Martes 25 de Febrero de 1908
DEL GENERAL MANSILLA
PÁGINAS BREVES
París, febrero 3.
Están ustedes tan bien informados de lo que pasa en este hemisferio que frecuentemente –otros y yo– solemos saber por los diarios grandes y chicos de ahí lo que pasa y hasta lo que no pasa aquí.
Claro como el agua entonces, que ya deben ustedes haber saboreado los discursos académicos que se leyeron el día de la recepción de Maurice Donnay[1]; niño mimado del bello sexo en la hora presente (souvent femme varie[2]), que alguien ha calificado de “el Bellini de la literatura ligera”.
Y también si no están leyendo al mismo tiempo que esto yo escribo, los otros dos discursos motivados por la recepción del marqués de Segur[3], otro predilecto de la sociedad selecta, es seguro que no tardarán en conocerlos.
Pero como en este mundo (reflexionen ustedes), a medida que vamos aprendiendo, para poder enseñar algo útil, también vamos viendo que es infinito lo que ignoramos, bien puede ser que todos ustedes no sepan cuántas idas y venidas se requieren para entrar a la Academia Francesa.
Piensan algunos que ha llegado la hora de modificar completamente este ceremonial tan antiguo cuanto solemne.
La primer obligación de todo el que aspira a ocupar un sillón entre los 40, consiste en escribir una carta a los que ya están en ellos, carta a la vez sencilla y orgullosa en la que hace constar los títulos que cree tener para alcanzar el honor que solicita.
“Orgullosa” he dicho. ¿Y qué otra cosa significa el declararse uno mismo escritor u orador notable?
¡Cuarenta cartas! Y algo más.
Todavía hay que hacer ¡cuarenta! visitas reglamentarias, a fin de pedir la limosna de los sufragios; lo que equivale a esto: ¡¡hacer uno mismo cuarenta veces su propio elogio!!
Y como los académicos son por regla general gente que no tiene mucha renta, hay que subir, sin ascensor, Dios sabe cuántos pisos.
¡Si fuera esto solo!
Es que el impetrante no siempre conoce al impetrado, que suele ser un señor atacado casi siempre de mal humor; uno de esos tipos que firmemente creen que donde ellos están no hay lugar para otros.
¿No sería mejor que la Academia eligiera sus candidatos, en vez de obligar a hombres como Balzac y Victor Hugo a escribir y hacer las misivas y visitas indicadas?
Si los primeros candidatos no aceptaran, otros se hallarían. Ya lo creo.
Pero exponer, como ya le paso a un Victor Hugo, a ser derrotado por un cierto poeta Dupaty[4], que ustedes conocen tanto como yo, paréceme, hablando sin remilgos, un adefesio de marca mayor.
Después de Donnay le ha tocado el turno al marqués de Segur.
Su prestigio es literario y social, hasta tradicional, pues, como ustedes saben, los Segur han brillado de abolengo en los campos de batalla y en las bellas letras.
El marqués de Segur reemplazaba al venerable y sapiente Edmond Rousse[5]. Fue este el prototipo del perfecto abogado. Y la Academia, lo mismo que con Dupin[6], hizo una excepción recibiéndolo en virtud únicamente de este título.
En el elogio que el que entra hace del que pasó a la historia, entre otras cosas bellas dijo el marqués de Segur que la muerte no le inspiraba gran terror. Si apostrofaba la vejez no era porque temiese en ella a la mensajera y precursora de la tumba, sino por el horror de las miserias que ella suele arrastrar entre los pliegues de su túnica, miserias que tanto repugnaban a su gusto de la belleza y a sus instintos de elegancia. Si la idea del fin estaba fija en su mente (fue un privilegiado en ese sentido), apelo a vuestros recuerdos, ningún signo precursor revelaba su proximidad.
La última vez que lo vi, después de haberle dado consejos de sabiduría a mis ambiciones impacientes: “Esperad un poco, me dijo, y vos me reemplazaréis”, palabras en las que, por otra parte, no entraba ningún presentimiento… es que no se fiaba en las apariencias y que así se preparaba valientemente al misterioso pasaje… a “la obsesión del más allá”, según su propia expresión.
