Jueves 5 de Noviembre de 1908
DEL GENERAL MANSILLA
PÁGINAS BREVES
París, octubre 8 1908.
Estando en Boulogne veraneando les decía a ustedes que hay socialismo y socialismo.
Ahora agrego que hay sindicalismo y sindicalismo.
(Ustedes no se preocupan mayormente de esto, hacen mal).
Con referencia al último, he aquí el resultado, en dos palabras, del congreso socialista de Florencia.
Ante todo una observación, esta: parece que el sindicalismo italiano se atempera o se dulcifica, si no en el fondo en la forma.
La “moción de concentración socialista” que formaba el objeto más interesante de las deliberaciones del congreso y que acaba de ser adoptada por 18.252 votos sobre 29.207 consagra, en efecto, el triunfo del “oportunismo” contra la intransigencia y la violencia.
La orden del día de concordia condena expresamente el “sindicalismo revolucionario”, rehúsa ver en la huelga general un “medio normal de lucha”, rechaza la acción negativa de la “oposición perpetua”, afirma que no es contrario a los principios y métodos socialistas (nota bene), hacer obra positiva en vista de obtener “las reformas ventajosas” para el proletariado, etc. etc.
Como se ve, son muy prácticos, muy positivos, aunque idealistas, estos italianos.
No creen, dicen algunos de ellos, en el parlamentarismo. Pero eso no quiere decir que no estén dispuestos a ocupar una banca, si muchas mejor que mejor, en la cámara baja, o popular de su tierra. Una vez arrellanados en las cómodas poltronas ya verán que es más fácil agitar la opinión que dirigirla con provecho nacional.
Maurice Muret[1], que es autoridad, comentando los resultados de este décimo congreso socialista italiano escribe que sus resultados son la derrota completa del “integralismo” revolucionario, y hace ver al “reformismo” absorbiendo poco a poco las otras fracciones intransigentes. La distancia aumenta entre la extrema izquierda burguesa y el reformismo socialista, como se ve.
El socialismo italiano, en su conjunto, se diferencia por otra parte cada vez más de la anarquía. Pero sería imprudente quizá deducir de estos hechos conclusiones demasiado favorables a la paz social.
El anarquismo asaz difundido en el proletariado italiano podría bien ver orientarse en su dirección los sindicalistas avanzados que no han podido alzar la voz en Florencia y al que el “reformismo” no satisface en manera alguna.
La lucha es entre dos hombres de gran valor intelectual, notables, Enrico Ferri[2], orador vigoroso, y Turati[3], que es todo un adversario, es decir, entre el oportunismo que éste sostiene y que aquel combate con todas sus fuerzas.
¿Quién prevalecerá?
Lo único cuya ostensión es innegable parece ser que el socialismo italiano está en crisis.
Con la edad el hombre se hace desconfiado y mezquino. Son dos afecciones del alma, que se deben combatir, por incómodas y feas.
Son ustedes tan aficionados a la música y tan entendidos sobre la más poética quizá de las bellas artes, que han de leer con gusto, no lo dudo, los párrafos que entresaco de unas páginas críticas del elegante escritor Emile de Saint Aubon[4].
El pensamiento de Wagner, dice, el pensamiento latente o manifiesto, sobrentendido o declarado, en estado de germen o de desarrollo, ese pensamiento profundo, generador de un arte inaudito que, musical, poético y plástico, adiciona a Beethoven con Shakespeare y a Fidías, ese pensamiento se define en una palabra: es un pensamiento “cristiano”.
Villiers de l’Isle Adam[5] interrogó una vez a Wagner:
–¿Vuestra misticidad es artificial?… ¿Creéis solamente en la medida en que lo exigen vuestros lirismos?…
“Me acordaré siempre”, refiere el interrogante, que “de la mirada, de lo profundo de sus extraordinarios ojos azules, Wagner fijó en mí contestándome: “…es menester que el verdadero artista, el que crea, una y transfigure estos son indisolubles dones: la ciencia y la fe… ante todo soy cristiano y, sabedlo, los acentos que os impresionan no son inspirados y creados sino por eso solo”.
