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Trabajos de cuidado

Ana Inés Mallimaci Barral y María José Magliano

Los trabajos vinculados al “cuidado” resultan una inserción laboral de relevancia para las mujeres migrantes, tanto a nivel global como regional y nacional. Si bien no existe una única noción de “cuidado”, es posible identificar coincidencias en torno a una definición que involucre el conjunto de actividades que giran en torno al sostén cotidiano de la vida humana en el marco de dos dimensiones centrales: las disposiciones y motivaciones ético-afecticas, y las tareas concretas de la vida diaria (Vega y Gutiérrez-Rodríguez, 2014), las cuales pueden ser remuneradas o no. El cuidado es ante todo un trabajo orientado a mantener el “mundo común” (Wlosko y Ros, 2015) a partir del sostenimiento cotidiano de la vida humana (Vega y Gutiérrez Rodríguez, 2014). La construcción y reproducción de ese “mundo común” se hace a través de un trabajo que se realiza día tras día, noche tras noche, que no tiene límite de tiempo y que se evidencia, especialmente, cuando desaparece o deja de hacerse (Wlosko y Ros, 2015). Es precisamente en este conjunto de actividades que sostienen al “mundo común” donde las mujeres migrantes se encuentran sobrerrepresentadas. De hecho, uno de los aspectos más notables de la globalización ha sido la movilidad de las mujeres para realizar trabajos de cuidado (Goldsmith, 2007; Roldán Dávila, 2017).

Ahora bien, recuperando los planteos de Rosas, en el campo migratorio las definiciones de los organismos internacionales colaboran en los sentidos que adquieren las categorías de análisis. En este sentido,

el fuerte énfasis que se le ha dado al trabajo de cuidado, tanto en los discursos oficiales como en la academia, ha quitado espacio a la consideración de otras actividades laborales de las migrantes, algunas de las cuales exhiben importantes condiciones de vulneración, como el trabajo ambulante y el textil (Rosas, 2018a, p. 69).

Esta asociación de las y los migrantes con un tipo determinado de trabajo, continúa la autora, contribuye a crear estereotipos, dificulta su incorporación en otros rubros y limita su movilidad laboral y social. Sin embargo, esas dificultades existen. Además de reconocer los efectos sociales y políticos que ese énfasis puede haber conllevado para la escasa visibilidad de las mujeres migrantes en otras trayectorias laborales, es importante dar cuenta de la desigualdad persistente en relación con la distribución del cuidado en las sociedades, en tanto trabajo que ha recaído principalmente sobre las mujeres. Es por ello que

los trabajos de cuidado, su funcionamiento y reproducción no pueden pensarse por fuera de las relaciones de dominación: relaciones asimétricas entre varones y mujeres y entre las propias mujeres a partir de la imbricación género, clase y raza, pero también entre clases y razas (Molinier y Legarreta, 2016, p. 6).

En el caso de Argentina, la inserción laboral de mujeres migrantes en el ámbito de los cuidados, especialmente en lo que se refiere al trabajo doméstico remunerado, no expresa una novedad en el mundo del trabajo, pero sí es posible comprender al sector como un “nicho laboral” para las mujeres migrantes (Mallimaci, 2016). Existen recursos que permiten la inserción y circulación laboral dentro del sector para las mujeres migrantes, pero también suponen límites para la movilidad hacia otros sectores económicos. Los empleos de las migrantes, aun cuando coincidan en sus rasgos centrales con las labores destinadas a las mujeres en general, poseen ciertas particularidades generadas por su condición de no nacionales, las pertenencias de clase, el proyecto migratorio y los rasgos locales de los mercados de trabajo.

En un esfuerzo por historizar el desarrollo de la propia categoría de “cuidado”, podemos afirmar, recuperando a Arango Gaviria (2011, p. 92), que “el cuidado constituye una de las categorías que la crítica feminista ha producido en su esfuerzo por construir herramientas conceptuales adecuadas para entender las particularidades de una buena proporción del trabajo que realizan las mujeres”. Específicamente, las teorías del cuidado conocen sus primeros desarrollos a partir de los trabajos en psicología moral desarrollados por Gilligan (1982) utilizados para debatir sobre las características morales y emocionales del trabajo de las mujeres para luego ser retomadas y politizadas por otras autoras que, entre otros aportes, definen el cuidado como una actividad en sí misma y abren al estudio de su desigual distribución social (Tronto, 1993).

