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Harwicz, Schweblin, García Robayo, Del Campo: constructoras de una poética materno-disidente

Ma. Fernanda Delaloye y Vanesa Salmén
(Universidad Nacional del Comahue)

Tras habernos incorporado como investigadoras al Seminario “Poéticas Migrantes” de la cátedra Literatura Española Contemporánea en 2018, surgió la iniciativa de indagar sobre las representaciones que aparecen en la literatura de las madres y no madres en un grupo de escritoras argentinas que conformaban el corpus del seminario.

Una primera coincidencia que advertimos fue que las autoras que componen nuestra selección de análisis nacieron entre los años 70 y 80: Ariana Harwicz (Argentina, 1977); Samanta Schweblin (Argentina, 1978); Margarita García Robayo (Colombia, 1980) y Florencia Del Campo (Agentina, 1982). Otro aspecto destacable es que estas escritoras lograron textos disruptivos, provocadores y hasta universales.

Las obras seleccionadas fueron: Matate, amor (2012) de Harwicz; “Pájaros en la boca” (2015) de Pájaros en la boca (2015) y Distancia de rescate (2014) de Schweblin; Tiempo muerto (2017) de García Robayo –única autora del corpus que nació en Colombia, pero reside en Argentina desde hace más de diez años; por último, La huésped (2017) de Del Campo.

Uno de los tópicos preponderantes tiene que ver con la estigmatización de las nulíparas y del mandato materno como única vía de realización. Otro apunta a la desnaturalización de ciertas construcciones culturales en torno a la familia como institución contenedora. Por último, pretendemos analizar las representaciones de las mujeres como entidades proveedoras (de alimento, de cariño, de cuidados y protección, de tiempo).

¿Qué nociones problematizan? ¿Cuál es el denominador común en sus obras? En la voz de los personajes construidos encontramos los ecos de problemas existenciales: ¿cómo viven las mujeres las relaciones con sus madres? ¿y con sus hijos? ¿qué les ocurre a las mujeres sin hijos? ¿de qué forma etapas como la gestación, el parto, el puerperio irrumpen en los cuerpos de las mujeres? ¿por quiénes y para qué son usados políticamente sus cuerpos potencialmente gestantes? Nos propusimos analizar aquí algunos fragmentos de las obras mencionadas para intentar responder estas incógnitas.

De Beauvoir (2009) sostiene que culturalmente la maternidad es vista como el rol en el que la mujer cumple íntegramente su destino, su “vocación natural”. La célebre filósofa francesa plantea este fenómeno como un hecho cultural, no biológico. Existe una presión que se ejerce sobre las mujeres y su “obligación” reproductiva. Por eso, cualquier circunstancia, voluntaria o no, que impida a una mujer ser madre la ubica en una situación de incompletud, irrealización, vacuidad, carencia.

No obstante, con el advenimiento de las pastillas anticonceptivas en 1969, se ejerce un control más preciso de la natalidad y de la función reproductora. No hay un abandono a la naturaleza, sino que está subordinada a la voluntad. Hoy, los colectivos feministas de Argentina y Latinoamérica abogan por una ley que ampare la interrupción voluntaria del embarazo bajo el lema: “la maternidad será deseada o no será”. Queda claro que a lo largo de la historia, las mujeres adquirimos cada vez más conciencia de que es preciso poner en primer plano el deseo antes que el deber de ser madres.

Simone de Beauvoir (2009) plantea también que hay dos prejuicios que son admitidos corrientemente. El primero consiste en la idea de que la maternidad basta para satisfacer a una mujer. García Robayo (2017) ficcionaliza en la voz de Lucía esta problemática: “después de parirlos se convirtió en una persona con dos apéndices cada vez más pesados que no terminaban de hacerla feliz ni tampoco desdichada” (55). Y el segundo prejuicio consiste en que el niño encuentra una felicidad segura en los brazos maternos. Pero el amor maternal no tiene nada de natural.

Lina Meruane (2018) sostiene que las madres se hallan solas y llenas de deseos contradictorios. El agotamiento, el enojo, el odio, la culpa, la inseguridad y, muchas veces, la depresión convierte a estas madres en “violentas”, incluso con sus hijos. ¿Aceptamos la idea de que existan madres que no aman a sus hijos? ¿Qué estructura social se viola cuando el amor maternal no es infinito, incondicional o siquiera básico? Margarita García Robayo en Tiempo muerto (2017) hace alusión a estos deseos contradictorios: “la espiaba con la intención de descubrir si ella se habría [sic] arrepentido de tenerlos. Era probable, pero tenía la decencia y, sobre todo, la piedad de no haberlo dicho nunca” (55).

