Fernanda Belén Fernández Civalero y Nora Noelia Romero
(Universidad Nacional de Jujuy)
La mayoría de nosotras alguna vez hemos soñado con la llegada de un príncipe azul que, con su beso de amor verdadero, nos despierte de la amarga rutina para vivir rodeada de lujo y felicidad. Sin embargo, obviamos el rol que está jugando la mujer en este entramado de circunstancias. La autora Gabriela Cabezón Cámara en su novela gráfica Beya (Le viste la cara a Dios) (2013) nos presenta una nueva lectura del cuento clásico “La bella durmiente”, lectura que apela e incómoda al fiel creyente.
Esta reescritura devela aquellos aspectos más oscuros y ocultos del rol que cumple la mujer en los cuentos clásicos. La mujer/princesa no se presenta como un sujeto deseante, sino que se construye como un cuerpo objetivado, destinado al consumo masculino. Tanto en el cuento clásico como en Beya (Le viste la cara a Dios) se presenta un cuerpo femenino, joven y atractivo que, tras determinadas circunstancias –ya sea un hechizo o un secuestro–, se convierte en un cuerpo esclavizado, atado al dominio masculino, un cuerpo que se oferta en el mercado al mejor postor. Es un cuerpo abyecto, que ha perdido la inocencia de la infancia, que se ha contaminado, un cuerpo marcado a fuego y hierro por la mano del patrón. Por lo tanto este trabajo estará enfocado en la construcción del cuerpo de la mujer en ambos textos.
“Érase una vez un gran señor que fue bendecido con el nacimiento de una hija (…)”
Beya (Le viste la cara a Dios) de Cabezón Cámara está plagada de intertextos. Sin embargo, podríamos decir que su “texto madre”, el hipotexto central, es la primera versión conocida de “La Bella Durmiente” recopilada por Giambattista Basile en el año 1634 llamada “El sol, la luna y Talía”. A diferencia de las versiones posteriores en las cuales el cuento culmina con el beso de amor verdadero del príncipe, en la de Basile no existe tal acto, sino que nos encontramos ante una violación. Esta violación tiene como consecuencia el nacimiento de dos niños, los cuales en búsqueda del pezón sacan la astilla del dedo logrando despertar a su madre, Talía, de la inconsciencia.
Si bien existen otras fuentes literarias, decidimos –por lo anteriormente mencionado– tomar esta versión como hipotexto, ya que las bases de Beya están sentadas aquí: dominio absoluto del hombre, predestinación del peligro, abuso físico, posesión, violación.
La violación o “acceso sexual al cuerpo de la mujer sin consentimiento”, como lo llama Rita Segato (2003: 24), estuvo presente en todas las épocas y todas las sociedades en mayor o menor medida. En las sociedades premodernas la violación se identifica con un asunto de Estado, se considera al cuerpo de la mujer como una extensión del territorio bajo el dominio y señorío del poder masculino, por lo tanto “tomar el cuerpo” implicaría “tomar el territorio”. Actualmente podemos ver el reflejo de esta idea en Beya ya que, constantemente, ella aparece caracterizada como hacienda y ganado. A tal punto, que se compara el cuerpo desmembrado de la mujer con los cortes de carne de una vaca. Se le pone precio, se la vende por partes. Cada hombre puede tomar y devorar la parte que prefiera.
No te matan porque sos
Su hacienda y le rendís viva,
Les rinde tu kilo en pie
O más bien en cuatro patas
Ya lo dice el cuervo rata:
“Mis putas me rinden más
Que las vaquitas al farmer
Más poronga de mis clientes”. (36)
En el cuento, este dominio absoluto del hombre sobre el cuerpo, vida y destino de la mujer está presente desde el inicio “Érase una vez un gran señor que fue bendecido con el nacimiento de una hija que fue llamada Talía.” (1634). Talía forma parte, junto con el territorio, del dominio del rey, su padre. Ante el deseo de controlar su dominio, el rey consulta el oráculo sobre el destino de su hija ya que, como se sabe, toda princesa funciona como “moneda de cambio”. Incluso tomando una posterior versión de La Bella Durmiente (1995) se pueden observar los roles distintos que cumplen un príncipe y una princesa para asegurar la estabilidad del reino. El hijo varón es una extensión del brazo del padre, libra batallas y se jacta del poder de su espada (extensión del falo); en tanto que la única función de la hija es contraer matrimonio.
