Lourdes Basualdo
El humanitarismo no responde a una definición unívoca ni fija. En términos generales, “lo humanitario” remite a la necesidad de “actuar por el bien de otros”. La preocupación por el cuidado y la preservación de las vidas físicamente amenazadas en situaciones de emergencia o catástrofe se encuentra en el núcleo del argumento humanitario (Fassin, 2010). Desde el campo de los estudios críticos sobre migración y fronteras, el humanitarismo o “lo humanitario” ha sido problematizado como un modo particular de legitimación del control migratorio y fronterizo. Algunos de los elementos característicos del humanitarismo contemporáneo, según autoras/es de disciplinas como la antropología que han alcanzado una amplia circulación en los estudios sobre migraciones en distintos contextos, son los siguientes: el discurso del humanitarismo es presentado como externo a la política mediante el uso de un lenguaje moral que legitima acciones humanitarias que tienen un carácter intrínsecamente político (Redfield, 2012; Fassin, 2016). El humanitarismo se define por su carácter presentista, una forma de intervenir ligada a la necesidad de actuar para salvar las vidas de quienes hoy están en peligro y atraviesan situaciones concebidas como estados excepcionales de desgracia (Borenstein y Redfield, 2011). En el funcionamiento de la excepción, la compasión por un “otro sufriente” es el sentimiento predominante que impulsa la práctica humanitaria y, desplegada en el espacio público, construye relaciones desiguales entre quien ayuda y quien es ayudado (Fassin, 2016). El lenguaje de la compasión y el impulso por asistir o salvar vidas de manera urgente desplaza la preocupación por la “justicia social” a largo plazo (Fassin, 2010).
Si la acción humanitaria es por definición excepcional, la idea de una humanidad compartida no es suficiente para alcanzar la legitimidad que demanda el acceso a un tratamiento excepcional. El humanitarismo supone un trabajo de humanitarización a través del cual se producen políticas y prácticas humanitarias, sujetos humanitarios y actores humanitarios. La excepcionalidad que define el sentido de las prácticas humanitarias requiere que determinadas personas en situación de movilidad, para quienes se construyen figuras humanitarias “típicas” caracterizadas por la inocencia de las víctimas (Ticktin, 2015), lleguen a ser consideradas dignas de tratamiento compasivo excepcional. En este proceso intervienen distintos elementos, entre los que sobresalen: a) la instrumentalización de relatos o narrativas humanitarias (Fassin, 2003; Chouliaraki, 2013; Lawrence y Tavernor, 2019) que comunican el sufrimiento a un público determinado mediante herramientas que combinan imágenes y palabras con pedidos para actuar y generan empatía para la acción; y b) las “economías morales” conformadas por emociones y valores que afectan el acto mismo de juzgar en los procesos de “justicia distributiva” (Fassin, 2012), que acaban asignando valores diferenciales a las vidas y estableciendo jerarquías entre ellas (Fassin, 2007).
En el proceso de producción de “lo humanitario” la dimensión internacional adquiere un papel clave, ya que en el ámbito internacional se despliegan un conjunto de prácticas que incluyen iniciativas de formación en intervenciones humanitarias, búsqueda de consensos globales para la construcción de agendas humanitarias comunes y “llamamientos” al involucramiento ciudadano en acciones humanitarias. Estas prácticas se llevan a cabo por actores de procedencias heterogéneas que, no sin contradicciones y disputas, operan a través de alianzas en las que se denominan “socios humanitarios”. La Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU, la Cruz Roja Internacional, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), agencias nacionales de cooperación, definen “panoramas humanitarios” a distintas escalas que luego les permiten fundamentar sus acciones frente a lo que se va construyendo como “crisis humanitarias”. Al mismo tiempo, organizan congresos y “foros humanitarios” y crean programas e institutos especializados a través de los cuales llenan de significado a los principios de la “acción humanitaria”, establecen lineamientos de políticas y brindan elementos para la elaboración y gestión de proyectos de intervención humanitaria.
