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EL DIARIO

Jueves 7 de Diciembre de 1908

DEL GENERAL MANSILLA


PÁGINAS BREVES

París, noviembre 12.

 

¿Quieren ustedes reflexionar, distraerse, llorar, reír, indignarse?

Les aconsejo que se avíen con el último libro de Paul Margueritte[1].

Es lo que yo llamo un libro con atmósfera, humano, parisiense, que en su género solo tiene un inconveniente, por desgracia harto general, hasta entre los escritores como éste, de alto coturno.

No es un libro, quería decir, para toda clase de lectores, para novias, por ejemplo; so pena de exponer al galán a pensar si a la suya la ve leyéndolo: no, debe saber demasiado; no me conviene, voy a romper el compromiso.

Fuera de esto, la “Princesse Noire[2]”, que así se llama, es una novela de aventuras que, como pocas, conmueve y apasiona al más flemático lector.

Algunos pasajes me han hecho llorar. Verdad que en el teatro y en el silencio de la noche, leyendo en cama, soy de los que no pueden, y para qué, contener las lágrimas.

(¿Me perdonan ustedes esta confidencia que tan poco tiene que hacer con la maestría de Paul Margueritte?).

Uno de los tipos más interesantes de esta nueva creación, novelesca y real, con críticas de algunas renombradas casas llamadas de “sanidad”, para curar “neurasténicos” y otros, que de eso no padecen, es la señora de Morailles.

Su marido, marqués, encarna un prototipo (no es escaso en estos pandemonios: París, Londres, Berlín); el bribón elegante y a la moda; duelista temible, afortunado con el bello sexo y con gran fortuna pecuniaria; un don Juan Tenorio, o un don Juan byroniano, canalla, vil, vengativo, un monstruo mimado por una sociedad que solo ve bien las apariencias.

La señora de Morailles está destinada por sus desgracias enternecedoras, por su purificación dolorosa, por las persecuciones dramáticas incesantes de que es objeto por parte de la “Princesse Noire” a figurar en el número de las fantasías con ribetes reales, que viven al través del tiempo, en la imaginación del público, y cuyo nombre se repite de generación en generación.

Víctima de una legislación añeja que clama reforma, basta el testimonio de un médico accesible, es encerrada por loca en una de esas casas, verdaderas cárceles de desesperación, hasta que la providencia quiere arrancarla a sus tormentos.

En cuanto a “La Princesse Noire”, encarnación desconocida por ahora en nuestra América, casi primitiva en ese sentido todavía, felizmente, no son raras las ocasiones que estas agrupaciones intérlopes le ofrecen a uno de ver realizada tanta perversidad, bajo distintos nombres y disfraces. Hoy aquí, mañana allí, las policías las siguen y los palacios les dan acceso por su remarcable belleza, en tanto no les llega como a todos los criminales la hora fatal.

Y este volumen, compacto –son cerca de setecientas páginas– ¡se vende por tres francos cincuenta céntimos! Las bellas letras no son hechas para enriquecer sino a uno que otro afortunado mortal. Decididamente continúan siendo medios de vivir que poco dan de vivir, como diría Larra. Por estos mundos no tienen los autores el recurso de congresos generosos que se suscriban por millares.


Los católicos están de parabienes con el triunfo de Taft[3].

El Vaticano acoge con satisfacción su victoria por una mayoría de más de un millón de votos.

Taft se mostró siempre favorable a los católicos de Estados Unidos.

Cuando surgió la cuestión de los bienes de las congregaciones en las Filipinas, vino a Roma y defirió a las reivindicaciones de León XIII[4].

El gobierno americano liquidó liberalmente la situación (no como aquí Francia, donde el espíritu sectario prevaleció), y estableció un régimen eclesiástico conforme a los votos de la Santa Sede.

En una alocución a León XIII, Taft declaró (ahora lo recuerdan), que la república americana protegía los derechos la propiedad y el ejercicio del culto católico más eficazmente que otros Estados que se inspiran en concordatos anticuados.


¡Qué país admirable los Estados Unidos!

Su espectáculo impresiona y cautiva a los más prevenidos contra él.

La última lucha electoral parecía poner en el peligro hasta la misma forma de gobierno.

¡Humo!, ¡puro humo!

Con el veredicto popular todo se ha disipado.

Taft será presidente de la gran república.

Bryan[5] lo felicita.

Lo cortés no quita a lo valiente.

Se contenta con estar en el senado.