Wagner gustaba de citar a Schiller, dice el crítico citado, confesando que el cristianismo es “la única religión estética” y con una palabra decisiva, certificaba la identidad del Arte y de la Fe, cuando definía la obra de arte: “la Fe hecha sensible bajo una forma viviente”.
La definición conviene sin reserva a “Persifal[6]”.
En “Persifal” brillan las divinas verdades que los otros héroes simbolizan. Tristán sueña con el infinito.
Es el drama del Pecado, de la Salud y de la Gracia, el acento del Cristianismo, la música del Evangelio; es la partitura de la Fe.
El diputado Vega, a quien no tengo el gusto de conocer, sino de nombre, habla muy bien. En el Diario de Sesiones de la Cámara que me manda la secretaria (la del senado no se toma esta molestia, Benigno se contenta con amarme), en ese diario he leído con positiva satisfacción un discurso de Vega al que yo le habría quitado, si antes de decirlo me hubiera hecho conocer el concepto general, una palabra: “estado”. No es constitucional. No está al menos en la Constitución. Buenos Aires fue estado únicamente cuando, por lo que sabemos, estuvo segregada.
Nuestra organización política es más homogénea y compacta que la de los Estados Unidos del Norte.
Nuestra gestación ha sido otra. Allí el estado era anterior a la nación de hecho y de derecho. Entre nosotros ha sido otra cosa. Nuestra federación es centralista. La autonomía es más limitada que en Estados Unidos. El mismo proyecto pidiendo un subsidio lo prueba. En una palabra, eso de “estado” me huele mal, teniendo como tenemos la palabra técnico-legal “provincia”. Pero como hasta en esto la cuestión puede ser de gustos, vamos a lo que no se puede tildar; vamos a cómo concluyó el joven orador (supongo que es joven).
“En el caso extraordinario en que se encuentra la República Argentina, en que basta la simple rememoración de una crónica pública cualquiera para que se aprecie en el espacio de diez años todo el vuelco que se produce en la organización de las familias, a tal punto que podría decirse que en dos lustros cambia absolutamente lo que yo llamaría el calendario de los apellidos nacionales.
Esto envuelve un verdadero problema de gobierno. Se ha repetido hasta el cansancio, pero es bueno de cuando en cuando recordar estas ideas, simplemente para tener presente, que si en cierta hora el pensador argentino pudo decir que gobernar era poblar, este aforismo, aceptado sin discusión, ha evolucionado con el andar del tiempo y hoy gobernar será sencillamente “educar”.
Yo no sé si Descartes tuviera razón cuando afirmaba que en la glándula pineal existía el alma del hombre; pero sí creo que en la escuela primaria reside el alma de la nación, ¡reside el resorte que ha de permitir la marcha decisiva y magnífica de la nacionalidad argentina hacia sus grandes destinos!
He terminado”. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.)
Yo también a mi vez aplaudo de lejos; e ignorando lo que Descartes afirmaba, o repitiendo lo de Espronceda: “Y el alma que no sé yo do se esconde. Vamos andando sin saber a dónde”.
Concluyo como el orador: gobernar será “educar”.
Le he quitado el “sencillamente” porque, con franqueza lo digo, la cosa no me parece tan sencilla. Justamente es el problema que preocupa, que casi agita a la sociedad moderna, tan dividida en escuelas, en sectas, en religiones, en credos. Y con razón. “La educación que a un niño se le da puede ser buena, puede ser mala; puede mejorar, o alterar su ser; puede hacerle superior o inferior a lo que habría sido si solo la naturaleza se hubiera encargado de ello. Pero, ¿cuál es la buena y cuál es la mala educación?
