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Narrar el estallido: novela, territorio y descomposición

Cristina Patricia Sosa y Verónica Moreyra
(Universidad Nacional de San Luis, Instituto de Formación Docente Continua de Villa Mercedes)

En el presente trabajo indagaremos relatos que plasman en clave ficcional la crisis del 2001. Abordaremos El año del desierto novela de Pedro Mairal publicada en 2005 y El desperdicio publicada en 2007 por Matilde Sánchez. Ambas obras constituyen trabajos con la memoria, subrayan un orden a la vez económico y político de un momento clave de nuestra historia reciente.

Ante la evidente profusión de ficciones que vuelven al 2001 cabe interrogarse por los caminos que recorren para llegar a ese lugar. Dos movimientos se realizan de manera entrelazada, mientras se cuenta la vida de los personajes, al mismo tiempo, otra acción perceptible impulsa el relato, la que cuenta parte de la historia de Argentina. Resulta evidente y merece ser atendida la tensión entre un centro imaginario representado por la capital y una periferia que se asienta en el interior. Tanto Mairal como Sánchez ubican a sus protagonistas en un punto geográfico y las obligan a desplazarse a terrenos que implican un retroceso temporal. La estrecha relación entre tiempo y espacio deviene una marca central de estas ficciones que vuelve problemáticos los modos de narrar.

Estas novelas hacen visible el lugar inestable y político de lo viviente en la crisis del 2001 al trazar un arco de tensiones desde el que se leen las relaciones entre cultura y biopolítica en nuestro país a finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Desde esta perspectiva, un conjunto de conceptos como “humano”, “animal” y “territorio” se complejizan. En estas novelas pretendemos indagar en los procedimientos a los cuales se echa mano para crear un universo poblado con nuevas especies y viejas costumbres cuya marca definitoria es la constitución de una topografía que solo puede ser habitada con la condición de procurar una vuelta al campo y a un tiempo anterior.

En este sentido, podemos advertir que la crisis ocasiona una alteración en la forma en que se vive, caracterizada por una anulación del tiempo y una descomposición de la ciudad derivada de un proceso de reconquista del desierto que suscita una alteración del orden social. Estas novelas pueden leerse como alegorías políticas y culturales en tanto obligan a un sugestivo repliegue histórico.

I. El desperdicio: metamorfosis del ser y del paisaje

En el año 2007, Matilde Sánchez publicó El desperdicio. En esta novela una narradora nos cuenta sobre la vida de Elena Arteche, una joven promesa de la crítica literaria del interior de la provincia de Buenos Aires. Al mismo tiempo, otro movimiento perceptible impulsa el relato, el que cuenta parte de la historia de nuestro país. Elena y Argentina parecen compartir un ciclo de crecimiento, de maduración, de decadencia y de una muerte que se anuncia en las primeras páginas de la novela. El segmento de vida narrado comprende unos veinte años, desde la década del ochenta hasta la muerte de Elena y la crisis del país en el año 2001.

Esta novela está ligada a un conjunto de materiales estéticos que, de acuerdo a lo que explica Gabriel Giorgi, exploran “la contigüidad y proximidad con la vida animal” (2014: 11). En otras palabras, se trata de artefactos que dan cuenta del marcado interés de investigaciones que desde la década del sesenta abordan el cuerpo animal como tema y problema. Pretendemos indagar en los procedimientos usados para configurar lo animal, nos detendremos a ver cómo se crea un universo poblado con nuevas especies cuya marca definitoria es la progresiva pérdida de los rasgos humanos y la adquisición de características animales. Nos interesa caracterizar y describir estos nuevos especímenes cuyo nacimiento es consecuencia de los cambios económicos y políticos que trajeron aparejados el neoliberalismo y el capitalismo en nuestro país.

En tono hipotético podemos sostener que en El desperdicio la irrupción animal opera como consecuencia de una crisis que sobrevive a un orden a la vez económico y político que se expande y reduce la vida de los cuerpos a recurso y a mercancía. Este orden a la vez traza una jerarquía entre los hombres, jerarquía en la que la narradora y Elena se mueven como testigos cuya voz permite visibilizar dicho estado de crisis. Tal como postula Fermín Rodríguez (2012):

El desperdicio, de Matilde Sánchez, muestra cómo en nuestro fin de siglo el poder sobre la vida—el poder de crear, gestionar y controlar poblaciones– se abre paso en el mundo del trabajo viviente para apoderarse de la renta afectiva generada por los cuerpos que, en su acción conjunta, crean y expanden formas de vida potencialmente autónomas.

Estas formas de vida a las que refiere Rodríguez se caracterizan por la intersección de la condición animal con la humana, por la transferencia de cualidades que suscita una alteración del orden social.