Si vivir viejo, pero muy viejo, es sobrevivirse he aquí un hombre interesante en todos sentidos, que lo ha realizado no dejando sino recuerdos amables.
En este sentido me trae a la memoria al señor don Gregorio Gómez[7]. Se lo pasó en Chile no sé cuántos años. Regresó a la caída de Rozas. Frisaba en los 90. Se mantenía ágil. Los que había dejado de 20 y 30 ya tenían 40 o 60. El señor don Gregorio decía, hablando con Rufino Elizalde[8]: pero hijo, si ahora cualquier muchacho tiene 50 años.
“Nombres propios y aforismos políticos”.
“Memorias de mi tiempo”.
“El problema de las razas y de ultratumba”.
Son tres libros que aunque editados en París tienen sello americano del Sur.
Su autor es un argentino, de Salta.
Tiene fisonomía característica.
Se ha formado a sí mismo, como los sabios de los primeros tiempos.
Sabe de todo mucho y bien.
Se le puede criticar, sí, es más fácil que hacer lo que él.
Pero, ¿cómo se llama?
José Francisco López[9].
Vive en Hamburgo, cueva aparente para un espíritu activo, investigador, que no envejece, que no se sacia, que hasta el postrer momento vivirá devorado por la fiebre de conocer.
Como hace años y años que sirve a su país lejos, y como “les absents ont tout jours tort[10]”, solo los viejos le conocen.
La juventud no es olvidadiza; pero apurada en vivir no mira atrás sino cuando ella misma se va quedando rezagada en el camino.
Más cuesta pedir que dar cuando no es uno limosnero.
Esto se llama progreso, o, si a ustedes les parece mejor, efecto de la victoria.
La flota mercante alemana de 1886 a 1905 ha pasado de 420.000 a 3 millones y medio de toneladas, y el puerto de Hamburgo solo tiene un movimiento que iguala al de todos los puertos franceses juntos.
Es el esfuerzo más colosal que registra la historia económica del mundo en tan corto lapso de tiempo.
Es la victoria más grande, después de la del cañón, obtenida por la colaboración inteligente de los industriales, de los hombres de ciencia y de los comerciantes.
“Les Deux hommes”, de Capus[11], ha dejado primeras impresiones que se traducen en elogios sin reservas.
“Les Deux hommes”, de Capus, que ha hecho cosas mucho mejores, no serán más aplaudidos de lo que lo han sido anoche.
El público frío, como la estación que atravesamos, quería reconfortarse. Nada. A medida que la acción dramática se desenvolvía, los escalofríos se sucedían. Mirando en torno no era difícil descubrir algún rostro furibundo que acentuara su carmín: El sempiterno eje modernísimo del adulterio, que no conduce a la tragedia siquiera para intimidar, me exime de relatar el argumento. Pero cuando ahí lleguen “Los dos hombres”, ya están ustedes, señoras y señoritas, notificadas.
Así va el mundo: en otros tiempos se sostenía que las desigualdades eran naturales. El pueblo las creía justas. Hoy en día se sostiene lo contrario. Y, ni aquello era un bien mi esto es un mal.
No será tiempo perdido el minuto que se requiere para leer con atención esto:
El presidente Roosevelt[12] ha incurrido en muchas críticas por haber usado con frecuencia el mote “In God we trust” (en Dios confiamos), discutiendo sobre el cuño de la moneda de los Estados Unidos.
Se arguye en el “Independiente[13]” de Nueva York que: El nombre de Dios en su constitución no hace que una nación sea cristiana. El nombre de Dios es un cuño, no santifica en lo más mínimo el bolsillo que lo contiene, ni la casa de moneda, ni el Estado de donde proviene. Es el pueblo, nadie más, con su espíritu y sus sentimientos el que pone de manifiesto las creencias que traduciéndose en actos caracterizan su modo de ser social en realidad cristiano.
Hay parientes que querríamos olvidar, otros que quisiéramos que nos olvidaran. Pero la memoria, como tantos otros dones, tiene sus inconvenientes, aparte de que en la vida ningún ideal se realiza completamente.