El surgimiento del Comité Internacional de la Cruz Roja y la firma de la primera Convención de Ginebra a mediados del siglo XIX, dirigida a regular el derecho humanitario internacional de las personas en tiempos de guerra, pueden ser comprendidos como el nacimiento del humanitarismo contemporáneo. Tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, acontecimientos como la creación del ACNUR, la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados, la creación de organizaciones y redes internacionales como Médicos sin Fronteras en 1971 y Médicos del Mundo en 1979 comienzan a dar cuenta del modo por el cual el lenguaje humanitario es incorporado por múltiples actores y espacios en la gestión del hambre, la pobreza, las situaciones de conflicto y las migraciones. El reconocimiento de la “razón humanitaria” como prerrogativa de la comunidad ética internacional y como “prueba de humanidad” que materializó durante las últimas décadas del siglo XX la obligación de los Estados nacionales de cumplir con el doble mandato de actuar en nombre de los derechos de los nacionales y de los extranjeros, transformó la vida misma y el sufrimiento de los inmigrantes y los refugiados en una preocupación moral del “gobierno humanitario” (Fassin, 2016). De acuerdo con Fassin, el actual “gobierno humanitario” se caracteriza por la administración de las poblaciones a través de la movilización de emociones y se define como “el despliegue de los sentimientos morales en las políticas contemporáneas” (Fassin, 2016, p. 10).
El despliegue de intervenciones denominadas humanitarias vinculadas en mayor medida a la cuestión del refugio en el contexto europeo contribuyó al surgimiento hacia mediados de la década de los ochenta de estudios antropológicos orientados a comprender las lógicas de instituciones como el ACNUR, entre las que destacaron los trabajos de Bárbara Harrell-Bond y Liisa Malkki (Ticktin, 2014). En su libro publicado en 1986, Harrell-Bond, Fundadora del Centro de Estudios sobre Refugiados en la Universidad de Oxford (1982) y Forced Migration Review, analiza por primera vez un programa de asistencia humanitaria para refugiados ejecutado por organismos internacionales y denuncia los efectos de “contención política” de los “campos de refugiados” y las consecuencias negativas que generan en las vidas de las personas que habitan estos espacios. Como fue señalado por Miriam Ticktin (2014), Malkki (1996) fue una de las investigadoras precursoras en indagar la dimensión moral de la categoría de “refugiado” y en advertir sobre el papel del cuerpo en sufrimiento como instrumento diagnóstico legítimo empleado por profesionales médicos para la obtención de la condición jurídica de refugiado, cuestión que fue abordada más tarde por Didier Fassin (2003) en su análisis acerca del uso político de la enfermedad por parte de inmigrantes “irregulares” como herramienta de acceso a permisos de residencia en Francia. Durante la década de 2000 se llevaron a cabo múltiples investigaciones dirigidas a visualizar distintos aspectos del carácter humanitario del asilo y el refugio y las políticas de inmigración en el contexto europeo (Feldman, 2007; Kobelinsky, 2010).
Frente a las migraciones masivas de personas hacia Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea durante la década de 2010, definidas como “crisis migratorias” o “crisis humanitarias” urgentes, se intensificaron y endurecieron los controles migratorios y fronterizos dirigidos a detener o disuadir estos movimientos, acompañados de una multiplicidad de discursos e intervenciones humanitarias gubernamentales y no gubernamentales. Estos hechos impulsaron el desarrollo de investigaciones en el campo de los estudios migratorios críticos, que concibieron al humanitarismo como un nuevo modo de legitimación del control de la movilidad y las fronteras y coincidieron en señalar que las acciones humanitarias no constituyen intervenciones posteriores a los procesos de control y securitización dirigidas a reparar los daños que éstos generan (Walters, 2011; Mezzadra y Neilson, 2017), sino que pueden, incluso, ser consideradas un subproducto de la securitización (Bigo, 2002).