Matate amor (2017) nos propone el caso de una “madre violentada”, capaz de insultar a un bebé que no entiende el lenguaje verbal, aunque probablemente sí capte el nivel gestual.

A las siete en punto el bebé se despertó sin importarle que fuera domingo. No falla su reloj interno […]. Pasé la mañana insultando al bebé. Le dije de todo menos lindo. Al bebé. Qué no le dije, lo recontra insulté. Una boca sucia de madre […] Estoy cansada de que no esté bien andar a escopetazos o denigrar al bebé (85)

La madre ficcional manifiesta abiertamente el agotamiento ¿Pueden las madres reales expresarse libremente? ¿Dónde están las “progenitoras tóxicas”, “malas madres” de nuestra cotidianidad?

Por otro lado, Distancia de rescate (2014) aprovecha su título para hacer alusión a la frase que una de las protagonistas, Amanda, siempre repite a su hijita, Nina, quien tiene que estar a una “distancia de rescate”. Schweblin retoma la idea que tienen padres y madres de que la cercanía de sus hijos es sinónimo de protección y seguridad. La novela invita a la reflexión respecto de hasta qué punto las madres pueden evitar el dolor o el peligro de sus hijos.

En Distancia de rescate aparecen dos madres que no pueden salvar a sus hijos del dolor y la muerte. Amanda aparece como la madre responsable, obsesiva: la madre que ahoga. Aprendió el oficio de ser madre de su propia mamá y replica los mismos patrones obsesivos: “Es algo heredado de mi madre. ‘Te quiero cerca’, me decía. ‘Mantengamos la distancia de rescate’. (…) ‘Tarde o temprano algo malo va a suceder’, decía mi madre, ‘y cuando pase quiero tenerte cerca’” (2014: 44).

Amanda se obsesiona con la distancia de rescate. Se convierte en una madre asfixiante:

siempre pienso en el peor de los casos. Ahora mismo estoy calculando cuánto tardaría en salir corriendo del coche y llegar hasta Nina si ella corriera de pronto hasta la pileta y se tirara. Lo llamo ‘distancia de rescate’, así llamo a esa distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería (22).

Carla, por su parte, es una madre tan absorbente que no “deja ir” a su hijo. “Necesitaba a alguien que le salvara la vida a mi hijo, al costo que fuera” (21). Se aferra a la idea de tenerlo cerca, con ella, aunque más no sea solo un cuerpo. El espíritu, o una parte del espíritu, de su hijo habrá trasmutado, estará en otro cuerpo. David se convierte en una monstruosidad por decisión de su madre, Carla, de trasmutar su alma a otro cuerpo.

Este tipo de cuidado tan obsesivo por parte de las madres produce efectos atormentadores en los hijos. Esta temática aparece en otros cuentos de la autora como “Pájaros en la boca” o “Un hombre sin suerte”, los niños derivan en seres perturbadores, desprotegidos y amenazantes.

Analicemos la idea sobre las “malas madres” en el cuento “Pájaros en la boca” de Samanta Schweblin (2016). Allí, la autora nos deja entrever a una mujer que representa el estereotipo de madre desbordada. Los protagonistas de la historia se hallan paralizados ante el comportamiento desviado de una hija que –bajo el pacto ficcional– come pájaros. Se construye una madre que cumple con los roles establecidos y esperables: cuidar, alimentar y proteger. Al mismo tiempo, la madre anhela transformar a su hija y al no poder hacerlo se desborda: “Si se queda me mato. Me mato yo y antes la mato a ella” (55) Nada más claro como un caso de “mala madre”, ya sea por la incapacidad para contener a su hija y/o por la facilidad para rendirse ante los conflictos que el vínculo le proporciona. La acción continuará en manos del padre.

Simone de Beauvoir (2009) es contundente en relación con el mito del “instinto maternal”: “no existe el ‘instinto’ maternal: en ningún caso es aplicable ese vocablo a la especie humana” (496). Otra obra de nuestro corpus: Matate, amor, de Ariana Harwicz lo demuestra. “¿Por qué no deja de llorar?, ¿qué quiere?, vos sos la madre, tenés que saber. No sé qué quiere, le digo, ni la menor idea…” (2012: 13) En distintos pasajes de la obra aparecen situaciones cotidianas que exponen que las madres deberían/tienen la obligación de reconocer/intuir/adelantarse a las necesidades de su bebé. Hay una definición implícita del concepto de madre. ¿Qué presume este sujeto masculino al decir “vos sos la madre, tenés que saber”?