Porque, no cabe duda, será reelegido.

Y seguirá dando conferencias –lecturas, como allí dicen– que le pagan a razón de 100 libras esterlinas por noche, y luchando con su diario que no le da mucho, pero que es una buena ayuda de costas para un hombre político sin gran fortuna.


París ha inaugurado hoy con un frío glacial, un nuevo gran jardín y paseo en donde era el Campo de Marte.

Los parisenses reclamaban más aire, más luz, más árboles, más flores, en una palabra, más desahogo por aquel barrio, donde todavía no habían desaparecido todas las construcciones de la última exposición.

¿Y ustedes cuándo se resuelven a gastar algunos millones en esto que es vida?


El señor Millerand[6] acaba de pronunciar un notabilísimo discurso que se resume así: el gran mal que afecta todo en la Francia de ahora, lo interno y lo externo, es la mala ley de elecciones; hay que volver, so pena de recibir un gran castigo por persistir en el error, hay que volver al escrutinio de “lista” con representación proporcional.

Aprobatum est[7].


Es malo ser confiado y es malo ser desconfiado. Raro el término medio.


Un hecho alarmante que confirma lo que de algún tiempo a esta parte les vengo diciendo a ustedes.

Me refiero a que si hubiera guerra en este hemisferio los capitales no afluirían al Nuevo Mundo.

Ese hecho, perfectamente comprobado, consiste en que desde hace meses la Francia, la Alemania y otros países acumulan cantidades enormes de oro.

El Banco de Francia ha aumentado su encaje de metal precioso en 20 millones de libras, y el Reichsbank el suyo en 15 millones de libras; el Banco de Estado de Rusia en 10.750.000 libras y el Banco de Italia en 9.250.000 libras; el Banco Austro-Húngaro en 9.500.000 y el Banco de Francia continúa “acaparando” todos los envíos de oro que llegan del Cabo.

Este hecho es interpretado como signo de gran significado, temiendo que el horizonte, en hora más o menos próxima, brille con fulgores de guerra.

Al llegar aquí veo un telegrama de París a Londres diciendo en el “Times[8]” que el aumento del encaje del Banco de Francia no es sino la consecuencia natural de sus movimientos favorables.

Así será. Se arregle o no el último incidente franco-alemán la atmósfera internacional está turbia y pesada.


“Composición Laureada” se llama el folleto que hace días me está diciendo: ¿y cuándo se ocupa usted de mí?

Ahora, y con gusto, que es el remitente un oficial recomendable. Y va sin decir, empleando la fórmula gramatical francesa, y aunque peque de pleonástico un oficial ilustrado de lo más inteligente.

De otro modo no habría obtenido la palma que le ha discernido ese jurado, en el que figuran jueces tan competentes, por sus conocimientos y su imparcialidad, como Magnasco, Dávila, Carranza Vargas, del Solar, Cantilo, Daireaux y Gorostarzu.

En el fondo no estoy de acuerdo con la tesis, lo cual no implica ni puede implicar que el laureado no pise fuerte sobre el terreno, calzando ya coturno de catedrático.

Me place así recordar que en tiempo pretérito, bastante lejano, fui yo uno de los que con sinceridad le dije, por la prensa, estimulándolo: ¡adelante, joven Tassi[9]!

Es ahora comandante. A Tassi lo trae a mi memoria en una larga carta en la que extravasa su reconocimiento por aquel estímulo.

Prueba esto que es un caballero de buena cepa, cualidad relevante, siendo más fácil, como se sabe, olvidar lo que nos hizo gozar un momento que tal o cual espina punzante de la ruta.

Al correr de la pluma expondré por qué disentimos con el laureado.

La ley de servicio obligatorio argentina es “inconstitucional”.

Fue dictada por inquietudes que eran menos graves en sus causas de lo que parecía. Esto por una parte. Por otra, y en principio yo no soy, y mucho menos en una república (país) con tantos extranjeros como ciudadanos, yo no soy partidario del servicio obligatorio, hoy por hoy, pareciéndome que en semejantes circunstancias de hecho y legales es una doble carga para el hijo de la tierra y los pocos que se nacionalizan.

El comandante Tassi me habla en su precitada carta de escritos míos sobre reclutamiento.

En efecto, de eso me ocupé en épocas distantes y distintas, cuando la guerra del Paraguay y después del 90, escribiendo en “La Prensa”.

Tengo de las elucubraciones esas una impresión bastante viva; pero imperfecta, ¡había en ello tanto detalle!

