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Identidades

Brígida Baeza

La Real Academia Española (RAE) define identidad, como primera acepción –y desde el singular–, desde la cualidad de idéntico, y como segunda definición, el conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracteriza frente a los demás. En la cotidianeidad identidad remite al carnet nacional de identidad, al nombre y apellido de una persona, siempre refiriendo a lo singular. Sin embargo, tal como indica la segunda acepción aquí recuperada de la RAE, identidad nos remite inmediatamente también a lo universal, como parte de un colectivo, de un grupo con determinadas características que marca diferencias con respecto a otras grupalidades.

Entonces, como dos premisas que nos interesa señalar del concepto de identidad es su carácter polisémico, correspondiendo a las visiones “duras” y “blandas” acerca de las identidades, por remitir al dilema histórico de las ciencias sociales acerca del objetivismo versus subjetivismo.

Aquellas corrientes teóricas que remiten a posiciones esencialistas donde se coloca el acento en la herencia genética, en el legado patrimonial y en posiciones estables de la identidad señalan la existencia de una identidad preexistente e innata al individuo. Y por otro lado aquellas explicaciones que sostienen el modo en que el individuo construye su identidad, en el cual lo social opera como un marco donde se desarrollan las interacciones que sostienen los esfuerzos, pesares, acomodamientos y (re)acomodamientos individuales en la construcción de su identidad social.

Estas posiciones llevaron a que desde mediados de siglo XX en adelante, las ciencias sociales realicen un esfuerzo denodado en sostener el carácter relacional del concepto de identidades, ahora sí en plural porque si bien se reconoce el carácter objetivo de determinadas condiciones estructurales, también remite a la relacionalidad y lo procesual en la construcción de las identidades.

Sin duda, a partir de la década del noventa proliferaron los estudios sobre las identidades, asociados a la globalización que teóricamente minaría las identidades asociadas a lo nacional y lo local, homogeneizando modas y valores asociados al consumo capitalista. Sin embargo, desde las ciencias sociales se mostró que como parte del proceso de globalización era necesario considerar los procesos que remitían a la localidad, lo regional y en ese marco las identidades glocalizadas, tal como se denominó este doble movimiento de lo local y global. En términos de análisis de las identidades estaba en juego cuán exitosos habían sido los esfuerzos estatales en homogeneizar su población nacional, y dependiendo de la fuerza y homogeneidad enfrentarían de modo diferente a la globalización mundial. Pero como parte del mismo proceso, se desarrolló todo un movimiento de identidades emergentes al que el desmantelamiento de los países del bloque soviético y la caída del muro de Berlín dejaban paso, colocando en primer plano las reivindicaciones ligadas a la identidad étnica en Europa del Este y otros lugares del mundo. Además de otros procesos asociados a lo etario con las identidades juveniles, a reivindicaciones de la mujer con las identidades de género, entre otras identidades políticas y sociales que comenzaron a dar cuenta de la complejidad que adquiere el concepto de identidades no sólo en la vida social sino también en el mundo académico.

Entonces, corresponden a la misma época los estudios que sobre todo desde lo historiográfico intentaron explicar los esfuerzos estatales por construir marcos nacionales, políticas homogeneizadoras y que tendían a aglutinar poblaciones de origen étnico y nacional heterogéneas y distantes. Tal como en el caso argentino, donde se investigó cómo el Estado infundió la idea de nación, por ejemplo, desde la escuela pública (Bertoni, 2001), en estos estudios se analizaba el modo en que todo el aparato y liturgia estatal se orientaba a la construcción de una identidad nacional. Así como también en la prolongación del modelo civilizatorio hasta mediados del siglo XX, en lo referido a las políticas migratorias (Devoto, 1991). Sin embargo, es necesario reparar en los límites del proyecto nacional y en el agenciamiento de los grupos migrantes que resistían de diversos modos a la argentinización. Es así como adquieren centralidad los dos conceptos que aún generan debate: asimilación e integración, dado que remiten a la figura mítica del crisol de razas para el caso argentino, obviando las disputas, invisibilizaciones y marginaciones que el predominio de ese modelo aún sigue ocultando desde su vigencia en determinadas instancias o entre algunos grupos que continúan enfatizando la imagen de un país supuestamente homogéneo representado en la idea de aceptación a quien desea residir en el suelo argentino, tal como versa la Constitución nacional.

