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El tránsito de la fidelidad regia a la fidelidad estatal

Miradas en clave historiográfica

María Fernanda Justiniano[1]

Entre 1770 y 1850 los humanos asisten a una nueva forma de organizarse hasta esos tiempos desconocidas. En América y en una gran parte Europa Occidental implosiona el principio dinástico de convivencia y emerge, no sin dificultades y de modo acelerado, el Estado-Nación[2]. Todavía hoy una gran parte del planeta mantiene dinastías de reyes y emperadores, algunos conservan la capacidad de generar obediencia, otros en cambio conservan su lugar sólo porque son parte de asegurar el éxito de la nueva forma de organización política[3].

En las páginas que siguen se pretende reunir algunas de las líneas historiográficas que trataron de dar inteligibilidad a esta mudanza convivencial que cambió sustancialmente las formas de relacionarnos y organizarnos en gran parte del globo. Es intención de esta ponencia poner el foco en los aportes renovados de la escritura de la historia, los cuales tomaron forma tras el profundo resquebrajamiento, acaecido en las últimas décadas del siglo XX, de los modos de conocer hasta ese tiempo desarrollados por las ciencias sociales y por la Historia.

Quizás el aporte más importante es la propuesta de lectura en discontinuidad. Esta visión interpela profundamente a la práctica historiográfica, acostumbrada al análisis lineal, evolutivo. teleológico, concatenado, de los procesos. La historiografía jurídica europea, con el gran aporte de los estudiosos ibéricos, contribuyó a sistematizar contribuciones previas y a romper la mirada progresiva, construida durante el siglo xix y las tres primeras cuartas partes de la centuria siguiente[4].

Estos estudios ocupados en abstraer rasgos y características del ejercicio del poder en las sociedades de Antiguo Régimen europeo mostraron que los atributos de estatalidad otorgados por las grandes teorías de la modernización fueron impostaciones arbitrariamente erigidas. De este modo, los siglos de la Edad Moderna dejaron de ser conceptualizados como la antesala de los tiempos contemporáneos. En la medida que el Estado Moderno se difuminó como el preludio del Estado actual éste último adquirió condiciones de singularidad.

Paralelos a esta mirada acaecen dos giros disciplinares que también cuestionan grandes elaboraciones propias de la centuria anterior. La historiografía de las últimas tres décadas del siglo xx comenzó a abandonar el relato eurocéntrico y el nacionalismo metodológico que le habían dado origen y atrapado. Un giro global y un giro no eurocéntrico comenzó a impregnar a una parte del quehacer disciplinar abocado al estudio de las décadas que coinciden con el fin del mundo dinástico y el ascenso de los estados nacionales.

Los estudios renovados renunciaron a explicar el proceso histórico decimonónico a partir de “la superioridad inglesa, la originalidad francesa”. Eric Hobsbawm fue, con sus contribuciones sobre la crisis general del siglo xvii y la era de las revoluciones, uno de los historiadores que más influyó en la comprensión de los tiempos y el tema que ocupa a esta ponencia.[5] Su propuesta interpretativa afincó en los estudios sociales de la segunda mitad del siglo xx la existencia de una doble revolución, la industrial británica y la política francesa, que cambió al mundo, lo volvió europeo y fabricó las naciones.

En línea semejante, pero con énfasis en la Revolución estadounidense, Robert Roswell Palmer convenció a una gran parte de los estudiosos a partir de fines de la década de 1950, que el origen de los estados democráticos tuvo lugar en las 13 colonias norteamericanas, las cuales en consonancia con la posterior Revolución francesa expandieron por el océano Atlántico los ideales liberales que dieron como fruto el rosario de revoluciones e independencias, en Europa y en América.[6] Al respecto Manuel Chust e Ivana Frasquet expresan que lo que quedó de esta tesis es que las independencias hispanoamericanas tuvieron su origen en las ideas ilustradas, liberales y democráticas promovidas por los Estados Unidos; por ende el republicanismo y el constitucionalismo norteamericano fueron entendidos como la causa de las independencias hispanoamericanas.[7]

