Fulvio A. Rivero Sierra
Territorio migratorio, conjunto de lugares ‒reales o imaginarios‒ incorporados en la subjetividad del sujeto migrante mediante mecanismos sensóreos, cognitivos y emocionales que le dan forma al modo en que éste se representa e interpreta el espacio y sus características materiales y simbólicas en el “ir y venir” a través de él (Faret, 2001; Tarrius, 1989 y 2000).
Aunque el concepto de “territorio migratorio” (Faret, 2001) probablemente sea el más mencionado, en rigor de verdad tiene un antecesor que es el concepto de “territorios circulatorios” propuesto por Tarrius (1989 y 2000), ambas aportaciones parten de preocupaciones y supuestos muy cercanos. Es posible pensar que las preocupaciones de estos dos estudiosos franceses, que dieron origen a los conceptos, no hayan sido posibles de concebir sin que antes no mediara esta suerte de “giro cualitativo” (Rivero Sierra, 2018) en el campo de los estudios migratorios por el cual la dimensión cualitativa del fenómeno migratorio fue ganando espacio entre los estudios del tema. En efecto, los abordajes cualitativos a la problemática de las migraciones, que resultaron marcadamente notorios desde la década de 1980 en adelante, han abierto un abanico enorme de nuevos interrogantes acerca del fenómeno de movilidad humana y, en consecuencia, se han multiplicado las producciones científicas que intentaron abordarlos. Para el caso que acá nos ocupa, es posible identificar, principalmente, dos fenómenos que subyacen al surgimiento del concepto de “territorio migratorio”: 1) la constatación de la experticia en el manejo del espacio por parte del actor migrante y, por tanto, su empleo en tanto capital simbólico (Bourdieu, 1991) y 2) la verificación de casos de una movilidad “circular” de los migrantes a través de vastos espacios que incluye el cruce de fronteras de distinto tipo (Faret, 2001; Tarrius, 1989 y 2000). Por otra parte, para el caso de Francia, los lazos coloniales —y luego poscoloniales— con el norte África han dado lugar a un corredor de tránsito humano que se ha sostenido por décadas y que ha llamado la atención tempranamente a los estudiosos de la movilidad humana, en este sentido, el mismo Abdelmalek Sayad (2010) es clara muestra de ello. Lo interesante del concepto de “territorio migratorio” es que, por una parte, la idea de circulación permanente y experto de los sujetos migrantes generan variadas formas de apropiaciones de los lugares por los que transitan. Por otra parte, esta idea de “territorio”, en tanto serie de lugares en alguna manera controlados por el migrante, va a contrapelo de aquellas miradas que ubican al sujeto migrante como alguien incapaz de escapar del sentimiento de “vivir a préstamo” en los lugares que transita, y así dota, por tanto, de “agencia” (Giddens, 1995) al otrora sujeto “pasivo” de la migración. La inversión de miradas es interesante en la medida que las teorías macroeconómicas de las migraciones prácticamente habían vaciado de “agencia” a los actores migrantes, caracterizándolos, probablemente de manera involuntaria, casi como sujetos pasivos que eran “arrastrados” por la demanda de mano de obra particularmente visibles, por dar por caso, en las teorías del push-pull (Massey y otros, 1998). Por otra parte, la mirada puesta sobre el sujeto migrante abrió una serie de preguntas muy interesantes alrededor de los variados modos y mecanismos en que opera la subjetividad para incorporar los distintos espacios que conforman el “territorio migratorio”. Alain Tarrius, por ejemplo, quien se reconoce deudor de las “geografías del espacio tiempo” de A. Giddens (1995), mira desde ahí con atención el “espacio tiempo de los consumos repetitivos, a menudo cotidianos, de los lugares y reactivación de los vínculos de identidad” (Tarrius, 2000, p. 43). Por su parte, Faret (2003), a partir de sus estudios de la frontera de México y los EE. UU., le ha prestado particular atención a la construcción de territorios migratorios en el contexto particular del transnacionalismo. Por otra parte, el concepto de “territorio migratorio” ha abierto las puertas a preguntas que las “geografías de la percepción” y la “nueva geografía” ya se estaban haciendo acerca de cómo caracterizar los “espacios de vida” y “espacios vividos”, muchas veces discontinuos (Rivero Sierra, 2018b).
Para el caso de América Latina, es sumamente destacable la labor llevada a cabo por la investigadora mexicana Sara Lara Flores (2010), quien no solo ha mantenido vínculos y colaboraciones estrechas con Laurent Faret, sino que ha motorizado indubitablemente, en el campo de los estudios migratorios, el concepto de “territorio migratorio” casi como un enfoque de estudio en sí mismo. Por otra parte, los vínculos entre estudios latinoamericanos y franceses han estimulado tanto la difusión como la promoción del concepto a través de investigadores que han hecho contribuciones en/desde varios países tales como México, Bolivia y Argentina, por ejemplo los casos de Geneviève Cortès, Hervé Domenach, M. Picouet, entre otros. En esta dirección, probablemente, la publicación colectiva más importante alrededor del concepto de “territorio migratorio” para América Latina sea precisamente la coordinada por Sara Lara Flores.
Entre las reflexiones y debates actuales podemos destacar la preocupación sobre cuestiones de orden metodológicas como los niveles de escalaridad del análisis. ¿Cómo reconstruir los “territorios migratorios” de la subjetividad de los migrantes, bajo qué indicadores, etc.? ¿Cuánto es necesario y/o recomendable recortar escalarmente un “territorio migratorio”? (Lara Flores, 2010; Rivero Sierra, 2018b). En esta dirección, han preocupado a los investigadores las estrategias de articulación entre migraciones locales, regionales, nacionales e internacionales. Distintos casos han sido estudiados en México bajo este enfoque. Para Faret (2010), por ejemplo, el análisis multiescalar resulta imprescindible para estudiar las dinámicas territoriales y las dinámicas migratorias y, así, comprender mejor las causas y modalidades del proceso migratorio. Destaca, también, que no se trata de tener un enfoque específico de la circulación migratoria considerada en forma aislada de la migración en su conjunto, ya que muchas veces se encuentran imbricadas con procesos globales. Manuel A. Castillo (2010) reflexiona sobre la articulación de primarias migraciones internas, constituyentes de una primera etapa, de lo que luego será una migración hacia los EE. UU. Para el caso de la Argentina, por su parte, Bendini y Steimbreger (2010), a partir de su caso de estudio han sugerido poner énfasis en que el carácter cíclico de los movimientos de trabajadores y el modo en que se combinan con diversas actividades productivas culminan en verdaderas estrategias de reproducción social. Por otra parte, Moraes da Silva (2010), a través del estudio sobre el trabajo en los cañaverales de São Paulo, se adentra en las formas violentas de desplazamiento y expropiación territorial de trabajadores, como así también en los modos en que articulan los territorios de origen y destino y la manera en que estos desplazamientos están marcados por rupturas, pérdidas, enfermedades y muertes. Finalmente, Fulvio Rivero (2018b) se ha esforzado por profundizar en aspectos teóricos y metodológicos del concepto “territorio migratorio” poniendo particular énfasis en el modo en que los “lugares” que lo componen son incorporados en la subjetividad del sujeto migrante mediante distintos mecanismos cognoscitivos a través de los cuales son percibidos, evaluados y categorizados.
Bibliografía
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