Tanto en el cuento como en la reescritura –y en la historia de todas las sociedades– se considera a la mujer como un objeto. Al recibir el rey a Talía como premio cree tener el derecho de hacer su voluntad sobre ella, para garantizar su protección prohíbe “(…) cualquier planta de lino, cáñamo, o cualquier otro material de esa clase en su casa.” (1634). Sin embargo, Talía impulsada por la curiosidad transgrede el mandato paterno y se clava una astilla en el dedo intentando hilar. El padre creyéndola muerta abandona su cuerpo en una casa de campo, el abandono implica –también– una expulsión del territorio resguardado bajo la protección del padre-rey.
“(…) ocurrió por casualidad que un rey cazaba por allí cerca (…)”
Este subtítulo ilustra el momento en el que ambas mujeres son tomadas por los respectivos hombres. En el caso de Talía un rey que casualmente deambulaba por el bosque al asecho de presas, la encuentra y la viola. La misma situación se repite en Beya, un hombre desconocido por ella, la observa caminar desde un auto, analizándola, midiendo su cuerpo, y cuando ella menos se lo espera se abalanza y la caza. La perspectiva que aparece en las imágenes es la del cazador, hace foco en el busto, las piernas y las zonas genitales. Ambos hombres obtienen lo que buscan, capturan a su presa y la convierten en un trofeo que posteriormente exhibirán en su territorio de dominio. Uno en la corte y el Toro en el puticlub. Ante esta situación la mujer está completamente deshumanizada y solo es una presa fácil, pues su cuerpo está a merced de los caprichos del hombre, listo para ser devorado.
La versión de Cabezón Cámara se inaugura con la imagen de un cuerpo desnudo de mujer. Este cuerpo pertenece a Beya, protagonista de la novela gráfica que, sin embargo, podría ser el cuerpo de cualquier mujer. Detrás de ella, un código de barras, confirmando su cosificación y comercialización.
Tanto la reescritura como el cuento clásico –a pesar de ser lejanos en tiempo, tanto las sociedades a las que representan como los géneros literarios– develan la condición de la mujer: sometimiento, silencios, cosificación, anulación de la voluntad y libertad, violación y tantos etcéteras que han marcado a fuego y hierro nuestro cuerpo.
Te enguscaron, te domaron,
Te peninaron para adentro.
A eso le llaman ablande;
A volverte pura carne
A fuerza de golpe y pija. (27)
“(…) Y en masmorras sin salida”
En la novela gráfica y en el cuento las jóvenes mujeres se encuentran encerradas. Talía está atrapada en un doble encierro, en primer lugar, su mente está encerrada en un sueño del cual no puede salir y, además, su cuerpo está confinado a una habitación abandonada en pleno bosque, y en versiones posteriores en una torre.
Esta clásica escena de la joven durmiente se traslada ahora a un “puticlub”, ya no es el bosque o castillo, sino que hablamos de un espacio urbano y marginal en el que conviven otras Beyas y el captor. Sin embargo, el núcleo es el mismo, la joven se encuentra en un doble encierro, por un lado, físicamente está privada de su libertad y voluntad ya que fue secuestrada, pero además, está encerrada en un ensueño producido por el consumo obligado de cocaína que tiene como consecuencia un desdoblamiento del yo. La cocaína, también, es un elemento de salvación que le permite deprenderse de su cuerpo para huir del sometimiento.
La merca te hace volver
Como si fueras un disco
En las manos de discóbolo:
El alivio del momento
En el que queda congelada
Atrás del cuerpo potente
Se quiebra con el envión
Que te estrella y te estampa (…) (37)
Ambas violaciones se dan y sostienen dentro de un espacio cerrado del cual ninguna de ellas puede salir sin la intervención de la mano masculina. La voluntad, libertad e incluso la conciencia aparecen anuladas en ambas mujeres, dejando únicamente un cuerpo que se utiliza y abandona cuando cada hombre quiere.