La narradora-protagonista de Matate, amor al inicio de la novela, imagina que apuñala con un cuchillo a su esposo e hijo mientras ellos chapotean en una pileta plástica, un domingo cualquiera. El instinto asesino, opuesto a la representación romántica del “instinto maternal”, reaparecerá incontadas veces en el universo ficcional. He allí el cuestionamiento al “instinto materno” y una crítica mordaz a la familia como una institución contenedora.

Luego de una profunda investigación De Beauvoir (2009) concluye que las madres conviven con la obsesión de dañar a sus hijos, imaginan accidentes y experimentan hacia ellos una enemistad que se esfuerzan por ocultar. “Cuando mi marido se va de viaje a cada segundo de silencio le sigue una horda de demonios colándose por mi cerebro […] Me veo yendo al bosque y dejando al cochecito cuesta abajo. Ajjj, ajjj, por suerte suena el teléfono”. (Harwicz 2017: 17). La autora hace gala de su costado cineasta al regalarnos esta imagen tan exquisita y siniestra en la que, por un lado, vemos a una mujer despedir a su marido y, por otro, la vemos recibir a los demonios. Ellos habilitan una detención del tiempo que da rienda suelta a los horrendos accidentes que mencionara De Beauvoir y que son censurados en presencia del hombre/ masculina.

Decidir la maternidad o no elegirla es algo íntimo, individual y hasta controversial para quienes lo hacen y no debe ser cuestión de debate colectivo. ¿Es la maternidad un deseo legítimo en todas las mujeres? ¿Qué relación hay entre el deseo de ser madres y los mensajes socioculturales preponderantes? ¿Pasaron por procesos de raciocinio y decisión todas las mujeres-madres que conocemos? Anzorena y Yáñez (2013) nos invitan a preguntarnos ¿cómo es no ser madre en una sociedad heteropatriarcal en la que la maternidad es destino y definición de lo femenino? Las autoras sostienen que las sociedades capitalistas y patriarcales definen a las mujeres como madres y niñas heterosexuales encargadas del cuidado de niños y niñas.

La decisión de ser madre es tan ambivalente como cualquier otra. Sin embargo, las autoras afirman que:

existe en nuestra cultura una prohibición que impide plantear la ambivalencia como parte de las cuestiones de maternidad (y por extensión, de no-maternidad). Una madre debe amar incondicionalmente. Una mujer debe tender naturalmente –sin lugar a las dudas– hacia la maternidad. Esto produce sensaciones de inadecuación tanto a las madres como a las no-madres (2013: 17).

Esta ambivalencia se ve en otra de las obras de nuestro corpus. El caso de Florencia Del Campo que en su novela La huésped (2016) hilvana las desavenencias de los roles estereotipados de la relación madre-hija; la carga moral de una mujer ante un aborto; la torpeza y el desconcierto que provoca la inversión de roles tradicionales: cuidar de nuestros padres. Luego de perder un embarazo, la protagonista reflexiona:

¿y si no me duele?, quiero decir, ¿si me siento libre y aliviada? (…) ¿si de verdad no quiero llorar? ¿Me dejan?, ¿No me van a juzgar? Mi madre está preocupada dice que sería mejor que lloraras, que harás mejor el duelo. ¿Me estás escuchando? ¿y si no quiero llorar? (…) La boda había sido porque yo estaba embarazada. Embarazada porque tuvimos un accidente. Para ellos perder el embarazo era el accidente. Para mí la tragedia había comenzado antes (…) para mí el puto accidente había sido quedar embarazada. (…) (Del Campo 2016: 22-23).

En esta cita se observan al menos tres aspectos dignos de destacar. En primer lugar, vemos cómo una mujer, frente a la pérdida de un embarazo, se ve en la ambivalencia y el juego moral de no poder cuestionar la maternidad. De la misma manera, define al embarazo como un accidente, algo violento e irreverente que interrumpe cierto estado de calma. En segundo lugar, sufre la censura del entorno, reflejado en su propia madre quien considera que el llanto es una forma moralmente correcta de procesar el duelo. En tercer lugar, y en consonancia con lo dicho hasta acá, el universo literario nos sumerge en la dualidad valentía/cobardía. Del Campo arriesga una hipótesis: la de aquellas mujeres que canalizan en la literatura la ambivalencia de ser madres o no serlo. Por último, critica a la institución familia como un mecanismo de control.