Un cambio en los análisis de las identidades se produjo cuando se enfatizó el carácter relacional y dinámico de los procesos identitarios, donde los estudios antropológicos y discursivos fueron recuperados por brindar marcos referenciales de análisis centrados en el carácter procesual de la conformación de identidades. Así los estudios sobre las identidades se nutrieron de los aportes de la categoría de etnicidad. En este sentido, los estudios pioneros de Fredrick Barth (1976) permitieron analizar el proceso asociado al carácter relacional como fruto de las interacciones cotidianas, así como de atribuciones y autoatribuciones identitarias. Al mismo tiempo que establecemos un nosotros definimos un ellos, de acuerdo con diferentes categorías de identificación. Por otra parte, advertir sobre el carácter contextual de las identidades nos permite ver las variaciones que sufren las identificaciones a través del tiempo. En este sentido, debemos considerar como característica básica de las identificaciones étnicas el concepto de identidad contrastante, dado que marca no sólo su existencia en oposición a otro, sino que es imposible considerarla en aislamiento y sin tener en cuenta la estructura social existente en determinada sociedad (Cardoso de Oliveira, 1992).

También los estudios culturales realizaron importantes aportes recordando que las identidades son posiciones que el sujeto está obligado a tomar de las representaciones acerca del otro, pero justamente por eso nunca pueden ser idénticas (Hall, 2003), dado que se refieren al carácter subjetivo que forma parte del mismo proceso de identificación. Entonces, adquiere relevancia la referencia a las posiciones y estrategias que configuran el análisis de las identificaciones que despliega cada sujeto en diferentes contextos. Por ejemplo, en situaciones de discriminación y estigmatización activará determinadas posiciones, orientadas al reclamo de derechos haciendo uso de una posición que conduzca a la reivindicación identitaria.

La identidad se transforma en un concepto bastante polisémico y asociado a una variedad de otros términos y áreas de saberes académicos y con diversos significados en la vida social. En este sentido, fue necesario reconocer las diferencias entre cultura e identidad. Dado que la relación no siempre es unívoca, la cultura no determina la identidad ni tampoco la suma de rasgos culturales indica la identidad de determinado grupo, lo cual implica considerar que las fronteras culturales no se corresponden automáticamente a las fronteras identitarias (Grimson, 2010).

Las discusiones en torno a las fronteras identitarias condujeron a la necesidad de reparar en el concepto de otredad –presente en diferentes tradiciones disciplinares–, dado que nos permite el análisis del carácter dinámico y relacional de las identidades, ante todo en contextos migratorios donde recaen prejuicios y estigmatizaciones sobre determinados grupos sociales a los cuales se visibiliza atribuyéndoles propiedades negativas. Así, desde la antropología social se aporta al análisis de la construcción de los mecanismos de discriminación que se generan a partir de los posicionamientos en la escala de alteridades desde donde se marca la hegemonía de determinados grupos por sobre otros. Forma parte de una de las preguntas fundacionales de la antropología el propósito de explicar ¿quién es el otro? Sin embargo, ese otro no siempre es lejano en distancias sociales, lo cual lleva a agudizar el extrañamiento como investigadores de otredades en contextos migratorios, donde es necesario considerar fronteras tanto estatales como sociales.

Es en los espacios de contacto donde lo conocido y desconocido se genera a partir del reconocimiento del otro. En estas interacciones es posible tanto reforzar como aminorar las diferencias que llevan al etnocentrismo (Krotz, 2004). En este reconocimiento de las diferencias se construye también la noción del nosotros, distintivo, pero como parte constitutiva del mismo proceso (Bohannan, 2004). En este sentido, la vecindad no significa igualdad. El extraño es aquel que no reúne las características del estereotipo local y que no forma parte del grupo que construye el orden social dominante (Beck, 2007).