Pregunta y respuesta interesantes.
La pregunta es:
¿Por qué razón, en Italia, el nombramiento de un ministro de la guerra civil ha tomado las proporciones de un acontecimiento y cómo explicar el caso?
La respuesta que dan los que parecen bien informados es:
Este nombramiento es la prueba más evidente de que en las altas esferas oficiales han acabado por darse cuenta de la crisis profunda que atraviesa el ejército y de la necesidad de ponerle remedio.
Esta crisis, el general Vigano que acaba de renunciar al ministerio de la guerra, la negaba redondamente; tanto que no hace mucho tiempo castigaba brutalmente a un capitán de estado mayor, Ambrosini, poniéndolo en disponibilidad.
¿Por qué?
Por haber publicado un artículo permitiéndose decir que el cuerpo de oficiales padecía de un malestar profundo.
Bueno, pues, el primer acto del nuevo ministro civil ha sido poner al referido capitán en actividad.
Hay algo cambiado entonces, como se ve, en las altas esferas del ejército italiano; donde en vez de cerrar los ojos se han dicho: indaguemos. Si hemos de ser justos.
Los argentinos no se contentan ya con venir a divertirse, más o menos, en este París que tantas cabezas trastorna.
Mientras observan, estudian, comparan y aprenden y hasta compran suntuosos edificios en la Avenue du Bois (como del Carril) o edifican mercados como Mayol Senillosa en la Avenue Victor Hugo, los unos escriben prosa, los otros versos; y estos se traducen a sí mismos y aquellos se hacen traducir.
Es raro, rarísimo, como ustedes saben, dominar dos lenguas vivas, tan raro como tener contenta siempre a una mujer. Más fácil es hacerla feliz. Parece esto una paradoja. Meditando se verá que aunque el matiz sea muy tenue, no es imposible discernirlo. Insisto por eso en ello, de cuando en cuando, en una o en otra forma.
Entre los pocos ejemplos clásicos de escritores bilingües (escritores, digo, no filólogos como Mezzofante, el famoso cardenal de memoria prodigiosa que hablaba sesenta lenguas y dialectos), hay que mentar principalmente a Enrique Heine[14] que escribía, tanto en francés como en alemán, con igual elegante perfección.
Con empeño, con perseverancia y sin apuro bien puede ser que algún argentino parisiense arribe uno de estos días a producir algo intachable en prosa o en verso, o en verso y en prosa como Enrique Heine, guste o no en el fondo.
Por lo pronto ha salido a la palestra un aficionado, que lo hace con cierto donaire criollo. Se llama Mayol de Senillosa[15] y su primera producción lleva este título: “Poema lírico. Leyenda de las Margaritas”. Está en francés también y con música de Henri Lutz, “prix de Rome”.
La edición en francés reza: “Les Marguerites des Pampas[16]”.
La obrita me está dedicada, a título de que yo fui el primero que la leyó, diciéndole al autor: no tema, publíquela. Lo felicito por haberlo hecho y le agradezco muy mucho su cariñosa dedicatoria.
Tienen las “Margaritas” perfume pampeano. Se toma, abriendo alguna de sus páginas, olor a “mate cimarrón”. Y hay trasuntos del desertor “matrero”, mortificado en su más intenso querer huyendo, siempre huyendo, atacado de la nostalgia de la libertad perdida.
Lean ustedes estas páginas cuyo título es por lo menos una inspiración feliz.
No puede resultar ventajoso para ningún país que hombres de primera clase, verdaderos talentos parlamentarios, sean excluidos del parlamento piensen o no piensen como uno, estén en pro o en contra, decía el otro día Mr. Balfour[17]; y agregaba: en todo caso esos hombres, cada uno de ellos, en un sentido o en otro y dentro de su esfera, trabajan por su país según lo entienden.
Fue muy aplaudido, con razón; son buenas ideas. Pero no son nuevas. Lo bueno se olvida con más facilidad que lo malo. Cuesta enmendarse.
