Sonia Voscoboinik
Construir una definición del liderazgo migrante resulta una labor desafiante por dos motivos principales. En primer lugar, en la actualidad éste ha sido abordado de manera insuficiente por las ciencias sociales (Martinello, 1992; Rivera-Salgado y Escala, 2005; Núñez Seixas, 2006 y Velazco Ortiz, 2014). A pesar de las abundantes investigaciones socio-antropológicas sobre las organizaciones de migrantes, escasean los estudios que abordan al liderazgo migrante como un tema de estudio en sí mismo. A excepción de los estudios abarcativos desarrollados en Estados Unidos durante las décadas de 1940, 1960 y 1970, actualmente carecemos de una teoría amplia e integrada, prevaleciendo las investigaciones acotadas a un caso en particular o a una comparación muy limitada de ellos (Martiniello, 1992; Nuñez Seixas, 2006). En segundo lugar, y en contraposición con la situación anterior, existe una importante pluralidad de líneas de investigación y un gran caudal de trabajos relativos al liderazgo no migrante, lo cual deriva en una compleja tarea de selección y articulación de conceptos que no han sido elaborados para el campo migratorio.
El término liderazgo es polisémico y algo difuso (Delgado, 2005), sin embargo, la gran mayoría de los autores coinciden en concebirlo como una interacción entre el líder o lideresa y sus seguidores dentro de un contexto determinado para lograr cumplir los objetivos colectivos propuestos; luego, cada autor le agrega o le modifica algo específico a esta definición general (Giraldo Gonzáles y Naranjo, 2014). Así, el liderazgo no se limita a un rasgo o característica estática que reside únicamente en el líder o lideresa, sino que se trata más bien de un devenir a lo largo del tiempo, en el que están implicados de forma interactiva el líder o lideresa, los seguidores y la situación o contexto en la cual se ejerce el liderazgo (López, 2007).
Nuñez Seixas (2006) realiza un estado de la cuestión sobre el estudio de los liderazgos étnicos en América, señalando los desarrollos de Myrday (1944), Whyte (1971) y Higham (1978) en Estados Unidos como pioneros en el tema. En este contexto se concebía la naturaleza de los líderes étnicos a partir de dos paradigmas, el primero es el de la asimilación, entre cuyos representantes se encuentra Myrdal. Este enfoque consideraba a los líderes étnicos como “meros intermediarios en el irremediable proceso de asimilación cultural de los inmigrantes en la sociedad receptora, paralelo a la modernización social y económica” (Nuñez Seixas, 2006, p. 18). El segundo enfoque es el del pluralismo cultural, el cual emerge entre los años 1960 y 1970, y sus referentes son Glazer y Moynihan (Ibíd.). En oposición a la perspectiva asimilacionista, los autores enfatizan la capacidad de resistencia de las colectividades y de los grupos migrantes, afirmando que los líderes étnicos son “catalizadores y agentes difusores de una conciencia étnica dormida o reelaborada” (ibíd., p.18).
Higham (1978), por su parte, centrándose en el período de la inmigración masiva (1880–1930) en Estados Unidos, afirma que líder étnico es aquella persona que ejerce una influencia significativa sobre los demás compatriotas, con quienes sostiene obligaciones e intereses compartidos. Siguiendo al autor, los líderes migrantes tienen como responsabilidad elaborar estructuras de comunidad étnica, mediante las cuales se produzcan o refuercen expresiones simbólicas del grupo étnico de pertenencia; en otras palabras, ellos asumen el rol de encarnar prácticas y discursos que les permite experimentarse completamente como grupo.
Respecto a las investigaciones contemporáneas sobre el liderazgo migrante en Estados Unidos, se encuentran estudios sobre migrantes mexicanos en ese país (Velazco Ortíz, 2014; Romero-Hernández et al., 2013; Cappelleti, 2018).
Otro de los antecedentes lo constituyen las investigaciones de Sayad en torno a la figura de emigrado político entre los migrantes argelinos en Francia, categoría amplia que incluye a quienes han migrado por razones políticas (exiliados políticos) y/o a aquellas personas que, por contar con características distintivas –un capital cultural y social más amplio que el resto de sus compatriotas, trabajos más calificados, mayor contacto con el ámbito público– asumen el rol de militantes políticos en el contexto de llegada. Esta figura del emigrado político cuestiona la postura hegemónica que concibe a los migrantes como sujetos “no lícitos” para ejercer participación política, ya que la misma estaría reservada solo para los nacionales (Sayad, 2010).
En relación con el contexto argentino, se han desarrollado estudios desde un enfoque historiográfico sobre el liderazgo de los migrantes europeos durante fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX en Argentina. Estas investigaciones han sostenido un diálogo crítico con los estudios de los pioneros norteamericanos (Devoto, 2006; Núñez Seixas, 2006; Bjerg y Otero, 2006; Gjerde, 2006). En cuanto a las investigaciones contemporáneas en este país, podemos mencionar los estudios sobre el liderazgo africano en Argentina (Maffia, 2020).