A pesar de considerar que las categorías de extranjero y extraño son construcciones sociales, para clarificar es posible diferenciar objetivamente que “extranjero” se refiere a las clasificaciones estatales que la legislación establece para diferenciar a aquellos que no pertenecen al conjunto de nativos y nativas. Y el “extraño” se define a partir del trazado de fronteras internas. Sin embargo, la realidad social muestra cómo esos límites son porosos y, en ocasiones, necesitan ser problematizados a partir de la deconstrucción de las categorías que se vienen desarrollando. Eso ocurre, por ejemplo, con la categoría de “segunda generación”, que permite problematizar el modo en que construyen sus trayectorias aquellos grupos de jóvenes que por mandatos familiares o bien por el modo en que son referenciados en las instituciones escolares (Novaro y Viladrich, 2018) son “vistos” como bolivianos y bolivianas en Argentina.

Las jóvenes generaciones alternan entre distanciarse de los mandatos familiares, apropiarse crítica y creativamente de ellos, y habilitar posicionamientos y recorridos donde sintetizan su referencia a Bolivia y a Argentina. Afirman su derecho a diferenciarse de las biografías de sus padres, buscan múltiples referencias de identificación sin que ello implique necesariamente un rechazo al pasado familiar y en ocasiones hacen de este pasado un emblema.

Más allá de las tradiciones disciplinares, el modo en que conceptos como otredad, xenofobia, racismo y etnocentrismo deben ser analizados requiere de una perspectiva que atienda a las interrelaciones, dado que en la realidad de las prácticas sociales encontramos que reflejan y se refieren a construcciones sociales contextuales y relacionales. También interesa el análisis del contexto y el modo en que en el marco de las interacciones sociales se generan los tipos sociales en torno al distinto, al extranjero, al extraño y a las diferentes denominaciones que reciben los individuos portadores de estigmas que los ubican en situaciones de subalternidad.

En la Grecia clásica existían categorías para designar el odio al extranjero: xenos, extranjero, y phobos, miedo. El significado se prolongó a lo largo del tiempo. El desprecio a quienes provienen de otros lugares, pero en particular a determinados grupos sobre los que recae el rechazo y la discriminación, se encuentra asociado a grupos que portan determinados rasgos fenotípicos. Son, además, sobre quienes se construyen prejuicios que es necesario considerar desde el racismo que se ejerce sobre los grupos discriminados.

Los modos en que se ejerce la discriminación sobre los grupos considerados inferiores/diferentes varía entre formas sutiles en mitos, chistes, dichos, entre otras manifestaciones de violencia simbólica que son efectivas en la construcción de imaginarios. En otros casos puede hacerse presente en violencia física. Es sobre esa/e otra/otro diferente como parte de un grupo social estereotipado sobre quien recaen los aspectos negativos, al mismo tiempo que se construyen (auto)representaciones positivas del grupo local/nativo.

También es necesario considerar que el discurso racista va acompañado de signos e imágenes que van consolidando la reproducción de estereotipos de los grupos subalternizados. Y el problema se profundiza cuando se considera que el grupo racializado afecta/amenaza compitiendo con el grupo hegemónico por puestos laborales o lugares de estatus social (Wieviorka, 1994). Sin embargo, los grupos estigmatizados se apropian de las denominaciones que se les otorgan, haciendo uso de ellas, como es el caso de las ofertas de migrantes bolivianos para trabajar en la construcción.

