Martes 28 de Enero de 1908
DEL GENERAL MANSILLA
PÁGINAS BREVES
París, enero 1º de 1908.
Simpáticas lectoras e indulgentes lectores del Río de la Plata, ¡siempre presentes en la memoria de este vuestro fiel y constante, atento y seguro servidor!
Año nuevo; vida nueva y perdonen ustedes el prosaico estribillo.
Charlemos.
Ya sé que Vds. me leen; los unos con curiosidad, los otros con cierta atención.
¡De lejos me parece que les oigo lo que piensan, y lo traduzco así!
A ver qué dice este Mansilla.
Porque si es cierto lo que me dicen suelo tener mis ocurrencias.
Sí, sí ya sé que Vds. me leen y que han estado extrañando mi largo silencio, que, al fin y al cabo no ha sido tanto.
Les he mandado ya mentalmente mi último librejo: “Un país sin ciudadanos[1]”.
Hace un mes largo, no siendo voluminoso, que ahí debía estar. Pero en esta “Ville Lumière” hoy penuria la luz tipográfica. Escasean los buenos y hasta los malos tipógrafos españoles. Imagínense ustedes lo que costará corregir a los “franchutes”. ¡Y luego a fin de año, cuando “Noel” absorbe todas las promesas infantiles!
Confío y espero que no lo tomarán ustedes al pie de la letra.
Así como también estoy seguro de que no ha de haber sido paladeado con igual complacencia por unos y otros (lo que hago notar en este entre paréntesis a la manera de Rudyard Kipling, el hombre de los entre paréntesis; puesto que la tal elucubración no es de ustedes sino mía).
¿Decíamos que han estado ustedes extrañando mi silencio, no es así?
Lo comprendo muy bien.
En el fondo, es una cuestión de psicología, siendo como soy, o es ilusión, una prolongación de ustedes.
Es decir, un “dédoublement” de la personalidad pensante argentina; con todas sus calidades, y defectos, idiosincrasias y modalidades.
(Hemos de hablar de esto en su hora; porque ustedes se transforman asombrosamente. Yo, a vuelo de pájaro, lo veo mejor que ustedes).
Tomo, pues, el hilo de nuestras pláticas, a mi pesar interrumpidas, por circunstancias varias.
Todo en este mundo, aunque parezca simple, sin mezcla, es más o menos compuesto y complicado.
Y así solemos vivir y vivir años y años, ignorantes o sabios, creyendo a pies juntillos no solo que ciertos cuerpos no tienen aleación sino lo contrario de lo que es; como cuando todos juraban que es el sol el que gira y no la tierra.
Las susodichas circunstancias no ofrecen mayor interés, “ergo” no vale la pena de disipar la nebulosa que las envuelve.
Pertenecen a las combinaciones y fantasías, cosas en general, que aclaradas resulta que se ha perdido el tiempo, lo cual como ustedes saben, es página repetidísima de la historia universal; y página que ha de seguir repitiéndose mientras haya quien crea, o quien tenga antojos, vale tanto como decir hasta la consumación de los siglos; o mientras tengamos el gusto de vivir bajo las estrellas, revueltos, hombres y mujeres.
A ver; por dónde empezaremos ya que ¿qué cosa más seria puede haber que gastar tinta tan sin qué ni para qué, en la tal interrogación más llena de “ques” que elegancia gramatical?
¿Saben ustedes de lo que me estoy acordando?
Nada menos que de Laboulaye[2] padre, el de “París en América”.
Hace ya fecha de esto. Creo haberlo referido “in extenso” en alguno de mis inacabables esparcimientos de folletinista.
Le conocí en Versalles. Su esposa encantadora todavía está llena de seducciones físicas, morales, intelectuales.
¡Que no sean así todas las mujeres matronas!
Marido y mujer (esta vive aún en Versalles en la misma casa de antaño), ignoraban que yo, hubiera traducido, con Dominguito Sarmiento[3], esa luz que tan temprano se acabó guerreando en el Paraguay, “Paris en Amérique”.