El carácter militar-humanitario de las fronteras (Fassin, 2007) y el nacimiento de las “fronteras humanitarias” (Walters, 2011) fueron propuestos para mostrar las complejas relaciones de fuerzas e impugnación entre estrategias y tecnologías de control y prácticas de cuidado y asistencia. El análisis de las intervenciones humanitarias desplegadas a partir de las muertes en el Mediterráneo, ha revelado el modo en que la frontera intenta ser presentada como “más humana” por actores que incluyen la OIM, el ACNUR, los Estados nacionales, la Cruz Roja y diferentes ONG, a través del desplazamiento en el discurso oficial de términos como “intercepción” y “detención” hacia “recepción” y “rescate” (Walters, 2011; Cuttitta, 2015; Heller y Pezzani, 2016). En esta línea, Martina Tazzioli (2019) ha analizado en el contexto francés distintas prácticas y programas de asistencia humanitaria que operan como formas directas o indirectas de control de la movilidad.
En la última década han surgido en el contexto sudamericano estudios dirigidos a comprender el vínculo entre humanitarismo y migración que han centrado su atención en dos elementos interrelacionados: la introducción, coexistencia o despliegue de discursos y prácticas humanitarias en procesos de control y securitización de las migraciones, y la construcción de las figuras de las víctimas humanitarias en políticas dirigidas a regular la movilidad o que incluyen a las personas catalogadas como migrantes o refugiadas dentro de sus objetos de intervención. El texto de Eduardo Domenech (2013), “Las migraciones son como el agua”: hacia la instauración de políticas de “control con rostro humano”, constituyó uno de los primeros trabajos que postularon la necesidad de indagar críticamente las transformaciones experimentadas en las políticas de migración de los países de la región por fuera de la dicotomía derechos humanos versus seguridad. En esta dirección, Domenech propuso la noción de “políticas de control con rostro humano” para sugerir la complementariedad en el ejercicio de medidas restrictivas, coercitivas y punitivas con formas sutiles de control de la migración, en particular la “migración irregular”, legitimadas mediante discursos de protección, defensa y respeto de los “derechos humanos” de los migrantes (2013). En diálogo con esta propuesta y vinculadas a proyectos colectivos de investigación sobre control de las migraciones, comenzaron a surgir en el contexto argentino tesis de maestría y doctorado que abordaron la articulación entre el humanitarismo y el control migratorio (Clavijo, 2017; Pereira, 2017; Basualdo, 2017).
Diversos trabajos realizados en la región han recuperado la literatura crítica sobre el humanitarismo en el análisis de la construcción de los sujetos migrantes simultáneamente como víctimas y amenazas que se configuran como legítimos e ilegítimos merecedores de protección. Centrados en la cuestión del refugio, se destacan las contribuciones de Stephanie Mc Callum (2012) y Janneth Clavijo (2018) en el contexto argentino y Denise Jardim (2015) en el ámbito brasilero. Los estudios que analizan los diversos modos de configuración de las “víctimas humanitarias” han coincidido en señalar que los discursos y políticas humanitarias implican o conllevan prácticas de control, criminalización o securitización de la movilidad. En esta dirección se han explorado las políticas antitrata y antitráfico que integran las agendas migratorias internacionales, en donde el tratamiento de las víctimas oscila de acuerdo con su asociación con el delito y el crimen, en los contextos brasileño y español (Piscitelli y Lowenkron, 2015), en el ámbito internacional (Mansur Dias, 2017) y en el contexto ecuatoriano (Ruiz Muriel y Álvarez Velasco, 2019); la construcción de figuras humanitarias en las políticas de migraciones en la Argentina (Clavijo et al., 2019) y políticas de visado humanitario que regulan la movilidad de migrantes haitianos en la región sudamericana (Trabalon, 2018). De manera reciente, han surgido trabajos que indagan, a partir del caso ecuatoriano, las articulaciones y contradicciones entre políticas y legislaciones sustentadas en derechos humanos y enfoques humanitarios y la aplicación de medidas restrictivas y represivas de control migratorio que tienen lugar en el tratamiento gubernamental de las denominadas “crisis migratorias” y “crisis humanitarias” en la región (Herrera y Berg, 2019; Ruiz Muriel y Álvarez Velazco, 2019).
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