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Clase social

Cecilia Jiménez Zunino y Verónica Trpin

La categoría clase social es polisémica y polémica en las ciencias sociales. Se comienza a utilizar más sistemáticamente desde comienzos de la Modernidad como principio de ordenación y clasificación de la población en conjuntos relativamente coherentes y homogéneos de personas. Si bien se ha aplicado este concepto para describir y explicar el funcionamiento de las sociedades modernas, no ha sido tan utilizado para interpretar el papel que juega en las dinámicas contemporáneas de la inmigración.

En el campo de estudios migratorios, dos de los lugares de recepción de la inmigración masiva durante la primera mitad del siglo XX, Francia y Estados Unidos (Noiriel, 1988), elaboraron de manera diferente el papel de la clase social en sus análisis. En Estados Unidos atendieron rápidamente, desde la Escuela de Chicago, a la dimensión cultural y étnica de las migraciones –prescindiendo del papel de las condiciones sociales en términos de clase. En tanto, en Francia ocurrió lo contrario, al producirse un excesivo énfasis del estudio de la “nueva clase obrera” (Green, 2002), sin mencionar las supuestas diferencias étnicas o culturales que pudieran derivarse de diversos lugares de origen migratorio. Esto se tradujo en la distinta visibilidad de la clase social en los estudios migratorios: más presente en el contexto francés aun a costa de un falso republicanismo que pasaba por alto las características (y efectos) de la dimensión étnica y racial– y en la negación de la clase en su variante estadounidense.

Algunas teorías que han abordado la migración como fenómeno de clase lo hicieron enfatizando su dimensión económica. Guarnizo señala que corrientes como el estructuralismo histórico parten de la noción de conflicto continuo entre clases sociales, incluyendo las relaciones sociales de producción, las fuerzas que determinan el proceso de acumulación de capital y “las redes que apoya la migración laboral (…) y los patrones de incorporación de los trabajadores migrantes dentro del mercado laboral” (2010, p. 52). Así, las migraciones como fenómeno de clase han sido habituales entre los enfoques marxistas e histórico-estructurales, en los que podemos ubicar los trabajos de Piore (1979), Wallerstein (1979), Sassen (1993), entre otros. El inmigrante en cuanto trabajador se integra en la historia de la división internacional del trabajo desde hace siglos (Green, 2002). En efecto, el fenómeno migratorio constituye un fenómeno de clase, en términos de transferencia de población de periferias hacia centros en diferentes momentos: migración rural-urbana en la incipiente gestación del capitalismo, como en los actuales mercados transnacionales de capital y circulación de fuerza de trabajo (Herrera Lima, 2005). Una de las limitaciones de las perspectivas estructurales que abonaron los abordajes de las migraciones como parte de la reproducción del capitalismo es que no incluyeron la cultura como parte constitutiva de las clases sociales y del cuestionamiento del orden social. Y en los casos en que fue abordada, se hizo en términos de “conciencia o imaginario de clase”, como vehículo entre la estructura y la agencia (Devine y Savage, 2005).

Un intento de articulación de la clase social con la cultura para pensar la formación de nuevas clases trabajadoras a escala internacional desde la Segunda Guerra Mundial es la que realiza Wolf (2005), para quien las migraciones recrean heterogeneidades de la fuerza de trabajo que garantizan un ordenamiento jerárquico de la mano de obra en los mercados de trabajo con base en su racialización y etnicización. El autor observa así la heterogeneidad de trabajadores como parte de diásporas proletarias más y más diversas en el mundo.

