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Figuraciones de géneros, corporalidades y deseos en Sandra Russo y María Moreno

Marcia Moscoso (Universidad Nacional del Comahue)

En este trabajo se examinan las figuraciones de géneros, corporalidades y deseos que elaboran Sandra Russo y María Moreno en sus escritos. Para ello, desde una perspectiva de género, se realiza el análisis del siguiente corpus: los textos “El casado”, “El bonito” y “El personal trainer” del libro ArqueTipos (2008) de Sandra Russo y los textos “El pendejo”, “El morocho argentino” y “El hombre casado” de A tontas y a locas (2001) de María Moreno. En los escritos aludidos hay estereotipos sobre lo masculino y se expresan las miradas femeninas y sus deseos, por lo que es un corpus afín temáticamente. Asimismo, los textos seleccionados fueron publicados originalmente en diarios y luego recopilados en libros, en el caso de Sandra Russo, en las contratapas del diario Página 12 y en el caso de María Moreno en el diario Tiempo Argentino, dado que ambas autoras ejercen una labor periodística.

En el corpus elegido, se examinan qué estrategias discursivas utilizan estas autoras en sus discursos para elaborar las representaciones de sí mismas y de ciertas corporalidades y deseos en relación a lo femenino y lo masculino. Se analiza en qué medida polemizan o no con lo establecido en torno a las representaciones de género. Es decir, si favorecen o constriñen la construcción y la difusión de representaciones sexistas/no sexistas, estereotipos desde su lugar de enunciadoras, ya que como intelectuales tienen incidencia cultural y política en la configuración de los imaginarios sociales. Por ende, resulta relevante examinar si proponen o no una revisión de los códigos culturales dominantes (Guerra 1984). Para llevar a cabo esta indagación se consideran, por un lado, las categorías de imagen, antiimagen y autoimagen que postula María Teresa Gramuglio (1988) para examinar las figuraciones de sí y las estrategias de auto-representación femenina que expone Sylvia Molloy(2006); por otro lado, las categorías del análisis del discurso tales como los objetos de acuerdo sustentados en lo preferible, los valores y las jerarquías de valores (Perelman 1997 y Amossy y Herschberg Pierrot 2011). También se consideran las categorías de las representaciones sociales de Alejandro Raiter (2002), las de estereotipos y clichés de Amossy y Herschberg Pierrot (2011).

Análisis de los ensayos de María Moreno y Sandra Russo

Las dos autoras mediante el uso de diferentes estrategias discursivas, cuestionan las representaciones tradicionales sobre lo femenino y lo masculino. Expresan en sus textos visiones alternativas sobre las masculinidades que distan de la hegemónica y que, simultáneamente, reubican novedosamente al sujeto femenino (Molloy 2006). En este sentido, ambas escritoras usan el tono lúdico para desenmascarar, con humor y mediante el uso de la hipérbole[1], el carácter cultural de las construcciones de las masculinidades.

Las argumentaciones de estas autoras cuestionan la visión masculina androcéntrica que se ha presentado y autorizado a sí misma ejerciendo control sobre los criterios de verdad (Guerra 1994: 185). Por consiguiente, sus razonamientos exceden los límites de las imágenes de la cultura falologocéntrica con el fin de subvertirlas (Guerra 1994: 188). A través de la polemización de las masculinidades, exponen también una mirada innovadora en torno a las feminidades que critica los roles de género tradicionales de la pasividad, la ausencia de experiencia sexual, la falta de capacidad de elección, la definición de lo femenino desde la negación, entre otras nociones. Además, en las configuraciones textuales que muestran las autoras, esas nociones pierden sus connotaciones negativas y son revalorizadas.

Asimismo, las argumentadoras se apropian de una serie de expresiones que circulan en la cultura, como es el caso de los refranes populares, cambiando su signo, causando que esas figuraciones mitológicas se adopten activamente y se rearticulen novedosamente con otro signo (Molloy 2006: 74), por lo que hay una inversión de significados ya que se modifican simbólicamente los lugares de poder, con el propósito de transformar su sentido.

A continuación se presenta cómo ambas escritoras lejos de convalidar la posición de privilegio de la masculinidad hegemónica, la ponen en tensión en tono humorístico empleando diversas estrategias discursivas.

María Moreno

En el siguiente parágrafo se examina un conjunto de estereotipos masculinos, haciendo hincapié en distintas facetas, ya sea en la edad, en el color del pelo (como símbolo prototípico de la masculinidad local) o en su estado civil. Esos varones arquetípicos, respectivamente, se presentan en los textos “El pendejo”, “El morocho argentino” y “El hombre casado” de María Moreno (2001). De ese modo, se establece una taxonomía sobre distintas clases de masculinidades desde una mirada femenina. La enunciadora adopta una posición didáctico-humorística que analiza las potencialidades y los defectos de cada uno de esos estereotipos.