Departiendo con el espiritual y no menos profundo publicista, cuya sal (y pimienta) no le iban en zaga a su gravedad, díjome entre otras cosas, que de miedo de repetirme paso por alto:
“¡Qué lengua la española tan hermosa, y tan sonora, tan elástica!, ¡da ganas de manejarla!”
Él la hablaba como un francés, por las narices y la garganta; pero con facilidad.
Decía ¿por dónde empezaremos?
Empezaremos por cosa de la tierra, ¿no les parece?
Y si estando acá hago mal en hablarles a ras de allá, recuerden a Larra cuando decía que en España (¿y ahí?) no puede uno moverse sin tener un empeño para el oficial de la mesa, y que “sería lástima que se acabara el modo de hacer mal las cosas”.
La verdad pura y neta es que cuando de estas y otras menudencias me ocupo, la verdad verdadera es que todo lo relaciono con mi país.
El mundo entero se me figura concentrado en él.
Lo que no es argentino me interesa, me distrae.
Solo lo que es argentino me preocupa y me apasiona fuertemente.
El niño que he visto nacer se ha hecho hombre. El hombre se ha hecho escritor, poeta, y el poeta exhala acentos que entristecen. El “Enigma interior” lo agita profundamente. Está en la hora de la crisis.
Ha padecido mucho ya según él, y, padeciendo, ha pensado que nadie sufrió tan temprano como él.
Así envuelto en una nube de melancolía se alza hacia “la luna” relatando “interminables confidencias” y se extravasa en endechas dolorosas y “llora y se apenumbra”…
(No me place el neologismo “apenumbrarse”…).
Me estoy refiriendo a Manuel Gálvez[4] hijo, que en el volumen de versos[5], algunos de ellos muy bonitos, que “con mucha simpatía personal e intelectual” me ha remitido, dice con sencillez:
“Mi alma está en convalecencia…”.
Ya verá, que con el tiempo todo cambia, que la duda de hoy se vuelve escepticismo mañana, angustia, mientras no se vuelve al punto de partida, a la fe que cree en lo que la madre enseñó; y que el “enigma interior” se enreda y se hace cada vez más indescifrable, como los misterios de Isis hasta que no cae el velo, cuando se tienen devaneos con entidades tan opuestas como subversivas, es decir, con Heine[6] y Verlaine, “poetas predilectos” de mi joven amigo. Sus almas se ignoraron. Hablo con conocimiento de causa. No conocí a Heine, –es claro– le conozco por su escepticismo apocalíptico. Pero he conocido a Paul Verlaine de cerca, y él creía en Dios y en Jesucristo.
De otro modo no arribará este novel autor –que es ya una promesa– a arreglar sus cuentas morales o, valiéndome de una figura prosaica, a conocer el verdadero estado de su cerebro como el de su bolsillo.
Heine vivía desesperado. Era un perturbador de almas. Hizo del escepticismo la doctrina de la crónica; y así, de apostasía en apostasía, llegó a ser el prototipo del renegado moral. Nació judío, fue protestante, panteísta, materialista; en fin, aborto del talento murió retorciéndose en el cieno de la amargura.
Verlaine, en medio de sus pobrezas, como hambrunas, imitando a Ronsard[7], cantaba:
M’éveillant au matin,
avant que faire rien,
J’invoque l’éternel,
le père de tout bien,
“Le priant humblement
de me donner se grâce
Qu’il me veille
garder en ma première foi[8].
Ahora un consejo, que como no me lo piden quién sabe si será recibido bien. Que la buena intención me abone. Pulir y repulir es el único modo de arribar a hacer efectivo que: “Les versets sont en effet la musique de l’âme[9]”.
Generalmente no damos importancia a los detalles y sin embargo reflexionando se ve claramente que los detalles constituyen la mayor parte de la existencia.
Hoy por hoy han de contentarse ustedes con lo anotado hasta aquí, y con una plumada más.
No me gusta mucho recomendar libros amenos. Pero infrinjo la regla en obsequio de uno eminentemente francés.
La razón que tengo para ello hela aquí.
