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Construcción del canon y contrahegemonía

La lucha por la imposición del sentido en las literaturas argentinas y latinoamericanas

Marisa Moyano y Lucrecia Boni
(Universidad Nacional de Río Cuarto)

I

Las discursividades sociales se organizan como una trama en lucha por la imposición del sentido. Esta afirmación parte del reconocimiento de investigaciones realizadas desde diferentes vías y redes discursivas en las que la sociedad y la política debaten espacios de poder y hegemonía sobre las normas, las creencias y los dispositivos cognoscitivos que modelan performativamente las percepciones sobre las construcciones de lo que debe percibirse como “lo real”[1]. Esto último, “lo real”, refiere siempre a una construcción social: quien define el sentido decide e impone qué es “lo real”, como una institución performativa.

En este marco, los discursos literarios constituyen uno de esos entramados y redes en las que se entretejen las percepciones y representaciones simbólicas que instauran también construcciones sobre lo real. Por eso es que –parafraseando a Josefina Ludmer (1988)– sostenemos que la literatura es políticoliteraria de manera indiferenciada, y que en ese debate por la construcción de “lo real” siempre este país delineó los mapas constructores de las identidades y las diferencias, del nosotros y del otro, como perfiles y moldes constructores de los proyectos de Nación. En este marco, toda referencia a la idea de “canon” aparece trasvasada por lo político. El canon es una institución política más que mercadotécnica. Refiere aquellos textos que se deben levantar como monumentos ejemplares de una ética, más que de una estética. Por eso el canon siempre es también una lucha entre hegemonía y contrahegemonía en los procesos de imposición del sentido, toda vez que las literaturas y sus textos instauran símbolos, territorialidades y narrativas que definen lo real simbólico que se impone a nuestras percepciones sobre el mundo. Por eso la literatura y las lecturas son una lucha tensa entre los lectores y los libros, las cátedras y la crítica, las políticas y el mundo.

Nociones como la de interculturalidad y etnoliteratura han emergido en los últimos años como tópicos fundamentales en el campo de la Literatura Latinoamericana para dar cuenta de la necesidad de suspender el canon literario como formación histórica oficial, frente a la necesidad de ampliar el corpus para dar lugar al ingreso de textualidades variadas, caracterizadas por la heterogeneidad, la hibridación, el plurilingüismo, la tensión entre oralidad y escritura, la inscripción de otros códigos y filtros semióticos, así como a fenómenos tales como la traducción, la transculturación y la existencia de circuitos culturales diferenciados y “cursos colindantes”. Estas características están presentes a la hora de considerar la “totalidad contradictoria” de la literatura latinoamericana (Cornejo Polar 1999) que incluye –en paralelo con el canon oficial de raíz eurocéntrica– la suma de discursividades-otras producidas a lo largo de la historia por los pueblos originarios del continente. Sin embargo, frente a este marco paradigmático latinoamericano, el canon de la literatura argentina –pese a su condición histórica y variable– no ha dado lugar a movimientos de esta naturaleza, razón por la cual proponemos la incorporación y análisis en el corpus literario de poéticas y autores indígenas contemporáneos, asumiendo que las prácticas discursivas indígenas no se reducen aquí sólo a las producciones históricas de los pueblos originarios previas a los momentos de conquista y configuración del Estado-Nación o a las fases y procesos posteriores de re-escritura, traducción y rememoria de mitos, tradiciones y relatos fundacionales que se corresponden con esos momentos previos.