El etnocentrismo que ubica en el centro y en escala de superioridad a la cultura propia forma parte constitutiva de las definiciones de alteridad. En principio, el juicio de valor emitido acerca del otro como bueno o malo, igual o inferior, o bien de la acción de acercamiento o alejamiento, que se genera de acuerdo con el grado de identificación: imposición o asimilación. Y, por último, de acuerdo con el conocimiento o ignorancia acerca de la identidad del otro. Estas dimensiones dan cuenta de las distintas situaciones en las que se genera la relación con el otro. A la vez que no siempre en casos de negación o de identificación serán completas y que, por sobre todo el descubrimiento del otro, aunque es un proceso individual, posee su historicidad y se encuentra determinado socialmente (Todorov, 1995).

¿Quién es el extranjero en contextos migratorios? Siguiendo la línea de análisis de Georg Simmel, es posible reparar en el próximo-lejano, y en las distancias y fronteras sociales con respecto al otro; en definitiva, del reconocimiento de lo que “no somos” (Penchaszadeh, 2008). Es el extranjero quien posee “objetividad” ante la realidad, propia de la lejanía-proximidad, donde se presenta la tensión inherente a una relación donde se lo considera cerca pero también distante (Simmel, 2012). Es ese individuo con quien, aunque se puedan compartir espacios tendrá la marca de lo distante que define también lo propio y lo lejano, con una parte incluida y otra excluida y con los matices inherentes a la dinámica de las distancias sociales.

Para finalizar consideramos necesario que más que identidad en las ciencias sociales existe acuerdo en referirse a las identidades desde una perspectiva que repara en el carácter relacional y procesual de los procesos identitarios. Que las fronteras identitarias son cambiantes pero que existen determinados marcos y condiciones restrictivas generadas por los Estados nacionales que siguen asumiendo el trabajo de delimitar los marcos identitarios que dan lugar a desigualdades y determinadas exclusiones, donde el agenciamiento de los grupos migrantes va produciendo posicionamientos y tomando determinadas clasificaciones de esa caja de herramientas identitarias (Grimson, 2010). Esto permite analizar el modo en que un agente perteneciente a determinado grupo migrante se aleja, se acerca, opta por afiliarse-desafiliarse, se ve condicionado pero a la vez habilitado para la acción, es estigmatizado pero también puede desestigmatizarse, autorreconocerse, entre los múltiples sentidos y posiciones que puede adoptar un individuo en relación con las identificaciones disponibles en su contexto. Recuperamos el postulado de Brubaker y Cooper (2001) apostando a mayor claridad conceptual que nos aleje de posturas reificadas y universalistas pero que mantenga el potencial que sigue teniendo el concepto de identidad.

Bibliografía

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Barth, F. (1976). Los grupos étnicos y sus fronteras: la organización social de las diferencias culturales. México: Fondo de Cultura Económica.

Beck, U. (2007). Cómo los vecinos se convierten en judíos. La construcción política del extraño en una era de modernidad reflexiva. Papers, 84, 47-66.

Bertoni, A. L. (2001). Patriotas, nacionalistas y cosmopolita: la construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Bohannan, L. (2004). Shakespeare en la selva. En M. Boivin; A. Rosato y V. Arribas (comps.), Constructores de otredad. Una introducción a la antropología social y cultural (pp. 75-80). Buenos Aires: EUDEBA.

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Brubaker, R. y Cooper, F. (2001). “Más allá de la identidad…”. Apuntes de investigación del CECYP, V (7), 44-45.

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Grimson, A., (2010). Culture and Identity: two different notions. Social Identities, 16 (1), 63-79.

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Identidad. En Real Academia Española. Recuperado el 29 de julio de 2020 de https://dle.rae.es/identidad?m=form.

Krotz, E. (2004). Alteridad y pregunta antropológica. En M. Boivin, A. Rosato y V. Arribas (eds.), Constructores de otredad. Una introducción a la antropología social y cultural (pp. 16-21). Buenos Aires: EUDEBA.

Penchaszadeh, A. P. (2008). La cuestión del extranjero. Una mirada desde la teoría de Simmel. Revista Colombiana de Sociología, 31, 51-67.

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Todorov, T. (1995). La conquista de América. El problema del otro. México: Siglo XXI.

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