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Irlandés, católico y militar: la corona española como ámbito de participación

El estudio de una trayectoria política (siglo XVIII)

Mario Luis López Durán[1]

Introducción

La presente ponencia tiene como objetivo realizar una primera aproximación a la trayectoria del militar irlandés Alejandro O’Reilly utilizando como fuente principal la oración fúnebre pronunciada el día de su muerte, en junio de 1794. O’Reilly, quien emigró de Irlanda hacia comienzos del siglo XVIII, formó parte del grupo de extranjeros que lograron insertarse dentro de la Corona española en distintos ámbitos, tales como el religioso, el político y el militar. Al igual que, por ejemplo, Ricardo Wall o Juan O’Donojú, O’Reilly participó activamente en el engrandecimiento y defensa de la Monarquía tanto en el continente europeo, mediante la observación de las tácticas del ejército prusiano que luego se intentarían aplicar en su par español, como en las posesiones en América, a través de reformas administrativas y la imposición del orden en las regiones más díscolas. Su muerte dio lugar a reflexiones en torno a diferentes temas, tales como la injerencia de los extranjeros en las decisiones reales, el papel que cumplieron los irlandeses en el sostenimiento de la Corona y su proximidad a los monarcas, en especial Carlos III. No sólo eso: la relación éxito-fracaso influyó los debates que tuvieron lugar entre los contemporáneos una vez muerto O’Reilly. En ese sentido, esta ponencia pretende, a la vez que examinar el recorrido del militar irlandés, caracterizar cómo fue valorado su accionar y los juicios al respecto.

La participación de los extranjeros en el aparato monárquico español, especialmente durante el siglo XVIII, ha sido un tópico relevante en la historiografía de los últimos años. Se han multiplicado los estudios sobre casos particulares o comunidades general que, a través de diferentes formas, lograron insertarse en los ámbitos político, social y económico, aunque también, por qué no, en el cultural, religioso e intelectual. Uno de los grupos que mayor interés ha despertado entre los historiadores es el de los irlandeses que arribaron a la península durante la dinastía de los Borbones.

Frente a la pregunta sobre cuáles son las causas que explican esta migración tan característica del siglo XVIII, Óscar Recio Morales[2] ha identificado dos tipos de explicaciones. Por un lado, aquellas que el autor describe como generales, es decir, circunstanciales y externas al proprio grupo irlandés; por otro, razones que concernían a los propios irlandeses y su vínculo con la Monarquía española. La más relevante, quizás, entre las primeras son las tensas relaciones angloespañolas que contribuyeron de manera indirecta a un entendimiento hispanoirlandés. Entre las segundas destacan la “natural” inclinación de los irlandeses a la guerra, su favorable reputación como soldados en Europa así como también su fuerte tradición católica y la lógica patronazgo-fidelidad que distinguió la relación entre la Corona y los irlandeses[3].

En estrecha relación con lo mencionado en las líneas precedentes, el caso concreto que nos proponemos analizar en el presente trabajo es el de Alejandro O’Reilly, militar irlandés que tuvo una destacada participación entre las filas del ejército español. La fuente que hemos elegido para trabajar es la oración fúnebre pronunciada en su nombre el 4 de junio de 1794. Lo que nos interesa es realizar una primera aproximación al modo en que O’Reilly fue reivindicado y recordado analizando dos hechos de su larga carrera: su intervención en Luisiana tras la rebelión de octubre de 1768 y la fallida invasión a Argel en 1775.

Aproximación general a la fuente

La oración fúnebre de Alejandro O’Reilly tuvo lugar en la Real Parroquia del Señor Santiago de Cádiz el 4 de junio de 1794 y estuvo a cargo del P.M. Manuel Gil, quien en su intervención realizó un recorrido por la vida de O’Reilly haciendo hincapié en su participación como agente de la Monarquía Hispánica[4]. El documento, que consta de 133 folios, se halla dividida en dos segmentos: el cuerpo de la oración y las notas, agregadas luego, que añaden información sobre algunos aspectos singulares de la vida de O’Reilly.