II

Las problemáticas generales, de orden teórico y epistemológico, que definen el abordaje de las literaturas latinoamericanas se sitúan en torno a la controversial cuestión de la “identidad(es)” de textualidades atravesadas por la diversidad y la heterogeneidad en el proceso de su constitución –en términos de producción, circulación y recepción–, en tanto hablamos de literaturas atravesadas por la “oclusión del colonialismo”. Esta situación colonial signó el devenir histórico de la crítica con “literaturas” que fueron consideradas “dependientes” desde los propios procesos de emergencia fundacional de los Estados Nacionales, en cuya constitución operaron idénticos procesos de subordinación sobre los planos políticos, económicos, sociales, raciales, culturales, lingüísticos y epistémicos y los modelos hegemónicos europeos impuestos en esas dimensiones. En este sentido, la “cuestión de la identidad” constituye una clave de definición tomando en consideración que en este contexto chocan los procesos de imposición de la “diferencia colonial” (Mignolo 2005) en términos de un canon literario impuesto que involucró por un lado, modelos textuales y genéricos establecidos como “universales”, concepciones sobre la literatura que se asociaron a las “bellas letras” de la tradición de occidente y a la legitimidad de un “lenguaje literario” asociado a los idiolectos y sociolectos de la “cultura letrada”, naturalizados como “doxas” culturales hegemónicas, y por otro, la imposición político-cultural de un “idioma heredado”, el “lenguaje de Castilla”, asociado a la tradición literaria hispana. Walter Mignolo –citado por Castañeda (2009)– señala que: “la formación del canon se basó en la lengua de los valores de las culturas colonizadoras más importantes (española y portuguesa) y ocupó el lugar del canon silenciado (pero no suprimido) de las culturas amerindias”.

Ciertamente –sostiene Cornejo Polar (1999: 10)– “la imagen globalizante… partía de la ampliación de un concepto restrictivo de literatura, que condicionaba su existencia a que fuera (1) escrita, (2) en español, y (3) bajo códigos estéticos derivados de la alta cultura europea”. De este modo, se lograba construir un corpus unitario y coherente, “pero a costa de marginar por razones estéticas o sociales… una inmensa masa de discursos”. Pero, la oficialidad de ese canon institucionalizado por las relaciones de poder no pudo silenciar completamente la existencia de una pluralidad de prácticas discursivas orales y escritas que se pueden observar en América dando cuenta de “una condición múltiple, plural, híbrida, heterogénea o transcultural de los distintos discursos y de los varios sistemas literarios que se producen en nuestra América”, que exigía la necesidad de “pasar de un concepto de unidad a otro que diera cuenta de esa diversidad heterogénea y contradictoria” (1999: 10).

Frente a esta realidad plural se pone en evidencia la necesidad de cuestionar la instauración del canon y su efecto de legitimidad, de reformular el corpus a partir de la incorporación de la producción cultural que se realiza desde los márgenes epistémicos y las fronteras raciales, lingüísticas, culturales con el objeto de diseñar, como lo sostiene Ana Pizarro (1993: 23), “la tónica de una historia verdadera de la literatura del continente en la pluralidad de discursos que conforman su expresión”.

III

Ahora bien, cuando se focaliza la atención particular sobre la literatura argentina, la crítica y la producción del dispositivo del campo intelectual hegemónico no parecieran poner en relación esta literatura con las situaciones, procesos y miradas que emergieron en la literatura latinoamericana como campo de saber. En este sentido, cuando se habla de la “entidad” de la literatura argentina sigue primando en su constitución un canon derivado de los procesos históricos hegemónicos de la colonialidad primero y de la constitución del Estado Nacional liberal después, como si la línea ideológico-estética de esta literatura mantuviera inalterable los presupuestos y normas inmanentes legitimadas desde la constitución identitaria de la Nación como constructo ideológico del Estado y el proyecto de país instituido en 1880. Basta para ello pensar que parte de los topoi y normas sociales internalizadas del dispositivo hegemónico estatal relacionan en un mismo campo semántico identidad occidental, lengua española y raza blanca.

Este proceso no ha sido alterado significativamente por las búsquedas de subjetividades y subalternidades, diferencias e identidades marginales que operan las narrativas de la crítica cultural contemporánea, ya que en su representación subsisten intactos los agujeros negros y los huecos de la memoria del primer genocidio sobre el que se erigió “la Nación” que heredamos y su literatura (Moyano 2004). Los discursos fundacionales instaurados por el Estado-Nación emergente en el siglo XIX reconocen en la narración histórica que hayan hecho de “la Nación” uno de los monumentos sobre los que se erige el imaginario de las diversas identidades que se integran a la “nacionalidad” como constructo. Si de lo que se trataba era de configurar “la Nación” definiendo sus límites, los discursos literarios buscaron, mediante operaciones de inclusiones y exclusiones, la integración de sujetos bio-políticos –en el decir de Arias (2004)– de identidad “civilizada” y “seres de derecho”, pues “la identidad estaba supeditada a la ciudadanía”. Citando a Achugar, también Figueroa (2002) dirá:

Lo que hacen [los parnasos nacionales] es construir desde el poder el referente de un país donde sólo los hombres libres tienen derecho a la producción simbólica, donde las mujeres, los negros, y los indios no son ciudadanos, no lo son de modo pleno´ (1997: 18). Así [prosigue Achugar] las escrituras que se producen en este tiempo no están destinadas “para todo el mundo”, como hoy se pudiera entender; por el contrario, están referidas a una élite de hombres que manejarán la nación, por lo que el yo narrativo está destinado a los otros “yo” que se le parezcan.

