Miércoles 27 de Mayo de 1908
DEL GENERAL MANSILLA
PÁGINAS BREVES
París, Mayo 1° de 1908.
Mientras haya hombres hemos de asistir al eterno drama unas veces trágico, otras veces cómico, de las aberraciones humanas.
Y tanto los chicos como los grandes, los que están abajo como los que están arriba, alguna sorpresa nos han de reservar. Porque solo el corazón concibe las cosas extremas y admite las incompatibles.
Y la hora de las revelaciones ha de ser la de la muerte, y si no la de las revelaciones por lo menos la de refrescar la memoria.
Tenemos así que, a propósito de la reorganización del ministerio inglés, motivada por la desaparición de este mundo del que fue su jefe anterior[1], ya comienzan a circular las anécdotas.
Ahí, en nuestra América del Sur, principalmente, solemos ser más severos que indulgentes con lo que llamaré la evolución personal de los hombres públicos.
Véase cómo pasan las cosas por este lado del charco…
El señor Asquith[2] y el señor Burns que hoy pertenecen al mismo gabinete no se encuentran por primera vez.
Cuando el señor John Burns[3] era un agitador socialista, fue condenado a seis semanas de cárcel por haber, a despecho del gobierno, organizado un meeting en Trafalgar Square.
¿Saben Vds. quién fue el defensor de John Burns?
Nada menos que el señor Asquith, hoy día primer ministro.
¿Cuál de los dos ha cambiado?
No es esto todo.
El señor Walter Runciman[4], o sea el nuevo ministro de instrucción pública, resulta en la nueva combinación ministerial colega del señor Churchill, ministro de comercio. Y por una coincidencia curiosa, estos dos hombres políticos fueron en otro tiempo adversarios encarnizados, disputándose una banca en el parlamento.
Otra vez, ¿cuál de los dos habrá cambiado?
La derrota electoral que acaba de sufrir en Manchester el señor Winston Churchill[5], siendo su adversario un conservador (unionista), nos permite completar este parágrafo con unas cuantas observaciones.
La primera que el vencido es una personalidad muy simpática, lo cual no quita que sea un tránsfuga. Desertó de las filas conservadoras cuando vio que su firmamento político se cargaba de nubes.
Creo que Vds. no tomarán a mal que por vía de información les recuerde –es el caso en que estamos– que esta elección responde a una costumbre y no a una ley escrita.
Esa costumbre, más o menos buena, consiste en que cuando un miembro de la Cámara de los Comunes es nombrado ministro, como ahora el señor Winston Churchill, forzosamente tiene que solicitar de sus electores que le “ratifiquen” su mandato. Lo hacen o no lo hacen. Esta vez no lo han hecho. ¿Las causas? Son varias, entre ellas que el señor Churchill le ha hecho muchos adelantos al “Home Rule[6]”, con promesas disfrazadas al socialismo y que es partidario de la reducción en los gastos necesarios para no disminuir la potencia naval.
Está, pues, el que llamaremos ex-diputado por Manchester, esperando que sus amigos le ofrezcan hacerlo elegir por otra sección lectoral. Pero en una postura poco lucida, por más que su talento sea tan brillante como elástico.
Ya que ustedes han conocido al célebre Frégoli[7] les diré, y con dos palabras será suficiente para hacerme entender, que el teatro del Gymnase[8] está dando una pieza en un acto titulada: “L’Incendiaire”.
Como composición dramática no tiene interés. Es sencillamente una fabulación, cuyo objeto se reduce a exhibir al gran actor holandés Theo Bouwmeester[9], bajo sus múltiples aspectos, o sea su extraordinario talento para cambiar de traje y figura.
La escena pasa en Londres en el gabinete de un juez de instrucción que se ocupa de descubrir al autor de un incendio voluntario.
Bouwmeester encarna alternativamente al acusado y a los testigos de “l´affaire”.
Este acusado medio idiota es él.
El hermano del acusado, de cara patibularia, es él.
El padre del acusado, un anciano temible, es él. El judío de entonaciones cómicas, el pintor de brocha gorda, es él y siempre él, prodigioso, de relieve.