A partir de este recorrido bibliográfico estamos en condiciones de comenzar a delinear una definición preliminar de liderazgo migrante. El liderazgo migrante consiste en el ejercicio de influir en la voluntad, sentires, comportamientos y acción de otros migrantes, del mismo origen nacional o de otro origen migratorio (Núñez Seixas, 2006), orientándolos hacia la consecución de determinadas metas comunes dentro de un contexto particular. El concepto de liderazgo es entendido como una posición social derivada de la convergencia de conflictos sociales e institucionales, los vínculos colectivos y procesos de influencia social, junto a las particularidades de cada líder en un momento y lugar determinado (Reyes y Perinat, 2011, p. 66).
En el fenómeno del liderazgo migrante aparecen tres elementos principales (líder o lideresa, seguidores y contexto) que tienen una relación de retroalimentación entre sí. A continuación, se explicará cada uno de ellos, entendiendo que se trata de una distinción con fines analíticos, ya que en la práctica estos elementos aparecen articulados y retroalimentándose entre sí. Se comenzará por la figura del líder migrante, el cual es entendido como el actor social que desarrolla y pone en acción la capacidad o habilidad de influir sobre un grupo de migrantes, proponer metas colectivas y estrategias para alcanzarlas movilizando para ello diferentes recursos: su capital social (sus vínculos con diferentes actores estatales, organizaciones no gubernamentales, movimientos sociales, activistas, académicos, entre otros), el capital financiero de la comunidad y el trabajo de la comunidad. Esta persona debe manifestar un interés dirigido hacia el propio grupo y obtener reconocimiento y legitimidad por parte de éste, invertir tiempo y recursos (económicos, relacionales, entre otros) para la consecución de metas comunes (Devoto, 2006). Otra característica de este actor es que cuenta con visibilidad por parte de un grupo de migrantes al cual representa (sean del mismo origen nacional o no), y de otros actores tales como: activistas, movimientos sociales, partidos políticos, actores estatales, sociedad civil, entre otros. Siguiendo a Petraca (1997), son líderes quienes dentro de un grupo detentan una posición de poder determinante en decisiones de carácter estratégico, poseen poder que se ejerce activamente y encuentran una legitimación en su correspondencia con las expectativas del grupo. Estas características son extensibles al caso de los líderes migrantes
La literatura señala que el líder o lideresa migrante adquiere la capacidad de liderar a lo largo de la vida y en este aprendizaje influyen una multiplicidad de factores, lo cual explica en parte la diversidad de liderazgos. Entre los más importantes se encuentran: la trayectoria educativa, la trayectoria laboral, el capital económico, las redes sociales construidas, el saber hacer, la conformación familiar y el carisma. Respecto al carisma, vale aclarar que el mismo no se circunscribe a una característica personal, sino más bien se trata de un rasgo obtenido por el hecho de gozar de una mayor experiencia profesional, asociativa, política, periodística o de oratoria adquiridas en distintos escenarios (en la sociedad de partida, en la de llegada, en la de tránsito, entre otras) (Núñez Seixas, 2006).
Les líderes migrantes desarrollan variadas funciones, algunas de las más destacadas son mediar entre los migrantes a los cuales representa y el contexto de llegada, abarcando estructuras mayores tales como oportunidades económicas, poder y derechos políticos (Devoto, 2006; Gjerde, 2006). En este rol de mediador intenta canalizar bienes y servicios hacia su comunidad a partir de su vínculo con los poderes externos a su grupo (Gjerde, 2006). Un segundo rol se vincula con la dimensión identitaria, los migrantes no llegan con una identidad migratoria predefinida, sino que la construyen mediante el contacto con sus coterráneos, con migrantes de otros orígenes nacionales, con las organizaciones comunitarias y con los discursos ideológicos. En esta construcción discursiva les líderes desempeñan un rol destacado; elles elaboran símbolos y creencias para construir un pasado común y una definición del grupo migratorio (Gjerde, 2006) fomentando la cohesión social de un conjunto de inmigrantes (Devoto, 2006; Higham, 1978). Esta construcción identitaria no está exenta de tensiones, por ejemplo, en la búsqueda grupal por adaptarse parcialmente a la sociedad receptora ellos frecuentemente crean un relato de pertenencia común con la sociedad de acogida y/o el Estado y, al mismo tiempo no quieren perder la identidad nacional del lugar de partida (Gjerde, 2006). A partir de todos los roles anteriormente desarrollados, también se concibe al liderazgo migrante como estrategia adaptativa del grupo a su nuevo entorno socio-político (Núñez Seixas, 2006).