Desde la economía feminista, en particular, se ha insistido en la indispensable visibilización de las tareas desarrolladas para el sostenimiento cotidiano de la vida humana como un trabajo esencial, a pesar de que en su gran mayoría no tienen remuneración. El trabajo reproductivo, sostiene esta perspectiva, es una parte fundamental del funcionamiento de la economía y, por tanto, un problema de la esfera pública y no de los hogares (Federici, 2016; Quiroga Díaz, 2011). Así pues, las investigaciones realizadas desde la economía feminista han sacado a la luz el trabajo no remunerado, haciendo emerger a toda una esfera de actividad económica que antes no se veía y donde las mujeres han estado históricamente presentes (Pérez Orozco, 2014). La invisibilidad que ha caracterizado a ese trabajo se explica en que las cuestiones vinculadas a la reproducción de la vida no se constituyeron como una preocupación política relevante, en parte debido al hecho de que los trabajos involucrados en esa tarea han sido configurados como competencia exclusiva de las mujeres y, además, no remunerados (o mal remunerados). En un escenario actual caracterizado tanto por la feminización del trabajo como de las migraciones, encarnadas en las trabajadoras domésticas migrantes (Mezzadra y Neilson, 2016), las investigaciones en torno a las inserciones laborales de las mujeres migrantes cobraron un gran dinamismo, ofreciendo herramientas para reflexionar críticamente sobre la multidimensionalidad de la segregación laboral y la proliferación de fronteras dentro del mundo del trabajo. Estas trabajadoras migrantes expresan no solo las múltiples caras de la feminización sino también el modo en que se sostiene y reproduce cotidianamente la vida humana.

Al interrogarnos por la migración, y en particular por las mujeres migrantes, los trabajos de cuidado (remunerados y no remunerados) se tornan centrales en la organización y sostenimiento del proyecto migratorio. En el marco de las migraciones Sur-Norte, un amplio conjunto de las investigaciones analiza el rol de las mujeres migrantes en la provisión de los cuidados y la generación de cadenas transnacionales de cuidado (entre muchas otras, podemos señalar las de Catarino y Oso, 2000; Gutiérrez-Rodríguez, 2010; Hochschild, 2000; Parreñas, 2001; Parella, 2003; Pérez Orozco, 2014), destacando que los trabajos de cuidado no solo están generizados, sino que también pueden definirse como extranjerizados e invisibilizados.

Desde las experiencias de las movilidades Sur-Norte, el crecimiento de la participación de las mujeres en los procesos migratorios y la creación de cadenas transnacionales relacionadas con la gestión del cuidado se explican, por el lado de los países de destino, como parte de los efectos del envejecimiento de la población, el aumento de la tasa de actividad de mujeres y la insuficiente oferta de estructuras públicas y parapúblicas de cuidado (Pérez Orozco, 2007; Borgeaud-Garciandía, 2017); por el lado de los países de origen, como resultado de las crisis sociales y económicas atravesadas en las últimas décadas, en especial por efecto de políticas neoliberales, que convirtieron a la migración en una estrategia de subsistencia individual y familiar. De esta manera, se define la existencia de una “crisis de los cuidados” (Hochschild, 2000) comprendida como un complejo proceso de reorganización de los trabajos de cuidados que continúa descansando mayoritariamente sobre las mujeres, pero que depende del empleo de “otras” mujeres (Pérez Orozco, 2014). Rodríguez Enríquez y Sanchís (2011) complejizan la noción de “crisis de los cuidados” en relación con lo que ocurre en los países de destino “que refiere a la tensión que plantea la dinámica de incorporación de las mujeres al mercado laboral, conjuntamente con la persistencia de una organización social del cuidado sustentada principalmente en el trabajo no remunerado de cuidados de estas mismas mujeres” (Rodríguez Enríquez y Sanchíz, 2011, p. 6); y lo que ocurre en los países de origen “que refiere a las escasas oportunidades que tienen las personas en estos países, con elevados índices de pobreza, para acceder a los recursos necesarios para garantizar mínimos estándares de vida” (Rodríguez Enríquez y Sanchíz, 2011, p. 6). Estos procesos producen una creciente etnización, racialización y externalización de los servicios de reproducción social que, a la vez que permiten que se reproduzcan las desigualdades entre varones y mujeres ante las tareas de reproducción, agudizan las desigualdades entre las propias mujeres, básicamente en razón de la clase y la etnia o asignación racial (Nakano Glenn, 1992; Parella, 2003).