Por esta vía de indagación encontramos multitud de trabajos que analizan la conformación de mercados de trabajo segmentados y el papel que cabe en ellos a los/as inmigrantes. Para Piore, por ejemplo, la existencia de mercados laborales duales divide las inserciones de los/as trabajadores/as de acuerdo con su origen étnico-nacional. En el primero de estos segmentos, los empleos son estables y están destinados principalmente a la mano de obra nacional. En el segundo, las cualificaciones exigidas a los obreros son menores, son más vulnerables a los ciclos económicos y suelen albergar a trabajadores migrantes (Rea y Tripier, 2003). También la aproximación de Castles y Kosack enfatiza que las migraciones internacionales constituyen un factor estratificador que se ha incorporado a las relaciones entre clases de las sociedades de Europa Occidental, situándose los trabajadores migrantes en el estrato más bajo de la clase trabajadora (Ribas Mateos, 2004). Los/as trabajadores/as migrantes entrarían en conflicto con los autóctonos por los recursos escasos (puestos de trabajo en mercados laborales flexibilizados y precarizados). Sin embargo, se encuentran en desventaja, pues la propia condición migrante es un factor central en la intersección de desigualdades de clase, etnia, género y generación, algo que ha sido analizado en los casos de paraguayos en la producción forestal, bolivianos en la horticultura y mujeres migrantes en servicios de cuidados en diferentes lugares de Argentina (Pizarro et al., 2016).

Una figura de interés que tiene que ver con la clase social y que cobra relevancia en estos debates es la del empresariado étnico (Portes, 2005). A través de las redes de connacionales y de los vínculos con los países de origen, los inmigrantes escaparían a las condiciones hostiles de los mercados laborales del país receptor, y generarían ellos mismos sus propios mercados de trabajo. En Argentina algunos autores han explorado esta categoría para analizar las trayectorias laborales de los inmigrantes bolivianos en distintos lugares del país (Sassone, 2009; Benencia, 2016).

A partir de los debates entablados en la teoría social desde mediados del siglo XX, se ha cuestionado la centralidad de la esfera económica para comprender la clase social, siendo limitada la posibilidad de observar la confluencia de otras dimensiones, como la esfera de la reproducción doméstica, o las categorías nacionales, étnicas y de género. Para ciertas perspectivas del marxismo culturalista inglés, la preocupación pasó por introducir tanto la acción de los sujetos en la historia cuanto la cultura como un elemento que no debía ser reducido por el determinismo económico. Un aporte fundamental en este terreno ha sido el estudio de las formaciones de clase (Thompson, 1989), que permitió comprender el entrelazamiento de las dimensiones objetiva y subjetiva, entendiendo a las clases como relaciones y procesos que requieren la exploración de sus procesos de constitución (Meiksins Wood, 1983).

La resignificación de la categoría experiencia de clase (Thompson, 1989) que realiza Sayad en términos de “experiencia social del emigrante” supuso un anclaje en el terreno de los estudios migratorios. La experiencia migratoria impregna la vida de los sujetos y se hace cuerpo en tanto el inmigrante trabajador “no tiene por función más que el trabajo, el inmigrado no habría tenido que ser, ‘idealmente’, más que un cuerpo puro, una máquina puramente corporal, una pura mecánica” (Sayad, 2010, p. 288). Si bien rescatamos de este autor la dimensión de la experiencia corporal de la clase en procesos migratorios, presenta una limitación de género, al centrarse exclusivamente en la experiencia masculina de la inmigración (Gil Araujo, 2010).

Las conceptualizaciones sobre el género movilizaron amplios debates y aplicaciones en el campo antropológico, sociológico e historiográfico que es preciso recuperar para pensar la desigualdad. Asimismo, desde los aportes del llamado “giro cultural” en los estudios de las clases sociales, de la teoría feminista y de la crítica decolonial , muchos/as autores/as complejizaron su estudio incorporando dimensiones de análisis que “desestructuraron” la categoría clase en su sentido económico e incorporaron otras variables, como pertenencia étnica, género, generación, nacionalidad y experiencias ancladas territorialmente. También se cuestiona una historia mundial homogeneizadora que suplió historias plurales formuladas a partir de diferentes perspectivas, para someterlas a periodizaciones realizadas que dan sentido a los países centrales (Pires Do Rio Caldeira, 1989).

