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Espacialidades migrantes

Brenda Matossian y Myriam Susana González

Este cruce busca poner el foco en el estudio de los espacios migratorios, y en la forma en la que estos se configuran en las periferias o suburbios de las ciudades. En este sentido, queremos dar cuenta de la dimensión territorial de los procesos migratorios en áreas alejadas de las centralidades urbanas. Se trata de tomar distancia de aquellas miradas que hacen un continuo énfasis en las áreas centrales y que extienden sus conclusiones al conjunto de las urbes o áreas metropolitanas. Es posible definir este cruce como el estudio de las espacialidades que las personas migrantes y sus familias despliegan dentro de las ciudades, no en áreas centrales, sino en espacios suburbanos y periurbanos. Desde la perspectiva cultural de la geografía, entendemos a estas espacialidades como diferentes formas de experimentar o vivir el espacio (Lindón, 2007). Se trata de pensar la experiencia o vivencia de estas espacialidades a la escala de los individuos, de sus cuerpos y de sus subjetividades (Lindón, 2006). También resulta fundamental entenderlas como parte de procesos estructurales, atravesadas por relaciones que expresan conflictividades, imposiciones, transgresiones y cooperaciones de la sociedad en su conjunto.

Desde los inicios del siglo XX, el estudio de la distribución espacial de la población “no nativa” en ámbitos urbanos se ha centrado en el concepto de segregación residencial. En su sentido geográfico, la segregación indica la desigual distribución de los grupos sociales en el espacio urbano. Por ende, se trata de un concepto de marcado carácter espacial, aunque generalmente incorpora de manera implícita, en su uso (pero no siempre en su definición), una fuerte correlación entre diferenciación social y espacial (Bayona, 2007). El estudio de las espacialidades migratorias en su vinculación con la construcción de suburbios y/o periferias remite en principio a la intersección migración-ciudad, cuyos primeros antecedentes nacieron de perspectivas positivistas. Las investigaciones de ecología humana desarrolladas por la Escuela de Sociología de Chicago a partir de 1920 se centraron en el análisis social de la ciudad y en las consecuencias de los procesos migratorios en el espacio urbano (Park y Burgess, 1925). En las ciudades norteamericanas se analizaron con intensidad los procesos de cambio asociados a la expansión urbana, la suburbanización y la formación de slums (barrios centrales deteriorados) como espacios de residencia de personas migrantes (afrodescendientes, mexicanos y puertorriqueños). En la década de 1980, la dicotomía entre la población de los suburbios y la del área central fue concebida como una importante fuente de conflicto en aquel país. Algunos autores (Massey y Denton, 1988) realizaron una clasificación de estas medidas al establecer diversos tipos de segregación residencial, teniendo en cuenta las diferentes perspectivas desde las cuales puede abordarse el problema del reparto de un grupo de población en una ciudad. Otros trabajos, como el de Jackson (1985), propusieron estudiar la segregación desde las prácticas cotidianas de los migrantes. A partir de entonces el cruce migración-ciudad tomó nuevas direcciones, más abiertas a enfoques cualitativos. Por su parte, José Estébanez (1988) ha considerado la existencia de una serie de factores que explican el mosaico residencial: el estatus socioeconómico; el estatus familiar, estilo y ciclo de vida; y el estatus migratorio o étnico. Para este autor, la distribución de un grupo étnico en ciertos sectores de la ciudad constituye un mecanismo de defensa, ya que los migrantes, al estar insertos en un grupo homogéneo, se sienten más seguros; y este hecho también posibilita conservar las costumbres, lo cual aumenta la cohesión y les proporciona una identidad.

Bauman (2006) señala que, dado que muchas personas mi­grantes se ubican en lugares alejados, en los márgenes de las ciudades, esto genera que sean vistos como extraños, cuanto más aleja­dos están, más desconocidos e incomprensibles parecen. En la Argentina, se destacaron los trabajos de Baily (1985) sobre patrones residenciales de concentración por origen, al comparar patrones residenciales de migrantes italianos en Buenos Aires y en Nueva York.

Las tendencias hacia el agrupamiento, la segregación o la pretendida búsqueda de homogeneidad han sido debatidas, no sólo para los grupos migrantes, sino también para otros conjuntos sociales. De allí surge una de las claves en torno a estas dinámicas que apunta a reconocer si existe un carácter voluntario o no, en qué grado, y bajo qué condiciones se despliegan las estrategias residenciales.

Los debates en torno al cruce migración-ciudad también remiten a diferencias regionales notables. Como Caggiano y Segura (2014) destacan, los estudios sobre las ciudades en América Latina tienden a asimilarse más a la segregación vinculada a criterios socioeconómicos registrada en Francia por Wacquant (2007) que hacia los modelos de “gueto racial” norteamericano. Se propone entonces comprender que, si bien la dimensión de clase imprime más que ninguna otra las oportunidades desiguales de acceder a la tierra, a la vivienda y a los servicios urbanos en su conjunto, es preciso comprender las heterogeneidades al interior de las áreas urbanas relegadas y la forma, tal vez menos evidente, en que operan otras esferas de las desigualdades. Es allí donde se visibilizan las particulares formas en las que se intersectan género, nacionalidad, edad, entre otras dimensiones. Las lógicas que subyacen en las desigualdades socioespaciales responden, además, a políticas estatales bien definidas. Como enuncia Wacquant (2007), las estructuras y las políticas estatales juegan un papel decisivo en la articula­ción diferencial de las desigualdades de clase, de lugar y de origen.