Advertimos que en El desperdicio Elena parece funcionar como sinécdoque de un tiempo histórico debido que su imagen sirve de puntapié para contar su biografía y, a la vez, también una época. La novela sigue una secuencia cronológica que alude a un conjunto de géneros organizados en tres secciones. La primera es “La edad de la comedia” donde se relatan la primavera democrática y el momento de asomo a una vida adulta de la narradora y de Elena, sus años universitarios. Se trabaja con la figura de Elena y con su nombre para contar acerca de tiempos de promesas y de ilusiones, en los que la acción ocurre casi toda en Capital Federal. Elena pasa a llamarse Helen y ese cambio en el nombre está vinculado al bautismo sexual e intelectual. En esta primera parte, que puede leerse como una novela de aprendizaje, se establece un contrapunto entre Buenos Aires y el interior de la provincia al que más adelante en la novela se aludirá de nuevo cuando se responsabilice al ambiente urbano de haber intoxicado y enfermado a las hermanas Arteche.

La segunda sección se titula “El período gótico”, en ella se cuenta el desmoronamiento de todas las ilusiones construidas en la primera. Se trata de un derrumbe político, económico y personal. Se hace referencia a la década del 90, cuando Elena decide volver al campo y deja de llamarse Helen para recuperar su nombre de bautismo. Con el cambio de nombre comienza a cerrarse el período de juventud, es un gesto de renuncia a aquello que recibió en Buenos Aires.

Finalmente, en la tercera sección de la novela, titulada “Barroco fúnebre”, la acción transcurre en Pirovano y se narra el alcoholismo de Elena, quien termina de desvestirse de la que fue en la primera sección. En ese momento la miseria está instalada en el interior de la provincia por lo que se dedican grandes pasajes a la reconversión del campo. Podemos afirmar que se cuentan dos derrumbamientos de forma simultánea: por un lado, la decadencia de Elena y, por el otro, la del país. Se construye, además, un duelo por aquello que una época prometió y no dio, el sueño de Argentina como un país próspero.

Hemos afirmado ya que esta novela hace visible el lugar inestable y político de lo viviente desde la década del ochenta hasta la crisis del 2001, ahora veremos cómo. Cuando se narra la década del noventa, por ejemplo, la realidad social se filtra en las páginas de la novela en el relato de las transformaciones que sufre el país: inundaciones, pobreza, marginalidad, etc. Hay un caso particular en el que se intersectan la condición humana y la animal, el de “los sin techo”. Cuenta la narradora que en mayo de 1999 el problema de los sin techo rurales trascendió la ciudad y se multiplicó en todo el país.

Los sin techo eran peones y mano de obra desocupada, casi con exclusividad varones de entre 30 y 60 años, lo que siempre se conoció por cirujas. Ahora bien, sin duda había un elemento novedoso, dado que el cirujeo siempre había sido un hecho urbano. El siglo se despedía con cientos de ellos en áreas rurales, ¿el reloj estaba adelantado o atrasado? (188).

Ese atraso al que alude la narradora se explica porque la pérdida del trabajo y de la vivienda significó para estos hombres la vuelta a un estado rudimentario. Además, tiene como efecto una transmutación de cualidades animales, es decir que los desempleados comienzan a asemejarse a ellos y a imitar su conducta. La crisis ocasiona una alteración en la forma en que se lo vive, un continuo presente persiste y esta anulación del tiempo se evidencia en las palabras de un personaje:

La rutina desaparece, los más simples hábitos cotidianos se diluyen en la masa de horas, una pasta base de presente y urgencia. Lo primero que vende un ciruja es su reloj y con ello se queda sin horas ni norte, sin mañana. (192).

De la cita anterior se infiere que la pérdida del tiempo es una señal de la disolución del carácter humano de estos nuevos homeless, así es como el tiempo deviene condición vital que afirma la cualidad humana o la niega.

Si el primer estadio de este proceso de animalización es la pérdida del tiempo como eje de orientación, el segundo será el uso como refugio de unos contenedores confiscados por un juez y luego abandonados. Estos son habitados y además son utilizados para designar los parajes, de este modo es posible observar una doble función: asilan y nombran. De ahí que no solo los personajes alternan sus nombres (Elena-Helen-Vasca[1]; Isabel-Belisa; Bill-Tano), sino que además el territorio comienza a experimentar la misma clase de cambios, como si fuera un personaje más.