Ambos espacios consolidan la dominación absoluta del hombre, pero también observamos que concentran las figuras de poder de la sociedad. En el cuento, Talía es abandonada y posteriormente violada por el rey. En la novela gráfica, Beya es sometida por policías, amigos del juez, sacerdotes, y representantes del gobierno.
La cuestión es que te garchan
El rata cuervo y amigos,
Más el juez, los policías,
El cura, el gobernador,
Y muchos clientes civiles
Van pasando de a uno en fondo. (56)
“Te hicieron sentir un monstruo / y entendiste lo que viste / en los cielos del Señor”
La imagen de Iñaki Echeverría en la que se inserta la cita de este último subtítulo ilustra de manera clara la idea del apartado anterior y confirma algunas sospechas que motivaron la escritura de este trabajo.
El discurso religioso presente en la novela gráfica construye el cuerpo de Beya a través de su inserción y comparación con imágenes religiosas. La representación –actual y crítica– de La última cena –pintura de Leonardo Da Vinci– se inserta en la novela como otro hipotexto pero, además, con ella –y otras imágenes– ingresa el discurso religioso. Beya nos propone un discurso revertido, puesto al servicio de la denuncia y critica a los sistemas de poder y al abuso sexual cometido por “religiosos”.
Agregar este discurso no es azaroso pues es una constante en los cuentos clásicos, presente también en el cuento de Basile. Cabezón Cámara logra darle un giro radical, no escatima recursos ni referencias a las clásicas imágenes de la religiosidad popular que nos son tan familiares y por ello tan perturbadoras. Logra poner en jaque el poder patriarcal que cubre la religiosidad. Desde ese lugar, critica y denuncia. Toma las imágenes que nos rodean desde hace siglos y las actualiza, nos interpela y nos obliga a deconstruir y reformular las ideas que las acompañan.
El lugar de Cristo o de la Virgen lo ocupa Beya. Ella se convierte en el “cordero”, en la víctima propiciatoria, ocupando el lugar del hombre que será traicionado y posteriormente crucificado. Es la mujer cuya voluntad está al servicio del “todopoderoso”, claro que aquí no entrega su vida de manera “voluntaria”, le es arrebatada y orillada a buscar una salida, un consuelo en estas imágenes. Beya no tan sólo es objeto de consumo y comercialización, como lo son las representaciones de la religiosidad popular, sino de sacrificio. Sacrificio a los deseos y caprichos del hombre, su secuestrador será el “todopoderoso” que castiga y determina el destino de cada mujer.
El maltrato y el odio producen una transformación o transfiguración en la constitución de Beya, convirtiéndola en una alteridad radical. Es esta condición la que le permite salir del espacio cerrado en la que fue confinada.
Este breve análisis nos confirmó que estructuras y representaciones de sometimiento a la mujer se reproducen aún en nuestros días. Prueba de ello son los textos analizados y también los otros discursos que se insertan en la obra de Cabezón Cámara, pues toma –además de los mencionados– otros que pertenecen a épocas muy distantes a la nuestra. Prestar atención a la intertextualidad nos permitió corroborar que, pese a las distancias estilísticas, de género y época, el cuerpo y la figura de la mujer –como el cuerpo de Beya, como la novela, como el cuento– está fragmentado, atravesado por discursos patriarcales que la destruyen y devoran. Sin embargo Talía ya durmió cientos de años y, al igual que Beya, las mujeres tenemos la fortaleza de romper el sometimiento patriarcal y liberarnos.
Bibliografía
Buirago, C. La bella durmiente. Hong Kong, Tormont, 1995.
Cabezón Cámara, G. e I. Echeverría. Beya: (le viste la cara a Dios). Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2013.
Basile, G. “Sol, Luna y Talía”. Biblioteca de los cuentos de Hadas. Segura Usua, M. (Comp.) MSU Editora, 2016. Bit.ly/2NT9V9Z.
Genette, G. Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Madrid, Taurus, 1989.
Segato, R. La guerra contra las mujeres. Buenos Aires, Prometeo Libros, 2018.