El fin de estas influyentes propuestas explicativas fue acompañado por estudios que le quitaron la originalidad y el carácter de influencia universal asignada tanto a la Revolución industrial inglesa como a la Revolución francesa.[8] François Furet remarca la incapacidad del proceso revolucionario francés de finales del siglo XVIII para crear instituciones:

Lo que caracteriza a la Revolución francesa es que arranca a Francia de su pasado, condenado en su totalidad, y la identifica con un principio nuevo, sin que vez alguna resulte posible arraigar ese principio en instituciones […] En 1789, la Revolución se instaló en un espacio abandonado por la antigua monarquía, sin conseguir reestructurarlo de forma durable y sistemática hasta el Consulado. En cambio, el segundo ciclo de la Revolución francesa, el del siglo XIX, se desarrolla en toda su extensión dentro de un marco ad­ministrativo fuerte y estable: el de la centralización napoleónica, que permanece invariable durante todo el siglo y que ninguna revolución buscó transformar.[9]

En resumen, tras el desmoronamiento de las grandes narrativas eurocéntricas, en las primeras décadas del siglo xxi toman forma nuevos consensos historiográficos que complejizan los esquemas lineales y evolutivos, a través de los cuales se explicó la configuración de los Estados nacionales en una gran parte del globo.

Inmerso en el giro global del cual fue pionero, y situado en una perspectiva compleja de análisis, el historiador británico Christopher Bayly propuso una nueva lectura de los tiempos de fin de la edad moderna y comienzo de la contemporánea. Entiende que entre 1780 y 1820 se asistió a una crisis global, que tuvo origen en un desequilibrio creciente entre las necesidades militares y la capacidad financiera y estuvo conectada con el fin casi universal de las monarquías después de 1789. Las consecuencias de esta crisis mundial fue la decadencia -ya iniciada- de los viejos regímenes asiáticos y la penetración de las revoluciones estadounidense y francesa hacia el interior de los espacios.[10]

En una obra posterior, Bayly expresa que el giro cultural disciplinar permite registrar, que los años entre 1763 y 1842 fueron testigos de un cambio de época que se caracterizó por la difusión del “reclamo” político y por la construcción amplia de un pensamiento y lenguaje concomitante.[11]

David Armitage indica que las transiciones de imperios a estados fueron anunciadas en la época por los documentos de declaraciones de independencia. Para el historiador de Harvard, la Revolución Americana fue el primer brote de un “contagio de soberanía” que barrería al mundo en los siglos posteriores a 1776.[12] El documento de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos trae como novedad para el lenguaje político al individuo, one person.

When in the course of human events it becomes necessary for one people to dissolve the political bands which have connected them with another, and to assume among the powers of the earth the separate & equal station to which the laws of nature and of nature’s God entitle them, a decent respect to the opinions of mankind requires that they should declare the causes which impel them to the separation.[13]

A diferencia de Armitage, Gary Nash advierte que se debe ser cauteloso al exagerar las réplicas de la Revolución Americana. Propone revisar las luchas internas para restituir el tejido social de sus pueblos.[14] Estudios realizados por investigadores estadounidenses dedicados a combinar la Revolución estadounidense con las latinoamericanas tampoco registran el impacto atlántico.[15]

En resumen, las contribuciones anglosajonas referenciadas en estas páginas renuncian a otorgar un papel central en los procesos revolucionarios y de ascenso de los estados nacionales tanto a la Revolución francesa como a la Revolución estadounidense. Coinciden en reconocer un clima de reclamo de época propenso a disolver las ataduras tradicionales, entre hombres y entre los hombres y sus monarcas. De allí que la potencialidad explicativa de la perspectiva global se ve enriquecida cuando se combina con las historias regionales y nacionales.