Este género, diré, fue inaugurado por Frégoli; pero sus tipos eran más grotescos. Bouwmeester se mantiene en la tonalidad cómica, y si esta cualidad no lo hace superior a Frégoli, según mi sentir, el público se inclina a creerlo.
Más vale tarde que nunca, y perdone el autor de “El hombre” o sea Dermidio González[10] que tanto tiempo he dejado correr sin ocuparme de su libro. Pero he estado últimamente, desde que regresé de mi visita tan fugaz, mucho lo sentí, al Rosario, que solo ahora puedo decir teniendo tiempo material: hablemos de eso.
Pertenece este trabajo histórico, “pêle-mêle”[11], al género de los que bone fide se proponen restablecer el equilibrio de la verdad, empresa meritoria, dificilísima.
¿Está exento el autor de las preocupaciones o pasiones que en épocas distantes y distintas envenenaron la pluma de los que combatían el orden de cosas que con la gran batalla de Monte Caseros, nos descubrió nuevos horizontes, orientándonos en la dirección constitucional que ha sellado, al fin, la unidad moral de la Patria?
De pasiones me parece que sí, de preocupaciones creo que no. Lo contrario sería un caso fenomenal. Pero esas preocupaciones no le ofuscan del todo. Y cuando acontece hay una circunstancia que aboga en su favor: la sinceridad en la disposición constante de atenuar responsabilidades y cargos.
¿Provendrá esto de la índole benévola del escritor, cuya filiación no conozco, o de la inclinación de ciertos espíritus a rectificar el veredicto de la cosa juzgada?
Porque, al fin y al cabo (a nadie quiero nombrar) lo que más visible está es que con la desaparición de “aquello” fue posible “esto”. Y que esto es mejor que aquello, ¿quién lo pone en duda? ¿Nadie? ¡Oh, no! Yo conozco ancianos que sostienen lo de siempre, como en el Barbero de Sevilla: la música en mi tiempo era otra cosa.
Será lo que sea. No juzgo precisamente, no analizo. Tengo un producto a la vista. Es letra de molde. Y he aquí la impresión que me deja su lectura varia, de estilo fácil, corriente, sin pretensiones, como para que nadie tenga que quebrarse mucho la cabeza si quiere sacar en limpio su concepto.
“El Hombre”, pues, de Dermidio T. González hace pensar en el proverbio que casi todas las lenguas tienen: el diablo no es tan negro o tan feo como lo pintan.
Pero los proverbios son los proverbios, y el quid está en entenderse. De modo que algunos han de hallar que el diablo es todavía más negro y que en la paleta de su gama de colores González ha elegido los más simpáticos para iluminar sus retratos.
¡Entenderse! Todo cuanto a los hombres los separa de ahí proviene, de ese escollo. En latín la palabra “res” tiene cerca de doscientas connotaciones, es decir, que las tres letras esas son una palabrita que significa dos ideas, una accesoria y otra principal. ¡Señor! de las disputas originadas por la tal palabrita, ¡cuánta guerra civil literaria!
Felizmente no corría sangre por ella, como entre nosotros por los adjetivos “federales y unitarios”.
¿Qué más quiere usted que le diga, González? Siga usted. De la contradicción alguna verdad puede ser que brille en el firmamento de la historia patria.
Acaba de morir un hombre que para mí, y muchos otros, era encantador.
Emilio Gebhart[12], el eminente escritor que era uno de mis predilectos en la Sorbona, se nos fue de este mundo.
Su figura literaria es tan alta, que no me detendré a decirles a ustedes, alcen la vista y miren.
Sus perfiles morales eran de lo más simpático.
Una anécdota suya lo pinta a lo vivo. Acabo de leerla. La traduzco acortando algo. Lo que sigue bastará.
Era en Nancy, después de la sangrienta batalla de Reichshoffen, la víspera de la entrada de los prusianos.
Faltaba examinar una treintena de jóvenes que habían acudido de los alrededores, en su mayor parte de Metz, de la Lorena alemana, de Sarrebourg, de Suneville.
Urgía devolverlos a sus familias.
La compañía del ferrocarril del Oeste no podía esperar sino horas.
Gebhart reunió sus muchachos y les habló así:
“Hijos míos, el tiempo urge, no tienen ustedes sino dos horas disponibles.
