Fernanda Stang
La de luchas migrantes es una noción que durante la última década se ha instalado con relativa fuerza en el campo de los estudios migratorios latinoamericanos, una fuerza en la que resuena el carácter agonístico de su nominación.
Tirar de las hebras que han ido tejiendo este constructo conceptual, inscrito en la línea de indagación sobre los agenciamientos políticos de las personas migrantes, nos puede remontar, por ejemplo, a los planteos del sociólogo argelino Abdelmalek Sayad (1998), que (d)enunció la ilusión de neutralidad política de la presencia migrante, estrechamente relacionada con la unidimensionalización económica que se asocia al trabajo en tanto única posibilidad admitida como legítima para su estadía en el país de destino de migración.
Pero el marco en el que las luchas migrantes adquieren los contornos de categoría reconocible en nuestro campo de estudios es la perspectiva de la autonomía de las migraciones (autonomy of migration), definida por Domenech y Boito (2019) como una conjunción de prácticas de activismo e investigación social que discute las teorías dominantes sobre la migración. Esta perspectiva, que tiene a Sandro Mezzadra entre sus principales referentes, propone pensar la migración como un movimiento social, en sentido literal —un aspecto que, como veremos más adelante, genera aprensiones—, y como una fuerza creativa dentro de las estructuras sociales, culturales y económicas (Mezzadra, 2012).
Se trata, dirá este autor, de luchas sociales contemporáneas en las que la irregularidad migratoria desempeña un papel político clave frente al capital, razón por la cual estas luchas y confrontaciones, y la participación subjetiva en ellas, son parte constitutiva del campo de las políticas de movilidad (Mezzadra, 2012), y no solo reacciones o respuestas a esas políticas (Domenech, 2020). Probablemente en este punto radica un aporte fundamental de la perspectiva de la autonomía de las migraciones a este ámbito de estudios: su capacidad para anudar, en una relación clara y sin una jerarquía de sobredeterminación, los polos de una tensión maniquea que recorre buena parte de los debates en las ciencias sociales: los de estructura y agencia.
Otro elemento definitorio de esta perspectiva es el énfasis que coloca en la consideración de las prácticas subjetivas, deseos, expectativas y comportamientos de las propias personas migrantes. En efecto, la subjetividad, entendida como “un campo de batalla en el cual múltiples dispositivos de sujeción son enfrentados por prácticas de subjetivación” (Mezzadra y Neilson, 2016: 380), es un aspecto fundamental de esta mirada sobre los procesos migratorios, y también un punto nodal para adentrarse en la comprensión de lo que subyace a la categoría de luchas migrantes. Es a partir de esta relevancia otorgada a las prácticas subjetivas que adquiere pleno sentido la afirmación según la cual las personas migrantes no necesariamente quieren convertirse en ciudadanas, sino que actúan ya como si lo fueran (Mezzadra, 2012), es decir, se subjetivan como ciudadanas en sus haceres cotidianos (haceres discursivos también), lo que implica una transformación, desde abajo, de la concepción convencional de ciudadanía (Mezzadra y Neilson, 2016). Será en buena medida por esta deriva explicativa que la ciudadanía se ha transformado en un eje generador de puntos de vista disímiles en torno a la noción de luchas migrantes, como veremos en breve.
Autores representativos de la perspectiva de la autonomía de las migraciones, como De Genova, Mezzadra y Pickles, entienden las luchas migrantes (migrant struggles) en dos sentidos: por una parte, como “luchas más o menos organizadas en las que los migrantes desafían, derrotan, evaden o alteran abiertamente la política dominante de movilidad (incluido el control de fronteras, la detención y la deportación), el régimen laboral o el espacio de la ciudadanía” (2014:26, traducción propia), y por la otra, como estrategias diarias, rechazos y resistencias mediante las cuales las personas migrantes representan su presencia impugnada, incluso si no se expresan como luchas políticas que exigen algo en particular. A priori, estos dos sentidos aluden a niveles de organización diferentes, y a alcances también distintos.
