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Fragmento de la exposición
ofrecida por Edgar Morisoli

Encontrarnos para hablar de la poesía de Juan Carlos Bustriazo es una circunstancia feliz porque es un poeta y una obra poética de las cuales los pampeanos somos herederos y que va a marcar no solo el momento, en los años en que fue producida, sino que va a quedar como la mejor carta de presentación de una comunidad, porque es lo que perdura en el tiempo, marca una fecha, pero esa fecha es un inicio que no tiene fin.

Juan Carlos y yo, y mi familia, tuvimos una larga amistad que ronda el medio siglo; voy a hablar sobre todo desde ese ángulo. Juan Carlos era una visita cotidiana y un comensal habitual de nuestra mesa; para mis dos hijos era una suerte de tío. Tan es así que hace muy pocos días en la Feria Provincial del Libro en 25 de Mayo (La Pampa), mi hija Moira pudo presentar un magnífico retrato de Bustriazo hecho por el pintor Varela, una sanguina, y además una serie de documentos, de poemas manuscritos, de versiones. Y ahí estoy tocando un tema que –en el futuro, cuando alguien aborde desde la ciencia literaria la exégesis de la obra de Juan Carlos–, se va a convertir en un terreno muy fértil: el de las variantes.

En el tomo I de Quetral (2008) aparece el tema de las variantes, y ha sido evaluado por Dora Battiston. También quien suministró muchas variantes ha sido Walter Cazenave. Las teníamos todos los amigos, él nos regalaba variantes manuscritas en un papel amarillo donde debían de venir las placas (de imprenta) que se usaban en el diario La Arena. Este material de las variantes es riquísimo. Tal vez debamos entender que la obra que dejó ordenada (Canto Quetral) constituye la versión definitiva de cada uno de sus textos.

El ámbito de Juan Carlos es toda La Pampa. Es un poeta salido del pueblo que le sigue hablando al pueblo en su propia lengua; tal vez la base es la cultura criolla de la Argentina árida. Este sustrato es riquísimo. A quien le interese profundizar el tema, puede acudir a Berta Elena Vidal de Battini, al libro El habla rural en San Luis (1949); allí van a encontrar descripciones (lingüísticas) que también se hallan en el extremo oeste pampeano, al oeste del caldenar; por ejemplo, el habla aspirada: gente que habla normalmente, pero hacia el final de la oración es como si hablara para adentro.

Este territorio de Juan Carlos, que es toda La Pampa, se fue ampliando hasta abarcar otro con límites mucho más flexibles que podríamos definir como el Sur. En esa ampliación, creo que contribuyó su compañía en varias campañas topográficas mías; los aspectos del país que conoció marcaron profundamente su obra. Uno de los lugares a los que me acompañó en campañas de estudio, y que lo marcaron a fondo, fue la meseta de Somuncura o Somuncurá. Doy las dos acentuaciones porque los adultos mayores, con quienes tratábamos allá, eran gente tehuelche, pero mapuchizadas culturalmente. El tehuelche es una lengua grave; lo último que se pierde de una lengua que empieza a desaparecer es su prosodia, es decir, la forma de acentuar. Por eso lo de la doble acentuación de la palabra. Aunque también puede deberse, y no es difícil que así lo sea, a un fenómeno petrográfico. La meseta de Somuncurá es una inmensa mesada de cientos de miles de kilómetros cuadrados que se extiende de Rio Negro hacia el sur, hacia Chubut, hasta la zona de Telsen y Gan-Gan. Esa meseta de origen volcánico, al levantarse centenares de metros sobre el nivel del mar arrastró otros sedimentos de origen marino o de origen terrestre. No es difícil que en algún lugar el basalto haya adoptado una forma cristalina que se llama “fonolito”, porque golpeados a veces con el viento muy fuerte los fonolitos suenan: es “la piedra que habla”, de ahí el nombre de esa formación. Allí Juan Carlos tomó contacto con el mundo de los salamanqueros.

La salamanca patagónica tiene poco y nada que ver con la del norte del país. Esta es un recinto infernal donde se da un pacto fáustico, en el sentido de Goethe, es decir, donde a cambio del alma se obtienen saberes, poderes, o se pueden concretar ansiados objetivos hasta ahora no logrados. La salamanca de Somuncura nada tiene de infernal y está ligada siempre a la presencia del agua fluyente, que corre. El salamanquero vive al lado de un manantial, de un arroyito, de un nacimiento de agua. Ese salamanquero tiene saberes mágicos, legendarios; varios de ellos figuran en los libros de Juan Carlos. Por ejemplo, Antipán (“león del sol”, “león solar”). Ese mundo de la salamanca patagónica fascinó a Juan Carlos. En los dos tomos de Quetral (2008, 2017) están muchos nombres salamanqueros. Están los Durazno, gente tehuelche; bastaba con verlos, los hombres andaban en un metro ochenta; la contextura del mapuche es otra: más bajos, anchos de cuerpo. Juan Carlos subió hasta las nacientes del arroyo La Ventana de Somuncura, donde surge de una grieta del basalto; ahí vive Juan Calfín: hay también un poema dedicado a este salamanquero. Era un mundo que lo atrapó a Juan Carlos.

Otro asunto es su vinculación profunda con la cosmovisión americana. Dije que era un poeta nacido del pueblo que le habla al pueblo en su propia lengua. En la cosmovisión de Juan Carlos todo vive, vibra, palpita, no hay elementos inertes. Y todo vibra y palpita en una sola onda, es la criatura-creatura: ave, gente, plantas, piedras, animales, astros, vientos, nieblas, sombras de la historia; todo va girando y también ese giro incorpora al mundo celeste, astral, porque muchos elementos del nivel terrestre tienen réplica arriba. Los europeos, cuando cruzaron el Ecuador con sus naves y vieron por primera vez nuevas estrellas, con cuatro de ellas hicieron la Cruz del Sur, pero si dejo de unir la estrella más austral con las otras tres, tengo el rastro del avestruz, el Choique Purrún de los mapuches.

En La Pampa hay elementos que están en el cielo; por ejemplo, Traicó, un arroyito en la zona de Jacinto Arauz. Pues bien, hay un Traicó celeste, en el firmamento. De tal realidad inescindible, multifacética, surge el lenguaje de Juan Carlos, esa creación idiomática deslumbrante que nada tiene de lúdico. En esto, no es un aprendiz de hechicero que está jugando con los vocablos, sino algo profundamente sentido desde la cosmovisión americana; es muy importante tenerlo en cuenta. Allá, en Traicó Chico, donde están esparcidas las cenizas del doctor René Favaloro, un viejo paisano nos informó del Traicó celeste. Busqué otra confirmación de esto y fue en Alta Italia que la abuela Cayupán de Girotti me dijo que ella también sabía del Traicó celeste, pero ella nunca había estado en Traicó.

Por eso, el manejo deslumbrante de la palabra en Juan Carlos no tiene –desde mi punto de vista– nada de lúdico sino de lo profundamente sentido, vivido, porque el paisaje, si no hay quien lo mire o sienta, es pura geografía. Sin criatura que lo viva, no existe, es una anécdota; va a vibrar cuando una criatura –no solamente humana– lo sienta vibrar: ahí nace el paisaje, ahí la geografía “se gradúa de paisaje”. Todo ese conjunto, la unión de palabra sentida y paisaje (cosmovisión americana) lo ha conseguido Juan Carlos Bustriazo con su poesía.



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