Voy a dictarles, para la versión latina, dos líneas de César. Ustedes escribirán una frase de cinco líneas, en latín, sobre esta materia:
“Platón recomienda a su hijo el estudio de Platón”. En fin, diez líneas de disertación francesa sobre un asunto sencillo: La Virtud.
Se servirán ustedes para llenar todas las formalidades de papel de la Facultad.
El examen será oral o escrito.
A mediodía todo debe estar pronto. No se vayan.
Llegó la hora.
Todo terminó en un verbo.
Los muchachos no entendían las preguntas y los maestros no escuchaban sus respuestas.
Algunos contestaban llorando.
Pero volvieron a sus casas “bachilleres”.
Iban llenos de tristeza.
En el hogar no estaban sus padres: estaba el enemigo.
El tipo menos común de hombre político es el que a la vez se traduce en hombre de acción y de estudio, siendo filósofo y versado en todo lo que con la cosa pública se relaciona.
A esta categoría pertenece en Inglaterra el señor Morley[13], liberal, que acaba de pasar a la cámara de los lores gozando de universal estima y respeto.
Dos clases de hombres: los penetrables, o sea los que hacen todo lo posible por hacerse conocer; y los compenetrables, o sea los que hacen hasta lo imposible porque no los conozcan.
“Sir Henry Campbell-Bannerman[14] ha pasado a la historia, habiendo sido después del rey, el primer personaje político de Inglaterra. Tenía 74 años y durante 40 (!) estuvo en el parlamento. No le fallaron sus electores, ni él a los principios, que desde la hora prístina de su primera elección proclamó.
Era radical liberal.
No hay notas discordantes alrededor de su tumba. Todas a una rinden homenaje a la sinceridad de sus convicciones, a su lealtad, a su urbanidad, sin excluir a sus más encarnizados adversarios.
Lo he leído mucho. Era fecundo: improvisaba con facilidad, como su maestro Gladstone[15]; pero no se cernía por las alturas de la grandilocuencia como Balfour[16]. Su último rival, jefe del partido conservador.
Quien dice cristianismo dice lo contrario de socialismo jacobino. Ergo. El cristianismo tiene y tendrá siempre necesidad de ser defendido. La razón principal hela aquí: es una creencia que levanta en el alma humana una hostilidad irreductible que no es cuestión de tiempo, ni de raza, ni de los escándalos que pueden dar los que la enseñan, sino de las exigencias de su naturaleza, de sus exigencias morales.
Su doctrina, es, en efecto, una revelación que impone la humildad, con la aceptación del misterio y la mortificación con la práctica de sus preceptos. “El Sicambro” no quiere inclinar la cabeza. “Mitis depone colla Sicamber”. Su razón levanta objeciones y sus pasiones protestan contra la austeridad de la moral, hasta explotando las faltas en que puedan incurrir los que enseñan el catecismo.
Lo vuelvo a decir: hay que defenderlo siendo como es preceptivo de amor, de caridad.
Dentro de este orden de ideas, y apoyando así lo consignado en una de mis anteriores, que el espíritu religioso no pierde terreno, recomiendo a ustedes un nuevo libro del señor Boutroux[17]: “Ciencia y religión en la filosofía contemporánea”.
El señor J. Bourdeau[18], que con justos títulos es autoridad en la crítica a fondo que de este nuevo trabajo nos ofrece, afirma que es verdad, y confirma lo que también es verdad en mis juicios sumarios dedicados a los lectores del Río de la Plata, lo que en síntesis sigue:
Hace mucho tiempo que no se veía un número tan considerable de escritos sobre cuestiones religiosas: los libros, las revistas, los diarios son una prueba incontestable de ello.
En medio de la fiebre aguda buscando el vellocino, una gran inquietud se manifiesta por la religión atacada por los que niegan a Dios.
Es a esta tendencia sana a la que se debe la exposición clara y neta, imparcial, que en el libro del señor Boutroux está encerrada dentro de un cuadro exquisito de buena literatura.
Libro de ciencia y de consuelo, si no hace tocar con la mano la debilidad del racionalismo filosófico y religioso, distingue lo que Pascal nos decía contestando al escepticismo elegante de Montaigne: que el corazón tiene sus razones que la razón no conoce.
