vez de disminuir aumentan.
Estamos ya hartos de lo mismo, o sea del decantado “si vis pacem, para bellum[4]”. Hablemos entonces nada más que unos pocos de la alarma inglesa, con motivo del éxito (efímero) del último ensayo del barco aéreo ideado por el conde alemán Zeppelin[5].
“El peligro del aire” ha sido el grito del “Daily Mail[6]”.
Es su autor una autoridad como el señor M. R. P. Hearne[7] que lo firma.
Son interesantes y curiosas sus reflexiones. Y no puede argüírsele que ve fantasmas, porque el peligro no es inminente; ni que se trata de un imposible. El problema está teórica y prácticamente resuelto.
La aviación es un hecho. ¿Sus consecuencias? ¿Sucederá con esto lo que con la invención de la pólvora de cañón? Fueron menester grandes perfeccionamientos en la fabricación de las armas de fuego para que pudiera reconocerse la importancia del nuevo descubrimiento. Pero en todo caso la pólvora de cañón tenía que producir y produjo las más graves consecuencias.
Desde luego fue funesta para el feudalismo y favoreció el progreso del poder real igualando las condiciones sociales. Los tiranuelos feudales, en una palabra, que no puedo dilatarme, dejaron de desafiar impunemente la justicia real dentro de sus fortalezas. Porque gracias a las nuevas armas, el villano sobre el campo de batalla llegó a ser igual a su señor, que acorazado se lanzaba terrible contra los batallones de la plebe.
Así, pues, el señor Hearne, comparando los progresos alemanes y franceses de la aviación con los ingleses, no solamente exclama que “el paralelo es doloroso” para estos últimos, sino que estima que en caso de conflicto, la navegación aérea aparece, sobre todo para Inglaterra, como un peligro terrible, y tanto que su flota incomparable, sería actualmente impotente para conservarle la invulnerabilidad que su situación geográfica privilegiada le tiene asegurada en el día.
Con que así, ¿a dónde vamos?, ¿qué estamos en vísperas de presenciar?
El desarrollo y progresos de la aviación es de tal naturaleza y han tomado y siguen tomando tal vuelo (véase la “Revue des Deux Mondes[8]” del 15 de julio) que los distinguidos jurisconsultos del Instituto de Derecho Internacional acaban de reunirse para estudiar un proyecto de régimen jurídico sobre la aerostación en el “Dominio del Aire”. Entre otras cláusulas contiene las referentes a la nacionalidad de los nacidos a bordo de un aerostático, crímenes y delitos, etc.
La sobreexcitación anti-francesa en el imperio de Guillermo II se hace cada vez más aguda. No diré que estemos al caer de una catástrofe por “fas et nefas[9]”. Ni que el emperador esté detrás de la agitación. Pero, ¡cómo ocultar el sentimiento popular que se traduce en las amenazas de la prensa! ¿Será para aplacar a los franceses que no cesan de lamentar la pérdida de Alsacia-Lorena? La pólvora está seca de una y otra parte, y yo se los repito a ustedes: aprovechen la bonanza.
Este mundo viejo revienta ya, preñado de problemas, grandes problemas, formidables que, como en 1862 decía Bismarck, “no podrán ser resueltos por discursos y resoluciones de las mayorías”, lean ustedes, “ni de conferencias de La Haya, sino por el fierro y la sangre”.
Será quizá el modo de asegurar un medio siglo de paz, que han sido las consecuencias del año terrible.
Napoleón decía: “dentro de un siglo la Europa será republicana o cosaca”. Cosaca no creo. ¿Republicana? Hay materia para gravísima meditación.
Creo que nosotros no andamos tan mal ahí, aunque no tenga datos precisos estadísticos para comparar con imparcialidad.
Lean ustedes. Es como para no creer.
Y téngase en cuenta que no habla un enemigo de esta actualidad, sino uno de sus más exaltados sostenedores.