Es un momento este en el que la “literatura” (empleo la palabra en el sentido de carrera de las letras), hace una evolución.
De arte se convierte en oficio, de modo que los autores se multiplican al infinito, como las arenas del mar, y que sus productos se computan diariamente por toneladas.
No hay tiempo material para leer, y el elogio y el juicio crítico degeneran en reclamo para la venta.
De ahí un peligro.
Si uno no ha leído, estudiando, es decir, con atención escrupulosa y se atiene a lo que otros dicen, ensalzando, se corre el riesgo de inducir mal al lector.
En las “Lettres persanes” (estas sí las recomiendo a las personas formales siendo antiguas) hay una carta de Usbeck a Rica.
Dice Usbeck que se ha encontrado en sociedad con dos sabios.
El uno afirma lleno de suficiencia: lo que he dicho es verdad porque yo lo he dicho.
El otro, que está cortado por la misma tijera pedantesca, sostiene: lo que yo no he dicho no es verdad porque yo no lo he dicho.
¡Por Dios! no vayan ustedes a ponerme en ninguna de las dos categorías, si llegaren a no concordar conmigo en lo referente a la evolución del arte con detrimento de la estética y de la moral; de esta última, sobre todo.
Con el libro está sucediendo lo que con el teatro. No hay espectáculos para las jóvenes decentes, para la modestia sino excepcionalmente, las mismas señoras ya iniciadas en las flaquezas de la vida suelen ponerse como tomates.
Antes, allá cada cincuenta años aparecía un “las amistades peligrosas”. Ahora, la competencia las hace pulular como materia industrial.
Del periodismo no hay que hablar, aquí, en Francia.
Nuestros diarios argentinos en el sentido editorial son modelos.
Nadie ahí, ni en Montevideo, ni en Santiago de Chile, ni en Río Janeiro, osaría insertar un artículo de esos que llaman de fondo (aunque solo lo tenga metafóricamente) como uno que estos días pasados insertaba un gran diario, el más leído en París por la colonia argentina.
Tenía por título “La quinzaine fantaisiste[10]” y encabezaba la primer columna, sitio de honor (reza también en esto el protocolo).
Hay que ver para creer. Vean.
Y lean en francés, y lean solo los grandes. De aquí no pasen las damiselas y menores de edad.
“La France est anxieuse. Elle manque d’Américains. Elle les attend comme un étudiant guette le facteur qui doit lui apporter une lettre chargée. Tous les jours les bijoutiers, marchands de tableaux, tenanciers de maison de jeu, restaurateurs et, disons-le aussi, femmes de plaisir, consultent la liste des voyageurs débarqués par le bateau du Havre.
Une sœur Anne de la haute galanterie est même montée, armée d’un télescope, sur la tour Eiffel afin de consulter l’horizon pour voir si, l’Américain, rêve ne montrerait pas au loin le cuir de son sac de nuit. Elle en est redescendue bredouille et aucune de ses amies n’est, cette année, à la suite de laure chasse a Phomme, parvenue à inscrire aucun Américain au tableau.”
Pues si el diario es en cierto modo el bastón en que cada cual, según su filiación, se apoya (la materia con que se desayuna), ¡vaya un báculo!, ¡y qué prospecto de indigestión!
¡Ah! ¿Y el libro que quería recomendar a ustedes?
Se titula: “Recits d’ une tante”, o sea “Memorias de la condesa de Boigne (1820-1830)”[11].
Hallarán ustedes en él retratos y cuadros al natural, y juicios más o menos severos sobre personajes eminentes y sobre escenas íntimas en los días de Luis XVIII.
Es notablemente justa: pero con el autor del genio del cristianismo no tiene piedad.
Y eso que Chateaubriand era en ese momento en Francia el niño mimado del bello sexo; exactamente como Lord Byron lo era en Inglaterra.
La condesa de Boigne parece complacerse en comparar la vanidad y las puerilidades de estos dos prestigios de circunstancias, que su posición en la corte y sus numerosas relaciones sociales le permitían observar de cerca.