Los bicentenarios de las revoluciones americanas impulsaron renovados estudios de un lado y del otro del Atlántico. El historiador mexicano Roberto Breña describe al proceso de emancipación americano como una búsqueda de autonomía por parte de los criollos. Se trató de una errática sucesión de hechos políticos y militares, cuya evolución se extendió a lo largo de más de tres lustros, con vaivenes que hacían ver el desenlace como imprevisible y en los que la lucha armada tuvo, con frecuencia, más visos de guerra civil que de guerra de liberación colonial.[16]
A diferencia de la historiografía anterior, estos nuevos estudios aseveran que a la hora de explicar las independencias americanas la balanza se debe inclinar por los sucesos que acaecieron en la metrópoli, más que por aquellos que se desplegaron en suelo americano. Tal es el caso del citado Breña para quien la matriz explicativa se ubica en lo que denomina el primer liberalismo español y el momento gaditano.[17]

En una línea diferente François Guerra y Tulio Halperín Donghi centran la agencia en las elites americanas que ante la acefalía de la monarquía se abren a su reemplazo. En consonancia con las contribuciones globales citadas al comienzo de esta ponencia, Gabriel di Meglio aclara que 1808 se entiende en el marco de la crisis global que atravesaba el imperio.[18]

Ahora bien, si se continúa con un ejercicio glocal de análisis puede verse que no todo movimiento “revolucionario” lleva a la independencia. Tal es el caso de los sucesos acaecidos en Asia. Los pueblos asiáticos habrán de esperar hasta el siglo xx para ver el fin de los grandes imperios y los primeros movimientos de independencia y formación de estados nacionales. Tampoco la existencia de una constitución significa la configuración de un estado nacional. Es el caso de La Pepa, su promulgación no impidió que el absolutismo monárquico se reinstalara en la península.

Miradas posibles

Si se pasa del lente del telescopio al del microscopio, y nos centramos a analizar estos procesos globales desde los acontecimientos de una pequeña región de la Monarquía, como es el caso de Salta, pueden encontrarse indicios para entender mejor el complejo proceso de formación estatal-nacional.

Al igual que en otros espacios, en Salta se registra el hecho que los sujetos que defendieron la Monarquía son los mismos que también defendieron el nuevo régimen soberano. Son los casos de José Moldes, Martín Güemes y Francisco Gurruchaga.

José Moldes[19], de descollante participación en los sucesos de independencia tanto en la península como en el Virreinato, perteneció a una familia que había logrado posicionarse en la cúspide social a mediados del siglo xviii. Su padre, Juan Antonio Moldes, en 1802 realizó un donativo voluntario a la Monarquía, de 332 pesos para contribuir a la guerra contra Inglaterra. Además, envió a dos de sus hijos a educarse en el flamante colegio de nobles que había abierto las puertas a los americanos.

Francisco de Gurruchaga, vástago de otra familia considerada prominente en el entorno de la época, había participado de la batalla de Trafalgar en 1805 como Teniente de Fragata en el navío Santísima Trinidad; la cual estuvo al mando de quien cuatro años después fuera nombrado por la Junta Suprema de Sevilla Virrey del Río de la Plata, el Jefe de Escuadra Baltasar Hidalgo de Cisneros. El propio Martín Güemes tuvo un importante protagonismo al año siguiente, ya no en la Península sino en Buenos Aires, cuando al mando de una partida de caballería tomó la fragata inglesa conocida como La Justina, el 12 de agosto de 1806, durante las frustradas invasiones inglesas en estas tierras de ultramar de la Monarquía hispánica.