Otras críticas al eurocentrismo son complejizadas en el diálogo instalado por la teoría feminista entre procesos migratorios y las pertenencias de género, al problematizar la supuesta universalidad de la categoría mujer para abordar las diversas experiencias de mujeres migrantes. En esta línea de indagación, Falquet (2009) analiza la migración de mujeres trabajadoras, y recomienda abordar las relaciones de género, clase y raza no tanto como interseccionadas sino como “co-formadas” a partir de un objeto concreto: la reorganización de la división del trabajo. Observa que la mayor parte del “trabajo desvalorizado” ha sido ejecutado por la población migrante y por personas socialmente construidas como mujeres etnicizadas y racializadas.

De este modo, la experiencia desde los aportes feministas se constituyó en una categoría a desentrañar en el cruce entre clase, relaciones de género y diversas marcaciones étnicas y raciales. El abordaje interseccional ayuda a visualizar de qué manera convergen distintos tipos de opresión y discriminación (Crenshaw, 1991; Anthias, 2006), insistiendo en que “las estructuras de clase, racismo, género y sexualidad no pueden tratarse como ‘variables independientes’ porque la opresión de cada una está inscrita en las otras —es constituida por y es constitutiva de las otras—” (Brah, 2004, p. 138).

Los nuevos acercamientos a la estratificación y la movilidad social celebraron la consideración de múltiples variables (clase, género, generación, etnia y raza) para atender a la desigualdad social. Estos enfoques revalorizan las aportaciones que los conceptos de Pierre Bourdieu pueden hacer al análisis de las clases sociales (Crompton, 1997; Devine y Savage, 2005; Weininger, 2005). Bourdieu (1998; 1999; 2011) encauza el concepto de clase social desde múltiples variables que trasciendan lo estrictamente económico. La clase se define para Bourdieu por la estructura de las relaciones entre diferentes propiedades (condición económica y social, origen social y étnico, trayectoria, sexo, edad, estatus matrimonial, etc.) que conforman redes enmarañadas, estableciendo la causalidad estructural de una red de factores (Bourdieu, 1998, p. 106).

Además de las propiedades habituales para medir las clases (categoría socioocupacional, ingresos, niveles educativos), se consideran como fundamentales un conjunto de caracteres auxiliares, que funcionan como exigencias tácitas de algunas ocupaciones. Llevado al terreno de los estudios migratorios varios autores han estudiado los atributos necesarios para lograr empleo en ciertos nichos de actividad, como la hostelería, los cuidados, la construcción o el trabajo rural (Trpin, 2004; Pedreño, 2005; Actis y Esteban, 2008). Asimismo, enfocarse en las clases sociales permite sobreponerse relativamente a los límites que impone el nacionalismo metodológico, bajo la hipótesis de un campo de clases sociales trasnacional (Jiménez Zunino, 2010).

En suma, los procesos de formación de clases, en los que se retoman tanto las constricciones objetivas (distribución de distintos tipos de recursos y capitales) como las subjetivas (cierre o apertura de los haces de posibles: lo pensable como posible o imposible, etc.) parecen indicar caminos adecuados para pensar los procesos de configuración de las clases sociales, en tanto relaciones sociales (no sustancias). Así, en esta lectura de las clases podemos enmarcar el papel que juegan las características asociadas a la condición de los/as migrantes en la distribución de variables pertinentes para definir posiciones en un espacio social. El estatus migratorio y jurídico, la nacionalidad y la etnia, sumados al género, se configuran así en atributos de suma importancia para la distribución de recursos o poderes en las sociedades contemporáneas, que se agregan a los relacionados con la ocupación, los niveles educativos y los grupos de edad, por mencionar los más trabajados (Jiménez Zunino, 2011). Esta mirada compleja de las clases sociales y de las experiencias que atraviesan las vidas y los cuerpos de trabajadores/as que migran refleja condicionamientos en los mercados laborales, aunque no se restringe a ellos. Otras esferas y dinámicas de la vida social emergen como relevantes para definir las “valorizaciones sociales” de las propiedades de los/as sujetos/as y ubicarlos/as así en un espacio relacional de posiciones que pueden ser cuestionadas y franqueadas.

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