Alejandro O’Reilly es descrito como un hombre incansable y diligente, cuyas actitudes siempre estuvieron guiadas por el cumplimiento de sus obligaciones, la defensa de la patria, el mantenimiento del orden y la conservación de la monarquía. Este hombre ilustre caracterizado como héroe, que profesó un amor entrañable al rey Carlos III, era poseedor, de acuerdo a la fuente en cuestión, de una sabiduría, imparcialidad y prudencia escasamente reconocibles en otros soldados de la época. Sin embargo, O’Reilly no sólo era admirado por sus habilidades en el campo militar; antes bien, los años en los que gobernó en Cádiz, hacia el final de su vida, constituyeron el ejemplo claro de la preocupación del irlandés por cuestiones quizá alejadas del ámbito castrense, tales como la arquitectura de la ciudad, el bienestar de aquellos sectores sociales más humildes y el mantenimiento de la religión. En este sentido, nuestra motivación principal a la hora de analizar la oración fúnebre de O’Reilly es advertir y reconocer el modo en que su influencia se proyectó sobre distintos espacios de la sociedad española del siglo XVIII.

La primera nota (a) es útil para comenzar con el estudio. Allí se esboza una breve semblanza biográfica sobre O’Reilly. Destaca el carácter noble de su familia irlandesa, el hecho de que profesara la religión católica, su temprano ingreso como cadete en el Regimiento Hibernia, su participación en la Guerra de Sucesión Austríaca y la Guerra de Siete Años, su paso por Cuba, Puerto Rico y Luisiana así como también las reformas que en dichos territorios realizó, la fallida invasión a Argel en 1775 y, por último, su muerte en marzo de 1794 a los 69 años de edad. Este recorrido por la vida del soldado irlandés es útil puesto que se pone de manifiesto el objetivo central de la oración fúnebre: reconocer los servicios de un militar extranjero cuya estima por el reino español y el monarca estuvo presente desde el comienzo de su recorrido dentro del ejército y no mermó en sus casi cuatro décadas de servicio.

Empero, dicho reconocimiento no fue compartido por todos los contemporáneos. Sólo por citar algunos casos, la oración detalla, en el folio nº LVIII, la “maledicencia” que destrozaba el honor de O’Reilly, la “envidia” que despertaba en terceros y el “placer brutal” con que algunos calumniaban al soldado irlandés. Aunque luego será desarrollado en detalle, el fracaso de la invasión a Argel en 1775, así como también su carácter de extranjero, influyeron de forma notable en la construcción posterior de la figura de O’Reilly.

La intervención en Luisiana

En estrecha relación con esto último no es menor la mención a los hechos que tuvieron lugar en Luisiana entre 1768 y 1769. Tal como mencionáramos en otras presentaciones[5], la particular coyuntura de aquellos años en dicha región del continente americano brindó a O’Reilly la oportunidad de manifestar, de nuevo, su capacidad de mando. En efecto, el Tratado de Fontainebleau (firmado en noviembre de 1762) que puso fin a la Guerra de los Siete Años tuvo como una de sus consecuencias más importantes el traspaso de la región de Luisiana, que estaba bajo dominación francesa, al reino español. Sin embargo, los corolarios de esa operación fueron negativos para el monarca del momento, Carlos III. El primer gobernador enviado por el rey fue Antonio de Ulloa, quién tuvo numerosas dificultades para entablar relaciones con los habitantes del ahora dominio hispánico. Esas complicaciones, sumadas a la delicada situación económica local, entre otras causas que se detallarán a continuación, decantaron en el levantamiento que tuvo lugar en octubre de 1768 y precipitó la expulsión de Ulloa. Carlos III no vaciló y encargó a O’Reilly la misión de restablecer el orden, castigar a los culpables y llevar a cabo las reformas que fuesen necesarias para asegurar el control del territorio.