“El pendejo”

La tesis que se defiende en este escrito es que “El pendejo” es una masculinidad que aún está en proceso, no es un Macho “pleno” (se utiliza la mayúscula para indicar su sentido universal). En consecuencia, en términos simbólicos, produce menos daño y su cualidad más atractiva reside en que, por su falta de poder, se encuentra en una posición más cercana a las mujeres: “se trata de un dañino de pequeño formato, de un burlador amateur, aún palurdo en las históricas fechorías del Macho” (Moreno 2001: 77). Además afirma que “El poco de dolor y de placer que se extrae de él no puede gastar más que una o dos de nuestras siete vidas” (Moreno 2001: 77); por ende, las mujeres que se vinculan con él, pueden dominarlo. De esta manera, las mujeres son asociadas al valor[2] de la fortaleza, uno de los objetos de acuerdo que sirve para expresar nociones importantes para la argumentadora (Perelman 1997).

Cabe agregar que ese estereotipo es definido por la enunciadora con el mismo estatuto ontológico que las mujeres, es un no ser, es la alteridad respecto del Macho. Al realizar esto realiza una reapropiación simbólica puesto que utiliza nociones tradicionalmente vinculadas a las mujeres para definir esa masculinidad como alternativa o menor a la dominante, al menos transitoriamente ya que ese estado es circunstancial. En esa misma operación, enaltece la condición femenina ya que históricamente se ha considerado la incompletud como un rasgo negativo (De Beauvoir 1999). Otro aspecto relevante de “El pendejo” es que resignifica positivamente la experiencia de las mujeres maduras, puesto aparecen asociadas con los valores de la experiencia sexual, la libertad y el placer, por lo que se subvierten los roles tradicionales femeninos. Esto se pone en evidencia debido al uso de una serie de términos como “patrona del multiorgasmo” (77) que denotan un lugar de poder y placer para la mujer madura. De esta manera, las mujeres mayores al “pendejo” son presentadas en un rol activo y no como seres que carecen de deseo o incapaces de suscitarlo, tal como sugieren algunas representaciones patriarcales tradicionales. Otra de las virtudes femeninas que se destaca en “El pendejo” es la astucia. Asimismo, le otorgan nuevos sentidos a la frase “estar en la edad del pavo”, dado que se la vincula con el acto de coquetear del hombre joven para cautivar a la mujer madura, a la manera de un pavo real que desfila delante de la hembra (el coqueteo aparece asociado a lo masculino).

Otro aspecto interesante de este escrito es cómo se da nuevos sentidos, en tono humorístico, al refrán que señala que “un pelo del sexo femenino tira más que yunta de bueyes”. Moreno afirma que en el pendejo hay una ausencia de poder que lleva a una configuración de un deseo distinto, sin opresiones, “libre de las leyes de intercambio que el de su semejante: el Hombre” (77). Además refiere que el saber popular asemeja de modo burlón a mujeres y jóvenes dado que “de ellas se dice que tira más un pelo de su sexo (pendejo) que una yunta de bueyes; de ellos se dice que son como un pelo de pubis (pendejo)…” (Moreno 2001: 77)[3].

En el texto “El pendejo”, se configura a los hombres jóvenes como objetos de deseo a través de una perspectiva femenina, por lo que hay una inversión simbólica de los roles de género tradicionales, ya que, en este caso, lo masculino es caracterizado desde la mirada femenina (Molloy 2006). Además se revaloriza la capacidad de desear de las mujeres de otras masculinidades que no respondan al Macho proveedor, ya que el Pendejo carece de bienes y de riqueza o distinción social, por ende “es pensado en cantidad apretada y promiscua” (Moreno 2001: 77)[4].

Se indica que el pendejo tiene la condición de “temporario no ser” (78) es decir, comparte circunstancialmente el estar definido desde la negación; por ello se puede sentir empatía hacia él (De Beauvoir 1999). Esto se evidencia mediante comparaciones de igualdad. La enunciadora pone de manifiesto esa cercanía con las mujeres, recurrentemente mediante ciertas expresiones tales como el uso de ciertos “atributos de grupos vencidos”, como es el caso de los aros (78).