Amarela Varela-Huerta es otra autora fundamental dentro de esta línea temática de los estudios migratorios, que lleva investigando desde comienzos del siglo, a partir de su trabajo sobre los levantamientos de los “sin papeles” en Barcelona, en el 2000 (Varela Huerta, 2007; 2013); durante los últimos años ha concentrado su trabajo en las caravanas migrantes —que se desplazan por Centroamérica y México, procurando llegar a los Estados Unidos—, entendiéndolas como un tipo concreto de lucha migrante (Varela-Huerta y McLean, 2019). Esta autora también distingue una dualidad de expresiones de las luchas migrantes dentro del “amplio crisol” de movilizaciones a las que refiere la noción, dualidad que en su caso se expresa en la distinción entre luchas manifiestas y latentes (Varela Huerta, 2019; 2021). Ejemplos de estas últimas son, como señala, las cadenas migratorias que permiten transitar o permanecer en un territorio sin permisos y papeles, y que adjetiva como “discretas”. En definitiva, se alude a lo que en otros contextos se ha denominado “micropolíticas de la vida diaria”, es decir, aquellas prácticas que se sitúan en los márgenes de discursos hegemónicos, en intersticios de instituciones, y en resquicios y grietas de aparatos de saber-poder (Perrig y Gudiño, 2008), en este caso referidos a las migraciones, y que se materializan en procesos de subjetivación.
Cabe preguntarse, sin embargo, en qué medida una categoría que alude a una variedad de expresiones tan amplia, y con alcances tan diversos en sus posibilidades de impactar en las políticas globales de movilidad (asociadas, a su vez, a políticas de trabajo y ciudadanía), no pierde capacidad para definir los límites de su objeto y, por ende, también resigna potencialidad explicativa. No cabe duda de que esta noción supuso un giro necesario y decisivo para el abordaje de los procesos migratorios, en la medida que relevó la agencialidad política “incorregible” (De Genova, 2013, en Domenech y Boito, 2019) de las personas migrantes y mostró además su carácter constitutivo para el régimen global de gestión de las migraciones (Mezzadra, 2012). Pero es posible que la capacidad heurística de este constructo conceptual fuera mayor en la medida en que pudiera avanzarse, tanto a partir de la reflexión teórica como de la generación de evidencia empírica, en precisar sus fronteras, tanto internas como externas.
En esa línea, quizás la noción de lucha de fronteras, acuñada por Mezzadra y Neilson (2016), podría ser útil para delimitar este segundo sentido que se da a la categoría de luchas migrantes, en la medida que se las entiende y define como ese conjunto de prácticas cotidianas a través de las cuales las personas migrantes conviven con los efectos de la frontera, se sustraen de ellos o los negocian, mediante la construcción de redes y espacios sociales transnacionales. Probablemente este concepto logra captar de manera más precisa la temporalidad extensa (Mezzadra, 2012) implicada en las transformaciones que estas luchas pueden producir, entendidas en ese segundo sentido al que refieren De Genova et al. (2014). También es probable que eluda de mejor manera el riesgo de romantización que contienen en potencia.
A la difuminación de manifestaciones ligadas a la categoría, que puede dificultar su aprehensión, se suma cierta confusión a la que podría conducir su nombre, y es que las luchas migrantes no necesariamente son luchas de migrantes (de hecho, podría decirse que la mayor parte de ellas son conducidas tanto por migrantes como por nativos). No es el carácter de migrantes de las personas que llevan adelante estas luchas, sino las múltiples desigualdades que atraviesan y configuran las biografías y trayectorias migrantes (Perissinotti, 2016), lo que les da especificidad. Como señala María Victoria Perissinotti, que trabaja desde Argentina en torno a “luchas de migrantes por el derecho a la ciudad”, las luchas de la migración —como propone llamarlas más apropiadamente— se caracterizan porque la experiencia de la migración define tanto las formas que adquieren (en sentido general, y las formas de sus demandas en particular) como sus temporalidades y acciones. Así, tenemos por ejemplo luchas migrantes “por los papeles” —que suelen ser a las que más usualmente nos remitimos cuando pensamos en esta noción, porque son las que más tempranamente se investigaron—, en las que se ha encontrado una construcción del sí-mismo-con-otros (Rancière, 2006) a parir de su alteridad como migrantes, expresada en dos componentes fundamentales: la composición pluriétnica de sus miembros y la hibridación de sus culturas políticas en esa lucha (Varela Huerta, 2013). Y tenemos también luchas migrantes por el derecho a la vivienda, en las que ese sí-mismo-con-otros se construye como “vecino” (Gallinatti, 2015) o como “poblador” (Stang, 2021), en tanto sujeto de clase principalmente, ligado a un territorio.