Para completar el proceso de animalización de los hombres pobres (lo que podríamos llamar el tercer estadio) los funcionarios les piden a los cazadores que ayuden para asistir a los desamparados. Advertimos que, aunque lo que se pretende es auxiliarlos, el modo en que se hace se asemeja a la manera en que se cazaría una presa. Por lo tanto, aunque lo viviente no queda completamente abandonado, no es el Estado quien asume la responsabilidad de ayudar, sino que son los cazadores quienes de forma vicaria deberán asistir a la masa de indigentes. En tal sentido, podemos decir que la insistencia con la pérdida de la condición humana de los desamparados hace que se resignifique el sentido del título de la novela, como afirma la narradora: “Habían dejado de ser personas; eran papales perdidos, inútiles como cartón mojado. Hay un grado por debajo del desperdicio; eso los hacía menos valiosos que la basura” (Sánchez 2007: 203). Es importante destacar que esos hombres se han convertido en el desperdicio de la sociedad, su comportamiento animal los convierte en una especie que busca primariamente la supervivencia y no parece establecer un vínculo comunitario más que la aglutinación.

Según se ha visto hasta el momento la irrupción de lo animal en el orden social representa una amenaza para los demás personajes, por lo que el hombre se muestra como un revés de lo humano que trasciende lo animal y se acerca a lo monstruoso[2]. Esto se agrava cuando se sospecha que en esta horda humana se esconden los responsables de una serie de crímenes aberrantes. Si bien los asesinatos no son castigados, son en cambio valorados y de la formulación de estos juicios se infiere el alcance de la alteración del paisaje. Como una onda expansiva se constituye una cadena de efectos: el desempleo hizo que el hombre perdiera todo –incluso el respeto por la vida–, esto originó su conversión en un ser irreconocible cuya proximidad amenaza la integridad de los demás y debido a esta metamorfosis podemos cartografiar el mapa inestable de los cuerpos en esta novela.

II. El año del desierto: retroceso e intemperie

El año del desierto, de Pedro Mairal (2005) escenifica la creciente destrucción de Buenos Aires causada por un fenómeno de carácter natural: la “intemperie”[3]. Esta anomalía produce una regresión temporal. De este modo, los acontecimientos narrados remiten a hechos históricos que ocurrieron en Argentina: la crisis del 2001, la dictadura, el peronismo, las inmigraciones, el gobierno de Rosas, el pasado colonial hasta llegar a la fundación de Buenos Aires, la conquista y el descubrimiento de la zona. Se trata de una vuelta a los momentos de ruptura del contrato social y de restricciones de los derechos de los habitantes de la ciudad. Así, la crisis del 2001 que inaugura la novela se materializa por medio de un contexto general de protestas contra la intemperie, la dictadura se ve significada por un ambiente de represión policial:

En la esquina de Ranqueles, estaban haciendo un operativo policial. Miraban con linternas dentro de cada auto y pedían documentos. Algunos estaban parados con la ametralladora cruzada contra el pecho (…) me preguntaron dónde iba y me dijeron que no me olvidara del toque de queda (32).

La mención a la inmigración que remite a los inicios del siglo XX que aparece invertida en la figura del Hotel de Emigrantes. Luego, las guerras intestinas del siglo XIX se ven referidas en los bandos de la provincia, la figura del Gobernador y en los panfletos que se entregan al salir de misa: “¡Mueran los salvajes capitalistas! ¡Viva la Gobernación y Santa Provincia de Buenos Aires!” (231). Así también, los dramas de frontera y la amenaza de los malones van unidos a las menciones de las milicias coloniales y las invasiones inglesas. Finalmente, las vivencias de la protagonista, María Valdés Neylan, con indígenas y caníbales nos remiten a las narraciones de la etapa precolombina y prehistórica.

Este retroceso temporal es efecto del proceso de destrucción que erosiona, descompone y asola el territorio argentino. Un mundo aislado, que se cierra espacial y temporalmente sobre sí mismo y donde no hay escapatoria ya que tanto la ciudad como el campo se encuentran dominados por las fuerzas destructivas.

El año del desierto realiza un montaje de imágenes del pasado y del presente de Buenos Aires apelando al archivo histórico-cultural con el propósito de exponer la condición de ruina del presente al que alude. Personajes, lugares y hechos de la Historia, la Literatura, el arte y la cultura argentina emergen en un presente producto de la erosión de las sucesivas capas que el tiempo ha depositado en el territorio. Así, la trama se construye como una heterocronía en la que el espacio de la novela, construido como montaje y yuxtaposición, extrema la condición heterotópica de las ciudades posmodernas.

Las heterotopías, fueron definidas por Foucault en los años sesenta como aquellos contra-espacios en donde todos los demás espacios reales están representados, impugnados o invertidos. Las heterotopías están ligadas, muy frecuentemente, con las distribuciones temporales, es decir, abren lo que Foucault (1966) llama heterocronías y despliegan todo su efecto una vez que los hombres han roto absolutamente con el tiempo tradicional. De un modo general, en una sociedad como ésta, heterotopía y heterocronía se organizan y se ordenan de una forma relativamente compleja creando un mundo nuevo sobre y dentro del anterior.