Recuerdo con este motivo algo que leí hace algunos años. Hablando el célebre Canovas del Castillo[18] en el Congreso geográfico de Madrid: “…y, por lo tanto, las minorías que aquí pudieran no estar conformes con algunas o muchas de las ideas, con algunas o muchas de las conclusiones, esas conservan completamente íntegro su derecho; esas pueden salir de aquí, declarando siempre que aunque se hayan asociado al espíritu general del Congreso, aunque aplaudan, aunque estén satisfechos de grandísima parte de las ideas y conclusiones que aquí han surgido, todavía se reservan la particularidad de su pensamiento, la conciencia de sus peculiares ideas. Déjanos esto más libres a todos: nos ha hecho más libres para hablar, más libres para resolver; nos hace más libres al marcharnos de aquí y nos traerá aquí más libres otro día…”.
(Sí, pero hay que aprender a tolerarse).
- Ver nota al pie de PB.22.05.06 o índice onomástico.↵
- “A menudo la mujer varía”. ↵
- Ver notal al pie de PB. 26.03.07 o índice onomástico.↵
- Louis Emmanuel Dupaty (1775 – 1851) fue un dramaturgo francés, oficial naval, periodista y administrador de la Bibliothèque de l’Arsenal. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/14769256). ↵
- Ver nota al pie de PB.26.03.07 o índice onomástico.↵
- Jean-Henri Dupin (1791 –1887) fue un dramaturgo francés, autor de más de 200 piezas de teatro, cincuenta de ellas, aproximadamente, en coautoría con Eugène Scribe. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/14810545). ↵
- No hemos hallado aún información biográfica asociada a este nombre.↵
- Rufino Jacinto de Elizalde (Buenos Aires, 1822–Buenos Aires, 1887) fue un político y diplomático argentino, ministro de Relaciones Exteriores de los presidentes Bartolomé Mitre y Nicolás Avellaneda. Su actuación política se recuerda como contradictoria. A partir de las investigaciones en el archivo Elizalde del historiador Bernardo González Arrili, habría sido íntimamente partidario de los unitarios y seguidor de las ideas de Esteban Echeverría. Sin embargo, en público se mostraba partidario de Rosas. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/30998442). ↵
- No hemos hallado aún información bio-bibliográfica sobre este autor, pero uno de los tres libros que menciona aquí Mansilla, Memorias de mi tiempo, editado por Garnier Hermanos en París, se encuentra disponible en la Biblioteca Nacional. ↵
- “Los ausentes siempre están equivocados”. ↵
- Alfred Capus (1858–1922) fue un periodista y dramaturgo francés. Entre sus piezas dramáticas, además de la que menciona Mansilla, se cuentan: Les Maris de Leontine (1900), La Bourse ou la vie (1900), La Veine (1901), Les Deux Ecoles (1902), La Châtelaine (1902). (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/14797035). ↵
- Ver nota al pie de PB.10.01.06 o índice onomástico.↵
- The Independent fue un diario semanal publicado en Nueva York entre 1848 y 1928. Promovió el llamado “Congregationalism”, el abolicionismo y el voto femenino. (Extractado de https://en.wikipedia.org/wiki/The_Independent_(New_York_City). ↵
- Ver nota al pie de PB.30.04.06 o índice onomástico.↵
- No hemos hallado datos biográficos de Mayol de Senillosa, Felipe pero sí bibliográficos. Es autor de los siguientes títulos: Poema Lírico Leyenda de las Margaritas. Poème lyrique. Les Marguerites de la Pampa (1907), Payador: aventuras de un catalán en la Argentina (1916), Satánica cola. Novela de costumbres y paisajes (1920), La bien plantada de Xenius en estilos de payador (1924). (Extractado de Worldcat:
https://www.worldcat.org/identities/viaf-310591264/). ↵ - Mayol de Senillosa, Felipe. Poema Lírico Leyenda de las Margaritas. Poème lyrique. Les Marguerites de la Pampa. Paris: Garnier, 1907.↵
- Ver nota al pie de PB. 10.01.06 o índice onomástico.↵
- Ver nota al pie de PB.31.08.06 o índice onomástico.↵