Las autoras que estudiamos describen una maternidad disidente respecto de los “discursos esperables”. Muchas veces la maternidad supone la idea de una servidumbre que agota, “deber amoroso” que oculta el sufrimiento y la entrega de este rol.

Con una mano sostengo a mi nene, con la otra un raspador. Con una mano preparo la comida, con la otra me apuñalo. Qué bueno tener dos manos. Qué práctico. Ahí me esperan con el auto en marcha, corro intentando no tropezarme, tocan bocina, ¡Ya escuché! Hay una insistencia en que esté con ellos, sentadita en el asiento de acompañante, el cinturón bien ajustado, con la expectativa del paseo dominical (Harwicz 2017: 51).

Conscientes o no de las implicancias culturales de la maternidad y de las diferencias en los roles de género, todas las mujeres experimentan la servidumbre insaciable de ser madres. En este episodio observamos a una madre pendulando entre cumplir con el “mandato natural” de cuidar, amar, proteger o seguir el camino de su libertad.

Así llegamos al último de los tópicos presentes, el que se refiere a las representaciones de las mujeres como entidades proveedoras (de alimento, de cariño, de cuidados y protección, de tiempo). Una de las aristas preponderantes en esta fase se relaciona con la lactancia entendida como un hecho instintivo e inherente a la condición de madre. Mientras que las madres tradicionalmente han sido proveedoras de leche, los padres fueron los encargados de propiciar el sustento económico y material. Pero esta realidad ha cambiado y las mujeres además de alimentar, cuidar y criar tienen trabajos remunerados fuera del hogar.

Desconfiamos totalmente de la lactancia como un hecho instintivo y así lo demuestran las escritoras de nuestro corpus. Harwicz: “El bebé se atraganta con mi leche y lo inclino sobre mí para que eructe […] Lo acuesto abrazado a mi bufanda y mientras lo enrollo, Isadora Duncan” (2017: 11). La lactancia no es instintiva sino biológica, de esta manera se evidencia la impericia de esta madre que atraganta a su hijo en el afán de cumplir con el rol de dar de mamar.

Algunos discursos hegemónicos como el discurso médico exigen a las mujeres amamantar a sus hijos. Hoy, la lactancia se ha convertido en un mecanismo cultural para diferenciar buenas y malas madres. Beatriz Gimeno (2018), escritora y activista feminista, define a la lactancia como un acto político, por lo tanto, cultural; y asegura que no se ha dado siempre en todas las épocas. Diferentes proclamas describen a una madre-mujer “moderna pero natural”. Tanto en el mundo animal como en el humano existen madres que amamantan y madres que no; madres que quieren a sus hijos y madres que no; entonces lo que es antinatural son los sentidos que se construyen en torno a la figura materna.

Reflexiones a modo de conclusiones

Uno de los ejes vertebradores de este trabajo fue pensar en las maternidades disidentes. La no maternidad es culturalmente castigada y/o estigmatizada por sectores tradicionales. Cada vez son más las nulíparas y esto denota un cambio cultural respecto de la imposición de los mandatos sociales. Las escritoras que integran el corpus de análisis desnudan la falsa seguridad que propone el camino de la maternidad como única vía de autorrealización.

Creemos importante revisar la producción literaria actual en relación con las representaciones de la maternidad y la no maternidad porque estos discursos no solo metabolizan sentidos provenientes de otras esferas sociales sino que habilitan agencias contrahegemónicas.

Bibliografía

De Beauvoir, S. El segundo sexo. 1949. Buenos Aires, De bolsillo, 2009.

Del Campo, F. La huésped. Rosario, Baltasara, 2016.

García Robayo, M. Tiempo Muerto. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Alfaguara, 2017.

Harwicz, A. Matate, amor. Buenos Aires, Mardulce, 2017.

Meruane, L. Contra los hijos. Buenos Aires, Literatura Random House,m 2018.

Anzorena, C. y S. Yáñez (2013): “Narrar la ambivalencia desde el cuerpo: diálogo sobre nuestras propias experiencias en torno a la ‘no-maternidad’”. Investigaciones feministas. Vol.4 Conicet digital, repositorio institucional. Universidad Complutense de Madrid, 2013. Bit.ly/31HlwkA.

Gimeno, B. “La lactancia está sirviendo para marcar el estándar de la buena y la mala madre” entrevista de Ana Requena Aguilar, 2018. Bit.ly/38pOXch.

Schweblin, S. Distancia de rescate. Buenos Aires, Literatura Random House, 2014.

— “Pájaros en la boca”. Pájaros en la boca. Buenos Aires, Literatura Random House, 2015.



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