Las áreas centrales degradadas y amplios barrios periféricos suelen constituirse como territorios donde las espacialidades migrantes se desarrollan en complejas redes que articulan diversidades de acuerdo con grupos étnicos, antigüedad, entre otros factores. Estos procesos, resultantes de las políticas urbanas en la era neoliberal, se encuentran definidos por transformaciones propias de la privatización y mercantilización de lo urbano (Márquez López y Pradilla Cobos, 2017) que implican la exclusión de la población de las áreas centrales a través de la redefinición de usos del suelo, y fuerzan a personas migrantes y no migrantes a desplazarse de la ciudad central, reemplazando las viviendas existentes por otras más caras y menos accesibles.

En las áreas periféricas, en las primeras, segundas y terceras coronas de las regiones metropolitanas o en los barrios alejados de las ciudades medias y grandes suceden dinámicas interesantes. En el caso de Buenos Aires, la primera corona es la que contiene las proporciones más elevadas de personas migrantes (Sassone y Matossian, 2014). Las políticas dictatoriales de erradicación de los años sesenta y setenta, y otras medidas higienistas, desde las que se promovió “el merecimiento de la ciudad” (Oszlak, 2017), expulsaron de las áreas centrales a aquella población migrante sin recursos económicos. Las periferias se constituyeron en una posibilidad de acceso al suelo restringido a determinadas áreas históricamente más degradadas o peor posicionadas en términos de accesibilidad (Mera, 2018).

Sin embargo, es interesante analizar desde enfoques cualitativos cómo es valorada la direccionalidad de los desplazamientos que las espacialidades migrantes configuran, en particular en el ámbito residencial. En el caso de Buenos Aires, mientras que para la migración boliviana el desplazamiento desde las periferias a los centros se produce con el correr de los años y las mejoras en términos laborales (Caggiano y Segura, 2014), la direccionalidad –y la valorización– de estas fases residenciales resultan inversas en el caso de la migración paraguaya en la segunda y tercera corona (Abal y Matossian, 2019).

Como sucede en numerosas metrópolis de América Latina, las estrategias residenciales desde el centro hacia las periferias constituyen un componente esencial de las estrategias de sobrevivencia de los sectores populares que buscan –por la vía de arreglos habitacionales– solucionar necesidades de vivienda que no pueden lograr en el centro metropolitano (Cariola y Lacabana, 2003). Según describe Apaolaza para el Área Metropolitana de Buenos Aires el

desplazamiento tiende a cristalizarse territorialmente en una forma de expulsión periférica (…) que no sólo conlleva la pérdida de centralidad y oportunidades urbanas, sino muchas veces el confinamiento a emplazamientos que, por sus características socioterritoriales, pueden reforzar los procesos de exclusión social (Apaolaza, 2016, p. 13).

En el caso de personas migrantes, incluso en el marco de los procesos de exclusión referidos, en dichos desplazamientos juegan un rol fundamental el funcionamiento de redes sociales y cadenas migratorias, las decisiones que toman las familias y los objetivos que ellas persiguen. En cada cambio de localización, o fase residencial, resulta clave indagar los cambios que se producen respecto a las posibilidades que se abren para mejorar el acceso a la tierra y vivienda. García Almirall y Frizzera (2008) hacen referencia a las estrategias residenciales como un proceso que se realimenta y se autotransforma de manera constante, en el que distinguen cuatro etapas: “aterrizaje, llegada, asentamiento y estabilización”. Si bien estas fases distan de ser lineales, la valorización de estas espacialidades migrantes se estrecha con el acceso a la vivienda, la que representa cierta consolidación de una fijación territorial con carácter relativamente definitivo, proceso también logrado por algún grado de movilidad social.

Es para destacar que los aspectos vinculados a los fijos y a los flujos, esto es, a los espacios de residencia y a las movilidades de las personas migrantes, deben ser comprendidos en clave interescalar: los ámbitos periféricos deben ser considerados en clave metropolitana al mismo tiempo que desde una perspectiva que contemple la red de centralidades y subcentralidades a nivel local, porque son éstas las que definen un marco de accesibilidad clave para comprender las desigualdades socioterritoriales. Finalmente, esta mirada implica un desafío metodológico cualitativo, dado que para reconocer las particularidades de los distintos conjuntos migratorios es preciso indagar respecto a la historicidad de la experiencia urbana y metropolitana que nos dará una pauta de las causas y motivaciones de esas residencias y movilidades, al mismo tiempo que evitará una mirada homogeneizadora.

Bibliografía

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Baily, S. (1985). Patrones de residencia de los italianos en Buenos Aires y Nueva York: 1880-1914. Revista Estudios Migratorios Latinoamericanos, 1 (1), 8-47.

Bauman, Z. (2006). Confianza y temor en la ciudad. Vivir con extranjeros. Barcelona: CCCB.

Bayona, J. (2007). La segregación residencial de la población extranjera en Barcelona: ¿una segregación fragmentada? Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, XI (235), 1-30.

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García Almirall, P. y Frizzera, A. (2008). La trayectoria residencial de la inmigración en Madrid y Barcelona: un esquema teórico a partir del análisis cualitativo. Revista Arquitectura, Ciudad y Entorno, III (8), 39-52.

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