En este sentido, el montaje de “la Nación literaria” del discurso modernizador decimonónico configuró una “memoria discursiva”, un dispositivo escritural que conjura una “nación de iguales” a la que instauró como monumento identitario a partir de dos procesos de exclusión (Moyano 2004):

  1. Por un lado, la referencia en sus discursos a una “otredad” que debe dejar de ser “otredad-gaucha” para incorporarse a “la Nación” en su estatura de “símbolo”, representada en el uso, simulación y usurpación que de su voz-otra hacen los dispositivos de fundación de la “identidad nacional”, perfilando una “inclusión” que –pese a resultar como paradojal “metáfora de una exclusión real”– se postula como estrategia constitutiva de la cultura nacional, toda vez que las élites nombran al gaucho, hablan por él y en defensa de él, pero nunca “con él”; lo representan como sujeto subalterno pero sin su enunciación [2].
  2. Por otro lado, la referencia en sus discursos a una “otredad-india” simbolizada por el silencio y por lo no dicho, por la ausencia de “voz”, fundando una exclusión discursiva de las identidades-otras, que tanto más fuerte lo es en sí misma cuanto esa exclusión discursiva se funda en una exclusión material, no sólo de las voces, sino de los cuerpos de esas identidades-otras, configurando una “literatura sin indios” en un “territorio sin indios”, una “exclusión” que resulta “genocidio simbólico y material” de la diferencia.

Este dispositivo heredado se mantiene casi inalterable hasta la actualidad, al punto que ni siquiera hoy en los estudios de la literatura argentina se deslizan demasiadas referencias que pongan en cuestión el canon heredado a partir de la constatación de la ausencia de las literaturas indígenas. Asimismo, debemos reconocer que, por afuera del canon de la literatura que se instituye precisamente como “literatura” a secas o como “literatura nacional”, la industria cultural ha establecido, sí, un circuito de difusión de libros y colecciones sobre mitos y relatos de los pueblos originarios que habitan la Argentina, como se puede comprobar en las librerías y catálogos editoriales. Sin embargo, un mínimo análisis superficial de los mismos permite clasificarlos sobre todo en la línea de la literatura infantil y juvenil, que convierte a sus contenidos discursivos en un inventario de saberes escolares: convertidos en “leyendas populares” y traducciones aculturadas que han perdido toda referencialidad relativa a sus contextos y modalidades culturales de enunciación, a la oralidad y sus lenguas primigenias, a sus funciones, mecanismos de circulación y relación con las performances rituales, festivas o comunitarias.

Aún bajo el reconocimiento explícito de la historicidad y variabilidad del canon, subsiste además otro problema de fondo que deviene de cierta “ontologización” de lo que el campo hegemónico considera “literatura” y su relación con una estética del gusto asociada a la historia occidental de las “bellas letras”, donde el ingreso de las literaturas o discursividades indígenas pareciera vedado desde cierto esencialismo a-histórico universalista que impele a su revisión en términos de descolonización epistemológico-cultural. Dos referencias podemos hacer aquí en relación con esta problemática: una, la referida a la naturalización de las normas sociales imperantes en Argentina que unifican y cierran la “identidad” en la referencia a que “los argentinos bajaron de los barcos”; otra, es lo que Walter Mignolo (1987) considera al sostener la necesidad de “suspender el canon” para dejar entrar en el corpus de la literatura las discursividades-otras, las de la heterogeneidad diversa de nuestra América, esto es, pasar del canon de las “bellas letras” al concepto más abarcador de “estudios textuales”.