Dice que ambos eran igualmente “poseurs”, afectados; que a Byron le daba por parecer peor de lo que era y a Chateaubriand, mejor.
Después de todo agrega: Chateaubriand no era tan vano como Benjamin Constant[12].
Pintándolo a este en los momentos en que paso a paso marcha hacia las barricadas, metido dentro de una litera, nos dice: debió hablar y no habló; un tambor marchaba adelante; él en la actitud de un Tancredo de ópera, él hacía señas con la mano para calmar los gritos que en su honor nadie estaba dispuesto a proferir.
La condesa era amiga de madame Récamier[13], cuyo salón describe con un tacto infinito de mujer que conoce el corazón humano y las leyes de la vida.
Si la tentación no fuera más fuerte que la voluntad huiríamos de los malos libros lo mismo que de las malas compañías.
- En su biografía Vida de Lucio V. Mansilla, Enrique Popolizio escribe: “A comienzos de 1908 le llegaron las pruebas de s última obra, Un país sin ciudadanos, editada también por Garnier, que le publicó las anteriores” (352). El libro se editó sin fecha. Sin embargo, de la lectura de esta página breve podemos inferir que el libro salió publicado a fines de 1907 y enviado inmediatamente a los amigos en Argentina. ↵
- Ver nota al pie de PB.06.04.06 o índice onomástico. ↵
- Domingo Fidel Sarmiento (Santiago de Chile, 1845 – Curupayty, 1866), conocido como Dominguito, fue hijo adoptivo de Domingo Faustino Sarmiento, y algunos suponen que su hijo carnal, concebido por su madre, la argentina Benita Martínez Pastoriza, cuando aún vivía el hombre con quien estaba casada, el comerciante chileno Domingo Castro y Calvo. Enrolado a los 21 años como capitán en la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay –en la que también luchó Mansilla– murió en combate en la Batalla de Curupaytí. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/68101972). ↵
- Manuel Gálvez (Paraná, 1882 – Buenos Aires, 1962) fue un narrador, poeta, ensayista, historiador y biógrafo argentino. Partícipe de la reacción contra el positivismo entre la intelectualidad argentina, fue un preconizador del componente «hispánico» de la nacionalidad argentina así como un duro crítico del cosmopolitismo. A lo largo de su vida, su obra fue adquiriendo cada vez más un tinte patriótico, conservador y católico. Autor de una obra prolífica, ha escrito 58 novelas, 2 poemarios, varias biografías y ensayos. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/22213019).↵
- El Enigma interior (Buenos Aires: Librería de América, 1907), fue el único poemario de Gálvez de fecha anterior a la de esta página breve. ↵
- Ver nota al pie de PB.30.04.06 o índice onomástico.↵
- Pierre de Ronsard (castillo de la Possonnière, Couture-sur-Loir, 1524-Saint-Cosme-en-l’Isle, 1585) fue un escritor y poeta francés del siglo XVI. Se le conoció como «el príncipe de los poetas y poeta de los príncipes» («Prince des poètes et poète des princes») de Francia y lideró, junto al también poeta Joachim du Bellay, el grupo poético del Renacimiento francés conocido como La Pléyade. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/61551687). ↵
- “Despertar en la mañana / antes de hacer nada / invoco lo eterno / el padre de todo bien / Humildemente rezándole / para recibir su gracia, que él me permite mirarme en mi primera fe”. ↵
- “Los versos son en efecto la música del alma”. ↵
- “La caprichosa quincena”. ↵
- Ver nota al pie de PB.02.04.07 o índice onomástico.↵
- Henri-Benjamin Constant de Rebecque (Lausana, 1767–París, 1830) fue un filósofo, escritor y político francés de origen suizo. Entre sus novelas, se cuentan: Adolfo (1816), El cuaderno rojo (1807) y Cécile (1851).
(Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/45095766). ↵ - Juliette o Julie Récamier, (Lyon, 1777 – París, 1849) fue la organizadora de un famoso salón literario en el París postrevolucionario y napoleónico. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/36967757). ↵