La fuente, no obstante, agrega cierta información que complementa lo mencionado con anterioridad y refuerza la idea de O’Reilly como fiel servidor de la Corona. Según el memorial analizado, los motivos que explicaban la rebelión eran:

“[…] la ligereza francesa, la diversidad de sus leyes y gobierno respecto al español, sus preocupaciones tan envegecidas contra este, la ferocidad y espíritu de independencia, que sacaron, y en parte conservan aquellas Colonias, del carácter terrible de sus primeros fundadores […]” (f. XLV).

Aquí creemos necesario hacer mención a dos estudios que ahondan en los orígenes del levantamiento. Aunque ya han sido objeto de otros trabajos, los artículos de Acosta Rodríguez[6] y Ker Texada[7] aportan datos que pueden resultar útiles para contextualizar la intervención de O’Reilly. Acosta Rodríguez sugiere que las razones de la insurrección fueron exclusivamente económicas: hacia el siglo XVIII las actividades productivas predominantes en Luisiana eran el tráfico comercial y la agricultura, aunque esta última era casi en su totalidad de subsistencia. La crisis que afectó a la región durante la década de 1760 impactó de modo severo en los comerciantes franceses, que vieron cómo sus ganancias decrecían sin interrupción, y a los acadianos, migrantes del norte, cuyos terrenos eran improductivos y no poseían las herramientas adecuadas para trabajar la tierra. Según el autor, la rebelión era necesaria para advertir a las autoridades acerca de los cambios que debían llevarse a cabo con celeridad. Por otro lado, Ker Texada atribuye los acontecimientos de octubre de 1768 a la falta de tropas y a la insuficiencia de fondos y recursos para mantener a los soldados allí asentados. Una mirada general a ambas interpretaciones permite advertir que son monocausales, es decir, que no contemplan la posibilidad de combinación de factores que podrían haber impulsado el movimiento sedicioso.

De esta forma, la fuente en cuestión menciona ciertos aspectos que la historiografía actual podría considerar con el objetivo de comprender en su totalidad la coyuntura de aquellos años. Así, lo administrativo (“ligereza francesa”), lo legal (“la diversidad de leyes y gobierno respecto al español”) y lo político-ideológico (“ferocidad y espíritu de independencia”) completan el panorama de Luisiana hacia mediados de 1768.

Una vez contempladas las circunstancias ya descritas arribamos al punto neurálgico del análisis. Alejandro O’Reilly fue elegido por orden expresa del rey Carlos III. Cuatro meses después del levantamiento O’Reilly viajó desde Madrid a La Habana y formó un ejército con el que llegó a Luisiana en agosto de 1769. Tal como describe su oración fúnebre, “[…] desembarcó en Nueva Orleans con manifiesto peligro y casi temeridad, y atonitos los rebeldes reconocieron otra vez nuestro [el español] justo imperio […] (f. XLVII). Las penas y castigos administrados por el soldado irlandés son reconocidas un poco más adelante, cuando el P.M. Manuel Gil indica que La severidad de la justicia hizo derramar alguna sangre en el cadahalso, y no se me ocultan las horribles calumnias que con este motivo esparcieron por la Europa el resentimiento y el dolor (f. XLVII). Sin embargo, las decisiones tomadas por O’Reilly son justificadas debido a que el orden había sido pervertido y era necesario retomar el dominio de la región: “¿Y puede disputarse la autoridad, la obligación, y la necesidad de escarmentar con el castigo una rebelión tan manifiesta, los ultrages á nuestra nación que la acompañaron, la obstinación en sostenerla, y los medios criminales que se pusieron á este fin? […] (f. XLVIII).

Esa caracterización contrastaba, por otra parte, con la “clemencia” demostrada por el mismo O’Reilly para con los reos. La escrupulosa observancia del derecho, el hecho de que finalmente fueron pocos los condenados y los “alivios generosos que [O’Reilly] dispensó a las infelices familias de los sacrificados á la venganza pública” (f. XLIX) presentan otra imagen del soldado irlandés, esta es, la de un funcionario que, si bien no vaciló en cumplir las órdenes del monarca español, al mismo tiempo atendió a otros factores quizá poco recordados, tales como la situación personal de los familiares de los culpables.