Como no pretendo alargarme más, con el permiso de ustedes remataré aquí este extracto agregando una palabra, una sola: La religión hace parte de la vida normal del hombre. Si la ciencia nos provee con una liberalidad siempre y cada vez más pródiga, merced al vapor, a la electricidad, al telégrafo, todas esas comodidades de la “vida exterior”, la religión no es menos útil a nuestra “vida interior”.
Finalmente termino citando de memoria lo que digo en mis “Estudios morales[19]”: si la religión es refugio seguro en las horas adversas de desencanto y de duda, “tolle lege[20]” Boutroux.
- Creemos que se refiere a la muerte del primer ministro, Henry Campbell-Bannerman, ocurrida el 22 de abril de 1908.↵
- Ver notal al pie de PB.08.03.06 o índice onomástico. ↵
- John Elliot Burns (1858 –1943) fue un político y sindicalista británico, socialista, miembro del parlamento inglés y luego ministro. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/13101197). ↵
- Walter Runciman, 1º vizconde Runciman (South Shields, 1870 – Londres, 1949), fue un destacado político del Reino Unido desde la década de 1900 hasta la década de 1930. De origen patricio, perteneció sin embargo al Partido Liberal. Runciman fue elegido por primera vez como miembro del parlamento británico en 1899 por el Partido Liberal, al derrotar a los candidatos conservadores, James Mawdsley y Winston Churchill. En Argentina, su nombre es conocido pues firmó en 1933 el acuerdo conocido como Pacto Roca-Runciman con Argentina, por el cual Argentina se comprometió a venderle carne al Reino Unido a un precio menor al de los propios proveedores de la Commonwealth, entre muchas otras cláusulas desventajosas para nuestro país. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/77261879). ↵
- Winston Leonard Spencer Churchill, (Palacio de Blenheim, 1874 –Londres, 1965) fue un político, estadista, e historiador británico, conocido por su liderazgo del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. Es considerado uno de los líderes más notorios de tiempos de guerra y fue primer ministro del Reino Unido en dos períodos (1940-45 y 1951-55). (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/94507588). ↵
- Ver nota al pie de PB.10.01.06 o índice de eventos históricos.↵
- Probablemente se refiera a Leopoldo Frégoli (1867-1936), famoso actor cómico italiano de principios de siglo XX. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/35216263). ↵
- Ver nota al pie de PB.17.02.08 o índice de lugares históricos.↵
- Extrañamente, bajo este nombre aparece una actriz (y no un actor): Theo Mann-Bouwmeester (Pays-Bas, 1850 – Amsterdam, 1939). (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/1369742). ↵
- González, Dermidio T. (1874-s/d). Escritor santafesino. Publicó Iris (1908), El sol de una vida (1909), La constancia (1914) y Un romance en Córdoba (1917). Extraído de David Chulque, Diccionario de autores argentinos.↵
- “Revuelto”.↵
- Ver notal al pie de PB.06.12.06 o índice onomástico. ↵
- John Morley, Vizconde Morley de Blackburn (1838 –1923) fue un político británico liberal, escritor y editor de periódicos. En 1883 fue elegido miembro del parlamento. Se desempeñó como secretario de Estado de India entre 1905 y 1910. Fue también el biógrafo de William Gladstone. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/49270208). ↵
- Ver notas al pie de PB. 10.01.06 y PB.19.01.06 o índice onomástico.↵
- Ver nota al pie de PB 22.05.06 o índice onomástico. ↵
- Ver nota al pie de PB 10.01.06 o índice onomástico.↵
- Ver nota al pie de PB. 11.04.06 o índice onomástico.↵
- Quizás Mansilla aquí se refiera a Jean Bourdeau (1848 – 1928): escritor y traductor francés, autor de varios libros sobre diversos aspectos del socialismo. Fue colaborador del Journal des Débats, periódico del cual Mansilla suele extraer datos y notas para sus páginas breves. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/76312622). ↵
- Mansilla, Lucio V. Estudios morales o el diario de mi vida. Paris: Richard, 1896.↵
- “De mucho vacío”.↵