Nos sucede con ciertos escritos lo que con ciertas caras que dejamos de ver durante un largo lapso de tiempo. Al volver a verlas nos decimos: conozco esta cara, pero no la reconozco.

Sobre la materia que me ocupa diré entonces que no he olvidado mi aserto fundamental, a saber: en un país de libertad no hay más que dos modos de hacer ejército, o el sistema prusiano que obliga a todo el mundo al servicio de las armas, o el sistema inglés que no obliga a nadie.

No he cambiado de opinión y sigo estando por el sistema inglés que es el de los Estados Unidos de Norte América, e inclinándome a la fórmula, diré: “instrucción” militar obligatoria.

Dicha fórmula puede “desentrañarse” sin violencia meditando sobre el inciso 24 del artículo 67 de la constitución relativo a las atribuciones del congreso.

Este mismo inciso 24 viene en apoyo de mi afirmación perentoria. Sobre la inconstitucionalidad de la ley vigente, o sea de servicio obligatorio.

–¿Cómo se concilia, en efecto, ese servicio con la cláusula que dice corresponde al congreso autorizar la reunión de las milicias?

(¿Qué milicias si de hecho el servicio obligatorio las ha suprimido?).

La cláusula agrega: disponer la organización, armamento y disciplina de dichas milicias (las que fueron en tiempo llamándose después, por corruptela, guardia nacional).

Más todavía, la cláusula concluye así: dejando a las provincias el nombramiento de sus correspondientes jefes y oficiales…

Y esto es tanto más significativo en el mecanismo y estructura jurídica de nuestra Constitución que viene después del inciso 23 que dice: fijar la fuerza de línea de tierra y de mar; y formar reglamentos y ordenanzas para el gobierno de dichos ejércitos.

Es decir, que la Constitución Argentina lo mismo que la de los Estados Unidos supone y admite dos clases de hombres armados en defensa de la Patria: los milicianos ciudadanos movilizados según las circunstancias y los casos; y los argentinos soldados de carrera, con escuelas primarias, secundarias y superiores en las que debe darse una educación científica, formando así el almacigo de jefes u oficiales para cuando sea menester aumentar los cuadros o proveer a las provincias de instructores o de jefes con experiencia y competencia.

La ley de servicio obligatorio ha pasado una esponja sobre esa atribución provincial.

Y las provincias, lo mismo las chicas que las grandes, las fuertes que las débiles, que tanto cacarean su autonomía, han dicho amén; y así, insensiblemente se ha acabado por mistificar un poco más el régimen del gobierno federal, que por las hilachas que muestra lo que más parece ser es un sistema “unitario” con ribetes de federal. Pero sin tener siquiera, no diré el mérito, ni la ventaja sino esto: sin siquiera ser más “barato” que un gobierno centralista; gobierno que, bien ordenado, puede ser menos caro que el otro, aunque en esto, como en tantas otras cosas que son acción, no es la letra sino el espíritu el que vivifica.

Si algo, anotando observaciones por el estilo me expongo a extralimitarme.

Voy, pues, a concluir con el notable trabajo del comandante Tassi.

Él termina diciendo, que “si para justificar, mejor dicho, que si para prestigiar las ventajas del servicio militar obligatorio, tuviera el autor de esta composición que presentarla con otros lauros, le bastaría evocar el aura libertadora que meció su cuna: la revolución francesa”.

Con mucha chispa decía el oficial brasilero del cuento de Eudoro Balsa[10], (¡coronel!, ¡hasta cuándo!) después de la toma de Uruguayana, refiriéndose a la batalla de Ituzaingó: “ainda está por verse quién ganóla”.

Tanto no diré yo. Observaré que la “conscripción”, o sea el servicio obligatorio, lleva el sello de la reunión de hombres más antipática y feroz que conozco y que, por consiguiente, es ley de opresión.

Mal hace nuestra América en copiar estos “soit disant[11]” leyes de igualdad, que como fácilmente puede verse no obstante el favor de las excepciones.

En cuanto a las maravillas del cuartel las conozco. Conozco al menos las de antaño. Hay gran cambio. La substancia es la misma. Pero admitiendo que el cuartel sea escuela capaz de hacer maravillas con los conscriptos analfabetos y otras yerbas, pregunto: ¿el gobierno federal y los gobiernos de provincia no tienen el deber de difundir la “educación”?

¡Ah! la ley de servicio obligatorio les enmienda la plana.