El universo complejo de El año del desierto se vuelve apocalíptico al explorar todos los órdenes de la destrucción. La comida, la vivienda y los cuerpos mismos comienzan progresivamente a deteriorarse. María, la protagonista, sufre un creciente proceso de degradación vital. Desde el inicio, asistimos a la narración de su pasaje por diferentes estadios profesionales, afectivos, económicos y corporales que dan cuenta de una desintegración del valor de una vida humana. Pasa de recepcionista bilingüe en una empresa destacada a enfermera en un hospicio improvisado, luego es mucama del hotel de “Emigrantes” hasta que, finalmente, debe prostituirse para tener un lugar seguro donde vivir. Así, la novela expone el poder que las fuerzas destructoras de la intemperie tienen sobre la vida y, más aún, sobre el cuerpo de las mujeres, quienes pierden paulatinamente sus capacidades reproductivas.

Es necesario señalar, que esta degradación no opera sólo en el territorio urbano, sino que se proyecta hacia ámbito rural donde la protagonista es víctima de ataques, robos y un régimen de esclavitud: “No había siesta, ni domingos, ni feriado. Había que encerrar las lecheras pisando la escarcha” (223). En este sentido, el canibalismo narrado al final de la novela opera como el límite último de la degradación y, a la vez, la emergencia de aquello que “condensa y expande la potencia virtual de lo viviente” (Negri 2009): el monstruo. Fragmentos de cuerpos humanos y equinos desmembrados se mezclan en el espacio hacinamiento en el que finaliza el periplo de la protagonista. Restos de vidas sacrificables cuyo único fin es ser alimento de quienes controlan la ciudad, los mismos dueños de las empresas financieras que iniciaron la debacle, cierran el círculo creado por la voracidad capitalista. Así, lo que al comienzo de la historia acontecía en la virtualidad de las finanzas se materializa en el consumo total de lo real; los cuerpos.

Para finalizar, consideramos posible afirmar que las novelas de Sánchez y Mairal pueden leerse como alegorías políticas caracterizadas por la construcción de una temporalidad que tensiona y aproxima las distancias entre lo urbano y rural a la vez que borra los límites entre lo humano y lo animal para dar lugar a la emergencia de lo monstruoso.

Bibliografía

Drucaroff, E. “Narraciones de la intemperie. Sobre El año del desierto, de Pedro Mairal y otras obras argentinas recientes”, 2010. bit.ly/ZPxplQ.

Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la postdictadura. Buenos Aires, Emecé, 2011.

Foucault, M. Los anormales. Curso en el Collège de France (1974-1975”. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007.

— “La Gubernamentalidad”. Giorgi, G. y Fermín Rodríguez (Comp.). Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida. Buenos Aires: Paidós, 2009.

— “Topologías”, Fractal N° 48, enero-marzo, año XII, vol. XII, 2008, pp. 39-40.

Giorgi, G. Formas comunes. Animalidades, cultura, biopolítica. Buenos Aires, Eterna Cadencia Editora, 2014.

Giorgi, G. y Fermín Rodríguez (Comp.). Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida. Buenos Aires, Paidós, 2009.

Negri, A. “El monstruo político. Vida desnuda y potencia”. Giorgi, G. y Fermín Rodríguez (Comp.). Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida. Buenos Aires, Paidós, 2009.

Rodríguez, F. Un desierto para la nación. La escritura del vacío. Buenos Aires, Eterna Cadencia Editora, 2010.

Biopolítica: crítica de la normalidad humana. Bit.ly/2D9PrHR.

Esas mujeres: 2666 de R. Bolaño. Buenos Aires, Argentina, EdM, 2012. Bit.ly/3fkoY8Z.


  1. Elena consideraba que los apelativos cariñosos que usaba Bill eran una manera de compensar sus prolongadas ausencias cuando ella estaba enferma. “Lena, Leni, Lenu, me cambia los nombres como si bastara para hacerme sentir querida” (Sánchez 2007: 277).
  2. Desde la perspectiva Antonio Negri, el monstruo político es otro de los nombres para la multitud “sin forma ni jerarquía que esquiva la trascendencia de un poder moral y totalizante.” El monstruo, según lo entiende Negri, condensa y expande la potencia virtual de lo viviente (Rodríguez y Giorgi 2009: 13).
  3. Sin dudas, la lectura que realiza Elsa Drucaroff sobre esta novela resulta un iluminador acercamiento al trabajo de Mairal. Nos referimos tanto a su reseña “Narraciones de la intemperie. Sobre El año del desierto, de Pedro Mairal y otras obras argentinas recientes” como a Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la postdictadura (2011).


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