El propio Moldes comentó, que tras desembarcar desde Cádiz el 7 de enero de 1809, se encontró con “varios americanos que me dijeron trataban de la independencia”. Agrega que él se encargó de informarlos sobre la situación en la península y se comprometió a propagar y servir con su persona a la causa. En este descargo recordó que fue apresado cuando cumplía con estos menesteres en Córdoba tras haber sido sorprendido en Cochabamba. Remarcó Moldes, que tanto él como los hombres de las ciudades con quien se entrevistó eran “todos sujetos de opinión en sus respectivos pueblos, y que obraron a favor de la causa tan pronto como les fue posible, justamente en un tiempo en que no teníamos más patria, ejército, ni garante que el pescuezo”.[20]

En contraposición con la narrativa central, el historiador salteño Bernardo Frías expresó que Moldes y Gurruchaga, junto a Bolívar, San Martín, Zapiola, Balcarce, O’Higgins y Pueyrredón habían estado en contacto con Francisco Miranda en Cádiz, en 1807, al celebrarse la junta que reunía a los principales conjurados.[21]

Los actos oficiales también reflejaron el convencimiento de los varones salteños en la Independencia. A partir de 1814 se suprimió el adjetivo “Real” de los papeles del Estado. También, vía el tachado se reflejó la nueva identidad política en los protocolos notariales de los libros de escribano.

La ruptura con el statu quo monárquico se registró con la innovación más importante en materia de igualdad e inclusión ciudadana. En línea con las disposiciones de la Asamblea del año xiii, se dejó de recaudar tributo indígena.[22] A partir de 1816, desaparecen en los libros de hacienda de la Caja de Salta los tributos como ítem de la estructura fiscal. Su eliminación fue la disposición más trascendente acaecida, por cuanto los varones indígenas, entre 18 y 50 años dejaron de tributar. Este hecho fiscal constituyó una decisión relevante en estas tierras, recuérdese que el ramo de tributo era el tercero en orden de importancia de ingresos para la Intendencia de Salta, en la década previa a la asunción de Güemes. Aunque, vale agregar que ya a partir de 1810, los ingresos por tributos de la jurisdicción de Salta, se habían reducido más de un 80 %.

Independencia, ciudadanía indígena y convencimiento de que se formaba parte de una organización política mayor, fueron ideas y prácticas que quedaron expresadas en una comunicación oficial dirigida al Director Supremo, General José Rondeau, fechada el 11 de mayo de 1815 y firmada por el flamante gobernador Martín Miguel de Güemes, los congresales municipales y los diputados:

La provincia de Salta, que había sido la primera en unirse al sistema de justicia promovido el 25 de mayo por la heroica Buenos Aires, era preciso se manifestase siempre celosa para sostener sus derechos contra toda especie de tiránica dominación; mas esta propia Provincia jamás era capaz de prescindir de admitir un plan que cediese en beneficio universal de las Provincias Unidas.

Salta, agrega, guardará la más perfecta unión con ésa siempre que se cumpla la condición

[…] de que, si en el término de cinco meses no se realizase el Congreso en el lugar intermedio que se designase, quedará esta Provincia en el propio hécho, libre de la sujeción al Gobierno Provisorio establecido y en una total independencia provincial. Este es un efecto propio del celo de todo buen ciudadano que procure y aspire a la común felicidad; un remedio preservativo para cortar en lo sucesivo los males que acabamos de sufrir por una horrorosa fracción que había minado los cimientos de nuestra libertad.[23]

La vocación independiente, la liberación “[…] de toda especie tiránica de dominación”, también fue argumento para afirmar que si la Constitución no se sancionase la Provincia quedaba libre para optar por la ‘independencia provincial’”.

Los principios y las decisiones esgrimidas por los varones de Salta hacedores y convencidos de la causa independiente quedaron plasmados en la Constitución de 1819, la cual fue aprobada por todas las ciudades, salvo Santa Fe.[24] Sólo se retomarán en este texto los artículos que hacen referencia a la ciudadanía indígena y al tráfico de personas en condiciones de esclavitud.

Artículo CXXVIII.- Siendo los indios iguales en dignidad y en derechos a los demás ciudadanos, gozarán de las mismas preeminencias y serán regidos por las mismas leyes. Queda extinguida toda tasa o servicio personal bajo cualquier pretexto denominación que sea. El Cuerpo Legislativo promoverá eficazmente el bien de los naturales por medio de leyes que mejoren su condición hasta ponerlos al nivel de las demás clases del Estado.
Artículo CXXIX.- Queda también constitucionalmente abolido, el tráfico de esclavos y prohibida para siempre su introducción en el territorio del Estado.