Es decir, la subjetividad que se construye en la lucha (pues como dijimos antes, la subjetividad resulta de una batalla en la que dispositivos de sujeción son enfrentados por prácticas de subjetivación) está más bien relacionada con la demanda que se levanta a partir de un menoscabo a la igualdad (Rancière, 2006) que afecta estas trayectorias migrantes, y que excede las problemáticas ligadas a la condición de extranjería (Perissinotti, 2016). De todos modos, esa condición es y seguirá siendo un motor importante de estas luchas, que en el caso específico de los migrantes indocumentados tiene implicancias muy claras en las formas que adquieren, en la medida que la “visibilidad desigual” y la “relación fracturada con el tiempo” (De Genova, Mezzadra y Pickles, 2014) ligadas a la irregularidad migratoria hacen que estas expresiones de lucha no se ajusten a la temporalidad convencional de las demás prácticas políticas. En ese sentido, los autores plantean que las luchas migrantes podrían implicar una migración de luchas, pues trastocan los modos en que habitualmente pensamos las luchas sociales.
Son en parte estos trastocamientos los que están en la base de una discrepancia generada en torno a la categoría de luchas migrantes, que anunciábamos al comienzo: en qué medida y en qué forma pueden considerarse un movimiento social. Vimos ya que autores como Mezzadra las definen en esos términos. También lo hacen Domenech y Boito (2019), en un trabajo en el que realizan un relevamiento y análisis crítico de las luchas migrantes en el espacio sudamericano en general, y argentino en particular, especificando además desde qué noción de movimiento social es que catalogan de ese modo a las luchas migrantes, concretamente la de Tilly (1995), que lo concibe como una forma compleja de acción, en el nombre de una población desfavorecida, y contra aquellos que detentan el poder.
Amarela Varela-Huerta (2015) ha llamado a las luchas migrantes, de hecho, un “novísimo movimiento social” que, junto a otros producidos en los últimos años, suponen nuevas formas de “performar la protesta social”, nuevas demandas y estrategias, la construcción de nuevas subjetividades, en definitiva, dice, “organizaciones de nuevo tipo que intentan instituir el proyecto político de desaparición de todo tipo de leyes especiales para ciudadanos ‘no-nacionales’ en todo el sistema-mundo” (Varela-Huerta, 2015:153). Algunos años antes, sin embargo, Liliana Suárez Navaz (2007) manifestaba aprensiones para considerar a las luchas migrantes, específicamente las de los “sin papeles”, un movimiento social, pues entendía que compartían algunos rasgos con ellos, pero también con los movimientos de la sociedad civil transnacional. Por otra parte, el segundo sentido de las luchas migrantes que se señala en algunas de sus definiciones, es decir, el que alude a las resistencias diarias, latentes, micropolíticas, genera dudas respecto de esta consideración de las luchas migrantes en general como movimiento social. Las discrepancias remiten, obviamente, a una revisita del concepto de movimiento social, lo mismo que sucede respecto de lo que se entiende por luchas sociales, como señalábamos antes. Es decir, es claro que la emergencia y configuración, aún en proceso, de esta categoría, ha remecido otros conceptos próximos que intentan nombrar y comprender la acción política contemporánea. E incluso ha generado la demanda de un campo propio: una sociología de las luchas migrantes, propone Varela-Huerta (2013), en el entendido de que abren un campo para pensar “las resistencias al capitalismo tardío, al biopoder contemporáneo” (218), relevando por lo tanto que este tipo de luchas no son coyunturales, sino estructurales (Suárez Navaz, 2007), lo que conduce a su vez a la necesidad imperiosa de revisar movilizaciones históricas de las personas migrantes a la luz de esta categoría. Esta sugerencia de apertura de un campo específico no resulta antojadiza si, volviendo al comentario genealógico que hacíamos al comienzo de este artículo, pensamos que Sandra Gil Araujo (2010), introduciendo una selección de textos de Abdelmalek Sayad, titulaba su análisis “Una sociología (de las migraciones) para la resistencia”.