Al respecto, Lagmanovich (2007) sostiene que

el canon literario privilegia las obras de los europeos y estadounidenses de raza blanca y sexo masculino de las clases media y alta. Esto excluye por contraposición la mayor parte de las obras escritas por mujeres; las que representan una creación popular; los ejemplos de la cosmovisión de otras culturas o razas, y aquellas que manifiestan claramente una ideología política opuesta al modelo dominante. Así, la discusión del canon se conecta con problemas sociológicos, de género y de etnicidad.

Lo cierto es que las literaturas y discursividades indígenas prácticamente no forman parte de lo que se erige desde el campo de poder y el campo de la cultura como “literatura nacional”: ni las del pasado previo a la constitución del Estado-Nación ni las posteriores ni las actuales producciones ocupan en general espacios en las cátedras universitarias o proyectos de investigación[3].

Condenadas a la extrañeza, a la externalidad de los márgenes, o subsumidas en la regionalidad de sus circuitos de producción, las voces y las letras indígenas hoy transculturadas siguen emergiendo de manera independiente o en circuitos de circulación alternativos, o rescatadas a veces de la frontera cultural interna. Su re-conocimiento –no como “valoración” sino simplemente como “anagnórisis”– responde a una tarea silenciosa de indagación y búsqueda por los márgenes culturales, o –en el mejor de los casos- por las producciones de libros por parte de editoriales alternativas y ferias regionales[4], de tiradas reducidas, o como producto de publicaciones –generalmente también regionales y nunca capitalinas– subsidiadas ad hoc. Esto es tan así que debemos como estudiosos reconocer que existen autores que han nacido y producen en el marco de las geoculturas del Estado pero han sido rescatados y reconocidos antes por otros investigadores latinoamericanos[5].

Este trasfondo ideológico que sustenta las operaciones canónicas performativas que instituyeron un “mapa de exclusión” al dibujar un cuerpo fundacional de la “literatura nacional” como “cuerpo de la Patria” poniendo el acento en una “identidad civilizada” y superior frente a una “otredad bárbara”, articula la “causa del poder” –a través de la voluntad de dominio que debía encarnarse en el poder de un Estado y su voluntad de constitución de una “identidad nacional”– con la construcción cultural que operó como sustrato ideológico y base modélica para la instauración de una “nación moderna” en orden de continuidad con el modelo europeo. Y, en esta línea de análisis, poder, sustrato y modelo se asimilaron en una etnia, una política, una historia, una razón y una cultura “civilizadas”.

De este modo, la “negatividad de la barbarie” funda los procesos de territorialización del siglo XIX en el “mapa partido” que la literatura dibujó para configurar el Estado-nación, delineando desde el “cuerpo de la escritura” el “cuerpo de la patria”, separando y distribuyendo lo que debía pertenecer a la totalidad de “la Nación” y lo que no.

Recuperar en su contexto de producción la semiosis de los discursos que interactuaron en el proceso de constitución de la Nación, implica reconocer los intersticios que dejan leer al plano de la escritura como un campo de batalla por la “apropiación territorial”, para observar cómo los huecos y agujeros negros de la memoria fundacional se hunden en la génesis de una historia heredada, tanto en sus dimensiones políticas como en las manifestaciones textuales que fundaron la Nación instituyendo el territorio discursivo de un “nosotros” sobre las voces silenciadas y el itinerario de exclusión dibujado en la desterritorialización de los “otros”. Esta lectura crítica de la “identidad homogénea” de la Nación y su literatura fundacional, obviamente se escapa de los márgenes disciplinarios trazados por las líneas de investigación literaria canónicas para fundar un ejercicio hermenéutico sobre una semiosis que sigue “viva” en la palabra y requiere de intérpretes, porque no casualmente la “literatura de frontera” se configura en el límite político, geográfico y cultural de la alteridad y se contamina de “lo otro” en su decurso : de lo que es “no-literatura”, de lo que es “no-cultura”, de lo que es “no-Nación”, sino pura emergencia “bárbara” de un debate discursivo que se creía irrecuperable y olvidado.