Dice entre otras cosas curiosísimas el señor Ferdinand Buisson[10], que ha hecho una “enquete” sobre tan importante negocio: que hay en Francia, donde la instrucción primaria es sin embargo obligatoria, 3000 analfabetos más en 1906 que en 1905.
Agrega que a Metz lo sitúan en América y a Puerto Arthur en Italia.
Siguen algunas consideraciones picantes, y, formalmente resulta que su “enquete” que entre 115 jóvenes franceses bajo las armas, obligados a ello por la ley, el 27 por ciento ignoran absolutamente a Juana de Arco, 37 por ciento la Revolución, 40 por ciento la guerra del 70, 45 por ciento la Alsacia-Lorena, 60 por ciento a Napoleón y 66 por ciento a Luis XIV.
Algunos han contestado que Marceau fue un dibujante; otros que Austerlitz fue un embajador; que Valmy tuvo lugar hace 50 años, reinando Napoleón… y que Víctor Hugo inventó la vacuna.
No pocos ignoran, el 80 por ciento, el nombre del almirante Courbet, y para buena parte Gambetta[11] fue literato y navegante.
Ahora bien, ¿dónde está el origen del mal, puesto que en este orden de ideas ignorar lo es?
El señor Buisson sugiere que los soldados estudien en el cuartel. Paréceme que sería más conducente que fueran al origen de tan desastroso resultado: a la escuela primaria, cuya organización es detestable, prescindiendo de que en ella se ignora hasta lo que no negaban Voltaire ni el mismo Rousseau, a Dios.
Los que gobiernan, y no son solo los que están en el poder sino los que inducen la opinión, debieran siempre tener presente una enseñanza de la historia, a saber, que cosas que nadie desea o aprueba no son sencillamente sino el resultado de cosas que se hicieron o se dejaron de hacer en el pasado.
- Ver nota al pie de PB: 08.03.06 o índice de publicaciones periódicas.↵
- Ver nota al pie de PB.27.05.08 o índice onomástico. ↵
- Ver nota al pie de PB.10.01.06 o índice onomástico. ↵
- “Si quieres paz prepárate para la guerra”. ↵
- Ferdinand von Zeppelin (Constanza, 1838-Berlín, 1917), fue un noble e inventor alemán fundador de la compañía de dirigibles Zeppelin. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/58145857782823020533). ↵
- El Daily Mail es un periódico británico, de tamaño tabloide y dirigido a las clases medias. Es actualmente el segundo periódico más leído en el Reino Unido (luego de The Sun) con una tirada de casi un millón y medio de ejemplares. Harmsworth (Lord Northcliffe) fundó el Daily Mail en mayo de 1896, con el objetivo de llegar a la clase media-baja recién alfabetizada con una publicación de corte sensacionalista. Tras su muerte en 1922, el diario pasó a ser dirigido por su hermano Harold, más tarde conocido como Lord Rothermere. (Extractado de https://bit.ly/2Fwujge). ↵
- No hemos hallado aún información asociada a este nombre. ↵
- Ver nota al pie de PB.22.05.06 o índice de publicaciones periódicas.↵
- “Correcto e incorrecto”. ↵
- Ferdinand Buisson (Thieuloy-Saint-Antoine, 1841, París – Oise, 1932) fue fundador y presidente de la liga de los derechos humanos. Obtuvo el premio Nobel de la Paz en 1927. Filósofo (catedrático de filosofía), educador y político francés, fue inspector general de la enseñanza pública, Presidente de la “Association Nationale des Libres Penseurs” (Asociación Nacional de los Librepensadores), famoso por su lucha a favor de una enseñanza gratuita y laica a través de la “Ligue de l’enseignement” (Liga de la Enseñanza), diputado, próximo a Jules Ferry, creó el sustantivo laicidad. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/14816193). ↵
- Ver nota al pie de PB. 02.07.06 o índice onomástico. ↵