En el marco de las migraciones Sur-Sur, haciendo referencia a los procesos que se gestan en el interior de América Latina, las investigaciones incorporan otras dimensiones de análisis, además de aquellas vinculadas a las cadenas globales de cuidado, para dar cuenta de la pervivencia de formas de dominación de género y coloniales en las sociedades latinoamericanas contemporáneas (entre otros estudios, podemos mencionar los de Borgeaud-Garciandía, 2017; Dutra, 2013; Goldsmith, 2007; Herrera, 2016; Magliano, Perissinotti y Zenklusen, 2016; Mallimaci, 2016; Mallimaci y Magliano, 2018; Rodríguez Enríquez y Sanchís, 2011). La centralidad del cuidado en estas investigaciones se asienta en reconocer su relevancia para poder pensar sobre las formas, los tiempos y las especificidades que caracterizan las trayectorias laborales de las mujeres migrantes, así como también las desigualdades y resistencias que se despliegan en pos de acceder a derechos laborales y de ciudadanía.

Como expresión de formas de resistencia, en los últimos años cada vez más mujeres migrantes se involucran en tareas de cuidado comunitario, en especial en contextos de pobreza y relegación urbana. Si bien tradicionalmente los procesos de reproducción de la vida fueron resueltos desde los hogares, las condiciones de precariedad que han afectado no sólo a las familias sino también a espacios más amplios, como barrios y áreas urbanas concretas, activaron distintas estrategias de subsistencia que exceden ‒aunque no reemplazan, sino que conviven con‒ el ámbito familiar. En este sentido, y considerando lo comunitario como un aspecto clave no sólo de la reproducción familiar sino también barrial a lo largo de América Latina, en tanto involucra aspectos vinculados a la producción, la reproducción y la territorialidad, la articulación entre migraciones y cuidado comunitario no ha sido todavía indagada en profundidad. La forma comunitaria del cuidado, que se manifiesta en el funcionamiento y proliferación de guarderías, copas de leche, comedores ubicados en las periferias urbanas, in­cluye “un conjunto de actividades diversas, orientadas a sostener la reproducción cotidiana de la vida” (Rosas, 2018b, p. 306). Una reproducción que se ve amenazada por constreñimientos de clase, género y étnicos que las poblaciones migrantes enfrentan y que se materializan en sus trayectorias laborales y, también, en sus derroteros espaciales (Magliano, 2019).

Para finalizar, y sin dejar de reconocer la potencial utilidad de la categoría “cuidado” para pensar los alcances más amplios de la división sexual del trabajo y, en particular, las relaciones sociales de desigualdad a partir del género, la clase social, la raza, la nacionalidad, entre otras formas de clasificación social que se derivan de las trayectorias y experiencias de las mujeres migrantes, asistimos a un debate conceptual en torno a la viabilidad de esta categoría como herramienta analítica y política. En particular, este debate se nutre de las tensiones, ambigüedades y limitaciones que el propio concepto presenta. Según Voria (2015, p. 141),

la cuestión clave a considerar es si resulta suficientemente riguroso y esclarecedor utilizar el término “cuidar” como un genérico para referirse a las tareas orientadas a la atención de las necesidades de las personas o si, por el contrario, esta definición es demasiado amplia y, por tanto, no visibiliza el abanico de acciones y relaciones desplegadas frente a las demandas de atención, cuidado y servicios.

De algún modo, las características más salientes de los trabajos de cuidado, principalmente su feminización, invisibilización, naturalización y lo inasible que muchas veces implica esta ocupación en tanto no se puede contar ni medir (Wlosko y Ros, 2015), actúan sobre ese campo ambiguo y en disputa.

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