No sólo eso; más adelante, a partir del folio nº LX, el accionar de O’Reilly es reivindicado debido a la determinación con la cual encaró la “(…) mudanza general de las costumbres, de leyes, de administración, de comercio, de idioma, y aun de ideas, que tenia que introducir, para que aquella Colonia, de francesa que era, se hiciese y fuese de verdad española […]”. También se destacan las modificaciones que llevó a cabo en el ámbito de las leyes, los tribunales, los cuerpos políticos, la lengua y los recursos, así como también el comercio y la agricultura.

En síntesis, es posible argumentar que el accionar de O’Reilly en Luisiana, tal como otros hechos a lo largo de su participación en el aparato monárquico, dio lugar a imágenes que, no obstante su aparente contradicción, coexistían: la del militar severo que castigó a los rebeldes y la del agente que impulsó importantes reformas en la comunidad local. Esa diversidad de juicios se repetiría en otro importante episodio de su carrera militar.

La fallida invasión de Argel

Enrique Villalba Pérez[8] señaló que hacia fines del siglo XVIII la cuestión norafricana revestía de vital importancia para la Corona española. En un plano quizá más amplio, las preocupaciones se extendían hacia toda la zona del Mediterráneo por diferentes razones entre las que destacaban la recuperación de Gibraltar y Menorca, el establecimiento de la paz con Marruecos y el deseo de recuperar protagonismo político y económico.

De todos modos, el eje de la política con respecto a la región en cuestión se situaba en el segundo punto mencionado, es decir, las relaciones con Marruecos. En concreto, la ciudad de Argel era el objetivo primordial para los intereses españoles. Entre 1764 y 1774, aproximadamente, las tensiones aumentaron debido a las permanentes expediciones, toma de ciudades y violentos ataques. Asimismo, es fundamental tener en consideración que Argel era la base de acciones de piratería[9] y, al mismo tiempo, la mejor defendida por los accidentes naturales, las fortificaciones levantadas y la artillería disponible.

Producto de todos esos factores fue que se decidió la intervención militar española en Argel. Ahora bien, la cuestión primordial era decidir quién sería el encargado de liderar la invasión. Según Villalba Pérez,[10] dos eran los candidatos con mayores posibilidades de ser elegidos: O’Reilly y Pedro de Ceballos. Por cuestiones que aún no son del todo claras O’Reilly fue designado para la misión, que tuvo lugar en julio de 1775.

Al respecto creemos necesario retomar a la oración fúnebre de O’Reilly, la cual hace referencia a los hechos de Argel como una “[…] triste expedicion […], cuyo nombre apenas podemos pronunciar y oir sin dolor […]” (f. L). Tal como lo sugiere la fuente y confirma Villalba Pérez,[11] la invasión fracasó de forma estrepitosa. Sin embargo, resulta interesante advertir cómo se describe lo acontecido a lo largo del documento. En primer lugar, el conocimiento de técnicas militares no es puesto en discusión: “[…] porque, que los planes del CONDE (mayúsculas en el original) se formaron por los principios mas sublimes y seguros del arte de la guerra, es una verdad […]”. Por otro lado, la derrota es atribuida a factores fuera del control del irlandés:

“[…] ¿Sereis tan injustos que culpareis al CONDE, porque á un mismo tiempo no se halló en los buques dirigiendo el desembarco, y en tierra haciendo que la Tropa se fortificase? ¿Atribuireis a él los vientos, ó los dictamenes, que detuvieron por tantos días la Esquadra delante de la costa, y la maldad horrible de aquellos que con vergüenza del carácter sagrado de los cristianos, que allí profanaron, animaron á los barcos, los disciplinaron, dirigieron, y opusieron medios tan seguros, y no esperados de defensa, y aun de ataque? […]” (f. LI).