¡Qué ironía!

Me está esto trayendo a las mientes algo que leía días pasados con este título: “El teatro en el Ejército”.

Decía el observador más o menos esto: una decisión reciente del ministro de guerra permite las representaciones teatrales en los cuarteles.

–Me parece que se hacen demasiadas cosas en los cuarteles.

–Muy ocupados estamos allí.

Y, continúa el diálogo:

–Imagínate que damos conferencias.

–¿Teoría, estrategia, historia militar?

–No, nada de eso, deberes morales del ciudadano, circulación de los valores, etc.

Yo, en mi precitado, llamémosle estudio, que el comandante Tassi trae a colación en su misiva, establecía dispensas de tiempo según los grados de preparación escolar, al entrar y al salir. Pero más que un estímulo para el cuartel era a la inversa, creyendo, como creo, que los pueblos más fuertes son los menos iletrados.

Será lo que sea, que si todos pensáramos del mismo modo no había de qué conversar, y siga el oficial laureado investigando, meditando, escribiendo. Escriba, sí. Yo, como otros, lo leeré con placer aunque lleguemos a hallarnos en las antípodas, lo probable.


Otro académico que pasó a mejor vida. Victoriano Sardou[12] ha muerto. Su carrera ha sido gloriosa y provechosa.

Nació casi al mismo tiempo que yo, un invierno antes.

Entre él y yo había un vínculo literario: traduje su drama satírico “Rabagas[13]”.

Otros les dirán a Vds. con prolijidad de detalles lo que ha sido su labor enorme, sin intermitencias, del gran dramaturgo, que se va rodeado de consideración social.

Hoy son sus funerales en San Francisco de Sales. Era gran cordón de la Legión de Honor y, por tanto, se le harán honores militares.


La Alemania ha cedido.

El parto ha sido laborioso y largo, resultando mellizos.

La historia de los desertores de Casa blanca irá a La Haya[14], que se ocupará de los hechos y de la cuestión de principios. Y en cuanto a las susceptibilidades franco-alemanas, una declaración paralela e idéntica corta el nudo gordiano.

Proforma diré: tout bien qui finit bien[15].

Pero… no se hagan ustedes ilusiones: el ambiente no es de paz. Cuestión de poco tiempo. Todo el mundo se prepara para la primavera. No soy yo el único que lo dice. Los augures modernos, la prensa en general, escribe: “partie remise[16]”…


  1. Paul Margueritte (Argelia, 1860 Las Landas, 1918) fue un escritor francés, hermano de Victor Margueritte, también escritor, con quien escribió una veintena de obras. Autor prolífico, se destacó por su compromiso en la lucha por la igualdad de derechos de las mujeres; tema sobre el cual escribió Adam, Ève et Brid’oison. Algunas de sus novelas pueden inscribirse en la estética naturalista: Tous Quatre, La Confession posthume, Pascal Géfosse, Jours d’épreuves. En 1896 él y su hermano Victor iniciaron un ciclo de novelas históricas (4 en total), cuya redacción concluyó en 1908. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/79061563).
  2. Margueritte, Paul. La Princess Noir. Roman d´aventure. Paris: Librairie Felix Juven, 1905.
  3. Ver nota al pie de PB.06.04.06 o índice onomástico.
  4. Ver nota al pie de PB.30.04.06 o índice onomástico.
  5. Ver nota al pie de PB.14.11.08 o índice onomástico.
  6. Ver nota al pie de PB.06.06.06 o índice onomástico.
  7. “Aprobado”.
  8. Ver nota al pie de PB.08.03.06 o índice de publicaciones periódicas.
  9. No hemos hallado información biográfica sobre este autor.
  10. Eudoro Aristarco Balsa (San Nicolás de los Arroyos, 1837 – San Martín, 1922) fue un militar argentino, que participó en la Guerra de la Triple Alianza. Fue Diputado Nacional y Ministro de Guerra y Marina en varias oportunidades. (Extractado de https://bit.ly/3bY1zcf).
  11. “Según cabe suponer”.
  12. Ver nota al pie de PB.17.02.08 o índice onomástico.
  13. Rabagas: comédie en cinq actes, en prose. [Representada por primera vez en París, en el Teatro Vaudeville el 1º de febrero de 1872].
  14. Ver nota al pie de PB.02.04.06 o índice de eventos históricos.
  15. “Bien está lo que bien acaba”.
  16. “Pospuesto”.


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