Otro rasgo de este estereotipo que subvierte los roles de género tradicionales es que tiene un papel pasivo como amante, “es un campo de cultivo” para las mujeres. De esta forma, se lo asocia implícitamente con un rol pasivo y con la naturaleza, nociones tradicionalmente vinculadas a lo femenino. Al insinuar esto, Moreno pone en tensión los roles femeninos asignados por los códigos falologocéntricos a través del uso del humor: “Su pasividad de amante es para fundadoras, para grandes imaginativas ebrias por un campo de cultivo que no aspire a la réplica o a la tradición del Método” (79). Otra cualidad clave y disruptiva es que se elogia la “bisexualidad lozana” (79) de este estereotipo, resaltando como un valor la ambigüedad sexual y la coexistencia de lo femenino y lo masculino. En este sentido, El pendejo constituye una representación de género que polemiza con la heteronorma, ya que entre otras cuestiones, no cumple con los requisitos de la masculinidad hegemónica.

“El morocho argentino”

El ejemplar del morocho argentino se caracteriza por su color local y sus resonancias criollescas, ya que presenta similitudes con el malón o el gaucho. Carece de profesión y de estatus social prestigioso ya que, entre otras cuestiones: “A él un Rolex le queda como al gato del tejado un moño de raso y una medalla de identificación. Mejor pasado por la horca que con cuello palomita, y hasta el calzoncillo parece que le pone la hombría en un cepo de fortín” (81). De manera similar al estereotipo del pendejo, la potencialidad de este estereotipo reside únicamente en el deseo sexual que despierta en las mujeres ya que se destaca que: “Simplemente nos gusta ese cuerpo sin consultorio, atelier o buffet de la calle Lavalle” (81). Así, también en el morocho argentino hay una dimensión femenina que es revalorizada. Asimismo, se reitera en varias ocasiones, que su aspecto físico es rústico, con rasgos “locales” ya que su “barba crecida de las malas noches recuerdan al hombre del malón, al compadre, al ladrón de caballos” (81). Además, así como el pendejo no tiene poder por su carácter de “hombre en proceso”, lejos aún del Macho, en el caso del morocho argentino, este elige renunciar al poder por una cuestión de pereza (82). Además, se expone el deseo que suscita esta clase de masculinidad por medio de expresiones humorísticas tales como la siguiente: “Mírenlo, no empujen ni se amontonen. Y, si el corazón les late más fuerte, no se pongan histéricas” (82). En este sentido, puede marcarse como disruptivo el hecho de que la enunciadora no evalúe la situación desde una visión moralizante. Asimismo, resulta interesante cómo se va configurando a lo largo de este escrito una representación masculina caracterizada desde una perspectiva femenina, cuyo principal atributo y potencialidad sea justamente, su renuncia al poder sobre el sexo femenino. También, en este caso, la cualidad de la inteligencia no aparece asociada a lo masculino sino que su principal atributo es su atractivo físico y su color local.

“El hombre casado”

En este escrito se presenta en tono humorístico el espécimen del hombre casado. Para ello, se utiliza el recurso del desdoblamiento debido a que se muestra un diálogo ficticio entre dos yoes femeninos, que apunta a suscitar una reflexión sobre lo que implica tener un vínculo con un hombre casado. El texto se expone como la “Carta de Ella (la otra) a su otro yo” (83). Podría pensarse que uno de esos yoes es la Amante y el otro la Esposa, pero también, la voz de la amante que conversa con su propia conciencia, procurando que perciba las desventajas de los hombres casados. Este ejemplar es definido como un “ciudadano sexual de dos países” referencias que se usan para designar a la amante y a la esposa (83).

Cabe agregar que el estereotipo del hombre casado es presentado como un “antimodelo” (Perelman 1997), es decir, alguien que expone una conducta reprochable, que no vale la pena seguir ni imitar. Se lo muestra como un “antimodelo” ya que es juzgado de manera negativa y se sugiere que es mejor librarse de esos ejemplares. Además de presentar esos casos, la oradora los expone como comportamientos indeseables. Así, simultáneamente, la oradora presenta al antimodelo y lo cuestiona mediante el uso del sarcasmo[5] (García Barrientos 1998), reforzando la valoración negativa sobre el comportamiento de ese personaje. Por ejemplo, se insinúa que la ventaja de no casarse es que jamás habrá que escucharlo decir los mismos chistes, oír cómo ronca o mirar cómo es “su entrada al baño con una Enciclopedia sobre la Segunda Guerra Mundial y una escatológica cajita de fósforos” (84). Al realizar esta descripción, la enunciadora configura una imagen de sí en la que se distancia de ese estereotipo y establece un vínculo de complicidad con la “otra” (la esposa).