Otra particularidad de les líderes migrantes es que, mientras las organizaciones sociales pueden desagregarse, estos persisten y acumulan experiencias políticas colectivas con la posibilidad de trasladar sus aprendizajes a otros espacios o luchas (Varela Huerta, 2013).
En cuanto a las formas de ejercer el liderazgo, en la literatura se encuentra una gran riqueza. Se señala una posible orientación cultural, política, económica o social de los mismos, así como diversos estilos, tales como dictatorial, democrático y de laissez-faire; liderazgos de alcance local, nacional y trasnacional; y liderazgos comunitarios (de base) o liderazgos políticos (cúspide). Un mismo activista puede ejercer una u otra orientación según la coyuntura (Velazco Ortiz, 2015) y diversos tipos de liderazgos, como por ejemplo el comunitario y el de base, que son igualmente necesarios para el funcionamiento de las organizaciones de migrantes (Romero-Hernández et al., 2013; Núñez Seixas, 2006, p. 23). En síntesis, una cuestión que caracteriza estos liderazgos es una configuración no rígida, sino más bien dinámica y la falta de modelos uniformes (Núñez Seixas, 2006) en donde se destaca la heterogeneidad de liderazgos entre comunidades de migrantes, así como también la diversidad intracomunitaria e incluso cierta variabilidad en la trayectoria de un mismo líder migrante.
En relación al altruismo, la ideología y la búsqueda de beneficio personal por parte de les líderes, es posible una coexistencia de diferentes factores según el caso y la coyuntura (Núñez Seixas, 2006). En el proceso de liderazgo en algunas ocasiones los líderes reciben privilegios económicos y políticos, pero eso no los exime de los costos que conlleva ejercer estos roles. En algunas ocasiones el líder ha pagado costos psicológicos por su rol de intermediario que excedían los beneficios obtenidos (Gjerde, 2006).
El segundo elemento corresponde a les seguidores: el liderazgo no existe sin el reconocimiento de estos (Velazco Ortiz, 2014). Es decir, le dirigente existe gracias al grupo que lo hace dirigente (Bourdieu, 1982); parte de este proceso implica que les seguidores cedan poder económico, relacional, práctico y simbólico al líder (Villarreal, 1994). Este ejercicio de ceder poder varía según la coyuntura, por lo cual dicha concesión puede ser revocada posteriormente (Capelletti, 2018).
El perfil de les seguidores es muy variado, dependiendo de los proyectos migratorios (si se trata de migrantes que se asientan o tienen planes de regresar), del estatuto civil en el país de acogida y de su inserción socio-laboral, por nombrar algunas de las características más destacables. A medida que la comunidad migrante va cambiando en el proceso migratorio (nuevas territorialidades, prácticas culturales e intereses como grupo) también se transforman los liderazgos entendidos como formas de representación política y cultural (Velazco Ortiz, 2014).
El tercer elemento corresponde al contexto en el cual se ejerce el liderazgo migrante, el cual incluye la estructura de oportunidades que brindan el país de acogida y el de partida, ya que la posibilidad que estos ofrecen con relación a la participación política y económica influirá en el modo del ejercicio del liderazgo (Gjerde, 2006). La estructura de oportunidades incluye el reconocimiento del grupo migrante por la sociedad civil, por el Estado del país receptor y del país de salida, el grado de estigmatización y/o persecución hacia ese grupo migrante en el lugar de llegada, las posibilidades de inserción socio-laboral, la distribución del territorio del grupo migrante, entre otras cuestiones. Las diferentes manifestaciones de liderazgo traducen, a la manera de un calidoscopio, las cambiantes condiciones de vida de los migrantes y la participación política del grupo al cual representan (Núñez Seixas, 2006).
En relación al rol de los Estados (de partida o de llegada), en muchas ocasiones estos exigen a los líderes que institucionalicen su rol mediante determinados procedimientos burocráticos para poder considerarlos como interlocutores válidos; como, por ejemplo, conseguir la personería jurídica de sus asociaciones, exigencia que se vuelve compleja para determinados grupos de migrantes, o conformar federaciones nacionales, requisito que ignora las formas de organización previa de los migrantes en el país de acogida (Crosa, 2022). En otros casos, los Estados intentan institucionalizar o apropiarse del trabajo y las redes sociales establecidas por les líderes, o pueden proveer, mediante la implementación de políticas públicas, espacios que los migrantes aprovechan para fortalecer su liderazgo (Cappelletti, 2018). En algunos países la situación es más dramática y se registran casos de persecución política hacia los líderes migrantes (Dagnino et al., 2020). Finalmente, resta señalar que, en un mismo país, pueden desarrollarse al mismo tiempo estas políticas contradictorias en relación al liderazgo migrante.
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