A modo de cierre

Tras una década de la llegada desde España de José Moldes y Francisco Gurruchaga con su compromiso de lograr la independencia de estos territorios, el saldo fue favorable. Las Provincias Unidas tienen una Constitución, y en Salta un conjunto de varones altamente comprometidos con la causa.

La mirada microcóspica brinda aristas para conocer las formas evolucionó una fidelidad estatal en una región del globo y de la monarquía. Las fuentes recabadas indican que el pasaje de una fidelidad a otra se dio bajo la agencia de actores que compartieron una cosmovisión y mutaron para realizar un giro de 180 grados en menos de una década.

Si bien puede afirmarse que la crisis del principio dinástico estaba instalada a nivel global, las especificidades regionales dan luz sobre cómo se conjugaron las fuerzas de las ideas en las sociedades locales. No fue un contagio francés ni un contagio estadounidense. Aunque la Constitución de 1819 para fue conservadora, tiene artículos revolucionarios en materia de ciudadanía de los indígenas. Articulado que en la práctica tuvo su impacto en la estructura fiscal y en la toma de decisiones de la Provincia de Salta.

En 1819, hay en Salta un grupo de dirigentes interesados en defender vehementemente el proyecto independiente. Sin embargo, la entidad política constituida no logra sobrevivir como proyecto de convivencia estatal posible.