Otra línea de discusión densa respecto de la categoría de luchas migrantes es aquella relacionada con la noción de ciudadanía, como ya anunciábamos, lo que resulta de toda lógica si se considera la relación indisociable entre política, Estado, ciudadanía y derechos, y la forma en que las migraciones desafían esta relación, visibilizando la arbitrariedad de ese vínculo. En este marco, los puntos de tensión se generan a partir de la pregunta sobre si estas luchas implican, o apuntan a, ampliar la ciudadanía, extenderla, o más bien la desbordan. Desde la perspectiva de la autonomía de las migraciones, como queda claro ya, los argumentos se ubican fundamentalmente en esta última posición, en la medida que se propone que, aun sin ser consideradas ciudadanas en términos jurídicos, con sus prácticas y reivindicaciones de libertad e igualdad las personas migrantes están generando una ciudadanía de nuevo tipo, o incluso rechazando ser codificadas en los términos de la ciudadanía tal como la conocemos (Domenech y Boito, 2019). Precisamente esto último es lo que está en la base de la idea de incorregibilidad de las luchas migrantes, propuesta por De Genova (2013): el rechazo a ser enmarcadas en el lenguaje político del Estado, en términos de ciudadanía y derechos (Domenech y Boito, 2019). En el mismo sentido apunta Varela-Huerta cuando sostiene que este movimiento social desafía la soberanía nacional-estadocéntrica del concepto de ciudadanía (2015), y desborda el universalismo de los derechos humanos (2013).
Sin embargo, y desde la evidencia empírica, es innegable el hecho que parte importante de las luchas migrantes se formulan en términos de luchas por el reconocimiento de derechos por parte de los Estados de destino (Perisinotti, 2016). La discusión sería entonces, más bien, si ese tipo de luchas pueden considerarse luchas migrantes, o si caben dentro de la categoría, lo que puede leerse como otra expresión del proceso de configuración de la noción, que es a la vez una disputa teórica, epistemológica y política. Este último carácter se hace evidente, por ejemplo, cuando Domenech y Boito (2019) sostienen que en Sudamérica las luchas migrantes se han planteado desde el discurso de los derechos humanos de las personas migrantes, y se preguntan entonces si desde esa formulación es posible “socavar las bases materiales y simbólicas de los esquemas de control y vigilancia de las migraciones y las movilidades” (185). O cuando Morice (2007), analizando el movimiento de los “sin papeles” en Francia a fines de la década de 1990, se interroga si, en vez de reivindicar la regularización, no es más apropiado luchar por la abolición del estatuto discriminatorio y excluyente de extranjero, lo que en definitiva apunta a diluir el vínculo arbitrario entre ciudadanía y nacionalidad.
A propósito de cuestiones de este tipo, De Genova et al. (2014) hablan de reconcebir lo político en términos que ya no se pueden reducir a la ciudadanía como la hemos pensado hasta aquí, o Suárez Navaz (2007) llama a pensar la ciudadanía como el resultado de un proceso político antes que como un estatuto ligado a la naturaleza de sus miembros. En definitiva, estas disquisiciones ponen en evidencia el modo en que los procesos migratorios nos interpelan a cuestionar(nos) instituciones, prácticas y categorías como Estado, ciudadanía, política o movimiento social.
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