La derrota, entonces, se hallaba fuera de discusión. Lo que, por otra parte, originó numerosas disputas en el campo de la opinión pública (Villalba Pérez, p. 578) fue el desempeño de O’Reilly y la imagen que se construyó en torno a su persona. La oración fúnebre destaca que el militar irlandés había demostrado fortaleza y había reparado en los daños y consecuencias con suma prudencia, al mismo tiempo que la rápida retirada de las tropas española daba cuenta de su previsión y rapidez mental (ff. LII y LIII). Más adelante otro aspecto es subrayado; aunque tal vez puede sonar contradictorio, la huida de los soldados españoles liderados por O’Reilly es expresada en términos elogiosos. En efecto, la fuente sostiene: Y ciertamente buscad en la historia una retirada […] que se haya executado con menos confusión, menos desorden, y menos pérdida de gente, y aun de artillería y de municiones, que la nuestra de Argel […]” (f. LIII). Más interesante aún, la actitud de O’Reilly es descrita como una elección que respondía a intereses relacionados con el bienestar de las huestes españolas: “[…] en la alternativa […] de, ó por una ostentación temeraria de valor perder el Exercito con gloria vuestra, ó por una retirada prudente, salvarlo con una cierta apariencia de ignominia, ni un momento dudasteis en escoger este último partido […] (f. LVIII). Dos conclusiones al respecto. La primera: a pesar de la humillante derrota la figura de O’Reilly permanece, por lo menos en la oración fúnebre, exenta de críticas. En segundo lugar, incluso en la coyuntura más adversa, esta es, un escenario caracterizado por la pérdida de tropas y la desorganización en la retirada, aún era posible destacar ciertas habilidades del militar irlandés.

Dicha interpretación, empero, contrasta con otras visiones que al mismo tiempo circulaban entre las élites españolas de la época. En este sentido, el artículo de Villalba Pérez ya citado aporta datos útiles para poner en discusión la imagen que de O’Reilly nos brinda la fuente objeto de estudio. El autor sugiere que, tan pronto como el fracaso en Argel se hizo público, las acusaciones, recriminaciones y, en mayor medida, la búsqueda de culpables, dominó los debates en los círculos más cercanos al monarca español. En este contexto, O’Reilly fue el actor político que más críticas recibió. Referencia clara de ello son las sátiras anónimas que se hicieron públicas poco tiempo después del regreso de las tropas peninsulares. Por ejemplo: Logró un cojo con su maña mandar una expedición que ha sido la perdición de toda la flor de España [12]. La aparente incuestionable imagen del irlandés, que poco tiempo atrás parecía intachable, comenzaba, ahora, a ser matizada.

Asimismo, Óscar Recio Morales[13] ha argumentado que los ataques a O’Reilly formaban parte de un proceso más abarcador que contemplaba cierta xenofobia en las élites españolas de fines del siglo XVIII. La derrota en Argel superó al militar irlandés y puso en duda los valores que tradicionalmente se habían ligado a la nobleza irlandesa, tales como la fidelidad al rey, el servicio a la nación y la defensa de la religión católica. En otras palabras, los irónicos juegos de palabras que se hicieron comunes en la época (Alejandro el Africano, Alejandro el Argelino y Alejandro Cojuelo, entre otros) no se limitaban sólo a denostar a O’Reilly; antes bien, servían como excusa para expresar el desagrado y la aversión que la nobleza peninsular sentía por los extranjeros en general y por los irlandeses en particular.

Conclusión

En las páginas anteriores hemos tratado de realizar un primer análisis de las exequias de Alejandro O’Reilly complementado con bibliografía específica sobre la trayectoria del irlandés dentro de la Corona española.