De los últimos congresos convocados al efecto, lo que netamente resulta es que la educación debe ser moral y que no hay moral segura sin fundamento religioso; de donde resulta que toda educación puramente laica será deficiente. ¿Debe o no tomar esto en cuenta la nación cuando acuerda un subsidio? No diré tanto como Oscar Havard[7]: “el objeto de la escuela laica no es formar franceses sino electores serviles. Se trata de formar una “majada” de votantes, y de entretener una clientela electoral que perpetúe el dominio de nuestros amos y de su fortuna”. No. Eso no diré. Pero diré esto otro: laica o no la escuela –aquí está el verdadero “crux” de la cuestión– es menester que el maestro sea lo que Mathieu Arnold[8] deseaba que fuera cada niño inglés, un caballero. La vigilancia sobre este particular debe ser prolija y permanente.
Era cuando la Francia había destruido la libertad de la isla de Córcega.
Precisamente el 12 de junio de 1789.
Un joven nacido en la isla famosa por sus venganzas le escribía una carta a Pasquale Paoli[9]. La misiva respiraba odio profundo contra la nación francesa.
Ese joven llegó a ser el ídolo de un pueblo.
Sus mismos adversarios no pueden dejar de reconocer que fue grande.
No lo he nombrado. Pero el lector sabe que se llamaba Napoleón Bonaparte.
Así va el mundo, y cuánta sabiduría se contiene en el dicho “de esta agua no beberé”, ¡tantas veces olvidado!
Cuando se cree que ya está agotada la materia histórica, la formidable figura del joven ese aparece iluminada por los resplandores de un nuevo libro documentado.
Lo que se creía comido por los ratones, la casualidad lo descubre entre los trebejos olvidados en un galpón.
Increíble, en los últimos veinte años más de 600 buenos libros, no cuenta los otros la estadística bibliográfica, aquí solamente en Francia han aparecido.
El último de ellos que merece ser leído por la información detallada que lo ameniza tiene un prefacio de Henry Houssaye[10].
Se intitula: “Itinéraire Général de Napoléon”.
El autor es joven y parece dotado de un notable sentido filosófico de investigación. Se llama Alberto Schuermans[11].
Recomiendo su libro a pesar de los muchos errores tipográficos que lo afean, pero que una próxima edición corregirá seguramente.
Cuando escribo, unas veces pienso en los vivos, otras en los muertos; ora en los viejos, ora en los jóvenes.
En este mismo mismísimo momento pienso en los últimos; en los muchachos de mi tierra, particularmente y para ellos traduzco, ¿adivinen qué?
No se rompan la cabeza como con una charada, de rondón les digo: ¡un aviso! ¿Sobre qué? Nada menos que sobre una cosa que a más de cuatro trae afanados, por mucho que se predique la humildad, el “aurea mediocritos”.
Ya han caído ustedes en cuenta que me estoy refiriendo a la ambición, por no decir fiebre, de ser millonario, algo así como teniente general o almirante, lo que es más permanente, aunque llegue tarde, que presidente de la república, y casi tan bueno como una senaduría o una diputación con perspectivas de reelección.
Hay una receta, uso el término más al alcance de todo el que sabe leer de corrido.
Sí, lector mío, sí la hay; hela aquí más o menos bien traducida de la lengua inglesa, lo que es algo decir, pasando los hijos de Albión por ser gente muy formal.
Un mi amigo brasileño, que por desgracia se fue prematuramente, Silva de apellido, encantador compañero de viaje, me decía: el inglés tiene la seriedad del burro que es el animal más serio conocido desde la más remota antigüedad.
A la receta.
Lo que es yo no me preocupo mucho ni poco de ella.
Ya he pasado el Rubicón de la edad: me contento con lo que tengo, y, meditando, hallo que Aman era más feliz, no teniendo nada que perder, que los que, por la ley, tienen que pagar contribuciones directas e indirectas; entre otras cosas para estar armados por tierra y por agua, sordos los pueblos, o los gobiernos a lo que escribía Larra: “Esto sentado, solo el sable es peligroso; la palabra nunca… la palabra no ha trastornado jamás de la noche a la mañana con la publicación de un libro la faz del mundo…”.