En suma, en los tres escritos de Moreno puede verse a través de las comparaciones, analogías y el uso de ciertas expresiones cómo se van configurando diversos sentidos en el plano enunciativo. En “El hombre casado” y “El pendejo” aparece el recurso de la expolición y la sinonimia (García Barrientos 1998: 62-63) dado que connotan varios sentidos que refuerzan la tesis que se defiende. Por ejemplo, en el caso del primer estereotipo, la tesis consistiría en que el hombre casado infiel es un sujeto desdoblado entre dos mujeres, la amante y la esposa; en el segundo caso, se insinúan mediante esas connotaciones todas las similitudes existentes entre las mujeres y los hombres jóvenes; por último, en el caso del morocho argentino, se destaca el atractivo que ejerce el color local. También se elogia la faceta femenina que subyace en él, cuando está “en la modorra”, su renuncia al poder, por su pereza para ejercerlo y sus rasgos criollescos.

Sandra Russo

A continuación se examinan “El bonito” y “El personal trainer”, cuya principal característica es la belleza física y, en el caso del segundo estereotipo, la juventud.

“El bonito” y “El personal trainer”

Son estereotipos que se caracterizan por su belleza física y los deseos que suscitan sus corporalidades. En el caso del bonito se explica que su belleza no es universal sino que depende de las apreciaciones subjetivas de quien lo contempla y cautiva con el “primer golpe de vista” (2008: 17). También se establece cierta complicidad con las lectoras indicando que es una situación por la que probablemente todas hemos pasado (17). Por lo que hay también una totemización inversa (Molloy 2006), ya que coloca en el lugar de belleza física y superficialidad al hombre, en el rol de la inteligencia y/o capacidad de discernir, a las mujeres. Con respecto al personal trainer, se destaca que su mayor potencialidad reside en sus músculos y que el deseo que genera es puramente carnal. Al igual que el ejemplar del pendejo, este arquetipo generalmente es más joven que quien lo contempla. Lo interesante de este escrito es que hay una reapropiación simbólica del refrán popular que alude a que “un pelo del sexo femenino tira más que yunta de buey” puesto que se indica que en este caso esos músculos tienen una mayor influencia que una “yunta de buenas razones” (82). De este modo, el deseo de las mujeres por los hombres más jóvenes parece enunciado en la escritura y presentado sin que haya una condena moral al mismo.

“El casado”

Este estereotipo presenta algunos puntos en común con el escrito de María Moreno puesto que también expresa las desventajas de tener una relación con esta clase de especímenes. Por ende, es presentado como un antimodelo (Perelman 1997). Asimismo, no hay en la enunciadora de este escrito un posicionamiento moralizante que culpe a aquellas mujeres que hayan estado con un casado (Russo 2008: 21). Hay un cuestionamiento implícito a este ejemplar debido a que se insinúa lo agobiante que es salir con uno de ellos. Esto se sugiere a través del uso de una serie de analogías negativas. Por ejemplo, se indica que tener una relación con ciertos tipos de casados requiere un esfuerzo similar al de reformar un PH oscuro y triste para hacer un “un monoambiente espacioso y diáfano” (2008: 21). Además señala que hay otro subtipo de casado que es aún peor, aquél que se comporta como si su estado civil fuera la esencia que lo constituye[6]. Luego, la enunciadora aconseja la reflexión y sugiere que a pesar de que las amantes no tienen muchos derechos siempre se tiene uno en particular: “el de mandarse a mudar, con la ventaja de que nadie debe mudarse” (2008: 23). De ese modo, se presenta a los casados infieles como un antimodelo (Perelman 1997). De manera similar a Moreno, en la caracterización del hombre casado, se subraya el rasgo de la pertenencia como un atributo negativo. Russo señala las ventajas de “no pertenecer”, Moreno cuestiona el afán capitalista del hombre casado que es dueño de “un monopolio libidinal…” (2001: 85). Además, indica que el hombre casado es el “torpe sujeto experimental de la Internacional del Macho…” (2001: 85), por lo que de todos los estereotipos presentados es el más cercano a la masculinidad hegemónica y por ese motivo, es cuestionado de manera más mordaz. Entonces, tanto Russo como Moreno realizan una reapropiación simbólica positiva de ciertas figuras femeninas, tales como la amante y la mujer madura, entre otros. Esos “convencionales íconos de debilidad adquieren vigor” (Molloy 2006: 74) son asociados a los valores de libertad, la experiencia y el deseo.