Tal como fuera mencionado, O’Reilly fue, al mismo tiempo, reconocido por su labor en Luisiana y denostado por su accionar en la invasión de Argel. Dicha coexistencia de juicios tan dispares sobre su accionar no puede ser menos sorprendente: la disyuntiva sobre la relación éxito-fracaso en torno a la figura del militar extranjero nos obliga a reconsiderar su trayectoria dentro del aparato monárquico y a ahondar sobre el por qué de esta particular situación.

Sin embargo, la figura de O’Reilly no puede ser estudiada sin considerar las circunstancias particulares de la época y la coyuntura en la cual el irlandés actuó. En otras palabras, su caso particular se inscribe en un proceso mucho más amplio, este es, el de la migración de irlandeses a España durante el siglo XVIII. Así, el estudio en conjunto de esos elementos puede ser útil para revisitar las imágenes que sobre O’Reilly se han construido y contribuir a la caracterización de un personaje sobre el que aún hay mucho por decir.


  1. Universidad Nacional de Mar del Plata.
  2. RECIO MORALES, Ó. “’Una nación inclinada al ruido de las armas’. La presencia irlandesa en los ejércitos españoles, 1580-1818: ¿la historia de un éxito?”. Tiempos Modernos, 10, 2004, 1-15.
  3. Ibid, pp. 3-5.
  4. Oracion fúnebre del excelentísimo D. Alexandro de O-Reilly, conde de O-Reilly, teniente general. La dixo en las exequias, que el amor y gratitud de varios Amigos de aquel, le hicieron celebrar en la Real Parroquia del Señor Santiago de Cadiz, en el dia 4 de junio de 1794. El P.M. Manuel Gil, de los Clerigos Menores, Ex-Provincial, y Examinador Sinodal del Arzobispado de Sevilla. El documento fue obtenido de la biblioteca nacional digital perteneciente a la Biblioteca Nacional de España a través del link: https://bit.ly/3rFNS9W (febrero 2021).
  5. LÓPEZ DURÁN, M. L. “Un irlandés al servicio de la Corona en la segunda mitad del siglo XVIII: Alexander O’Reilly y su experiencia a través del mundo atlántico”. En: Actas de las I Jornadas Internacionales de Historia del Mundo Atlántico en la Modernidad Temprana C. 1500-1800. El Río de la Plata en el espacio atlántico: África, América y Europa. Universidad Nacional de La Plata, 3, 4 y 5 de octubre de 2018. La Plata, 2019.
  6. ACOSTA RODRÍGUEZ, A. “Problemas económicos y rebelión popular en Luisiana en 1768”. En: Actas del Congreso de Historia de los Estados Unidos. Universidad de La Rábida, 5-9 de julio de 1976, pp. 131-146.
  7. KER TEXADA, D. The Administration of Alejandro O’Reilly as Governor of Louisiana, 1769-1770. Tesis doctoral, Louisiana State University, 1968.
  8. VILLALBA PÉREZ, E. “O’Reilly y la expedición de Argel (1775). Sátiras para un fracaso”. En A. GUIMERÁ. y V. PERALTA (coords.) El equilibrio de los imperios: de Utrecht a Trafalgar. Actas de la VIII Reunión Científica de la Fundación Española de la Historia Moderna. Madrid, 2005, pp. 565-586.
  9. VILLALBA PÉREZ, E. “O’Reilly…” op. cit., p. 571.
  10. Ibid., p. 572.
  11. Ibid., p. 576.
  12. Ibid., p. 583.
  13. RECIO MORALES, Ó. “El lastre del apellido irlandés en la España del siglo XVIII”. En G. SALINERO e I. TESTÓN NÚÑEZ (Eds.) Un juego de engaños. Movilidad, nombres y apellidos en los siglos XV a XVIII. Madrid, 2010, 103-120. RECIO MORALES, Ó. “La élite de poder extrapeninsular en España y la América española del XVIII: cultura de servicio y oposición política”. En D. GONZÁLEZ CRUZ (Ed.) Represión, tolerancia e integración en España y América. Extranjeros, esclavos, indígenas y mestizos durante el siglo XVIII. Madrid, 2014, 17-42.


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