El desafío entonces, es destituir, suspender momentáneamente el juicio del canon, para que ingrese al diálogo la voz contra hegemónica y la palabra de los sin voces indios en sus metarrelatos, narrativas, memorias y testimonios, para dejar que se escriba, se registre, se lea y dibuje un nuevo cuerpo de la memoria, más allá de que para hacerlo, el canon literario, su palabra y el peso de su “estética histórica colonial y universal” deban quedar suspendidos en el juego de la cultura, para dar paso al juego dialógico de “las culturas” (plurales, diversas, superpuestas), de “las palabras” (orales, re-escritas, traducidas) y de “las historias” (divergentes, “revueltas”, fragmentarias) del nosotros y de los otros en su debate de poder contra la “identidad-una” y su hegemonía.

Bibliografía

Aguilar, H. “La posición de la construcción de la identidad en el marco de la semiosis social”. Aguilar, H. y Moyano, M. (Comp): Aportes teóricos y desarrollos sobre la construcción discursiva de la identidad. Río Cuarto, UNRC, 2009.

Arias, A., “La literariedad, la problemática étnica y la articulación de discursos nacionales en Centroamérica”. Revista Istmo, Revista virtual de estudios literarios y culturales centroamericanos. n° 8, 2004. Bit.ly/2NNJPFv.

Cornejo Polar, A. “Para una teoría literaria hispanoamericana: A veinte años de un debate decisivo”. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Lima-Hanover, año XXV, nº 50, 1999.

Castañeda, M. del C. “Una propuesta de descanonización de la literatura latinoamericana”. Revista Espéculo, n° 41, Universidad Complutense de Madrid, 2009. Bit.ly/3dR4pzn.

Figueroa, A. “La escritura de la ciudad para el establecimiento de la nación, y la generación de mitos históricos en el Movimiento literario de 1842: Bello, Larrastria, Sarmiento”. Estudios Filológicos, n° 37, 2002, pp. 211-224.

Lagmanovich, D. “Sobre el canon de la literatura nacional argentina: estética y política”. Biagini, Roig y Telerman (comps). América Latina hacia su segunda independencia: Memoria y autoafirmación. Buenos Aires: Aguilar, 2007.

Ludmer, J. El género gauchesco. Un tratado sobre la patria. Buenos Aires, Sudamericana, 1988.

Mignolo, W. “Colonialidad global, capitalismo y hegemonía epistémica”. Culturas imperiales. Rosario, Beatriz Viterbo, 2005.

—“La lengua, la letra, el territorio”. Dipositio. vol. 9, nº 28-29, 1986, pp. 137-160.

—“El mandato y la ofrenda: La descripción de la ciudad y la provincia de Tlaxcala de Muñoz Camargo y las relaciones de Indias”. Nueva Revista de Filología Hispánica, vol. XXXV, n° 2 1987, pp. 2-453.

— “Palabras pronunciadas con el corazón caliente”. Pizarro, A. América Latina: Palavra, Literatura e Cultura. Vol.1. Sao Pablo, Editora Da Universidade Estadual de Campinas, 1993.

Moyano, M. “La performatividad en los discursos fundacionales de la literatura nacional. La instauración de la ‘identidad’ y los ‘huecos discursivos’ de la memoria”. Revista Espéculo nº 27, Universidad Complutense de Madrid, 2004.

Pizarro, A. “Palabra, Literatura y Cultura en las formaciones discursivas coloniales”. Pizarro, A. América Latina: Palavra, Literatura e Cultura, vol.1. Sao Pablo, Editora Da Universidade Estadual de Campinas, 1993.


  1. Proyecto de investigación: La construcción discursiva de lo real (y sigs). Hugo Aguilar y Marisa Moyano. 2003-2019. SEyCT-UNRC.
  2. Tan es así que, el propio José Hernández abiertamente sostendrá que “La tarea del escritor consiste en dar a las concepciones y los sentimientos del pueblo las formas de las que carecen”.
  3. Una excepción es el caso de la investigadora Silvia Mellado, quien en el marco del CONICET ha recibido subsidios para su investigación sobre poetas indígenas, como el caso de Liliana Ancalao.
  4. Ancalao et. Al.: Lenguaje. Poesía en Idiomas Indígenas Latinoamericanos. IV Festival Internacional de Poesía de Córdoba. 2015.
  5. Es el caso de la investigadora chilena Claudia Rodríguez Monarca quien también reconoce y estudia desde hace años la producción poética de Liliana Anacalo en el marco de sus investigaciones sobre poesía mapuche.


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