La médula se encierra en lo que sigue:
Si el poder es la esencia del romance, o novela, Juan D. Rockefeller resulta hoy día el personaje más romántico, algo casi fantástico de nuestro mundo. Es el hombre más rico de la tierra; el legendario Creso no se le acerca.
Bardo alguno lo ha cantado. Poeta conocido ha soñado con él. Y es moderno entre los modernos, y terrible, titánico vencedor en la lucha por el vellocino.
En el número del presente mes, “The Worlds Work[12]” comienza la historia de este nunca visto acopiador de dineros.
Habla de su comercio principiando desde que era mozo de escritorio, mal vestido y sin un peso en el bolsillo.
Cuenta después las batallas que peleó, los peligros que afrontó mientras trepaba al pináculo en que ahora se encuentra.
La narración tiene el atractivo y el encanto de la historia de un grande hombre, escrita por él mismo.
A los ambiciosos la palabra de Rockefeller les ha de hacer el efecto de letras de fuego.
En frases sencillas cuenta las reglas de su vida, sus comienzos comerciales.
No hay lo que en inglés se llama “luck”, suerte, azar en la maravillosa carrera del rey del aceite. Solo hay un progreso continuo, en una dirección seguida tenazmente.
Los que se sientan tentados de parecérsele lean estos capítulos extraordinarios:
“El valor de la disciplina manual”.
“El ferrocarril de Hedjay”.
“Una cosecha en el mar del Norte”.
“Milagros del frío”.
“La máquina que hace a Lancashire”.
Y para qué quieren ustedes más.
Lo dicho basta y sobra, me parece, para estimular a uno de esos muchachos nuestros tan diablos, tan simpáticos, tan eléctricos en sus movimientos, que venden diarios y hacen de todo lo que cae por poca cosa.
Los recientes incidentes –cosas de Marruecos inacabables– han motivado una interesante declaración del Congreso de derecho internacional.
La cuestión era, ¿cuál es la condición jurídica de los extranjeros al servicio de los beligerantes?
Después de una discusión de un carácter muy elevado, el congreso ha adoptado una resolución, adhiriendo al dictamen del miembro informante, señor Rollin, a saber:
La condición jurídica internacional de los extranjeros, civiles o militares, que por su nacionalidad no pertenezcan a ninguno de los beligerantes, pero que hayan contraído la obligación de servir a uno de los beligerantes, será considerada absolutamente idéntica, en lo concerniente a la aplicación de las leyes de la guerra, a la de los nacionales del Estado al servicio del cual se hallen.
Se observará que esta resolución, votada por hombres pertenecientes a todos los países, implica netamente que los legionarios alemanes de Casablanca han perdido su nacionalidad alemana y deben ser asimilados a franceses. Están, pues, sujetos a la ley francesa. Es la confirmación jurídica del buen derecho, me parece, de la Francia.
Lo mismo que el hombre aislado, el hombre colectivo disimula y oculta pensamiento según las circunstancias; hay páginas de historia que son el repertorio de la mala fe de gobiernos y pueblos.
Como regla general no hay lector más desmemoriado que el lector de diarios. Hasta los mismos que los escriben, suelen divagar en el camino, apurados por las exigencias ingentes de los hechos que con tanta rapidez febril se suceden.
Apostaría, por eso, con probabilidades de ganar, que ustedes no se acuerdan ya de lo que con fecha 14 de agosto les escribía de Boulogne.
Aprovechen la bonanza que hay nubes en el horizonte, no se alucinen, las palabras se las lleva el viento, y otras cosillas por el estilo constituían el fondo de mis reflexiones.