  1. Universidad Nacional de Salta.
  2. Sociedades de otras partes del planeta también se organizaron como Estado. Japón después de 1868, China luego de 1911, Rusia tras los hechos de 1917, Turquía después de 1917 e India una vez declarada su independencia en 1947.
  3. Todavía el principio dinástico rige en algunos gobiernos del globo, tal como el Sultanato de Brunéi, las monarquías de Arabia Saudita, Mónaco y Jordania. Incluso Gran Bretaña conserva la cámara de los Lores integrada por 100 representantes que heredan tal condición.
  4. CLAVERO SALVADOR B. “Institución política y derecho: Acerca del concepto historiográfico de” Estado moderno””, Revista de Estudios Políticos, 19,1981, 43-57. HESPANHA, A. M. “A historiografia jurídico-institucional e a morte do Estado””, Anuario de filosofía del derecho, Nº 3 ,1986, pp. 191–228. GARRIGA, C. “Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen”, Istor. Revista de historia internacional 16 ,2004, pp. 3–44.
  5. HOBSBAWM, E. J. “The general crisis of the European economy in the 17th century”, Past & Present, 5 ,1954, pp. 33–53. HOBSBAWM, E. J. The Age of Revolution, 1789-1848: 1789-1848, New York, 1962.
  6. PALMER, R. R. The age of the democratic revolution: The challenge, vol. 1, Princeton University Press, 1959.
  7. CHUST M. y FRASQUET, I. Tiempos de revolución. Comprender las independencias iberoamericanas Recorridos 2, Penguin Random House, 2013.
  8. Pueden nombrarse a los aportes de François Furet y Denis Richet que sustrajeron el calificativo de burguesa a los sucesos acaecidos en Francia y a las contribuciones Jan de Vries quien definió a la expresión Revolución industrial como un concepto a la defensiva: FURET, F. y RICHET, D. La révolution française, vol. 299, Paris, 1973. DE VRIES, J. “The Industrial Revolution and the Industrious Revolution”, The Journal of Economic History 54, 2, 1994,pp. 249–70, https://bit.ly/3C0YULx.
  9. FURET, F. La revolución francesa en debate: de la utopía liberadora al desencanto en las democracias contemporáneas. Buenos Aires, 2016, pp. 55–61.
  10. BAYLY, Ch. A. The birth of the modern world, 1780-1914: Global connections and comparisons. Oxford, 2004, p. 100.
  11. ARMITAGE, D. y SUBRAHMANYAM, S. The age of revolutions in global context, c. 1760-1840. Basingstoke, 2010.
  12. ARMITAGE, D. “The Contagion of Sovereignty: Declarations of Independence since 1776”, South African Historical Journal 52, 1 ,2005, pp. 1-18.
    ARMITAGE, D. The declaration of independence: A global history, Harvard University Press, 2007.
  13. “Declaration of Independence: Summary, Text & Signers | Live Science”, consultado el 20 de noviembre de 2019, https://bit.ly/2WxldYZ.
  14. NASH, G. B. “Sparks from the Altar of’76: International repercussions and reconsiderations of the American revolution”, The age of the revolutions in global context, c. 1760–1840, op. cit., pp. 1–20.
  15. LANGLEY, L. D. The Americas in the age of revolution, 1750-1850. Yale University Press, 1996.
  16. BREÑA, R. “El primer liberalismo español y los procesos de emancipación de América, 1808-1824. Una revisión historiográfica del liberalismo hispánico”, México, 2006, p. 38.
  17. Ediciones El País, “Tribuna | Momento gaditano”, El País, el 4 de febrero de 2012, sec. Babelia, https://bit.ly/3rMvWKW.
  18. HALPERIN DONGHI, T. “Reforma y disolución de los imperios ibéricos, 1750-1850”, Madrid, 1985, pp. 17-113. GUERRA, F-X. Modernidad, independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, México, 1993. DI MEGLIO, G. “Recent historiographical approaches to the process of independence in Argentina”, History Compass 17,11, octubre de 2019., https://bit.ly/3juoDUg.
  19. José Moldes fue unos de los protagonistas centrales de los sucesos independentistas, todavía se aguardan estudios sobre su participación. En, JUSTINIANO, M. F. y TEJERINA M. E. “Salta y la Nación a comienzos del siglo XIX. Un análisis en clave historiográfica” En: C. HARRINGTON y E. ESCUDERO. (Comps.) 1as Jornadas Nacionales de Historiografía, Río Cuarto, 2015., pp. 419-430. Disponible en URL: https://bit.ly/3ydGPYA.
  20. DE MOLDES, J. “Exposición del Coronel don José de Moldes acerca de sus servicios a la causa pública”. En: B. FRÍAS, Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta o sea de la Independencia argentina, T. I, Buenos Aires, 1971, p. 529.
  21. “[…] De la entrevista resultó acordado que partiera Moldes –con cuyo genio emprendedor tenían todos singular confianza– con destino a Buenos Aires a levantar la insurrección por la independencia de los pueblos del Plata. En esto, la presencia de Miranda fue descubierta y tuvo que huir, proscrito y perseguido como se hallaba desde años atrás. Pero razones de mayor conveniencia que se tuvieron en cuenta, hicieron variar este lado del plan, cambiando el emisario y sustituyéndolo por Pueyrredón, más conocido en Buenos Aires, mientras Moldes quedaba en España, a preparar mayores elementos en Europa”. En, Bernardo Frías, Francisco de Gurruchaga, Buenos Aires, 1961, p. 20.
  22. ROSSI, M. C. “Asamblea del año XIII. Derechos, aboliciones y límites en las prerrogativas”. Claves para comprender la Historia. Horizonte del Bicentenario, 2010-2016, 21, 2013. Disponible en: https://bit.ly/3BQsxiC
    La Asamblea General Constituyente y Soberana del Año 1813 fue convocada por el Segundo Triunvirato y sesionó desde el 31 de enero de 1813, se declaró soberana, adoptó sus sellos cambió las armas del Rey, adoptó un himno.
  23. CORNEJO, A. “Salta y el Congreso de Tucumán. Trabajo y Comunicaciones, 15, pp. 135-159. En Memoria Académica. Disponible en: https://bit.ly/3rGC734.
  24. VERDO, G. “El dilema constitucional en las Provincias Unidas del Río de la Plata, 1810-1819”, Historia contemporánea, núm. 33, 2006, p. 533.


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