Consideraciones finales

En los textos analizados, se presentan dos enunciadores que describen un conjunto de masculinidades con tono humorístico. Esas voces femeninas muestran las posibilidades de expresar los deseos femeninos y mediante distintas estrategias discursivas realizan una reubicación del sujeto femenino (Molloy 2006: 68,) que subvierte los roles de género tradicionalmente atribuidos a las mujeres. Las mujeres son presentadas en un rol deseante, activo y con capacidad de elección; por ende, hay una postura que desafía a lo establecido ya que “se convierten en un ‘sujeto autorial activo’” (Molloy 2006: 70). Es decir, las mujeres aparecen como seres con capacidad de agencia y no como objetos de la descripción masculina. Asimismo, se ejerce un cuestionamiento simbólico al Macho, a través de la exaltación de otras masculinidades menores, que a su vez son enaltecidas por sus ambivalencias, por tener ciertos rasgos femeninos y por renunciar a sus aspiraciones de dominación. La presentación de esas masculinidades configura un sujeto femenino que los contempla y tiene la libertad de elegir, sin culpas ni sanciones. Además, los deseos femeninos son objeto de la representación y por ende, dejan de ser una dimensión vedada en el plano simbólico. Así, tanto Moreno como Russo mediante estas representaciones alternativas de género y deseos, apuntan a transformar en el auditorio sus “matrices de percepción”, para que noten la presencia de aquellos “dispositivos de mirada y control” que permanentemente rigen el comportamiento del ser humano en su vida cotidiana (Molloy 2006: 70). En suma, las dos escritoras ponen en tela de juicio esos dispositivos con el fin de desnaturalizarlos.

Bibliografía

Amossy, R. y A. Herschberg Pierrot. Estereotipos y clichés. Buenos Aires, Eudeba, 2011.

De Beauvoir, S. El segundo sexo. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.

García Barrientos, J.L. Las figuras retóricas. Madrid, Arco/libros, 1998.

Gramuglio, M. T. “La construcción de la imagen”. Revista de lengua y literatura N° 4, 1988, pp. 3-16.

Guerra, L. “La problemática de la representación en la escritura de la mujer”. Debate feminista, año 5, volumen 9. Crítica y censura, 1994, pp. 183-192.

Molloy, S. “Identidades textuales femeninas. Estrategias de autofiguración”. Revista Mora, nº12, 2006, pp. 68-86.

Moreno, M. A tontas y a locas. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.

Perelman, Ch. El imperio retórico. Retórica y argumentación. Bogotá, Norma, 1997.

Raiter, A. Representaciones sociales. Eudeba, Buenos Aires, 2002.

Russo, S. ArqueTipos. Buenos Aires, La Página, 2008.


  1. La hipérbole aparece cuando se sustituyen significados exagerándolos de tal manera que superan los límites de lo verosímil (García Barrientos, 1998, p. 54).
  2. Los valores tienen un rol clave porque muestran aquellas nociones que son relevantes para quién elabora la argumentación. Cuando se realiza una argumentación se debe procurar que el auditorio conceda a las conclusiones, la adhesión que tiene hacia las premisas (Perelman, 1997). En este caso, la argumentadora resalta la fortaleza de las mujeres maduras. Así, la argumentadora intenta demostrar que el estereotipo del “pendejo” es una masculinidad que hace menos daño y que las mujeres maduras no son seres inferiores o débiles con respecto a los varones y menos aún en relación con esa masculinidad “menor.”
  3. Como se explica más adelante, Sandra Russo también realiza una resignificación de este refrán en el escrito “El personal trainer” (2008).
  4. Estas alusiones a los deseos carnales femeninos, configurados desde una perspectiva que no es moralizante, aparecen también en los escritos de Sandra Russo. Por ejemplo, en “El personal trainer” (2008).
  5. El sarcasmo es una ironía cruel y maliciosa (García Barrientos, 1998, p. 56). En el ejemplo mencionado, la argumentadora muestra al antimodelo y lo cuestiona mediante el uso del sarcasmo.
  6. La autora señala en tono humorístico los subtipos de “casados” y establece una diferencia entre “Ser un casado” y “estar casado” (Russo, 2008, p.21). A través del uso de la cursiva, Russo remarca la distinción entre el verbo ser y estar y los sentidos que sugiere cada uno. De este modo, según Russo, para algunos varones la condición de casado es una esencia, una propiedad inherente, tal como lo indica el uso del verbo ser; en cambio para otros, esa condición civil puede modificarse, tal como insinúa Russo cuando utiliza el verbo “estar” (se expone un rasgo que puede ser transitorio).


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