Los hechos me están dando razón, y lo que fatalmente vendrá acabará de dármela. Como el invierno se acerca, la diplomacia maniobrará cuanto pueda para aplazar la conmoción hasta la primavera, y entonces veremos.
Mientras tanto y para acabar estas mis páginas de hoy llamo la atención de ustedes hacia lo que pasa en Oriente.
Es una dura lección para los pueblos que siguen creyendo en los tratados, en las conferencias, en los arbitrajes, en los congresos.
Los gobiernos en el momento menos pensado, como el tramposo de mi “Causerie”, niegan su firma; los hechos se consuman y la triste moralidad resulta ser que solo la fuerza tiene autoridad definitiva en el mundo.
Aviso a los pacifistas, y hasta el cansancio se los repetiré: ya que tienen paz ahí y que aquí todavía no hay guerra, aprovechen.
- Maurice Jules Henri Muret (Morges, 1870 – Lausana, 1954) fue un crítico literario y editor en el Journal des Débats y escribió para la Gazette de Lausanne desde 1909. En 1920 fue nombrado corresponsal de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/115743124). ↵
- Enrico Ferri (1856-1929) fue un político, escritor, periodista, criminólogo, sociólogo italiano, director del diario del Partido Socialista Italiano Avanti!, secretario del partido en 1896 y de 1904 a 1906, y autor de Sociología Criminal en 1884. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/64138905). ↵
- Filippo Turati (Canzo, 1857 – París, 1932) fue un político, abogado y periodista italiano, uno de los primeros e importantes dirigentes y uno de sus fundadores en 1892 del Partido Socialista Italiano. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/71517185). ↵
- No hemos hallado información asociada a este nombre tal cual figura aquí. Podría, tal vez, tratarse del pintor e imprentero Gabriel de Saint-Aubin (1724-1780). ↵
- Jean-Marie Mathias Philippe Auguste, conde de Villiers de l`Isle-Adam, más conocido como Auguste Villiers de L’Isle-Adam (Saint-Brieuc, 1838 – París, 1889) fue un escritor francés –hoy célebre– cuya obra, que abarca la poesía, el teatro y la narración, se orienta en gran parte hacia el movimiento simbolista. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/88998504). ↵
- Parsifal es una ópera en tres actos –un Bühnenweihfestspiel, como lo definió su autor Richard Wagner (1813-1883)– con música y libreto en alemán, compuestos por él mismo. Se basa en el poema épico medieval (del siglo XIII) Parzival de Wolfram von Eschenbach, sobre la vida de este caballero de la corte del Rey Arturo y su búsqueda del Santo Grial. Wagner concibió la obra en abril de 1857 pero solo la completó 25 años después. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/182177855). ↵
- Oscar Havard (1845 –1922) fue un historiador francés, autor de Les femmes illustres de la France (1885), Les fêtes de nos pères, Catastrophe du Grand Bazar de Charité, Clovis, ou la France au Ve siècle, entre otras.
(Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/19711044). ↵ - No hemos hallado referencias asociadas a este nombre ni a sus variantes (Mathew por Mathieu).↵
- Pasquale de Paoli (Morosaglia, 1725 – Londres, 1807) fue un militar y político corso considerado por el nacionalismo corso como “El Padre de la Patria”. ((Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/73879942). ↵
- Ver nota al pie de PB.17.02.09 o índice onomástico. ↵
- No hemos hallado datos biográficos de este autor –ni tampoco sobre la obra que cita aquí Mansilla– pero sí sobre otras obras de su autoría. Entre ellas: Bataille de Waterloo, poème, par Napoléon, Bonaparte en Égypte, Campagne de Russie (1812), Derniers jours de Napoléon en France. (Extractado de VIAF:
http://viaf.org/viaf/52069213). ↵ - The World’s Work (1900–1932) fue una revista mensual neoyorquina dedicada a asuntos de negocios y finanzas, editada por Walter Page. Sus números se encuentran digitalizados en https://bit.ly/2FAUF0I.↵